VIDA ESTUDIANTIL EN ALCALÁ
Aquel día del 18 de octubre de 1508 amaneció sereno. La primera
campaña en dar los toques fue la del convento de Claras fundada por el gran
arzobispo Carrillo que dormía en un sepulcro labrado mitra yacente las cáligas
en punto y el perrillo faldero y su hijo bastardo Troilo a los que tanto quiso
el singular y vehemente prelado en estatua uno oraba y otro le lamía las
cáligas. Luego se pudieron a repicar en las trece parroquias y otros tantos monasterios
siguiendo el compás de la campana recia de la colegiala de los Santos Niños. Misa
solemne presidida por el gran primado concelebrada por toda la clerecía de
Toledo. Entonado que fue un Te Deum luego salió la procesión. Encabezaba el
claustro después del cabildo el primer rector el famoso doctor Ciruelo un
aragonés adusto y con mala leche, amigo de los libros y de pocas palabras que
venía de Daroca es villa loca la cerca
grande y la villa poco famosa por el milagro de los Corporales que leía
Teología (Santo Tomás, Escoto y la nominal) teniendo por ayudantes a Gonzalo
Gil y al franciscano Clemente Ramírez que como buen soriano parecía medio lelo.
En Artes lucía sus capisayos muceta y bonete de tres cuernos el burgalés Miguel
Pardo recién venido de la Sorbona. Su ayudante de cátedra era nada menos que Ambrosio
Morales padre del divino Morales. Antonio de Cartagena enseñaba medicina y sus asesores
eran todos de origen hebreo. Pablo Coronel un segoviano se encargaba de la cátedra
de Hebrea y fue el que vertió a esta lengua la Biblia Políglota. Esplendida comitiva.
Todo el registro entonaba el himno latino del Iste Confessor. Había muchas dueñas asomadas a las ventanas. Caballeros
y soldados descendían de su montura y ocultaban el filo de sus armas. Avanzaban
a sendos flancos de la procesión gente de la cogulla (frailes y monjes de todos
los colores y escapularios predominando los dominicos y los franciscanos pero
los que tenían predilección eran los pardos de la orden jerónima)
Corría una ligera brisilla desnudando a los olmos de sus
hojas. El sol comenzaba a calentar y los perailes, arrieros y aguadores se
quitaban la pelliza. Ante el convento de San Juan de la Penitencia la comitiva
se detuvo. Un acólito trajo el acetre y un diacono aportó el hisopo todo él de
oro macizo porque al cardenal que debajo de la seda y la purpura cardenalicia
siempre llevaba el sayal y el cordón franciscano le gustaba el boato del esplendor
litúrgico y el preste bendijo el ladrillo visto del claustro conventual que
tanto amaba. Hubo otra parada delante del monasterio cisterciense cabe el
palacio de la reina doña Isabel donde nacieron todos sus hijos y sus nietos
(Catalina de Aragón, Juana, el príncipe don Juan, Fernando de Austria etc.) y
allí los coros seguían con las estrofas del gregoriano. Se pedía luz y agradecimiento
conforme a la letra de la secuencia pentecostal del Veni Creator, iluminación para aquella alma mater que se iba a
inaugurar y que sería faro de cultura, de humanismo, ciencia, literatura y
humanismo en el viejo mundo y en el nuevo. Rotunda Alcalá, áspera y dura como
sus inviernos pero al propio tiempo dulce como los panales de ese gran colmenar
que era Guadalajara. Paladio de la cristiandad que luchó por el cetro y la preeminencia sapiente con Salamanca y
París, acérrima y tolerante a la vez, enclaustrada en sus silogismos pero
apasionada por la vida y comprensiva con los yerros de la conducta humana. El cardenal
mandaba soltar a los reos que iban a ajusticiar cuando los corchetes y
alguaciles acompañaban a los condenados a muerte la cara cubierta, maneados y
montados en un jumento cara atrás cuando pasaban estos siniestros cortejos
camino de las eras donde estaba el rollo. ¿Qué ruido es ese?... señor, un
hombre que traen a ahorcar... ¿Qué mal fizo?... decía que no había vida eterna,
hacer conjuros, comía pan cenceño jamás tocino y decía que al expirar todo se
acaba en el seno de Abrahán… robó hostias en una iglesia y las quiso profanar.
El buen prior descalzó las antiparras del libro que tenía
entre manos un enorme breviario un tenebrario en puridad porque era por semana
santa y recordando la fecha le absolvió de sus pecados. Hizo la señal de la
cruz desde la ventana… ego te absolvo.
-Dejad a ese hombre. Hoy es Viernes Santo.
-Señor, fue vuestra señoría quien por hereje lo mandó
colgar.
