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viernes, 23 de octubre de 2009

GIBRFALTAR




GIBRALTAR, FRAGA Y YO
Antonio Parra
El acuerdo bilateral Londres-Madrid sobre Gibraltar por el cual España cede prácticamente a su soberanía sobre la última colonia en territorio europeo con todas las de la ley representa lo que en lenguaje diplomático se diría un sell out. Es el colofón, la guinda, a toda una serie de despropósitos y titubeos de la política exterior española de los últimos lustros, que se veía venir. La carrera hacia el abismo no podía terminar de otra forma. What a pity. Nos estamos quedando sin país. El PSOE recoge los frutos de la siniestra política del PP y de una serie de ministros y de ministras como esa pobre Ana de Palacio a la cual al verla los fantasmas que dicen recorrer las dependencias del Palacio de Viana echaban a correr. Los duendes retrocedían no sé si de pena al comprobar el estado tan lamentable al que cayeron derrumbados los asuntos de la república (los españoles inventamos prácticamente el espionaje y la acción exterior en competencia con Londres; ahora los ingleses nos dan sopas con honda) que antes contaba mucho en el mundo y que era administrada por un cuerpo diplomático de reconocido oficio y de probada solercia. O de horror ante tanto desaguisado.
La verdad es que doña Ana del alm mía tenía algo de fantasmal. Parecía haber saltado a la palestra de la política desde el cuadro de las Meninas de Velázquez y a las meninas se parecía un poco en su tocado, en su gracia casi austriaca de puro vascongada y en lo locuela a la hora de bailar el rigodón. Sólo le faltaba el miriñaque. ¡Pobre chica! Tuvo que pechar con la crisis de Perejil recién nombrada para la cancillería. Y desde aquello anduvo medio alelada. Nunca se la pasó el susto.
Su sucesor- de aquellos polvos estos lodos-recoge lo que otros sembraron. Los ingleses siempre piden montes y morenas y él ha tenido que pasar por las horcas caudinas. Straw por el FO estaba exultante. Britania rule the waves, y era un hombre muy feliz porque la pasada semana se echó por tierra toda una política española sobre Gibraltar que tardó más de medio siglo en ahormarse con harto trabajo. La filosofía de Fernando Castiella al respecto de la Roca Calpense. Los monos. Conjurado el peligro del sortilegio o leyenda que decía que cuando muriera el último mono de los muchos que juegan con los centinelas del Peñón y se les suben a las barbas y al salajó la colonia sería devuelta a manos españoles con lo que volveríamos a la situación antes de 1713, los simios podrán tener toda la descendencia que les dé la gana aunque a algunos machos, habida cuenta de la aptitud constante de estos bichos - su época de celo se parece a la del hombre y están a todas las horas dándole- para el apareamiento, habrá que caparlos o ligarle a las hembras las trompas. Pocos monos atraerían mala suerte pero muchos pueden resultar peligroso. Han ganado los del cartabón y la plomada. No es detalle que haya que echar en saco roto que fue en Gibraltar donde se fundó el primer Gran Oriente en 1724. La Fraternidad Universal avanza inexorable. En algunos conventículos los ritos de iniciación establecían la jura del neófito con una mano sobre la Biblia pero el Gran Oriente prefirió hacerlo sobre el Corán que es también libro sagrado para la masonería.
A mí, a todo esto, no me cae mal este Moratinos. Es un tipo listo, diplomático de carrera, que regala puros, que habla a la perfección el hebreo y el árabe, dos idiomas que, siento decirlo para nuestro gobierno, son los que deberíamos estar aprendiendo los españoles en régimen de crash courses empachados como estamos de inglés, francés - aquí sigue siendo de buen tono entre las mejores familias enviar a los chicos al Instituto Goethe o a fregar platos a Londres- y como venimos padeciendo un cierto complejo de inferioridad se nos dan muy mal los idiomas.
Los idiomas han de hablarse desde el pedestal de la superioridad y del poder. Entonces es cuando se aprenden. Por ese conducto y sin demasiados arrequives ni espasmos nuestros antepasados del XV y el XVI se dejaban entender en algarabía. ¿Dónde se han metido nuestros grandes arabistas? Que vuelvan. Los necesitamos. En ello nos va el futuro. La vida acaso. El inglés es fácil. Yo lo aprendí en la cama o leyendo el Daily Mirror. A D.H Lawrence y a Somerset Maugham, por las mañanas; mucha prensa de bulevar en la tarde; y algún que otro bailongo de Picadilly por las noches. Se domina al fin la lengua de Chespi amando, sufriendo y atiborrandose de novelas de seis peniques. Tú por eso no sufras.
