SAMUEL BECKETT ESPERANDO A GODOT
Vuelvo por donde solía a leer a Samuel Beckett ídolo
literario de mis tiempos mozos y regreso a través de su prosa endemoniadamente
bella (tanto en inglés como en francés suma y compendio de perfecciones) a la
amada ciudad de Dublin orillas del Liffey una hermosa capital hecha a la medida
de los sueños escritores. Escucho el eco de la tonada de Molly Malone la alegre
pescadera que vendía ostras y chipirones por las calles. Beckett es un
compendio de aquel mundo en que todos esperabamos a Godot. Teatro del Absurdo,
novelas sin argumento. Era menester romper con las tres unidades de Boileau
para describir un tiempo nuevo. Se había muerto Dios pero la palabra seguía
brotando pura y cristalina de la roca viva que abrió Moisés con su varita de
virtudes.
En su obra este irlandés trasterrado que se hizo
escritor de fama en Paris nos habla de la incomunicación de los seres humanos,
de la soledad a la que se circumscriben sus personajes marginales: vagabundos,
pobres vergonzantes, ex convictos, putas. ¿Qué sentido tiene nuestra
existencia? ¿Para qué hemos nacido? Buena pregunta.
Beckett es un adicto a la droga del silencio en estado
puro. La flor de la castidad surge en la mayor parte de sus novelas (Molloy, un homenaje a la continencia y a la
soltería) y en sus dramas: Esperando a Godot todo un "tour de
force" metafísico. Murphy y More Pricks than Kicks etc.
Nació en Dublin en 1906 en el seno de una familia
protestante al igual que Bernard Shaw, Oscar Wilde y Yeats pero su obra va a
ser un complemento de la que nos legó su amigo y protector James Joyce, el
autor del "Ulyses" un católico que explica ese duende que tiene
Irlanda que se esconde en las burbujas de una pinta de "Guiness" bien
tirada y que brota en la maestría de un lenguaje, donde se demuestra que la
buena literatura de las Islas Británicas fue escrita por irlandeses. Humor
dublinés.
Recuerdo al respecto una anecdota que me contó un jesuita que hizo el noviciado en Dublín.
Una mañana llegó a confesarse un paisano que había andando por las tabernas de
la ciudad y se sentía arrepentido de sus excesos con el alcohol. Se arrodilló
ante un confesionario. El hombre lo vio abierto pero no se dio cuenta de que
dentro no estaba el sacerdote sino un obrero que ajustaba la rejilla y las
bisagras:
--- Toc. Toc. Ave María Purísima
--- Father Murphy hear me in confession?
--- What do you want?
--- Declare my sins to God Almighty
Desde dentro de la cajonera surge una voz estentorea
que deja cuadrado al penitente:
--- Fuck off. I am only the carpenter (vete a tomar
vientos, que yo sólo soy el carpintero)
Esta escena surrealista parece entresacada de
cualquier drama de Samuel Beckett.
Martin Esslin en su libro sobre los existencialistas
dice que en Paris despues de pasarlas muy estrechas sin trabajo sin techo y
durmiendo en los bancos de la margen izquierda del Sena aquel joven irlandés, que quería ser
escritor, fue acogido por Peggy Guggenheim la famosa mecenas neoyorquina que
brindó refugio a Orwell, Hemingway, Miller, Dos Passos y el propio Joyce.
Llegó incluso a enamorarse de él pero Beckett era un
brillante mozo evasivo profesional de la apatía que necesitaba varias copas
para arrancarle una palabra. Era un indeciso y esa indeterminación la refleja
en su primera novela "Molloy" editada en 1938 bajo el mecenazgo de
Peggy Gugghenheim aquella hebrea generosa y riquisima.
Los entendidos señalan que Celia la protagonista del
libro es la propia altruista pero que el pobre Molloy no se determina a asumir
sus responsabilidades amorosas. El personaje no quiere ataduras. Desea vivir su
vida sin responsabilidades. Pero vivir
es dudar. Molloy es un antiheroe sumido en el marasmo de la duda.
Profesa ante la vida una actitud estática compás de
espera aguardado la llegada del Altísimo pero ese dios no viene nunca. Sólo se
encuentra en nuestra cabeza. Dos vagabundos Vladimir y Estragón se entregan a
sus soliloquios. No hay acción en el drama. Ambos practican la filosofía del
Estilita y con su elocuente silencio promulgan un nirvana. Es el ser y la nada
convertido en teatro. Autismo en estado puro.
Este teatro del absurdo muy popular en los medios
intelectuales de mediados del pasado siglo hoy ya no se presenta pero el
mensaje sigue vigente: la incomunicación de los hombres nacidos para la muerte,
la falta de sentido de todo esto, la degradación del lenguaje, cuando
desaparecen los mitos sagrados, el peso de la masa y la enajenación del
individualismo, la soledad en medio de la multitud, los clichés de nuestros
prejuicios mentales, ausencia de entendimiento del animal racional. Ha muerto
Dios pero ha nacido el Superhombre.
El existencialismo y todo el teatro del absurdo pivota
en Nietzsche. Sin embargo, la profecía, examinada al trasluz de los
acontecimientos de 2016 es un augurio fallido. Han regresado al planeta las
guerras de religión. El dios del Islam aparece vivo y coleando y con ganas de
guerra, mientras una Europa decadente y arrasada en sus principios deshoja la
margarita, pareciendo abocada a someterse a la cimitarra fundamentalista que
acabará nuevamente con Sodoma y Gomorra.
Es el Dios verdadero el que está en la encrucijada el
de los cristiano, nunca los otros dioses ni los demas mitos mientras por acá
seguimos esperando a Godot con la libertad y pureza de pensamiento que nos
enseñó este escritor irlandés tan austero y tan evasivo. Guiados de su mano
sigamos esperando a Godot en medio de esta situación surrealista en que vivimos.
lunes, 25 de abril de 2016
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