Seis Papas de mi tiempo
El camarlengo con gesto catedralicio ordenará
a un pertiguero que dé tres golpes con el báculo en el suelo. Un coro entona el
salmo Atollite portas. Dirá luego:
-Extra omnes [todos fuera].
Los
batientes de las puertas nieladas de la capilla sixtina con su clavazón de bronce se cerrarán en
medio de un silencioso estrépito bajo los frescos pintados por Miguel Ángel
describiendo el fin del mundo. Extra omnes. Esta frase forma parte del ritual.
Un chambelán echará la llave por fuera y los
centinelas de la guardia noble se cuadrarán de plantón ante la puerta todo lo
que dure el conclave. Para esta tarea es tradición elegir a un suizo
gigantesco. Tras la cruz papal alzada regresará por las aleas de la basílica la
procesión de arzobispos y obispos con sus mantos color cereza, los seminaristas
con roquete blanco y luego los representantes del claro regular.
Los chantres entonarán entre nubes de
incienso el Ven Espiritu Criador o el De profundis. Esta escena que me
impresionó desde niño con todo el rigor y majestad que suele darle la liturgia
vaticana seis veces tantos cuantos papas conocí. ¿Cuántos me quedarán?
¡Dios mío sigo clavado en mi cruz! Años y
años a pie de obra sufriendo y llorando, escribiendo y borrando en lucha
perenne contra el dragón.
De vez en cuando la espuma profética que
sueltan las olas en la ribera de este mar arbolado me salpica y hoy, orgulloso, tengo que
confesar que ayer el papa viejito y dimisionario que se ha retirado a
Castelgandolfo luego de rezar la corona a la Virgen acompañado de su fámulo por
los jardines le confesó a un periodista alemán que es necesario que suba a la
sede apostólica un monje y a ser posible de rito oriental.
Nosotros aventuramos ya en una crónica
anterior- las ideas circulan por la red como centellas- la posibilidad de que
sea un sirio. El primer patriarca de la iglesia constituyó su sede en Alepo hoy
machacada por la guerra donde se produjo la conversión de Saulo el celote
fundador del cristianismo trasládala luego a Roma venciendo la resistencia de
San Pedro que quería una iglesia únicamente para judíos en Jerusalén.
San Pablo el apóstol de los gentiles abrió la
puerta a los circuncisos. Según mis cábalas que coinciden con las cábalas de
san Malaquías en las cuales yo no creía y ahora empiezo a creer el sucesor de
Ratzinger puede ser un monje melquita o malabar, o un copto. La luz de
renovación o profecía está viniendo del Este.
Una personalidad idónea sería el patriarca
Cirilo de todas las rusias cuya iglesia está en efervescencia y no ha tenido
problemas con el mahometismo. ¿Resucitará la figura del cardenal Tisserant el
francés educado en Armenia impulsor de los puentes entre las comunidades del
este y del oeste? ¿Bajo el palio del altar de la confesión resonarán las
plegarias en árabe, en griego o en ruso en chino?
¿Volverá a ser Roma el cenáculo pentecostal
que sea tierra de acogida para los hombres de todas las tierras de todas las
variantes políticas ex pluribus unum y no ya meramente un banco sujete a los
vaivenes y dimes y diretes de las veleidades terrenas donde todas las
corruptelas tengan su asiento? ¿Volverá la colina vaticana a ser el círculo de
los mártires puerta de entrada a las catacumbas de san Calixto o el circo de
fieras y gladiadores en cuya cúspide construyó Augusto? Con un regreso a las
esencias evangélicas sin demasiados cánones y con poca curia Roma volverá por
donde solía Vg.: a sus esencias evangélicas.
Ahora para escarnio de sus enemigos que
disparan dardos envenenados contra la cúpula y sonrojo y tristeza de los que
amamos el catolicismo es un circo, un campo de Agramante de trifulcas poco
edificantes para el creyente.
Dejemos, sin embargo, que sople el Espíritu;
él arrasará.
La abdicación de Benedicto XVI me
sorprendió en mi mastaba laborando en mis libros entre sueños subrayados y
volutas de mi cachimba.
Solía asistir por el satélite a sus
audiencias de los miércoles. Se le veía cansado y como ausente. Saludaba
rutinariamente a los grupos de peregrinos que gritaban: bene…de..to… benedetto.
