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jueves, 23 de marzo de 2017
NUMANCIA Y LO NUMANTINO
RETÓGENES EL NUMANTINO 22/07/2010 Para ese viaje que hice en el mini hace 38 años me sobran bastantes tacos de calendario y muchas arrobas pero es lo mismo. Cargo el morral de buen tasajo de cecina pan bregado alguna lata de escabeche y en las alforjas el saco de dormir la bota con un buen clarete que merqué en el Pardillo la pipa mi mejor compañera y carretera y manta arreando que es gerundio. A mi bici le cantan los pernos juegan al arco iris y a la rueda de colores los radios al girar y subiendo la cuesta del río Aulencia debo de parecerme a don Alonso Quijano por los caminos llenos de sol de la Mancha. Pipí. Popo. El manillar tiene un sonoro timbre. Apartaivos. Uno ha de regresar por los pasos perdidos mito del eterno retorno. En aquella gira del 72 realicé un viaje por la península ibérica. Me topé con Roma de manos a bocas en sus fuentes en sus anfiteatros en sus calzadas en la ruta de la plata que recorrí y subiendo uno de los puertos pasado el Barco de Ávila me hice amigo de una chavala que venía haciendo dedo desde Australia por la ruta de la Legio VII que vivaqueaba por las estradas de la “Hispania Nutríx”. Hice turismo literario histórico y social. Lo de sexual es pijo aparte. Vamos a dejarlo de momento. Roma madre de pueblos. Venía entonces de huida y ahora también estoy huyendo. La vida del hombre es una perpetua hégira una incesante peregrinación. Uno parece condenado a estar pronunciado de perenne me piro, hola y adiós. Acabamos de venir y de conocernos cuando ya nos estamos de nuevo poniendo los aperos de camino. Suenan despedidas con aires de jotas y yo voy por los pasajes que circunvalan Madrid. Hago noche en Aranda de Duero y a la entrada en un puticlub amarro la mi Peugot a un poste tengo ganas de desbeber y echar una canita al aire. Mas a estas edades puede más el uellu que el butiello y no va a ser cosa de quedar mal. El hombre pierde el diente antes que la simiente pero estas bebezones sobre la barra molledos firmes piernas de coristas y tetamen exuberante son una sugerencia al gatillazo más que a otras cosas. Los años le condenan a uno a la sabiduría y ya solo se puede pecar de vista. ¿Subimos, papacito?- me reta una negra. - Andidiay. ¿A qué? Una ojizarca, insistente, moldava me da su corazón por cuarenta pavos y yo se lo agradezco de veras, pero esta noche no Josefina. Los ojos tengo de garza el cuello de esparavel y lo que tengo oculto es cosa digna de ver. Por mucho que tengas, reina mía, no me puedo detener. Aranda de Duero o Aranda del Rey Virgen de las Viñas fue siempre pueblo hospitalario que padreaba los mejores caldos de la ribera. Era pueblo de tratantes con cierta querencia guerrillera. Porque por acá entre ninfas del cantón y sus mesones paraba el Empecinado. Mi abuelo venía por acá a todas las ferias o al menos eso decía él que iba a las ferias y a los baños y paraba en ca la Salamanquesa. Turismo sexual tal vez pero eso no nos lo decía el muy zorro. Si le preguntábamos que quñe nos había traido de las fiestas arandinas nos decía muy grave: -Un siseñor y un mandeusté. Eran muy beatos y algo borrachos en la antigüedad y hoy militan todos en el bando de la memoria histérica con don ZP, pero de ese hoy no vamos a hablar ni del otro, no quiero cabrearme. Es ya de noche y con el chaleco salvavidas antirreflectante, el fanal delantero y el farolillo rojo de la rueda de atrás me echo de nuevo a la carretera. Con la fresca se pedalea bien y Hermes el de los pies alados parece que ha puesto un motor en los galindos. Son muy firmes casi como los de un mozo mis riñones y de los músculos abductores se elevan como los de una biela fuertes pedaleadas. Y como los arandinos son la madre que los parió y como yo soy del Duero aguas abajo cerca de Valtiendas para que me entiendas según se va a Peñafiel paso de largo no sea que me acanteeen. Tuerzo por la derecha y casi amanecido estoy cerca de Medinaceli. Allí pido posada y al día siguiente se encuentra mi cuerpo serrano por las altas parameras de Garray, tierra de los vardulos y varegos, bacheos y caristios. Celtiberia pura y dura a la que Roma dominó. Brava raza. Poco queda de ella pero yo tuve el privilegio de conocer a Ratogenes in palurdo soriano con el pelo para atrás y los pantalones de pana. Descendiente de otro Retogenes que tuvo en jaque a las legiones del Tiber durante catorce años las cuales plantaron cerco a este cotarro sin un árbol por donde trepaban las cabras. Retogenes me enseñó el foro y el templo de Júpiter, los aljibes, el cillo, las termas que no podían faltar en cada una de las 652 ciudades que nombra Plinio en la Tarraconense, la Bética, la Lusitania. La España de entonces era una región muy poblada. Se calcula que llegaría a tener hasta 45 millones de habitantes dedicados a la agricultura la ganadería, la minería. De la Hispania Nutricia Roma extraña el