ESTUDIO SOBRE LA
VIDA Y LA OBRA DE NUESTRO MENENDEZ PIDAL Y NUEVO MIGUEL DELIBES
CASTELLANO
Primera
parte
Debe de ser como consecuencia
de la plegaria que dirigimos mis hermanos de luz y de sangre acompañantes de los
pasos de la semana mayor cuando en el seminario invocando al Espiritu Santo
entonando en la Fuencisla el Veni Creator, he tenido un felicísimo otoño, sin
visitas a los tabernáculos pues émulo y pecador fui siguiendo los pasos de don
Francisco de Quevedo, sublime Cojo(¿mataste a Erifos?... lo
tengo derrotado… uy no te fíes) la persecución ha cejado, veremos cuanto dura,
que a muchos les dejo bocas, ineluctable e incontrovertible, con mis argumentos,
tanto literarios como políticos de la situación que atravesamos en este pobre
país que antes se llamaba España. El obispo sigue sin dar respuesta a las
proposiciones de este diácono, pero Dios
nos hace caso. La gracia divina no va por arriba, circula por extraños conductos
subterráneos. Por eso parece que su Rostro se oculta. Está ahí y no lo vemos.
Pues eso.
Camino del septentrión, [yo siempre fui
buscando la estrella polar, luz y guía no me desampares, Santa María], a la
altura de San Cebrián de Mazotes en la A6 me desvié para ver la iglesia mozárabe
reliquia del gran arte cristiano visigótico del siglo X, fundada por monjes
cordobeses, de la que se hacía lenguas el profesor Azcarate. Lo mozárabe se ha
puesto de moda porque la morisma, de la que vinieron huyendo aquellos benditos
frailes visigodos con las reliquias de sus mártires al hombro ha vuelto a la
carga. ¿Nos invaden o es que los dejamos? De cualquier forma parezco escuchar el
planto de don Rodrigo en la cava. El primer violín ataca las notas en clave de
sol de un guay de mi España. Aparentemente la situación, mutatis mutandis, se
parece un poco a la de aquellos reinados de los últimos godos: Witiza y Wamba
dados a la intriga y a la holganza, aquejados de eso que denominaban morbo
visigótico, léase envidia. Y ya se sabe: la mula de Wamba que ni come ni bebe ni
jode ni caga pero siempre anda. Bueno dejemos a Jeremías en un ladillo con sus
improperios y al pueblo en manos de sus políticos con sus
lamentos.
No tuvimos suerte en nuestro intento de ver
esta joya. Un veterano estaba a la puerta con su nieto en brazos, un niño muy
rico y sonriente que me recordaba a mi Diego, bajo el dintel de una puerta de
cuarterón, me informó que la iglesia sólo puede verse a la hora de
misa.
-¿A qué hora
es?
-Los domingos a las doce y
eso si el cura viene.
-Ah, pues tiene usted un niño
muy majo, abuelo. Que le veamos en la mili.
-Eso ya no se
estila.
-Hombre, es un
decir
-Pues de hoy en un año y
usted que lo vea.
Por aquí tierra de Mojados y
de La Espina la gente es dura y fuerte como sus casas de adobe que mira que
resisten pero amable e hidalga. Es esa reciedumbre que se manifiesta en la
parquedad de los gestos y del lenguaje. En otras zonas son más parlanchines pero
menos leales. La tristeza y el recelo se notan ahora con la crisis en cualquier
parte de España vayas donde vayas, aunque en san Cebrián no nos ocurrió lo que a
Joaquín y a su equipo en Puebla de Sanabria que quisieron acantearlos tomándolos
por periodistas.
Así que con las mismas por
una carretera de cárcavas entre encinares y algún que otro tractor que pasa –la
semencera viene buena con estas lluvias que han caído por san Frutos y hay
bandadas de tordos que emprenden vuelo hacia el sur- me cambio de valle,
subiendo la cuesta que va a dar al páramo de Torozos y dejando a la izquierda a
una verdadera catedral románica en el campo, santa María de la anunciada en el
antemural de la antigua villa de los arevacos que a Roma le costó dios y ayuda
conquistarla (Oronia también se asoma a un castro sobre la vaguada) ne acerco
hasta Urueña la villa del Libro. Adonde voy y vengo con frecuencia. Cargo las
pilas porque lugares así son el frumento espiritual de mi alma partida en tantos
cachos.