Su voz se había vuelto demasiada opaca y
apenas se le entendía. Cambié, pues, de canal porque el espectáculo de aquellas
audiencias que mostraban a un anciano cansado y a unos monseñores muy
engominados sotanas abotonadas de rojo y puños blancos con gemelos de oro que
presentaban a los distintos grupos de peregrinos de forma solemne y marcial me
aburría. Sin embargo el 12 de febrero cuando sorprendente anunció su
dimisión yo era telespectador de una emisora
polaca. Algo vale saber latín y escuché
algo como “relinquo” y sedem apostolicam. ¡Caspita! No podía creerlo.
Desde 1415 desde un papa que se llamaba Celestino y al que dedica Papini uno de
sus más conspicuos textos no ocurría una renuncia al Poder de las Llaves. A este
obispo de Roma van dedicadas por Juan Papini Las Cartas del Papa Celestino. Luego eché mano del ensayo que hace
un quinquenio redacté sobre las famosas profecías de san Malaquías que todo el
mundo daba por apócrifas pero que se refería al Papa alemán que pontificaría
bajo los atributos de rama de oliva y que abandonaría Roma a causa de las corruptelas
de la curia.
Es el penúltimo; sólo queda uno. El obispo
irlandés acertó a mi juicio cuando se refería al predecesor Wojtyla como la
labore solis y que en la lista del papado fungió como un astro espectacular.
Juan Pablo II fue una especie de Napoleón o de Rey Sol que parecía decir: el
estado soy yo, la iglesia soy yo.
Creo que Benedicto trató de enmendar los
trabajos del sol tendiéndole una rama de olivo a los mahometanos, a los
hebreos, a los anglicanos e incluso a los budistas. Mostró su buena voluntad
dialogante a los largo del septenio que duró su mandato.
Al cardenal Ratzinger yo le había escuchado
muchas mañanas decir la misa en latín
por la radio Vaticana. Es la lengua de la iglesia que trató de restaurar
pero en la Curia y en el clero no le hicieron mucho caso. La herencia
napoleónica que recibió pesaba mucho y yo estaba a pie de obra aquélla tarde de
primavera de hace siete años cuando fue designado. Se le presentó como un
continuador de la obra del polaco pero el Papa alemán era mucho más
intelectual, menos histriónico, tímido y con una voz apagada.
Fue uno de los padres conciliares más
significados del Vaticano II. Su fracaso en la sede apostólica puede haber sido
un indicio que todas aquellas reformas incoadas hace sesenta años se han venido
abajo y sumieron a la grey en la desorientación pero Benedicto XVI tiene
maneras de santo, se parece algo a Pio X el papa Sarto y con su ejemplo de
retirarse a un monasterio y a la vida de oración ha insinuado el camino a
seguir marcando la ruta del recogimiento, la despolitización, la enseñanza, la
evangelización, resolver la morbosa problemática sexual de buena parte del
clero. Que han convertido a Roma en una ONG y que los prelados católicos no
cesan de hablar de condones, de píldoras contraceptivas del método ogino y toda esa casuística que
abarrota los muchos artículos del Canónico; me parece una afrenta a las enseñanzas del Salvador y rendirse al empuje de los
lujuriosos y a todas aquellos que tienen una noción farisaica del catolicismo.
Se trata no más que de un retirada táctica. Ratzinger no ha izado bandera
blanda. Roma no se rinde.
El diablo ataca. La masonería se desgañita.
Los medios han colocado su artillería gruesa a corta distancia de los muros de
la Basílica de San Pedro.
Su reinado ha coincido en una cierta
normalización de mi vida. Con él me jubilé y sigo escribiendo y aunque no voy a
misa los domingos rezo casi diario el breviario y leo la misa del día según el
antiguo rito cuyas oraciones y lecturas son para mí una fuente de inspiración y
consuelo. Yo no he dejado de ser cura. En estos tiempos de carestía espiritual
y de frigidez cuando parece que Dios se oculta me he seguido acercando al
Cristo Ortodoxo y cantando la sabatina griega a solas en la soledad de mi
celda. Quiero decir el Akazistos. María mater ecclesiae. La mujer calzada de
luna y vestida de sol reluciente aplastará la cabeza del dragón.
