capítulo 1:
Néstor Adaja
En vísperas de
san Antón, por los soleados días que culminan el fin de la pascua madrileña -
los buenos periodistas y los buenos profesores tienden a morirse por tales
fechas [Félix Ortega, Jack Tressey White, mi catedrático de inglés, Cirilo
Rodríguez también se fueron en este interregno de la post Epifanía]- dimos
tierra a Néstor Adaja de la Quintana, periodista, historiador, radiofonista,
escritor, un hombre en el pleno sentido de la palabra machadiana bueno. Los que
fuimos agasajados con su hospitalidad y su amistad londinense, pues tanto él
como su esposa Marcelina tenían puerta
franca para todo aquel que llegase a su pisito de Roland Gardens, el área posh
de Londres, en el corazón de South Kensington y la Old Brompton road, somos
fedatarios y contestes del albergue y
amparo con que nos acogía este abulense de pro, de raza hidalga.
Los Adaja creo que tuvieron casa
blasonada con torre acastillada de almenas y poternas, no desmochadas en
tiempos de los Reyes Católicos, cuando en Castilla se entablaron las luchas
entre la corona y la nobleza. A tanto postín llegaba este abolengo. Él mismo, por
su nobleza y sencillez, parecía un personaje que había saltado a la vida desde
las páginas de la Gloria de don Ramiro, la novela de Enrique Larrea
donde se trata por menudo este linajudo aspecto, este privilegio de casta que
mantienen los oriundos de la sede de san Segundo, la diócesis más antigua de la
península ibérica. Al hablar con él, tenías la sensación de estar hablando con
un infanzón.
Néstor era un godo por los
cuatro costados sin mezcla ninguno de razas. Ni moro ni judío, ni aljamiado
berberisco o tornadizo de los bandos. Godo como su tío Asterio. Y liberal y
condescendiente, pues esta liberalidad y comprensión, suelen ser norma del
carácter castellano, porque la acepción liberal no tiene en castellano el
sentido que tratan de imprimirla los “whigs”. Disraeli no había nacido cuando
en boca de romanos circulaba latino de “liberalis” en el sentido de noble,
ilustre, honrado, benévolo, prócer, generoso. Dios me libre de los liberales,
porque en España siempre ese término tiene connotaciones de sangre y la
libertad entre nosotros, para bien o para mal, expresa la idea de cadenas
tintas en sangre. No se la puede desliar del otro sentido dehiscente que posee.
Cuanto más clase y mayor abolengo, mayor llaneza. El que ha llevado - es
paradoja - gola toda su vida suele mostrarse sin engolamiento alguno.
Esa es la fija en un país que
parece haber perdido la rúbrica y el norte y se ha deshecho de la norma que
prevalecía. España se ha llenado de la noche a la mañana de nuevos ricos sin recato
ni compostura, y por contera se nos ha vuelto un país agraz, mal educado,
vulgarote, donde la convivencia deja mucho que desear y donde el mirar, se nota
al marchar por la calle, es punta de navaja. La vita bona, suscitados los
viejos rencores, se acabó. La vida aquí es un perpetuo dolor de muelas, por más
que haya dicho Abilio Tudela, el mandamás del bigotito que España va bien, que
mucho mejor la deja, según él, a como la cogió en el 96. No sabe este buen
señor que guarda un cierto parecido a Sagasta por lo del tupé y por haberse
convertido en bola de pingpong con la que alegremente juegan los
norteamericanos al ponte tú ponte yo y colocame allá toda esa gente que somos
globales, hemos ganado y ya no hay fronteras - los extranjeros entraron acá a viña
vendimiada mientras los españoles se sentirán metecos en su propio país; he ahí
el legado que nos lega este Sagasta del bigotito para que la historia lo
juzgue, pontelo ponselo, cuán solos nos dejas Marianito- se ha convertido en el
instrumento ejecutor de la frase del Guerra de que a España ya no la conoce ni
la madre que la parió.
No hay mas dios que Alá y el
Abilio es su profeta en democracia. ¡Qué asco de políticos! Es lo que pensaba
yo esta tarde cuando, acabada la misa de cuerpo presente por Florín en la
iglesia del Buen Suceso en la calle de la Princesa que tantos recuerdos alberga
de nuestros años triunfales: que la vida no guarda lógica; esto carece de ton
ni son, mas habrá que vivir e ir tirando como se pueda hasta que suene también
para nosotros la hora de nuestro funeral. Me fijé en una virgen pequeñita con
el manto bordado y el rostro dorado de fimbrias
indefinibles entre floreros, un creciente de plata bajo sus pies. La
verdad era que la talla representaba poca cosa. ¡Y para eso tanto bulla y tanta
hiperdulía!, pensé, sin que a mis solemnes observaciones la voz interior, otras
veces tan pronta, diera respuesta. Es el misterio del silencio del Cristo de
Dostoievski en los Hermanos Karamazov que encoge el corazón de los creyentes.
Me avergüenzo de mí mismo pero me asaltaron
las dudas sobre la presencia de este icono - acaso un ídolo- irrefragable en la
misa fúnebre sin cantos. ¿Esa virgen qué significa? ¿Quién es la que invocamos?
¿Acaso existe? Perdóname, Florín [hoy
entoné en el metro a voz en grito el “Dies Irae” en tu memoria] pero mi fe ya
no es tan consistente como cuando íbamos a misa de once a los servitas de
Fulham Rd. Los gélidos domingos del marzo londinense quedaron lejos y también,
una vez consumados los ritos y después de saludarnos en el porche aquel fraile
gordo irlandés que fumaba en pipa, el vermut en cualquier tasca de Cromwell Rd.
Todas las tabernas del entorno las conocía yo bien.
Y nos recibía aquel párroco, un
fraile irlandés con una gran barriga y siempre fumando en pipa mientras
controlaba a la grey desde el quicio de la puerta con una mano en el santo y
otra en la limosna. Han cambiado tanto las cosas que todo lo vemos al revés. En
un rincón había la talla de madera de un niño tullido cuya boca era un cepillo
y debajo una leyenda Contributions for spastics children Nos hicieron
dudar de lo más sagrado y ahora hete aquí que muchos vacilamos en la vieja fe.
Ha dado la vuelta a la tortilla. En el Vaticano el que impera es un papa
bastante rarito ¡Toma ya! Ya no veneramos la crucifixión. Nos ahincamos ante el
Holocausto y cualquier día de esto, al paso van las cosas, a Anás y a Caifás
los harán santos y los colocarán en una hornacina. Que hoy la blasfemia es un
instinto de poder y una palanca de popularidad. Queremos siempre, coño, andar
siempre en la machito, cimbrearnos sobre la cuerda, y los dedos se nos vuelven
huéspedes para que nos marque con el signo de la bestia de lo políticamente
incorrecto.
Hoy, Florín y Marcelina, ya no
es como antes; hay que andar listos. ¡Mira que nos espabilan a toda hora los
golpes de la existencia y aún no hemos aprendido!
Que me perdone dios y me
perdones tú pero ya no soy capaz de poner su nombre ni el de la virgen con
mayúsculas. Al funeral vino el edecán de don Walamboso el Tramposo, aquel
Néstor Goicoechea, que hoy es un jefazo en esto de la antropología periodística
del Diario Fibs qué tiempos aquellos cuando llegaba a tu casa a
pernoctar y decía que su mujer era tan fecunda que bastaba un guiño de su ojo
diestro para preñarla. Sólo un navarro
es capaz de eso, y de mucho más. Andále. Entonces no tenía un duro y ahora
millonario. Echále un galgo a ese superdotado que el cura estaba mejor armado
que un carabinero.
Yo me acordaba de algo que contó
este fray Néstor cucarro cuando dijo lo de si esto es civilización yo me vuelvo
a Estella. Lo dijo un navarrico, recién aterrizado en Oxford, ante una ciudad
que se paraliza y cierra sus bares a las diez de la noche y se rió mucho,
aunque lo que ha pasado en este tiempo no es para reírse. Oye, como se conoce
que había sido dominico. ¡Hay que ver lo bien que tocaba el órgano!
Ellos subieron, se han colocado
en buenos sitios, ostentan jefaturas y columnas, se han hecho respetables
mientras yo, desprovisto de un lugar al sol y de un sitio donde escribir y
publicar vivo en la ignominia y he de hacerme de pasar por loco para conservar
la prestamera oficiosa con la que se nos deja vivir a mí y a mi familia. Si
esto es civilización yo me vuelvo a Estella, amigo Néstor o fray Candil o como
te llames. ¿Me oyes? Tú también eres un buen chico y no te envidio. La
antropología da para mucho. Sobre todo, si se dice que el hombre viene del
mono.
Adaja te ayudó mucho y tú
estabas en su funeral, lo que denota tu buena crianza pero eso no excluye
nuestras diferencias políticas. No he venido aquí a entonar una palinodia en tu
honor. Me negaste que eras “Resmas” ese que escribe tan corto y tira con bala
en la tercera del periódico del Quico Big Face y que un día me metió un
viaje pues sabe mucho y conocía mi historia, mi hija extrañada y dijo cosas
infames de mí y estuve en un tris que no voy a por él porque por Helen luché
como un gato panza arriba. Pero no pudo ser. Con los ingleses hemos topado,
Sancho. Wall street y Lombard street son la gran pared con la que el destino
juega al frontón con nuestras vidas. Money. Money. Nosotros somos la pelota y
el dinero la raqueta con que nos juegan al pingpong. Lo dijo el banquero mayor
de estos reinos, el diego de Santangel en la Corte del Rubio: “Fuera de cuentas
lo de más son cuentos”. ¡Vaya un tío más materialista!
En fin corramos un tupido velo.
Lo de Estella a mi contrincante le hizo reír. No nos han fusilado físicamente porque no es democrático pero lo
harían si pudieran y aquí nos tenéis a nosotros, pobres pardillos, que vamos a
hacerles el rendibú y a besarles la mano, bailarles el agua, reírles la gracia
a nuestros esbirros intelectuales, y venga paripés pero sigo pensando en lo
mismo que el navarro, que si esto es civilización... No pude conseguir ver a mi
hija extrañada y que me arrebató el
destino con sólo dos años y cuya reconciliación fue uno de los propósitos más
importantes - y fallidos dentro de mis muchos fracasos- de mi vida.
Por lo visto el semen derramado
no es importante. Cae al desgaire en
cualquier remojadero. Pasó el sembrador e hizo de las suyas
caprichosamente. La simiente unas
germinan y otras no. Ocurre con esto de la genética como con los pimientos de
Padrón. Nos hemos pasado la vida esparciendo el grano a boleo y algún día otros
recogerán lo que nosotros desparramamos. No hay planes preconcebidos y sin
embargo nos decían que estábamos en el pensamiento de Adonai desde toda la
eternidad. Nos engañaban como a chinos. Ved a Adonai en lo que se ha
convertido: en un furibundo Alá por odio del Zeus trinitario. Sólo comprendo
las tres voces de Xto en el Calvario. Dios mío, dios mío por qué me has
abandonado. Yo canté esas tres voces cuando era diácono en la Passio mirando
hacia la parte de Aquilón, un desafío a los vientos siniestros de la historia.
El Salvador padeció sobre sus propias carnes este silencio divino en esta hora
occidua tanto nos aflige.
He sido expulsado del periodismo
y de la literatura. Sin embargo, no me rindo, amigo Adaja, pienso que tu jefe
Retentaga, el inspirador de Pación y esta república coronada con algo de cárcel
de Monipodio, y corrala de vecindonas donde se explayan terelus, anarosas
anacondas, y donde escriben periodistas que no saben hacer la o con el canuto
prosas monocordes, remedos del NYT, sigue siendo para mí un tonto en siete
idiomas. Retentaga era masón y su mujer le tiraba de la capa para que no
hablase con nosotros pobres españoles apestados fascistas una vez que fuimos a
verle a Oxford con ocasión de darle el doctorado honoris causa junto a Andrés
Segovia.
Que ahí me las den todas. Si
todo lo banalizan ,Florín , allá películas. Es su problema que diría Mariano
Primicias, otro de los grandes problemáticos de nuestros medios. Yo no voy a
comulgar con ruedas de molino cuando estoy a punto de cumplir los sesenta pues
no tengo tantas chaquetas en mi ropero como Carrozas Posmas al que veo ahora canescente y augusto
con aires de patricio con toga romana en las tertulias mañaneras del
Telepecado, el que dijo y yo lo escuché con estas orejas que han de ser pasto
de gusano al llegar a Londres que le recordaba a un campo de concentración y
ahora es anglófilo por los cuatro costados y advierte que hay que aprender
inglés para leer a Shakespeare y el que adulaba sibilino y lenguaraz a Gaspar
Pasicrates Tragaldabas, el gran sargento mayor de la política española, el que
tenía un estado en la cabeza y acabó transformando el Movimiento en movida, y
hoy le insulta puesto que acaba de escribir Carrozas Posmas que sus andares
parecen la cofa de un galeón navegando por mar arbolada pidiendo la cabeza del
fascistón -son sus textuales palabras- que se fue con sus lebreles a cazar
puercos a Galicia y allá oficia desde entonces dinosaurio del panorama
político, y que no se nos muere, le están echando en cara de que ocupa mucho
sitio. Jopé, Florín, ¿cómo es posible que pueda haber en este país gente tan
acomodaticia y con tanta flexibilidad de vértebras? Lo que hay que oír y más lo
que hay que ver para lucrarse el pan caer con buen pié y del lado siempre del
que manda. Aunque Posmas ya lo sabíamos era de por inclinación algo lechuzo y
lamerón. Siempre con el que manda.
El alzamiento cibernético no
llegó, como creíamos, con Heliogábalo el Grande atador de caballos. Lo ha
ejecutado Alcaparrón siguiendo órdenes estrictas de Supraba. Nuestra ministra
de exteriores, quien por cierto en Irán se tocó ese paño de oración islámico y
de acatamiento de su condición de menorragias, lo que comporta ciertos grados
de impureza de la naturaleza femenina ante Alá, el creador de la naturaleza,
que es el hilab y estaba que parecía la tonta del bote, se ha hecho la
necia novia de Colín Powell. Es una especie de chica para todo del Pentágono y
hasta parece que habla adrede mal el castellano pues piensa en inglés.
Manolo Trasver - manda huevos- lanza en las comparecencias
periodísticas euros al que le pregunte cuestiones incómodas sobre las armas de
destrucción masiva [¡cómo les gustan las frases de circunloquio rimbombante y
los eufemismos a los que llevan la voz cantante, con cuánta eficacia inflan el
perro!]. Esos engendros de destrucción
masiva, ojo al sintagma, porque estas palabras van a desencadenar una guerra en
Mesopotamia, estaban todas en manos del general Sharon y le cargan el muerto al
otro. Tiene bemoles la cosa. La mentira es el ama nodriza de la historia. Sión
no es más que un monte de cuyos vértices coronados de lava mana para todo el
mundo la agitación y la destrucción.
Muy bien para ellos la perra gorda.