Me saludan los
merlones de una muralla bien conservada, el torreón de una iglesia adusta que
carece de atrio pero tiene antojana a imitación de los templos rurales
asturianos. Pese a lo inclemente de la mañana está desembarcando del autobús un
grupo de turistas de la tercera edad. Pasean por los corros, se hacen fotos bajo el arco ojival de la muralla que
a mi me recuerdo a Micklegate o puerta de san Miguel en York, visitan el museo
etnológico o el centro paleográfico de Alcuino, aquel amanuense de Carlomagno,
nacido en Eboracum, la patria inglesa de santa
Helena, que enseñó a escribir a los monjes de medio Europa en caligrafía rúnica,
compran algo de vino y queso y se largan.
Libro y vino son buenos compañeros del hombre.
Un libro y un amigo quiero yo en mis lares, libro viejo que leer, viño anejo que
beber, leña seca que quemar, amigo antiguo con el que conversar hacen la plena
felicidad del justo y, si es al amor de la lumbre y con un jarrillo de clarete
de Rueda a mano, mejor que mejor.
La lectura alarga la vida y el vino la alegra.
Converso con mi amigo Jesús el librero de lance que regenta la bookshop más
antigua, la de Alcaravan con veinte años tras el anaquel, y mucha experiencia entre sus barbas,
catalogando, tallando volúmenes, poniendo etiquetas y registrando plúteos donde
duerme la sabiduría del mundo.
Ya es pena que tan abnegado y sacrificado
oficio (estos libreros de lance son la mejor compañía del escritor que siempre
va buscando su arrimo encontrando en ellos comprensión, tolerancia y un poco de
conversación, claro que no todos, porque también en este rebaño bala alguna que
otra oveja negra) no esté tan valorado y mucho menos pagado como debiera. Los
libreros portan la llama del fuego sagrado; son como San Cristóbal que cargan con los sueños,
con las pesadillas, los pecados, injusticias y también virtudes del mundo, sobre
sus recios lomos porque sin libro volveremos al Neardenthal, al encefalograma
plano que es lo que parece que pretenden los demiurgos de la
imagen.
He aquí el cordero de Dios. Ecce agnus dei qui
tollis percata mundi… padre, perdónalos, quieren quemar todos los libros como
dicen que hicieron los nazis, quieren por lo visto borrar la memoria, porque hay
cláusulas que no les favorecen. Son un poco tramposos y algo nazis estos
askenazis ¿sabes?
Prohibido soñar. ¿Por qué? Felipe Roth el
flamante P. de Asturias de las Letras (esos premios principescos están algo
devaluados, nadie habla de ellos en la prensa internacional y son una especie de
calderilla en forma de Nobel español sin prestigio y que cuestan un ojo de la
cara, demasiado bien pagados, un despilfarro sobre el pescuezo del
contribuyente, nos mean y dicen que llueve y se lo dan siempre a los judíos) que
ha tenido la descortesía de no estar en Oviedo, dice que, si pudiera, que
apostataría de la literatura. Menudo panorama. Pero él cobra, publica, recibe
laureles y honores y a los demás que nos zurzan.
Nos pone el tal Roth de
vuelta y media desde las páginas del NYT y aquí van y le galardonan con unos
milloncejos. ¿Cómo se come eso? El famoso rotativo neoyorquino no puede ver a
España ni en pintura. Nos advera de muertos de hambre porque andamos revolviendo
el cubo de basura y además secunda la independencia de
Cataluña.
-Ceferino, ¿tú como lo
ves?
-No digo nada; que son unos
jodios impresentables.
-Chist, punto en boca ya lo
sabes. Del rey y de la inquisición chitón, que me chivo a
Gallardón.
-Eso sí que es
morrocotudo.
Estaba algo triste, afligido por los fantasmas
que se lían a despotricar, a lanzar porvidas y juramentos dentro de mi cabeza
que parece un cajón de sastre pero guarda cierto rigor, a la vista de cuantos
despropósitos nos rodean e indignan como por ejemplo esa ministra del Paro, a su
cargo la cartera de Trabajo, una andaluza a la que llaman caracuadrá y un consejo de ministros
presididos por Rajoy que parece la orquesta del Titanic. Posan muy sonrientes y
repeinados delante de la cámara. Por delante risas pero por detrás debe de haber
un navajeo feroz que menudas cuchilladas. Todos tan modositos que parecen una
terna de los doctrinos pero atame esa mosca por el rabo. Es su máxima en la
vida: paso de buey, diente de lobo, y hacerse el bobo.
