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domingo, 30 de octubre de 2011

llega noviembre

Noviembre mes del Tenorio




Este año no vinieron a dar la barra los niños de Halloween. No hay humor. Debe de ser por lo de la crisis. Era una fiesta de lo más cursi con poco arraigo en la tradición española. Este es el país del Burlador de Sevilla que inmortalizó Tirso en aquellas redodillas “por las calles de Madrid va un caballero a la iglesia, más va por ver a su dama que por oír las Completas. Se ha acercado un difunto en imagen de piedra”. La trama ya la conocen aquel español que no tiene miedo a nadie ni a nada ni a la propia muerte a la que desafía. Luego Zorrilla riza el rizo y plasma trama tan novelesca en su Tenorio. Don Juan no conquista mujeres, sólo conquista calaveras. “Yo a los palacios subí. Yo a las chozas bajé y en todas partes dejé memoria infausta de mí”En mi adolescencia y en mi juventud cuando las primeras nieves ceñían las cumbres ibéricas, turdetanas, penibéticas y mariánicas- estas cordilleras, ay, que guarecen la Piel de Toro y la da esa imagen adusta en el mapa- empezaban las representaciones del tenorio coincidiendo con la Noche de Ánimas, empezaban los filandones por las casas, los magostos y en Asturias las esfollazas. Al amor del fuego se contaban historias mientras a lo lejos se escuchaba el clamor de las campanas tocando a muerto. Mes de los difuntos. Por los Santos nieve en los altos y para san Andrés en los pies. Que acertadas eran tales consejas de nuestro refranero meteorológico que coincidían con el calendario eclesial.

En los nueve años que anduve por tierras de la Pérfida Albión la fiesta de All Saints sólo era el título de un colegio de Oxford. La Contrarreforma había acabado con aquella solemnidad que alegraba los días cortos y las largas noches de la Old Merry England. Lo que el pueblo celebraba allá por las idus de Noviembre eran las fiestas de Guy Fawkes aquel espía del Rey de España que quiso pegar fuego al parlamento en la llamada Conspiración de la Pólvora. Se encendían hogueras por todas las regiones y los niños de los condados salían a pedir de puerta en puerta a penny for the guy (un penique para el guy) y el guy era un muñeco con cara de español al que luego quemaban en la plaza del pueblo. No era muy recomendable decir que eras español por aquellas calendas. A los brits se les encendía la mecha del patriotismo y español a la vista era materia fungible y detestable. Yesca. En más de una ocasión tuve que hacerme el loco y a uno de los pedigüeños que picaron a l timbre de mi puerta del barrio de South Kensington le despaché con media corona. Toda una fortuna. Los rapaces se hicieron lenguas de mi generosidad.

-That gentleman is from Spain, you know

Pero en el fondo yo lo que hubiera deseado es que la camara de los Lores y la de los Comunes hubiera saltado por los aires. Nos hubiéramos librado de tanto parlamentarismo inútil, de tanta monserga que sólo sirvió para consolidar en el poder a los ricos. Los pobres tan contentos. No hay pueblo que haya aceptado el yugo de la clase dominante como los ingleses que están abajo. El talante británico es poco comunero. El fracaso de la conjuración de la pólvora fue una fachada con que se adobaron las libertades. Pero ya digo el pueblo inglés siempre supo cantar con bastante resignación lo de vivan las cadenas. Nada tiene que ver con el orgullo y la altanería del Tenorio. Por eso el español ha sido un pueblo escasamente gobernable.

No era ni mucho menos una fiesta cursi en recuerdo de aquel Guy Fawkes un católico secreto que conchabado con los jesuitas lo pillaron con las manos en la masa. Fue a parar a la Torre de Londres donde perfuntoriamente le arrancaron la cabeza. Sin embargo, Jaloguin de americana procedencia es una fiesta de disfraces. En España sólo los ricos lo celebran. Entre las clases menos pudientes que tienen un acendrado sentido del ridículo y se muestran renuentes a hacer el mamarracho disfrazándose de brujas curujas no acaba de arraigar del todo.

Tengo un trancazo que he tratado de curar a base de vino blanco y de coñac. La llamada de Clypeus en la tarde me hizo bien. Porque en mí los catarros inducen depresión y uno tiene el ánimo subyacente y con ganas de mandar al carajo al blog, a la literatura, a la Biblia en verso. Vanidad de vanidades. Hay veces que me dan ganas de quemar las naves y echar al fogón de la cocina mis filacterias proféticas de escritor. Porque la verdad es que profeta a veces algo sí que me siento pero coz que clama en el desierto. Escribiendo sin embargo se me baja la fiebre. La leche con aspirinas y un copazo de coñac espero mantener a raya el estacazo de los virus catarrales. Melancolía. Dolamas y pesares del otoño

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