ARTHUR KOESTLER UN EPÍLOGO
Antes de extender la perezosa – así se llama en Asturias la mesa de la sala donde sólo
se come en las ocasiones- para la Cena de Nochevieja no quiero despedir a 2005
sin un recuerdo hacia Arthur Koestler cuyo centenario ha pasado casi
desapercibido de los medios. El “Lobo estepario” no entra en los baremos de lo
políticamente correcto antes bien su obra, la de un periodista maravilloso y la
de un novelista con garra introductor en el mundo parisino del bestseller y del
román verité con esa inmensa obra de
calado profético en que a través de toda esa pasamanería de la utópica ucronía
de los novelistas ingleses de avanzada [Orwell, Huxley, Marshall, Pinter, Shaw,
todos ellos hijos literarios de Jonathan Swift], El cero
y el infinito hace una llamada de advertencia al mundo para recordar que la
libertad es un bien escaso y siempre amenazado tanto por los totalitarios de
izquierda o de derecha como a los que a sí mismo se denominan “regimenes de
libertad vigilada”.
También Koestler era judío. Y un húngaro. Un
centroeuropeo entrañable y contradictorio al que no le gustaba a él, que había
sido un luchador contra Hitler y Stalín
la América de MaCarthy la de los “rojos debajo de la alfombra” y se vino
a Europa y se instaló en Londres. England made me. En verdad que no ha habido
otro país más libre en la tierra que aquella que surgió a partir de la gran
huelga del carbón, la de Superman y de Big Jim, la de Harold Mac Millan y
Wilson, Ted Heath, Lord Callaghan, la que va desde el Festival de la Luz de
1957 hasta el terrible advenimiento de la Dama de Hierro esto es 1977. Veinte
años, cinco lustros maravillosos. La de los Beatles, Carnaby Street, Twiggy, y
los grandes humoristas de la tele como Dick Emery, The Two Ronnies, los Monty
Pythe, Benny Hill, Jesucristo Superstar.
Fiel a su compromiso con la verdad, quemó varias veces
a lo largo de su vida las filacterias y
rompió carnés. Por ejemplo, fue un desencantado del sueño sionista de Ben Gorrión.
Después de morirse de hambre en Palestina y de haber cantado la “Hativka” con
los primeros pioneros colonos dijo que el Estado de Israel no es más que un
grado de conciencia y de libertad, no un espacio físico ni un país imperialista
como los demás. Ha de ser el imperio de la razón. Su familia había conocido los
pogromos de la Europa del Este y él mismo había conocido sobre sus carnes qué
es la persecución, qué es la angustia, qué es el medio. “Nuestros sufrimientos
no nos dan derecho a asumir el papel de verdugos después de haber sido
víctimas”.
Las fuentes que manaban leche y miel de la Tierra
Prometida se secaron por el camino, la nata se aceda y la miel se la han comido
los burros. Esto ocurría a fines de los años veinte y está constatado en su
magna autobiografía Flecha en el azul,
uno de los mejores libros de memorias escritos en el siglo XX.
Hambriento, descalzo y en arambeles, retorna a París y se afilia en el
Partido Comunista. Allí escala puestos y llega a ser uno de los hombres de
confianza del Kommitern al que se confía la dirección del departamento de
relaciones internacionales y de propaganda. Todavía escribía en alemán y en
yiddish pero era capaz de hablar y escribir correctamente diez idiomas. Así que
este cosmopolita en andrajos va a dar la medida primero de un perfecto
revolucionario, muy ardido en las artes del agitprop para en los últimos años
de su existencia convertirse en un gentleman. ¡Qué metamorfosis! ¡Qué gran
transformación! Claro que era un húngaro que venía del Danubio el río de Kafka
y curtido en las lides del psicoanálisis. Renunció a la carrera de médico por
el periodismo pero siempre los temas de la psicología y de la parapsicología
colmaron su interés.
Koestler fue colaborador de Stalín, conoció el
surgimiento del nazismo en las tabernas de Berlín. Fue corresponsal de guerra,
pornógrafo, cartelista, publicitario y espía. Su participación en la guerra de
España adonde llegó primero como agente del Kommitern que le ordena cuando el
gobierno de Azaña se traslada a Valencia que se incaute del Archivo del
Ministerio de Exteriores, orden que cumple el interesado pero sólo es capaz de
recuperar algunas cartas de amor, según dice, del bueno de Lerroux conocido por
sus inclinaciones donjuanescas y sicalípticas, que era el terror de las
secretarias, y que había convertido su coche oficial que siempre rodaba con las
cortinillas echadas su nido de amor. La peripecia de alcanzar Valencia por
carretera desde Madrid con todos aquellos papeles en el capó tampoco es manca.
Luego vino como corresponsal del News Chronicle
londinense. En la toma de Málaga es aprehendido por los italianos. Cuando
estaban a punto de llevarlo al paredón aparece su deus ex machina, Luis Bolín,
un antiguo corresponsal en Londres, jefe de información y propaganda de Franco,
que lo libra del linchamiento. Es juzgado y condenado a muerte en una cárcel de
Sevilla donde pasa tres meses. Ya iba a
ser fusilado al amanecer en compañía de García Atadell, temible facineroso del
Madrid chequista y rojo que se había especializado en las sacas de madrugada
con sus Brigadas del amanecer, cuando llega una disposición del Cuartel General
del Generalísimo decretando le sea conmutada la última pena por la de canje con
la esposa del Capitán Haya famoso aviador del ejercito nacionalista.
