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sábado, 20 de julio de 2019











TALAVERA. FERNANDO DE ROJAS. LA CELESTINA

“Por la Ascensión cerezas en Oviedo, y rosas en León”. Me largo en mi automóvil pa Talavera. El campo está encendido de flor y Castilla la Nueva, hermosa más que una novia. ¡Qué bella es España y más bella sería sin tanto político, sin busto parlante asomando la gaita por la pantalla del receptor de informativos que sólo dan malas noticias y asuntos que nos descabalgan, atemorizan y enajenan!
Larga  se desliza la carretera llana, dejamos a mano derecha los vértices tumulares del sistema ibérico… todavía nieve a las cumbres de Gredos.
Desde la lejanía me saluda con su birrete cano, a causa de los hielos perpetuos, el Pico Almanzor (4000 m.)
Talavera, umbría fértil, verde valle, presenta algunos lugares amurallados a la vera de un sotillo como Oropesa donde se santificó el Beato Orozco agustino y tenía abierta una gran Casa la Compañía de Jesús porque desde dicho convento reclutaban a los misioneros que enviaba el Padre General de misioneros a las colonias portuguesas.
Lisboa era todavía española.
Esta es tierra de conversos. Santa Teresa visitaba con frecuencia Talavera donde tenía parientes que allí se refugiaron huyendo de la peste inquisidora.
Marcho al encuentro de Fernando de Rojas.
Acabo yo de leer su inmenso drama La Celestina escrita en el buen romance de cristianos nuevos que mezclaban el hebreo con el árabe y el latín y eran muy refraneros. Tambien mi querida Santa abulense patrona nuestra (Santiago y cierra a España me queda un poco a trasmano) era muy dada a los aforismos de corte popular y que se han instalado en el idioma hasta el día de hoy —lean mis lectores el libro que voy a publicar: Teresa la judía conversa parece que Dios me lo acaba de inspirar—, verbigracia: “entre los pucheros anda el Señor”, “A Dios rogando y con el mazo dando”, “muero porque no muero”, “la vida es una mala noche en una mala posada”, etc.
Que de mesones y de agrios mesoneros moriscos, de carros y de carretas, servía un rato la impávida sierva de Dios. Todo este acervo paremiológico le viene a la prosa castellana de los cristianos nuevos que eran muy gnómicos y sentenciosos por haber aprendido gramática parda en la lectura del Viejo Testamento y el Talmud.
España es el país del quijote y también de celestina. Realista y soñador y ahí nos las den todas. A don Quijote nos lo representan nuestros santos de la raza, nuestros conquistadores, algunos cuadrilleros de la guerra de la Independencia. A las celestinas nuestras comadres, nuestras queridas y comprensivas damas del amor furibundo y de pago.
Esas celestinas ofician ahora ante las cámaras de la televisión, pero no nos pongamos a predicarlas que la cosa no tiene arreglo ni enmienda del oficio más viejo del mundo.
Fernando de rojas es el creador de ese carácter nacional. La Celestina es el envés de Don Quijote. De Tragicomedia de Calixto y Melibea decía Cervantes: “libro divino si encubriera más lo humano”. La obra es patrimonio de la humanidad pues trajo una nueva concepción de la vida y el amor. Hasta 1515, cuando la escribe su autor, la mujer era considerada objeto de placer sexual y de doméstica de las labores del hogar, paridora y sometida al varón. Mero acto fisiológico. Calixto al tirarse desde una almena por su dulce Melibea demuestra que el amor es más importante que la vida incluso la muerte, aunque el tema no le perteneciera como original suyo; extrajolo de los dos amantes de Verona: Romeo y Julieta. Es el valor divino de lo humano.
Teresa como buena conversa trata de liberarla de esa esclavitud, trocándola en esposa del Amor de Xto.
Fernando de Rojas había nacido en la Puebla de Montalbán (todas las pueblas creadas por Alfonso X el Sabio durante la reconquista acogen a cristianos nuevos y tambien en las cinco polas asturianas más la Pola de gordón leonesa, quedan restos de costumbres hebreas).
Era hijo de padre judío, Garci González Ponce de Rojas, y de Catalina de Rojas, cristiana vieja. Estudió en Salamanca leyes y casó con Leonor Álvarez, tambien conversa y de la Puebla de Montalbán. Ejerciendo en Talavera como abogado. Ocupó el cargo de corregidor.
De su biografía poco más se sabe, al igual que de la mayor parte de los varones más preclaros que dio Castilla al mundo.
Falleció en 1541 y está enterrado en el convento talaverano de la Madre de Dios.
Parece ser que era bibliómano, como yo, apasionado de la lectura y legó en las mandas testamentarias toda su biblioteca a su mujer.
La sombra del gran dramaturgo se me antoja que me acecha este jueves de la Ascensión por las calles estrechas y enjalbegadas de Talavera de la Reina. Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión.
Se siente llegar -que algo refresca- la brisa húmeda del Tajo, allí donde columbró sus ninfas Garcilaso, mientras suben las brumas del Alberche, que se funde por la talaverana campiña con el Padre de los Ríos de España: Río Tajo.
Su nombre tiene que ver con el marfil muy apreciado por los césares al igual que la púrpura (ebora) de tantos asentamientos romanos: Ebora la portuguesa o York la británica (Eboracum) pero los historiadores encuentran en su toponimia el sufijo briga (fortín.) Unos decían que sí y otros decían que no y nosotros que qué sé yo. Cesarbriga la denomina Tito Livio y para los moros es Talabayra. Celebre por su cerámica y por su afición a la tauromaquia (un toro en la plaza de Talavera dio muerte a Joselito) y tambien por su heroísmo en la guerra de la Independecia.
Wellington derrotó aquí a Napoleón. En verdad su victoria quedó oscurecida por las barbaridades de la tropa que  saqueó la ciudad. Con lo que el nombre del gran general británico quedó empañado al declinar su heroísmo en el pillaje, la pecorea, y la violación de talaveranas. Es lo que hace siempre la soldadesca. Por acá se ven muchos rubios, debe de ser la herencia genética de los ingleses. Es, al menos, lo que dicen los anales.

En un merendero cabe la ermita de la Virgen del Prado mi señora y yo  hinchamos a comer chuletas y a trasegar el vinillo de la tierra que es áspero y cordial. Levanta el ánimo como me lo levantó siempre Celestina, esa puta vieja, alma de los refranes, con sus devaneos empapados de vieja sabiduría conversa.






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