Se nos han convertido en heraldos del Nuevo Orden. El bigotito de don Abilio
crece esquinado y se encrespa iracundo, lo que nos puede costar más palos
todavía que en el 98, hacia la parte atlántica, con tan mala leche como el tupé
de don Práxedes y con el cuento de hasta el último hombre y la última peseta
nos vamos a quedar sin un euro, no en la defensa de las colonias que ya no
quedan, sino del propio solar patrio desmembrado por el separatismo que ellos
siempre auspiciaron bajo cuerda. Sobre nuestra patria, querido Florindo Adaja,
flota siempre la sombra siniestra de la voladura del Maine.
Sorprende y hasta tengo por
sospechosa esta cortina de silencio que ha envuelto como un sudario de olvido
el óbito del pobre Florindo. Los neos del periodismo triunfal y galáctico que
nos circunda y que desparrama necrologías de personajes de escasa monta que
poco tengan que ver con la vida española - refritos en buena medida de los
papeles anglosajones- en esas secciones denominadas obituarios, un anglicanismo
equivocado del participio de futuro del verbo obeo para significar al
que ha de irse y también al ocaso, y que debiera de ser una necrológica o
necrológico en toda tierra de garbanzos. Don Walamboso el Tramposo flexiona los
elásticos de sus tirantes y prorrumpe en un canto al periodismo mendaz
exclamando:
-Yo daría media vida por una
buena historia.
Acérrimos son los tiempos que
vivimos. Han dado a todo lo español el pasaporte y han traído modos,
costumbres, mentalidades inglesas. Mas yo quiero entender que este mutismo
oficial, este silencio de tumba que circunda a todo lo que tiene que ver con el
falangismo, no ha sido a posta sino por exigencias del guión. Al fin y al cabo
los nuevos lebreles de la comunicación con su pan se lo guisen y con su pan se
lo coman. Nosotros no somos más que
gente del pretérito indefinido. En boca cerrada no entran moscas. Si la abres,
te llaman facha. O te esgrimen a los morros el argumento entre cachondeos de lo
de la “conspiración judeo masónica”. Que haber haylas pero eso es otra
historia.
Tempus fugit. Lo más duro para
nosotros es que la acusación de ser culpables de haber sobrevivido a nuestra
propia época nos arponea como un aguijón envenenado y nos transforma, por medio
de los complicados resortes de una metamorfosis social, en metecos en nuestro
propio país. Nos convertimos en esta tierra de garbanzos, envidiosa, con
complicaciones y ramales que nos conectan con un pasado furibundo y vengativo y
mucho retorcimiento mental, en ilotas no manumitidos en nuestra gleba nacional.
Sí. Ciertamente, gleba nacional. He ahí un buen título de novela.
Hemos cometido un pecado el haber nacido hacia
la mitad del siglo pasado y pesa sobre nosotros el baldón que se nos echa en
cara, una vez cambiada la historia, el “¿os acordáis de lo de cuando
entonces?”.
Nacimos bajo el estigma del
pecado original que nos lavó el bautismo y nos vamos a morir relapsos de
herejía y de franquismo, un pecado que por lo visto no se perdona porque los
del sanedrín democrático- separatista lo consideran afrenta contra el espíritu
santo y eso no lo borra en una sociedad donde las ejecutorias de hidalguía
fueron tan importantes agua lustral alguna. Va contra la urna. Va contra la
norma y va contra la horma de sus zapatos que ellos se han hecho a su medida.
Es atentatorio contra los derechos humanos. No me miente usted la bicha. Aquí
sólo se puede hablar de Franco de una forma. Mal.
Aquí hay una retentiva
asombrosa, rayana en la dismnesia para ciertas huellas de la retrospección del
inmediato pasado. Es una memoria viva para ciertas cosas; para otras, la
amnesia más absoluta. Aquí fusilan siempre los mismos, dada la gran
versatilidad ideológica y el cubileteo procaz de los que se pasan al otro
bando. Algunos se vuelven olvidadizos para lo que les interesa, mientras nos
extienden factura por cosas sin importancias y por eso en este país por un
tiquismiquis se puede organizar la de dios. Parece que siempre pende una espada
de Damocles.
Creo que, tanto los que
fusilaron al padre de Florindo, un militar de ingenieros, cerca del Escorial
cuando intentaba cruzar a las líneas nacionales como los que enviaron a su tío
don Asterio el de los libros al exilio, desposeyendolo de su cátedra y arrasando
su gran biblioteca, pertenecían, por signo opuestos, claro está, a una horda
idéntica.
A don Asterio, al que Adaja
llamaba cariñosamente “el tío de Buenos Aires”, algunos lo desenterraron para
quemarlo en efigie. ¿Cómo? Procediendo al descatálogo de su inmensa obra. Nadie
ha sabido interpretar con tanto tino las consecuencias de la invasión y
presencia islámica en España oponiéndose - la polémica fue de las que hicieron
época- al criterio de don Aquilino Desastres, quien, echándole harta
imaginación a la cosa, nos presenta la convivencia de las tres culturas como
algo armónico y enriquecedor. Desastres- ese fue su error mayor- confunde las
tres culturas con la escuela de los grandes traductores de Toledo.
No, señor. Protesta don Asterio.
No hubo tal. Las tres religiones monoteístas no tienen arreglo. El consenso
significa que prevalezca una de ellas sobre las otras dos y el que pacta con el
escorpión ya sabe a lo que se expone. El historiador abulense, republicano de
toda la vida pero de misa y de comunión diaria era acérrimo en la defensa del
credo de Nicea que postula en favor de
un solo Dios verdadero. Por el contrario, don Aquilino feligrés era de
la sinagoga y se irguió en fautor - mucho daño nos hizo- de la utópica
concepción de la España de las tres culturas que los historiadores
revisionistas nos meten ahora hasta por los ojos siendo así que es una idea
endeble y torticera, y, por supuesto, catastrófica para el futuro de nuestra
supervivencia nacional. Pero la repiten en cada telediario y pronto se
convertirá no ya en una verdad sino en dogma de fe según los criterios,
siguiendo la senda marcada por Goebbels, del pensamiento único al que
caminamos. Y el que no la acepte será expulsado a las tinieblas exteriores.
Para Desastres, el “tío de
Buenos Aires” era un hereje. Éste, que hizo mucho trabajo de campo y recopiló
datos sobre los mozárabes cuando era catedrático en Oviedo, con datos
fehacientes en la mano derriba el mito de la convivencia y la transigencia
entre moros, cristianos y judíos. Hubo períodos de tolerancia y más o menos
pero la recia pelea duró ocho siglos. El
Alcorán es la violencia en carne viva puesto que manda matar en nombre de la fe
y para el Talmud se mofa constantemente de los Evangelios, un religión cuya
práctica resulta más inhumana y difícil puesto que manda amar al enemigo y
volver la otra mejilla.
Paradójicamente, triunfó el
cristianismo, con todo lo que la religión romana arrastraba de la mitología
griega y del sincretismo pagano, de la
filosofía de Platón. Y tuvo que ser, puesto que no había otro modo, al filo de
la espada. Boabdil el Chico capituló y a los sacerdotes del Templo todavía les
están rechinando los dientes al comprobar que la gran masa de seguidores del
Antiguo Testamento se pasó al Nuevo. De ahí manan las fuentes eclécticas del
catolicismo hispano; del misticismo hebreo, la sensualidad árabe que deriva en
el pasionismo y del orgullo de casta godo. Florindo Adaja era un católico que
aunque más tibio que su tío Asterio, de comunión diaria en Buenos Aires, no se
perdía la misa de doce en los Servitas de Fulham Rd. Se sentía cristiano viejo.
Un verdadero hidalgo.
Según los postulados de la vieja
fe y de la caridad que ejercería sin tasa durante todo el tiempo que lo conocí,
una voz me dice que estará en el cielo acompañando a su padre el fusilado y
desde allá arriba todavía nos seguirá haciendo favores. Echame un capote,
Florín. Verdaderamente lo necesito. Que tenga piedad de nosotros y nos perdone.
A mí favores me los hizo muy grandes en un tiempo muy difícil para este humilde
corresponsal en mi llegada a Londres-. Gracias a su intercesión conseguí que me
alquilase la vieja el piso bajo del edificio de Roland Gardens que había sido
hasta hacía pocas semanas antes por un conde irlandés Count Kelly que acababa
de morir de cáncer de pulmón. Era rotario y caballero de la orden de Jerusalem.
Le seguía llegando propaganda en el correo de la orden de Malta y este detalle,
de conexión al Temple, marcaría un poco mi vida posterior.
Ocupaba yo la bodega, lo que era
la cellar, donde casas señoriales como aquella cuando Londres era una
corte en tiempos de Queen Victoria guardaban el vino en discretas habitaciones
con buen tempero en cuyas paredes se abrían una especie de nichos para
almacenar las botellas del buen Madeira y de otros vinos exquisitos Florindo y
Marcelina vivían en la cuarta planta por encima de la dueña, Mrs. Avisón, una
lady victoriana que se pasaba todo el día mirando por la ventana enfundada en
sus batas de cola con cuello de piel y rodeada de gatos de Angora y una sección
muy selecta de cuadros y de fotografías.
A tal respecto, era
impresionante el retrato de su hijo Lex que presidía el cuarto de estar y el
recibidor. El muchacho, piloto de la RAF, fue derribado sobre Munich el último
día de la segunda guerra mundial. El recuerdo del hijo muerto lo trataba de
olvidar la dueña con gin and tonics. La
verdad es que en eso y en otras cosas se parecía la dueña a la reina madre. Las
dos tenían afición al “soplen y marchen” sin que se les notara demasiado.
Únicamente en un tartamudeo fugaz se la notaba algunas noches. Dicen que el
alcohol es un conservante y a ella como a la madre de Isabel II las conservó
bien para que ambas muriesen centenarias.
Por encima de los Adaja vivían
dos mariquitas. La gran cuestión en el vecindario era saber quién de los dos
bujarroneaba y quién era el bardaje, en medio de los dares y tomares de la
política española, que entonces eran hartos, pues en Londres se cocinaría toda la transición con sus buenas dosis de
pacto, consenso y trapisonda, y nosotros nos tuvimos que chuparnosla - quiero
decir la transición- los corresponsales a fuer de no pocos sobresaltos y
disgustos. Aquel lance tuvo bastante de mariconería.
Hubo que soportar a Gaspar Pasícrates
el Trágala por otro nombre que entró arrollador y a viña vendimiada con un
talante superferolítico como si España fuese suya. A la embajada de España en
el barrio de postín de Belgravia acudían los peregrinos españoles de todo
pelaje, signo y condición, a ganar el jubileo. La democracia contractual, con
sus consensos y con sus guiños, estaba a punto de estallar como una guerra
civil, en son de revancha contra el Día de la Victoria. Faltaban pocos años
para el gran Hit Parade. Nos tocó bailar con la más fea. Me mandaron ir en el
caballito de feria. Aténse los machos por favor porque ésta va a ser de
agarrate que vienen curvas.
Había que poner del revés el
último parte de guerra dandole la vuelta a la tortilla. “Cautivo y desarmado el
ejército rojo, nuestras tropas alcanzaron sus últimos objetivos. La guerra ha
terminado”. Los vencedores de antaño, los pocos que quedaron con sus hijos,
indemnes al chaqueteo de aquel tiempo vertiginoso, tendrían que mascar el
polvo.
Un buen día la portera, Gail,
casada con Hughy, un escocés, nos deshizo el misterio. Se los había
confidenciado el limpiaventanas. Los limpiaventanas son los mejores cotillas de
ese país. Los del Hola con sus exclusivas ganarían millones asalariandolos de
jornaleros o de mamporreros de la noticia, que tome nota Rocainfiel y que se
alise los puños con gemelos, un windowcleaner es un sabelotodo de los secretos
mejor guardados y mejor pagados que son los de alcoba, pues son una clase de
gentes en Inglaterra que se enteran de los secretos de alcoba y tienen vista de
lince y alma de reporteros de la prensa del corazón aunque nunca cobran. Su
trabajo suele desarrollarse por las mañanas a primera hora y muchos hacen horas
extra los domingos cuando medio país duerme a pierna suelta después de los estragos
y batidas del sábado noche y cada oveja duerme feliz las dulces horas del
mondey morning, o está haciendo lindas cosas con su pareja.
Facilita esta labor de acusica o
testigo de cargo de los limpiaventanas el hecho de que en aquel país del norte
no haya persianas y las cortinas nunca andan echadas. Por lo cual muchas vidas
y poses intimas devienen transparentes. He is the bull, míster Parra,
me intimó el bueno de George, que así se llamaba el “window cleaner”,
al tiempo que me señaba con el dedo cuando los dos cruzaban la calle entre
risitas y contoneos a un individuo enclenque y bajito, creo que era
australiano, una ruindad de tío, el que menos me esperaba frente al otro que
era una fornido norteamericano de Kentucky que estaba cachas y aparentaba ser
el más macho. El esmirriado hacía de buharro portaestandarte mientras el mollas
era el arco de triunfo y pasivizaba. La vida está llena de contrasentidos.
La naturaleza con sus ganas de
jorobar juega estas malas pasadas. Nadie lo pensaría. Aquel tipo de Camberra el
toro, pues qué barbaridad, y el otro el yanqui que debía de ser modelo en la
revista Male epítome del
supermacho que lo había sacado varias veces en portada luciendo belfo y plexo
solar con los músculos fortalecidos por el ejercicio de la halterofilia y un
pecho con las dimensiones de la caja acústica de un piano de cola, era el que
tomaba, siendo el canijo el que daba. Oh, dear. Lo contaba Florindo con esa
gracia para contar historias que le había dado Dios y nos partíamos las tripas.
Por aquellos días vivíamos en la gran burbuja de champán.
Maricón el último. Bardaje quien
menos uno se lo esperara.
Gail era una cockney
castiza y tenía dificultades para pronunciar lenguas extranjeras. Con el mío no
tenía muchas dificultades pues ofrece vocales claras pero para mentar Adaja las
pasaba negras y así su haplología convertía el nombre del ilustre compañero en
algo así como Baraja. El interesado, con su paciencia infinita, todo lo
perdonaba.
Creo que fue una auténtica
gracia de Dios y una verdadera predestinación el haber sido su vecino y haber
andado bajos sus alas de protección en aquel señorial número 41 de Roland
Gardens, donde residió Paul Morand en una de sus visitas a Londres o por lo
menos hizo vivir a uno de sus personajes. Gail mantenía el edificio tan limpio
y reluciente que se podían comer sopas a la entrada.
Pero con decir esto no está
dicho todo porque allí rondaban fantasmas y tuvo fama de ser una casa
embrujada. Su centro de operaciones era la alcancía o “cellar” que ya he
mentado, precisamente el cuarto que me servía a mi de despacho para el télex.
Justo entre sus nichos vagaba el fantasma. Golpeaba muchas noches las paredes
con golpes secos y Gail dijo que después de morir había visto pasearse por el
hall al conde Kelly.
¿Quién era el conde Kelly? El
inquilino anterior que alquilaba el sótano que yo ocupé. Era un templario que
había ejercido de cillero en Escocia durante una vida anterior. Cuando murió su
segunda reencarnación pertenecía a la Orden de Malta y de hecho siguieron
llegando revistas y otra literatura varia a su nombre durante el tiempo que yo
residí en la casa.
