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miércoles, 4 de enero de 2017


Apreté la túnica sagrada contra mi pecho. Sentía un calor extraño en mi piel, cierta paz interior. La pena y la alegría a la vez bañaban mi rostro en lágrimas. Una fuerza enorme me sujetaba a la tierra y no era la superstición a la cual tan aficionados somos en Roma sino algo que estaba por encima de los dioses mismos. Los decuriones nunca lloráis pero mira mi cara. Estoy llorando. ¿ Quién es tu capitán? Se llama Manlius  Británicus ¿En qué legión militas? La Victrix o séptima. ¿Ala? Tercera. ¿Mano? Siniestra. ¿Manípulo? El de los honderos mallorquines. Está bien. Puedes retirarte.
Aquella prenda de abrigo despedía como una fuerza que en lugar de venganza pedía perdón, que sustituía la turbación por la quietud y exhalaba ese perfume de olíbano que poseen todas las cosas santas. Hasta incluso creo que me inhibía de mi vehemencia, una característica por la cual yo me había significado en el destacamento. Era yo de los de aquella milicia que no da un paso atrás. Ahora estaba sobrecogido ante mi propia mansedumbre y a mi capitán Britanicus le ocurría tres cuartos del mismo puesto que iba de aquí para allá como alma en pena repitiendo un adverbio de modo: “cunctancter”.
Bien sabrían nuestros enemigos que esto no era lo normal pero al contacto con semejante “praeda” espiritual algo se movía dentro del corazón de nosotros mismos. Algo estaba pasando. Semejante transformación no entraba dentro de los prolegómenos de la casuística y de la estadística con que nos marca el destino a los hombres. Venimos el mundo a ser uno más y a observar una serie de comportamientos y de reacciones estándar. No te saldrás del camino, beiby pero la gracia lo puede todo. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué estaba pasando?
Este sentimiento de amistad y de tolerancia hacia nuestros semejantes y que no era lo normal formaba parte del legado un mandamiento nuevo os doy. Era su parte esencial. El testamento del cenáculo: el amor, el perdón a los enemigos, una píldora muy difícil de tragar para un decurión como yo que recibe el estipendio de la Legión Invicta. Esta noche se ha producido un verdadero milagro. Fue aquel cambio, aquella metanoia.


Llegaron refuerzos. Los conscriptos de la impedimenta que en las marchas caminan en la retaguardia arreando los onagros de abisinia porteando en las artolas de arpillera Britanicus trajo vino del Ponto jicáras enteras, orzas, picheles y yo creo que me bebí una crátera. Beber para olvidar. Consumid el fruto de la uva de tal manera que desaparezcan vuestros propios pensamientos y que vuestro ojo desvaríe así que no pueda columbrar la ignominia de este día. Pronto había muchos bolongos. Sin embargo por lo que a mí respecta a pesar de lo muchos que bebía no me emborrachaba. El centurión aguantaba el que más pues se conoce que estaba acostumbrado al lúpulo de Eboraco. Nos mandaban de verdugos a perpetrar uno de los tormentos más ignominiosos en nuestras leyes penales

 

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