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sábado, 26 de enero de 2013

RUSIA DEFIENDE A LA FAMILIA TRADICIONAL MIENTRAS EN LA IGLESIA DE MADRID MANDA EL LOBY GAY

Lo he dicho muchas veces: los homosexuasles son dignos de lástima, merecen compasión y no ser aclamados porque el pecado oculto, la cáscara amarga, uno de los misterios de la naturaleza, no deja de ser una merma y la bujarronería o coito inverso aparte de asqueroso acto, quebranta  natura.
La manipulación genética, las técnicas de la anticoncepción, representan una amenaza a la continuidad de la especie, una perversión del mandato divino.
 La iglesia romana que tan obsesionada anduvo siempre con el tema de la castidad educó a sus clérigos en  la misoginia dando lugar a la formación de unos curas feminoides que luego se convirtieron en monstruos sexuales, fornicarios, lupanarios o simples pederastas.
Ese asuntro no se produce ni el judaísmo ni en el islam, tampoco en la Ortodoxia que es un cristianismo todo él de exaltación de la virilidad - los popes no se rapan la barba ni se cortan las greñas después de asumir la tonsura- mientras nuestros curas latinos son barbilampiños.
 El presidente ruso,  Putín, el mayor estadista que hay en el mundo, creo que obra en  discreción al cortarle el paso a los movimientos feministas y al Arco Iris que aspira a la inversión o involución mediante la protesta e instalarse en Petrogrado.
 Las pussys han fracasado allí porque para un ruso no hay baldón más bochornoso que ser marica.
 No se perdona a los afeminados aunque hay tolerancia para con los borrachos.
 Esto sucede en un ambiente de crispación que hará fracasar el movimiento ecuménico. Roma se aleja cada vez de los hermanos del Oriente, a los que llaman cismáticos cuando  el verdadero cisma lo representamos nosotros.
 En la iglesia de Madreid en torno a Rouco se mueve un círculo gay (son rumores) y se habla de que el presidente de la conferencia episcopal monseñor Martinez Camino ha sido visto deambulando por garitos de Malasaña, disfrazado.
 Hay voces que apuntan más arriba, incluso al Vaticano donde con este pontifice, cuyos gestos amanerados tampoco han de ser negados, y a su famulo, ese cura alemán de aspecto tan deportivo, los inversos encuentran ámbito.
Así que el arco iris se cierne sobre los frescos de Miguel Angel y el altar de la confesión de Bernini. Esto es lamentable, parece una secuencia del canto del Dies Irae, que nos aboca al gran diseñó apocalíptico, precisamente en tiempos del papa Benedicto. En manos de la gran apostasía vendrá en volandas la parusía.

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