Quizás estas décadas pertenezcan al último
capítulo del Apocalipsis. Se cierra la historia pero ni el propio Jesucristo
sabía el día ni la hora del juicio universal. Sólo lo sabe el Padre celeste. Es
una garantía para este ambiente laico y anticristiano que se respira en el
mundo. La gracia que transforma al hombre llevándole por los caminos del
progreso iluminándole en sus yerros actúa de forma imperceptible e incoercible.
Muchos no la ven pero continua operativa. El cristo ruso cuando lo descubrí
redescubrí tambien mi fe.
Grabados en la película de mi memoria se
hayan los primeros conclaves. Cuando fue elegido Juan XXIII viví la experiencia
de una tarde brumosa con viento del sur en mi amada ciudad de Segovia. Olía a
manzanas y a uvas.
Los latinos unos jugaban al fútbol cerca de
los lavaderos romanos, una alberca con sillares tallados y engarzados a flor
como los del acueducto junto a la tapia del postigo del Consuelo que tenían dos
mil años. Dos corpulentas acacias servían de portería.
Mientras, otros estrellaban la pelota al
juego del frontón contra el hastial del Teatro Cervantes. Aquella tarde se
había suspendido la función de tarde en señal de duelo por Pio XII
Al viejo moral rey de aquella huerta plantado
en 1595 cuando se construyó la casa del compañía se le caían las hojas. Los
menos deportistas que eran la mayor parte hacían corrillos u cruzaban apuestas
sobre quien sería el próximo Papa.
Pió XII había abandonado este mundo un mes
antes entre el llanto de sor Pascualina la patética de Beethoven y el canto
triste de su canario que a pocos días de fallecer el pontífice tambien se
murió. Sus funerales que vimos por el NODO fueron impresionantes.
Fue un conclave largo y aquella mañana recién
acabados por nosotros los ejercicios espirituales en vísperas de san Frutos la
chimenea del Vaticano exhaló humo negro.
Todos estábamos excitados y expectantes
aguardando el escrutinio vespertino. Se barajaban nombres como Tedesquini,
Cigoniani, Siri, Dellaqua, Tardini o Agañanian un armenio al que se había visto
entrar en el conclave, según nos contaba don Cipriano Calderón, corresponsal en
Roma del diario YA, luciendo el cónico “
k l o b u k” y la panagia de los popes pues pertenecía al rito oriental.
El único que acertó la quiniela al pleno fue
nuestro rector quien por corazonada o por aviso de los cielos (era un santo
varón don Julián García Hernando) daba
por ganador al patriarca de Venecia el cardenal Roncalli. Era un obispo gordo
de aspecto campechano y paternal con una facha poco papable. Era la antitesis
del hierático y majestuoso Pacelli. Austero distante amigo de los diccionarios
y calepinos que era capaz de parar las máquinas de la imprenta de L´Oservattore
Romano si el linotipista se había comido una coma en la impresión de alguno de
sus discursos.
De pronto la campana del seminario
empezó a golpear con insistencia. Al minuto se pusieron en marcha las de la
Torre de la Aceitera que reglamentaba nuestras vidas y vigilaba nuestros actos
y con ella todas las campanas de iglesias y conventos de Segovia que eran unos
cuantos. Todos empezamos a abrazarnos. Yo recuerdo que empecé a saltar y a
pegar brincos.
Perdí una sandalia. Me hice un siete en el
guardapolvo al salir corriendo y engancharme al picaporte de la puerta de
acceso al patio… Roncalli… Roncalli. La voz del padre Topete que retransmitía
el final del conclave del año 58 por la radio Vaticano y que escuchábamos por
la megafonía interior y exterior… Habemus Papam. El nombre del elegido
sonaba raro y profético. Juan XXIII. Había habido un antipapa con ese mismo
nombre cuando el cisma de Aviñón y él seguía la racha de la legalidad. Fuit homo missus a Deo cujus nomem
erat Johannes.
Nos dirigimos a la capilla a cantar el
Tedeum. Venía el Papa bueno procedente de una aldea italiana que se llamaba
Sottoilmonte. Luego se descubriría que no era tan bueno como dijeron.
Trajo el aggiornamiento la puesta a punto de
la iglesia. El Concilio. Si Pio XII le había cortado la cola o capa magna a los
obispos un par de metros, Roncalli reformó la clerical indumentaria despojando
a las monjas de sus tocas y a los frailes de su cogulla. Los curas se quitaron
la sotana, cundían los párrocos ye-ye y hasta los obispos se pusieron de calle
dejándole el distintivo del alzacuellos. Los seminarios quedaron vacíos.