Mas, a lo que iba: me cae bien este Moratinos, contra lo que por ahí propala la derechona, y creo que lo puede hacer bien. En cuanto a todos esos simbolismos y signos de reconocimiento de la gacería masónica y planchas en los que el fotógrafo sorprendió a los tres abajofirmantes del acuerdo de Madrid, de los que se hacen lenguas algunos - pulgar sobre pulgar, codo con codo, hombro con hombro, pies contra pie y rodilla con rodilla-, no sabría qué decir pues nunca estuve en una tenida.
Por lo visto anudarse el nudo de la corbata o atacarse los cuadriles en determinado momento para que los pantalones no caigan tiene toda una semántica gestual dentro del lenguaje de las logias. Uno se pone el compás y el mandil donde puede y donde le dejan; los hay que se lo colocan en el culo; otros tapándose las pudendas y la mayor parte sobre las orejas. De masones no entiendo mucho o por lo menos no tanto como el pobre don Emilio Mola Vidal, que fue cocinero antes de fraile como director de la DGS con la República y al que mataron precisamente por eso, por saber demasiado de logias y de sectas.
También se dijo que Franco la tenía tomada con los masones y que escribió un libro con el nick de Boor pero es posible que esta entrega por título de La masonería naciera del magín del almirante Carrero Blanco que ese sí que entendía, hasta pagar con la vida sus fobias a esa poderosa institución que tuvo un predominio indudable en el advenimiento de las Constituyentes de 1931 donde casi cerca de ciento cincuenta diputados del bloque republicano (Lerroux, Alcalá Zamora, Martínez Barrio, Fernando de los Ríos, Luis Companys, Portela Valladares, Roberto Llopis) eran latomos o albañiles del Gran Diseño.
Pero tampoco hay que olvidar que bastantes ministros de Franco y algún que otro militar africano, como Saínz Rodríguez, el general Barroso, Aranda, y hasta el nuncio de Santidad, el cardenal Cicogniani, según rumores por Madrid, fueron masones significados, algunos profesos del grado 33. Fue un grupo en la sombra muy poderoso en segundo lustro de los cuarenta. Este poder oculto evitaría que en los procesos de depuración a masones tras la guerra civil ninguno de ellos fuera fusilado.Son actas que constan en documentos del Archivo General de Salamanca, minuciosamente estudiados por una profesional de prestigio como es Blanca Desantes. Esta profesora creo yo que es una de las grandes autoridades en la materia y hábil conocedora de un tema tan delicado. Ello consta en las actas de los Tribunales de Represión contra la Masonería.
Alguien paró en su día de manera muy misteriosa los pies a Franco, un diletante en asuntos de masonería. Y desde entonces es cuando empezó a recomendar a sus amigos que “no se metieran en política” y a decir que él era sólo un militar, y que si no hubiese sido militar lo que le hubiera gustado ser en la vida era librero. Tanto le gustaba la lectura y tanta curiosidad sentía hacia estos temas. Su padre con el que nunca se llevó bien y su hermano Nicolás pertenecieron a las logias como es sabido.
Váyase lo uno por lo otro. Es la ley de las conversaciones tan importante en los códigos secretos de estas asociaciones que profesan fe en el Supremo Arquitecto, en la solidaridad, la armonía. Dicen que la patria del hombre es las libertad. Todo lo que sube baja y todo lo que muere vuelve a nacer. Tienen por teología el cartabón y la plomada. Su altar es una columna salomónica y simbolizan a la divinidad mediante un triángulo. Son materialistas a tope. Pagan los dineros de la viuda y acumulan montones de oro gracias a las plusvalías de la construcción. Para ellos el ladrillo es un verdadero sacramento. La masonería que vino a España desde Gibraltar está viviendo su mejor momento entre nosotros.
He de reconocer por mi parte mi nesciencia al respecto. La verdad es que soy lego en el espinoso asunto. Nunca fui aplanado (examinado) por ningún maestre, ni asistí a ningún banquete solsticial a pesar de que he escrito mucho a lo largo de mi vida profesional sobre la Orden del Temple, germen de la fraternidad universal por su culto a la sabiduría, la fuerza, la belleza y la virtud, lemas de la lodge sobre la creencia de que todo renace merced a nuestro esfuerzo bajo la mirada del Gran Arquitecto. Nunca he puesto mi pluma más que al servicio de las buenas causas. Allí donde fui siempre defendí a mi patria anteponiendo el bien común a mis intereses propios. Y así me ha ido. No se la vendo a nadie mi pobre pluma. Pero si pagan bien estoy abierto a cualquier oferta...
