Concilio de Trento grandezas y mermas de
la iglesia romana
12 de diciembre 1563: en el debate de
clausura del concilio de Trento los 275 padres conciliares hablan sobre los
novísimos y el debate se centra en el Purgatorio. En tema tan resbaladizo no se
define al purgatorio como dogma sino como creencia y devoción piadosa
alimentada por la iglesia durante siglos. Precisamente, esa preocupación por el
más allá movió las bielas de los fieles cristianos. Desde el ciclo merovingio
hasta el siglo XVIII fueron las oraciones por los difuntos, las donaciones pro
anima de los reyes astures, leoneses y castellanos que hacen mandas para que se
digan misas por sus almas, constituyeron una fuente de ingresos y la idea de
las fundaciones monásticas o la erección de templos. Lo primero que llamó mi
atención cuando visité por primera vez a Inglaterra fueron aquellas iglesias
góticas o románicas rodeadas de cementerios abiertos como parques.
Los niños jugaban entre las tumbas y los
amantes por primavera se besaban tumbados sobre el césped al pie de los
mausoleos. Allí hasta hace poco a los duelos se iba de blanco y existía una
sorprendente familiaridad con la muerte que los ingleses no consideran como
algo demasiado trágico sino un simple acto de la naturaleza; uno de tantos.
Así eran los primitivos dormitorios del
descanso eterno (que es lo que significa la palabra cementerio en griego) en
toda la cristiandad. Los difuntos, siempre cerca de lugar sagrado aguardando la
trompeta del Juicio. Entretanto, en cada aniversario en el día de la muerte los
prestes de capa pluvial negra entonaban el dies
irae o el libérame. La devoción a
los que murieron en la fe, el toque de ánimas, las entregas de mandas, misas y
bodigos arraigaron muy fuerte en la catolicidad. Había en la iglesia de San
José un cuadro en relieve sonde aparecían las almas del Purgatorio implorantes
y entre las llamas al Señor para que les abriera las puertas del paraíso pero
el párroco mandó quitarla. Quizás las Animas Benditas no sean algo
políticamente correcto en estos tiempos nuestros tan inmanentes donde se teme a
la muerte aunque se la oculta.
El papa anterior suprimió el limbo de
los justos o seno de Abrahán donde van los niños no bautizados según nos
informaba el padre Astete en el catecismo que de niños aprendíamos de coro. Con
respecto al Purgatorio, Benedicto XVI no fue demasiado preciso. Pero ¿cómo se
dirime la culpa? ¿Cuál es el destino del alma cuando deja el cuerpo suponiendo
que estas dos mitades del hilomorfismo aristotélico no entrañen un todo
inextricable? Misterios de la existencia humana. La teología del Purgatorio en
la que creían los medievales a pie juntillas se relaciona con la teoría de la
reencarnación o metempsicosis. El alma tiene que andar un camino de largo
recorrido pues al fin y al cabo no somos más que peregrinos hasta recabar un
estado de perfección y, libre de sus impurezas y vanidades, poder contemplar el
rostro de dios. El Maestro Jesús nunca habló del Purgatorio y la iglesia
oriental sostiene que en el mismo instante de expirar nos presentamos ante el
trono del Juez para escuchar palabras de bienaventuranza o de condena. No hay
medias tintas; para los justos, el cielo. Para los pecadores la gehena.
Fue este de la sesión final uno de los
debates de la mencionada reunión que marca el punto álgido de la iglesia, su
plena apoteosis y en la conclusión se percibe la sabiduría de esta iglesia
asistida por el Espíritu.
A instancias en 1542 del emperador Carlos V que lo convoca
pensando en los electores flamencos y alemanes pero ninguno de ellos se
presentó y los ingleses enviaron a uno, el cardenal Walpole que acabaría en la
torre de Londres, la primera sesión no tiene lugar hasta 1545. lo abrió Paulo
III un Borgia que fallece a los cinco años y el concilio cuando sobreviene la
peste a esta ciudad de la Italia septentrional donde se hablaba alemán se
traslada a Bolonia. A la muerte de Paulo lo reanuda Julio III y es Pío IV el
que pone el broche final.
Las vicisitudes infinitas. Siempre
esperando a los alemanes a los que el pontífice envía legados y salvoconductos.
La herejía luterana (en algunas cosas el rebelde fraile agustino de Erfurt
llevaba razón había arraigados profundamente incendiando a toda la cristiandad.
