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lunes, 5 de diciembre de 2011

AMOR EN LA CHEKA

PAYASO ROJO cibitogor krasni de Eugenio Chirikov




No me gusta que la luna asome sus cuernos por la ventana, hermano. Trae mal fario. Hay en la atardecida breve de noviembre un poso de intima felicidad mientras me entrego a la lectura fruida y fluida de una novela rusa. Un buen libro recién encentado cuando lo empiezas no lo das de mano hasta acabar. Ese es el secreto del verdadero arte. Ha de existir una pulsión mágica. Traducida por Félix Diez Mateo y publicada por Espasa Calpe en Madrid 1933 en una bella edición de bolsillo, “El payaso rojo” es una novela profética siguiendo la tradición de los maestros rusos, cuya fuente de inspiración refleja un “quid divinum”. El tema es apasionante el difícil amor entre un comisario político y una aristócrata peterburguesa. El amor es más fuerte que la muerte. Se halla por encima de la muerte y de las diferencias políticas. Y entre tanto enfrascado en la lectura de este libro vi caer por el horizonte y encaramarse la luna. Me salva de mis tristezas y de mi desencanto la buena literatura como la de los grandes rusos y me ponen a cubierto de la ola de vulgaridad y de venalidad que nos sepulta en este atardecer de occidente...

La trama: dos oficiales de la guardia del zar Alejandro Nikolaievich Muravyev y Sergio Gorlitskiy se enamoran de la misma mujer Elena Vladimirovna Sborovsky esposa de un general. El primero reta a su rival a un duelo pero Gorlitskiy no recoge el guante. El ambiente es elegante y de laxitud en aquella corte del último emperador de Rusia. La interesada ama intensamente a este último que, advenida la revolución de octubre, se une a la facción de los blancos encabezada por el general Wrangler. Muravyev se convierte por su parte en uno de los temibles comisarios rojos. Fusila, tortura, interroga sin piedad mientras suenan como música de fondo el ruido de los motores de los camiones a bordo de los cuales los pequeño burgueses enemigos del pueblo iban a rendir su último viaje. Las mazmorras de la Checa están llenas. Su antiguo compañero de armas cae en manos bolcheviques al igual que Elena. Hacinada en el calabozo entre pobres miserables: popes, antiguos funcionarios de la corte, actrices, cantantes o húsares lo mismo que muyiks sólo se consuela con un pensamiento: el amor hacia su antiguo amante. Ella cree que Bolitsliy ha muerto aunque no es así. El feroz comisario tan aborrecido y un “monstruo” dice ella la ampara y la libra de las garras de la muerte al albur mismo de su propia vida pues era vigilado por dos aláteres, sus propios sayones: Baranchuk y Karapet. La trama alcanza su cenit en esta novela intensa y con un desarrollo teatral cuando detrás de una puerta la protagonista- todo un recurso escénico- asiste al interrogatorio del antiguo oficial de la guardia que vive y no se merece la deificación amorosa que Elena siente hacia su persona porque se muestra cobarde y delator e incluso a ella la difama durante el interrogatorio al que le somete su antiguo compañero el teniente Muravyev del regimiento Preobrayenski. El reo hace gala de su temple mezquino para conservar la piel. Reniega de sus ideas políticas y de su amor hacia la Vladamirovna. En esta historia como en la vida en general nada es lo que parece. Carece de vocación de mártir. No es un Avvakum ni un Gus los próceres mencheviques torturados y asesinados por el bolchevismo. El comisario a pesar de su fama de sanguinario despiadado a la vista de Elena se muestra enamoradizo como un colegial y este amor va in crescendo hasta alcanzar la apoteosis final una noche de bodas antes de ser capturados y fusilados los dos al amanecer o como se decía en los tiempos revolucionarios fueron enviados al estado mayor de Dujonin. Labor omnia vincit. El Payaso Rojo es el Romeo y Julieta de uno de los tiempos más crueles de la historia. Murieron a mano armada o por el hambre cerca de treinta millones de seres humanos. Sin embargo el amor triunfa de la guerra civil, de los enfrentamientos políticos. Junto al estruendo de los motores de los camiones de ejecución resuenan los repiques de las campanas de la Cuaresma, se escucha en la distancia la melodía del canto de vísperas. Chirikov es creyente y como no podía ser menos en este libro hay páginas dedicadas a la Resurrección de Cristo de una gran belleza. En las mazmorras se escucha el eco de plegarias ensimismadas de los que llamaban para fusilar y lucen lamparillas ante un icono. Oh gran dolor de un pueblo tan cristiano como el ruso.