Además creo que la peor masonería es la blanca y esa está en el Vaticano. Dicen que es la fetén, la autorizada, aunque yo siempre la vi peligrosísima. Juan XXIII, si no masón confeso, es casi un secreto a voces de que estuvo a punto de adherirse a una fraternidad de Ankara cuando era nuncio apostólico. Las malas lenguas en Roma cuentan y no acaban que el éxito de comunicación de las masas de Juan Pablo II se lo debe a oscuros grupos que lo apoyan. El nombre de Cassaroli y del cardenal Bea, fautores de la Ostpolitik y del acercamiento a los protestantes en su día también llegaron a sonar como filocomunistas y filomasones,
Conspiraciones judeomasónicas a un lado, no me lo preguntéis a mí que soy ignorante, doctores tiene la Iglesia, dentro de la tristeza que me ocasiona ver el afán de unidad nacional que formularon los Reyes Católicos - y Gibraltar siempre fue algo perturbador, un lastre para hacer realidad esa aspiración pues era una espina que todos llevábamos en el corazón y ahora se ha transformado en una estaca- abocado a ser una nación en trance de fragmentación desintegradora, acaso unos nuevos Balcanes, no por culpa de los masones ni de los judíos sino de nuestra propia haronía, inconstancia, azoramiento, yo siento cierta honrilla profesional de ver que se cumplieron mis previsiones sobre Gibraltar. Lo que le dije a Fraga una vez ha ido a misa. Todo aquello se ha cumplido.
Tampoco habrá que echar en saco roto que es el cuartel general de las mafias del petroleo, del contrabando de oro, de la trata de blanca y de los negreros modernos, que traen en pateras como si fueran convoyes de ganado a advenedizos subsaharianos. Todos los ministros principales de la Roca tienen parientes en Marruecos por lo que forman un lobby temible en Rabat contra los intereses españoles. Esto es la grave y una de las razones por las cuales a pesar de todos los pesares hay que estar con Moratinos que es un buen diplomático que sabe lo que se hace y que ha tenido que someterse al diktat de Londres y a las conminaciones, no menos peligrosas, del monarca alauita. Mi país con razón o sin ella. Esa es la clave. Los que conocemos bien a los ingleses, que son inmisericordes e implacables cuando están en juego sus intereses, sabemos lo bien que se le dan a Londres las cortinas de humo y los chantajes. Straw ahora e estará fumando un buen puro y se beberá lo mejor del Vega Sicilia, el vino que más le gustaba a Churchill. Compró la añada del 27 que ha sido uno de los mejores vidueños del pasado siglo.
Son copiosas las retahílas. Mucho escribí sobre Gibraltar a lo largo de mi vida profesional hasta el punto de que bien podría arrogarme el título de pundit o experto en la materia. De aquella frase épica que cantábamos en los campamentos Gibraltar, Gibraltar, tú eres la espina clavada en el alma del pueblo español pasamos al Gibraltar no merece una guerra y, subsecuentemente, al pensar juntos. Ha corrido mucho agua bajo los puentes del Támesis y del Manzanares y es mucha la tinta derramada. Al final todo quedó en agua de cerrajas.
España abordó el tema adecuadamente en la Onu tomando el coro por los cuernos y al espíritu y la letra de estas resoluciones del Comité de Descolonización. Sin embargo, hacía mangas y capirotes de los dictámenes de ese organismo en tanto que tenía al apostadero en la zona alguna de sus fragatas o el destructor “Arlingham” y en aguas de la bahía desde su torilito izada la Union Jack constituía un aviso a los navegantes. Eso de mostrar el colmillo lo que en jerga marinera se llama showing the flag Inglaterra lo sabe hacer mejor que nadie. Es la política de las cañoneras a la que están acostumbrados en el Almirantazgo. La zanahoria y el garrote. Pero Franco ya lo dijo: “el Peñón no vale una guerra”.
La petulancia británica se hizo carne. Sin embargo, Castiella consiguió ponerles nerviosos. El cierre de la verja fue un golpe duro a la economía gibraltareña basada en el contrabando y en el blanqueo de dinero. Los llanitos pedían árnica, ponían el grito en el cielo y hasta hubo sus diferendos entre SIR Joshua – le llamaban don Salvador en su pueblo- Asan y el FO. El malestar sindical cristalizó hacia 1974. Recuerdo una delegación de los gremios encabezada por un tal Ellul. Nunca vi un sindicalista tan airado y diciendo en castellano pestes de los ingleses. Entonces sí que pensé que el pueblo español y el calpense estaban condenados a entenderse. La metrópoli se mostró cicatera en dineros con su colonia. También recuerdo al Duque de Alba de impecable terno, hongo y abrigo con vueltas de vellosillo sin descomponer el gesto – era más inglés que los ingleses mismos- caminando a pie desde Belgravia a Downing Street a evacuar consultas o bien a entregar notas de protesta.
