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martes, 15 de enero de 2019

LÑUNA DE LOBOS

Aullidos desde la sierra de La Culebra

Ocho cánidos sin retorno a la vida salvaje habitan en el Centro del Lobo de Sanabria.


El biólogo Carlos Sanz, junto a algunos de los lobos del centro sanabrés. EDUARDO MARGARETO -
El biólogo Carlos Sanz, junto a algunos de los lobos del centro sanabrés. EDUARDO MARGARETO -
JUAN LÓPEZ | ICAL
18/06/2018
Acorazado por los años de experiencia que le acompañan, Carlos Sanz simula el aullido de un lobo con fantástico realismo. Envueltos bajo la magia de un joven pinar, tres de estos mamíferos acechan la figura de este veterano biólogo. Se acercan lentamente caracterizados por su pelaje gris oscuro, cabeza aguzada y orejas tiesas. Le conocen. Él y su equipo les dieron sus primeros biberones. Y les da de comer en su mano. En el fondo, le rinden sumisión.
Amigo y colaborador de Félix Rodríguez de la Fuente, Sanz es hoy en día biólogo responsable del Centro del Lobo Ibérico de Castilla y León, que lleva también el nombre del divulgador burgalés, y que se ubica en Robledo de Sanabria, en el corazón de la Sierra de La Culebra. Un lugar donde los lobos son amigos de los humanos. Un espacio en el que el líder de la manada es ‘Papá Lobo’, quien trabajara durante años codo con codo con el de Poza de la Sal. Su recuerdo es permanente. “Félix es irrepetible, apareció en un momento histórico en España. No habrá otro igual”, relata. Puede presumir de haber adiestrado, en cuatro décadas, más de un centenar de estos cánidos para series, documentales y programas de televisión. Hasta los niños le piden autógrafos, situación que le satisface y le arranca una sonrisa.
Ni Carlos Sanz ni el Centro del Lobo Ibérico de Castilla y León-Félix Rodríguez de la Fuente, que así se denomina, pretenden cambiar la historia, ni los guiones de los Hermanos Grimm, ni el camino de Caperucita hacia la casa de su abuela. Tampoco las risas del pastor cuando engañaba sobre la presencia de este cánido, ni que el animal acabe en el fondo de un pozo con las tripas llenas de piedras. El lobo no dejará de soplar con fuerza para echar abajo las casas de los cerditos. Pero la desmitificación sí es el hilo conductor del centro y en ello trabaja el grupo. “Sólo queremos trasladar la realidad, sobre todo a los niños. Ni el lobo es un angelito ni el mismo demonio. No son tan fieros como nos han contado”, sentencia Carlos Sanz.
Decía el aventurero y divulgador burgalés que “imagínense lo que habría ocurrido en el famoso Serengueti o en el cráter del Ngorongoro en Tanzania si, con el pretexto de preservar las cebras y los antílopes, la gente hubiera matado a todos los leones y leopardos, como se hace aquí con los lobos y linces. ¿Que hubiera pasado? Sencillamente, habría un menor número de cebras y antílopes y éstas estarían más enfermas y degeneradas. Naturalmente, ni un solo turista fotografiaría a estos rebaños, diciendo así adiós a una valiosa fuente de divisas”. Salvaguardando el paso de los años y las diferencias culturales y costumbristas de entonces, esto mismo es lo que busca hoy en día el centro sanabrés, que a partir del 1 de julio y durante tres meses abre a diario, mientras que el resto del año lo hace viernes, sábado y domingo, mañana y tarde.
Sanz, que recuerda sus años con Rodríguez de la Fuente, cuando acababa de terminar sus estudios de Biológicas, es el responsable del mantenimiento y manejo de los lobos del centro, “para que se encuentren en las mejores condiciones posibles, que se acostumbren bien a las personas, que no se asusten de los visitantes...” “Son lobos que están criados con biberón desde muy pequeños, ‘troquelados’ y hechos a las personas. Nos consideran como parte de su familia o manada, lo que nos permite que quien viene a verlos puede hacerlo de cerca”, relata.
Sentimiento de admiración
El centro entiende la polémica creada con un animal históricamente denostado por el hombre, principalmente por la ganadería, y aboga por encontrar una “armonía, sin utopías”. “No estamos en medio de unas posturas u otras, sino que desarrollamos una actividad educativa y explicamos la realidad del lobo. Somos puntos de encuentro y tenemos claro que es una especie que hay que conservar, con derecho a vivir en su medio natural; y que sea posible la coexistencia con actividades humanas más tradicionales. Ahí el centro intento poner su granito de arena”, opina Sanz. Por ello, el espacio y sus trabajadores tienen entre ceja y ceja la necesidad de transmitir un “sentimiento de admiración y respeto” hacia el lobo y que la gente, principalmente los niños, “vean que no son tan fieros como los pintan, como a todos desde pequeños les han contado en las fábulas”. “Cuando vienen casi todos tienen miedo y cuando ven el manejo lo pierden”.
Por ello, Sanz considera que la labor de este espacio es muy importante, más cuando se trata de animales “irrecuperables para la vida salvaje por varios motivos”. En primer lugar, porque en esta zona de la Sierra de la Culebra se contabilizan varias manadas que “los considerarían como intrusos y seguramente acabarían mal”. Además, al estar acostumbrados a los humanos “no huyen” de ellos, y aunque hay mucha caza mayor, “ésta se defiende y no es fácil de cazar”, con lo que al final “se acercarían a un corral o un pueblo en busca de presas fáciles, como un cordero, ternero, potro”. En este sentido, el director del centro, Jesús Palacios, señala que ya que “nunca volverán a la naturaleza se intenta que formen del programa de sensibilización ambiental, divulgación de la especia y desmitificación del lobo”. De ello se encargan sus 11 trabajadores.