-Queda redimido por Aquel que disolvió nuestras culpas en la
cruz
Y en diciendo esto el todopoderoso primado de Toledo volvió
a sus rezos.
Bella Complutum. Campamento
y sancta sanctorum de la inteligencia y de la piedad hispánicas. Ignacio de
Loyola, Pascual Bailón, san Juan de Ávila, santo Tomás de Villanueva. San José de
Calasanz, san Juan de dios y otros muchos eclesiásticos que fueron orla del
misticismo y de las disciplinas sacras. Sus aulas formaron misioneros,
doctores, obispos y aun curas de misa y olla como el cura de Argamasilla de
Alba el pueblo de don Quijote. La prez de nuestros literatos también paseó por
los soportales de la calle Mayor, escuchó
las campanadas del belvedere del cimbalillo de la fachada de la Universidad
de Rodrigo Gil de Hontañón: Cervantes, Lope Tirso de Molina, Calderón, Quevedo,
Jovellanos, el padre Mariana, Ambrosio de Morales, Melchor Cano, Francisco Suarez
y Jovellanos. Pero como detrás de la cruz está también el diablo en sus
recintos amurallado creció y aumentó un género literario inventado por los
españoles el picaresco con protagonistas tan destacados como Pablillo, Guzmán
de Alfarache, don Cleofás, el Estebanillo González cursante aquí de las
primeras letras de latinidad.
No hay ciudad en el mundo tan benigna, tan plácida y serena
que nos guste más y creo que esa misma sensación tuvieron aquellos centenares
de estudiantes que del privilegio de encontrarse en el cupo de sus 33 colegios
mayores como tordillos, sopistas, porcionistas, cadañeros y fámulos, los que
gozaban de habitación propia hijos de los grandes de España, bastardos reales o
de obispos y arzobispos que en esto del celibato la SRI hacía la vista gorda en
la parada doctoral el día de San Lucas. Y a Alcalá putas que viene San Lucas. Y
ya volverán las palomas al palomar en cuanto haya grano que las echar. Y volvían
siempre. De allí a una semanas comenzaban las témporas de Adviento y a los más
de la estudiantina les hacían la corona y todos se ordenaban de menores (acólito,
exorcista, ostiario) y con la censura regresaban a sus pueblos. Algunos no
seguían la carrera sacerdotal y quedaban en simples clérigos de los llamados cacorros.
Acababa fray Francisco de cumplir sesenta años y se le veía
fatigado delgado como siempre y arropado en su esclavina de armiño (los rigores
de la observancia, las muchas horas de rodillas y las dormidas en el santo
suelo determinaron que siempre sintiera frío en los huesos) parecía una galga
en pieles pero incensaba e hisopaba con mucho brío y cantaba con buena voz.
Tras la misa y la procesión hubo cuchipanda en el
refectorio. En Alcalá no se tasaba el pan y a cada alumno le correspondía de
ración diaria un azumbre de vino (dos litros) lo que calentaba el cuerpo y
alegraba el coleto. Para celebrar la fiesta del santo patrón los latinos,
retóricos y filósofos, dicho el gracias agimus después de la comida que
consistió en perdices, queso, miel y soplillos con algo de carnero porque en
aquella universidad siempre comían bien los pupilo, se fueron de pispoleo y
dirigieron sus pasos a la calle Bodegones que era angosta y oscura llamada también
la calle de los Amores y por aquello de tras el vicio llega el fornicio iban a
visitar a las damas de toldo y arandela. Los más conformistas se aguantaban con
tocarle las tetas a doña Fronilde una asturiana que había sido ama seca de los
siete infantes de Lara pero otros más dispuestos con toda la testosterona en plena
ebullición pasaban a mayores con un poco de suerte. ¿Y a la hora de pagar? No se
hable de dineros entre caballeros porque la mayoría andaban a la quinta
pregunta y suplían la flacidez de su bolsa con el ingenio. Los rectores y
prefectos de San Ildefonso tenían estatuido a instrucciones del propio cardenal
que austero para sí y flagelante de sus carnes era de manga ancha con tales
pecadillos no expulsar a ningún pupilo por haberse salido de picos pardos. Era cosa
de chiquillos. El castigo por borrachera pública: treinta azotes que se
sustituía por una noche en el calabozo de la cárcel arzobispal que aún puede visitarse
hoy extramuros de la muralla. No se puede ponerle puertas al campo ni domeñar
la fortaleza del instinto y a toda la tuna el cuerpo le pedía guerra. Así que
la galga en pieles el adusto serrano de Torrelaguna hacía la del gallego. “Non
vos preocupar”. La iglesia mostraba en el siglo XVI un carácter mucho más
humano y menos morboso. Lo pecaminoso ha llegado ahora.