El rey de Francia Francisco I fue remiso y reluctante. Los padres franceses
fueron poco. Sine embargo, España manda a sus mejores teólogos e Italia a
todos. Dentro de todos estos caveats o reservas y diferenciaciones en Trento se
fija la fe. Se esculpe un programa de vida, se fija el dogma como son los siete
sacramentos y las siete ordenes clericales, y se reimplante el credo de Nicea (los
padres griegos se querellan por una conjunción copulativa pospositiva, el
famosos filioque). La parte más banal
se refiere a las porciones, beneficios, prestameras, reforma del clero regular
y secular. Es la parte más árida. Los delegados españoles con el obispo de
Segovia, el de Tarragona, los dos del Reino de Galicia que asistieron,
Compostela y Mondoñedo se opusieron a las leyes que eliminaban el absentismo
episcopal. Aquí era costumbre que los obispos no residieran en sus sedes y una
de las razones por las cuales Carranza el primado de Toledo fue depuesto porque
predicaba la obligatoriedad de que los prelados resistieran en sus cátedras, lo
que molestó al arzobispo de Sevilla el asturiano Fernando Valdés que lo acusó
de hereje y erasmista. Se condena la simonía y se recomienda el celibato
sacerdotal aunque bajo cuerda no elimina ni declara irritas las órdenes de los
clérigos casados a sabiendas que el ideal pese inalcanzable, cifra la vida
perfecta basada en la continencia, la doma de los instintos y reconocimiento de
nuestra condición pecadora. Se limita a prohibir que los curas tengan
barraganas.
La SRI es un orden jerárquico pero se
organiza desde una base democrática, tolera la autocritica, no se precipita en
sus decisiones y en su estructura se compendia en el estudio, la sabiduría, la
belleza y en todo aquello que dignifica a la persona humana como ser libre y
redimido por la pasión de Cristo. Partiendo de la filosofía griega cuyos
postulados son la ética y la estética. Trento representa un programa, una
estructura de vida, algo a qué atenerse y en este campo jugó un rol ineludible
la mentalidad jesuítica cuyo Prepósito General el soriano Diego Laínez machaca
en sus intersecciones el AMDG, el hombre ha nacido para amar a Dios y servir a
sus semejantes proponiendo una iglesia monolítica y sin fisuras sometida a la
obediencia del romano pontífice. Fueron los obispos españoles los más
refractarios a dicha peculiaridad porque, decían, la iglesia es una y varia. A
las disposiciones contra el absentismo de los obispos y así como a la
implantación del rito romano suprimiendo el toledano o mozárabe se sumaron los
titulares de la archidiócesis primada, el obispo tarraconense, el de Segorbe,
el de Tuy, Segovia, Coria y Uxama (Burgo de Osma), el de Ávila y el de Córdoba.
De la discusión sale la luz, reza un viejo apotegma escolástico, pero la tesis
hispana no medró y todo el episcopado en bloque aceptaría la rigurosa decisión
conciliar sumándose a la obediencia al Papa y al dogma de la Trinidad. Dios es
uno y trino y no único como predica el mosaísmo y el Islam. No se suprime el
antiguo testamento pero se mejora con el nuevo. El bautismo dirime a la
circuncisión y todos los hombres tanto gentiles como judíos son hijos de Dios.
He ahí una de las grandezas de Trento. España inventora del Derecho de Gentes
según los postulados de la escuela salmantina hizo suya esa idea y por ella
luchó en Flandes, en Alemania o contra Inglaterra y por ella envió sus
misioneros a América. Es así como catolicidad e hispanidad son el vértice donde
se coloca la bisagra de la entidad española como nación mesiánica, el nuevo
Israel, la gloriosa utopía. Suprimido el catolicismo, España, dice Menéndez y
Pelayo, se desintegrará en las taifas, volverá a la tribu, a la esclavitud, las
guerras civiles incesantes, al faltarle el elemento de cohesión.
Otra gloria de Trento sería el misal
romano, una verdadera obra de arte de una calidad literaria de primera magnitud
que otorga una visión optimista y trascendente
con su devoción a los santos y estableciendo el culto de hiperdulía. Las
fuerzas diabólicas lo suprimieron con el Vaticano II.
Se proclama a la Virgen intercesora y madre de
la iglesia. Merced a tan alta señora muchos nos convertimos en caballeros
andantes, la invocamos en los peligros y nos empapamos de esperanza en medio de
la aflicción.
El
canon recoge la tradición de Oriente e incorpora a la liturgia romana homilías
y antífonas de san Basilio y de San Juan Crisóstomo. Define la Eucaristía como
sacrificio propiciatorio, incruento, un
acto impetratorio, suplicatorio y adoratorio de la presencia real de Cristo en
la eucaristía, no ya meramente como una conmemoración de la cena de Jueves
Santo como pretendían los protestantes. El dogma de la transubstanciación que
se origina en Oriente, precisamente en Antioquía donde por primera vez los cristianos
empezamos a llamarnos cristianos, pero a diferencia de los católicos los
ortodoxos manducan y liban la sangre de Cristo en el sacrificio de la misa sin
hacer reserva de las dos especies a causa del peligro de las profanaciones.
