Tricentenario de la Biblioteca Nacional: España primera potencia mundial bibliográfica. Exportadora de humanismo
Por Antonio Parra
Unamuno en una frase desafortunada y tergiversa salió con aquello de que inventen ellos. Don Miguel como buen vascongado era un poco presumido y echado palante, aparte de que sus libros que son como coces encierren muchos pensamientos pero poca música, con frecuencia metía la gamba. Naturalmente enfrente de este axioma se sitúa toda la obra enciclopédica que demuestra que sí hubo ciencia española y que nuestra patria alzó el estandarte del humanismo cristiano que es todo él en gran parte de raíz conversa. Ese amor respeto y casi idolatría hacia la letra muerta nos viene de Israel. En España mucho se cavila y siendo despectivos hacia lo nuestro y desconsiderados hacia el otro (de ahí que el parlamentarismo y la democracia no suelan funcionar en este pueblo egocéntrico y caciquil) se escribió siempre y a marchas forzadas. Dicese que en todo españolito se oculta un dramaturgo, un novelista, que guarda sus cuartillas en una gaveta. Es la cólera del español sentado, indignado, exasperado, perplejo y hasta amojonado por los malos políticos que lo gobiernan. Con todo y eso, una golondrina no hace verano y, si bien se mira, hay otra España que trabaja con ahínco que no va al Congreso a discursear a hacer la bombilla como don Mariano Rajoy que parece un tribuno de gacetilla del 19 o a lucir palmito melena al viento taconeando por el Salón de los Pasos Perdidos mirad lo guapa que me han puesto y lo bien que luzco, chiquitos, como Loli Cospedal que es una manchega sesquipedal, la chica de alterne del PP, y nada se diga de Trini la culona y de doña Nasty Espe y demás farfolla. Esta España oficial de figurón y relumbrón nada tiene que ver con la sufrida nación del abnegado Juan Español, la del médico, el electrico, el mecánico, el policía, el catedrático, el sereno. Estos seres anónimos vigilantes son capaces de las mayores proezas si les sacas de este ambiente pazguato o corrompido. Recorrer todo un continente, construir una catedral él solito, sacarle a una huebra irredenta quinientas fanegas de cebada como hizo mi abuelo, estarse pies quietos a un volante quince horas como Ascanio el autobusero de la línea que va a mi barrio. Ya lo dijo el Cid “qué buen vasallo si hubiese buen señor”.
Hay una España de cascajo y pandereta como la que haraganea por los programas de la tele y otra que es seria, responsable, callada, nada jacarandosa que con una voluntad indomable y una paciencia benedictina practica el lema del “ora et labora”. Son los de abajo a los que no enchufan micrófono ni enfocan pantalla. En esa España del laboreo del currito sin remilgos ni contemplaciones me sitúo yo y otras muchas gentes de mi generación a los que la llegada de los Incombustibles nos apagó la candela y tuvimos que hacer mutis por el foro. Esgrimimos un silencio cartujano frente a la vocinglería de los políticos, los aspavientos de los ministros de la cosa y la babosidad rayana en el tialismo a causa de su secreción permanente de saliva aduladora de los periodistas lamerones que constituyen la clá de un sistema totalitario so color de demócrata.
Y a esa España pertenecen los hombres y mujeres que han hecho que sea posible una realidad a lo largo de dos siglos: el de la Biblioteca Nacional: archiveros, facultativos, documentalistas, encuadernadores, subalternos, jefes de sala, conservadores, vigilantes y tendedores de libros. Hoy cuando muchas instituciones pasan por un eclipse a causa de la corrupción que baña a la vida política y salpica incluso a la corona, cuando la iglesia acusa uno de los mayores desprestigios porque sus obispos son chaqueteros o ramplones el bajo clero viviendo en el limbo de la estulticia, la Justicia parece una merienda de negros, la Banca padece el bacilo de Koch y está tuberculosa como el euro, y todos los españoles parecemos cansados y expectantes en el que ha de venir, como los judíos a Mejías, sólo se salvan de este círculo de tiza de aberrantes sinsabores, la cochambre ambientativa y la estupidez e ignorancia carpetovetónica, la BNE, la Guardia Civil y una parte del ejército el poco que nos queda, y algunos médicos de guardia y enfermeras de los grandes hospitales.
En sus anaqueles quedaron depositados todo lo publicado en la nación y gran parte de las republicas hispanoamericanas hermanas a partir de 1712 cuando Felipe V de Anjou el primer Borbón decidió crear la institución. Verdaderos tesoros bibliográficos que van desde el poema de Mío Cid, la Biblia Políglota de Cisneros o el Beato de Liébana hasta las novelas de Corín Tellado.