Había instalado yo el télex en
la bodega. Dentro de unos nichos, un tanto fúnebres, que habían servido para
guardar las botellas de champán y las cajas de porto, yo tenía montado mi
servicio transmisor. Fue desde aquella mastaba de la información con cables y
clavijas en conexión con el gran mundo desde donde yo me creí el rey del mambo
y enviaba cada tarde despachos que al día siguiente se publicaban en cincuenta
períodicos. Nunca pude entender el misterio de la telegrafía sin hilos o de las
terminales de télex que conducían mediante una gran barloa bajo el océano
aquellos signos aporreados por mis dedos con golpe nervioso con la información
pertinente de aquel día y que colgaban la cinta en la sala de transmisión de
Pyresa a cuyo cargo estaba el bueno de
Cerro en el edificio de Castellana 132.
Bueno. Pues allá yo velaba las
armas, caballero andante de la palabra. Aun no había llegado el tiempo del
pensamiento único. Big Brother era una mota de polvo en la niña de los ojos
previsores de su creador, George Orwell. Se había publicado la utopía en la
cual se anunciaba un mundo feliz. Nunca fui más libre. Podía escribir de lo que
se me antojara.
Vivía con ilusión pegado a la
receptora semi enterrado entre papeles y recortes. Mi ideal periodístico eran
todos aquellos monstruos de la BBC: David Dimbleby, Robín Day, William
Hartcastle, David Frost. Ese parece haber sido el sino de mi existencia
bohemia: los sotabancos, las buhardillas, el tragaluz; en ellos he ido
recalando a lo largo de mis años en mi afán de vivir siempre un poco al margen.
Y tan es así que en mi residencia actual de Piedras Vivas ocupo la parte
trasera de un garaje que habilité como despacho. Allí vivo enterrado entre mis
libros y papeles, mis receptores de radio y mis fotos que adornan las paredes,
pues como Ramón Gómez de la Serna, tengo mi habitación toda empapelada. Aquí
permanezco esperando a Godoy y a Perpsicore bajo un inmenso retrato de mi hija
Helen esperando que algún día me escriba. Fue la razón por la cual fui a
Londres como más abajo explicaré, pero mis proyectos fallidos, ahora me refugio
en la actitud de un cuento escrito hace muchos años y que llevaba por título
Suzanne nunca escribiría.
No alumbra mi vida más luz que
la de una estrecha claraboya que penetra por el montante de un vano y albergo
pocas esperanza. Estoy a punto de cumplir sesenta años pero entonces era un
joven, lleno de vida y de ilusiones, que cada tarde, pimpampum, desde aquel
nido de calandria, no lejos de las riberas del Támesis enhebraba mis humildes
crónicas contandole a los lectores de la cadena de más de cuarenta periódicos
(eramos el mayor sindicato periodístico del mundo, como nos recordaba el
llorado Félix Ortega en más de una ocasión) los pormenores de los últimos
coletazos del crepúsculo laborista de Haroldo Wilson y el advenimiento de la
era Heath. La gran cuestión cada tarde era la elección del tema y luego elaborarlo
pacientemente según mi leal saber y entender delante de las veinticuatro
redondas blancas a las que cantara Pedro Salinas.
A veces tenía que dar la vuelta
a la noticia que ofrecía urbi et orbi la BBC con su natural talante solemne, la
voz polifónica y ceremoniosa, los ternos a rayas de Savile Row, los ojos de
gato de Richard Baker, los labios todo poliantea erótica de Angela Rippon, una
verdadera Palas Atenea de la Comunicación, hasta el punto de que en el Foreign
Office me llamaban a capítulo porque los corresponsales españoles por aquel
entonces eramos algo contreras y hacíamos las cosas a nuestra manera y a la
agachadiza, y cualquier periodista que se precie sabe que toda información anda
un poco manipulada y que siempre habrá que buscarle los cuatro pies al gato.
Yo era de entre todos el que
albergaba mis más indómitas inclinaciones, dicho sea sin prejuicio de
parte. Cuando menos “no estábamos
empotrados en unidades del Pentágono como le pasó al pobre Julio Anguita
Parrado, ese pobre chico cordobés al que mataron en Mesopotamia el 2003".
Ibamos a nuestro aire. Por ese cabo,
tuvimos la gran suerte de no tener que hablar por boca de ganso.
Claro que corrían tiempos mucho
más amables que los actuales. Heath era un solterón que vivía en Downing
Street, al que traían por la calle de la amargura las Trade Unions de Jack
Jones y las huelgas mineras. Edward Heath se solazaba de sus cuitas con la
melomanía. Era un buen pianista y un gran director de orquesta. Muchos fines de
semana se iba a su pueblo de Kent, el jardín de Inglaterra, a dirigir el coro
de su parroquia.
Londres se quedó a oscuras por
mor de diversos apagones decretados por Hugh Scanlon pero los ingleses,
nostálgicos, y como no hay mal que por bien no venga, recordaban el black out
de los bombardeos alemanes y hacían cenas románticas y resultaban que al amor
de candelas pronto se encontraron en los brazos de sus respectivas. Se nos fue
la luz y encontramos el amor volviendo a los viejos tiempos. Se nos fue la luz
y nos agazapamos. Té para dos, hacer el amor tendidos sobre la alfombra.
Agazapados. Huíamos del mundo y hacíamos la encorvada. El lunes marcha sobre
Picadilly y a cuadrarse delante de la cola del paro. A Hugh Scanlon hubo que
agradecerle que aumentase la demografía de las Islas a eso de los nueve meses.
Los ingleses hasta la llegada de
Mary Quant, inventora de la minifalda - fue la que descubrió que las hijas de
Albión tenían unas piernas maravillosas- carecían de vida sexual. No tenían mujeres
sino botellas de agua caliente y ladrillos para calentarles la cama. Sin
embargo, los Beatles, Carnaby Street, el “swing in London” con sus balanceos e
intercadencias haría cambiar de fortuna a las Islas. Todo ese gran cambio
social que se operó entre los británicos y que luego tratarían de imitar,
simiescamente, los españoles nos tocó contar a Florindo y a mí para nuestros
lectores y radioescuchas. La serpiente
monetaria era uno de los temas más socorridos. La libra esterlina se iba al
garete y creo que fue por entonces un periodista, Javier Martínez Reverte, que
escribió un libro actualmente impresentable para un anglófilo “Inglaterra
cuesta abajo”. Era la hecatombe. El imperio daba de través y hasta Campana
publicó varias pajaritas sacando pecho por los ingleses, diciendo que nosotros,
los corresponsales, exagerábamos en nuestro afán de inflar el perro, que a ver
que era eso de meternos con la serpiente monetaria, los gnomos de Zúrich.
Campana, hoy tan papero pero entonces, tan falangista, nos metía caña. Desde
luego nunca acababa de llegar el agua al río; está visto que, si quieres vender
periódicos, has de darle un tanto a la rueda de la hipérbole. La libra se
desplomaba. Britania se hundía entre procelas parlamentarias y balanzas de pago
caóticas pero las hijas de Albión, sobre todo en minifalda, estaban deliciosas.
Bobby Charlton hacía maravillas a balompiés y los atletas ingleses brincaban
más alto, más largo, más fuerte:citius, fortius, longius. Era bello el sentir delicuescente de
descender la pina cuesta de la decadencia. Los americanos eran más brutos. Sólo
nos ganaban los negros en los saltos de obstáculos y desde que perdieron la
guerra de Vietnam andaban por el mundo con complejos. Hablaban un inglés de los
padres peregrinos y sus escritores elaboraban una prosa sin peinar y se
mostraban incoherentes, garrulos. Abusaban del arcaísmo. Y se abstenían de
llamar a las patas de banco por su nombre habida cuenta de sus connotaciones
sexuales. Por un falo. Un palo. A esa imagen la catalogaban los manuales como prudish.
Siempre será un pueblo aborrecible de pacatos mentales, gente violenta que puso
en un pedestal a Buffalo Bill y que no entiende otro lenguaje que el del rifle
y sus balas.
Se llegó a dar el caso de hubo españoles en
Londres a los que telefoneaban desde casa, como si estuvieran en la guerra. Que
a ver qué pasaba. Que si tan mal estaba el país que por qué no nos volvíamos a
Madrid. Alfonso Barra era un poco el responsable de tanta alarma puesto que con
su clásica guasa andaluza se lucía poniendo a los ingleses como un trapo. Eso
sí admiraba el patriotismo que ellos derrochaban. Un buen súbdito de su
Majestad - éste era un ejemplo que ponía- era capaz de irse a la cama sin cenar
y muerto de frío, pues ninguna casa en Londres sabía lo que era calefacción
central por aquel entonces, dando salves a Regina y loando al todopoderoso por
el privilegio de haber nacido inglés. Barra era de los corresponsales que más
se lucía poniendo a los ingleses cuyo nivel de vida era entonces inferior al
español en la picota para honra y gloria del ABC de don Torcuato. Poco le
quedaba pues un nuevo director conocido en la profesión por su clastomanía y su
amor a los efebos con repudio de los viejos estaba a punto de desembarcar con
sus ínfulas juanitas y tendría a su corresponsal de dominguillo, poco menos que
para chico de los recados. Rogelio Polisón era un tipo resentido contra Franco
y se vengó en Barra. Nunca debió de perdonarle al General el que, por su culpa,
en el periódico de Serrano lo exilasen al Congo Belga. Desde allí empezó a
afilar las armas.
Sería uno de los demoledores del viejo
régimen, faraute de los neos y un pesquisidor de cuanta pluma galana se le
pusiera tiro. A los monstruos sagrados de la docta casa monárquica los iría
jubilando poco a poco. A Luis Calvo lo mandaría a pasillos y a Saínz Rodríguez,
ministro sin cartera en el primer gobierno franquista, puesto del que fue
sustituido, pues en los ardores de su juventud era un putañero incoercible, le
puso a escribir de mística que era lo suyo. Barra las pasó tiznadas pues hubo
una etapa en que no le publicaban las crónicas, que es lo más angustioso que
pueda pasarle a un corresponsal. Él era un caballero hijo de general monárquico
y no lo llevaba del todo bien el que en Londres su director lo tuviese poco
menos que de furriel. A Londres se iba y venía para ver a don Gaspar Pasicrates
o de compras a los grandes almacenes, y con eso de que Barra vivía en el
aeropuerto a muchos les cogía de camino.
Tenía su casa de Hounslow que
parecía una casa de huéspedes llena de turistas españoles. Tampoco era leve
problema ése del visiteo. Quien me encargaba desde Madrid un fármaco, quien un
fonendoscopio, o una cachimba Dunhill o una falda de tartán. ¡Ay cuántas veces
no habré ido yo a una mercería donde se expendían jerseyes y faldas escocesas
detrás del Museo Británico acompañando a gente que venía de tiendas! Entonces
la peseta era moneda fuerte, y la libra se devaluaba sin parar. Además, la
aparición de los vuelos chárter que empezó por esa época, institucionalizó el
turismo de masas.
Como si se tratase de un bebé
que arranca a dar los primeros pasos, los españoles empezaron a salir al
extranjero. No faltaban, ni mucho menos, los que se descolgaban por allí con
ánimo de echar una canica al aire. Ellos pedían sexo. Nos daban las tantas de
la mañana en cualquier garito del Soho, esos antros cuya entrada la solía
presidir un cancerbero, por lo general un siciliano con malas pintas pregonando
la mercancía del interior: Otto signorini tuttamenta nutti per chinque
sterlina. El striptease o danza burlesca puede ser la cosa más aburrida del
mundo. En aquellos cuchitriles desangelados el aire estaba cargado y olía a
meados, a sudor humano, a efluvios vaginales. La clientela era de lo más extraño
que cabía esperar.
Nunca faltaba el hombre de
mediana edad enfundado en su gabán moda años cuarenta que salía del lugar
enervado por tanta enseñanza procaz y se convertía en exhibicionista. Merodeaba
las callejas oscuras de Picadillo y al llegar a una muchacha abría los vuelos
de la sucia gabardina mostrandose sin pudor como su madre lo trajo al mundo en
estado de enervación desafiando a los gélidos ventarrones del Noviembre
londinense. El encargo más chocante y truculento que tuve que hacer me lo hizo
el amigo del hermano del redactor jefe que estaba de noche en la agencia. Se
trataba del famoso coil o espiral de alambre anticonceptivo. Adquirí el
producto en una botica de Harley Street, hice un envoltorio y lo llevé a la
estafeta para girarlo para Madrid. El paquete no llegó nunca a su destino. Hice
las oportunas averiguaciones y nada. Se lo comenté a algunos compañeros y el
chistoso de Pepe Meléndez, el delegado de EFE, me dijo:
-No te preocupes, Parrita. Lo
mismo que, si le vale, se lo ha puesto la mujer del de Correos.
Del dew o coil nunca más
se supo. A lo mejor había sido intervenido por la censura. Ocurrió lo mismo que
con un aguinaldo que me enviaron por Navidad al seminario de Comillas y del
cual nunca más se supo puesto que me lo zamparon en portería: el chorizillo,
las longanizas, las uvas pasas, algo de turrón. Pues ahora exactamente igual
como dijo el bueno de Meléndez. Aquel adminículo para el control de la
natalidad - los españoles estábamos empeñados en impedir el control de la
natalidad y bien que pagaríamos las consecuencias puesto que la democracia,
inter alia, nos ha degenerado como pueblo, resultaba muy goloso y apto para que
la señora del de Correos no quedase encinta. Nosotros estábamos empezando a
mostrar, conjurado el espectro del subdesarrollo del cual tanto se hablara, democrápicos
y avanzados de ideas. Era una antigualla eso de tener hijos. Estábamos
eufóricos por lo que iba a venir y en pinganitos como aquel que dice. Ahora, en
2004 con nuestro crecimiento cero y la llegada masiva de inmigrantes a nuestras
puertas, bien lo estamos pagando.
Si esa buena mujer se lo puso entre las
piernas, que le aproveche, voto a bríos. Y el hermano portero de Comillas que
se dio un hartazgo con mi modesto matute que ojalá reviente, aquel jesuita
hipocrática y en cuanto a las españolas, por lo que nos tiene en cuenta, ojalá
vuelvan a parir como conejas. En aquella hura espiritual, nido de calandria o mastaba
de la información, aquel sotabanco envuelto en el halo y misterio de ese
Londres eduardino pasé los cuatro mejores años de mi vida. Por entonces yo sí
que estaba en pinganitos. Mis clavijas de conexión con el gran mundo, a un lado
mi grabadora, al otro, todos los periódicos de Fleet street y al otro mi
receptor de radio marca Mundi con sus cinco bandas para captar las estaciones
de radio mundiales más importantes, eran bastante sólidas o al menos así lo
creía yo por entonces.
Pasé una existencia agazapada y
feliz, pegado al teléfono, pisando bien mis pedales, siempre a la mira de los
acontecimientos, viendo al orbe girar a mi alrededor, flotando en medio de una
ola de rumores y de malos presagios, puesto que se decía que el cambio iba a
traer a España los sinsabores de una nueva revolución.
