Paracuellos; guerra civil: Las siete fosas de los fusilados en Paracuellos que narran la matanza – Julio Martín Alarcon (@Julio_M_Alarcon) / El Mundo
La primera, el 7 de noviembre de 1936, en arroyo San José, que cruzaba entonces la carretera de Madrid-Belvis
Las siete fosas de los fusilados en Paracuellos que narran la matanza
El cementerio de los Mártires de Paracuellos se erigió sobre las fosas originales y refleja la sangrienta operación de ejecuciones arbitrarias en masa durante la Guerra Civil
Entre el 7 de noviembre y el 3 de diciembre de 1936, unos 2.500 presos en Madrid, sospechosos de ser simpatizantes de los militares rebeldes, fueron asesinados
La antigua carretera de Madrid a Belvis ya no existe. Pero un tramo maldito de la historia de España, unos 500 metros desde el pinar hasta el cruce con arroyo de San José y el cerro de San Miguel, que remacha ahora la ladera con una gran cruz blanca en la tierra, se preserva casi intacto. Evoca el horror que vivieron los que iban a ser “evacuados” a Valencia, como les dijeron sus asesinos, cuando les sacaron de las cárceles de Madrid con el pretexto de un traslado. Por ella transitaron, y se detuvieron, los camiones y autobuses repletos de los que fueron apresados en Madrid por las fuerzas de la República desde el golpe del 18 de julio de 1936. Eran sospechosos de ser simpatizantes, “quintacolumnistas” de los militares rebeldes. Su destino eran los fusiles y las fosas. Todo ocurrió entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre, con algunas interrupciones, pero con un calculado programa de ejecución en masa que se cobró unas 2.500 víctimas.
Lo que queda de la carretera es apenas una franja de tierra que retrotrae a la que fue la mayor tragedia de la Historia de España: la Guerra Civil, que se cebó de muertes y asesinatos indiscriminados en ambos bandos. En Paracuellos nunca se exhumaron los cadáveres. Así, entre los muros y vallas que delimitan lo que constituye ahora el ‘Camposanto de los Mártires de Paracuellos’, ha quedado encerrado, como una cápsula del tiempo, una de las más cruentas matanzas: lo que no era un cementerio sino una carretera, lo que eran pinares y no los rectángulos que ahora delimitan los lugares donde se apilaron los cuerpos.
Primero, en la depresión del terreno del arroyo que cruzaba la carretera, y cuando no pudo albergar más cadáveres, en las sucesivas zanjas abiertas por los mismos vecinos de la localidad de Paracuellos del Jarama, obligados a cavarlas por los miembros de la Dirección General de Seguridad de la Junta de Defensa de Madrid .
Las primeras zanjas
Paracuellos no es un cementerio corriente, se erigió una capilla y hay cruces y lápidas, incluso nombres y fechas como es normal en un camposanto. Pero son simbólicas, las lápidas y nombres que allí pusieron los familiares están guiadas por el lugar y la fecha, que corresponde según las listas y cronología de los asesinatos que se pudo reconstruir al final de la guerra. En el orden correcto, el lugar cuenta su propia y terrible historia. La primera fosa está al final de la avenida que se inicia en la actual entrada principal, termina en el borde de la carretera con el arroyo de San José y corresponde a los asesinados la mañana del 7 de noviembre de 1936, la Fosa 1. Allí fueron fusilados los primeros evacuados durante la madrugada de las cárceles de San Anton y Porlier, unos 89 presos, la mayoría militares.
Originalmente, debían haber sido los presos de la cárcel Modelo, la más numerosa y la que estaba más cerca del avance de las tropas nacionales en Madrid, en el actual Ministerio del Ejército del Aire en Moncloa, pero tardaron en seleccionar de las deficientes listas de la cárcel. Se llevó a las víctimas en autobuses de línea, escoltadas por camiones y vehículos motorizados con milicianos dentro. Se detuvieron en el grupo de pinos, que aún hoy rodean el pequeño tramo de la carretera fantasma, les hicieron bajar en grupos de 10 a 25, atados de dos en dos y caminar hasta el cerro de San Miguel, en el borde del arroyo de San José, donde les dispararon grupos de milicianos. La siguiente saca sería esa misma tarde, esta vez sí, de la cárcel Modelo.
El historiador Julius Ruiz señala en su obra El Terror Rojo cómo la maquinaria de ejecución, aunque planificada, carecía de una logística precisa: cuando llegaron los presos de la mucho más numerosa cárcel Modelo aún no había dado tiempo a enterrar a los anteriormente fusilados: una aterradora escena que vivieron los nuevos “evacuados” antes de ser ejecutados. Los vecinos de Paracuellos se habían marchado sin que hubieran podido terminar de enterrar a los de la mañana. Una vez fusilados se abrió una segunda zanja unos metros más adelante, más cerca del grupo de pinos de la carretera, en el lado izquierdo, para evitar que al llegar sucesivamente contemplaran el macabro espectáculo de los asesinados la mañana anterior. Es la fosa número 2.
