LLANTO POR GEORGY BEST
Antonio Parra
Oh, Georgy Best, you were the best. Este
es mi llanto por el que seguramente ha sido el jugador de fútbol mejor de todos
los tiempos. Su entierro ha tenido categoría de acontecimiento nacional. Con él
se ha inhumado no sólo al icono de una nueva generación sino también toda una
época. En Inglaterra - estuve siguiendo las noticias que llegaban desde Londres
después de su muerte a través de la tv y de los tabloides- la figura de este
mito destrozado del Ulster encontraría en España un parangón semejante con
Manolete y con Joselito. Puro furor celta. Creo que su nombre unido al de la
leyenda será esparcido por el viento en baladas y canciones y los bardos le
dedicarán composiciones; me imagino a una banda de gaiteros irlandeses dándole
el último adiós en una mañana brumosa y gélida del día de San Andrés. El viento
de los Highlands guardará su memoria al soplar sobre los acantilados del
condado de Antrim.
La asistencia a las exequias ha
tenido que ser reducida a un cupo estricto de invitados por las autoridades en
evitación de motines y avalanchas. Era todo un héroe popular y un mito de la
Verde Erín. Un genio del balón destrozado por la bebida al que desgarró la fama
y el amor de una mujer. Era también pájaro de un solo nido por lo que se ve por
más que todas las minifalderas de mi tiempo lo amaran de consuno. Todos los
rapaces querían darle a la pelota con tanta habilidad como él jugando en la
delantera de los Diablos Rojos del Manchester, y las muchachas de Inglaterra hubo
un tiempo querían todas ser novias de Georgy Porgy. Georgy Best. Y es que era
guapo el tío.
Con su partida también se nos va un tiempo que se fue y que yo viví.
El del Swinging London. Los pubs. Las
demos. Las primeras discotecas del West End. Había una que frecuentaba y con el
que coincidí más de una vez. Era La Balbonne detrás justo de Picadilly
Circus. Estaba pedo y rodeado de
bellezas. Las groupies no lo dejaban en paz. Esperaban a la puerta de los
vestuarios para besarlo, abrazarlo. Your place? My place? ¡Oh que aquellos
fueron tiempos de vino y rosas!. Nos habíamos acostumbrado a vivir con la bomba
y el mundo estaba dividido en dos bloques pero crea que era mucho más seguro
que el actual. Estábamos en pinganitos rozando la cresta de la ola y creíamos
controlar un futurrar que hoy no existe. ¿Terrorismo? ¿Qué me va a decir usted
si largué crónicas y crónicas hablando del IRA, un conflicto el norirlandés que
se refería a enquistamientos del siglo XVII entre papistas y puritanos de la
observancia bíblica de Orwell, y que nunca llegué a comprender? Es el sino de
todo periodista: hablar de cosas y fenómenos que no entiende bien, a
imperativos de la actualidad. Lo que para unos era movimiento de liberación
para otros representaba defensa del Derecho y de la Ley Creo que la mayor parte
de los británicos tampoco y George Best era un chaval que había nacido cerca de
Falls Road, el gueto de separación de las dos comunidades. El fútbol era lo
único que podía unir a católicos y protestantes. Por eso fue grande Georgy
Best.
Si subía a alguna de sus admiradores a bordo de
uno de sus descapotables - era un maniático de los fast cars- luego
contaban su aventura con el futbolero en alguna exclusiva del News of the
World o del Mirror. Si les
besaba en la cara el ídolo no se lavaban en tres días.
Los
reporteros montaban guardia a la puerta de su casa de Marylabone pero el hijo
del tornero escocés que trabajaba en el astillero de Belfast se hacía de pencas
y muy de desear porque en verdad era el gran deseado de las señoras, el más
deseado en todas las Islas como se dice ahora. Con él se inició la caza de
famosos. El quinto Beatle le llamaban, reconocido no sólo por su habilidad en
la cancha sino por su extravagancia fuera de los estadios.