Pero mientras el mundo se volvía
a poner en llamas y en España se proclamaba una guerra, yo estaba sentado en la
consola de mi primer ordenador antediluviano o guardando un diario en aquella
mesita tan coqueta que compré en una almoneda de Hammersmith y que ahora ha
heredado mi hijo fui pergeñando día a día mis humildes crónicas contándoles a
los lectores de la cadena del Movimiento - más de cincuenta publicaciones y el
mayor sindicato periodístico del mundo- lo que pasaba en las Islas y en el
mundo o por lo menos cuanto yo creía que pasaba. Eran los pormenores de los
últimos coletazos de la era Wilson con sus ministros más señeros (Callaghan,
George Brown, Denis Healey) y con sus crisis sindicales manifiestas en las
guerras mineras que abrirían paso al tiempo Heath.
Otro de los tópicos habituales
era el contencioso sobre Gibraltar, que a mí se me atragantó por lo que voy a
contar puesto que expresamente don Gaspar Pasícrates me impidió que lo tocase:
-Sobre el asunto de Gibraltar
usted no tiene que escribir ni media palabra, Parra.
Y se me puso como un energúmeno
y una mañana me llamó a capítulo a la embajada en la corte de san Jaime para
echarme una filípica de aquí te espero. Don Gaspar había entrado en Londres con
el mismo brío que un elefante en una cacharrería. Dejamelo a mí. La calle era
suya y Gibraltar le pertenecía. Era un descabezado que decía llevar al Estado
en la cabeza. Pues vale. Él ya se creía que iba a suceder a Franco en la
jefatura del Estado. Mas, sin que él se diese cuenta, alguien le estaba segando
la hierba bajo los pies. Yo por mi parte traté de contar lo que veía y obvié el
meterme adonde no me llamaban. Se creía el delfín del régimen pero su delfinado
acabaría en agua de borrajas. Otro, más listo y conocedor de la intriga y de
las maniobra de desembarco, le pisaría la plaza y don Gaspar para lo que estaba
predestinado no era para jefe de gobierno sino para cacique de la Coruña.
Areilza, de su lado, al que la canallesca empezó a llamar marqués de Mutricu,
le haría una pasada por la izquierda.
Al propio tiempo, conviene
advertir que el incidente que protagonizó con este humilde cronista le
beneficiaría bastante poco en sus aspiraciones de jefaturas. Sus enemigos
políticos sacarían tajada de aquel pronto que a don Gaspa, buena persona, pero
muy vehemente y sanguíneo, le haría perder la cabeza. Yo había sido un firme
defensor de la política de Castiella de mantener cerrada la verja que luego
abriría el tonto de Fernando Morán y haría fracasar aquel concierto de
aislamiento que había mantenido alejado a las mafias y al dinero negro de la
Roca de Calpe. Pero aquí no hay enmienda.
Salvo gloriosas excepciones, los
políticos españoles no saben hacer la o con un canuto y cuando se trata de
abordar una política con Gran Bretaña caen en el ditirambo servilista o en la
disipación de las horas negras. La frontera cerrada les haría ver las estrellas
a los judíos sefardíes que por traición o despecho hacia España dominan aquella
colonia (los Caruana y Joshua Hassan). Castiella había impedido que el puerto
franco fuese un jardín de estraperlistas y un paraíso fiscal para lavar dinero
negro en detrimento de España. Y eso se ha visto recientemente a través de las
curiosas soflamas de Peter Caruana, judío de raza y de nación, contra el
gobierno español secundando el plan Ibarreche y los movimientos
independentistas catalanes. Ahí está la madre del cordero. Aparte de que la
secretaría general del movimiento de las pateras está en una oficina de la Main
Stree calpense. Eso lo pude sondear con mi presencia de corresponsal los cuatro
años que viví en Londres y los otros tres que ejercí la docencia. Inglaterra se
ha convertido en base de operaciones de los enemigos de España y de ahí
arrancan nuestros males, desde las crisis coloniales, el respaldo a Simón
Bolívar y hasta la crisis del “Prestige” que fue a expensas de un judío ruso
que iba y venía a Gibraltar con petroleo mal refinado. En cierta manera yo vi
cabalgar por los cielos plomizos de South Kensington al caballo de Serapis.
Es un imán con mucha fuerza que
pega brincos con todas las fuerzas oscuras. Tú, querido Florindo, al que yo
elegí como confesor y padre, entendiste mi indignación y mis desplantes. Los
cabreos que agarraba cuando no me daban las crónicas eran de espanto. Don
Gaspar estuvo a punto de echarme de la embajada pero se lo debió de impedir uno
de aquellos falangistas pundonorosos que todavía andaban por la redacción de
castellana 132, una trinchera que había sido infiltrada por el enemigo, y me
echó un cuarto a espadas. La verdad es que debo decir que en situaciones límite
he observado cómo en mi vida hay una mano providencial que me saca del
atolladero. De lo contrario estaría ya dando hierbas. El destino que no me
permite vencer y me envía sufrimientos a
raudales impide luego el desastre en el último minuto, de suerte que voy
tirando poco a poco. Quizás tenga
vocación de mártir. No soy un adivino pero soy un periodista bastante sagaz y
trabajado. Esa facultad a la que me refiero es como si alguien me pusiera
debajo de la lengua esa piedra que dicen alectoria y me pusiera a cantar y a
entonar de repente las verdades del barquero. Don Gaspar Pasicrates alias el
Trágala, usted no será nunca presidente de gobierno. Se lo dije bien clarito.
Traía en su cuadrilla a Porfirio Rosendo y a un gallego muy alto con la cabeza
monda y lironda que hablaba muy poco. Fungía como delegado de la agencia Efe en
Londres. Vino a trabajar escoltado por su propio equipo. Mi voz profética debió
de sonar por entonces como una lira un tanto siniestra. Las ninfas de mi patria
hespérida cantaban junto al peñasco de Gonio que daba en invierno agua y en
verano fuego como un volcán. España verdaderamente por tales calendas se había
transformado en un volcán. A todos nos llegaba la lava hasta las mismas orejas.
Y yo no es por nada pero alguien me había concedido la facultad de adivinar. No
murmures mis quejas. Sirve al general. A ése le serviré siempre porque destruyó
las conjuras internacionalistas que pesaban sobre mi país y derrotó a los sin
dios. Fue un milagro que la historia de España no se repitiese con frecuencia
sino en contadas instancias pero a él le cupe la suerte. Yo me sentía y me he
sentido un corresponsal de Franco en Londres y nada más. Él era el gigante. Él
era mi general y el Trágala rodeado de su escolta de aduladores no me parecía
sino una pardillo. Pero no conviene tampoco despotricar ni adelantar demasiado
los acontecimientos. Estábamos todos encendidos. Julio Pueblerino en Madrid a
todos les quería pisar la noticia. Se había desatado otra guerra periodística.
El fenómeno no podía ser perdido de vista y había que volverlo a tener en
cuenta. Mi alma era vino que hierbe pero tu corazón, amor, era de piedra pómez
y nos entendimos. Es por otra parte cuestión harto difícil el entenderme.
Volaron los buitres y el pollo se dirigía a los cantaderos como si tal cosa.
Los pájaros del amanecer entonaban su himno a las mañanas conjugando su canto
con el estruendo de los fusiles y el crujir de los cañones. Yo estaba apostado
en mi casamata de Londres observando por la mirilla, el dedo en el gatillo, el
gesto tenso, apercibido para hacer fuego contra todo lo que se cruzase por la superficie
de los Jardines de Roland. Tenía bien enfiladas las baterías del poder y las
batía en cuanto podía. La respuesta era un soberbio duelo artillero. Estoy
utilizando un símil pero aquello era el género de periodismo que se hacía por
aquellos tacos del calendario. Nunca lo tuvimos mejor ni más a huevo. Nunca
fuimos más libres hasta que la nación cayera en manos de las mafias judías, las
mafias norteamericanas, las hordas del este, y Madrid fuese un nido de
pedrojotas y una madriguera de ancones. Yo asistí al parto de los montes. Fui
testigo de la venta de la prensa del movimiento por Vicentón Cebrián a los
magnates del Financial Times que era el testaferro de grupos judaicos de mejor
o peor índole. Es por lo que digo que desde mi trinchera en mis asomadas en las
mañanas grises después de una noche a la mira veía volar manadas de buitres por
todo el territorio. ¡Ay de mí! Traté de contarlo de forma desapasionada y con
voz lúgubre pero no me hacían caso. La democracia que no nos propondrían los
nuevos zelotes no era un dechado de perfecciones ni maravilla de virtud. Todo
quedó consignado en mis cuadernos de apuntes y en mis lapidarios. Tú seguías en
Hornchurch de pechos sobre tu balcón entre los tiestos que yo ya no regaba.
Eras la más bella entre las mujeres. La única que para mí existió. Mandé a los
arúspices que abrieran para mí el vientre de un gallo. No encontraron nada. Los
hados me habían vuelto la espalda. Estaba escrito mi destierro en los
higadillos de un capón viejo y la suerte en ese sentido sería adversa. Se le
habían vuelto vinagre las collejas. Todo hasta entonces había sido transparente
como el cristal y de repente se volvió oscuro. Se cernían las sombras y un
conjunto de fatalidades hicieron que yo prevaricase. Me hicieron prevaricar de
ti, dulce Malitva, y rodar hacia un mundo de supersticiones y de desencantos.
El vino y la cerveza me desterraron a los pocilgas de anteo. Tú eras muchas
noches el zafiro que brillaba colgado en la punta de una estrella. Desde allí
tus ojos me relampagueaban. Me hacían señas emitiendo una serie de mensajes
codificados que el mundo, para su desencanto, jamás entenderás.
Me hice amigo de la melancolía
pues el lugar era bastante melancólico. Roland Gardens me hizo creer en la
verdad de la reencarnación. Me dio la sensación, nada más pisar las losas
cuadradas de las aceras y de las verjas que dividían las casas de los
jardincillos comunales, que yo ya había estado allá antes. Las tardes de sombra
la acidia me transportaba entre sus brazos y yo rondaba por las tabernas del
Embaucamiento y por la dársena donde se eleva el monumento a Tomás Moro. Por
allí había una capilla donde decía misa aquel capellán carlista - Zulueta se
llamaba- que se había afiliado al PNV - que no sé si era trabucaire. Todos sus
sobrinos eran diplomáticos. Castilla desde el embajador Sarmiento a esta parte
ha venido siendo representada por legados vascuences. Con lo burros que son en
Euscalerrías y es a ellos que cumple hacer diplomacia de mantel y tocar pitos y
flautas en los foros internacionales.
Algunos sábados por la tarde iba
yo a los bailongos populares o dancing balls, muy típicos en los años sesenta.
Recuerdo cómo se llamaban algunos: el “Empire”, la “Valbone” de Leicester
Square. En el Empire conocería yo a Linda y el nombre de Locarno registra para
mí connotaciones sagradas pues me acercó al nombre, a la voz, a la risa, a los
ojos y al cuerpo hermoso de carnes blancas y senos ondulantes de Malitva. Dando
vueltas y más vueltas conocería a qué sabían sus besos al ritmo de la canción
de Moduño Gira il mondo, gira. El horizonte por aquellas fechas carecía
de límites. La vida era una pista de baile y digo esto parodiando el título de
una novela, la querida Eugenia Serrano.
Las noches de melancolía
remataban en madrugadas de fuego. Hull estaba en el norte con la torre de su
ayuntamiento que recordaba a la del Capitolio. Aquellas hégiras sentimentales
terminarían en un turismo sexual a través de los barrios londinenses del centro
y del extrarradio, los más pobres y los más elegantes.
Que me quiten lo bailado. Eso
digo yo. Hice el amor en tresillos de skay, en altos lechos incómodos pero
dovelados y con un blasón señorial sobre
el testero de caoba. Conocí todos los
placeres. Me levanté, caí, volvía a caer; el pelo y la pluma, el peso de la
púrpura, la liviandad del ser, los recuerdos de la infancia, aquellas tardes de
siestas bajo el contrapunto del canto de las cigarras, tú hiciste guarrerías en
un cobertizo donde te tiraste a las monjas del cuento de Decamerón. El trigo y
la paja. Escuchaste musitar la palabra “love” en labios aristócratas. Te lo
dijeron también humildes voces populares por boca de secretarias retozonas -
girls, girls, girls- que vivían al otro lado del Támesis. Modistillas hijas de
estibadores. Esposas retozonas de clérigos inadvertidos, buenos reverendos de
la iglesia anglicana, que se habían desplazado a la parroquia vecina a predicar
un sermón de cuaresma y su esposa les traicionaba amor en el patio de atrás.
-Only a kiss.
-Un besito nada más. I promise.
Las promesas y las buenas
resoluciones se las llevaba el viento que quemaba las carnes con un fuego de
aliento divino en medio de la helada. Estabas atrapado en un laberinto. Sabías
que el amor conduce a las antesalas de la muerte. Uno y otro viven puerta de por medio en
habitaciones separadas aunque para pasar de uno a otro no hay que pedir
permiso.
Londres, que por aquellos días
era un ciudad permisiva y con las mangas holgadas, me estrechó entre sus
hopalandas. En su regazo saborée los dulces arrumacos de Venus. Llevé a la vez
vida austera y regalada. El mundo estaba enteramente loco y todo carecía de
lógica: la política, la religión, los conocimientos adquiridos. Sufrí una
involución mental. Puse todas mis convicciones boca abajo. Señor, pequé.
Aquella cama turca en una buhardilla de Highgate. La hija del rabino que me miraba con una
pupilas terebrantes como si me conociese de toda la vida y fuese la mirada de
dios. De ella no podrás escapar, ni saber cómo esconderte. Té y simpatía.
-Tea?
-Yes, please.
-Would you like it with milk or
without.
-Straight.
Lo de la leche en el té era
cuestión de predicamento y motivo de rigurosa etiqueta, pregunta que no falla,
en todas las casas, donde la hora del té siempre es un rito, y ocasión de
convivialidad. En Gran Bretaña los inviernos son duros y siempre se nota frío.
Hay que calentar el estómago a base de cordial que instan a la simpatía y algo
tan valedero y vivencial como el coziness equivalente a la
“gemutlichkeit” germana. Ante una taza o la tradicional “cuppa” se dispara la
tarde con más melancolía y uno entra, escotero y completamente sobrio ante el
altar de los dioses britanos viendo como se quedan solos aguardando la
cencellada de octubre los robles de quimas poderosas y esquemáticas. Advienen
las sombras. Pronto se producirá el éxtasis de la noche. La pala del hurgón
revolverá las brasas del hogar y nos gustará meditar arrellenados en el sofá
mientras acuden a la memoria, auditivos, los versos de una comedia de
Shakespeare. ¡Oh acento inefable de la imperecedera Inglaterra!
Me gustaba el té fuerte de
Ceilán, bien cargadito y sin cortar. A veces me tomaba tantas tazas que acababa
de los nervios y dominado por la palpitación. Mi vida se arrastraba en la
disipación de los tugurios, las timbas de Picadillo, y acotados
establecimientos que recordaban por su decoración al mundo de las mil y una
noche. Mi vida era un disparate.
-Si sigues así, te echarán del
trabajo.