En efecto, el 29 de diciembre de 1711 había nevado en Madrid. A la mañana aparecieron unos albañiles ante el convento de la Encarnación. Empezaron a construir un pasadizo que conectara el monasterio con el alcázar. Las religiosas protestaron porque perdían parte de su inmensa huerta pero el quinto de los Felipes como hombre ilustrado se había traído de París seis volúmenes, los cuales agregados a la librería de la Reina Madre Ana de Austria esposa de Carlos II constituyeron el germen de una de las colecciones bibliófilas más importantes del mundo. De la cuestión se encargaron los jesuitas, los primeros bibliotecarios. Para ayuda de costa el monarca mandó pregonar un nuevo impuesto sobre el tabaco lo que no deja de ser simbólico en abono de la relación que existe entre la escritura, la lectura y el vicio de fumar. Menéndez y Pelayo no creo que hubiese sido capaz de sacar adelante una obra tan titánica de crítica literaria sin los adminículos de la targanina en el cenicero de su mesa doctoral y el chupito de café al lado. Humo y literatura viven al lado.
Sin las volutas de la cazuela de mi cachimba que me aíslan un poco del mundo y me elevan a esferas más altas de lo pedestre y terrenal yo tampoco hubiera tenido paciencia para pasarme noches enteras delante del ordenador y redituar una tarea articulista, ensayística e incluso novelística que se sale de lo normal. Tal vez el ser humano sea sólo humo que se va.
No obstante lo cual sus sueños son importantes y plasmados en un soneto pueden alcanzar la eternidad.
El rey nuestro señor tuvo asimismo a bien ordenar que de todo el material que se saliese de los tórculos dentro de la península se enviara una copia a la Librería Regia. En 1788 Gaspar de Jovellanos, espejo de erudición y uno de nuestros primeros archiveros, redacta sus constituciones creando un departamento de lenguas orientales (árabe y hebreo) y clásicas (latín y griego) pero el centro que ha sido trasladado en el ínterin desde el Alcázar al convento de los Trinitarios va a padecer los estragos de la francesada. Los soldados de Murat utilizaron los viejos códices para levantar parapetos y las salas de lectura como caballerizas.
Uno de los directores el escritor castizo Bartolomé José Gallardo promulgó una disposición que hoy en día suena a cachondeo: que las mujeres no podían entrar al recinto sin estar acompañadas o sin permiso de sus respectivos y legítimos maridos y, en tal caso, tendrían que ir vestidas con gran recato, falda larga sin adobo ni aderezo en la cara. Su sucesor habilitó una sala de lectura de lectura para el bello sexo al lado del aula de “distinguidos”.
La humorada salta a la vista porque en la actualidad al Cuerpo Facultativo Administrativo de Archiveros y Bibliotecarios del Estado se le denomina La Cuerpa ya que un 95 de las funcionarias que atienden al público en las bibliotecas y archivos del estado son mujeres. Hasta 1838 estuvo vedado el acceso de las féminas. En un país tan singular y pendular como el nuestro ahora las cosas llevan el marchamo contrario y son los varones los que están acojonados y padecen el complejo de castrado al ser la cultura en este país cosa de mujeres. Hombre, ni tanto ni tan calvo.
Ninguna discriminación es buena y uno que ha padecido las torpezas los insultos y la falta de decoro de algunas de estas subalternas autenticas eumenides como aquella Carmen Fernández del Toro que me echó del Cida porque decía que yo con mis cuatro lenguas fluidas mis dos corresponsalías y un conocimiento que creo eximio de la historia de España no valía para ese trabajo. Me insultaba, me vejaba y prorrumpía en risitas cuando me despedía con un hasta mañana si Dios quiere.
Su novia la llamaba todos los días al archivo un par de veces y por todas las salas flameaba el estandarte del orgullo gay. Encantadas con sus tortillas habían comenzada la caza del macho. Me salvó la Virgen María y la ministra doña Ángeles. G Sinde que fue la mejor ministra de Cultura que ha habido en España desde la democracia porque esa Carmen y su amiguita eran dos fachas de tomo y lomo reconvertidas al PSOE porque un día tanto me provocaron que estuve a punto de cometer una barbaridad con las dos boyeras.
Muy agrias. Mal encaradas y peor educadas, su presencia en aquel templo de la ciencia me pareció sacrilegio, por eso me fui. Esta es una sociedad ágrafa, ramplona y poblada de paletos que se creen muy listo que se desvive por todo lo que llega de América en menoscabo y negligencia de sus intereses y causas.