Sobrevino la gran desbandada. ¿Aires nuevos? Con Pablo VI se profundizaron las
reformas pero el adusto Montini se quejaba de que había entrado en los templos
el tufo de Satanás.
El conclave del 63 a raíz de la muerte de
leucemia del “Papa bueno” lo recuerdo con menos
viveza.
Era hacia últimos de junio. Yo acababa de
colgar los hábitos y se me planteaba la incógnita de mi futuro. Había dejado de
ir a misa pero todavía los templos de Madrid se llenaban cada domingo. El
concilio había traído la esperanza de una iglesia más abierta a los problemas
del mundo, más participativa con un tremendo influjo en la sociedad española
durante los últimos años del franquismo.
Yo me hacía una pregunta: ¿por qué el
judaísmo una religión que empecé a estudiar o el islamismo no alteró ni una
iota de sus preceptos de su tradición para aclimatarse a una sociedad laica y
secular y la Iglesia se desvive para agradar y por parecer bien a sus enemigos?
La pregunta sigue en el aire. Tanto cambio
del continente vació el contenido.
A la muerte de Pablo VI me encontraba en
Nueva York. A través de nuestro familiar televisor de muchas pulgadas y por la
NBC en la voz maravillosa de Walter Cronkite asistimos a la elección del Papa
Luciani. Cuatro semanas más tarde volvió a tocar a clamor El “campanone” de la
basílica de San Pedro. Juan Pablo I acababa de fallecer en circunstancias
misteriosas dijeron que de un infarto pero hoy siguen quedando dudas a tal
extremo.
También era por el otoño y aquel año hubo un
verano y un otoño muy calurosos. La designación del polaco Wojtyla llenó a los
americanos de curiosidad y de expectación. Se organizaron rogativas en la
catedral de San Patricio. Recuerdo un titular del New York Post que informaba
de que Juan Pablo II había estado casado o por lo menos había tenido novia.
Chuté esa noticia a Madrid pero la crónica fue a la papelera. ¿Un papa no
célibe? ¡Qué cosas dices!
Nuestra sociedad española era a la sazón
todavía muy pudibunda. El pontífice polaco armó el taco en su visita al Yankee
Stadium. Yo fui a verle a Harlem. Más
que un papa me pareció un buen relaciones públicas y un gran actor. Demasiado
pagado de sí mismo. Demasiado político. Su largo pontificado que tiene dos
aspectos el ascendente y el declinante lo he analizado por menudo a lo largo de
mis artículos porque seguí muy de cerca su gestión.
Ha sido el papa de nuestra vida uno de los
pontificados más largos y controvertidos de la historia de la Iglesia. Llenaba
las plazas, convocaba las multitudes pero luego que se iba el gran papa viajero,
que viviría a golpe del avión, dando la vuelta al mundo setenta veces, los
templos quedaban vacíos.
Sus mentores le saludaron como la figura que
hizo caer el muro de Berlín y sus detractores encuentran en su gestión no pocos
fallos, contradicciones, culto a la personalidad, Cesaropapismo mediático. Fue
el papa del poder, el amigo de los norteamericanos. Su sucesor Raztzinger y que
fue el protegido del polaco en la Curia trató de impulsar el alma del cuerpo
místico pero se ha encontrado con una herencia difícil legada por su sucesor.
Tal vez por ello haya huido a Canosa. Seis pontífices en poco más de medio
siglo en que el mundo tecnológicamente ha avanzado más que a lo largo de mil
quinientos años: la demografía, la comunicación digital, los avances en
medicina, la era atómica, los vuelos interplanetarios, el hambre en el mundo,
la demografía, el laicismo, el holocausto, la descristianización, la
corrupción, la irreligiosidad de las masas que siguen pidiendo pan y circo, una
juventud que vive alejada de Dios, los separatismo, el poder agareno, la
unipolaridad, el feminismo, el poder gay, la inculturación, el rock, la
destrucción del medio ambienté, la autoridad paterna por los suelos, la lucha
de géneros en sustitución de la guerra de clases-la serpiente marxista ha
variado la piel abrazando el capitalismo de núcleo duro- el consumismo, la cruz
inversa, el imperio del maligno, las guerras localizadas en un sector
determinado del planeta, el armamentismo, la violencia, el terrorismo, el
espionaje, la angustia e insignificancia del individuo acorralado por los
poderes fácticos.