Es la espada de Damocles que
pende sobre nosotros: el espectro de la larga cola del paro. Ya en mi macuto
diccionario acoté las palabras pertinentes: thrown out, dole, larga marcha
desde Jarrow y para mayor preocupación no dejan de llegar inmigrantes a las
Islas. Ya no cabemos.
En mi subconsciente apelaba a mi
buena estrella, la que iba conmigo siempre y me ponía a recaudo de las balas y
los dardos enemigos. Parecía inmune a los venablos que me disparaban desde el
otro cotarro. Todas las potencias infernales parecían conchabadas y se pusieron
a hacer de repente fuego contra mí. Yo resistía en mi trinchera de Roland
Gardens.
-My God. It is the morning -
decía al despertar entre los brazos de una desconocida.
-Tea for two.
-We dont have so much tea in
Spain. We have coffee.
En casa eramos muy cafeteros y
sólo se tomaban infusiones de té cuando nos dolía la barriga por constipación.
En Londres me hice adicto a esa bebida y a toda clase de placeres.
El canto de la alondra y los
ruiseñores ponían fin a aquellas juergas que tenían de todo pues podía conocer
el jardín de Alá lo mismo que el infierno de Dante sin solución de continuidad
en una misma noche. Yo estaba viviendo mi propia película.
¿En cuántos lugares no habré
pecado? A la trasera de los minis bajo la oscuridad nocherniega de los robles
ocultos en un desvío mientras la radio del coche hacía sonar las notas de mi
canción preferida de los Beatles Penny Lane.
También en la penumbra de los
patinillos de atrás (backyards) y en los callejones sin salida que eran las
cuadras de los antiguos palacios londinenses. Estuve en lo más ínfimo de los
sótanos y en lo más empinado de las buhardillas. Pude cotejarme con donjuán en
sus impertinencias blasfemas y le acompañé en sus calaveradas. “Yo a los
palacios subí, yo a las chozas bajé, y en todas partes dejé memoria infame de
mí”.
-Echaste la firma.
-Estaba huyendo de mí mismo y me
refugiaba en los brazos de mujeres desconocidas.
Siempre es lo mismo. Todas
iguales y al final te encontrabas ante la sonrisa macabra de la muerte. Vi el rostro de las parcas en la memoria de
aquellas mujeres. Las mieles de Eros me hacían probar las hieles de Tanatos. Mi
lema era “no mentarás el nombre de la revolución en vano” y yo encontré siempre
cabida en algún tabuco. De madrugada con el carro de los lecheros y las
primeras oficinistas que acudían al trabajo hacía mi retirada al tabuco De
South Ken asaltado por los recuerdos suicidas de Virginia Woolf. Cogía el tubo
y en el Intercambiador de Earls Court cogía la Linea Circular. South Kensington
era por aquellos días un barrio posh que había caído en manos de los árabes a
medida que las viejecitas entrañables de sombreros floreados y gargantillas
adornadas con camafeos entregaban la cuchara al altísimo había un no sé qué de
abandono y de tristeza por los barrios que pronto era quebrantado por las voces
sacrílegas de la nueva Babel. Oleadas de
emigrantes hicieron irrupción en las Islas para confirmar nuestras suposiciones
y el corolario que remataba todas las crónicas de que el barco se hundía.
Inglaterra iba cuesta abajo. Medio Londres pertenecías a los magnates del
petróleo. Su nombre era Abdullah y sus fiestas en una hotel del Arco de Mármol.
Cummings en el Daily Express pintaba a todas las call girls de Gran Bretaña
disfrazadas de moritas con velo y todo. A los moros por lo visto les gustaba la
carne blanca. Saudíes e iraquíes habían comprado medio país. Y todas esas
movidas adelantaban ya la sombra siniestra de Bin Laden hablando desde las
montañas de Afganistán soflamas contra el cristianismo con palabras dulces y
gesto suave. ¿Quién sería pues aquel iluminado? Los judíos siempre tienen que
tener un entrucho para su propia guerra de reconquista y la construcción del
Erete Israel. Aun no os habéis enterado, cabritos. Europa, despierta. Estáis a
blancas. Por toda la faz del viejo continente se iban a construir la tira de
templos a Moloch. Aquel nuevo Abderramán sería el látigo mahometano
arremetiendo con furia y para nuestra deshonra-que con tanta euforia se lo
permitimos- España pasaría llamarse al Andalus.
Tierra de vándalos, lugar de godos, incluso los alauitas en el
cretinismo de su lenguaje nos dan la razón a los historiadores. Habéis pecado
mucho. Prevaricasteis. Volvíais la espalda al verdadero Dios y ahora os mando
el castigo. En Cromwell Rd una mañana de marzo creí ser víctima de una
alucinación o espejismo del desierto al topar con una fila de tapadas que iban
detrás, harén ambulante, de un mogataz que caminaba rozagante, turbante al aire
con cintas de seda, manto recamado de oro, perilla teñida de negro, saliendo de
un Rolls. Detrás caminaban sus mujeres, lo menos siete u ocho, las mujeres.
Todas, tapadas. Salieron unos lacayos del hotel y desenrollaron alfombra roja.
Los dedos del potentado empuñaban un rosario árabe con cuentas de perlas. Unos
mamelucos descendiendo por la escalera del porche salieron a recibirle y con
grandes inclinaciones y zalemas le besaron las manos. Lord Carrington era por
entonces amigo de todos los moros de la Arabía y era el principal fautor que
tuvo Sadam Hussein por entonces niño mimado del Foreign Office. El chorro de
dinero de los petrodólares servía para apuntalar la desmarrida industria
británica. Aquello parecía la caravana de los Reyes Magos. Tal era la pompa que
a mí me venía al recuerdo la procesión que yo tantas veces había presenciado en
mi infancia: el obispo llegando a la catedral con todo su séquito, un fámulo
llevando por los pliegues parte de su capa magna. Muchos eran los arreos del
palafrén ceremonial. Sólo que el caíd aquel no iba a celebrar pontifical sino a
descansar a una habitación del hotel. En
los baños había grifos de oro. Sus propinas a los pinches y botones de los
hoteles londinense llegaron a ser proverbiales. Por menos de nada se
descolgaban con un billete de cien libras. El oro y el moro se habían instalado
en Londres. Nos las prometíamos tan felices todos nosotros. Una mano negra,
insobornable, abriría la trampilla de años de libertad y de bienandanza. El
vilipendio del que colgarían nuestras vidas quedaría para más adelante. Ya vendría Paco con la rebaja. Láquesis, la
parca que hila la pleita en el que quedan entretejidos los días y los
acontecimientos donde se distribuyen los destinos [a cada cual su parte
alícuota de placer y de llanto] mostraba sus albricias. El fondo de mi alguarín
era una especie de tibio seno de Abrahán donde yo me celaba de los resquemores
del contubernio supremo. Vivir ya es difícil y la vida entre españoles a veces
imposible. Me asomaba por el montante y podía distinguir los pasos. Algunos
traían sonatina. Otros eran batallas de amor, campos de pluma. Planta de lana
en otros camino de los pubs de la carretera Fulham. Todo el camino expedito
para los húsares de la guardia real que tenía cerca de aquel lugar sus caballerizas.
En el fondo mi vida se comparaba con la de aquellos transeúntes a los que jamás
llegaría a conocer. Cada uno seguía una ruta diferente. Pero ¿quién marcaba los
rumbos? Cada tramo y cada parcela recorrida forman parte del misterio humano,
fruto del azar y del predominio de Láquesis que es la diosa que manda. Llegaron
a visitarme muchas amadas a mi escondrijo pero a la que yo quería y a la que
buscaba no entraría por la puerta grande jamás. Las que entraron a mi vida eran
todas por puertas excusadas. El servicio se estaba poniendo por las nubes.
Láquesis tendría que convertirse en Némesis. Esa es la fija. La reconciliación
que yo esperaba quedaría postergada ad calendas graecas. Recuerdo que sus
palabras la vez que nos vimos por última vez sonaban a despedida para siempre:
-Toni, I´ll see you in heaven
No dijo más. La vi perderse por
los pasillos de Old Bailey
escoltada por su abogado, el cual conociendo que no hay maquinaria en el mundo
que sea capaz de oponerse a los sentimientos prohibió a Malitva que conversara
conmigo. Muchos días permanecí encerrado en mi guarida y era hermoso ver
penetrar el rayo de luz único por la ventana a las doce de la cenital en los
cuatro equinoccios. Candela que se extingue. Vela que se va. Aquellos rayos
equinocciales bañaban mi frente durante unos minutos. Allí estaba mi quibla
sacrosanta. El punto de orientación hacia la Meca de mi espíritu. El Alá
exterior no era más que una entelequia que nos lleva a las guerras y a las
discusiones de religión y dejan los altares de mis iglesias vacías, las dulces
e inconfundibles iglesias españolas con sus altares barrocos de pan de oro, santos
de barbas increíbles, inmaculadas etéreas, angelotes que enseñan colorados
carrillos y el ombligo, con sus muslos de bebés nacarados - toda un reclamo al
sentimentalismo y a las pederastias- tocando el adufe, bañados en sangre. Tú
tienes una idea y te la quitan. Aquí ha surgido el espíritu de la emulación. El
personal se pasa horas y horas ante el televisor en sus vidas más sombrías de
corrala mediateca. Pero entonces comprobé que en Londres estaba mi Jerusalén
celestial. La pila bautismal donde yo nacería de nuevo. El ángel san Gabriel
llegaba a visitarme en las oblicuas transparencias del solsticial de verano.
Empecé a ver el mundo de otra manera a través de la claraboya de mi bedsit.
Me había acomodado a la vida londinense y las brumas urbanas se ajustaban a mi
alma como un guante. la megápolis me pertenecía. Se produjo en mí un verdadero
proceso de transubstanciación. Había llegado a una Inglaterra de dos millones y
medio de parados y al Londres de la reconversión inmobiliaria. Este fenómeno
del lema la mejor inversión en el ladrillo y la inmigración en masa las he
tenido que volver a vivir aunque de forma más salvaje y desesperadas con unos
cuantos años y kilos de más en mi Madrid. Los ingleses serán todo lo chapuzas
que uno quiera pero jamás derribarán el muro de una vivienda que tenga más de
doscientos cincuenta años. Cubicarán los recintos. Lo llenarán de alfombra y de
panderete. Chilla, Antonio. Clama por tu futuro. Que te oiga Malitva, que venga
alguna vez a visitarte la hija que te arrebató el destino. Llegué a la hora
exacta en que las “houses” y las mansiones victorianas se convirtieron en flats
y en las afueras de la capital empezaron a surgir entre la indignación de los
puristas que alegaban que con ello perdían britanicidad y exclusivismos, puesto
que el habitante de las islas quiere vivir a ras de suelo y no acepta el vivir
gregario y amontonado en colmenas y en bloques de pisos. Eran tiempos felices
en los que no había estallado la tercera guerra mundial ni la batalla contra el
terrorismo. Roland Gardens era una de esos habitáculos posh que estuvieron de
moda en la época eduardina que vivían una vida aristócrata y compartimentada en
clases. En los de arriba y los de abajo. Cada uno aceptaba su condición y su
destino. Se aprovecharon al máximo sus dependencias para hacer con tabiques de
panderete nuevos pisitos de soltero con derecho a cocina, un retrete por cada
tres moradores. La escasez de viviendas nos hizo vivir amontonados pero en esa
“coziness”
del tea for two. Yo tuve suerte un flat con estufa de gas, un cuarto de estar,
un dormitorio y una gran bañera para mí solo, aparte del cellar. Mis holguras
me agasajaban con el derecho a fantasma en lugar del derecho a cocina. Podía
invitar a muchas acompañantes a pasar conmigo el fin de semana. Allí instalé a
mis reinas del Saturday night, las dulces novias inglesas, católicas, judías,
protestantes, adventistas del séptimo día, australianas, neozelandesas y de la
Verde Erín. El cuarto de baño era una plaza de toros. De vez en cuando el
fantasma del Conde Kelly se daba un garbeo por allí. En esta vida no estamos
tan solos como parece. Por este sótano que todos envidiaban sólo pagaba ciento
quince esterlinas al trimestre pagaderas en quarters- Michaelmas, Christmas,
Candlemas y Whitsun-
ya que mi patrona, la Avisón, era muy tradicionalista y contaba según la forma
de los dómines oxonienses. Inglaterra no se había sometido a la férula del
sistema métrico decimal. Por lo que las gentes seguían contando en pies,
midiendo en yardas y en chelines y pesando en onzas. ¡Qué delicia! Por entonces
Dios no era judío. Seguía siendo inglés y el mundo mundial no había cambiado de
chaqueta. En aquel tiempo fui feliz e independiente y más alegre que una
alondra como no lo sería nunca a lo largo de mis días. Proseguía una vida de
iniciado tratando de desentrañar el lenguaje del laberinto, precipitandome de
cabeza en un tiempo en el que hacer el amor había dejado de ser pecado mortal,
según proclamaban las sufragistas del Suso maravilloso. Había hecho acto de
presencia otro tipo de lenguaje al que algunos encontraron registros
diabólicos. El sistema de valores en el que fui educado se venía abajo. Por lo
visto el infierno había cerrado sus puertas por falta de clientela. El orcum
para purgar los pecados - fue una de las consecuencias de la gran reconversión
mental y reciclaje mediateca- se transformaría en jardín de las delicias. Mis
creencias venidas abajo, buscaba asideros y resquicios por donde escapar. Ya
quedaban pocos tablones para apuntalar el resquebrajado edificio. Descubrí que
era un mito lo de las calderas de Pedro Botero y como dios no existía todo
estaba permitido. La época moderna había despachado por redundantes a los
diablos que nos aguardaban detrás de la puerta con un tizón encendido para
castigar al pecador por do más pecado había. A tal respecto confesaré que ver
el cine de Passolini, alguna de cuyas cintas pasaban en las salas de arte y
ensayo, en las traversales a Fulham Road, fueron una especie de revelación. La
vida me empezó a parecer un Cuento de Cantorbery o una fabula del Bocacho.
Estas películas denostaban el poder medieval de la iglesia. Nunca en mi vida he
visto tan bien ensayada la tentación de la carne como en la historia del
hortelano del convento de clarisas que acabaría convertido en hombre objeto, o
la codicia en los ladrones que asaltaron la tumba del obispo. Al abrir la
sepultura, surge una mano de la tumba que atrapa la mano del ladrón y los cacos
se dan a la fuga. Aquellas cintas fueron el preaviso de lo que había de venir.
claro que al pobre Passolini parece que dios lo castigó puesto que moriría de
muy infausta manera. Había pintado con alegres pinceladas las secuencias del
instinto, así como el predominio del azar en algo tan desordenado y tan poco
sujeto a reglas como es la lujuria. Más de una noche abominé de mi promiscuidad
indecente y añoré volver a los brazos de Malitva teniendo entre los míos el
corpecillo de la pequeña Livia que había crecido y viviría para siempre lejos
de mí. Estaba claro que mi comportamiento a este respecto y a otros era
aturullado y contradictorio. ¡Malditas piedras! ¡Condenados lapidarios! ¿De qué
me serviría a mí tener todo el dinero del Barclays en mi cuenta corriente, si
mi hija había sido declarada por un juez de peluca en el Old Bailey ward of
Court
y yo no podía acercarme a más de cinco millas del lugar donde vivía mi ex
mujer? Eso era el infierno, y no el de Passolini, Malitva: vivir lejos de ti.