Me reconoció y me invitó a una copa cuando estaba en la barra de la
Balbone. Era la segunda y última vez que nos encontramos. La primera, le hice
una entrevista con fotos en un hotel de Scarborough. Estaba desayunando después
de un partido. Y aún lo recordaba pues para llegar hasta el personaje hube de
sortear no pocos obstáculos. Corría la primavera del 72 y Best aunque no tan
famoso era una especie el mirlo blanco por lo huidizo de los retrateros. Me
colé y Matt Busby el manigero del Manchester United tenía siempre a la figura
entre algodones y me consideró un intruso. Nadie podía acceder a él sin su
consentimiento. Hubo un par de fotos robadas. Hurgué en mi archivo ayer y con harto dolor no di con ellas pero yo
bien guardadas las tenías. Como una reliquia.
Así que llegó un pretoriano de los que llamaban chucker outs y
me echó a patadas de la concentración. ¿No ha visto que ha puesto en la puerta
del comedor el cartel de dont disturb? Pues no lo vi. No señor. Ni que
fuese un cuarto nupcial una noche de bodas o un besamanos. Sorry. Aun me dio
tiempo a sacarle un par de placas al futbolista y a hacerle unas preguntas que
luego “inflé” en un reportaje. La entrevista se la mandé a un fulano que
dirigía una agencia que se llamaba Hispania Press. No me dieron un duro pero el
texto anda todavía por ahí guardado en varios periódicos de provincias. Si el
lector tiene curiosidad que consulte las hemerotecas.
Me había propuesto hacer lo que se llamaba entonces free lance
y establecerme por mi cuenta como reportero en Inglaterra. Yo era un soñador. Le
compré una Pentax a un comisionista de York cuyo nombre no se me ha escapado de
la memoria, se llamaba Mr. Dixon, y armado caballero del periodismo, henchido
de entusiasmo el corazón, y por única acolada mi buena estrella que creo que la
tengo pues este toque de varas especial salvó mi pellejo en situaciones
comprometidas, me lancé a los caminos a desfacer entuertos, contar historias,
hablar con gente haciendo dedo por las carreteras del Norte. Eso que se llamaba
antes Periodismo. Me mandaban a subir a la cabina los camioneros que fletaban
hierro y carbón hacia Hull. Circunspectos funcionarios del Inland Revenue me
ofertaban un siento en su Morris 1100 y me hacían insidiosas preguntas sobre mi
suerte y condición de extranjero. En aquellas rutas conocí a verdaderos locos
como yo y a veces hasta entablé amistades y aún ligué.
-Where are you going, mate?
-Scarborough. Voy a la feria.
-Jump in.
En el fondo que en esta profesión yo he sido uno de los
pioneros. Infantería de las letras. Hacías reportajes que no te pagaban o te
los pagaban tarde y mal. Puta y poner la cama. O el sastre de Campillo que
cosía de balde y tras poner la aguja, ponía el hilo. Y querías que Fortuna te abrieses las puertas
de la Fama. Te costó poco menos que un divorcio, Verumtamen. Pero siempre has
sido así. Un soñador despierto en el cuento de la lechera. Que no, Zanny, que
no, mi niña, que ya verás como da resultado esto de francotirador. Y salimos
adelante. Worry, too much worry. Se le empezó a hinchar el pescuezo, los
primeros síntomas de aquel cáncer de tiroides en cuya incepción y origen por el
stress, que es como vienen la mayor parte de las enfermedades, mis ideas
descabelladas tuvieron a culpa, y se largó a Londres con la niña en casa de sus
padres. Cuando me presenté en la casa de mis suegros a los pocos meses con el
nombramiento de corresponsal de Pyresa en el bolsillo ya era demasiado tarde.
¡Pobre Zanny! Dios la tenga en su reino. ¿Y tú, Helen, amor de mis tuétanos,
por qué no das señales de vida?