Asistí a una guerra periodística por mor de Gibraltar. Cuanto más ponían el grito en el cielo desde Madrid los corresponsales británicos, Harry Sibelius del Times y Harold Sieve del “Telegraph” que escribían ferocidades contra Franco, nosotros desde Londres contestábamos a la salva con nuestra respectivas crónicas. Todo un duelo artillero, de palabras tan sólo afortunadamente, en el que Gibraltar servía de campo de Agramante. Recuerdo un despacho en el que me hacía eco de ciertas informaciones que señalaban que la zona de San Roque era un polvorín nuclear que me causó problemas. El teléfono sonaba a altas horas de la madrugada con frases obscenas, un desconocido quiso pegarme una paliza a la salida de un pub. Vi tipos extraños con gabardina merodear mi apartamento de Roland Gardens.
-Ándate con cuidado, Parrita- me dijo un amigo que bien me quería
-Mi país con razón o sin ella- repuse
I spoke my mind. Decía lo que pensaba Jamás en la Pyresa me tacharon un párrafo. Ni una sola crónica tuve censurada. It was my finest hour. Mi momento dulce. Nunca viví un tiempo de tanta libertad de expresión. Llegó Fraga a Londres y todo aquel gozo se acabó. Él era la información.
-Gibraltar, déjemelo usted a mí- me advirtió conminatorio.
Le dije que a mí los temas me los marcaba mi propia deontología profesional y las ordenes de mi director. Era Antonio Izquierdo Se puso hecho un basilisco. Había una guerra de clanes de Madrid y yo estaba entre medias. Tuve que pagar el pato. A pesar de todo y pese a las prohibiciones y advertencias de don Manolo yo seguí escribiendo sobre el asunto en mis crónicas hasta que un mediodía durante una comida que ofreció el embajador a los corresponsales españoles acreditados ante la corte de San Jaime después del ágape y en la sesión de ruegos y preguntas tuvimos un rifirrafe Fraga y yo, y me expulsó del comedor. Se estaba sirviendo una Cariñena estupendo y lo sentí más por el vino que por la tarjeta roja. También me quiso expulsar de la corresponsalía. Agua pasada no mueve molino pero lo pasé bastante mal. Menos mal a mi redactor jefe Francisco Martos Robles que me echó un capote. Para la colonia periodística en Londres – desde el embajador Sarmiento no había llegado un legado con tantas ínfulas- yo era el malo de la película the odd man out. Nadie movió un solo músculo por mí. Había venido con ínfulas de sucesor de Franco en la jefatura de Estado. Traía su propia cuadrilla. Su mozo de espadas era Carlos Mendo y a Pepe Meléndez le despertaba a las seis de la mañana para preguntarle si había leído los periódicos.
Entró en aquella plaza eufórico, rozagante. La calle es mía. Decían que tenía el Estado en la cabeza. Uno de los problemas de este hombre es que siempre ha sido el número uno en todas las oposiciones pues era un memorión pero las principales de su vida las perdió. No lo sabía pero los ingleses le estaban segando la hierba bajo los pies como lo haría luego Blair con Aznar. Los británicos son leche de cabra. En política carecen de amigos. Sólo tienen ambiciones e intereses. Consiguió hacer una buena campaña de prensa en los medios anglosajones pero el Time le dedicó una semblanza llena de mixtiones en las que se escribía acerca de él, que tenía “formas de sargento mayor”. Quería demostrar a los americanos y a los ingleses que era un verdadero demócrata a pesar de haber sido uno de los ministros más eficientes en el gobierno del general Franco.
Suárez andaría más listo. En cuanto a la política sobre Gibraltar que determinaría la apertura de la verja ha acabado en el cambalache Straw-Moratinos ya denominado Acuerdo de Madrid en virtud del cual prácticamente España renuncia a su soberanía.
Hemos pasado de una posición de fuerza cargados de razón como estábamos en los foros internacionales a ponernos de rodillas ante la mafia que gobierna la colonia británica. La calle es mía. Era un sargento mayor. Llevaba el Estado en la cabeza. Gibraltar déjemelo usted a mí. Fraga naufraga. Y este naufragio de Gibraltar se lo debemos a don Manuel. Lo malo de todo esto es que el fracaso en la recuperación de Gibraltar puede comportar el fracaso de la España de las Autonomías que también fue diseñado por el político gallego






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