Translate

domingo, 11 de septiembre de 2011



Antonio Parra

Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueces Santo Corpus Christi y el Día de la Ascensión. Aquel día en mi querida Segovia era la fiesta de la Ascensión día gris encapotado de nubes y de dulces cantos silentes del serafín de la dicha. Hoy a este lado de la Mujer Muerta y Siete Picos cúspides sagradas de mi niñez que yo veo o intuyo desde los campos de Brunete, campos de mi “vejentud” luce un sol espléndido de 56 años después y hoy es el Corpus la fiesta solemne de la Eucaristía que en griego significa sentir la gracia y estar en onda con la belleza. Eucaristías y eulogías en mi corazón. Eulogía es hablar bien. Prosperar en comunión con el Logos. El Verbo. In principio erat Verbum. Uno desde entonces ha sido un Eulogio que va por el camino mirando para la hostia que está perpetuamente expuesta en el corazón y que irradia fuego interior. El fuego divino ha bajado a la tierra y estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Este misterio ningún mortal después de Juan Evangeliksta supo traducirlo a palabras de hombre con tanta acucia y perspectiva como Tomás de Aquino. Teología global. Punge lengua gloriosi Corporis Mysterium sanguinisque pretiosi quem in mundi pretium fructus ventri generosi Rex effudit gentium (canta lengua mía el misterio del cuerpo glorioso y de la Sangre que el Rey de las naciones hijo del generoso vientre de una Madre derramó por rescatar al mundo). Mis amigos de la infancia se llamaban Toñi Merceditas Rafita José Luis y mi hermano Javi. La vispera de aquel día la recuerdo perfectamente. Era un dia de calor. Toñi rafita Merche Jose Luis Casado y yo mientras todas las campanas de las cuarenta y tantas iglesias de Segovia repicaban a gloria jugábamos a la malla por entre las peñas del Río clamores. Todavía había neveros blancos en la sierra y hacía calor. Al abuelo Benjamín lo recuerdo sentado en la terraza de aquella casa de Valdevilla recién estrenada. Había traído una cesta de guindas recién cogidas del huerto y pan blanco reciente.

-Ten, hijo, todavía puedes comer hasta las doce de la noche

-¿No peco abuelito?

-No pero tienes que ser bueno y bien mandado.

-Sí.

Aquella merienda fue exquisito yantar de dioses con un corrusco de la hogaza recién encentada a mano al lado del querido abuelo Benjamín que se había echado la boina sobre los ojos perezosamente para resguardarse de los rayos de Apolo que doraban los pretiles del puente romano y proyectaban resquicios lumínicos entre las hojas de la acacia joven. A partir de la medianoche no se podía tomar ni un vaso de agua y la norma del ayun era guardada religiosamente en la católica españa que yo ahora añoro y tan es así que algunos sentían escrúpulos si por descuido habían ingerido algún alimento y cometido sacrilegio. Me desperté casi al alba y en el comedor estaba la sorpresa: mi traje de primera comunión que había hecho para mí a la medida Blas Carpintero el sastre de Segovia de oprigen judío por cierto y al que recuerdo su calva su gran nariz y sus dedos expertos y acariciantes cuando me tomaba medidas. Tan locuaz y buena persona y unos anillos de oro en sus dedos que debían valer una pasta. Por aquellos día el sartorial menester de los alfayates daba para una posición acomodada Era un traje blanco con capa y bordados. Todo era blanco y puro. Una buena capa todo lo capa pero aquel traje de mi primera comunión que me sentaba que ni pintada no tapaba sino que enseñaba un niño puro y feliz. Blanco de arriba abajo. Blanco hasta los zapatos: la corbata pajarita, el chaleco, la camisa, el cinturón, el pasador, las presillas. Todo. El señor Casado y la señora Henar los padres de Mercedita vinieron a participar ver salir de casa al comulgando.

-A ver si nos ensuciamos eh.

Y con las mismas nos encaminamos a pie toda una comitiva de quince o veinte personas porque me acompañaban mis padres mi abuelillo Benjamín mis tíos y mi hermano Javi que iba vestido de marinero y que recibió la primera tunda de mi primera comunión que no era la suya pues no se le ocurrió otra cosa que meterse en un charco y ponerse perdido el traje de marinero. Se puso a llorar y a decir:

-Yo quiero ir primera comunión como mi hermano

-Déjale que está burrísimo.- dijo mi padre dándole un pequeño azote en el culo pero con lo fuerte que era mi padre y lo gorda que tenía la mano de cuadrar piezas de artillería en los campamentos una caricia suya era como la confirmación del obispo.

-Tira palante.

-Yo quiero ir de primera comunión con un traje como el de mi hermano.

-A ver si te callas, Javierito que si no cobras

Cuando llegamos a la iglesia de los claretianos el atrio estaba lleno de familias acompañando a los comulgantes. Bendito jolgorio infantil.

-La vela ¿Habéis traído la vela, chiquitos?

-No.

El señor casado el hombre otra de las personas buenas que jalonaron mi infancia [era brigada de Artillería] fue arreando a comprarla a una cerería. Las cererías abundaban en Segovia por aquel entonces pues éramos católicos a machamartillo y nada de cultura laica. Y con aquel cirio en la mano me acerqué por primera vez al altar. Recuerdo la misa, el sonido del armonium, los cantos como el “Cerca de Ti Señor” el fulgente retablo, las casullas blancas de los oficiantes y las dalmatitas y gorjal de los diáconos y sobre todo la mirada piadosa de la Virgen. La iglesia estaba atestada. De la mano del Padre Sanabria que fue el padrino de todos y que aparece en la foto subimos a la grada y el preste era el rector el padre Alonso nacido en Urueñas y hasta el monaguillo que sostiene la palmatoria. Se llamaba Otero y era un pinta. La iglesia estaba de bote en bote. El padre Alonso nos echó una platica tan breve como hermosa. Habéis venido a recibir a Jesús y este cuerpo que acabáis de tomar os va a convertir en otros cristos. No entendí de todo bien la frase pero se me quedó gravada y desde entonces la vela, mi vela, la que me compró el sargento Casado a toda prisa, estuvo encendida. Luego el desayuno: café con leche y churros con picatostes. Mi madre invitó a todo el barrio. En aquella España las casas estaban abiertas las veinticuatro horas del día y todos éramos de la familia. Ah mi capa blanca, una capa blanca todo lo tapa. Que tape mis pecados. No la llevé puesta sobre mis hombros más que unas horas pero aun me abriga en los recuerdos de los cierzos hielos y escarchas de mi existencia. Ahora al cabo de muchos años entiendo perfectamente a napoleón, el introductor de la cultura laica, cuando vencido y desterrado en santa Elena le preguntaban:

-Mariscal ¿Cuál fue el día más feliz de vuestra vida? ¿Fue Austerlitz ¿Fue Egipto? ¿Fue el día en que vos entrasteis en Paris para proclamar el imperio?

Y Bonaparte movía la cabeza con tristeza a todas esas insinuaciones.

-No. Os equivocáis.

-Entonces ¿Cuál fe?

-El Día de mi primera comunión.

Lo mismo digo. Bendito seas, Señor. Aquel día de cielo gris y nubes bajas llegó hasta mí envuelto con este recordatorio que subo aquí el cayado del Buen Pastor y la Túnica bendita el olor a rosas. El sabor a guindas del huerto de mi abuelo, el traje blanco. Fue un jueves que lució más que el sol. Aquel 22 de mayo de 1952. y mi hermano Javierito cobró.

No hay comentarios:

Publicar un comentario