Mi vida crápula y mis tentaciones de fin de semana tenían un origen de
rebeldía. Era una forma de blasfemar con el sexo entre las manos de las
injusticias de esta puta vida. Quise cobrarme en cuerpos extraños aquella
venganza. Yo estaba condenado a apurar hasta las heces el cáliz de mi dolor. En
medio de todo, con mis visitas al oratorio y a los Círculos de Plegaria,
plasmaba mis anhelos de una vida morigerada que redundaban en pro de la reforma
de mis estragadas costumbres. Había puesto la planta del pie en los caminos de
desolación que llevan al infortunio:
-Vamos, circulen, por favor.
Pero mis ideas estaban
estancadas. Las ideas ardían sobre el andirón de las trébedes. En el hogar, el
fuego que no cesa. Era la otra cara de la moneda. En realidad, circulaba por el
camino de la amargura. Suspiraba en el fondo por una reforma de las costumbres.
Quería abrazar el género de vida a la que había querido aspirar siempre: al
monacato teresiano. Santa Teresa era una santa muy lista que dio sopas con
honda a los más tozudos doctores de la ley, Sebastián, que tú bien lo sabías
puesto que la Mística Doctora era de tu pueblo. Todo su afán fue liberar a la
mujer española de las garras del varón; de la preñez, de los palos, de la pata
quebrada y en casa. Las feministas y las que hacen campaña contra la violencia
de género en nuestro país debieran tener a la santa en un pedestal.
A mí me parece que su ideal
místico no era más que una añagaza. Cristo todo lo más que significa para ella
es un subterfugio para despistar a los podencos inquisitoriales. Quitó a la
mujer del llar y la puso en el coro pero también decía que entre los pucheros
anda el Señor. Un caso flagrante de doble moral o de polisemia ascética. Cada
vocablo puede encontrar, según cada hablante, hasta quince o veinte sentidos
diferentes. Y fue merced a esta habilidad para escabullirse que los padres del
Santo Oficio no pudieron echarla el guante ni cogerla en un renuncio.
Desde entonces el catolicismo
hispano devino una cuestión de cristianos nuevos que siempre tenían que estar
probándose a sí mismos. Con ventanucos abiertos al cierzo de la hipocresía y
patios ocultos. Las moradas son el laberinto de esta escapatoria interior. Hay
una moral dúplice y bastante diglosia. En esta llama de dos cabos los términos
se confunden. Sus escritos, tan ponderados por los muchos marranos que hay en
este país - mientras esto escribo estoy escuchando al Fede- nos conducen a una
empanada mental de aquí te espero. Lo de la visita del ángel con su dardo
pungente es una descripción harto elocuente de todos esos coitos espirituales
que ella tiene con su secuela rocambolesca de arrobos, levitaciones, éxtasis y
otros yuyos truculentos.
Quería argollas penitentes para
sus monjas y a cambio recababa libertades. El tiempo de la santa lista, lista
santa, fue una obsesión en medio de mi alma turbada y oscilante. Buscaba yo
también mi propia liberación. Quería ser manumitido de mi pasado pero eso tampoco
lo conseguí. Mis enemigos hicieron mangas y capirotes con mi fracaso.
El sol de Xto no tenía velo y
acaso su carga no fuese tan pesada como la de los otros señores del mundo. Los
palomares y los carmelos que ella fundara no eran sino casas de acogida y
refugios contra los halagos del mundo, sus pompas y sus vanidades. Funda
lupanares de oración, harenes de perfección, adonde tendría acceso sólo el
Esposo amén de algún que otro avispado capellán, paloma de la paz bajo la loba,
un alcotán, clérigo salaz en guisa de confesor. La historia del catolicismo es
a veces una impostura y toda una contradicción.
Las constituciones teresianas -
todo un plan de vida- sirven de propósito de levigación de la naturaleza
humana: el cielo y el barro descienden al fondo y se alzan inmarcesibles sobre
las torres del alma. Las crónicas espirituales, el alcorce que acorta el camino
de la perfección no hay dios que la entienda. Nuestra vida como nación no han
sido otra cosa que los denuestos del agua y del vino. Siempre hemos acabado a
palos o en cacharrazos, los unos contra los otros, lo que no es óbice para
afirmar que es el país donde mejor se vive - lo que ha provocado la envidia de
moros y judíos que controlan nuestras prensas- de toda la tierra. Ahí tenéis el
alud de inmigrantes, aunque a veces nuestra historia, llena de sonido y de
furia, parezca narrada por ese loco del que habla Chespi, como si dijéramos que
en vez de narrarnos la crónica de una nación sagrada haga la fabricación de un
palimpsesto en tiempos de carnestolendas, adobado con muchos archipámpanos y
arrequives.
Por lo visto, Américo Castro es
tendencioso a la hora de establecer una palinodia como paradigma de la
mentalidad del cristiano nuevo que, al igual que la viuda rica, con un ojo
llora a Xto y con otro repica a Moisés.
Desde mi cuchitril yo velaba mis
armas y me preparaba para el gran advenimiento. En Londres viviríamos nuestro
postrer sueño de libertad, antes de que sonasen los añafiles convocatorios de
la anúteba, antes de la moneda única, la comunicación interactiva, el móvil y
la página web y todos esos adminículos que trajo consigo la civilización de
consumo con sus chateos y tertulias en la red, la radiofonía como instrumento
de tortura mental con unos opinantes, coribantes de la diosa Cibeles de la
información, sátrapas, flamines, muecines, mistagogos del Nuevo Orden. ¿Pierde
España? No pasa nada mientras no pierda el Corte Inglés. ¿Cataluña y
Vascongadas independientes? Ainda mais. Aquí lo importante es que en Barcelona
y en Bilbao tengan sus sucursales bancarias intocables mister Botón. Todos los demás somos curritos de dios,
pueblo sufridor de votantes, sobranceros que han de llenar la hoja de la
declaración todas las primaveras. El sistema se reduce a urnas y papeletas.
Falos y cufros y un polvo cada cuatro años que acabarían, como estas de ahora,
en ríos de sangre. La urna tiene forma de ataúd siniestro. Entre sus paredes de
cristal yace un cadáver. Pero es el receptáculo y el envase del nuevo poder
mundial. Eros y Tanatos simbolizados por el acto participativo, lo más parecido
al jaque sexual. Tanto ajetreo para nada. Os engañan incautos. En ese morreo
inmundo de campañas, mítines, pasquines, papeletas, los que salen siempre
ganando son los del Tercer Nivel. El poder oculto en la sombra que dirige los
destinos de la humanidad desde los altos despachos del Rockfeller Center y los
subterráneos donde están las cajas fuertes de la calle Wall. Lo demás no es más
que un blabla infernales, un chauchau de marear. Maniobras de distracción y
tiros por elevación.
Capítulo II
LEYENDO A
CHEJOV
La semana
laboral de tres días era un hecho por aquellas calendas a las que me refiero,
cuando llegué a Roland Gardens aquel primero de enero de 1973. La industria del
acero andaba muy en precario y en Inglaterra faltaban materias primas. Faltaba
poder energético. Sobraban conflictos laborales. Había huelgas por todas
partes. Se alzaron voces que decían que se iba a declarar el estado de sitio y
que una época de desestabilización se acercaba a las Islas. Venían los rusos
pero eso era una de tantos bulos e infames que envenenan la vida en democracia.
Los rusos estaban bastante quietos en su embajada con sus niños rubios leyendo
a Chejov y escuchando a los coros del Ejército Rojo.
Me acuerdo que hubo una trifulca
con motivo de una escuchas de espionaje siendo ministro de Exteriores Sir Alec
Douglas Hume y Gran Bretaña estuvo a punto de romper relaciones diplomáticas
con la Urss. Los conservadores creían que el Kremlin apoyaba a los huelguistas
mineros del Yorkshire. Se vivían los recuerdos amargo, mientras tanto, de la
Marcha sobre Yarrow, en medio de especulaciones sobre el gran desasosiego
ciudadano.
Se había declarado la guerra
psicológica con su secuela de danzas y contradanzas a cargo de los mandarines
de la información.
-Estamos perdiendo ríos de
dinero. La semana de tres días nos ha supuesto una evaluación de pérdidas de
mil millones de esterlinas.
Soplaban aires de cambio sobre
Inglaterra. Mi sotabanco de Roland Gardens era un piso blindado contra esas
brisas dañinas. Yo allí me encerraba con mi transmisor como si estuviera dentro
de un carro de combate. Mucha gente
creía que yo era un espía español que trabajaba para Felipe II. El recuerdo de
la Armada Invencible seguía causando estragos de furor en el pensamiento de no
pocos ingleses. Tuve que decir a una amiga mía que estuvo buscando las armas
por toda la casa que el bueno del Rey de España había muerto hacía mucho tiempo
y ahora sólo quedaban Borbones en la masera y esa clase de gente forma parte de
una dinastía muy poco española. Son
reyes poco fiables
Israel encargaba a la Leyland
tanques “Chifetain” un poco más ligeros y maniobrables que los T62 soviéticos.
Persia era un buen cliente y veíamos al sha de Persia por el Claridge de vez en
cuando. Era un rey con los ojos muy tristes y que debía de estar bastante
enfermo por entonces. Tampoco había que perder de vista a los saudíes.
En medio de la crisis económica
a Inglaterra le vino a sacar de atascos el petroleo del Mar del Norte. A cien millas escasas de las islas Shetland
se escondería un importante yacimiento. Producían un combustible de gran
octanaje.
Y en la prisión de Brixton
cuatro prisioneros irlandeses se declararon en huelga de hambre. Desde luego,
aquel pasearse por los Jardines de Evelyn fue una suerte de regalo que yo no me
merecía. He estado siempre lleno de inseguridades y mi vida estuvo cercada y
atropellada por los liantes. ¡Tanto afán para acabar en un archivo peleándose
con los archiveros malditos por un plato de lentejas! Tenías que huir. No quedaba otro remedio.
Fue su hermano Germán el que
vino a darle el parte. Se había muerto
Florindo Adaja. Una parte de él se había ido culminando un tiempo de afán y de
luchas sin cuartel. El gallinero
mediático no dijo ni media palabra y hete aquí que él lo había animado durante
largo tiempo abriendo los ojos a los españoles y los oídos al extranjero, en
eso que se vino a decir las corrientes de Europa.
-Aquí París. Manuel Agustín...
El general De Gaulle esta tarde en el Palacio del Elíseo recibió a una comisión
de Damas de la Legión francesa.
Así empezaban todas sus crónicas
que remataba con alguna floritura, un rasgo feliz. Eran los tiempos gloriosos
del corresponsal sentado, del observador fijo pues no había entrado en la barra
del puerto de la historia el corresponsal volante y el trotamillas que iba
entonando los salmos de la noticia del que todo cambie para que todo permanezca
igual. La época fausta de Walter Lippman y de Alistair Cook. Adaja era la
mirada y la pluma de España en la Corte de San Jaime.
Su hermano Germán, del que
siempre albergó la creencia de que era gafe. era una especie de ave de mal
agüero. Con su mera presencia le había traído mala suerte. pertenecía al torvo
ambiente de la jettatura y él lo sabía. Carilleno y con ricillos, algo candungo
y paticorto pero con el tronco muy robusto y unas buenas posaderas, hablando de
nasal, había algo de dionisiaco en su aspecto y su figura husiforme. Lo habían
heredado de su padre, ancho de cuadriles y estrecho de pecho. Nunca acertaría a
comprender por qué aquel cainismo y ese llevarse tan mal. El odio africano se
había transmitido de padres a hijos y era la madre la portadora de aquel morbo
de tristezas, envidias, apriorismos, recelos, que hicieron de su infancia
cárcel cruel.Toni, you ar abnormal, you are not like the other people. Malitva se quejaba con toda la razón. Madre
nunca te perdonaré lo que me has hecho. Por lo que toca a Germán, jamás
acertaron a llevarse bien y este sentimiento de
cainismo mutuo parecía indeleble a pesar de haber dormido juntos cuando
niños por falta de espacio en las viviendas y en las casas por las que fueron
derrotando y de haber compartido juegos y experiencias, duelos, banquetes,
mañanas de fiesta y de dolor. Nacidos bajo el mismo linfa y la misma aura no
podían ser más contrapuestos.
-Pero mira otros están peor. Ahí
está el Irineo. Toda su vida suspirando por jubilarse, le dan la absoluta, se
hace una análisis y va a coger los resultados creyendo que no era nada sólo
cansancio y el diagnóstico leucemia. Para que os vayáis enterando. Estamos aquí
de paso.
Al Agustín su primo le salió un
grano en la planta del pie que parecía una teta y también era un cáncer.
Hubieron de extirparlo. Total que no somos nadie. No nos han salido en los pies
pezuñas de Sátiros y sólo tenemos un aguante.
Lo de su primo Agustín le dejó bastante impresionado qué quieres que te
diga. Había sido un segundo hermano. A los dos se les hinchó el buche de hambre
a la vez. Tenían una foto juntos los dos subidos sobre los lomos de un
caballito de cartón los dos rubitos quedando muy monos.
Estaba preparado a salir de casa
camino de la oficina cuando sonó el teléfono y escuchó la voz clara algo nasal,
muy parecida a la suya aunque menos ronca, pues él había fumado mucho más, de
su hermano. ¿Sabes quien ha fallecido? Tu amigo Adaja. El de las crónicas de Londres ¿Pues
cómo? La cosa fue de repente. me recuerda Londres, claro está, aquella ciudad
del postsocialismo fabiano. No somos nadie. ¿Cuando le entierran? Mañana en su
pueblo. En Ávila.
Hacía mucho frío. A la puerta
del chalé un vecino vertía una regadera de agua hirviendo sobre el parabrisas
de un coche. Popea, que así se llamaba su mujer, mientras preparaba el desayuno
a base de bol de cereales, tostadas y café con leche, escuchaba al
“Cantamañanas” en una emisora local. Los hombres del tiempo hablaban de
celliscas.
-Malos barruntos. Hay temporal
en el Atlántico. Rolaban los vientos de Azores, preñados de lluvia, sangre y
nieve negra.
-Andá, ¿quién lo dijo?
-La emigración aumentará.
Los jóvenes querían trabajo. El
mocerío, de suyo pastueño, de un gran sentido competitivo, llevaba aprendida la
asignatura con alfileres de los apuntes pero la Reme quería mandar a sus hijas
al colegio alemán. Una fascista de toda la vida se había hecho del psoe porque
era el partido del poder y del pesebre. El mundo de los contratados de la
administración reune a piaras de jabalíes. Todos se dan de dentelladas por un
mismo trabajo.
-¿Y luego?
-Que saquen las oposiciones.
Habrá hacerlos funcionarios de la cosa.
-¿Y de qué estado? velay, Reme,
mira el panorama. Os vais a quedar con la palmotaria en el culo alumbrando. Un
concepto sin cosa. España redundante, muchas clases pasivas y duro llegar
espaldas mojadas y gachupichus, rusos, árabes, chinos.
-No cogemos ya.
-Habrá que apretujarse.
