Ferias y fiestas de san pedro en Segovia del ayer
Ya vienen las ferias de Segovia y yo con estos pelos, entono uno de mis blues, aquellos romances que cantaba la nieta de doña Aniana la comadrona que me sacó del vientre de la Juani, guapa moza, animadora del mester de juglaría:
Ya se va san juan de junio con todas rosas y flores, ya llega santa Isabel que las trae a cual mejores, arrumbalas allá. Toma los higos verdes que pronto madurarán. La melodía guarda registros tristes como casi todos los cantos castellanos que se quejan un poco de la fugacidad de la vida siendo en sí tan vitalistas. Noche de san juan a coger el trébol. Los mozos colocaban el ramo en la ventana de sus amadas. Danzas en torno a la hoguera.
Yo pisé la brasa y salté la hoguera en san Pedro Manrique Soria el año 72 y no me quemé pues había bebido de lo lindo, tampoco me cogió el toro de calderas pero lo que recuerdo con mayor ahínco son las ferias de mi pueblo que daban inicio en la noche mágica más corta del año cuando veíamos el castillo de fuegos artificiales sentados sobre el pretil del puente Valdevilla la catedral toda iluminada y el cielo de la noche se llenaba de cometas y de estrellas filantes.
Al día siguiente el pregón del alcalde y la llegada de los muleteros y tratantes al ferial de ganado que se congregaba en la dehesa del rey Enrique IV.
Era cosa de ver a las recuas enjaezadas y escuchar el relincho de los caballos el blusón de los tratantes que sellaban sus contratos con un “choca la pala, cristiano” y un chupito de aguardiente en la taberna de al lado.
Los chalanes se empleaban en peleas dialécticas con los gitanos que con frecuencia daban gato por liebre haciendo pasar por potro a un jumento entrado en años disimuladas con pez sus canas y sus muchas mataduras.
Los regatones de Cantalejo que eran gente diserta en esto del trato siempre examinaban la dentadura y picaban en los ijares para conocer la edad del animal. La ciudad se llenaba de forasteros y gentes de los pueblos que se acercaban a la capital a ver los toros.
Mi abuelo para no pagar entrada el pobre me cogió en brazos y yo pesaba lo mío ya por aquel entonces, debí casi de derrengarlo pero recuerdo aquella corrida en la plaza de Segovia que debió de ser en la antigüedad circo romano. No pagaban niños y militares entrada a los espectáculos.
Recuerdo bien aquella corrida a la que fui de gorra en los brazos de mi pobre abuelo que empezaban a barruntar las flaquezas de una enfermedad que le llevaría al sepulcro, y en que lidió un mano a mano Luis Miguel Dominguín con Andrés Hernando. Ambos cortaron orejas.
A la salida se preparó un atasco en la carretera de la Granja, el primer atasco que vi en mi vida. España empezaba a motorizarse. En el Salón montaban los caballitos y el tren de la bruja. La tómbola no podía faltar. A mi padre le tocaron una ristra de cazuelas y tres botellas de vino de Valdepeñas. Volvió para casa el hombre tan contento y nunca me toca un pijo, ya era hora de que la suerte no me diese la espalda. El vino para las comidas. Dio cuenta de aquel caldo en tres semanas porque era muy moderado y frugal, un castellano de temple que sabía beber.
A la señora Teo le tocó una muñeca chochona y su hija la Vitar que era una niña muy resabiada y con coletas la sacaba a pasear a la tarde en un carricoche. Dice papá y mamá, ¿sabes? Y pide el pis. ¡Qué moderna!
Pero todo el afán de los chicos de mi pandilla era observar qué es lo que tenía aquella mona entre las piernas – la curiosidad es aliada del morbo sexual- y le bajábamos las bragas pero la muñequita linda no tenía nada, no era más que un amasijo de tronco, brazos y piernas de plexiglás.
La hija de la señora Teo se plantaba a llorar… guarros, sois unos sinvergüenzas, y unos cochinos.
-Chavales, si os cojo…
Salía el padre, que era un alférez de la remonta con el cinto de caballería y nosotros duro correr; ibamos a escondernos entre las peñas de la cantera del tío Enrique el que llevaba en la boina un cuervo amaestrado que sabía hablar. Había aprendido a decir fascistas cabrones y Franco hijoputo. El tío Enrique era un poco rojo y no nos podía ver a los de la colonia militar de Valdevilla.
