ACERCATE
DIACONO (iste confesor I)
No
bien había concluido sus abluciones en aquella fuente de tres caños, gluglú
sedante e infinito bebiendo a morro, tragos que confortan las entrañas, tantas
veces abrevada pero la sed no se le acababa, fuente inextinguible –había una
cruz de piedra sobre el brocal- y de que despachara con buenas palabras al
padre Cantamañanas que se volvió a la
gloria el hombre con las inflexiones y ladeamiento de los palomos cojos,
bastante penitencia llevaba pero el querido reverendo padre jesuita se salvó a
trancas y a barrancas, el que soba no mata, a dar a los ángeles puericantores
sus dulces charlas vio otra sombra como la de un obispo vestido de pontifical
pero este obispo gastaba barbas y sus ropajes y su capa pluvial recamadas de
oro evidenciaban la pompa del rito oriental. Pudiera ser san Vicente. Pudiera
ser san Atanasio. Pudiera ser san Nicolás en persona o pudiera ser el propio
patriarca Alejo el que le impuso las ordenes sagradas una mañana alegre de mayo
en Londinum, cruzó las estola sobre sus hombros y le dio la facultad para
portar la eucaristía y salir con ella a bendecir con el humeral y las hijuela
tras la puerta de los dones. Atar y desatar. Supo, y desde aquella imposición
de manos, lo tuvo bien aprendido que nadie se puede atribuir sin blasfemia la
potestad de representar a Cristo en la tierra, que el tufillo de la clerigalla
católica es hediondo, cruel y malvado y que muchos diablos pululan por el
Vaticano vestidos de cleriman o de sotana y que en el cupo los había ñoños,
pederastas, maltratadotes del alma y que los obispos, alimentados de tocinillo,
practicantes de una moral hipócrita, se habían hecho secuaces de la impostura,
y él, recién ungido de diacono, iba en pos de las banderas de la verdad, que en
Roma en los últimos papas había habido uno Pablo VI que murió loco o acaso
endemoniado, que a su sucesor que sólo pontificó 29 días lo envenenaron y subió
a la catédra de san Pedro un polaco con maneras de gauletier nazi que iba a
sustituir la religión de la Salvación por la del
Holocausto, el que puso la Iglesia a los pies de
los caballos. Él siguió muy de cerca las visitudes de aquel pontificado plagado
de megalomanías y de una soberbia eclesial que desconocía fronteras. A su
muerte vendría un bávaro de origen judío que había militado en las Juventudes
Hitlerianas. Hablaba con una voz amanerada y muchos de su corte papal
murmuraban si no tendía Su Santidad un poco de ramalazo. Fue cuando estalló el
escandalo de los curas amariconados, ebofílicos y de grandes abusadores. El
estigma de la mentira católica saltaría a la luz porque no se pueden ocultar de
tapadillo las inclinaciones perversas. Leva de curas maltratadotes, abusones,
camándulas, malas personas y gente poco de fiar. Él ya estuvo en autos de lo
que pasaba porque había leido AMDG de don Ramón Pérez de Ayala. Narrando las
vilezas que se cometían con los educandos en aquel internado de Gijón. Nunca le
comprendieron, lo maltrataron y cuiando fue a pedir ayuda le cerraron la
puerta. Pero Cristo cuya ternura y misericordia eran infinitas se había
apaidado de él y le había permitido acercarse a aquella fuente que restañaba su
sed de amor hacia el género humano, mientras sus compañeros eran enviados a
parroquias de la sierra donde tenían aventuras con la mujer de algún carretero
o le tocaban la pilila a la rajita a algun niño/a de la catequesis. Cuando se
enteraba el obispo todos a tapar tierra al asunto y el interfecto era
trasladado de parroquia o lo enviaban a misiones.
¿Había
o no había Purgatorio? Claro que no pero aquellos sufragios habían sido la vida
de la iglesia desde los siglos medios. En el negocio de la muerte se instalaban
los vivos. Y, si alguien protestaba,
decían:
-Las Animas Benditas se lo pagarán.
Había llegado la hora de hacer balance y de ajustar cuentas.
De echar al anticristo y a la impostura que ocupaban el trono de la Iglesia.