-Viajeros al tren.
No quiero andar mucho en el
metro que hay malas miradas y los diablos se sientan en los topes del avantren
con un rifle soberbio y por menos de nada disparan. Esto se está poniendo
peligroso. Junio es un mes cargado de agresividad.
Una ducha de agua fría y alguna
catilinaria. Con mucho quosque tandem y énfasis abusivo, del locutor parlero y
dicaz, parece que te han dado cuerda, hijo, nos machacas las neuronas.
-De eso se trata. Espabila,
currante.
Había que
darse un madrugón para acudir a fichar al ministerio. El aparato de la
maquinaria del estado, la ubre de donde todos maman, los unos y los otros, no
se la atreverán a tocar los demócratas, hay que seguir tirando de la teta y de
las arcas del papá gobierno, santa nómina, manan fuentes de leche condensada.
Los contingentes aumentarán la cuota de empleo público, ya lo verás y ahora
parece ser que hay caja, por lo que con la corrupción y tal hará que a algunos
se les haga la boca agua. Zaqueo Hijares al que llamaban no sé por qué “Bambi”
y mr. Bean, por aquello de su celestial sonrisa, venía a meter mano.
-Haremos
una segunda transición.
-¿No vale
con la que había?
Empezaron los pedisecuos y
lameculos de la Cosa a bailar la chacona y no pararon desde Argüelles a Ferraz
donde estaba instalada la sinagoga y los reales del partido bajo la disciplina
de Pablo Iglesias, que pudieran ser muy obrero pero al que le gustaban los
capotes de marca mayor con hombreras y solapas de vueltas de zorro. El defensor
del pueblo se desgañitaba proclamando las lindezas del capitalismo salvaje
instaurado por la escuela de Chicago. Ojo a Milton Friedman, un señor que podrá
ser calvo pero también es muy listo. Fámulo, que era el apodo con que conocía a
Germán de toda la vida era un aprensivo y también un cantamañanas. Le había
nacido una hija subnormal y algunos miembros de la familia con bastante mala
leche dijeron que era castigo divino porque Famulo en su día prevaricó, según
trataremos de explicar en este relato y
había sido muy malo.
Me arrebató a la mujer blanca de
alabastro, hermosa igual que un lirio acuático sonriendo entre las sombras de
lo que no pudo ser. Mi hermano me daba muy mala suerte. Era un boceras y algo boliche. Está visto que
en esta vida no puedes fiar de nadie y menos de tu hermano que declara
abiertamente que sigue tus pasos y una mañana de buenas a primeras te suelta lo
de:
-Vengo a joderte.
-No tienes vergüenza.
El autobús llegó a su hora a la
parada con el Verrugo de muy mala leche. Se le había agrandando casi
monstruosamente el antojo de su nariz. El día tenía su afán y su propio latido
histórico. Dios ¿dónde tiraremos la boina? Había tenido depresión. El psiquiatra
le recetó unas pastillas que no le sirvieron de nada se puso peor. El vehículo
fue bajando la cuesta saltando sobre los montículos zebra reductores de
velocidad. A mano izquierda quedaba el bar del Chofeta regentado por un hijo
puta del Atleti y a la derecha la iglesia con su inmensa rectoral donde don
Servodei dormiría a pierna suelta la jumera de la noche anterior. Distinguió a
varios pedestristas afanandose por la pradera entre el vaho de las
respiraciones cortas y la cogulla del chandal que les daba un aspecto de monjes
en pleno oficio de maitines tensando músculos. La claridad rodaba por entre los
fresnos que adornan los márgenes del Río Aulencia.
En la parte de adelante viajaban
cinco o seis viajeros adormilados o puestos los cascos en las orejas para
escuchar música de cámara. Lo primero que compran los emigrantes apenas tocan
suelo de Madrid es un móvil y una radio con orejeras. Les parece un invento
maravilloso. Trebejos del hombre que no tienen en la selva. Fue en cosa de
pocos meses pero se sentía el alud. España había sido invadido por hordas
extrañas. En aquella ciudad había instalado sus reales el anticristo. Hablaba
lenguas, compraba voluntades, alzó su trono sobre las cámaras TV. La parábola
del buen pastor se volvió del revés. Las ovejas eran pastoreadas por el lobo.
En sus garras, ya todo el aprisco, pronto la muta lobuna se apoderaría de la
cristiana grey. Luego eran todos una panda de hipócritas. Se rasgaban las
vestiduras. Se quejaban de que la Pasión según Mel Gibson era una cinta
violencia. Sus escenas ribeteadas de crueldad eran inaguantables - tres
personas habían fallecido en estado de shock mientras pasaban la película - uf
cuánta violencia. Aquellas jeremiadas, tales quejas, resultaban el contrapunto,
eco de las palabras de Anás y de Caifás en el pretorio. Las mismas turbas que
le aclamaban como Mesías un domingo de ramos un viernes santo lo
crucificaron. Los sacerdotes se rasgaban
las vestiduras. Ha blasfemado. Crucifige. Crucifige eum. Para violencia la del cine norteamericano.
Busca la razón de tu huída. ¿Adónde vamos? Sacaban siempre cadáveres en la
sobremesa. Eso era todo un signo. No habéis nacido, cabrones, para otra cosa
que para asistir a funerales. Hasta que os llegue el vuestro.
Suba el diácono las escaleras de
la puerta de los dones. Abra el cancel santo. Cristo, escúchanos. He aquí las
consecuencias del doble lenguaje antañón. Las novedades que ellos se sacaban de
la manga eran más antiguas que la Tana. Con esa manera de hablar estáis
sirviendo a dos señores. Las clases de entonación las dan ustedes. A nosotros
nos tocan escuchar y andar quietitos. El sístole y el diástole del yin y del
yen nos juega malas pasadas. Las gentes mudas asisten a la incógnita de este
espectáculo como viendolas venir. Nos
hemos quedado todos a la luna de Valencia. Será lo que vosotros queráis, hijos.
El personal ya no reaccionaba ante las atrocidades; estaba ahíto el escalafón
de cadáveres pero todos pedían más. Vivíamos entonces con el síndrome de
morgue. Queríamos el parte de bajas y que a la hora del telediario - la familia
que mira para la caja tonta unida estará desunida hasta su perdición- pues era
justo y necesario que los reporteros, heraldos de primera línea, vates de la
epopeya virtual, nos narrasen el estado de las cosas en las trincheras de
Afganistán casas de adobes moros en bicicletas y mujeres tapadas de los pies a
las orejas. Se puso de moda hablar del gurca o griñón de las musulmanas o toca
de pudor, lo cual no dejaba de tener su miga en España al cabo de la furia del
destape. Se habían estado quitando ropa aquellas mujeres émulas de Nadiuska y
de la Susana Estrada y ahora venían las moras reivindicando la mantellina, el
alfanigue y la chía. Se desató una guerra entre tapadas y descocadas. Lo malo
es que como camuflando sus desnudeces éstas sobre los pechos desnudos mostraban
un crucifijo. Las cristianas habían dado de lado a la virtud del pudor y las
sarracenas lo profesaban a pie juntillas. Los escotes eran cada vez más
pronunciados y los dictámenes exigían a las mocitas descubrir buena parte de la
rabadilla por detras y por delante hasta una cuarta por debajo del tete en los
mojones mismos de la bajada del vientre hasta el empeine casi púbico. Todo un
desafío a las enseñanzas del profeta.
El Gran Cofrade era un señor de
la barba partida y administraba la comarca desde el regajal del oro y ponía
toda la carne en el asador. Nadábamos en el charco de los dineros He ahí las
consecuencias del nuevo lenguaje abocado al eufemismo cortante y a las palabras
de alto coturno. La pedantería estaba hasta en la sopa. Quítame allá ese puente
que me mato. Servíamos a dos mitades. Esa era la enseñanza en parábola del
milord de la barba partida. Teníamos dos almas. Sendas conciencia de quita y
pon. Ahí estaban las consecuencias de la
semántica postmoderna que habían inventado los anticristos globales y los
parlamentario que esgrimían en su plana mayor a un negro muy elegante casado
con una sueca. Era todo percha. Mucho accidente y poca sustancia. Hacía el
papel de liberal en medio de un sistema aterrador. El capitalismo
norteamericano se había hecho ferocísimo. Necesitaba el sistema un
espantapájaros. Lo encontraría en aquel negro casado con la sueca. Siempre
impecable de terno. Pero debajo de una mala capa yace un buen bebedor y en este
caso las apariencias escondían al mendigo llegado desde Botsuana a la conquista
de Nueva York.
La ONU no es más que una escuela de
corrupción, una caja de cerillas, un cartón de tabaco pintado de azul a la vera
del Río Este. Cumplía su función. Lo habían llamado para que bajo su mandato se
aboliese la Buena Nueva.
-Toma castaña. Joder con el
negro.
-Cosas veredes. Y que conste que
esto no hecho sino empezar.
-¿Nos tocará el tantán?
-Por el momento lo que tenéis
que hacer es ir al Corte Inglés a compraros un taparrabos.
Se habían puesto de moda las
tertulias y los parlamentos de lo inane. Afuera, las damas de toldo y arandela,
como llamaban a las putas en el siglo XVI, hacían la rueda ante doña Plenitudo
Fields la Imprescindible y se abonaban a las cadenas de pago a los mornings
chous y a los talk in y talk out.
El supercofrade- ya digo- era un
señor con la luenga barba partida como Moisés que tartamudeaba soflamas y
escribía literatura de retrete en la pared, super corrosiva, llevando vida de
incógnito en Afganistán. Lo nombraron jefe de la movida pero vivía de espaldas
a las cámaras.
Eran las consecuencias del nuevo
lenguaje abocado al eufemismo diurno y hasta en la sopa (quítame allá ese
puente que me mato) con el que servíamos a dos amos; era la semántica
postmoderna que habían inventado los anticristos globales y parlamentarios que
esgrimían en su plana mayor a un negro muy elegante casado con una sueca pero
al que bajo el terno impecable se detectaba al mandingo que fue, y la llamada
de la selva en sustitución de la buena nueva. Afuera las damas de toldo y
arandela dirigidas por la odiosa jamona Plenitudo Fields-in-the morning shows y
en los talk in de la Radio apalabrados por un millonario de León atorrante,
harto de farándulas y super melancólico.
El supercofrade era un señor de
luenga barba partida, como Moisés, que tartamudeaba soflamas que llevaba vida
incógnita. Se ha perdido el moro Almanzor. Me lo encuentre en Afganistán y
desde el adhoar al almogreb
o del solis ortu usque ad occasum no lo hay mayor. En cualquier parte de
aquellas soledades tiende su alcatifa y hace oración. ¿Quién es ese gachó? ¿De dónde ha salido? Lo pintan
cabalgando un caballo árabe y es un nuevo matamoros, un personaje diseñado por
los asesores de imagen que rigen las palancas de la Web, cargan y descansen,
navegan y pinchan aquí, para el acojonamiento general. Ellos querían tener un
enemigo hecho a su imagen y semejanza y ya lo han conseguido. Sigo todavía sin
entender quién es ese Ben Laden. Que me lo expliquen. Por el horizonte avanza
envuelta en nube de polvo una cuadriga de
jinete. Resuenan los cascos de
los caballos de los jinetes. Se mueven a conciencia los nuevos alquiceles del
terror. Aparece para caldear el ambiente con motivo de los comicios de
Noviembre. Kerry o Bush-Bush-Kerry qué más da. Tanto monta monta tanto.
Perderemos los españoles quienquiera que se alce con la victoria. Las
elecciones USA no son más que un gran montaje. Kerry se apellida Cohen en
verdad y está casado con una judía portuguesa que es la reina de la mayonesa y
del Ketchup. El uno se dice liberal y el otro republicano. ¿En qué se
diferencian? Nunca he entendido esa tramoya que son los comicios gringos que
tanto impactan a los pueblerinos de Castellana y la Diagonal.
Detrás de todo esto claro está
estaba el supercofrade. Big Lucas era un señor de luenga barba partida como
Moisés que tartamudeaba soflamas y consignas por todas las partes. Sus cabos de
vara eran los broadcasters. Todas las grandes firmas, los millonarios
del micrófono, se aprendieron el camino y émulos de la bibisí nos daban la vara
a todas las horas.
Mandaron a los soldados a
Afganistán y pusieron a Reme en Cultura. A su marido que era capitán lo
ascendieron a comandante y lo enchufaron en oficinas. Nada de guerras. Los de
caqui quedaron para cobrar la prima y para la acción humanitaria. Iban y venían
en misión de paz. Todo lo de paz entonces empezó a significar guerra y a mí me
huele el horno español a chamusquina. El anticristo repelaba las barbas en la
bacía del gran diseño y le daba a la traca de las palabras rimbombantes.
-Estamos perdidos.
La Reme en la oficina espiaba y
delataba a los que ella pensaba que no eran demócratas. Almanzor, resurrecto,
movía sus alquiceles por la península. Había vuelto a Granada en afán de
despique de Boabdil el Chico. En Santiago de Compostela id preparando las
campanas. Nos las vamos a volver a llevar a Córdoba.
-Yes bwuana.
-Gloria a ti, Alá-murmuró la
señora ministra entre amorosos jadeos. El Corán la ponía cachonda. Un moro la
acababa de hacer un chico. Los judíos en la trastienda se ponían las botas. Bin
Laden había sido hecho a imagen y semejanza del Gran Cofrade. Big Lucas se frotaba las manos. Por doquier
pregonaban las suras del odio coránico. Muñía revoluciones muy bien conspiradas
y planeadas el gran sanedrín. Preguntadme todos por el Kahal o corrillo de los
príncipes. En sus altos despachos se encastilla el poder de decisión pero sus
cofrades no fuman ni enseñan la pata. Ponen y quitan reyes, juegan con la
geografía, hacen surgir nuevas naciones de la nada.
El anticristo cabalgaba por la
llanura a lomos de una hacanea torda. Tampoco daba la cara. Lo hicieron
cabalgar después de muerto y venía de interpuesto, una religión abroquela la
otra, ganando batallas para el gran sanedrín. Del nido de aguilas hitleriano
habíamos pasado a la cueva donde la serpiente tenía su camada. Del matamoros
con este Santiago a la inversa hemos pasado al matacristos y se volvieron a
poner de moda los combinados. Españoles anticristos, todos a fumar mataquintos.
Un nuevo Cid de las huestes sarracenas. El héroe epónimo estaba subido a un
caballo blanco, empuñaba la rienda de la contrarreforma, bien prevenido en
frontera. Lo armaron caballero, le pusieron la loriga, calzaron sus pies de
espuelas y cáligas y vieron que era un buen indumento mediático, todo estaba
bien a los ojos de su creador de imagen que lo pusieron a cabalgar con todo
aquel indumento de rodela y adarga. Era el icono emblemático de la revolución
étnica que siguió a la tecnológica. Alzaba su espada triunfal. Iba de moros la
cosa y los renegados, porque el enemigo volvía a estar dentro, le estaban dando
la vuelta al cuadro de la batalla de Clavijo. España volvió a ser albero de
imbéciles y coro de renegados. Al Gran Filipo le pusieron un palacio de cristal
en Berbería. Hablaba un visir:
-Hemos venido aquí para estar.