Pronto me molerían entre sus aspas los molinos de viento de la cruda
realidad. Los palos y los huesos me quebrantaron, mas no me apearon del burro. Sigo siendo un
soñador quijotesco en busca de la justicia y en rechazo de la iniquidad. Y así
me pinta. Pero no por eso daré mi brazo a torcer. Ladran luego cabalgamos y
siete tiros en el cuerpo y avanzando que decían los matalotes del Duque de
Alba. Ataquemos en columna que si no estamos perdidos. A veces la brega es tan
dura que los guerreros que abren brecha y saltan sobre la trinchera enemiga
tienen necesidad de los arrimos del saltaparapetos etílico. Y tú. Georgy, eras
un fuera de serie. Se te consentía todo. Uno de los de avanzada eras. Los
hipócritas que te aplaudían a rabiar cuando corrías la banda luego se
escandalizaban porque en un party de los que acostumbrabas te corrieras una de
tus juergas. ¿Se te subió la fama a la cabeza? No. Yo creo que el que te dejara
la mujer a la que amabas fue el desencadenante de todo aquel precipicio.
Bueno no nos pongamos tristes.
Hoy en tu memoria me fui a honrar tu partida en un pub de Majadahonda
donde se puede beber verdadera Guinnes pero a unas cantidades astronómicas
joder que te cobran por una pinta cinco euros y sobre los escaños de madera
hice la salva a los héroes. Miles de británicos lo habrán celebrado con el
mismo ritual, un desafío a las Moiras. Cheers. Bottoms up (salud y culos
arriba) que entre los ingleses es una forma de brindar. En todos los funerales
ingleses y en los velatorios irlandeses que estuve la cerveza siempre corrió a
esgalla. Y es que las predicaciones de san Patricio y de San Columbano no
consiguieron erradicar del alma celta las paganas inclinaciones de beber, beber
y apurar. Yule o solsticio invernal se convirtió en la Navidad y la Fiesta de
la Primavera en Pascua de Resurrección. Y este es un género de cristianismo que
a mí agrada. En él supo convivir Cristo con las deidades antiguas. No el
semita. Los moros y los judíos no se emborrachan en la puta vida. Mucha Biblia
y mucho alcorán pero su religión no es
compasión sino un constante ejercicio de crueldad y de guerra en nombre de
Yahwé o de Alá. Altanería. Somos los elegidos. Dios no sólo está con nosotros
sino que es de nuestra propiedad. Estrellas de David y crescentes. Cimitarras y
catapultas nucleares. ¡Bah! Ellos trajeron el odio so capa de alianza de
civilizaciones y destruyeron el amor y el arado romano. Pero en fin no nos
metamos en teologías que acabaremos denunciando la gran hipocresía y
descubriendo el rostro terrible de la Bestia que es puro holocausto y delirium
tremens.
Volví a encontrarme con Georgy Best en un partido celebrado en el
estadio de los Tigres de Hull entre la selección de España y la de Irlanda del
Norte en 1971. Creo que empatamos a uno.
Habían venido a presenciarlo muchos emigrantes españoles casi todos gallegos.
En ese encuentro fui testigo de la altanería de un famoso actor guapo oficial
en aquellos tiempos, Juan Luis Gallardo, que se avergonzaba de pertenecer a la
chusma que asistía al partido. No se puede ir de guapo oficial por la vida,
chacho. Estuve por darle con mi cámara en los morros. Sin embargo, esa
vergüenza de ser y sentirse español de algunos sujetos que no quieren
pertenecer al cuerpo ha sido un fenómeno que me llamó la atención sin hallar
una explicación viable a tal petulancia. Ocurrió en los tiempos de Flandes y
las rivalidades, por ejemplo, entre Pizarro y Ovando acabarían en asesinato y
en desastre. Somos gente individualista y muy pagada de sí. Nos queremos poco
y, fuera del redil, con harta frecuencia nos convertimos en lobos que merodea
el propio aprisco. Se me quedó grabada aquella escena del actor embutido en un
abrigo de pieles escupiendo por el colmillo y
despotricando contra los galleguitos fregatrices y sollastres los pobres
a los que su patrón había dado día libre para ir al partido llevando alguna que
otra bandera de España y que olían a fritanga y a aceitazo. Acababan de emerger
de las cocinas de hoteles y hospitales y daban rienda suelta a sus desahogos.