Aquel anciano de voz dulce al darle la diaconía le había hecho
participar de esa visión del mundo nuevo, de ese concepto de servicio y de
entrega, que era el sacerdocio y que él ahora arrastraba en sus malos pasos por
lupanares, tascas, mercadillos y hospitales. Fuerza de la gracia del Espíritu
Santo que a veces va por arriba y a veces es dinamismo que no se ve pues va por
abajo. Muchos son los llamados pocos los escogidos pero él había sido elegido.
Pertenecía al Cenáculo. Estuvo en la fracción y metió la mano en la llaga. Ah
Jerusalén, lejana abroquelada en sus normas y sus principios atada de pies y
manos a las filacterias. No había tabernas para echar un trago, ni bailongos y
discotecas, sólo templos y soldados con metralleta.
Todo aquella serie de normas legalistas
fariseas, todas aquellas trampas saduceas, que ataban a los seres humanos de
pies y manos eran de lo que vivían los levitas y la corbona de las monedas de
la ofrenda. Creían andar por la libertad y vivían encadenados no sólo a sus
pasiones y a sus vicios sino también a sus mentiras y cambalaches perfectamente
legales y democráticos. Sí, se lavaban las manos hasta setenta veces al día
pero las tenían manchadas de sangre; rezaban la Shemá pero aquellas palabras al desgaire no
eran la verdadera Shemá de Israel. Abrid Señor mis labios para que cante todos
tus salmos. Yahvé apenado y dolorido miraba para otra parte ante las
reverencias e inclinaciones de aquellos adulteras. Eran los que apedrearon a la
pecadora. A Él quieren despeñarlo desde el pináculo de su sinagoga y eso que
eran paisanos y conocidos ¿qué harían con Él si fueren extraños?
En tonos tan escogidos como el ferial y el mayestático
cantaban los himnos procesionales. En el unda maris de aquellas letanías venía
después el paso y era nuestro querido profesor de Lógica el querido don Chespi
alias Chepillas o don William pues era
inglés y había nacido en el mismo pueblo que el Cisne de Avon, no había perdido
su acento cockney hablaba lanzando muchos perdigones y escupitajos mientras
explicaba a Aristóteles. A los de los bancos de delante los ponía hechos unos
cristos con sus silogismos que llegaban de rebaba.
-Eh todo ese banco de ahí atrás, a la calle. Cuando
estamos en clase no se habla.
Eran cinco los filósofos y con las mismas cogieron el
banco de madera a rastras fuera del aula y luego volvieron a entrar tan campantes. A don Chespi se le escapó una
maldición en su idioma nativo:
-You bloody bastards...[1]
Uno de los alumnos, Monteguí, que era judío o catalán,
converso eso sí, no lo recuerdo a punto fijo y que hablaba perfectamente la
lengua de don Chespi tratando de seguir el mamoneo se atrevió a decir:
- pues quiere decir lo que oís y en castellano con todas
las letras: vuestras madres, unas santas pero vosotros unos perfectos mamones.
Y siguió explicando el tema de la semana con los ojos
inyectados de ira soltando una mansalva de perdigones. Los de adelante tuvieron
que aguantar una lluvia dorada en medio de los silogismos, los corolarios, las
proposiciones y los nego minorem subsumptam. Los de detrás estaban que se
descojonaban. Para acabar su clase el inglés tuvo que hacer de tripas corazón y
administrar la proverbial flema británica
en grandes cantidades pensando para sus adentros quizás qué hago yo aquí, por
que me vine a este pueblo, abandonando mi religión anglicana a mis padres y a
Mary mi girlfriend, la cual hasta que se murió no cesó de llamarme papista y
traidor en sus cartas. Desde luego soy un romántico y tuve la desgracia de
enamorarme de España, puta España, castles in spain, castillos en el aire, un
atajo de tarugos y de fanáticos católicos, sois peores que los irlandeses, pero
me enamoré de esta jodida ciudad y me ordené de presbítero, hice oposiciones a cátedras
y saqué un beneficio en el coro, voy a cantar a las tres en el coro, si me echo
la siesta o llego tarde, el racionero Bernardino que tiene muy mala leche me
pone falta y me quedo sin estipendio. William esta noche no cenas en esta
tierra de herejes. Con lo bien que hubieras estado tú en tu isla, hubieras
podido ganar una cátedra en Cambridgre, tal vez la mitra de York o Canterbury…
te dio por leer a Chesterton… te enfrascaste en los sermones del cardenal de Newman
y volviste a la fe romana... has
coqueteado con la gran puta… fuiste a Roma a ganar el jubileo y por la plaza de
san Pedro viste merodear al diablo disfrazada de meretriz... te vendieron la
burra mal capada. Te pagaron sus favores con indulgencia... eres un iluso y
tozudo como buen inglés…”. Y vuelta la burra de sus remordimientos. Se decía:
- “Pero que hago yo aquí domando potros entre estos cafres, explicando
lecciones que no entiende ni su padre y además no sirven para nada pues va a
venir el concilio y todos estos libros, todas estas tesis ser carne de la
hoguera y se acabó lo que se daba… y pa cuando me muera no quiero que me
sepulten aquí entre inquisidores I am
free thinker… bloody hell[3].
