ARRIBA ÁNIMAS
(Iste Confessor, continuación)
- Arriba
animas.
- Tan. Tan.
-¿Quién es?
-Soy yo.
-Déjalas hijo,
rézalas un padre nuestro que ellas solas se irán.
Estaba yo pensando en aquellos
cuentos de noviembre cuando había filandón por las casas y nos contábamos
cuentos de ánima. Mi anima vagaba por el paraíso de los recuerdos mientras mis
labios musitaban avemarías y padrenuestros de réquiem por el seminarista
fallecido.Y sucedió- caso curioso- que estando los tres acurrucados en nuestro
reclinatorio con el apoyabrazos de terciopelo rojo, casi cagados de miedo con
Peralta y Fenogreco que le habíamos ido a rezar al hijo de María la Viuda la lavandera que tuvo
la desgracia de ver morir a su marido en presidio y todos los jueves hacía el
trayecto que separaba su casa de planta baja en las Escalerillas de san
Policarpo donde estaba la judería vieja para traerle al difunto la muda, algún
bocata y alguna estampa de san Antonio-todo iba y venía en el talego nuestro
matute que esperábamos los jueves a la hora del coche de línea como agua de
mayo- meditando sobre la vanidad de las cosas terrenas, algo que no se
comprende muy bien a los once años, tampoco aquella absurda muerte, dieron las
doce muy solemnes y sonoras con un sonido lúgubre que amedrentaba toque de queda.
Era la hora del curfew o couvre le feu, cuando se
cerraban las puertas de la ciudadela, pasaba la ronda y se escuchaban las
alarmas de los centinelas. Tapemos el fuego. Vayamos a acostar, apaguemos las
hogueras exteriores y encendamos las del alma, y fue en ese momento en que
tocaron a clamor las campanas de la
Aceitera cuando el muerto al que velamos alzó una de sus
piernas. La izquierda. Se escuchó como el crujido de unos huesos. Crac. Fue un movimiento mecánico pero su zurda quedó en vilo, como preparada a
darle una patada en el culo a todo esto. La cara no se movió. Seguía arrebujada
en aquel mórbido pañuelo blanco con que se ataban los maxilares de los difuntos
para que no se desprendieran. A los muertos parecía que les dolían las muelas.
Los tres nos miramos lívidos. A
Fenogreco se le erizaron los cabellos. Que yo nunca vi tal cosa y clavaba la
mirada presa de terror. Peralta salió de estampida y fue dando voces
despavoridas por los tránsitos:
-Ha
resucitado. Ha resucitado. Gudiel vive.
Fueron a dar aviso a la
comunidad. A los pocos minutos estaba allí el padre rector blanco como una
pared pero sereno. Con el jaleo se despertó todo el seminario y pronto un
tropel de filósofos y de teólogos con la sotana desabrochada o bien en pijama o
en calzoncillos unos cantando el Tedeum, otros gritando:
-Milagro…milagro
Se preparó una bulla histérica.
Los seminaristas se agolpaban a las puertas del salón de grado formándose un
tapón como en el callejón de la plaza de los encierros de San Fermín. Querían
ver al resucitado. Don Chespi se había revestido de capa pluvial y acudió al
lugar con la cruz alzada. Se organizó una procesión con dos velas encendidas,
salmos. El coro entonó las primeras estrofas del Iste Confessor. El inglés nos quería llevar a todos a la iglesia
del mayor para celebrar una misa de acción de gracias. El padre Rector tuvo que
mandarlos parar. Porque no había tal. En realidad la muerte es el triste sino
de los nacidos del vientre de una mujer y pocos resucitan. Sólo Xto resucitó y
Penajamo no era Lázaro. Todo se debía a algunos actos reflejos que se operan
cuando el corazón deja de latir. Mientras, las demás vísceras siguen
funcionando. El profesor de Matemáticas el padre Cabezas que era un jesuita muy
competente nos explicaba de la mano de la biología que la muerte física es un
proceso lento que tarda varias horas a veces hasta dos días en consumarse una
vez incoado el rigor mortis. De ahí que la iglesia oriental sea remisa al
levantamiento del cadáver hasta el día siguiente del óbito. Durante el
interregno y antes de la putrefacción que acontece cuando el corazón deja de
bombear sangre se producen infinidad de movimientos reflejos. Hay partes del
cuerpo que continúan funcionando. El pelo y las uñas crecen, pueden moverse las
pestañas e incluso el globo ocular al tacto, se entonan los esfínteres, la
vejiga exonera orines y la próstata flujo seminal. De ahí que cuando se va a
proceder al levantamiento del cadáver de los ahorcados el juez de paz se
encuentre en un aprieto al comprobar que el interfecto tuvo una erección al
expirar. Es lo que decía el P. Ros
jefe de estudios de la Sección
de Ciencias y que venía de la
Pontificia de Comillas. Tenía tres carreras y al terminar la
de Ingeniero de Telecomunicación se había metido a jesuita.
Así que hasta para estirar la
pata se toma la muerte su tiempo. No es algo instantáneo, contrariamente a lo
que se considera, incluso en las situaciones de muerte súbita. Con tales
explicaciones alumnos profesores y criados se volvieron para la cama un tanto
decepcionados por la falsa alarma. Don Marciano el Ecónomo entonó otro
responso. Estaba el hombre muy compungido pues nos dijo que sentía un gran
aprecio por Enrique Gudiel. El coro de los teólogos se despachó por ultima vez
con la secuencia del dies irae cuyas notas no podían ser más tétricas máxime
pasada la media noche… in die illa tremenda Recordare Jesu pie quod sum causa tuae viae ne me perdas
ille die. La imprecación solemne de Tomas Centano preguntando solemne sobre el
misterio de esta existencia y sonando solemne bajo la losa del firmamento en
los cementerios o alzándose sobre las cresterías de las catedrales góticas. Así
fue siempre. Así será eternamente. El cadáver de nuestro compañero cobraba una lividez
amarilla por momentos. Ya empezaba a oler. La pierna volvió a su sitio.