A todos esos retos habrá de enfrentarse,
cuando lo preconicen, el sucesor del
papa alemán que sin fuerzas suficientes y ante la gran crisis que atraviesa la
iglesia ha preferido hacer mutis por el foro insinuando en tal gesto de
renuncia a las llaves de San Pedro cuál puede ser el camino de la salvación: la
plegaria, la humildad, el silencio, el regreso a la Tebaida, la vuelta al
anacoretismo desdeñando los halagos terrenales
Los
cardenales electores en fila de dos en fondo se dirigirán al altar de la
confesión coreando las estrofas del Veni Creator un himno el más poderoso y
milagroso porque es un conjuro. Que descienda el espiritu santo a renovar la
faz de la tierra. Comenzado el conclave,
después de las votaciones, sus Eminencias se sientan cerca de una larga mesa de debajo de un solio bajo a modo de visera y comienzan a deliberar.
Acto seguido, las votaciones; si hubiere
disenso que es lo más frecuente porque de pocos conclaves ha salido un papa al
primer escrutinio, encendida la estufa, fumata negra. Cuando las papeletas- en
la antigüedad eran habas blancas o negras- superan la mayoría simple, papam habemus
y mágnum gaudium nuntio vobis. Fumata blanca. Papam habemus. El baldaquín
del candidato elegido queda enhiesto mientras se abaten los de los demás
cardenales al tirar de una cuerda.
Boleará El campanone[2] a gloria. Lo primero que le pregunta el
camarlengo dirigiéndose a él con el apelativo de Santidad es con qué nombre querrá reinar? El nuevo obispo de Roma y patriarca de
Occidente dejará de llamarse por el nombre
que tenía en el siglo para ser Pío, Calixto, Alejandro, León, Bonifacio
o Benedicto seguido del numeral cardinal romano. Estos últimos fueron los
preferidos después del de Juan el más frecuente.
Ninguno ha querido llamarse Pedro por respeto
al fundador de la dinastía aunque se baraja la posibilidad de que el próximo
Papa a tenor con ciertas profecías se incline por el de Pedro Romano. Mala
cosa. Será una señal de que se avecina el fin de los tiempos. No adelantemos,
sin embargo, acontecimientos.
De momento, todos, fuera tras la orden del
camarlengo, pontífice en funciones, sede vacante, quedan desiertas las galerías
del palacio de Letrán. No se ve ni a un triste monsigniori por el patio de San
Dámaso. Todos fuera, extra omnes, dejadlos solos, como los grandes espadas en
las corridas de toros; Hay que poner en suerte al mihura, el toro y la suerte,
el toro y la muerte ateniéndose al canon del gran ritual y de una excelsa
parafernalia.
La iglesia es un coso o hipódromo por donde
corren los corceles de la santidad y de vez en cuando asoman los orejones
asinarios las mulas diabólicas. Convoca al bien y al mal.
Detrás de la cruz está el diablo. En el
albero brillan los rehiletes de los banderilleros y primeros espadas de la
catolicidad con sus capas magnas de muaré casi seis metros de cola hasta que se
los mandó cortar Pío XII, los manteletes de seda y los gorros de piel de conejo
que antes eran de armiño, las cruces pectorales que valen medio millón de liras
y el gallero o petaso arzobispal con barboquejo bordado en oro. Vistosa
procesión y una larga fila de ancianos que se atienen a los cánones de una
solemne pompa con cientos de años de antigüedad.
Cualquier
creyente a la vista de tal boato y teniendo en cuenta los orígenes del
fundador que nació en un pesebre murió
desnudo en el tormento se escandalizaría pero cabe recordar que esta
fastuosidad que tanto ha maravillado a los anglosajones (Bruce Marshall, Morris
West y otros muchos que utilizan el Vaticano como epicentro de sus thrillers)
que la iglesia es cristiana y es pagana
en cuanto heredera de los emperadores.
Nadie como los italianos para representar la
tramoya del cesaropapismo. Lo bordan.
Los picadores afilan la garrocha. Seguirá
intramuros el navajeo entre las diferentes facciones en lucha por el poder
aunque viene a decírsenos que por las altas techumbres de la Capilla Sixtina
revolotea la Paloma del Espíritu Santo.
