San Francisco de Sales
Mañana
es san Francisco de Sales patrono de los periodistas y, aunque en estos tiempos
laicos que vivimos, sujeto a cambios de todo tipo incluso de devociones, me ha sorprendido
encontrar un viejo libro en octavo de pasta española.
La
vida Devota yo la leía y meditaba en mis tiempos de colegial o trataba de leer
y meditar porque se me iba con frecuencia el santo al cielo. Entonces nos
afligían las cuestiones del sexto mandamiento que constituyen casi las tres
cuartas partes de este opúsculo bien encuadernado y que es una reliquia que guardábamos
los latinos en el banco de nuestro reclinatorio de guardas rojizas. Ahora me
causan cierta piedad si no risa, sea dicho sin merma o afán de desdoro a uno de
los grandes apologistas de occidente que fue además obispo de Ginebra y sobre
todo inspiraría más de cien años de su canonización a otro de los mayores
santos de la iglesia latina y uno de los que más han influido en la cultura
europea educando a los jóvenes. Me refiero a san Juan Bosco fundador de los
salesianos.
Si
cada siglo tiene su lenguaje y su visión de las cosas, este tratado de ascética,
inspirado en un autor español, el Audi
Filia del Beato Juan de Ávila, escrito
en forma epistolar hoy lo encontramos obsoleto y hasta infantil pero
evidencia una cosa que el autor tenía un carisma especial para la comunicación
por medio de la escritura, obsesiones morbosas aparte pero ya va dicho que la
religión cristiana no es una problema de bragueta como pretenden algunos.
Se
echa de ver que el evangelio es palabra y la palabra signo donde sopla el
viento de lo profético y lo imperecedero. Nadie entierre los talentos que dios
le ha dado. En los sinópticos alienta el aura de lo poético, un neuma que yo he
visto aletear como una mariposa divina sobre algunos textos de los Santos
Padres.
De forma tan concisa pocos escritores han
conseguido transmitir ese aliento celestial que en san Pablo, un espíritu
contradictorio e indomable (se equivocó a la hora de fijar la fecha de la
parusía que el creía próxima y dos mil años después sigue girando el mundo
sobre sus ejes aunque desquiciada y de espaldas al Gólgota, pues el pensamiento
divino no se contextúa con planteamientos aunque su espíritu siga discurriendo
de incógnito por el río de la historia) en fuego.
Con san Agustín se vuelve retórico… palabras,
palabras y más palabras. Y en el arte románico asciende a las excelsitudes
teológicas a través de la piedra y la iconografía.
Siquiera
el cristianismo conduciendo a la humanidad por caminos literarios, marcó un
rumbo, al hombre le ha enseñado a pensar y a discurrir para descubrir la
belleza y la verdad de la ciencia, a diferenciar el bien del mal, amar lo
primero y aborrecer lo segundo. Es ahí donde la iglesia es imbatible en el afán
de libertad y seguridad que le otorga ese seguir tras los pasos del Maestro. Lo
que no es óbice para que en tales acometidas se produzcan caídas, trompicones.
Puntos de vista divergentes, visiones distintas y distantes de un mismo tema.
San
Francisco de Sales (1567-1622) se enfrentaba a la cuartilla blanca todos los
días, un tormento que forma parte de las servidumbres de este oficio, y en la
fertilidad de su pluma se parece a ese nuestro Tostao el obispo que era más
abulense que el cimbalillo y en los días
que vivió en cada uno tres pliegos escribió. Un caso evidente de furor
amanuense. También a san Francisco de Sales nos lo pintan cálamo currante ante
el tintero de su escribanía mirando para el techo de su celda. Un ángel asomaba
la cabeza por entre las cortinas ¡qué bonito! A muchos periodistas que
cultivamos un género literario no nos ocurren esas viguerías, pero no hay que
negar que para ejercer este oficio se necesita algo de inspiración, mucho
aguante, y un poco de buen gusto.
Yo
no me hice periodista porque quisiera ser un nuevo Francisco de Sales ni
alcanzar las cimas de santidad de su admirador san Juan Bosco. Tomé la barra de
este puerto para embarcarme en singladuras misteriosas con la nave de mi
existencia naufragando o destrozándose por la quilla en los cantiles de una playa
desconocida adonde me llevaron las borrascas de la vida. Me hice escritor
porque no sabía hacer otra cosa y lo llevo haciendo desde hace casi medio
siglo. Hoy dicen que este oficio es una institución a extinguir algo que me
resisto a aceptar. Que más quisieran los tiranos que detentan el pensamiento
único mandarnos al gulag o que hiciésemos un mutis por el foro. Lo que no han
conseguido es suprimir el espíritu corporativo que siempre tuvo esta profesión.
Pertenezco
a la Asociación
de la Prensa
desde 1967 y tengo el número de socio 1095. mucho agua ha discurrido bajo los
puentes. Sentí cierta melancolía cuando visité su sede en Juan Bravo 6; ya no
es aquella de Callao multitudinaria asamblearia donde hablaba Alfredo Marquerie
y Páez, Emilio Romero, Ansón, Julio Merino. Ya es otra cosa una entidad
concernida por la preocupación del cierre de periódicos, despido de redactores
y en la que no figuran las grandes estrellas de la información pautada por el
sistema y que cobran millonadas pero que sigue conservando ese afán por la
libertad de conciencia. Ciertamente contra Franco se vivía mejor o al menos éramos
más jóvenes.
Ahora
el gran cofrade se ha erguido en un adarve inexpugnable. Queda el derecho al
pataleo por Internet.
Es
como lanzarle perdigones a un elefante pero no queda otra.. Así y todo, el
espíritu seguirá soplando aunque la vida sea indevota.
Me
sigo preguntando quien era esta Filotea de las cartas del santo obispo a la que
cartea con tanto amor tratando de conducirla por el buen camino. ¿Una monja?
Seguramente. Sus biógrafos cuentan que era la religiosa Francisca de Chantal la
cual también subiría a los altares. A tanto no alcanzo pero este libro de
oraciones guarda el secreto de aquellos fervorines místicos, las hojas
amarillas y mustias por el paso del tiempo.
Cambió
el continente pero no el contenido y es un poco el drama del mundo de hoy que
no sabe distinguir entre sustancia y accidente. La vida pasa muda el continente
permanece el contenido y todos somos contingentes. Para el obispo ginebrino la
primera virtud es la castidad y se sigue la humildad. Prácticos en tales
virtudes había que irlos a buscar en la actualidad con el candil de Diógenes.
Sería un buen reportaje aunque nos tomasen por Testigos de Jehová.
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