Por entonces el único destino de la emigración española a Holanda y a
Inglaterra era de lavaplatos. La petulancia de aquel tío la tengo aun metida
entre ceja y ceja. ¡Qué energúmeno!
El encuentro terminó en tablas y Best no estuvo a la altura de las
circunstancias. Parecía un gallo desplumado corriendo por la banda aterido de
frío. Era un futbolista irregular. Nada clásico. Su condición física no era
nada envidiable en comparación con esos bigardos que se ven ahora en la
Bundesliga o la Champions auténticos gladiadores de la modernidad, andábatas
verdaderos que cobran millonadas por exhibirse en calzoncillos cada domingo
sobre el césped. Best tenía la apariencia frágil de esa chiquillería todos
corriendo detrás del balón tratando de espantar al frío y al hambre que yo veía
cuando viajaba en tren en los prados comunales por cualquier lugar de las
Islas. El modelismo y la catasta no había entrado todavía en los planteamientos
de aquel fútbol británico de pase largo, de confrontación noble, el tackle,
pero donde nadie solía lesionarse a causa de una tangana. Entraban fuerte eso
sí pero no a quebrar las piernas del rival, como Goicoechea cuando lesionó a
Maradona. Se creía todavía en el fair play. Juego limpio. Y así íbamos entonces
nosotros por la vida queriendo jugar limpio, a pecho descubierto y dando la
cara.
Tenía el culo respingón y su plexo solar no era muy amplio; daba
impresión de fragilidad y eso instigaba el instinto maternal de las señoras
siendo esta cualidad una de las claves de su éxito con las mujeres. Su
principal virtud era el balance (cuando cogía la pelota ésta se adhería
a sus pies y nadie se la quitaba; parecía que se iba caer pero no, mantenía el
tipo) y cuando el partido le salía redondo daba espectáculo. Sus jugadas eran
determinantes. Siempre ocurría algo después que él la agarraba. Un gol. Un
vicegol. A touch of class, a touch of genius, decían los
comentaristas deportivos. Y era una delicia leer aquellas crónicas de los
dominicales escritas en el mejor inglés que yo he visto. Creo que Julio Camba y
Wenceslao Fernández Flores aprendieron su arte de contar historias y de narrar
partidos en aquellos rapsodas del The match of the day de la tarde del
sábado que en Inglaterra durante los años treinta reunió a las mejores plumas
del país. La tradición se alargó hasta los sesenta y creo que aun sigue esa
norma de poner en la sección de deportes a los más talentosos. Sucedió cuando
el fútbol era eso: The Game, un juego y no este conundrum de intereses
crematísticos y de marcas publicitarias.
Claro que el Quinto Beatle era un delantero de pulso formicante.
Tardes gloriosas en las que catalogaba las mejores jugadas y otras en las que
no daba pie con bola. Los entendidos decían que era un poco chupón.
Individualista que no jugaba para el equipo pero a Best se le consentía todo.
Era un futbolista de raza al estilo inglés como Stanley Mathews, Bobby
Charlton, Denis Law, Nobby Stiles, Alan Ball. Pura furia que allá llamaban stámina
combinada con una gran inteligencia, con una profunda visión de la jugada.
Un sábado en agosto de 1973 cuando la crisis de Chipre. Kissinger, uno
de los mayores enemigos que ha tenido la cristiandad, inclinó el peso de la
balanza por la Turquía otomana en
detrimento de la Grecia cristiana, cuna de la ortodoxia. Creo que ahí empezaron
nuestros males y hay que retrotraerse a aquella crisis para explicar lo que
está pasando. El trance greco chipriota para mí determinó la caída del imperio
británico ante la presión de aquel Metternich moderno que mostró una capacidad
insólita para traicionar a amigos y enemigos, que odiaba a Europa y a los
alemanes aunque hablase el inglés con acento alemán.