Ay infelice que mala pata”. Creía que
sólo le escuchaba su alzacuellos de canónigo pero Monteguí que poseía la
alacridad y desfachatez de los de su raza pensaba que Chespillas estaba
pensando cosas raras y le miraba con ojos burlones como diciendo:
Los ojos del otro se entornaban al tiempo que le lanzaban
excomuniones y anatemas:
-You fucking jew[5]
Luego. Cuando se le pasaba don Chespi el Inglés era un
bendito de dios. Daba la vida por los hermanos. Gran parte de sus annatas iban
a parar a los más pobres del barrio de San Lorenzo de san Esteban. Le escupían,
lo acanteaban y lo sacaban en procesión y él iba subido a la tarima como si
nada, sin rechistar cual oveja camino del matadero, el manteo arrebujado junto al vientre escaso,
pues como buen inglés era frugal, comía poco y no se zampaba las comilonas de
sus colegas de coro en el Bernardino o en la Tropical que buenos
cochinillos se zampaban aquellos tonsurados de capa y muceta y, sentado en su
cátedra como si fuera un trono, dejaba que la comitiva integrada por siete seminaristas
le portaba a hombros cantándole de
rechiflas el iste confesor en fabardón el Iste Confessor. Un cruciferario abría
carrera por todo el aula portando la cruz alzada.
Tras el venía fumándose
un puro de los buenos don Fausto toda la
sotana constelada de medallas por la pechera con las cruces que le impuso
Franco por méritos de guerra pues el querido profesor de filósofos había
chupado toda la guerra como pacer de la columna de Castejón y tenía, amen de un
cuerpo taladrado de metralla y un patriotismo
a prueba de bomba, una brillante hoja de servicios, se le cansaron las manos de
bendecir a los moribundos y se le hundieron los brazos de tanto sacramentar
novios de la muerte en Badajoz, en Garabitas, la Universitaria , Cerro Muriano.
En Belchite, en Brunete donde le arrearon cuando estaba celebrando misa sobre
los relejes de una tanqueta, con sus pies fatigados por el polvo y por la pólvora
de aquella fratricida en la cual él creyó defender la causa de España y de
Dios. Había sido capellán de la Quinta Bandera ungido a los
valientes con el crisma y los oleos cristianos preparándolos para la muerte, a
la que ellos en un arranque de heroísmo llamaban “fiel compañera”. Ahora
enseñaba Metafísica en el seminario un poco a regañadientes y eso en sí en latín
porque para él hasta el ama que le servía tenía que estar práctica en la lengua
de Horacio...
Se fumaba buenos
vegueros e iba a confesar a los presos y a decirles misa a las monjas de San
Plácido. Se le ladeaba un poco la cabeza y ya no miraba un paso al frente sino
de través. No estaba tan seguro al paso que iba al mundo de sus convicciones
antiguas. ¿Para qué le había servido ganar la guerra si los rojos con el apoyo
de las logias y de los judíos volvían a mandar otra vez y estaban infiltrados
hasta en el Vaticano? Se le parlaban los pulsos pensando y le rilaban un poco
los dedos por las pejigueras del Parkinson pero como era creyente no se
desesperaba, tal vez sería la voluntad divina. Hagamos de tripa corazón y no
hay mal que por bien no venga le había oído decir al Caudillo una vez que éste
le invitó al Pardo a una cacería.
Le llamaban el cura
rico las malas lenguas y no era rico sino en ciencia y en libros porque tenía
una gran biblioteca el antiguo soldado. Consideraba que la pluma y la espada
han de ir juntas por eso tenía tantos amigos militares y a su casa venían a
verle algunos poetas locales como Quintanilla, buen vate que publicaba sus
versos en el Adelantado.