Con lo que no quiere decirse que no hubiera mano dura, las
sisas, los gatuperios, las trifulcas con los alguaciles. Cuando aumentó la
población los estudiantes trajeron al corregidor Hernando de Zúñiga por la
calle de la amargura.
El aprendizaje era memorístico en buen grado. Los libros
estaban caros por aquel entonces y las sumas de Santo Tomás y las obras de Aristóteles
pendían atadas por una cadena a la puerta del aula magna para todo aquel que
quisiera iniciarse en las profundidades de la teología y la filosofía. La vida
tenía sentía, todo cuadraba, se hacían pocas preguntas y todo era como muy
alegre. Se aceptaba la brevedad de la vida, las acechanzas de la enfermedad,
las furias del amor breve y fugaz como canta el Gaudeamus igitur. Nadie se
complicaba demasiado la existencia. No se había inventado la radio, ni se leían
periódicos aunque el mundo de entonces era igual que hoy; estaba trabado de
guerras, tensiones y conflictos porque pocas cosas cambian en la naturaleza
humana
La vida universitaria comenzaba a las seis de la mañana. Una
campana en los dormitorios corridos tocaba a preces. Se lavaban como los gatos.
Algunos alumnos tenían que romper el hielo para este menester rompiendo durante
los gélidos eneros alcalaínos de una campana. Hasta los orines se habían
congelado. Lo corriente era evacuarlo en la privada, otros se llegaban a las
cuadras en el piso inferior donde las hacaneas de los profesores y las mulas de
los frailes ronzaban en los pesebres y los más despreocupados lo tiraban por la
ventana al grito de agua va. A esas horas apresuradas cuando los sacristanes a
misa van bien pudiera suceder que el líquido excremento rociase la cabeza de algún
domine desprevenido que acudía a su clase de Prima a las siete y media de la
mañana cuando por lo general no ha amanecido. Los gritos y los cagamentos del “bautizado”
se escuchaban en la misma ribera del Henares.
Las cuadrillas se organizaban en fila india y se acercaban a la iglesia para
escuchar la primera misa salmodiando la oración de los cistercienses. “Iam
lucis ortus sidere, Deum praecemur supplices…”
El desayuno consistía en medio cuartillo de aguardiente y
algo de cecina o botillo frito untado en pan blanco. Todavía no se había
inventado el café con leche.
Después de prima y la eucaristía conventual los educandos
tomaban dos lecciones más. Acabadas las clases, se rezaba el ángelus. Después de
la comida que transcurría en silencio a no ser en los días de fiesta cuando en
honor a un santo, a una onomástica o la conmemoración del triunfo en una
batalla para las armas cristianas.
Un lector leía desde el púlpito obras tan abstrusas como la
Vida de Cristo del Cartujano o el Kempis o algún tratado de san Agustín. Si se
equivocaba en una palabra o no daba la entonación conveniente el semanero lo
corregía y mandaba repetir todo el texto. Lectores poco avisados hubo que el
presidente los mandó bajar y tras humillarlos públicamente con un par de azotes
en el ñalguero sacados los colores y puestos de brazo en cruz se quedaron sin
quiete y sin comer.
La quiete o recreo era sagrado. Solía éste transcurrir en la
huerta. Se formaban grupos de diez cinco delante y cinco detrás y recorrían
todo el espacio del patio parlando de cosas espirituales las manos metidas
entre las amplias mangas de la loba o sotana avanzando unos hacia adelante y
otros hacia atrás lo que no dejaba de ser un excelente ejercicio. Jueves y
domingos y fiestas de guardar daban la suelta. Un ayudante del rector bajaba a
las aulas y decía: benedicamus Domino dando las clases por terminadas.
Era la hora de estampida y multitud de estudiantes irrumpían
sobre la ciudad donde solían hacer de las suyas. El alcaíno del que dicen
borracho y fino se echaba a temblar.
Las mozas en estado de merecer no abandonaban sus hogares
por miedo a la horda estudiantina que se abatía sobre calles, atrios y plazas
todos con sus capas sus bonetes y sus sotanas y la beca de distintos colores
que delataba el colegio mayor al cual pertenecían.
A la hora de vísperas ya estaban de retirada. Sonaba el avemaría y las puertas de los 33
colegios –este número recordaba los años que vivió el Salvador- se cerraban a
cal y canto. Tocaban silencio y había que recogerse en el estudio para preparar
la lección del día siguiente. Al ponerse el sol otra veces preces en la
capilla. Rezaban el rosario, se decía el “Nunc dimittis”, cantabase la Salve
seguida del Sub tuum praesidium y todos a la cama con las gallinas. El que
faltaba a retreta amen de un réspice severísimo era objeto de castigos
corporales o más de una noche en una celda de castigo.
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