El Pentágono dio luz verde a la
invasión de la isla de la misma manera que posteriormente ordenaría el
bombardeo de Yugoslavia. Luego matarían a Makarios aunque dijeron que fue un
colapso. Yo estaba aferrado al tablero de mi maquina de escribir y hecho un
brazo de mar pues no pude comprender cómo los norteamericanos haciendo mangas y
capirotes del orgullo inglés jugasen al chito con Callaghan (Big Jim) y se pasasen por el forro todos los
comunicados del Foreign Office. Así que un sábado de aquel verano negro para
conjurar mis furias me fui al fútbol a Stamford Bridge. Siempre he sido forofo
del Chelsea. Mi equipo londinense jugaba contra el Manchester United. Fue uno
de los partidos más emocionantes de mi vida. George Best puso las vetustas
gradas de Stamford Bridge boca abajo. Cuando regresé a casa encontré una carta
de María Martínez Zapico, que fue para mí una especie de madrina de guerra - de
aquella guerra ¿qué guerra?- y un paquete de fabes y choricillo en el cual me enviaba las grabaciones música
del Presi y una serie de discos y grabaciones de nanas asturianas en la voz de
Menchu Álvarez del Valle. Mi madrina - ¡qué madrina!- era muy amiga de los Roca
Solano. No había nacido aun Leticia pero aquella maría iba Para reina y de
hecho una sobrina suya emparentó con los borbones. ¿Quién me diría a mí que
aquella locutora de Oviedo se iba a convertir en abuela de la Reina de España?
Lo que son las cosas, Verumtamen. Se mete usted en unos líos. Y a mí ¿quién me
mandaría? Pues eso. El destino.
Fui la última vez que vi a la figura en un estadio. Hace poco la Sky
News me trajo la imagen de un anciano decrépito después del transplante de
hígado. Se le habían caído los papos. Tenía un aspecto maganto, mal color pero
sus ojos eran lo mismo de indecibles y penetrantes que cuando mozo y pelo
seguía siendo negro entreverado de gris. En su semblante se reflejaba ya el
final del partido. Fue incapaz de dejar el alpiste incluso cuando le
transplantaron la víscera más importante que tenemos después del corazón. Pero
George era así. Todo se lo perdonaba. Típicamente Irish. Brilliant but
hopeless. Irlanda en el corazón. La mujer que yo amé era una inglesa de
estirpe irlandesa. Pertenecía al clan de los Heagerty. No sé donde duerme el
último sueño pues no me lo han dicho. ¡Ah si yo no hubiera comprado aquella
Pentax a Mr. Dixon! Pero era el destino.
La fatalidad. Yo también he recorrido las tabernas de Londres y pintado la ciudad
de rojo más de una vez en lo que llamaban
drinking bouts. No me gusta el alcohol pero ha sido para mí una
talanquera de supervivencia. Por amor a Marte y a Venus acabo en los brazos de Baco y Morfeo. Beber
para olvidar toda aquella grandeza, todo aquel tiempo que se nos fue de las
manos. Suzanne encontraré tu tumba para llevarte un ramo de guirnaldas. Buscaré
de nuevo ese jardín de Essex que yo soñé donde está enterrada. Fue un
privilegio haber visto jugar a Georgy Best, haberse tomado una copa en su
compañía. Fue sobre todo un privilegio del Altísimo haber amado a aquella
inglesa gloriosa de madre irlandesa y de padre galés. Celta y católica por los
cuatro costados. Suzanne del alma mía. Dios me perdone y a ella la bendiga o la
tenga junto a sí en su seno pues en el más allá la espero ver. El
amor es eterno.
-Cheer us, Georgy Best. You are for ever.
Hoy me he tomado una pinta a tu salud. La santa espuma o broth
que ha de rebosar sobre el borde de una buena pinta de mi jarra de cerveza
negra sean lágrimas de mi llanto por ti. Y por Suzanne y por todos los santos
de la glera fornida céltica. Oh when the saints go marching in.
Les veo llegar y desfilar. La tropa está ahí. Se me amontonan
los recuerdos. Son ya demasiados mis amigos muertos.
30 de noviembre de 2005
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