Eso sí; todos se pegan por
salir en la foto mientras Gallardón, el más peligroso, nos ha subido las tasas
judiciales, pleitos tengas y los ganes, que en esta republica coronada te
empapelan por menos de nada. Y de paso el señor ministro de Gracia y Justicia ha
dictado un ukase que nos devuelve a los españoles a los tiempos de los
quemaderos y de los autos de fe, ahora son para combatir heterodoxias
democráticas pero qué más tiene, tanto monta, monta tanto.
Son los mismos galgos con
otros collares. Los personajes de la inmortal obra de Delibes, el Hereje,
vuelven a caminar por nuestros caminos perseguidos por los corchetes de lo
políticamente correcto. Ahí va eso. Pintémoslo de verde. Es la vesse, el pedo del diablo que ya
anunciara Villon.
Si abres la boca o escribes
algo, puedes acabar en la cárcel y en la ruina porque las minutas del rábula las
ha puesto por las nubes Gallardón, subiendolas casi un setenta por ciento, y a
nuestras humildes posaderas de cara al paredón. Volvemos a ser carne de horca y
de presidio los españoles.
En medio de tales cavilaciones y malos
barruntos, la hospitalidad de Jesús el librero y su buen trato me sacan de mis
amarguras porque yo me lamento de la dureza de esta profesión en este tiempo.
Como los escritores intentamos robarles el fuego sagrado a los dioses, estos se
vengan de nosotros. No sé si seremos malquistos o dejados de la mano divina.
Deus meus, Deus meus, ut quíd
dereliquisti mihi, el grito que lanzó Nuestro
Señor en el Calvario es el mismo que ahora nosotros damos muchos escritores y
libreros españoles. Aquí siempre se tuvo un gran respeto a la letra muerta y al
libro en reverencia pero han llegado los nuevos bárbaros del norte con sus
caballos bajo cuyos cascos no volverá a crecer la hierba aplastándonos las
cabezas.
Sin embargo quienes
emborronamos papel somos un elenco correoso y no nos rendimos fácilmente.
Cruzaremos el vado con una cuchillo entre los dientes como ha dicho Juanqui y
confiando en la ayuda del Todopoderoso.
Cervantes acabó de palanganero en una mancebía
de Valladolid, a Zorrilla lo tuvieron que enterrar de caridad y al pobre Tomás
Salvador el mejor novelista en los últimos decenios murió en la miseria, Quevedo sufrió un largo
cautiverio y sus deudos le robaron lo poco que tenía, según me entero por mi
comunicante.
Para consolarme me regala un librito de
Joaquín Díaz, EL ASFALTO Y EL BALAGO, que ha sido un verdadero hallazgo y que
desconocía. Se trata de un opúsculo con una colección de cuentos y de artículos,
muy sucinto y que prende en el lector por su sutileza, concisión y exactitud,
eso que llaman los alemanes acribia, el punto exacto, con referencias personales
de recopilador de esa gran literatura oral que produjo Castilla y sus andanzas
por los Ancares, por Sanabria y Tierra de Campos.
En sus paginas resplandece el gran escritor
que es y lo buen prosista castellano Joaquín. A imitación de los hombres
universales del renacimiento es capaz de tocar todos los instrumentos musicales,
compositor sinfónico (sus obras de una gran impronta religiosa hacen pensar en
Tomás Luis de Vitoria, el precentor o primer chantre de varias catedrales
españolas del XVI) filólogo y matemático. Cuenta chistes como nadie. Es
bondadoso y noble. No tiene envidia ni resentimiento ni la cólera que nos domina
a otros y nos vuelve peligrosos desde las teclas de un portátil.
En Urueña y en Castilla a
nadie oí murmurar sobre su persona, todos
le quieren bien. En esta obrita en la que narra alguna de sus experiencia
personales y su visión sobre la vida y las gentes y la época que nos ha tocado
vivir a los que rezábamos el confiteor y cantábamos el perdona a tu pueblo o el amante Jesús mío
y hoy nos cuesta trabajo ir a misa los domingos porque la liturgia al
vulgarizarse ha perdido ese carácter mágico de misterios órficos y de vida del
más allá que constituía su médula espinar; ahora nos hicimos laicos y todo nos
da igual.
Aquí se manifiesta de cuerpo entero pero su
bondad no le permite derramar acíbar determinándose hacia parámetros científicos
pues es también sociólogo y no reparte caña como hago
yo, que soy un par de años más viejo pero de la misma generación del 68.
Suaviter in modo y con esa ponderación tan vallisoletana introduce sin embargo
la lanceta en las carnes doloridas de nuestra comunidad pero sin buscar
soluciones ni meterse a redentorista. Dando una versión objetiva de la realidad.
