felicidad en wilberfoss
WILBERFOSS III
El dulce nombre de aquella aldea en el viejo camino de York y la costa, patria de Robinsón Crusoe que era de Hull a unas pocas millas lo pronuncio todos los días con unción beatífica y le doy gracias al altísimo que concedió gracias muy especiales a este pobre judío al que expulsaron de todas las sinagogas pero que goza de cierta protección de Adonai inexplicable. Puedo jactarme de haber conocido el amor. De amar y ser amado por la mujer más hermosa e inteligente de Inglaterra. El diablo de la envidia, los falsos amigos, los curas terribles me tenían entre ceja y ceja porque les parecía poca cosa, y quemaron mis templos sagrados lo que más querría y veneraba.
Pero aquí estoy prosternado ante el altar de Santa Cristina de Lena. Este paisaje al resguardo de la umbría dentro de los sobacos ígneos de las montañas de Pajares cumbres del Aramo y Peña Ubiña se trae un aire por lo verde con Wilberfoss. Altares arrianos.
Creíamos en un Cristo hecho hombre protector y milagroso, perdonador y salvador. Pero ¡a qué ton tanta violencia, Dios mío!
Delante de mí se eleva un crismón de piedra con el signo triunfal de la cruz enmarcado entre las letras del alfa y omega. Doy vueltas al iconostasio y me siento en el trono de Chindasvinto. Al salir por la puerta de escasa altura▬ aquellos antepasados nuestros eran gente de baja estatura pero debían de tener un tórax ancho como una cómoda y unas fuerzas que les permitían manejar la espada y degollar a un caballo de un tajo▬ me doy un golpe en la cabeza contra el dintel. Un signo de suerte, según las escrituras. He subido a orar a esta colina que se eleva sobre un mogote desde la que se ve la densa circulación de la A-66 que va a Oviedo.
Un mirlo rezagado de la aurora del 24 de julio me trae el canto de Suzanne y veo a Helen como una reina encabezar la procesión. Acometo entre nubes de incienso el canto de las letanías a tu memoria, mujer triunfal, oh mujer bienaventurada. Dando tres vueltas a la iglesia, invoco a la santa Trinidad. Para mí el Edén no es iglesia sino kirkos (círculo) incesante canto de alabanza.
Agios. Agios iskrios. Agios Azanatos eleison imas. Santo Fuerte santo dios santo inmortal ten de nosotros piedad. Las voces viajando a través del tiempo y del espacio llegan hasta esta colina desde el coro de la iglesia normanda de Wilberfoss donde un párroco pequeñito y algo cojo celebra la eucaristía en rito anglicano. En mí las formulas se confunden. Judaísmo catolicismo anglicanismo un solo Dios.
Asumo con estas consideraciones el reato de mis prevaricaciones. No fui fiel a aquel amor.
Me envuelve el humo de los vapores de las torres enfriaderas de Barnby Dunn. Es la magia de la literatura.
Los recuerdos siguen doliendo y continúan pesando. En el río de las lagrimas se escucha el sonar de las aguas que se despeñan bravas cantando el eterno mea culpa. Es que no comprendes, Antoñico. Nunca has entendido. Cierto que buscas pero andas perdido en un laberinto. Yo no sé.
Las estanzas de aquellos poetas que leía en las noches tibias de aquel otoño repican como campanas lúgubres en la memoria. Ya no son lenitivos, ya no me gusta. Encuentro a Byron un tanto sobredimensionado.
Wordsworh encauza el estro de sus versos hacia el panteísmo de la Natura pero no supieron aquellos poetas muertos que su mundo iba a ser destruido y la Natura que tanto ensalzaban sería violada por las excavadoras de las inmobiliarias. El monstruo moderno es un enorme "caterpillar" de ruedas gigantes. Venía la democracia disfrazada de augustos ropajes. Nosotros nos quedamos con el culo al aire mirando para la casulla del preste recamada de los grandes pontífices y tú y yo que nos amábamos contra todo y contra todos éramos muy poquita cosa.
Dios perdonará eternamente el pecado de nuestro amor un tanto hippy que movió montañas que alcanzó metas increíbles y fue maravilloso como aquella final del campeonato del mundo que nosotros mirábamos a través de nuestra televisión en blanco y negro y sonaban nombres como Rivelino, Carlos Alberto, Sócrates. Y vino el doctor Isherwood hermano del gran poeta desde Pocklington con su cartera de hule y sus fonendoscopios y te auscultó la barriga. Dijo:
▬ Hello, topsy.
Helen estaba a punto de nacer en aquel día de mayo florido. Estábamos perdidos y a mi me despidieron del trabajo de la universidad de York. Cerraron el programa del proyecto de redacción de lenguas vivas que se llamaba en castellano "Seguimos adelante" el día precisamente que nació nuestra hija. Fue un parto difícil y yo creí que te morías en aquella maternidad de antes de la guerra de Westowcroft. Alguien me llevó a York en una botada fui a la barra del Tavern in the town y me tomé tres pintas de cerveza negra.
Ah ¡como añoro aquel bungalow al lado de la autopista que fue nuestro nido de amor! Vino a felicitarme Mrs Sweet aquella judía austriaca que era nuestra vecina y a la noche mr Blackburn me invitó a tomar el te con un pastelillo que en Sheffield llamaban scones. Dios lo bendiga. Ahora despajes de tanto tiempo me entrego a mis rezos y mis añoranzas desde la montaña sagrada de Santa Cristina. La tarde cae plomiza sobre los cielos de Pola de Lena.
Han transcurrido 47 años y un mes y parece que fue ayer. Hago el signo de la cruz a la manera arriana con furor apotrocaico para que los diablos que nos cercan se alejen de mí. Bajo el signo eterno de la cruz paternóster amen Jesús. ¿Donde estás Señor? y una voz me dice amorosa:
▬Chaval, cerca de ti
▬Ya no soy un chaval, Señor, pero bueno. Está bien. Todo lo que Tú hiciste está bien. Encendamos una vela a los dioses lemures de nuestro larario[1]. Mientras en lo alto de la torre la cigüeña del recuerdo en su cadalecho machaca el ajo.
[1] credencia sagrada donde los romanos guardaban las imágenes de sus dioses familiares. La SRI instituyó a partir de esta costumbre el sagrario eucarístico
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