¡Me engañasteis, soldaditos de Soros, vividores sin alma, sin coraje, sin honor y sin patria!
AR (R).- Soldaditos de Soros, que no de España, me transmitisteis la trascendentalidad del juramento a la Bandera una gélida mañana de noviembre de finales de los 80, muy cerca de las aguas salinas de San Fernando. Junto a mí, una vibrante muchachada procedente de todos los puntos de España. Aquella fría mañana gaditana, los mandos militares de esa España que juré defender me bendecían, me alentaban y hasta me empujaban a ser un hombre de bien. Han pasado los años y yo no he cambiado más que en la medida necesaria, indispensable, que exigen el paso del tiempo, la variación de las circunstancias y el mantenimiento de una terca y hermosa ilusión. Mis ideas básicas son las mismas, los valores idénticos a los inculcados entonces al recluta que deseaba ser soldado. ¿Me engañasteis entonces o me engañáis miserablemente ahora? ¿Debo sentirme apeado del solemne juramento que hice para no entorpecer el compromiso del Gobierno con le elite globalista representada por Soros? ¿A quién servís, además de a vosotros mismos?
He dejado de creer en vuestra moral guerrera de hojalata. A decir verdad, mi incredulidad es rayana en el desprecio y el asco que por vosotros siento. Me hicisteis creer que os preocupaba la seguridad de los españoles y la integridad territorial de nuestra patria. Todo mentira. Lo único que os preocupa es conservar vuestras prerrogativas económicas con el menor esfuerzo posible. España está siendo asaltada por tierra, mar y aire, con indefensión total por parte de los agentes encargados de custodiar nuestros pasos fronterizos, y vosotros lo que hacéis es colaborar en la recogida de ilegales en el Mediterráneo. ¿Debo explicaros que tras esos ilegales que recogéis se hallan las mafias africanas dedicadas al tráfico humano? ¿Os sentís satisfechos de hacerles el trabajo sucio a esas mafias a costa de empobrecer a vuestros compatriotas? Me pregunto si queda un átomo de patriotismo en vuestros corazones, si la invasión que sufre España os rebela tanto como a cualquier español bien nacido.
Aquel soldado que con ilusión desbordante selló con un beso en su Bandera la promesa de su compromiso con el mantenimiento de la unidad de España y su soberanía, su integridad territorial, lejos de traidores y delincuentes internacionales, os instruye hoy a vosotros, mandos del Ejército de mi patria, sobre lo que entonces me enseñasteis y que yo creí a pies juntillas. Hoy me siento estafado y os traslado mi profundo desprecio, desde el Jemad al último funcionario uniformado en la reserva.
Mandos del Ejército del que una vez formé parte, participáis en misiones militares alentadas por lobbis internacionales, cuando los enemigos declarados de nuestra patria son otros. En el Congreso de los diputados podríais reconocer a muchos de ellos. Están emparentados por línea consanguínea con aquel conde Don Julián que facilito a los moros la invasión y destrucción de la España visigoda.
Espero que no tengáis nunca la desvergüenza de ponernos en el brete de tener que elegir entre Rusia y esa coalición satánica de la que formáis parte. ¿Es preciso aclararos de qué lado estaríamos? Entre la putrefacción moral de la democracia española y la musculatura espiritual de la Madre Rusia, linimentada por millones de patriotas, dista la misma diferencia que entre un guerrero de España y un funcionario con uniforme al servicio del mundialismo.
El día de mi Jura de Bandera, nos persuadisteis a que juráramos a Dios que defenderíamos España hasta perder por ella nuestras vidas. «¡Sí, juramos!», respondimos exultantes.
La voz firme de un alto mando repuso con solemnidad: «Sí, así lo hiciereis, que Dios y la Patria os lo premie. Y si no, él y ella os lo demanden».
Y aquí estoy yo, escupiendo estas líneas para exigiros una explicación. Yo le di la máxima credibilidad y la mayor solemnidad a ese maridaje de honor con la Patria. Lo que para mi era sagrado, para vosotros no dejaba de ser un teatrillo de variedades, un formalismo sin base moral alguna. Y no sólo me engañasteis, malditos sinvergüenzas, sino que utilizasteis el nombre de Dios en vano como coartada de vuestra miserable impostura.
¿Confía en nuestro Ejercito para defender la integridad territorial de España?
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