Demasiados cadáveres
Casi enfrente está la Fosa 7, a la derecha de la carretera. Es la última en numeración porque los que están allí enterrados no fueron fusilados en Paracuellos y son los únicos cadáveres que se exhumaron tras la Guerra Civil. Pertenecen, sin embargo, a la siguiente saca, la del día 8 de las cárceles Modelo y Porlier. Como el macabro escenario de arroyo de San José seguía sin resolverse pese a que todo el pueblo estaba cavando zanjas y enterrando los cuerpos del día 7, las autoridades de la DGS decidieron desviar a los “evacuados” a otro lugar, dada la imposibilidad en ese momento de tapar los restos. Se escogió otro lugar, cerca del Soto de la Aldovea en Torrejón de Ardoz, de fácil acceso desde Madrid, donde se conocía una acequia en desuso de más de 150 metros de longitud que pareció ideal para solucionar el problema.
Unos 400 presos fueron fusilados allí el día 8. Paradójicamente, fueron las autoridades franquistas las que reunieron al finalizar la guerra lo que los responsables de seguridad de la Junta de Defensa de Madrid no consiguieron. Sus restos fueron exhumados en diciembre de 1939, de los que sólo se pudo identificar a unos pocos, y trasladarlos al lugar donde yacían el resto de las víctimas de la operación de Paracuellos.
Se consideró temporal, el plan, ya en 1943, era el de trasladar a todos los “Mártires de Paracuellos” como se bautizó a los allí asesinados, al Valle de los Caídos cuando éste estuviera terminado. Sin embargo, en junio de 1939 se había constituido ya la Asociación de los Mártires de Paracuellos y Torrejón de Ardoz y los familiares se opusieron siempre a un eventual traslado. La asociación sigue siendo aún hoy la que preserva el camposanto que mantiene cerrado sin un permiso previo para visitarlo.
Al lado de la número 7, también pegada a la carretera, está la tercera fosa que se usó en Paracuellos. Los vecinos habían estado enterrando cuerpos todo el día 8 y habían abierto otras cuatro zanjas más. Corresponde a otra saca de la cárcel de Porlier del día siguiente.
El Ángel Rojo
Un poco más lejos de la infausta carretera están las números 4, 5, y 6, al otro lado del arroyo seco de San José y cerca de la entrada al cementerio. Alejadas en el espacio y el tiempo. Las sacas y los asesinatos se interrumpieron entre el día 9 y el 27. Aunque los miembros de la Consejería de Orden Público actuaban en el mayor secreto posible, “cubriendo la responsabilidad”, la realidad es que las matanzas no pasaron desapercibidas.
El cónsul de Noruega Félix Schlayer supo de las evacuaciones de presos inexistentes a Valencia y exigió aclaraciones a las autoridades de Madrid, políticos republicanos como José Giral y Manuel de Irujo exigieron respuestas también alarmados ante la situación. Hubo además un cierto eco internacional.
El más determinado a acabar con las matanzas fue, sin embargo, el anarquista Melchor Rodríguez, que sería tildado más tarde como el Ángel Rojo por la prensa franquista. Melchor intervino ante el ministro de Justicia para hacerse cargo de las prisiones y fue nombrado delegado especial de la Dirección General de Prisiones. Bajo su protección las sacas cesaron, pero no por mucho tiempo.
El anarquista fue nuevamente destituido el día 12 por considerar que había sido nombrado sin el beneplácito del Gobierno y la Dirección General de Seguridad, dependiente del Consejo de Orden Público que dirigía Santiago Carrillo se hizo de nuevo con la situación, reanudando los fusilamientos. La cárcel Modelo había sido cerrada y sus presos trasladados a San Antón, Porlier y Ventas. De ellas salieron las víctimas del 27 al 30 de noviembre que fueron fusiladas y enterradas en las fosas 4 y 5. La última se realizó el día 3 desde Porlier. Fosa 6.
La matanza de Paracuellos, que acabó con la vida de unos 2.500 víctimas fue quizás el operativo más sistemático de ejecución en masa durante la Guerra Civil. La tragedia, por desgracia, no se limitó a al mapa del terror que dibuja la carretera de Belvis. Se sumaron otras tantas como la de Badajoz , perpetrada por las tropas nacionales en la que fueron fusilados unos 2.000 milicianos en la plaza de toros, o las otras sacas que se produjeron antes de Paracuellos en las cárceles de Madrid con destino a Aravaca y Alcalá de Henares. El capítulo más bochornoso de la historia de España aún se cerraría con la terrible represión por parte de los vencedores franquistas en los años inmediatos de posguerra.
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