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domingo, 16 de octubre de 2011

martires y martirios

Encausto de los cesares y el martirologio




Una vez un archivero me llamó la atención por firmar un recibo con un boli de mina roja

-Creo que eso es una solemne tontería – le dije al contrincante que venía con las oposiciones ganadas y tú no veas qué humos tenían aquellos técnicos de la Administración del Estado- pues los emperadores romanos signaban los decretos al encausto, esto es: almagre recalentado sobre un punzón.

No lo sabía pero desde aquel instante me cogió tirria y tuve que tirarme un mes de baja por depresión. Fui víctima de ese fenómeno tan corriente que se llama “mobbing”. Sabían que mi cultura era superior y que un servidor, llegada la ocasión, nunca se hacía de pencas, y leña al mono. Los de carrera nos despreciaban a los laborales y se producían esas zarabandas tan corrientes en nuestro país entre laxos y observantes, conventuales y calzados, cristinos y carlistas, los de Cerezo de Arriba, y los de Cerezo de Abajo, modernistas y castizos, conversos y cristianos viejos, comuneros y realistas. Ni que decir tiene que yo me siento comunero y eso es una receta para pasarlo más. Aquí si sacar el colodro te lo descabezan. Sin embargo, una de las profesiones más bonitas que existen es la de documentalista.

Asistes sobre el papel a las estupideces y devaneos del devenir humano, observas las intercadencias y tumbos de las modas, te solazas con los cambios de pareceres, y al final todos calvos.

Ahí me hice escritor siendo yo hasta entonces un vulgar periodista. Un notario de la actualidad o un “fiel de fechos” que eran los veedores eclesiásticos y laicos en el viejo Reino de León.

Hoy la palabra encausto me viene a los recuerdos y veo a Diocleciano sentado sobre un curul y firmando sentencia de muerte contra los seguidores del Crucificado con tinta roja:

-Cristianos a los leones.

Otro hecho que me intriga. ¿Por qué aquella resistencia de los miembros de la primitiva iglesia a aceptar las religiones sincretistas del Imperio, un hecho que colmó las pletóricas listas del martirologio de nombres hoy sagrados pero que en su tiempo eran gentes del común: sirvientas, legionarios, centuriones, médicos, vestales, antiguos sacerdotes de Júpiter, lavanderas, arpistas, niños de los recados como san Tarsicio, etc.?Todos fueron derechitos al paraíso. El martirio era el camino más corto para llegar al cielo, una idea que seduce a cristianos tibios o no demasiado virtuosos como yo.

Ellos eran refractarios a aceptar el poder temporal y preferían morir antes que renegar de los dictámenes de su conciencia adorando a los dioscuros o besando la imagen del Cesar. La iglesia jerárquica actual se somete al yugo de los bancos, convive con los mandamases de la democracia. Es evidente que los papas carecen de vocación al martirio como muchos de sus predecesores.

En cambio, en regiones bajo el dominio del Islam- Egipto, Afganistán, Pakistán, Malasia- son multitud hombres y mujeres ignotos sin ninguna relevancia social o particularidad informativa que son asesinados por el mero hecho de seguir el Evangelio rechazando las aberraciones del Alcorán. Esta es la única iglesia militante que está viva. La otra no. Y de ahí podríamos a abocar a la conclusión tantas veces repetida en esta bitácora de que Cristo preside la historia y que su verdad, su belleza, su esperanza, su perdón discurre por un misterioso río subterráneo de dádivas que a todos nos fortalece. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Es el axioma vulgarmente aceptado. Pero en todo esto hay algo más: un misterio que no se entiende en este Occidente tan acomodaticio y regalón.

Así pues, encausto. Mucho ojo con esta palabra. Yo también estoy dispuesto a firmar no sentencias de muerte sino estos humildes artículos con tinta roja. Y luego que algún gilipollas me excomulgue o mande venir al exorcista Fortea para que eche fuera mis demonios.

Son mucho peores los suyos. Porque si hay curas endemoniados ese es uno dellos. No hay más que verle la cara y las herejías que suelta por esa boquita en sus posts. Bah, no hay que hacer caso y ahora que lo pienso la lectura del martirologio romano que entonaba todas las mañanas en el refectorio a la hora del desayuno mi amigo Expedito es uno de los libros más fascinantes por la abundancia de datos puntuales pero sin arrequives ni demasiados detalles, todo en un estilo circunspecto e impávido que conocí. Narrando portentosas hazañas espirituales los menologios griegos y los martirologios romanos lo son todo menos una novela psicológica. Pertenecen a la épica cristiana.

“Y en otras muchas partes otros muchos santos mártires confesores y santas vírgenes”; con este latiguillo terminaba la crónica del santo del día en la voz perfecta de Valdivieso. Pero a mí me hubiera gustado saber algo más. Cómo eran, que vestían, qué comían, a quien amaban o qué sentían cuando el esbirro estiraba sus piernas en el ecúleo, o le hurgaba los bandullos con un garfio, o les arrancaba la piel a tiras sólo por confesar a Cristo. Túrdigas. Nuevos eccehomos pero marchaban alegres y contentos, despelotados, cantando el “Iste Confessor” al cadalso. Y llenos de fortaleza.

Y en otras muchas partes otros muchos santos mártires, confesores y santas vírgenes. Se refería a los innominados. A los que no aparecen en la lista pero estarán siempre a la derecha del Cordero. La gracia de Dios se vela a los ojos humanos. Muchas cosas se sabrán el día del Juicio.



16/10/2011

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