ARCADIA. ET IN ARCADIA, EGO
Parra-Galindo
Hórreos, cabazos y paneras, positos
y graneros alzados sobre sus patas de sílice o roble, con unas lajas o lanchas
que semejan un babero, mirando hacia el monte y desafiando a las cumbres de una
cordillera que llaman la Sierra del Viento. Sus vértices se asoman a la
cántabra mar que fue cátedra de los mareantes de Cudillero. A mi me nacieron en
Segovia pero soy pixueto y mi corazón falangista de tierra adentro entiende y
ama a esta tierra que por tradición y redaños siempre fue socialista. De hombres
recios y buenos y esto es importante cuando en Castilla ya no quedan hidalgos.
Solamente los cazurros de Delibes. Y los pijos de Valladolid.
Habrá que irlos a buscar, digo yo
y a lo mejor me equivoco, entre los muros de las casas blasonadas de las dos
Asturias las de Santillana y las de Oviedo. Sólo amando y entendiendo a estas
dos Asturias tan distintas se puede entender a las dos Españas tan recias, tan
bipolares. En la de acá llaman zapico y garabato a lo que los otros denominan
zoqueta y bieldo. No sé cómo llegue a esta región. De niño oír cantar una vieja
canción de arriero “No hay carretera sin barru nin prau que no tenga hierba” y
rodando en los radios y cubos de mis ruedas y a veces casi a punto de perder el
tentemozo y nave desarbolada y sin timón amuré en este pantalón maravilloso de
mi destino. Todos mis sueños se encierran en este monte y en esta panera. Esta
panera está en la cuesta según se sube de la mar toda de Artedo y era un paraje
para recobrar el aliento porque la varga desconectaba el anhelito y el paisaje
por arriba y por abajo quita la respiración. Tira pálante. No tengas miedo de
perderte por estos recovecos. Aquí yo he sido feliz. Et in Arcadia ego.
A la izquierda queda una casa con balcón que
llamaban el palacio de los Fierros y una bandera española flameaba vigilante
sobre las dunas y médanos de la Concha Artedo. Un poco más allá, el restaurante
Mariño, uno de los hospedajes mejores de España que a mí me recuerda felicidad
y rostros de los que se fueron: mis compañeros de tute, o de brisca bajo el
emparrado de los tamarindos a los que Santiago mi buen mesonero pixueto amigo
silencioso y elegante dio forma de pérgola. Y allí junto al rumor de una fuente
pasé veranos de felicidad. Añoro el recuerdo de Amado el labrador de Lamuño, de
Suso el minero el hijo de la Madreñera, que hizo la guerra en el frente popular
y que poco antes de morir llamaba a voces a Gabriel Tuya que peleó en el otro
bando y fue su amigo fiel, su benefactor. Le ayudó a arreglar los papeles cuando
Tuya estaba en el Instituto Nacional de Previsión y estas cosas en Asturias
donde la gente suele ser muy agradecida y cabal nunca se olvida.
-Tuya, Tuya, ¿como tás? guajin.
Mañan muero caguen mi mantu.
-Que vas a morir tú. O. Mala
hierba non la espicha.
-Sí. Sí. Esta vez sí, Gabrielin.
tenía mucha silicosis en los
pulmones el probin. Y plomo y metralla de las balas de aquella puta guerra.
Benito el guarnicionero era
tambin de la terturlia, mi cuñado Jorge Isoba, uno de los pocos amigos que
siempre tuve. A este balcón del Cantábrico se asoma el tren en difícil
equilibrio pero los viajeros nunca tuvieron vértigo de ver las olas, cuando
pasan, a sus pies lamiendo el acantilado. Bosques de alisos, abedules. Ese no
es el monte Pascual ni la Rondiella. Es el monte Tabor donde Cristo se
transfiguró Ese que se ve ahí era un monte sagrado de los celtas pero fueron
talados y quedaron los pinares muy enhiestos y sorprendentes. Y en una de las
estribaciones como un nido de raitán a mano izquierda está Faedo una aldea de
la que podríamos decir llevados de la pluma genial de Armando Palacio Valdés la
frase homérica de “Et in Arcadia ego” y no queda más remedio que entonar ante
esta vista un versículo del Te Deum: “Montes et colles laudate Dominum” Que los
montes y collados adoren al Señor y si son asturianos que es el pueblo que
estuvo más próximo al paraíso –y al infierno porque es bravo y generoso y
singular pueblo, pero de pana rayada como decía mi pobre suegro y los de Gijón
son los del “culo mojado”- por doble partida. Siempre me he perdido y he
comprendido más la vida en comunión con la naturaleza por estas sendas y
vericuetos. Claro que soy sólo un poeta y el personal no está para versos pero
a las olas de la mar de Cudillero en esta noche del 29 en que termina un año
bisiesto que para mí está resultando muy bueno hoy desde mi ordenata las tiro
un beso. Olas que vienen y van y tras tiempos llegan tiempos. Me voy a fumar
una pipa.
viernes, 29 de febrero de 2008
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