Tiempo adelante comprendí por qué todas aquellas casitas blancas que tenían a la entrada un edículo con una imagen veneranda de la Virgen Santa Bárbara patrona de los artilleros fueron dinamitadas y destruidas, arrasadas para que no quedase memoria. Habían vuelto a mandar los hijos del tío Enrique el cantero, uno llegó a ser alcalde de Segovia y en el alma de los vencidos quedaría un poso inagotable de rencor revanchista contra los vencedores.
Subíamos a los caballitos, tirabamos al tiro pichón y veíamos a los forzudos del barrio de santa Eulalia medir sus fuerzas sacudiendo el balón picudo del dinamómetro, con su marcador de cristal… tantos kilos o tantos gramos/fuerza.
Un cabo primero de la Base Mixta, que era pequeñín, pero recio como él solo, muy trabado de hombros, asturiano, de uno de sus contundentes ganchos, hizo trizas la máquina y allí fueron ellas.
El dueño del manubrio que era italiano se lió a dar voces reclamando daños y prejuicios y una indemnización.
- Porca la mía madona… tu spezzare tu pagare. El que rompe paga, pero el cabo primero puso orejas de mercader.
Caguen mi manto esti aparato ye mu poco para esti asturiano que levanta con el meñique un carro de combate.
Con que reclamaciones al maestro armero. El italiano no paraba de dar voces y el militronche se escaqueó haciéndole la higa al pobre vendedor ambulante que al año siguiente se presenté en ferias habiendo montado en el real un chiringuito de cervezas y gaseosas. Aquellos días eran muy especiales.
El personal no paraba en casa. Bajaba a las procesiones o iba a presenciar las carreras de sacos. Con el pino del mayo en el barrio del Cristo había competiciones de estirón un juego al que los ingleses llaman tug of war- consistente en estirar dos conjuntos de muchachos una viga o una maroma y el que desplace a su oponente ese gana.
En los jardines de Villangela tenían lugar los primeros bailes al aire libre de la temporada. Allí fumé yo mi primer Mataquintos.
- Chupa, chupa que se apaga. Si viene tu padre te tragas el humo por los hocicos
Y allí escuchábamos boquiabiertos los cuentos que nos contaba un tal Crispi que se sabía muchos de jaimito y de ánimas.
Pues había una vez Zamarramala-nos dijo- una familia que eran muy pobres, tan pobres que uno de sus chicos el Clodoaldo murió de fame. Total que los de su cuadrilla, dichas las misas y las mandas, acordaron, teniendo ellos mismos mucha gazuza, gastarle una treta a los pobres deudos de Clodo y todas las noches se subían al tejado y llamaban por la chimenea a la madre que se llamaba Basílica, como si fueran las Ánima. Con voz lastimera imitando la voz del Acacio que paz descanse.
-Madre… madre…
-hijo, hijo, pero eres tú… y ¿donde estás?… ¿en el cielo… en el cielo, hijo?…
- síiiii, y qué tal estás…
- bien, lo que pasa es que aquí con san Pedro pasamos mucha hambre…
-pero ¡cómo pues! creía yo que allá arriba se estaba mucho bien sin fatigas ni azares viviendo en un canto perenne como dice el señor cura…
- sí madre, sí, pero no se puede cantar con la barriga vacía, y yo me digo que si usted nos echa algo de compango en este caldero que le tiro ahora mismo… un poco de matanza… unos choricillos, lo que le pete, cualquier cosa nos vendría bien…
- pues claro, hijo ¡qué ha de hacer! Ahora mismo.
La tía Basilisa colmó el caldero de chicharrones, algo de mondongo y una hogaza de pan recién horneada, y también un pote con calducho.
Los del tejado izaron tales providencias con tanta celeridad que la vieja, que trasteaba por el cocedero quedó pasmada al escuchar aquella voz invisible que le hablaba de lo alto de la claraboya pensando si no fuese aquella prisa cosa de duendes.
La visita y la llamada lúgubre- tas tas quien es soy vuestro hijo Clodo, un alma en pena, que os viene a visitar- se repitieron otras muchas noches.
Los de la cuadrilla del difunto comieron y bebieron a escote varias semanas gracias a las mañas de Tiburcio el hijo del pastor Melares que estaba de borreguero con el hijo del señor alcalde, el autor de la artimaña, hasta que un día la tía Basilisa quiso saber más
-… hijo, hijo, te oímos bien pero no te hemos visto la cara todavía, no sabemos como te sienta el Paraíso si estas gordo o flaco, blanco o moreno, nos gustaría verte aunque sólo fuera por el bujero de la chimenea… -si madre, si, ahora mismo.
