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jueves, 7 de junio de 2012

la europa de los mercaderes nos quiere poco

Hispanofobia bruselense y alzamiento comunero



Soplaba un viento frío por la Canaleja segoviana ese viento rotundo que arropa bufandas y hace sacar el moquero aquel 2 de junio de 1521. era el día de la Minerva. Octava de Corpus. Vestía de luto toda la ciudad. Tejedores, perailes, vareadores y todos los gremios de cardar y apartar se unían a la procesión de santo entierro de un comunero al que iban a ajusticiar. El reo el rostro tapado y cabalgando cara atrás iba a lomos de un mulo burdeño de mucha alzada y algo cojo al que arreaba un alguacilillo virgolero caminando entre medias de los soldados del Emperador. Un pregonero delante de la comitiva “cantaba” la sentencia añadiendo la siguiente muletilla rueguen los pobrecitos por uno que va a morir por la comunidad. Detrás de la cruz y los ciriales dos frailes con voz compungida leían la recomendación del alma al sentenciado que subió las escaleras del cadalso con paso firme y con toda la dignidad. Pidió que lo destaparan y antes de rendir su cabeza a la toza lanzó un viva Segovia comunera que resonó por todos los ámbitos de la plaza del Cristo del Mercado. El sayón de un corte limpio arrancó la cabeza de un tajo. El pueblo empezó a entonar el Miserere. Un grupo de mujeres envolvió el cuerpo ensangrentado en un lienzo y lo arrastraron hasta un carro que aguardaba detrás del palenque y lo llevaron a enterrar. Luctuosísimo suceso

No se me olvida la impresión del relato de aquella muerte en el rollo de mi ciudad. Era un criado de la casa de los Bravo el cual había sido ajusticiado de la misma manera en Valladolid junto a los otros dos cabecillas: Padilla y Maldonado. La esposa de éste, gobernador toledano también sería degollada semanas más tarde. Brava mujer a la que llamaban doña María de Pacheco. Al obispo Acuña de Zamora sin tener en cuenta su dignidad episcopal el temible alcalde de Arévalo, Ronquillo, le dio muerte a palos con una vara.

 Sobre mí como sobre otros muchos castellanos- siempre me declararé comunero- pesa la derrota de Villalar en una batalla desproporcionada en que unos cuantos labrantines de enfrentaron a los tercios imperiales militares profesionales y muy bien pertrechados.

El motivo de la guerra de las comunidades fue en parte religioso pero sobre todo económico. Tuvo su origen en la prepotencia borgoñona y una falta de entendimiento entre Carlos V que llegó a Castilla sin hablar español y rodeado de una corte de rapaces bruselense los cuales oprimían al pueblo con impuestos y gabelas. Sobre todo y más que el esquilmo fiduciario las merindades castellanas que basaban su día a día y el pan de sus hijos en la exportación de los ricos paños segovianos como el límiste y la pana se vieron sorprendidos porque Flandes concierta un pacto con Inglaterra para la venta de sus telas.

La prepotencia, la chulería y el desprecio que demostraron primero Felipe el Hermoso y luego su hijo encendió los ánimos de los de abajo. Erasmo decía “non placet mihi Hispania”. El famoso fraile borgoñón fue uno de los abanderados de la Reforma. Pretendía suprimir todas las ordenes religiosas. A la sazón también era muy grave el malestar en los conventos. Hubo frailes franciscanos que bramaban contra el emperador y decían que su llegada a España se paragonaría con la del anticristo. Los comuneros seguían leales a su rey pero se sentían humillados por su valido Chievres y por el deán de Lovaina Adriano de Utrecht que subiría a la silla apostólica elegido Papa.

Traigo a colación estos recuentos porque vuelve a estar de moda la enemiga que ha sentido Bruselas –Bélgica es un pequeño país de origen celta y romano que nunca ha sabido reconciliarse consigo mismo ni superar la oposición entre valones y flamencos de origen germánico- hacia España y los españoles en general.

En la crisis del euro parecen regoldar los antiguos denuestos. Carlos V que nació en Gante y vivió allí doce años de su vida por ocho en Alemania se da la circunstancia que renunciando a los prejuicios que le inculcaron sus maestros se convirtió en un español y quiso morir y ser enterrado en España. “Non mihi placet Hispania” decía el bueno de Erasmo. Los soldados de nuestros tercios le devolvían la pelota con la siguiente oración; “España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura”.

El duque de Alba que conocía bien a aquella gente que ha vivido de la usura y a la sombra de la sinagoga y siente un odio ancestral hacia España, el catolicismo y nuestra forma de entender el mundo. Por eso arrasó Mastrique a sangre y fuego.


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