Le ofrecieron una
mitra pero él no quiso ser obispo. Había sido buen cazador y dicen que a cazar
con él en los campos de Traspinedo vinieron a acompañarle los generales Yague,
Varela, Buruaga y otros muchos.
Su confesionario
–era el penitenciario de la diócesis- estaba lleno a todas horas porque tenía
fama de ser penitenciario de manga ancha de haber batido el record de desechar
a toda una bandera de la legión a en veinticinco minutos. Absolvía en menos que
se persigna un cura loco. No hacían preguntas escabrosas a sus disciplinados ni
daba charlas, no se arrimaba, ni acariciaba a los niños como el pobre Mañanas.
A él no se le podía ir con mariconadas. A los hombres de voz bronca y velada
por el tabaco les preguntaba por las semenceras, las maseras y las cosechas y
si habían llegado ya las cigüeñas a los campanarios. El era el encargado de
decir la misa de cazadores cuando aun no había despuntado el alba sobre la
sombra alargada de la catedral que era como un gran ciprés de piedra labrada
velando el sueño y la vida provinciana de los corobinos.
-Dicas dicas in sermone latino... Dicas enim.
-¿Qué hay que hacer don Fausto para hablar tan buen latín
como usted?
-Pues fijarse mucho y hacerse con la gramática de Goñi y
el diccionario de Miguel.
Miguel Delibes
figuraba entre sus amigos predilectos. Los viejos mutilados de guerra, los
veteranos del Tercio venían a visitarle a su casa que estaba detrás de la cárcel
y al verlos el canónigo se llevaba un alegrón.
-
¿Cómo estas muchacho?
-
Algo viejo y achacoso, mi querido pater coronel–
-
¿Y en qué compañía?
-
La plana mayor de la quinta bandera.
-
Ah sí, ahora que dices tu cara me suena.
Franco le había
ascendido a coronel por méritos al valor. Tuvo la laureada a la punta de los
dedos pero prefirió que se le dieran al corneta de su sección.
Decía
don Fausto que estaba hecho un cohete con mucha metralla en los entresijos pero
siete tiros en el cuerpo y avanzando.
-
Así me gusta.
-
Oye te acuerdas cuando nos coparon los rojos en Teruel.
Hacía un frío del carajo veinte bajo cero exactamente pero defendimos el
seminario como jabatos. Ostias pero eres tú.
Y el capellán castrense, al reconocer al
antiguo camarada que salvó el pellejo y salió indemne del infierno de Teruel
dejaba de ser el canónigo bien asotanado
que hablaba bajo canturreaba ante los becerros catedralicios y con gran
prestigio en el cabildo de la santa iglesia mayor para convertirse en un guripa
de tantos hablando recio y expresarse en la jerga del lenguaje cuartelero poco
cultivado y sin melindres. Joder, ostias de puta padre. Su cagamento favorito
era cagarse en los huevos de Mahoma y por esa jodida tendencia tuvo sus más y
menos con el capitán Ahmed que mandaba el tabor de refuerzo cuando los
regulares les hicieron el relevo.
- No
diga mal de Profeta. Eso está muy feo.
-Pero
no ves que no miro para el cielo y si no se mira para arriba los cagamentos
carecen de categoría blasfema. Se convierten en simples tacos.
-Ya
pero esas palabras suenan a sacrilegio en las orejas de un musulmán.
- Si
no blasfemo contra Alá pero es que esos putos rojos nos están trayendo por la
calle de la amargura, nos han matado está tarde a tres muchachos. Además me
sale el mozo de la ribera del Duero. No sabes como nos cagamos en todo lo
divino y lo humano por aquellos pater.
-Ya
pero nuestros imanes no blasfeman como vosotros. En eso los moros os
aventajamos a los cristianos.
-Pues
llevas razón. También es verdad.
El pater pidió perdón y el sacerdote católico y el fervoroso defensor de Mahoma donde las dan las toman se reconciliaron en
un abrazo de paz. Alá que todo lo mira y todo lo protege desde arriba debió de mirar
aquel de reconciliación con beneplácito. Aquí no hay moros ni cristianos. Hay
los que luchan contra Dios y los que le defendemos porque lo amamos.
El
cura y el capitán de regulares sacaban su petaca y se intercambiaban tabaco
formulando sus buenos deseos para que aquel infierno de Teruel se acabase
pronto.