Es un aleteo que nunca se ve pero a fin de
cuentas fe es creer en lo que no vimos. Los cardenales italianos los más
hábiles, los más astutos, los más artistas para la componenda, han constituido
el más numeroso grupo. Sixto V fijó la cifra de 70 pero al conclave de estos
idus de marzo asistirán 115.
¿Fallarán las previsiones esta vez de que
después de dos papas extranjeros uno polaco y tudesco optarán por lo más
seguro? ¿Se cumplirá el apotegma de que el que entra Papa en el Conclave sale
cardenal? El vaticano es la cuna del maquiavelismo y del sigilo.
Con harta frecuencia pocos son los humanos
que consiguen penetrar en sus secretos sellados al mundo exterior con llave
como son las deliberaciones que designan al nuevo pontífice o los fondos de la
Biblioteca Vaticana con más de cinco millones de documentos que se archivan
desde el año 238 y donde se guarda la historia de la humanidad de dos milenios.
Todos se registra, todo se conserva, nada se pierde.
Es un laberinto. Incluso los más disertos
vaticanologos suelen fallar al formular sus previsiones.
¿Enigmas, o verdadera intervención del
Espíritu Santo? Cuesta creer que la
Tercera Persona de la Santa Trinidad baje desde la cúpula y sople el apellido a
sus eminencias reverendísimas de quien deberá ser elegido.
Lo que sí sabemos es que hay un cierto
resquemor de los padres electores a la abrasiva presión mediática que pueden
acabar con el invento. Bajo tales
premisas nos atrevemos a augurar que el próximo que sea preconizado volverá a
ser un recluso del tercer piso de palacio custodiado por un fornido guardia
suizo esgrimiendo su enorme adarga y el kolbach siguiendo las pautas del
dimisionario Ratzinger que se retira a un monasterio al igual que Bonifacio
VIII. Los Papas vienen y van.
No hay que preocuparse demasiado por el
individuo. Lo importante en este caso es el colectivo pero sigamos con el
conclave.
El himno a la Virgen Madre y Protectora de la
Iglesia Alma Redemptoris mater resuena bajo las cúpulas. Todo igual que
hace diez siglos. Empieza el sínodo cardenalicio. Los padres conciliares se
encierran con el toro del futuro. Dios y los hombres juegan al escondite. Las
augustas posaderas de sus eminencias reverendísimas se sentarán sobre las
misericordias del coro pontifical diseñadas por Bruneleschi.
Empezará el escrutinio. ¿Cuál será el dosel
de entre los padres conscriptos que no se cierre?
Hay algo que me llama poderosamente la
atención desde niño y es la impavidez y austeridad del rito romano. No hace
ninguna concesión al sentimentalismo Otros como el ambrosiano, el canon
Crisóstomo el de san Basilio el maronita y el mozárabe son más expansivos. Los
papas vienen y van. El ciclo vital se consuma. Son designados ad vitam por
sufragio colegial costumbre heredada de los cesares.
Eran los summí pontífices arúspices que
auscultaban los designios del destino a través de signos tan sospechosos como
el vuelo de las cornejas o el graznido de los gansos capitolinos. Puentes eran los pontífices de conexión entre las
divinidades olímpicas y los simples mortales.
Pontifex quiere decir viaducto o administrador dela
jurisprudencia divina cargo adjunto al emperador que gobernaba la terrena.
Sin las reminiscencias constantinianas
quedaría la iglesia reducida a muy poca cosa, dejaría de ser una religión mistérica. Ahí reside su tremenda
fuerza
Extra omnes. Fuera todos. Cuando muere un
papa su anillo es machacado por un orfebre, un gesto impresionante simbolizando
de que su poder ha fenecido. Vendrá
otro. Y la cadena no queda interrumpida. Los cardenales capitulares hacen las
veces de los antiguos arcontes. Los conclaves a la vez mundanos y divinos no
dejan de ser un espectáculo misterioso que despierta la curiosidad de creyentes
y no creyentes, de paganos y católicos. La iglesia superará su crisis pues así
está escrito: las fuerzas infernales no prevalecerán. A decir verdad por el
momento no lo parece. Pero el cambio no tardará en llegar portado en el pico de
esa Paloma Blanca que se pasea por la cúpula de la Sixtina admirada de los frescos
de Miguel Ángel.
Extra omnes.
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