AL OBISPO DE SEGOVIA LE CRECEN LOS ENANOS
Se llama Franco el monseñor pero es un antifranquista acérrimo, quitó lápidas y monumentos a los caídos. Se ha organizado un revuelo en la diócesis porque se acusa a los curas de mi pueblo de andar trajinándose mozas en los confesionarios y de tocarle la pilila a los monaguillos. Bueno va. Ni quito ni pongo rey. Que doctores tiene la Santa Madre Iglesia. E ignoro si esta difamatoria soflama es una vil calumnia, una de tantas o se trata de una engorrosa verdad. Yo publiqué hace años una novela "Seminario Vacío los pecados mortales de la iglesia" en los cuales ponía en solfa por una parte mi amor al catolicismo y a la tradición que nunca ha sido correspondido y, por otra, las mermas y parcialidades de una espiritualidad gay ( en santos de alfeñique con el cuello de medio lado querían convertirnos) que nos querían inspirar en aquellas aulas, aquellos paseos por Baterías, aquellos retiros, aquellos ejercicios espirituales, aquellas practicas de piedad. A mí la verdad es que me hubiera gustado ser cura pero no podía comulgar con ruedas de molino. Así que abandoné la Aceitera, una sombra que me sigue protegiendo y persiguiendo, todavía, y a la que miro con añoranza cuando regreso a mi pueblo, es la torre de la iglesia más alta y parece un embudo.
Nos pusieron muchas telarañas en la cabeza, nuestras relaciones con la mujer fueron difíciles, pero dotados de un espíritu de superación, disciplina, aguante y sacrificio (el seminario nos hizo almas duras como piedras) casi todos los ex logramos seguir adelante.
Llenos de orgullo eso sí aunque los que cantaron misa nos miraron como delincuentes a los que colgamos la sotana. A mi me parece que Cristo aunque alabó la castidad y la renuncia a las cosas del mundo jamás habló de las cuestiones sexuales.
Sin embargo, en la iglesia católica estas se convirtieron en una obsesión y en una cuestión pendiente. A monseñor Franco le llaman zapatones, no sé qué número calza el mitrado pero grandes deben de ser sus pinreles.
Por lo demás, traté de reunirme en convenciones anuales con mis compañeros de terna y de aula. No nos reconocíamos. Nunca encontré entre ellos al niño que fui.
Parecía seguir imperando en el ambiente esa crueldad que formaba parte de las enseñanzas clericales. Nos querían hacer santos sin habernos logrado como hombres. Ha habido claro está excepciones pero me di cuenta que nos moldearon para ser gente que no quiere a nadie. En mi libro abogo por la supresión del celibato y la creación de curas cercanos al pueblo. Los curas católicos siempre estuvieron distantes metidos en su urna de cristal. El mejor cura es el buen funcionario, no se las da de héroe ni de salvador de su grey, a sabiendas de que todo seguirá igual que el hombre no cambia, sin encampanarse, hay que bajar el pistón, el que administra sacramentos, el que siente cierta compasión con las miserias y pecados de los hombres.
Algunos de mis compadres los que llegaron al sacerdocio son conscientes de servir a una institución pecadora, inhumana católica y cruel majestad y en ciertos casos demoníaca.
El obispo de Segovia tiene que abandonar su torre de marfil y aceptar los hechos, saltar a la arena, mojarse. Hubo mucha pederastia en aquellos centros. Laus Deo
Nos pusieron muchas telarañas en la cabeza, nuestras relaciones con la mujer fueron difíciles, pero dotados de un espíritu de superación, disciplina, aguante y sacrificio (el seminario nos hizo almas duras como piedras) casi todos los ex logramos seguir adelante.
Llenos de orgullo eso sí aunque los que cantaron misa nos miraron como delincuentes a los que colgamos la sotana. A mi me parece que Cristo aunque alabó la castidad y la renuncia a las cosas del mundo jamás habló de las cuestiones sexuales.
Sin embargo, en la iglesia católica estas se convirtieron en una obsesión y en una cuestión pendiente. A monseñor Franco le llaman zapatones, no sé qué número calza el mitrado pero grandes deben de ser sus pinreles.
Por lo demás, traté de reunirme en convenciones anuales con mis compañeros de terna y de aula. No nos reconocíamos. Nunca encontré entre ellos al niño que fui.
Parecía seguir imperando en el ambiente esa crueldad que formaba parte de las enseñanzas clericales. Nos querían hacer santos sin habernos logrado como hombres. Ha habido claro está excepciones pero me di cuenta que nos moldearon para ser gente que no quiere a nadie. En mi libro abogo por la supresión del celibato y la creación de curas cercanos al pueblo. Los curas católicos siempre estuvieron distantes metidos en su urna de cristal. El mejor cura es el buen funcionario, no se las da de héroe ni de salvador de su grey, a sabiendas de que todo seguirá igual que el hombre no cambia, sin encampanarse, hay que bajar el pistón, el que administra sacramentos, el que siente cierta compasión con las miserias y pecados de los hombres.
Algunos de mis compadres los que llegaron al sacerdocio son conscientes de servir a una institución pecadora, inhumana católica y cruel majestad y en ciertos casos demoníaca.
El obispo de Segovia tiene que abandonar su torre de marfil y aceptar los hechos, saltar a la arena, mojarse. Hubo mucha pederastia en aquellos centros. Laus Deo
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