ESPIRITUALIDAD IGNACIANA NOTAS
CUARESMALES
Envuelto en la ceniza y el polvo a los que
revertiré, tiro del cajón de la memoria; Allí están las notas cuaresmales,
reflexiones de mi adolescencia, cuando, imbuido del carisma jesuítico, quería
ganar almas para Dios. Mi formación adolescente tiene la culpa de ese altruismo
puñetero y un poco egoísta que me domina aunque me consuela saber que de los
limpios de corazón es el reino de los cielos y Dios se apiadará del pecador en
el día de cuentas. Colijo al cabo de muchos años que la clave del éxito
ignaciano estriba en el “Gnosce te ipsum”
de los griegos, da de lado a las pasiones, refrena tu lengua controla tus ojos,
ayuna, calla y reza.
Cuando fue encarcelado en Alcalá bajo
sospecha de tener contactos con grupos de alumbrados y acusado por dos mujeres
santeras, el santo fundador exclama:
—Jamás hubiera podido creer que fuese motivo
de escándalo hablar de Cristo a los cristianos.
Ignacio topa con el oscurantismo popular y
con la iglesia oficiosa contra la cual entra en rebelión.
En Salamanca tampoco le fue mejor y tuvo que
huir montado en una mula camino de París.
Con este analfabetismo cristológico va a
topar otro predicador evangélico George Barrow Don Jorgito el Inglés que
denuncia la negligencia e ignorancia de parte del clero sobre asuntos
evangélicos.
Ignacio es como buen vasco terco y alienta
pensamientos de contrarreforma.
Su objetivo primordial fue evangelizar al
clero. Quería una revolución desde arriba.
El Día de la Asunción de 1534 en la basílica
de Montmartre se ordenan los primeros jesuitas (Fabro, Aqua Viva, Suarez,
Javier y él.)
El programa del nuevo ejército es seguir
abrazados a la cruz de Cristo, muertos al mundo y a sus vanidades. “Homines mundo crucifixos homines novos qui
suis se affectibus exuerint maximam gloriam Dei intuentes”.
La clave del programa es la renuncia a sí
mismos y la búsqueda de la gloria del Crucificado.
El pensamiento revolucionario se centra como
sumario de las constituciones: hombres nuevos, desligados de la vanagloria y
corrupción del mundo. Es el objetivo de su camino de perfección o terceronado.
Resucita una palabra del latín castrense para formar a los miembros de la
Compañía: tirocinio (lat. Reclutamiento.) Forman parte de los nuevos caballeros
de la cruz.
Iñigo de Loyola había asimilado en los libros
de caballería, tan de su gusto, la filosofía templaria, esto es; la militancia
activa.
La base del culto al Sagrado Corazón de Jesús
propalado por los jesuitas por toda la cristiandad se compendia en una famoso
soneto anónimo escrito por un converso:
“No me
mueve mi Dios para quererte
El cielo que me
tienes prometido
No me mueve el
infierno tan temido
Tú me mueves,
Señor, muéveme al verte.
Clavado en una
cruz y escarnecido
Muéveme el ver tu
cuerpo tan herido
Muévanme tus
afrentas y tu muerte”
Quizá porque fuera un aristócrata san Ignacio
no es un santo milagrero ni popular. Sólo promete la cruz y la renuncia a sus
seguidores y un cierto desapego a las devociones y practicas del vulgo. En esta
antipatía reside la clave de su eficacia. Muestra una adhesión ciega a la
soberanía de Dios y frente a las criaturas formula absoluta independencia y
libertad de acción.
He aquí pues un santo de rostro duro pero
eficaz. Recomienda a sus discípulos ser dóciles a la llamada del Espíritu Santo
y en cuanto a las cosas de la tierra “todo en tanto en cuanto”. Es la famosa
impavidez jesuítica que se planta delante de las apetencias de la carne. Lo que
no es óbice para que luego sus hijos, indiferentes a los halagos del nombradío,
la belleza, la salud, las riquezas o la fama, se infiltren en los sectores del poder
y del dinero jugando a todas las barajas que puedan darse pero teniendo siempre
presente el “ad majorem dei gloriam” que acuña el anagrama jesuítico.
Hemos de “vernos libres de los negocios
exteriores para vacar de la eterna sabiduría y no busquéis el oro de monederos
falsos”. Porque no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague.
La espiritualidad ignaciana es una
espiritualidad combativa surgida del arrepentimiento de una soldado que fue
palaciego y cortesano en la corte de doña Germana de Foix la segunda esposa del
Rey Católico, de Arévalo. Está imbuida del espiritu caballeresco que idealiza a
la mujer mirando para la imagen de la Virgen María.
Observador minucioso de sus intercadencias
todo cuanto se le pasaba por el magín lo anotaba en un papel. Su principal
hallazgo a este respecto es la santa indiferencia.
Mortifica su orgullo escribiendo que los
fracasos se los debe a su incompetencia y que sus triunfos, que fueron sonados,
(se apoderó de la Roma corrupta y cortesana) fueron obra del Señor.
Papini señala que la clave de la popularidad
de los Ejercicios está en haber construido un mundo que alienta bajo la
presencia de Dios.
Esta presencia significa composición de lugar,
un artilugio mediante el cual el orante se desplaza a la tierra de Canan,
escucha las palabras de Cristo, lo ve. Pegó tan fuerte esta creencia que los
grandes pensadores con el mismo Lenin a la cabeza, han utilizado las técnicas
ignacianas para la conquista del poder.
El jesuita tiene fama de ser riguroso en la
doctrina (esto puede observarse en el papa actual) pero indulgente con las
personas. Ello puede derivar en acusaciones de laxismo con que tacharon los
frailes a los jesuitas.
La cuestión es: no se puede dominar el mundo
para Jesús sin mantener atadas las riendas del poder político. Eso idea fue un vademécum
orientador de la S.J. durante varios siglos.
Ahora en un tiempo de materialismo laico a lo
mejor el papa Francisco tiene que sacarse de la manga otros procedimientos para
dominar a la Bestia, y ganar a la Bestia es vencer la concupiscencia del mundo.
Del orgullo, del demonio y la carne.
Iñigo de Loyola viejo soldado de los tercios
de Flandes es el adalid de la fuerza de la voluntad. Porque dice que la
santidad requiere un gran esfuerzo. Se entra por angosta puerta en el cielo.
Contra la creencia de los luteranos que,
falsificando un texto de san Pablo, establecen que la concupiscencia humana es
invencible y que sólo se puede redimir el cristiano por la gracia santificante
(fe sin obras) el fundador de la Compañía de Jesús en contra el pensamiento luterano opina que
el poder de la gracia, la oración y la mortificación sufren las carencias de la
naturaleza. A Dios rogando y con el mazo dando que bien lo decía Santa Teresa.