-Tú
volverás a tu jaima con tus mujeres y yo a mi catedral con mi ama que está
sorda como un tapión y tiene mala leche pero que te va a hacer un cuscus de
puta madre pues su padre sirvió en la
intendencia de Larache que te vas a chupar los dedos, mustafá.
Don Fausto no llevaba armas, sólo un cristo
clavado a su correaje. Se movía como una ardilla entre las posiciones, saltaba
las trincheras y cruzaba las alambradas y las calles de Teruel sin desenfilada jugándose
el tipo allá donde perecieron tantos en la plaza del Torico.
-
Ese cura tiene un par de cojones. Son muy finos oye.
-
De Valladolid. De
donde son los pijos pero anda anda que a valientes nadie les va a la mano.
En alguna ocasión menospreciando su pellejo
saltó a los blocaos enemigos para confesar a algún soldadito moribundo de los
rojos. Que tambien son españoles, españoles equivocaos ostias pero tambien
españoles y si podía lo llevaba a rastras echándose al herido al hombro como el buen pastor con la oveja descarriada
a las espaldas o a rastras y lo pasaportaba hasta las líneas nacionales. En los
fregaos en los sectores rojos se escuchaban ayes maldiciones pero tambien un ay
virgen santísima y había algún combatiente que, herido, pedía confesión. Un
cura. Un cura.
-Alto
el fuego que venga don Fausto.
-Ahora
mismo-
-Poned
el bozal a los cañones, parad las ametralladoras, cesad el combate. Os enviamos
al cura y vosotros nos mandáis una de esas milicianas tan cojonudas que sirven
a ese maldito. ¿Vale el canje?
-Vale.
Pero como nos hagais una encerrona os vais a enteras.
El comisario daba
la orden;
-
parad el fuego muchachos.
Y aquellas treguas de Dios se intercambiaban
comida, mujeres y tabaco y noticias de sus respecticvos pues para bochorno de
la historia sucedía que a un lado y a otro estaban un hermano en un bando y un
hermano en otro, un padre y un hijo, dos de un mismo pueblo el uno luchando por
la republica y el otro por Franco.
Don
Fausto, cansado, pues había visto mucho, y no se asustaba de nada y menos de
los pecados que algunos creían muy gordos y a él le parecían menudencias
disparos de un 635, la pistola que tira tiros de señoritas, él que estaba
avezada a escuchar la música tremebunda de los organillos de Stalin o los cañonazos del “Abuelo” una batería de costa
que tenían los rojos defendiendo las posiciones de la universitaria los
milicianos y que lanzaba peladillas que dejaba unos embudos de veinte metros. Pum.
Pum. El silbido de las balas y el rasgar del aire de los pacos no eran lo que
se dice música celestial. Los pecados de sus penitentes sí. Las mismas
monsergas, la misma canción guerrera. “¿Y que me dicen estos? Que se la
machacan cuando se les pone gordas, que se quieren tirar a la maricarmen la
mujer del vecino, o si les aprieta el deseo montan a su pollina en la cuadra,
la que se tira pedos. Los cagamentos que cuando se dicen no se mira al cielo no
ofenden a Dios. Y dicen que van al baile a restregarse y arrimar el material,
que juran y blasfeman que no van a misa los domingos, que en unas vísperas
estando borrachos pincharon a un bravonel que les quería quitar la novia o se jactaba
pregonando que las mozas de su pueblo Escarabajosa de Abajo eran mejores que
las de Escarabajosa de Abajo. Celos y procelas. Tormentas en una taza de té… Y
que le birlaron a un tendero toda la caja, que por una parcela y un mojón le
metieron en el culo toda una perdigonada cuestión de lindes y demás perendengues.
Y así sucesivamente. ¿Bueno y qué? Siempre fue así, nunca cambiamos.
-Reza tres avemarias al acostarte, hijo, propón tu
enmienda y ahora di el señor mío Jesucristo.
.Acércate diacono.
-¿Qué? Adsum. Presente.
- Que no te vayas de putas que a ti, baranda, te gustan
las faldas más que la leche que te dio tu madre. Hombre hay que sujetarse. Y ya
sabes haz lo que yo para vencer la tentación. Si la dejas quince días ella te
dejara un mes y si la dejas un mes ella te dejará un año y si la dejas un año
ella a lo mejor ella te deja toda la vida. Ya sabes que las mujeres son el
aguijón del diablo, el ventalle de Aquilón que cuando nos sopla nos derriba.
No había sacerdote
más casto ni tampoco más cachondo en toda la diócesis ni hombre más sano en
muchas leguas a la redonda.
