SIN EL CULTO A LAS RELIQUIAS NO
ES POSIBLE LA RELIGIÓN CRISTIANA
Cristo habla al corazón y al
perdón. Menos, a la razón cerebral.
Hoy los rusos celebraron la
fiesta de san Nicolás de Mirna Nicolás glorioso el que salvó a tres doncellas
pobres de caer en la prostitución, con una pontifical de campanillas celebrada
por el patriarca Cirilo en la catedral moscovita de Cristo Redentor nunca al
cerebro.
Siempre tuve a gala a fuer de ser
acusado de fetichista de venerar a las imágenes (soy incapaz de dormirme sin
apretar las cuentas de un rosario) y creo que una gracia especial se difunde
misteriosamente de los huesos de los santos, de los libros que usaron, las
sotanas que vistieron, o el cordón franciscano de san Antonio. El culto a las
reliquias se extendió por toda Europa después de las persecuciones de los
emperadores romanos y sobre todo a partir de las Cruzadas. Santa Elena aquella
inglesa que nació en York fue la responsable al descubrir la cruz donde fue
ajusticiado el Señor en la montaña del Calvario de esta veneración tan crédula
e inocente pero que dio pábulo a abusos inconfesables.
En Alemania desde el pulpito
fulminaba Lutero tal devoción mofándose de la esposa de Constantino. Decía que
con las astillas de la cruz esparcidas y encontradas por Europa pudiera
repoblarse en Alemania bosques enteros de la Selva Negra.
Sin embargo, a los sencillos que creen
conviene advertirles la frase del Evangelio "tu fe te ha salvado"
como consigna. Es el argumento que esgrimían los iconoclastas de Oriente y una
secta de los iconoclastas egipcios desembocó en el credo mahometano. Las quirotecas
(urnas de los huesos santos) adornadas de plata y oro rubíes y otros metales
preciosos instigaron el espíritu artístico de las catedrales españolas. Se
guardan en las sacristías objetos personales y memorabilia de mártires olvidados, de confesores de la fe, de vírgenes
que defendieron su castidad frente al tirano, de santos taumaturgos que pasaron
por la vida haciendo milagros.
Es creencia devota que yo profeso
firmemente de que del contacto con estos objetos emana una fuerza que no se ve
pero que está ahí. Y a eso se le llama filocalía: amor a la hermosura de Dios,
a su fuerza, a su amor.
Esta belleza de la naturaleza divina es lo que
vuelve a ser humano trascendente que lucha contra la Bestia y necesita de
apoyos mediante la intercesión divina. Pendemos de un hilo. Nos colgaron del
vacío pero Dios no nos abandona aunque parezca que está lejos.
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