MEGUERA Y EL CALCEATENSE
Vi el rostro de la infernal
Meguera. La medusa agitaba su rubia cabeza y los cabellos se transformaban en
sierpes y pensé con fray Luis “el odio cunde, la amistad se olvida” la medusa
empezó a agitarse en giros convulsivos por el espacio y los cielos lloraban
lágrimas de fuego. Los caminos de hierro conducían al infierno. Se repuso un
poco de las negras ideas que le asaltaban aquella tarde cuando volaron los
trenes, pusieron la bomba en el pub y entraron siete forajidos en una discoteca
de Paris al grito de Alá es grande y fueron liquidando uno por uno a casi un
centenar de melómanos que habían ido allí a escuchar a un grupo, no es de
extrañar, son tiempos de guerra. Vivimos la Apocalipsis , pensó. Se
acercó a la barra del bar de su barrio y pidió una tónica. No se le fueron de
la cabeza el montón de ideas negras. Su amigo Meseguer que era ateo le acababa
de poner en ridículo por ir a misa, le dijo que eso del cristianismo es una
ucronía. Se vivían tiempos muy vulgares. La medusa seguía moviendo la cabeza.
En la barra del círculo se contoneaba como una goggó girl. Y él había querido
ser santo con una santidad de otros tiempos. Es lo que decían sus enemigos
infames que no comprendían que su santidad nada tenía que ver con el misticismo
de ciertos beatos con el cuello de medio lado. Para él su religión le ordenaba
sufrir aguantar chaparrones, cabrearse de vez en cuando pero sin perder de
vista a la imagen de Jesús atado a la columna vilipendiado y torturado. El mártir
es el que proclama la verdad a redropelo aunque no convenga ni sea
políticamente correcto. Los caminos de su rebelión por senderos de desdichas y
escupitajos le habían llevado a la excelsitud de la profecía y en la profecía
estaba instalado. No hablaba ni escribía como un vulgar periodista. Era un
territorio arrebatado al enemigo haciéndose violencia resignándose. La santidad
cuesta como la sabiduría cuesta mucho: dinero, libros, horas de reflexión y de
meditación. Es un religamiento con el Altísimo. De esta forma el Calceatense
que era tozudo como todos los de Calahorra supo discernir la voluntad de Dios, acodándose
en la barra de las tabernas, reclinado en los triclinios por donde hozan el
pecado y el aburrimiento de la modernidad. Muchas tardes no sabía dónde tirar
la boina ni dónde caerse muerto. Hay que rezar en todo tiempo. El mundo es un
templo divino. Bajo la bóveda celeste se escuchan las notas del himno de los
coros. Es el gran sabaoth. Poco importa que las iglesias se quedasen vacías y
que en las misas no se dispensase el sacramento. La gracia del Salvador es un
arroyo de aguas vivas que fluye por dentro como un Guadiana invisible. Megara
dejó de agitar la cabeza. Los de Telebasta entregándose a sus trifulcas de
vecindonas lujuriosas profanaban la cultura, pisoteaban las hostias del pan
bendito, blasfemos contra los hombres y contra Dios, no tardaría en llegar el
castigo. Sí, Calceatense, métete esto bien en la cabeza: Dios es indivisible.
Uno y trino y no te abandona a ti que anduviste borracho y perseguido por la
vida, fuiste el hazmerreír de todo y vendrá a juzgarnos a todos al fin de las
eras. A cada uno lo suyo. Suum cuique,
despierta alma mía, hombre de poca fe que te pasaste la vida dormida. Pronto se
esfumarán las tinieblas
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