CATORCENA Y EUCARISTÍA
No así los luteranos y la mayor parte de los conventículos protestantes. Ni por supuesto los judíos que no creen que Jesús fuera el Mesías. El dogma de la transubstanciación puso a España en pie de guerra con todo el norte de Europa. Lo mejor del teatro español se ciñe a los autos sacramentales, a las fiestas del Corpus, a las Cuarenta Horas a las que solían asistir los monarcas españoles sobre todo los Austrias y a los triduos y rosarios cuando al final se hacía la reserva, se cantaba el pange lingua gloriossi corporis mysterium, un himno compuesto por el Doctor Angélico en el cual la temática es que el Antiguo Testamento ha de dar paso al Nuevo.
Santo Tomás sabía bien lo que se decía. No hablaba a humo de pajas porque la Eucaristía es tema central de la teología católica.
Hoy por desgracia muchos de nuestros templos están vacíos o se cierran después de los servicios litúrgicos en evitación de robos y profanaciones o por falta de quórum. La juventud occidental se desentiende de esta tradición porque los desespañolizadores parecen haber alcanzado su objetivo y la desespañolización implica la descatolización gracias al poderoso influjo de los medios de comunicación hábilmente manejados por la masonería. Y la iglesia no ha podido o no ha sabido velar por este baluarte de nuestra fe que es la presencia de Jesús humanado en el sagrario. Ya no se hacen las tradicionales visitas y en Jueves Santo casi ni se recorren los monumentos.
En la ciudad de Segovia siempre fuimos muy fervorosos del Sacramento y todos los años por turno las catorce parroquias celebraban las fiestas de la catorcena en conmemoración de un milagro portentoso acaecido en la baja media que acto seguido narraré.
Eran unas fiestas de barrio, humildes, pero que conservaban el carácter carismático de la buena gente de mi pueblo. Alguna rifa, un poco de verbena, algo de tiro al plato, rifas y los caballitos tan tradicionales. El obispo de Segovia, don Ángel Rubio, ha hablado y no sin cierta razón que la catorcena ha perdido su prístino objetivo. Pero tales razones huelen un poco a puchero enfermo. Porque la tradición conmemora un hecho que hoy sería políticamente correcto y más cuando los munícipes y los nuevos quirites, los instalados de siempre, intentan de congraciarse con el elemento judío. Bueno en Segovia una buena parte de los que allí nacimos tenemos un origen hebreo – yo nací frente al Osario que estaba en el Pinarillo y observé cómo los hijos del pueblo elegido no llevaban flores a sus muertos sino piedras que son el símbolo de la roca de Israel- pero se produjo el bautismo o la conversión sentida o por conveniencia material de todos ellos. En Segovia fueron muy pocos los que se adhirieron al edicto de 1492. Es más fue muy notable el influjo de la conversión en la iglesia, en el ejército, en la magistratura e incluso en el movimiento comunero. Juan Bravo por ejemplo no era un militar como lo pinta su estatua sino un mercader de paños.
En 1312 (se cumplen siete siglos ahora) hubo un sacristán que entró en tratos con la aljama hebrea y un rabino que se llamaba don Caifás; a cambio de 30 cornados le pidió el copón del sagrario de la iglesia de San Facundo. El clérigo se lo entregó. El rabino y sus secuaces tomaron el pan bendito, prepararon un caldero y cuando estaba hirviendo arrojaron las hostias consagradas a la perola, que en lugar de quemarse- una de los de la cuadrilla era churrera- empezaron a elevarse con gran estruendo. Quedaron aterrados. La sinagoga se llenó de claridad. Tembló la tierra y por una grieta que se abrió en la cúpula la hostia desapareció, se alzó sobre el perfil urbano y fue a parar al convento de Santo Domingo donde leían la recomendación del alma a un novicio moribundo que comulgó de aquel viático y sanó. La helgadura milagrosa podía verse en el imafronte de la iglesia plateresca que hoy es universidad. No sabría decir si son hechos históricos o pura leyenda. Lo cierto es que tal acontecimiento dio lugar al establecimiento de las fiestas de la Catorcena que se remontan al siglo XIV. Una tradición que hemos mamado muchos segovianos de niños e inspiró la gran devoción al sacramento de tanto arraigo en la ciudad. Este tipo de sacrilegios y de crímenes rituales debieron andar en boga a la sazón como el del Santo Niño de la Guardia o de Santo Dominguito del Val, ambos, monaguillos, que fueron crucificados por los enemigos de la religión. Don Juan Manuel en el conde Lucanor habla de la venganza de un caballero cristiano que da muerte a un clérigo renegado en la ciudad de Granada. Hizo una pantomima de la misa en la mezquita. El propio rey moro absolvió al homicida por haber obrado en defensa de su fe.
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