Para evitar
habladurías le sirvieron toda su vida amas de llaves viejas y tuertas muy poco
agraciadas por lo general. Tampoco soportaba a los que se entregaban al amor de
los efebos. Al capellán castrense no se le podía ir con mariconadas porque te
echaba a puntapiés de su presencia. Luego se arrepentía y subía a tu cuarto y
te pedía perdón.
- Me he pasado tres pueblos, estuve un poco fuerte,
Contigo; perdóname chaval y al irse dejaba un cigarro puro
sobre el pupitre que uno se fumaba a escondidas en la camarilla, el filosofo al que le había dado su padre y
permiso para fumas pues don Fausto exquisito en sus gustos y limpio de alma
bebía vino sólo de la ribera y fumaba lo mejor de Vuelta Abajo[6].
En la
tarde de confesiones, se retrepaba en la
balda y pensaba en los haces de sus campos de Transpinedo, en sus viñas y en
sus parvas en sus conejos y en sus liebres en sus trojes y en sus viñedos de
albillo que daban muchas cantaras de vino del bueno, vino de la ribera. No escuchaba
mucho al penitente con una oreja al penitente y la otra en sus galgos. Cuando
confesaba pensaba irremisiblemente que mañana tenía que ir de caza. Porque todo
era lo mismo. Los escrupulosos no podían confesarse con don Fausto porque les
cortaba en seco, trataba a batacazos a las mujeres. Aquí no estoy yo para
escuchar rollos ni para guardar perros señora. Si te pega su marido no sea tan
puta y si se emborracha todas las noches, llévale por buen camino, hazle que
vaya a misa y al rosario, que confiese y comulgue por pascua florida y si no,
pues aguantoformo. El cielo es camino de abrojos. Aquí estamos siempre de
duelo.
No en
vano y acaso justamente ya en aquellos tiempos se había ganado el lauro de
machista ya en aquellos tiempos cuando aun en el mundo el feminismo no había
asomado la oreja ni había hecho acto de aparición lo que llaman violencia de
género. Hoy no se opera con cloroformo ni es muy popular el aguantoformo. No
nos aguantamos a nosotros mismos y claro así está el patio.
-
Acércate diacono.
-
Plakón[7]
El había venido el
dulce Jesús a liberarnos de todas las ataduras. Lo que atéis en la tierra será atado
en el cielo y al que tú bendigas será inscrito en la nómina de los santos y al
que maldigas réprobo será por todos los siglos. Le habló en ruso:
-Diakon,
prestupiti. Acércate diacono
- Ya
sdiej,gospodi. Estoy aquí, señor. Adsum
- ¿Cómo es que te lavas?
- No estoy limpio, patriarca.
El
agua seguía manando, chorro de linfa, produciendo un sonido acariciador de
brisas mañaneras y murmurios de rosario. Allá adentro en el templo mariano
sonaban las melodías de la Salve.
Cantaban cuatro viejas corobinas que habían madrugado para el
rosario de la aurora que se celebraba todos los miércoles. Misterios gloriosos.
Se escuchaban las codas rezagadas pero tiernas del Amante Jesús mío y Sálvme
Virgen María.
La madre de la belleza los presidía desde su camarín
estatua siempre en pie como un perenne Akathistos[8].
Recibiendo las suplicas y quejas. De nuevo el turco estaba a las puertas de Constantinopla.
Todo el Oeste era una ciudad alegre y confiada y estaba a las puertas de Moscú.
El patriarca cabe el brocal de la fuente de allá venía para salvar a la
iglesia. Habrá un tercer milenio. Los días de Roma la gran putana la gran
embaucadora están contados pero la iglesia se salvará volviendo a sus esencias,
a sus raíces apostólicas. Entretanto. Los malos cristianos seguían comiendo bebiendo
fornicando servidores del vientre y sus halagos y, adoradores del rey de abajo
que el de arriba nada sabemos, se entregaban a la buena vida y hacerse putadas
unos a otros. Comamos y bebamos que mañana viviremos. Estaban todos muy
preocupados todos de sus respectivos esqueletos olvidando que la carne es para
la tierra y que la vida verdadera yace en los confines del espíritu.
La
tranquilidad del aire mecía los pámpanos pues ya era a finales de verano...