La música de Joaquín Díaz nos hizo gozar en la juventud y ahora su pluma en la
madurez nos obliga a pensar dentro de un marco de esperanza y de compasión hacia
el género humano del que se aparta para vivir en plenitud su yo y su realidad.
El ruido le asusta como también las corbatas. Viaja casi siempre en autobús por
no gustarle demasiado conducir, según creo.
El libro que me regaló
Alcaraván y que leí en un par de horas al llegar a casa sin acusar el cansancio
del viaje es uno de esos textos fundamentales que le obligan a uno reconciliarse
con la vida y decir hay que ver lo bien que está escrito esto y esta situación…
pues no se me había ocurrido. Es galardón del genio contemplar en las cosas lo
que está oculto al común. Sus páginas son puro deleite espiritual y me traen a
los ojos el tamo de aquellas trojes, de aquellas eras donde ya no trillaré nunca
ya ni reverdecerán alguna vez más. Hay que mover el balago, chiquitos (beldar,
segar, acarrear, remecer y remeter) y también menear el tango.
Significa trabajar y es antónimo de echarse al
surco. Bálago de los yeros y balago del trigo y del centeno que segábamos de
madrugada.
Y Joaquín, tan laborioso, menea el balago con
destreza trayendo a la memoria palabras olvidadas que hoy duermen en los
calepinos de nuestra mocedad y no son más que una cendrada en el cenicero del
olvido. En algunas partes el tamo se conocía con el nombre de cisco y era la
atmosfera de los pueblos por antonomasia. El balago era saludable, picaba un
poco cuando se metía entre las albarcas
o los fondillos pero tenía un olor muy saludable y natural emanado de las
barbecheras y rastrojos. Por el contrario el asfalto es nocivo y pernicioso.
Dicen que es agente cancerigenos por la brea y el alquitrán, por el humo de los
tubos de escape, por el ruido que levantan al deslizarse sobre él el tráfico
rodado.
Miguel Delibes fue el último vate de aquella
sociedad que dejó de existir en poco más de dos generaciones con la emigración
masiva del agro a la urbe. Algunos antes de tomar el coche de línea iban al
pajar y se metían un puñado de hierba en el bolso de la chaqueta como talismán.
Las espigas de aquella última cosecha que segamos antes de vender las tierras a
los agiotistas o la llave de la casa del pueblo que cerramos nos acompañarán de
por vida.
Él parte del mismo supuesto
de abandono del medio rústico y del fin de una civilización pero con diferencias
de matiz. Cada uno de los dos artistas tiene su propia personalidad. Don Miguel
fue de la generación de la guerra y Don Joaquín es de la del 68, la que tuvo que
pelear con los grises, la que se hizo contestataria e iba escucharle sus
recitales, únicos e irrepetibles, que daba en los campos de la Universitaria.
Música Folk. Tan española, cantares de siempre, y que sería arrasada, ay, con la
debacle del pop (los Rolling Stones, los Beatles, los Bee Gees, The Mamas en the
Papas que degeneraron a ese desmadre cacofónico en que viven los hijos y nietos
de todo aquel desmadre) y nuestro mocerío- aquello fue toda involución de viejos
valores- se puso a cantar en inglés. Joaquín Díaz hizo mutis por el foro. No
quería que le comparasen con Raphael. Prefirió dedicarse a la investigación y
gracias a esta labor musicológica el arte de la palabra estará en deuda con él
para siempre: la recuperación del romancero castellano, las viejas tonadas
sefarditas, coplas para la siega, cantos de la parida, seguidillas para ir de
ronda, y luego el elenco de motivos religiosos que es inmenso. El hidalgo de
Urueña nos enseñó a amar a España y a escucharla tal y como sonaba en las
tabernas, en las jotas y rondallas, en misa, en el cementerio, en las bodas y
convites, en la bodega, en la guerra y en el amor.
Otro aspecto que le
diferencia con el autor del camino es
la impronta religiosa. La generación que hizo la guerra se manifestó un tanto
agnóstica con ese agnosticismo de los que estudiaron en tiempos de la republica,
nosotros los del 68 estudiamos desde el parvulario al bachillerato con los curas
y en ese ambiente que ha dado en llamarse Nacional Catolicismo que hoy algunos
detestan pero que tuvo cosas muy positivas y que falta ahora. Joaquín Díaz fue
seise o niño de coro en la catedral de Valladolid, creo, vivió en todo su
esplendor los ritos semana santeros en su Zamora natal, asistió a los
entierros de antiguamente donde se cantaba aquellas pavorosas Tremendas, vio las procesiones cuando los soldados de la escolta
de los pasos desfilaban al son de los tambores con el tubo del fusil boca abajo
en señal de duelo, se había muerto Cristo, y se aprendió el confiteor en latín
para ayudad a misa. Eso deja huella, marca carácter aunque hoy sea solo parte
del folklore.