aceite que eran llevadas hasta el puerto de Ostia desde Cartagena en naves onerarias, el hierro, el cinz, la chinchilla para teñir capas de púrpura y mantos de armiño para los emperadores, y el oro sobre todo, el de las Medulas de Asturica. Oro. Aurum. Los del Lacio eran gente practica. Y aplican esta concepción realista a su visión del mundo. Tambien resultan pragmáticos do ut des le piden a los dioses en la religión. Seis siglos de dominación romana dejaron marca. Algunas ciudades como Numancia, Astopa, Clunia, Calagurria o Uxama siguiendo el ejemplo de Sagunto que prefirió inmolar a todos sus habitantes antes que rendirse a los cartagineses, fueron refractarias a aceptar ningún yugo extranjero. Numancia se encontraba en el eje de la red de comunicaciones que conectaban Astorga y Pax Augusta (Badajoz) con Tarraco. Retogenes agarró una de las basas de columnas y la levantó como si fuera una pluma. Era un hombre pequeño, delgado, cetrino, el pelo rebelde algo salvaje, y su rostro parecía un manojo de juncos pero alzó sus cerca de ochenta kilos de peso como si tal cosa. Que tío más duro y de su estirpe debían de ser los soldados romanos que circulaban por esta calzada. Cada legión constaba de unos seis mil hombres (acemileros, ballesteros o sagitarios, los peltastas, los hastados, los hoplitas. Los honderos baleáricos o funditores, los guerreros de primera línea cubiertos de hierro o cataphracti, o los parmati abroquelados en su escudo lanceros, herreros, jinetes, aguadores, cocineros de campaña, caupones o taberneros y otra gente menor con la impedimenta, los que manejaban las torres o helípolis de asalto y los que uncían a los vencidos a sus cuadrigas, portaestandartes) y en cada legión militaban diez cohortes o regimientos. Detrás venían los prisioneros de guerra y las rameras. Toda esta chusma temible a rato hacía el camino de la Ciudad Eterna. Todos los caminos entonces llevaban a Roma. Había 45 legiones. En España operaron la Victrix y la Séptima en su castrametación legionense. Su paso entre grandes nubes de polvo, el sonar de los tambores, y el flamear de los penachos de los centuriones, el relincho de las yeguas y el bramido de los terneros sacrificiales debía de ser un espectáculo. Junto a ellas cubriendo las alas estaban las tropas de socorro o socii integradas por mercenarios de las regiones conquistadas siempre bajo la vigilancia de la caballería germánica. Detrás de la comitiva y en carroza solían viajar los sacerdotes o flamines y los nuncupatores encargados de determinar el terreno donde había de realizarse una acampada. Los romanos que eran profundamente religiosos pero de una religión vitalista acendrada por el culto a las divinidades telúricas (sabeísmo) y la creencia en la trasmigración de las almas (manes, lemures, penates o divinidades de los muertos que se quedan en un hogar y se convierten en dioses familiares) nos legaron esa impronta de superstición tan española arraigada en nuestros usos y costumbres recristianizados pero que presentan un origen pagano. Los abuelos de Retogenes solo sabían hablar en eusquera y mi espolique de aquellos tiempos se expresaba con las dificultades propias con lo hacían los vizcaínos en castellano con frágiles concordancias turdetanas. Él era de la estirpe de Indibil y Mandonio, de Istolacio e Indortes. Dentro de su cachaza cazurra y de hombre pequeña cosa se agazapaba un espiritu indomeñable. -Tienes mucha fuerza, Retogenes. -¡Qué bah! Antes cuando jugaba a la pelota tenía más. Llegué a tumbar a un mulo por una apuesta. -Caray. -Pues dice usted que yo soy forzudo. Anda que si llega a conocer a mi padre que Dios haya al que llamaban el Anibaliano. Un día tuvo la desgracia de inflarse de morapio y le llevaron a la prevención. Había ido a Soria con su jumento y a él le hicieron dormir en el pajar y al burro en el corral pues cogió al burro y lo levantó por encima de la tapia de la cerca lo dejó caer dio un brinco y se escaparon de la prisión provincial. Eso sí que eran fuerzas. El caso fue muy comentado en Garay. Se me quedó mirando con su cara de pasmado. Echamos un cigarro, le di una propina le tiré una foto y él se fue a sus obligaciones. El castro que me encuentro ahora no tiene que ver con el de aquel entonces. Es terreno acotado propiedades del Duque de Lugo. Dicen que quieren urbanizarlo. Hoy ya no me encuentro a Retogenes. ¿Dónde andará? Seguro que fue una de las victimas de la inmigración que despoblaron estos andurriales años 70, hoy solo me encuentro guiris, autobuses enteros de jubilatas, viejas necias que no son muy soportables, y un país que parece vivir mejor pero no parece mucho más feliz. Cojo la candaja y subo a mi burrita metálica, la Peugot compañera inseparable. Como es cuesta abajo pongo el piñón grande y enfilo la carretera de Zaragoza. Agreda es mi destino. Allí me esperan los huesos santos de sor María que está incorrupta.
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