Sus novelistas crean una literatura que merece la pena porque manejan un lenguaje alto y un tema universal como es el alma humana en medio de las convulsiones de la revolución de octubre. La épica pide asuntos apasionantes. Téngase en cuenta otro aspecto. Son novelas en que se cuenta por lo general la historia de un perdedor. Aunque las comparaciones son odiosas ningún otro país – ni los EE. UU, ni Inglaterra ni Francia ni Alemania a pesar de Goethe y de Shoppenhauer el filósofo germano que más influye en el pensamiento eslavo- ha frisado tan alto. A estas luminarias que son los maestros rusos sólo se acerca los españoles. El quijote es un paradigma de los escritores. Quevedo predice a Gogol. Delibes lleva algo de Turguenev y los dos grandes maestros asturianos Leopoldo alas y Armando Palacio Valdés pulsan una cuerda narrativa muy similar a Ivan Bunin o Chejov. Los franceses son algo marrulleros y la literatura inglesa (Austen, las Brönte, Milton, Dickens) encuentra resonancias pedestres, excepto Swift y Maughan dos autores olvidados por los británicos. El drama para el arte de la literatura a día de hoy se origina en que todo el mundo quiere escribir y publicar, salir a la palestra. Hacer bulto sin tener nada que decir. Es un fenómeno que unos denominan como el efecto Mateo y otros el de La Torre de Babel.

Por eso gran parte de lo que llega a las librerías es farfolla. Prima lo pedestre, lo zafio, la vulgaridad ambiente. El arte de escribir copia la telebasura y todo son invenciones y sacamientos para regar fuera del tiesto y renegar del pasado y todo aquello que significa España. Se festeja a los literatos ingleses rememorando sus obras y jaleando sus centenarios como por ejemplo hoy en LNE el amigo Gracia Noriega un tonto con bigote hijo de mujer vil que se regodea con Thackeray el de la “Feria de Vanidades”. Nuestros periódicos y emisoras se conoce que están llenos de licenciados de literatura inglesa, repasan sus apuntes y sacan a plaza sus escasos conocimientos de esta lengua porque el inglés lo hablan malamente y duro refritar los unos a los otros y de cacarear por boca de ganso para departir de Dickens de Milton de Shakespeare y algún que otro novelista de segunda fila al que endiosan a condición de haber nacido en las Islas Británicas.

Los medios de comunicación desinformación y crispación tienen la consigna de verter bilis contra Rusia y todo lo ruso. Estos tíos de las tertulias parecen mandarines, coño. ¡Qué digo mandarines! Son auténticos sátrapas de la incultura con un barniz de cultura. Son los nuevos comisarios que lucen en la visera o en la bocamanga la estrella de cinco puntas aunque las órdenes no llegan del politburó moscovita sino de Wall Street. El estado mundialista a las órdenes de la plutocracia se parece a aquel comunismo trasnochado del Payaso Rojo. Se mueve por consignas. Los seres humanos han dejado de ser personas para convertirse en autómatas material fungible y leva consumista.

Lo que pasa es que ha sustituido el lema de “todo el poder para los soviets” por el “todo por los bancos y para los bancos” y el control de los medios de producción ha sido suplantado por el control de medios de comunicación. Han sumido a la humanidad en una suerte de laicado del pensamiento único y unipolar. Se nos induce. Se nos apabulla. Nos meten por los ojos ciertos nombres para cuya promoción las editoras manejadas por extraños movimientos ocultos se gastan millonadas ocurriendo con frecuencia que estos bestsellers cimarrones son el parto de los montes. Pero hay que mantener viva la llama del fuego sagrado. La tendencia apunta al culto de todo lo anglosajón en menoscabo de lo autóctono. La idea motriz es que en mundo global todos sus siete mil millones de habitantes hablen y piensen en inglés. Todas ovejas en un mismo corral bajo el cayado de un solo pastor. En último término el prurito o el afán de tan perversa intención es la descristianización del mundo. Rusia la gran nación ortodoxa donde fracasó el comunismo y tierra de mártires es el objetivo es el enemigo al que hay que vencer o cuando menos ridiculizar. También lo era España, el gran adalid de la cruz frente a la media luna en Occidente pero ha sucumbido.

Un grajo posó en la rama de un laurel y vozna estridente. Asoman por el horizonte los cuernos de una luna espectral que baña la cúpula celeste de una palidez irreparable. Es el mes de difuntos. ¿Cuántos fueron asesinados en aquellas checas de Moscú o en aquellas checas de Madrid cuando los motores de los camiones que transportaban a los que iban al paredón ronroneaban al ralentí para impedir que se escucharan las voces y los gritos de las victimas durante la ejecución? Eran una multitud innominada. Se han olvidado sus nombres pero se me aparecen sus rostros. Checa, letal acrónimo, no es una palabra rusa sino la sigla de ch r e z v i ch a i n a i a k o m i s i a (comisión extraordinaria para combatir actividades contrarrevolucionarias de la especulación) y la introdujeron en el país de los zares tipos crueles y aguerridos como Trotsky o Kamaniev, Bulganin o Beria, gente de mala calaña cuya estirpe no se extingue. Zarkossy, doña Merkel, Cristina Lagarde la gran jefa del FMI o el sátiro de los hoteles neoyorquinos de cinco estrella DSK son de la misma ralea déspota que aquellos comisarios déspotas. “Birds of the same feather fly together” reza un refrán inglés.

Tales pensamientos se me ocurren cuando llego al punto final de tan singular novela “El Payaso Rojo” de E. Chirikov. Incluso su formato en cuarto menor es un regalo para los sentidos. Bellamente escrito, pulcramente traducido y con una encuadernación que halaga el sentido del tacto.

Lunes, 05 de diciembre de 2011

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