De los relatos que incluye EL
ASFALTO Y EL BÁLAGO hay uno que impresionará al lector cuando refiere la
pesadilla que tuvo en Roma donde fue huésped del P. Federico Sopeña pues nos hace pensar en
Edgar Alan Poe y en otros autores de literatura fantástica por su fuerza. Lo
alojaron en una habitación de cuyas paredes colgaba una reproducción del retrato
del papa Inocencio X el cual por la
pericia de Velázquez mira para el contemplador con una mirada tremenda, casi
asesina. Esta mirada le desasosegó y no pudo pegar ojo en toda la noche y hasta
sintió que alguien llamaba a la puerta. Abrió y no era nadie. Había recibido la
visita de un fantasma. La impronta de lo mágico vuelve a repetirse con su visita
al pozo Airón o Laguna Negra en Soria. También realiza el autor un verdadero
tour de force de conocimientos antropológicos o filológicos como en Buenas
pécoras al hilo del paso de un cordel de la mesta por Tordesillas. Nosotros- comenta-utilizamos
muchas palabras para no decir nada: en profundidad, en tiempo real, ecosistema,
cañadas, desertización. Sin embargo, los pastores que bajan y suben sus rebaños
aguas arriba del Duero hablan un idioma más preciso: varas, leguas, reteles,
manseras… allá va el mastín con su carlanca y el morueco destacando por la
cornamenta de carnero padre y gran alzada. Los rebaños de la mesta se desplazan
al paso de una mujer hilando y su vida trajinante tenía poco de bucólica y nada
de las ternezas con que los apoda la novela pastoril o las églogas de Garcilaso.
Cuando llegaban a un pueblo, las mujeres rememorando el rapto de las sabinas,
huían o se ocultaban pues tal era el apetito sexual de los gañanes desmadejados
por meses enteros de continencia en la majada.
El sentido del humor
castellano que se parece poco al ferrete coruñés o a la zumba de los asturianos
y para nada al humor inglés se nos muestra en el Brazo de Matías…con que en esto
oigo un chasquido detrás de mí y la mula que se me espanta… cago en tal. Matías
el manco cuenta a los niños cómo una muta lobuna y concretamente una loba con
una boca como una cueva de grande y negra le enganchó el brazo y se lo llevó,
pero quia. Matías perdió su brazo de otra forma menos heroica. Era un buhonero
que cuando llegaba a una venta siempre decía lo mismo: dos huevos fritos para mí
y a la mula no le eches algarrobas que viene cenada. Uno de los posaderos se dio
cuenta de que Matías le robaba y una vez que el ladrón estaba con las manos en
la mesa o en la artesa mejor dicho soltó
de repente la tapa del arcón dejándole sin medio brazo.
Otro detalle en la iglesia
hasta el siglo XII con la reforma cluniacense no había instrumentos- el único
que se permitía era el de la carraca de viernes santo día en que tampoco se
podían tocar la campana. La mejor guitarra, el mejor adufe era la voz humana,
costumbre al que siguen aferrándose los griegos sin detrimento de su esplendor
litúrgico que se atiene a estos orígenes milenarios. Y así nos lo cuenta Joaquín
que de esto sabe un rato pues ha resucitado la zampoña, el rabel, la vihuela,
los crótalos, el bombardino y los sabe tocar…. El rabel que ha de ser fino ha de
ser de verde pino, la vihuela de culebra y el collar de mula negra, canta en una
de sus composiciones.
Sin ser misógino ni
misoneista es amante de la soledad sonora, aquella que cantara fray Luis de León
en sus estrofas a la música de Salinas y a la vida apartada. En un mundo de
ruidos y con el altavoz a toda mecha vivimos alienados. Pero los nuevos inventos
(el móvil, televisión interactiva, tabletas, wasaps) han incidido en un aumento
de la incomunicación y del aislamiento. Algún tales recursos, ojalá, sean
aprovechados en beneficio de la cultura. Por el momento son un incentivo al
desconcierto, el resquemor, la ignorancia y la pornografía con la que nos lavan
el coco los amos y mercachifles de estos trebejos cibernéticos, cada uno con su
pin y su consola.
continuará