VIVA ROBINSON CRUSOE
En este otoño difícil con
noticias alarmantes o simplemente descorazonadoras como esa que nos llega de
los Ángeles (han derruido la estatua de Cristóbal Colón, le acusan de genocida)
de un parque municipal me entrego a la lectura de “Las Nuevas aventuras de
Robinson Crusoe” de Daniel Defoe. Este londinense hijo de un carnicero, 1661-
1731, es uno de los pocos ingleses que a los españoles nos quería bien. Sus textos
sobre los descubrimientos de sitios exóticos por él visitados y las islas
recorridas en sus viajes están llenos de admiración hacia la obra colonizadora
de los españoles que lo protegieron en sus viajes, le regalaron canoas, carne
de llama y pistolas para defenderse. El Robinson Crusoe es un antídoto contra
la leyenda negra. Decía que los españoles respetaban a los indios, se casaba
con las indígenas y enseñaron a los caribúes a no alimentarse de carne humana “Aquí debo hacer justicia a los españoles
–escribe en el capítulo III de Nuevas Aventuras
de Robinson Crusoe- los cuales a pesar de
las crueldades que se les imputa perpetradas por sus compatriotas en Méjico y
en Perú jamás he hallado en ninguna nación hombres tan afables, modestos,
generosos y de un genio más indulgente y afable”. El robinsonismo ha sido
parte de mi vida. Siempre estuve solo y fui a mi aire caiga quien caiga sin
pertenecer a ninguna capilla, expectorando verdades por ahí. Robinson fue para
mí un libro tan importante como el Quijote. Su autor lo hizo nacer en Hull, la
ciudad de Inglaterra donde conocí el amor y pasé los mejores años de mi juventud.
En se detecta en estos textos ese aire de perdón y de indulgencia que sólo
poseen algunos escritores ingleses y que llaman “compassion” esto es sentir con esto es compadecer sí y ponerse en
el puesto del prójimo, en una palabra hacerse cargo. En mi adolescencia devoré todo
Daniel Defoe. Que escribía limpia y castamente y con una naturalidad y respeto
a la naturaleza recién descubierta del Nuevo Mundo que maravilla por su
precisión e impavidez. Esta idea de no con sentir la violación de las indias
fuera del tálamo sagrado y del matrimonio es una idea que flota en las crónicas
de Fernández de Oviedo y de Núñez Cabeza de Vaca. Y todo lo contrario a lo que
predica Las Casas los encomenderos por regla general respetaran la vida humana
y el amor. Que luego a esta regla hubiera excepciones es harina de otro costal.
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