Recordaba un poco el cuadro de Van der Weyden lección de anatomía. Su regreso a
la vida no fue sino un espejismo.
A Peralta, sin embargo, le dio un
taque de nervios. Hubieron de llevarlo a la enfermería y Berengario Fenogreco
las monjas de abajo, a las que llamábamos ancilarias por lo de ecce ancilla
domini y a esa orden recién fundada por el Rector pertenecían y tambien las
invisibles porque nunca se las veía. Nos daban de comer por el torno y era zona
de clausura ka cicuta, lo hincharon a tazas de tila. Poco a poco se fueron
calmando pero aquella noche mis dos compañeros de terna sellaron el pacto del ángel
un convenio bastante macabro. Peralta y Berengario se ajustaron para comunicar
el uno el primero que muriese de presentarsele al otro doquiera que estuviera y
a la hora que fuese de aparecido para comunicarle cual había sido su suerte el
día del juicio particular ese que se celebra en el instante mismo de la muerte
según la teología. Tendrían que anunciar se habían salvado o se había
comunicado. Ambos asimismo hicieron promesa de entrar en una orden
contemplativa. El uno entró cartujo y el otro trapense. Al correr de los años
visitando la cartuja de Miraflores algo me dijo un monje de aquel suceso.
Peralta fue el primero en morir y cumplió lo prometido. Una noche cuando los
monjes celebraban Maitines oyeron un extraño ruido como si hubiera aterrizado
un carro de fuego en la nave de la iglesia y tal fue el estremecimiento que
hasta la misma estatua de don enrique el Doliente que está allí enterrado al
lado del Evangelio experimentó una extraña sacudida y se escuchó una voz muy
alegre pero poderoso.
-Salvado.
Soy salvo, Berengario por la misericordia divina.
Ni creo ni dejo de creer pero
conociendo lo cabezota que era Jesús Peralta no me extraña que movilizase a
toda la corte celestial para ir a cumplir su promesa. El fraile me dijo que
cesaron en este punto las misas gregorianas y se le tiene como un santo, uno de
los muchos santos anónimos que ha espigado como un florilegio de beatitud la
orden de San Bruno, a mi viejo compañero de terna. Misterios de la gracia.
Por lo que a mí respecta, y
volviendo a cuestiones más pedestres y menos encaramadas, y aun desconociendo
cual seria mi suerte, si estaré en el numero de los cordero o en el de los
cabritos, entre los bienaventurados o entre los preditos. Me es indiferente.
Sólo acertaré a decir que en aquel viejo caserón me enseñaron a amar a Cristo y
he tratado pecador de mí seguir su senda. Lo importante es haber vivido esa fe
y esa esperanza. Ir al infierno, a la gloria o al purgatorio me da lo mismo. Me
trae al pairo como suele decirse.
Me pregunto si no habré tenido ya
suficiente infierno y purgatorio con los dolores que me han deparado mis días:
las enfermedades, las humillaciones, los fracasos, los desdoros. ¿No ha sido
suficiente mi lote? Tiene usted mucho purgatorio, me dijo una vez un confesor.
-Padre-repuse-
¿no le parece que no he sufrido lo suficiente para tener que ir a padecer allá?
¿No bastó mi lote?
-Hijo,
hijo, no digas eso. No cometa el mayor pecado de los condenados al averno que
es la desesperación.
-Creo
que el papa acaba de suprimir el purgatorio y el limbo.
-Entonces
¿qué hacemos con el cepillo de las ánimas?
Mi reverendo se quedó de un aire:
-Eso
digo yo
La muerte no me asusta y no tengo
miedo a nada, únicamente al pecado y a Dios, por más que en nuestra primera
entrevista Aldeorrillo me espetase a bocajarro que era un miedica y en aquella
ocasión me quedé clavado en mi reclinatorio viendo cual sería el desarrollo de
los acontecimientos. Mis dedos se aferraban maquinalmente al rosario y me dio
por reír en lugar de salir de estampida como hicieron Peralta y Berengario.
Había algo cómico en aquella situación. No tuve un acojone. Tuve un descojone.
El muerto había alzado una de sus extremidades como si estuviera en clase de
gimnasia. Ciertos eran los toros: la pierna izquierda de Gudiel se elevó.
Arriba España. Se echaba de ver por dentro de la sotanilla los fondillos de sus
pantalones bombachos de pana muy corcusidos. En la pernera aparecía una mancha
sospechosa color marrón que corroboraba la diagnosis del P. Ros sobre el rigor mortis. Al morir unos se mean de gusto otros
se van por la pata abajo y otros eyaculan. Avante toda. No somos nadie.
Diré en conclusión que me dan menos
miedo los muertos que los vivos aunque las cosas del más allá y los fenómenos
preternaturales incentivaron mi morbosa curiosidad y de ahí mis idas y venidas
durante cinco años al prado de las apariciones o de las suposiciones. Huelgo
con libros esotéricos que nos hablan de los enigmas y hasta creo en duendes y
aparecidos y leo con fruición las vidas de los santos-algunas me parecen
infumables pero en fin quien no conoce a los hombres no conoce sus aberraciones
y sus vicios. En el Escorial no he visto a la Virgen aunque ocurrieron cosas inexplicables. Por
donde anda Dios anda también el diablo. De ello hablaremos más adelante. Por el
momento: arriba ánimas.
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