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martes, 17 de noviembre de 2015


MEGUERA Y EL CALCEATENSE

 

Vi el rostro de la infernal Meguera. La medusa agitaba su rubia cabeza y los cabellos se transformaban en sierpes y pensé con fray Luis “el odio cunde, la amistad se olvida” la medusa empezó a agitarse en giros convulsivos por el espacio y los cielos lloraban lágrimas de fuego. Los caminos de hierro conducían al infierno. Se repuso un poco de las negras ideas que le asaltaban aquella tarde cuando volaron los trenes, pusieron la bomba en el pub y entraron siete forajidos en una discoteca de Paris al grito de Alá es grande y fueron liquidando uno por uno a casi un centenar de melómanos que habían ido allí a escuchar a un grupo, no es de extrañar, son tiempos de guerra. Vivimos la Apocalipsis, pensó. Se acercó a la barra del bar de su barrio y pidió una tónica. No se le fueron de la cabeza el montón de ideas negras. Su amigo Meseguer que era ateo le acababa de poner en ridículo por ir a misa, le dijo que eso del cristianismo es una ucronía. Se vivían tiempos muy vulgares. La medusa seguía moviendo la cabeza. En la barra del círculo se contoneaba como una goggó girl. Y él había querido ser santo con una santidad de otros tiempos. Es lo que decían sus enemigos infames que no comprendían que su santidad nada tenía que ver con el misticismo de ciertos beatos con el cuello de medio lado. Para él su religión le ordenaba sufrir aguantar chaparrones, cabrearse de vez en cuando pero sin perder de vista a la imagen de Jesús atado a la columna vilipendiado y torturado. El mártir es el que proclama la verdad a redropelo aunque no convenga ni sea políticamente correcto. Los caminos de su rebelión por senderos de desdichas y escupitajos le habían llevado a la excelsitud de la profecía y en la profecía estaba instalado. No hablaba ni escribía como un vulgar periodista. Era un territorio arrebatado al enemigo haciéndose violencia resignándose. La santidad cuesta como la sabiduría cuesta mucho: dinero, libros, horas de reflexión y de meditación. Es un religamiento con el Altísimo. De esta forma el Calceatense que era tozudo como todos los de Calahorra supo discernir la voluntad de Dios, acodándose en la barra de las tabernas, reclinado en los triclinios por donde hozan el pecado y el aburrimiento de la modernidad. Muchas tardes no sabía dónde tirar la boina ni dónde caerse muerto. Hay que rezar en todo tiempo. El mundo es un templo divino. Bajo la bóveda celeste se escuchan las notas del himno de los coros. Es el gran sabaoth. Poco importa que las iglesias se quedasen vacías y que en las misas no se dispensase el sacramento. La gracia del Salvador es un arroyo de aguas vivas que fluye por dentro como un Guadiana invisible. Megara dejó de agitar la cabeza. Los de Telebasta entregándose a sus trifulcas de vecindonas lujuriosas profanaban la cultura, pisoteaban las hostias del pan bendito, blasfemos contra los hombres y contra Dios, no tardaría en llegar el castigo. Sí, Calceatense, métete esto bien en la cabeza: Dios es indivisible. Uno y trino y no te abandona a ti que anduviste borracho y perseguido por la vida, fuiste el hazmerreír de todo y vendrá a juzgarnos a todos al fin de las eras. A cada uno lo suyo. Suum cuique, despierta alma mía, hombre de poca fe que te pasaste la vida dormida. Pronto se esfumarán las tinieblas  

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