Antes de entrar a trabajar en archivos (español, la marina te llama) yo fui un usuario del gran paladion libresco según se sube Castellana arriba paseo de Recoletos a la derecha y busqué la querencia y protectorado de los dioses penates- también quedan demonios, vestiglos y arpías que se nos aparecen con la cabeza de medusas girando su melena como dentro del tambor de una lavadora en nuestras pesadillas nacionales- de la cultura castellana la estatua sedente de don Marcelino que se muestra pensativo una mano en la barbilla (Rosa Regas quiso enviarle a la morgue la muy cretina pero no pudo con don Marcelino), de Nebrija apodíctico esgrimiendo una gramática con una leyenda por banda que dice: “la lengua escolta del imperio”.
En esta galería encontramos a don Miguel con su sonrisa bonancible y melancólica y a Colón muy alzado sobre un pedestal de casi cincuenta metros que otea la horizontal del skyline madrileño apuntando al Nuevo Mundo. Este lugar fue siempre para los que soñamos en una tierra mejor un burladero y un salvavidas a sabiendas de que no es demasiado grato nadar contra corriente. ¡Ay cuántas bofetadas nos daría la vida…!
En los tiempos de Franco esto no era una carrera de ratas como ahora. Se creía en la igualdad de oportunidades y España era una economía mixta donde no sólo los ricos también los pobres podían ir al colegio. Se franqueaba la entrada a todo el mundo. Bastaba con sacarse un carné de lector. La sala de lectura vigilada por cuatro ujieres galoneados a cada esquina era un amplio rectángulo con un techo de más de 17 metros de altura.
Los pupitres con un apoyabrazos y con una inclinación a dos aguas se extendían a lo largo y a lo ancho con flexos de luz de neón. Se podía fumar y yo sacaba mi paquete de celtas cortos y el chisquero y “empezaba a darle”. El sitio era muy frecuentado en época de exámenes. Se respiraba humo, se masticaba silencio y olía a sudor y lágrimas.
El año 65 una gran sequía afligió al país y no había agua ni para lavarse con que ya te digo y olía montuno hasta en los templos del saber. De vez en cuando pasaba una señora de la limpieza con un spray y en la BNE olía después como en el cine Montija sesión de tarde programa doble donde entraban dos y salían cinco porque las españolas eran muy fecundas por tales calendas y en Socuellamos una mujer parió quintillizos. Usted es formidable. Desde los micros de la SER nos contaba Alberto Oliveras sus aventuras y nosotros nos tirábamos en la biblioteca las horas muertas. El mejor lugar para matar la tarde. Se estaba calentico. No faltaban los poetas incorregibles grafómanos que sobre los cuadernos de tapas gastadas enhebraban sus versos de amor.
Estos eran tipos desgreñados no muy cuidadosos de su persona- en aquel entonces no se había inventado el desodorante- un aire bohemio que se pasaban el santo día de dios con un bocadillo de calamares y eran la gente más dichosa del mundo si les invitabas a un café en La Mallorquina. También los novelistas en agraz llenaban cuartillas y más cuartillas y luego con sus carpetas bajo el brazo se largaban, tristes pero esperanzados, a la caza de un editor que no encontrarían nunca. La literatura está llena de ángeles y de demonios. El destino suele ser injusto y con frecuencia no premia a los mejores.
La mayoría de aquellas novelas escritas con entusiasmo en la inmensa sala de lectura de la gran biblioteca se perderían para siempre en el altillo de un armario o dentro de un cajón o nuestras madres o nuestras esposas las darían a los traperos. Vanidad de vanidades.
Además de los sobredichos pululaban junto a los literatos los donjuanes de media vuelta. Aparecía cualquier chavala y a su vera mosconeaban enjambres de ligones mirones y lirones porque era gente bastante enamoradiza la de Filosofía y Letras.
-¿Me dejas los apuntes de Latín?
Ellas no solían soltar prenda pero a veces ello era ocasión para entablar palique en incluso para “quedar”. Los más afortunados en aquel recinto de las musas “encontraban plan” con alguna extranjera. El macho ibérico serie alfa siempre andaba a la caza aunque por lo general era mucho más lo que se suponía y se contaba que lo que sucedía en realidad.
La gran biblioteca era el refugio de los sueños y el burladero de las cornadas que daban el hambre y el frío de nuestras pensiones y casas a pupilo. Por el verano salíamos a tirar la boina a los verdes campos del Edén el Retiro la Casa Campo las verbenas de San Antonio de la Florida y en el invierno a la biblioteca, acuciados por el afán de saber (cupiditas sciendi)
-¡Que pena morirse y que se apagara la juventud habiendo tanto por leer.
Era como permanecer perfecto de cubito supino dentro de la campana de cristal.
-Vivo en fraternidad con los difuntos y hablo con mis ojos a los muertos- dijo don Francisco de Quevedo y Villegas-
Pero había que ganarse las habichuelas. Hacerse un hueco en alguna parte y vivir. Había que vivir.