Y es que este singular lugar enclavado y camuflado en Robledo de Sanabria es una de las joyas de la corona en esta zona, por supuesto junto al Lago. Se trata de una edificación de 1.800 metros cuadrados, integrada con el entorno, que responde a criterios de ecoeficiencia y que evoca y reinterpreta elementos patrimoniales asociados al lobo, obra del arquitecto Leocadio Peláez.
Recuerda Palacios que en su diseño se han tenido en cuenta factores bioclimáticos, como el uso de materiales propios de la zona, la disposición enterrada del edificio para incrementar su aislamiento, la existencia de una cubierta ajardinada o la iluminación natural a través de lucernarios. También utiliza energías renovables. Además, la parte expositiva se conjuga como un espacio etnográfico sobre el patrimonio material e inmaterial vinculado al lobo, los chorcos, los ‘corbellos’... Unos 35.000 visitantes al año disfrutan de estas instalaciones. Más de 80.000 desde su apertura en octubre de 2015, la mayoría castellanos y leoneses y madrileños. El objetivo ahora es desestacionalizar la llegada de personas. Para ello, pronto se ampliará el centro con un nuevo mirador y poder ofrecer más posibilidades en el centro.
Jara y Brasa
Los ocho lobos del centro son la parte protagonista de esa importante divulgación. ‘Robledo’, de momento el único que ha nacido en este recinto -de ahí su nombre-, es uno de los más queridos por razones obvias. Pero otras dos hembras han tenido un papel fundamental porque no han nacido en cautividad. Ambas son Jara y Brasa y tienen “una historia” peculiar.
La primera va a cumplir cinco años. Cuando tenía dos o tres meses alguien la recogió en el campo, “probablemente de una lobera”, según matiza Carlos Sanz, “y se la llevaron a casa”. “La loba daría algún problema o faena y la trasladaron al centro de recepción de Villaralbo, en Zamora, en una caja, con un collar, una correa, una bolsa de pienso y una nota anónima muy extensa que relataba que no sabían si era un perro o lobo”, rememora el biólogo. Dado que estaba acostumbrada a las personas, “se dejaba acariciar y comía de la mano”, se decidió “no liberarla”. Se integró con el resto de la manada de ese centro, que se estaba preparando para ocupar el que en ese momento era el futuro Centro del Lobo. “En general suelen ser buenos padres adoptivos. De hecho, los ocho lobos son de seis manadas diferentes y siempre han sido aceptados”, subraya Sanz.
Brasa lleva el nombre de los restos de un fuego que pisó y que le degradó las almohadillas de las patas. Se salvó del incendio de Castrocontrigo, en 2012, que arrasó 13.000 hectáreas. “Fue encontrada por una persona, con dos meses, con las patas quemadas, deshidratada y heridas por el cuerpo. Se dejó coger y llegó también a Villaralbo”, narra Carlos Sanz. La primera instrucción fue sacrificarla. Pero los veterinarios apostaron por su vida, “de perdidos al río”. “Costó varios meses a base de pomadas, sueros y antibióticos: Pero se curó. Ahora tiene seis años y estamos intentando adaptarla para pasarla a nuevos cercados. Nunca ha sido vista por el público por los daños que tenía y siempre ha estado en zona de cuarentena. Pero la idea es que en poco tiempo pueda ser observada por la gente en un nuevo mirador que se va a hacer”, recalca.
El Centro del Lobo, un “factor socioeconómico” para Sanabria, La Culebra y La Carballeda, es un complemento de atracción para el Lago. “Son muchos los que vienen a los dos lugares. Pero no se puede comparar. El Lago recibe 600.000 personas al año, el 85 por ciento en verano. Lo que sí es cierto es que está muy bien visto por los vecinos de la zona”, aplaude Jesús Palacios.
Recuerdo a Félix
“Era un personaje carismático que sabía bien lo que quería, apasionado y que contaba las cosas como nadie ha sido capaz de hacerlo”. Así define Sanz a su amigo Félix Rodríguez de la Fuente, quien en los años 60 y 70 cambió la mentalidad de la población sobre la naturaleza en general y del lobo en particular. “Se enfrentó a la sociedad para que se salvara de la extinción”, sentenció. Consiguió que no se exterminara, como en Francia y Alemania, gracias a su presión en la Ley de Caza del año 70, en la que el lobo pasó de ser considerada una “alimaña, para la que se permitían cepos, lazos o veneno, a ser especie cinegética; y le salvó de la extinción”.
Ahora, se ha pasado de 300 a casi 3.000 en la actualidad. “Ni mucho menos podemos decir que está en peligro de extinción en España; se está recuperando y reconquistando territorios donde desapareció hace 40 o 60 años y hay que buscar esos puntos de encuentro ahora”, comenta este biólogo, que empezó a trabajar con el burgalés en la crianza de una camada de cinco cachorros de lobo que habían nacido en Villadiego y que se aprovechó para grabar imágenes para ‘El hombre y la tierra’”, una serie en la que Sanz tuvo el privilegio de continuar como el biólogo más joven del equipo.
“¿Qué quieres que te diga de Félix?”, se cuestiona. “Cambió ideas preconcebidas de siglos y tenía una forma de llegar a la gente que no tiene otra persona. Muchos hemos seguido sus pasos, cogimos parte de la antorcha que él dejó encendida. Otros estudiaron Biología motivados por él, y así sucede con la mayor parte de los que hoy en día tienen responsabilidad en medio ambiente”, define con acierto, en ocasiones con voz rota. “En España, todos o casi todos hemos sido hijos de Félix, unos con más suerte que otros. Hay gente que tiene mucho que decir y ha hecho mucho por la naturaleza, pero como él no va a haber otro”, espeta.

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