Arriba sobre las rocas grajeras las chovas iniciaban sus laudes saludando a la
alborada. Desde alto de aquellas peñas encaramadas los impíos que en esta vida
nunca faltan habían defenestrado a la Despernada pero la dulce
Raquel a la que el sanedrín de Corobias acusaba de adulterio pidió a la Señora que la salvara. Una judía siempre
tiene que echar una mano a otra judía y no era solo judía era tambien mujer
formada del barro de Adán. Sopló Dios sobre el lemo y surgieron los senos
amamantadores, el cabello hermoso y tentador, las piernas deslumbrantes, el bello
púbico centinela del vientre y cancela de la pasión. En su boca puso sonrisas
arrobadoras y una lengua falaz, melodiosa voz de Circe y las sirenas desde
aquel día se peinaban entre las rocas llamando a los incautos marineros a la
sima y puso también en su lengua devoradora de hombre el aguijón del escorpión
y la sinuosidad de la serpiente. Eva se parecía unas veces a la animadora rubia
de bote que en el salón de baile los domingos cantaba desde el estrado
canciones americanas imitando a Marylyn Monroe y otras veces era la viva imagen
de una vestal caladas sus túnicas transparentes técnica de paños mojados que
ponía a los soldados de un regimiento de caballería alcalino como una moto
-Échelos bromuro en el agua mi capitán a ver si bajamos la
fiebre. Si no, no va a haber quien lo resista. Joder.
-Eso digo yo. Joder.
Todo en ella era transparente y a la vez oculto como todo
aquel que fue creado para el engaño y la seducción. Circe quería ponerle los
cuernos a Queronte que remaba en su barca sin enterarse y cuanto más largo era
el remo más barría para casa, los navegantes se anegaban en la laguna Estigia y
la moneda que llevaban entre los dientes para pagar al barquero no les servía
de nada. Unos se ahogaban profiriendo vivas a la republica y otros cantando el
carasol y diciendo vivas a España...
Los mortales se sumergían en la laguna Estigia y al nacer
eran condenados al Tártaro. Esa es la fija. Miguel mientras tanto pesaba las
almas. Le seducía aquella visión. Era completamente nueva y maravillosa. Venus,
según la versión pagana no brotó del barro como una campanilla de los caminos
que florece en las riberas tras la lluvia, había nacido de las aguas y el Señor
le dijo pare y la mujer parió hijos, muchos hijos y preparaba la comida y hacía la colada pero la mujer probó del fruto
del árbol prohibido y vinieron las voces, los gritos, los desengaños, los
miedos, los recelos, las enfermedades que anunciaban la muerte y el hombre y la
mujer perdieron el estado de gracia. Palo y mala vida. Parirás entre dolores...
Pues vaya. Nos echaron a todos del paraíso y desde entonces a silbar a la vía y
nos pusimos a cantar a coro las benditas estrofas de la Salve que nos describe como desterrados hijos
de Eva que gemimos y lloramos en este valle de lágrima pero los impíos, los que
ordenaron despeñar a la pobre Raquel, querían enmendarle la plana a Yahvé. Nada
de enfermedades, nada de trabajos y trajeron móviles, ordenatas y utensilios
que servían para incrementar su comunicabilidad pero los hombres y las mujeres
sobre los que pesaba la maldición del pecado original estaban más solos, más
incomunicados cada vez, desconfiaban unos de otros, la tecnología aportó mucho
ocio, mucho parado y orates en las plazas públicas bustos parlantes o se iban
al gimnasio a contaminarse de microbios mientras hacían músculo. Las cadenas
quedaron inundadas de bellas locutoras
que contaban historias horribles con sus caras perfectas. Eran tan
guapas como diabólicas. Anunciaban al Anticristo. Los sanedrines controlaban
los discos duros de los bancos, de las magistraturas, de los silos nucleares y
el mundo se llenó de sonidos de cajas registradoras, del llanto de las viudas
de los guardias civiles asesinados, y de los estertóreas blasfemias de Luzbel
proclamando su rebelión contra el Altísimo. Se enfrió la caridad, cundió el
miedo entre los justos desparramados por el mundo o escondidos en sus agujeros.
El que más chifla capador y allí sólo tenían derecho a voz y a voto la magna
caterva de los hijos de puta que estafaban, engañaban, otra vez aquí la raza de
víboras y de los sepulcros blanqueados copando los pulpitos, subiéndose a los
estrados, escribiendo paginas y paginas que solo eran refritos de NYT e impartiendo
por los micrófonos las consignas al oído. Todos eran la voz de su amo. Estaban
vendiendo a España por treinta monedas. Sintió pena y rabia a la vez.