-Primum vivere. Deinde philosophare.
-Yo qué sé.
-Carmina Aurum non dabunt- insistía la voz de la experiencia lo que traducían aquellas Maripuris de las que nos enamoramos y colocábamos en un pedestal de lilas para el altar de nuestros primeros versos con esta frase:
-No te cases con uno de la “Facul”. Te morirás de hambres.
Todas nuestras compañeras eran unas desaboridas pues se casaban con ingenieros de montes o de telecomunicación y a nosotros nos quedaba la bohemia de los bailes de candil y si petaba podrías siempre salir con una maritornes gallega y meterle mano en el cine Montija o en el Cristal. Asi que lo mejor de todo tirarse horas y horas en la BNE para preparar oposiciones.
El horario siempre el mismo invariable en invierno y en verano. De diez de la mañana a diez de la noche. Una semana en junio y otra en noviembre cerrábase el centro para proceder al arqueo de los fondos y al adecentamiento de las dependencias. Se quitaban las alfombras o se ponían. Estero o desestero a compás de la estación.
El Día de los Santos se encendía la calefacción. Se apagaba el primero de mayo. La vida del intelectual transcurre con pulso silencioso en ese “festina lente” que mencionaba el clásico.
Entre libros se abroquelaba nuestra alma española. Este país siente un profundo respeto desde las Partidas de Alfonso X por la letra muerta. Vida y dulzura y la sensualidad de leer pero este menester puede llegar a ser el tormento de las Danaides. El cántaro nunca acaba de llenarse.
A este tabernáculo de las musas vino una vez un obispo bondadoso embutido en su tunicela de catedrático y nos ordenó de mayores en el gay saber entregándonos el anillo el birrete y la toga; nos dio pluma y papel y hasta la fecha no hemos cesado de emborronar páginas y más páginas; bendita grafomanía que purifica y salva. Nos convertimos en galeotes de la caligrafía o Esforzada legión tebana de milites del espiritu que enarbolan el estandarte de la utopía.
Una vez me perdí en el laberinto de raros y curiosos en un depósito que llamábamos el infierno porque allí estaban escondidos textos purgados por la inquisición y que no se podían leer sin un permiso del oficial mayor. Yo me di una panzada con aquellas historias de místicos emparedados como los de Llerena. Menéndez y Pelayo y Valera me sonreían desde el Olimpo.
-Sal de ahí picarón
-Le participo que no estaba haciendo nada malo, don Marcelino. Yo también quiero ser polígrafo-le contesté al autor de los Heterodoxos.
A las bibliotecarias que pasaban con documentos plomados en la mano (uno de ellos casi desmayó al tener en su poder el testamento de la Reina de España otorgado dos días antes de morir el 23 de noviembre de 1504) don Francisco de Quevedo, que en vida mortal era más enamoradizo que un portugués, les guiñaba un ojo lamentándose de que no estuviera entre ellas su adorada Lisi. Que iba a estar. Estas funcionarias no se pintan y casi no se peinan ni se adoban viven por y para la cultura y todas ellas sec sentían sufragistas arrastrando sueño atrasado de por vida por causa de las oposiciones. Y Lope se atusaba los bigotes en el descansillo de la escalera de la segunda planta. El mejor repertorio del teatro español del XVII se encuentra en estas dependencias. Y Góngora observaba detrás de la puerta del patio del provisor. Vives ponía cara de frío en lo alto del friso añorando tal vez los naranjales y el clima benigno de su Valencia que no era el mismo que el de Flandes. Tirso estaba a punto de salir para ir a confesar a sus monjas y por último Calderón se asomaba por uno de los garitones del inmenso palacio dejando caer sus lacias guedejas sembradas de caspa sobre las hombreras de su sotana de capellán de los pobres añorando sus años mozos cuando militaba en los tercios viejos. También España es un sueño y, los sueños, sueños son
Mala cosa es cuando se politiza la cultura y pagan el pato los libros y el acerbo bibliográfico. En resolución, creo que la cultura española es demasiado importante para dejarla en manos de mujeres dicho sea sin prejuicio de parte. El arte no es heterosexual ni bisexual. Tiene que ver poco con las hormonas. El 17 de julio de 1858 se crea el Cuerpo de Archiveros Bibliotecarios y Arqueólogos una de las instituciones más antiguas y prestigiosas de la función pública y el año 1866 se coloca la primera piedra del edificio actual con un friso en que se tallan en mármol las nueve musas y las Cuatro Artes Liberales con un estilóbato flaqueado por acroteras que da marco a una escalera imperial cuyos peldaños hemos subido y bajado muchos de nosotros no sin cierto orgullo y emoción de sentirse español.