Las buenas estrellas a veces se apagan y fenecen pero
en este caso la Estrella de David que acompaña a algunos hijos de Israel, los
verdaderos judíos, fue un resplandor invencible que le rescató de las garras
del león varias veces. Algo misterioso y que he constatado a lo largo de mi
vida. ¿Tiene esta gracias algo que ver con los salmos que tanto me embelesan a
mí? El hecho cierto es que Koestler salvó de una forma prodigiosa. A los espías
bien lo sabía él no se les condecora. Se
les paga o se les fusila. En todas las guerras es así. Otra alternativa no existe. Espía que es
cogido se convierte ipso facto en carne de paredón. ¿Entonces por qué Koestler
se libró siempre y cuando era la segunda vez que lo cazaban? La primera fue en
Sevilla. Vino a hacerle una entrevista a Queipo de Llano habiendo obtenido un
salvoconducto en Lisboa de Nicolás Franco como enviado especial de un periódico
de Budapest pero en el bar del hotel es
reconocido por unos alemanes como el gran agitador comunista y espía del
Kommitern. Cuando aparece Bolín en el bar Arthur sale corriendo y se pone en
franquía huyendo en automóvil a Gibraltar. “A ese perro judío le voy a matar
con mis propias manos” dijo Luis Bolín. Nunca cumplió su promesa y eso que no
le faltó ocasión.
Fui uno de los pocos periodistas españoles que lo
entrevistaron. El autor se negaba a hacer entrevistas y menos a los españoles.
Yo llevé a Koestler sin embargo a las páginas de ARRIBA. Fue muy curioso. En su artículo dominical en el Observer despotricaba contra Franco. Sin
embargo, cuando me recibió en su casa de Knigtsbridge después de unos tragos y de los cigarrillos
españoles que le llevé (fumaba negro y era un fumador empedernido) me confesó
que a pesar de los pesares al régimen de Franco le debía la vida aparte de
haber sido uno de las causas remotas de su triunfo en literatura – “El cero y
el infinito” está basada en su experiencia en la cárcel de Sevilla, es una
alegoría del GULAG y le daría a ganar mucho dinero- y que cada vez que alguien
le mentaba el nombre de Luis Bolín, aquel periodista monárquico que escribía en
el ABC, sentía complejo de Estocolmo. Un cierto rebufo. Una mezcla de odio
entreverado con cierto afecto agradecido por encontrarse vivo gracias a él.
Don Arturo me pareció un ser enigmático. Elegante con
una chaqueta a cuadros, corbata de sirgo, bien hecha la raya en una cabellera
densa, ojos melancólicos y rasgados pómulos magiares y esa cara de pergamino
que es el rostro de algunos judíos que he conocido como Golea Meir. Y lo que me
dijo en aquella entrevista me ha llevado a reflexionar sobre lo ocurrido en la
guerra de España. Lo importante que fueron los ingleses en la preparación,
gestión y desarrollo posterior del conflicto.
Franco formó parte de la delegación española en los funerales de Jorge
VI y le encantó Londres. De allí salió el Dragon
Rapide que se hizo a la vela en el aeródromo de Croydon. Y también Orwell,
Philby, Bruce Marshall, Jack Jones con todos sus brigadistas de las TUC y
también algunos simpatizantes de Chamberlain que se enrolaron en la legión o en
las columnas del coronel Castejón. El Foreign Office jugando siempre a dos
barajas. De esa forma los ingleses nunca se equivocan.
Desde luego sin la presión del espionaje británico
(Bolín pudo ser perfectamente un doble agente) a Koestler no le hubiera salvado
ni la caridad. Lo hubieran fusilado en compañía del ínclito García Atadell.
Para estudiar este misterio hay una frase esclarecedora There is more than meets the eye. De otra forma, hay misterios que
el ojo desnudo nunca podrá abarcar. Y el de nuestra guerra civil es uno de
ellos. Ahora se está tratando de dar otra versión. Los vencidos de entonces
merced a las artes de la propaganda y del agit prop que inventara Koestler
aparecen como los vencedores y los franquistas los malos de la película.
Sin embargo, en estos tiempos oscuros de
tergiversaciones y manipulaciones la figura de este escritor para mí uno de los
más grandes del siglo XX por encima de Canetti, de Sastre y de otros muchos
como ese perulero Vargas Llosa y toda esa patulea de novelistas proclamados a
dedo y por designación resplandece señera por su compromiso con la verdad. Por
la honradez y por la congruencia con sus principios. Un hombre que tuvo agallas
para decir que no al Fascismo, al Comunismo y al Sionismo, los tres grandes
movimientos políticos e ideológicos del siglo XX es mucho Koestler. Su memoria
sirva de faro y guía a nuestras conciencias.
Guardo una carta suya pero no lo volví a ver más
después de aquel encuentro en su piso de Kensington en 1973 y que compró con
las ganancias de su primera novela. Se acababa de casar con Cintia. Como buen medio
europeo la idea del suicidio ronda su obra. El que en Sevilla le hizo un corte
de mangas a la muerte se había intentado suicidar en París abriendo la llave
del gas pero en ese momento se le cayó de la estantería un grueso volumen del
Quijote que le hizo abandonar su decisión, y una segunda en Lisboa con unas
pastillas que le había enviado Walter Benjamín, su amigo, pero la robusta
naturaleza del escritor resistió a la triaca, tuvo una tercera vez. Y a la
tercera fue la vencida. Se mató junto a su compañera Cintia. Otro pacto del diablo como el que orquestó
con Walter Benjamín, su amigo y camarada. Esta vez el gas fue fulminante y
sobre su frente aquella estrella davídica que siempre fulgió firme se
oscureció.
La obra de Arturo Koestler es ahora ninguneada pues no
les interesa a las Fuerzas Oscuras que salga a la luz pero para las
generaciones venideras será un álgido referente. FELIZ 2006.
Miércoles, 28 de diciembre de 2005
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