-Acércate diacono
-Adsum
-Hoy hacen falta diáconos como tú.
-¿Quiere Su Beatitud que entonemos el Evangelio en fa
bardón?
-Eso es para eso te llamo.
-Os asiste el numen del Espíritu. Os defiende
la espada de san Miguel.
Y así
la formula –diakon prestupiti- se repitió hasta tres veces según la norma de la
vieja liturgia greco-bizantina y el diacono pudo entrar por la cancela de la
puerta de los dones portando el pan y el vino que lavaron la culpa. Se le encogieron
un poco los ánimos pues magna era la misión que le encomendaba el obispo. Nada
menos que proclamar la verdad a unas gentes que se alimentan de mentiras, lleno
de peligros y de testigos falsos. Pero bebió del agua de vida, le vino bien
aquel lavacro después de una noche insomne rodeado de magdalenas y de moritas
que suspiraban por el regreso a su tierra de la cual les desarmaron los
desalmados que habían resucitado las viejas costumbres medievales de ominoso
tributo de las cien doncellas o de la usura. Los del City Bank cobraban una
tasa de atraso de hasta el 30 por ciento.
-Si yo soy Lorenzo. Aquí está tu diacono
-¿Podrás beber del cáliz que yo he de
beber?
Sintió
que aquella voz poderosa le convocaba a altos destinos y se sentía casi sin fuerzas. Pero dicen que la
fortuna ayuda a los audaces. Y como el aposto Pedro, que fue a Roma al encuentro
de su martirio él subía a Corobias para ser crucificado.
Vio gatear hasta los escarpes del alcázar la
sombra de Judas. Bien sabía él que era demonólogo que al diablo le privan los
pináculos, anda siempre por las chimeneas y por aquellos lugares donde observe
sin ser visto. Ojo que las paredes oyen.
-Pedro llévame contigo yo tambien quiero
ser crucificado y que me pongan boca abajo pues no soy digno por mis pecados y
negaciones de recibir la corona de pie sino al revés.
Tomó
el nazareno y ya atravesaba los puentes de desafiantes tajamares del Rasemir y
del Eresma mientras los impíos celebraban parlamento en lo alto de una peña
sobre el caso de la adultera. Unos decían que arrojarla desde la cumbre del
desfiladero y otros que arrastrarla de la cola de una yegua pero el más viejo
de aquel concilio de Anases y Caifases aseveró suspender la ejecución hasta el día
siguiente.
-Hoy es sábado, hermanos, y no es bueno
que en sábado se vierta sangre. Lo dice la Ley.
En
estas estaban cuando el marido que se encontraba en el tribunal pues fue juez y
parte que por lo visto se lo había montado con un capellán optó por la salida
más expedita. Fue aquel Jacobo el que empujó a la pobre muchacha al vacío.
Raquel amante de su capellán se había hecho cristiana y rezó a la Virgen mientras su marido la insultaba
como un poseso…. Puta…. Puta fornicadora... recibe el castigo. Entonces bajaron
los Ángeles y tendieron sus alas de pluma como colchón de salvación y la Despernada salió indemne,
superó la ordalía. Resulta que era inocente. Desde aquel día aquel paraje se
llama el de Esther o María del Salto que es así como lo conocemos los corobinos
muy devotos siempre de la Madre de Dios. Ella
vele los pasos del pueblo judío y procure su salvación. Mientras tanto los ángeles
del cielo entre las melodías de las chovas y el reír de los jilgueros acometían
el canto del Querubín que es bálsamo de añoranza del cielo a los que lo escuchan:
-Diacono, acércate.
-Da. Sí, señor, aquí me tienes.
Y en
esto diciendo ya estaba ante la plaza del seminario, temblándole el alma de
añoranza y de piedad.
(Continuará)
[1] Asquerosos hijos de puta.
[2] Eh señor profesor ¿qué nos
quiere decir?
[3] Soy una mente libre...
puto infierno
[4] Hermano ¿qué cosas piensas
qué es lo que tramas?
[5] Tú puto judío follador.
[6] Vuelta Abajo región de
Cuba famoso por la hoja de sus tabacos
[7] Plakón una inclinación que
se hace hasta la cintura según el rito ortodoxo
[8] Akarhistos oficio de la Virgen que se canta de pie
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