Tiburciete que era muy vivo se quitó los pantalones y se sentó de culo en el brocal de la chimenea. La vieja junto a las trébedes del cocedero casi se desmaya al ver la cara del difunto:
-hijo, hijo qué cara tan hinchada y que ojo tan profundo.
Pues la cara hinchada y el ojo tan profundo, ojo del culo, ojo del cíclope es un poco el que nos mira a los segovianos cuando volviendo la vista atrás rememoramos aquellas fiestas de san Pedro, san Pablo y san Pablín, el día del bien, el del alboroque cuando había que rezar por los fallecidos entreaño.
Lo han traído los hijos del tío Enrique que subió de los infiernos con el cuervo parlanchín en el hombro poniéndonos a muchos de hideputas pa arriba. Son la ferias y fiestas del desquite.
- No os pueden ver.
-¿Y eso?
-Como te lo digo.
- Pues vaya. Que habremos hecho.
- Ser hijos de militares.
- ¿Y eso es un crimen? Si serás capullo…
Publiqué una novela recordando aquellos tiempos y se la regalé a mis compañeros de terna.
Ninguno, salvo uno. Que por cierto me compró el libro me llamó para agradecérmelo o decirme qué les parecía mi seminario vacío que se ha publicado en ruso y al parecer es una novela importante, la novela de Segovia.
Al director del Adelantado tampoco le debo mucho. Me hicieron un reportaje pero no nunca lo editaron. Comprendo ahora perfectamente los cagamentos contra nosotros del cuervo del tío Enrique.
Creo que los que ganaron la guerra fueron demasiado lenibles con los vencidos. Debieran haber fusilado al cantero y echar a la sartén a un pájaro tan procaz y deslenguado como el cuervo parlero.
Pero eran muy ladinos, se la sabían todas, siempre con el que manda, estos buenos de Segovia que ni la burra ni la novia son falsos que la mula de Judas, más falsos que aquellos machos mohínos que exponían en el ferial de la dehesa del Rey Potente los menestrales de mi tío Secundino el de Cozuelos; cuando llegó el caudillo dejaron de cerrar el puño, saludaban con el brazo en alto y volvieron a cerrarlo sólo para aferrar dineros llegada que fue la tan traída y tan llevada democracia, y ahora que demócratas ya semos vais a saber lo que es bueno, chiquitos. Mano al cajón. Arramblaron con todos los dineros Nadie es profeta en su tierra.
Demasiado afán de venganza. Uy que carrillos tan hinchados, uy que ojo tan profundo. Ojo de Ra. Ojo del culo hinchado y oscuro como el que se sentó en la chimenea, promulgó un pedo dejando a oscuras a los del cocedero.
Id preparando el clistel. A este país hay que ponerle un correctivo, una lavativa, dios quiera que no sea de sangre. Aquellas lejanas ferias de san pedro y san juan vuelven a mí con nostalgia y me acuerdo de los caballitos, del tiro al plato, de las carreras de sacos, de las dianas floreadas, de los gigantes y cabezudos, de Agapito Marazuela que tocaba la gaita en el arzobejo y del Tío Tocino el tamborilero menudeando palillos cobre la caja. Ahora va la arrebolada, tú…. Tariri tirri titi…. Taritototititota.
De las trallas de los muleros de Medina del Campo me acuerdo y me acuerdo también de aquella churrera bonita vendiendo porras y churros en el Salón a la que nos quedábamos mirando con ojos de besugos los de mi cuadrilla, tenía unos senos enormes de matrona valenciana algo de bigote por el bozo y el culo bajo, señor, señor ¡qué prietas debían de ser aquellas nalgas! Se nos ponían los ojos como platos al despertar del primer amor.
Todavía ibamos de pantalón corto y la guaja era un bombón que les volvía locos a los militares que paseaban por la Canaleja en traje de gala y guantes blancos. ¿Qué habrá sido de ti, churrerita de amor? El polvo del olvido ha reducido tu rostro a silencio y lo que aquí quedara es esta cara tan hinchada y ese ojo tan profundo.
El odio y la revancha forman ahora un tandem pedorro.
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