Queremos recuperar los reinos de taifa.
Por los altavoces no se
convocaba a la manifestación sino a la guerra santa. No había dado resultado la
revolución bolchevique. Cuando los rusos se dieron cuenta de la tostada, pues
todo aquello olía a puchero enfermo, tuvieron que pararla. ¿Cómo? El piolet de
Mercader abrió una brecha profunda en el marxismo y las cosas nunca volvieron a
ser como eran ni a estar donde estaban.
Benladén había sido hecho a
imagen y semejanza del Gran Cofrade. Iba pregonando las suras del odio
coránico. Días de encono nos aguardan. La cólera presidía todas las relaciones.
¿Cómo vivir en un mundo sin amor? El tirano nunca daba la cara. Dejaba que
Almanzor amulase de nuevo a lomos de una hacanea. Ganaría batallas después de
muerto. Eran unos copiones. La culpa la tienes tú por haber hablado tanto hasta
saciarte del mito del Cid. Al matamoros habían respondido con el icono del
matacristianos. Había que dar la vuelta a la tortilla. Un nuevo Cid, el héroe
epónimo, subido al caballo blanco de la contrarreforma iría a aplastar cabezas.
Regresaban de nuevo los tiempos de Mioramamolín.
-Es que estamos dandole la
vuelta al cuadro de la batalla de Clavijo - dijo un mulá de barbas rojizas y
rostro alargado cara de mula.
Era aquel cromo que estaba en la
alcoba donde yo dormía alegre y sin cuidado las noches de mi infancia. No había
estallado aun esta terrible en los corazones y a nuestra manera eramos felices.
-Así se habla visir - dijo
Montesinos. En el dais el Consejero Delegado en aplausos se deshacía y así
sucesivamente. London era parte de mi
vida. Alegre juventud. Nunca soñé que pudiera estar sumida en tantas brumas la
inclemente vejez. El primero que llegó, el más fementido, fue Maraña, el
becario. Abría brecha entre las adargas leonesas. No podré encontrar una sombra
a que acogerme. Todos me rechazan. Los de la escuela leonina serían los
vengadores de nuestra guerra civil.
Por los altavoces se hacían
llamados a la guerra santa. Ya no se trataba de una simple manifestación sino
de algo más serio. ¿a qué escribir si nadie nos leerá? ¿Por qué esta búsqueda
de la excelencia y de la mejor palabra si no apreciarán nunca el esfuerzo? Por
lo visto no había dado resultado la revolución bolchevique. No se colmó
entonces la medida de los cadáveres. Había que incrementar el cupo.
Metamos a Alá en el garlito. Los
muertos no fueron bastantes. Era preciso pagar la fonsadera de Iraq. Había que
conseguir que las masas irredentas y expectantes levantasen las cimitarras
sangrantes. En el nombre de dios único y misericordioso que rodasen cabezas.
Tal sarracina les vendría de perlas a los Visores del Ojo Inicuo y una escolta
de visires les llevaba en la mano la capa magna. Era preciso vender más
cocacola, aumentar los pedidos de los ordenadores. Exportando revoluciones y
desconsuelo en los corazones crecen los mercados. La gente del mundo se aferra
al dinero áncora de salvación. Caerán todas las estatuas, derribaremos a todos
los dictadores.
El anticristo cabalgaba por el
desierto. Le vimos picar espuela a los cuatro pies alquiceles al viento. Tenía
la barba partida y el rostro alargado. Se parecía un poco a Jesucristo pero era
su antónimo. Emitió un mensaje por Al yazira antes de las idus nefastas
novembrinas. Golpearemos otra vez. Nuestro enemigo es América. Mucho cuidado.
Hicieron su labor en aquel tipo los diseñadores de imagen. Pusieron en
circulación de nuevo el mito del esenio. Barbitaheño, cenceño y juncal,
señalado por los ayunos. Seguramente vestía de marlota y de piel de camello.
Era un bautista inverso. Su cromo lo vendían en pequeñas dosis no fuera a
desgastarse con el uso o le metieran mal de ojo en la mirada. Por los altavoces
se nos convocaba a la manifestación. Quememos las sedes las consignas
propalaban. A por ellos. No había dado resultado la revolución bolchevique a
los sin dios y pedían más caña. No fueron suficientes los cadáveres. A la pira
han de añadirse muchos más. Ya está el gato en la talega, ya tenemos a Alá en
el garlito. Sobre las masas irredentas y despavoridas se alzan cimitarras
sangrantes. La sarracina les vendría bien a algunos. Podrían vender más rifles
y utilizar al Vaticano de tapadera para la expedición de sus alijos.
Traficantes de armas se disfrazaron de monseñores. La mar tirrena estaba
surcada de bancos fantasmas las bodegas cargadas de fardeles sospechosos; la
tapa ponía vendo rosarios, sotanas y crucifijos y dentro de los embalajes había
cajas de munición. Mucho gastan estos
monseñores en sotanas. Con la desestabilización se abren más mercados. Con el
divorcio se deshacen las casas. La tenían cogida con los dictadores pero no
habría peor dictadura que la tiranía que ellos iban a imponer a muchos.
El anticristo era un jinete
almorávide que trotaba hacia nuestras costas desde el desierto. Lo vimos correr
a cuatro pies a lomos de su alazán. Vimos cómo se agitaban las filacterias de
su manto. Tenía la barba partida y el rostro demacrado por los ayunos, la
expresión, visionaria. Iba vestido de marlota. Venía de los esenios. Tanto
escribir, cabrón, tantas horas pasadas ante el ordenador y enviando tus
producciones a las editoriales, y éstas, no conformes con contestar cartas
facultativas y rutinarias, cuando lo hacían, van y te toman la idea. Te fusilan
el proyecto. Son unos copiones. Sirven a la bestia y tú sirves a la luz pero
estás jodido. Vas de culo, hijo. ¿No te rindes? ¿Seguirás todavía escribiendo?
Soy soldado de mi máquina de escribir y me soldaron a este rebenque de la
literatura. No lo puedo remediar. Ya sé que hago el ridículo, que no hurto el
cuerpo a las balas de estos tíos, miralos cómo disparas mas aún no me
alcanzaron. Debo de tener un potente
ángel de la guarda o un detente bala que es un adarve irreductible.
Yo seguía empeñado en este juego
del ratón y el gato pero no sabía cuánto tiempo iba a durar. Por los altavoces
se instaba al personal a la manifestación. Los ministerios eran nidos de
víboras feministas y en las radios se agazapaba la voz tenebrosa y oculta del
agit prop. Les distes muy buenas ideas, tío. Claro, no lo dudes. Soy el número
uno. Un opinion maker con poderío y que nos quiten lo bailao.
Cabalgaba de nuevo el anticristo
y en los desiertos de Galilea predicaba un juanbautista inverso una cruz de
palo surmontada por una calabaza en la diestra y el arco iris por aureola.
Arrimado a los colores gays la nueva voz clamante en el desierto había que
admitirlo estaba muy guapo y lo que decían los cronicones de don Walamboso el
Tramposo eran historias al revés. Derribemos el orden establecido. Pongamos las
cosas en España manga por hombro. Lo importante es volcar la cruz y poner los
Santos Evangelios boca abajo. Eso para que sobre ellos no ponga nunca la mano
el Cid ni hayas nuevas juras de Santa Gadea.
Todo aquello tenía mucha fuerza.
Harán milagros pero no los creáis. Sus maneras apocalípticas profundamente
convincentes servían al propósito de la revolución universal. Se habían lucido
con todo esto bastante los diseñadores de imagen. Los que diagramaron a los
beatles y al Ché en su afán de contribuir al allanamiento de nuestra historia,
la distorsión de nuestra palabra, la perversión conjunta de la linfa y el aura.
Las damas de toldo y arandela
habían invadido la Casa Campo. Un ángel negro descendiendo a la piscina
probática había pasado agitando las aguas. Se esparcieron por doquier las
tinieblas del error y otra vez hombres de poca fe nos sentimos poca cosa. La
mula torda de Ben Laden era el caballo de Atila a las puertas del Capitolio. El
papa san León saldría a recibir a aquel maldito inmisericorde cojo que se
llamaba Genserico. Esta vez no habría piedad. Las artolas de los acemileros
llenas de podredumbres iban a desenmascarar al sistema que se vendría abajo.
El enemigo escogió
significativamente la celebración del V Centenario de Isabel a la cual el judío
polaco que llegó a ceñir la tiara era remiso a canonizar propter metum
iudeorum. Este buen papa no era lo
que se dice un Pedro de Arbúes que murió al pie de la cruz del altar. La
inscripción de la reina castellana en el catálogo de los santos hubiese
supuesto un golpe mortal a su global judiada, y, claro, dios no puede ir contra
sí mismo.
Apoyándose en los bigotes de la
morsa y en la coronilla de walamboso el tramposo y el hacha del leñero, el
enemigo infame concertó un ataque de torpedos a la línea de flotación del barco
de la unidad. Sus azagayas ininterrumpidas y una tras otra minaron la borda.
Marineros al agua. Fue una embestida en toda la regla. El enemigo fiero que
vestía de velludillo contaba con todas las de ganar.
Fue una embestida en toda la
regla a gran escala y con gran profusión de tácticas por arriba por abajo por
delante y por detrás domu militiaeque (dicho sea con frase de Cesar
cronista de la guerra de las Galias). Envi´p a sus submarinos y sus fragatas y
puso a erasmo y a los bibliólatras llegados del otro lado del Atlántico a
vender biblias. El Vaticano II había apagado la llama del Cenáculo pasando a
manos de los globales prontos a preparar un pentecostés laico y al revés que
provocaría primero la desbandada clerical y más tarde la dispersión de las
naciones, la aniquilación de España como centro de la catolicidad.
Había que analizar con lupa
todos estos desafueros. Los quebrantos de antaño se convertirían en
reivindicaciones. Todos se decían solidarios pero unos y otros se llevaban a
matar. La iglesia se transformó en una oenegé y los templos católicos se
prestaban a ayudar a los moros conquistadores que venían a tomar posesión de lo
que fue suyo- eso decían- con el pretexto de la emigración. Debajo de una mala
capa se esconde un buen bebedor. So capa de la acción huminataria y de la
solidaridad se ocultaban las aspiraciones territoriareles de los otrora
conquistados (Madrid se convirtió en un nuevo Perú) o expulsados. Los moriscos
principalmente a los que se pedía perdón y se daba siempre la vez en las
carnicerías de Cataluña. Una nueva teología demoníaca a través del audiovisual
hizo un lavado mental a las pobres gentes.
El sembrador de cizaña se
aproximó a las barbechadas, trajo el internacionalismo, los gays y la confusión
mental, se hizo dueño del alma de las mujeres y, los ritos traspolados, muchos
curas apóstatas no paraban de decir misas negras. Todos parecían en el mundo
tener un gran colocón puesto que los titulares de los periódicos y de los
radiales parecían haber sido redactados por ese demente de Chespi lleno de
sonido y de ira.
Fue como un viento de perdición
que apagara todos los cirios encendiendo de refez los siete brazos de la
menorah de la perdición. La iskra revolucionaria prendía en las más diversas
mentes. En su pábulo negro quedarán de nuevo colgados Judas y Jesús. Era una
vela engañosa que solamente esparció por el mundo oscuridad. No pocos corazones
palpitaban de angustia. Disputas y reyertas sobre los patios vecinales.
Demonios en el jardín. Las noches sonaban igual que fusilería en las noches de
julio. La serpiente nupcial reptaba por los ríos del paraíso hacia los lechos
conyugales esparciendo el veneno de los celos y de supuestas infidelidades, las
imaginadas y las supuestas. La pantalla de la tele era una cámara de torturas.
Baruj arije se levantó aquella mañana con el corazón encogido cuando sonó el
reloj eléctrico. Diana floreada para dos. Para él y para Resti. A,bos tomaban
el mismo autobús a las siete. aún no había amanecido. Por la lejanía, en la
vertical del Escorial quebraban albores. Arije se sintió un cristo con la cruz
a cuestas y de nuevo a la palestra. Demasiadas correrías por el barrio húmedo.
Ya estaba un poco viejo y acabado. Usuario de las biobliotecas y peripatético
eb nares y en lecturas, Baruj Arije, un nido de contradicciones, había ido
pegando tumbos por la existencia. Era lunes santo. Habían tenido un largo fin
de semana desparramándose, escotera y de vencida - mal iba el mundo y él era
incapaz de ponerle ningún remedio- se había atiborrado con la lectura de los
dominicales. Reportajes y artículos alienantes que anunciaban la venida del
Apocalípsis y lo que había llegado era la democracia. Le había dejado de hacer
guiños lla fortuna. Aumentaban las hambres vagas. De mes en mes en mes le crecía
la panza. Estaba de buen año. Su nagging wife le chillaba y sus horizontes
estaban muy marcados. Aunque su estado físico mejoró un tanto desde que
abandonó la botella y le insertaron aquel marcapasos.
Era una sensación nueva -y esta
frase le hacía pensar en el título de una novela o de una mujer que había leido
en la postguerra- despertarse sin jaqueca, sin la modorra y la desesperación,
ese vacío, esas tinieblas o los espasmos de la resaca que son el corolario del
delirium tremens. Ahora bien, la abstinencia le había puesto contra las cuerdas
de su dura realidad. Ahora todos los periódicos se habían pasado al turco. Todo
lo que se publicaba conservaba un aliento extranjero. El puchero enfermo al que
olían los guisos culinarios en los figones de la política tiraba un poco para
atrás. Detrás de la calva de Walamboso el Trampso se ocultaba el tiento del
Gran Vengador, sus coros y dominaciones y corifeos del arte de la tercería con Juan
Maulas, aquel seminarista de los frailes paúles al cual le dieron una beca
para ir a estudiar un master a Columbia y que regreso a su país se dedicó a
oficiar de soplón a favor de una potencia extranjera y en contra de sus
compañeros. Las hogueras de la inquisición están de nuevo ardiendo y el humo
nos llegan hasta las narices. Y la cólera me asalta al recordar el caso del
pobre Maudillo, un profesional brillante que encontró a la mujer con
otro y se dio al alcohol. el plan iniqcuo lo había trazado Juan Maulas y un
superagente lo consumó
Está haciendo una concesión a su
inveterado servilismo anglístico. La story en inglés carece de las
mismas connotaciones que en castellano
Nacida en el centro de Londres,
de tal manera que desde su casa se podía oír el repique de las campanas de la
catedral de san Pablo. Es un cockney.
De la palabra griega δεμoσ
(pueblo) y de la inglesa crap (mierda)
Que en el cielo te veamos, Toni
palabra intraducible que se
corresponde con la calidad de acogedor, confortable, calentito, en esp. Y en
al. Por Gemutlichkeit, comodidad, intimidad
Misa de san Miguel, de Navidad,
de las Candelas, de las Candelas, que se correspondían en el antiguo inglés con
otras tantas fiestas y eran fecha tomadas como hitos en el “paying day” o de
ajuste de cuentas
Bajo la protección de la corte
Loba era la sotana de los
clérigos en el el siglo XVI
Eres anormal. ¿Por qué no eres
como el resto de la gente?