FRANCISCO
SUÁREZ EN SEGOVIA SE DESCUBRIÓ EL DERECHO DE GENTES
En
las obras de reconstrucción que se están llevando a cabo en el edificio del
seminario de Segovia —gran labor del obispo monseñor Franco nunca lo
suficientemente alabada porque el obispo tan criticado en otros aspectos se ha
dado cuenta de que esta antigua casa de la
Compañía es uno de los edificios señeros que dan personalidad
al skyline segoviano— se ha descubierto una placa de mármol adyacente al portón
de entrada en la que se notifica que el P. Francisco Suárez fue residente y
maestro de teología en aquel convento.
Hay
otra lápida en la cual se dice que fue rector de aquella casa otro jesuita el
Padre Lainez, discípulo de san Ignacio, y Prepósito general de los Jesuitas. Se
inscribe sobre el impresionante imafronte de la fachada granítica. Una fábrica
de sólidos sillares que parecen haber sido edificados para la eternidad.
Francisco Suárez (Granada 1548-Lisboa 1617), haciendo un juego de palabras con
el que los historiadores celebran a Tomás Moro, aquel santo inglés al que
parece inspirar, era “a man for all the seasons”. Toda una luminaria de
la teología católica en tiempos de cólera. Creador nada menos que del Derecho
de Gentes o lo que hoy llamamos Derechos Humanos, de la soberanía popular y de
la licitud de acabar con el tirano. Escuela teológica de Salamanca.
Siento
alivio y consuelo ante esta noticia que ha saltado precisamente en este
furibundo mes de julio con los atentados de Niza, el golpe turco, los
asesinatos en Munich. Porque este granadino de origen converso proclama que la
vida humana es un don sagrado, se alza contra todo tipo de homicidio, no
matarás, condena la guerra injusta, si no es por motivos de autodefensa, y
proclama que el ser humano es único, que el más salvaje e ínfimo de los hombres
ha sido creado conforme a un designio divino.
Vaca
de misterio asegurar que el autor de las Disputas
Metafísicas se perfila contra todo tipo de racismo, xenofobia, esclavitud o
fatalismo de índole religiosa o cultural. No se puede matar en nombre de Dios
ni de Adonai ni de Alá. Todos somos hijos de Dios. El Derecho de Gentes influyó,
mal que pese a algunos, en la cristianización del Nuevo Continente. De otro
modo, América del Sur nunca hubiera podido ser civilizada sin el amparo de la Cruz.
El
español podrá ser algo clasista pero no creo que seamos un pueblo racista y eso
se lo debemos a estos pobres frailes que para ingresar en la Orden habían de demostrar mediante las
Ejecutorias de Hidalguía que no tenían origen “oscuro” sino preclaro (padres
moros o judíos) Los jesuitas consiguen abolir tal norma.
Asimismo,
arremete contra la teología protestante de la predestinación conjugándola con
el libre albedrío.
Si
Lutero creía que el justo, elegido del Altísimo, no peca nunca, la escuela de
Salamanca, al contrario, recoge como vademecum ascético aquella sentencia que
la divina Teresa plasma en una frase: “A Dios rogando y con el mazo dando”,
esto es: la justificación por las obras, principio extraído del precepto
talmúdico; Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Como buen jesuita de
vida austera, fustiga el cesaropapismo de los anglicanos aspirando a una conjunción
de trono y altar, los privilegios, las regalías, la creación de iglesias
nacionales independientes del papado. Por ello fue muy odiado tanto fuera como
dentro.
En
Londres sus libros fueron quemados en la plaza pública y en Salamanca los
dominicos le acusaban de profesar ideas erasmistas. Quisieron penitenciarlo.
Para
los que aprendimos latines en aquel esbelto caserón del seminario y crecimos a
la sombra de la Torre Carchena , ese
pararrayos en forma de alcuza que parece brindar protección a los segovianos, a
los de acá y a los de allá, a los que triunfan y a los que andan por camino de
derrota, a los que piensan de una manera y a los de otra, es un timbre de
gloria haber paseado por aquella huerta, oír la campana y deambular por los
claustros a la hora del quiete escuchando el rumor del silencio elocuente de
los libros.
Pudimos
asomarnos a los balcones del hermoso patio renacentista y escuchamos las súmulas
recitadas en latín en el Salón de Grados. Pudimos percibir el espíritu de los
padres fundadores y algo quedaba en el aire de aquel adusto soriano Lainez, o
del granadino Suárez que era algo tartaja ceceante o de aquel Acquaviva más
listo que el hambre que no se fiaba de las apariencias “Un ojo en el cielo y
otro en el suelo”.
Los
jesuitas hombres de ciencia y entregados a su labor docente y evangélica con
sus virtudes y con sus defectos en España no gozaron de buen cartel, pues los
acusaban de ser amigos de los ricos. Pero siempre fueron los alabarderos de
Cristo a la búsqueda de la excelencia
Francisco
Suárez fue maestro de Teología y Latinidad en Segovia de 1571 al 75. Había
ingresado en la Compañía
unos años antes en Medina del Campo después de haber sido rechazado varias
veces. Era por lo visto tartamudo y los prefectos, tan minuciosos en la
selección de candidatos al tirocinio, le encontraron —gran paradoja para quien
habría de ser uno de los teólogos más eminentes de su tiempo— falto de
discreción por no decir lerdo.
Ingresó
en el noviciado para ejercer funciones de hermano lego. Tiempo adelante,
saltaría la sorpresa. Ese talante independiente a los que tuvimos la dicha de
haber pertenecido al Alma Mater (el convento de Segovia hacía de puente entre Salamanca
y Alcalá con sus dos estilos de vida y de ciencia diferentes) y que algunos
tachan de orgullo y de ir siempre a nuestro aire, creo que todavía nos vivifica,
tanto a los que fueron ordenados como los que no llegamos a cantar misa pero
llevamos muy adentro como parte de nuestras vida y de nuestra estructura mental,
tal vez un poco libresca, pero llena de amor a la Iglesia , lo vivido en aquel
seminario. En Segovia se inventaron los Derechos Humanos. Ad majorem Dei
gloriam.
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