Conservan el dogma de la Eucaristía añadiendo a la comunión la Eulogía al final
de la misa. Los griegos administran la comunión a los niños e incluso a los
lactantes, no existiendo en aquellas iglesias la costumbre de la primera
comunión que se practica entre nosotros y que es copia de la tradición hebrea
del bat mitrah. Admiten el bautismo por inmersión no por efusión, el matrimonio
de los clérigos, la extremaunción. En cuanto a la confesión auricular, que ha
sido un pretexto con el que cargan los enemigos de la iglesia latina, por los
abusos a los que ha dado lugar, ésta suele ser pública y general pero el
sacerdote escucha privadamente a los fieles que lo deseen sin internarse en
particularidades ni torturas psicológicas.
Este sacramento no puede convertirse en
un instrumento de control y de poder sino un acto de servicio a los pecadores
que quieran volver al redil libremente.
Leyendo las actas se saca la impresión
de que nuestra fe es del todo optimista
pese a que los católicos tengamos que pechar con la cruz, proclama la libertad
y el derecho a exponer el criterio según una tradición que se remonta a la era
apostólica. Excomulga a aquellos que no acepten los libros del Antiguo
Testamento según la tradición de la Vulgata y los del Nuevo. Determina una
disciplina y regla de vida basada en la tolerancia y la longanimidad con los
enemigos de la iglesia atreviéndose a condenar los errores de Mahoma y a
anatematizar al agustino de Erfurt.
Con respecto a los judíos no hay
excomunión, se sostiene el criterio agustiniano del pueblo elegido y de
nuestros hermanos mayores aunque no exime a los sacerdotes y jerarcas de Israel
de culpables de la muerte del Señor como establece el “ordo misae” del Viernes Santo en que se piden oraciones para que
Dios se aplaque ante la perfidia de los judíos de la misa de Pío V que fueron
abolidas, declaradas irritas e inoperantes.
Con respecto a la colación de órdenes sagradas, el Concilio establece los
primeros seminarios aunque por el momento sólo se exige a los aspirantes al
sacerdocio que sean humildes y probos, que sepan latín y canto coral. Uno de
los apartados de estos cánones lidia con los curas ignorantes o imperitos que
no sabían leer y escribir. Prescriben que se esfuercen y aprendan cuanto antes.
Edad: la tonsura puede ser conferida a los 14 años; las otras órdenes menores,
lector, acolito, exorcista y ostiario a los 18; el subdiaconado a los 21; el
diaconado a los 22 y el presbiterado a los 23. Con profundo rigor los arbitrios
establecen que se hagan averiguaciones por el obispo sobre la vida de los
aspirantes, que no hayan cometido homicidio voluntario, que no jueguen a cartas
ni sean vinosos, que no asistan a las corridas de toros ni monten tenderetes en
los nundinales (días de mercado cada
nueve días) que no practiquen el préstamo ni la usura. Que las monjas no
abandonen la clausura por ningún motivo ni viajen de aquí para allá y
recomienda que los monasterios femeninos nunca estén alejados a más de media
legua de las poblaciones, que los frailes estén sujetos a la voluntad del abad.
Trento esa es su grandeza sistematiza el dogma, todo aquel aparato del que hay
que revestirse si queremos salvarnos. “Tengan el orgullos los obispos y
arzobispos de ser elegidos pastores de la grey de Dios y de no humillarse ni
achantarse ante los príncipes de la tierra porque se estima que su labor es
convivir pero nunca doblegarse al poder seculares. Transcurrieron 450 años y en
muchos casos aquella iglesia donde todo estaba encaminado a la vida eterna
confiada a una misión espiritual no se parece nada a la de hoy, muda,
cariacontecida, entregada a la rutina, en manos de una asociación como Caritas
que podrá ser muy filantrópica pero nada caritativa en la plena acepción
cristiana de la palabra. Es la cura del cuerpo lo que preocupa, entonces los
clérigos, los obispos entendían sobre todo de la salvación y de la vida eterna,
alzando la voz contra los tiranos aun jugándose el pellejo. Ciertamente, Trento fue una utopía pero un
católico no puede renunciar a ella. Nuestra mirada está en las estrellas pero
sin perder de vista las precariedades y mermas de acá abajo. “Un ojo en el
cielo y otro en el cielo” como enseñaba uno de los grandes padres del Concilio
de Trento, el jesuita Diego Laínez
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