EL CADETE DE LEONIDAS ZUROV. DELICIAS DE LA LITERATURA RUSA. CANTO AL EJERCITO DEL EMPERADOR
Rusia vive por estos días tiempos de exaltación honrando al último zar asesinado por las fuerzas siniestras y a la familia Romanov; algunos incluso dicen que Nicolas II resucitado en la persona del primer ministro Mevdevev tan parecido a él que es como dirían los ingleses “his spitting image”. Lecciones que nos da la historia. El crimen no paga. Los asesinos serán apartados a la gehenna y los santos suben al cielo. El último zar con su bella familia, la emperatriz, el zarevich, y las cuatro princesas, que fueron fusiladas un 18 de julio en la tahona de Ipatiev el rico mercader de Yekateringrad (mandaba el pelotón un judio húngaro por nombre Imre Nagi y los soldados eran todos letones y estaban borrachos porque ningún soldado del ejercito rojo tuvo el valor de accionar el gatillo contra el zar que siempre fue tenido en Rusia por un dios) fue canonizado.
La tragedia de la primera guerra mundial, la revolución de octubre, la toma del palacio de invierno y la guerra civil espantosa que subsiguió marca uno de esos momentos culminantes de la historia universal que tuvo correlativamente su parte alicuota de una enorme literatura. Pocas lenguas en el mundo con excepción tal vez de la griega, podrían plasmar el “pathos” de lo acontecido: los combates, las destrucciones de ciudades, las violaciones, las ejecuciones sumarias, los incendios, la miseria, el hambre en el marco de esa arquitectura de belleza melancólica en comunión con la naturaleza que brota de la pluma de los maestros rusos.
“El cadete” de Leonidas Zurov es un novela lírica que canta al ejército ruso, a los cadetes de la GuardiaBlanca, del regimiento Preobrajenski, que custodiaban al Zar en su palacio de invnierno y en los perímetros de Tzarkoe Tselo en Petrogrado. Se trata de una casta historia de belleza y de pureza que exalta los nobles sentimientos de amor a la madre, amor a la patria, a la mujer que te sale al encuentro de tu vida, a la solidaridad y a la amistad. Por sus páginas se escucha el canto angélico del querubín y asoma el Cristo ortodoxo con sus barbas mientras la Virgen Maríasonríe bendiciendo bondadosa desde el candil de los iconos. Suenan a lo lejos después de la nevasca las campanas de alguna iglesia.
“dentro de la catedral percibió a Kuny Miej. En las vetustas arcadas rebotaba la dulce melodía del oficio, los íconos centelleaban y al centro bajo la cúpula recogíase un expectante silencio que devolvía el sonido de los pasos”
Mitia es enviado a la academia de oficiales de Petrogrado. Quería ser militar igual que su padre el general Kornilov y va a sentar plaza en la escuela de Junkers. Tenía 14 años y aquel otoño de 1917 días después de las fiestas de la Asunción la campiña olía a manzanas “y las amarillentas mechas de los abedules enlutaban el alma… las filas de los arces aparecían mordidas de urentes arreboles; sobre el encristalado de la mansión zigzagueaban las llamas policromas”
La pluma de Zurov al describir el encuentro y la despedida del estudiante con su madre adquiere rotundidades homéricas. Esta le imparte su bendición según la costumbre ortodoxa. “En un recodo del camino, sosteniendo con la mano izquierda la fusta y el capote, Mitia se volvió haciendo el saludo militar y, perfilada sobre las gradas de la escalinata, vio a su madre que le bendecía, trazando sobre el aire pequeñas cruces”
Los diálogos son contundentes, las descripciones, maravillosas. El alma rusa se hincha como el bulbo de la cúpula de un “sobor” (catedral) y protege como el manto de la Madona al lector. Y abundando en esto mismo existe el efecto “sobornosti” (catedralidad) una melodía que suena eterna melopea a lo divino a través del canto diaconal y hace que el corazón, por más que nuestra razón no lo entienda, caiga de hinojos a los pies de la imagen del Redentor. Únicamente las novelas rusas de este periodo poseen ese tono repetitivo del efecto catedral cuyos ecos se propagan a lo largo de capítulos y de frases entrecortadas del soldado que parte al frente, los besos de la mujer amada, los gritos angustiados de los pasaportados a Siberia, el lúgubre maneto de los encarcelados en las zahúrdas de la checa.
Los héroes de estas historias aceptan su destino (“suaba”) con resignación y sin odio a sabiendas de que la Madre Rusia ha pecado y va a ser sometidas a la prueba de una larga purificación. El pueblo ruso asume esa misión mesiánica de trascendencia que se manifiesta en ese lupanar donde una belleza rusa se decide por el cliente más desamparado, o un presidente Putin que escribiendo en el NT le dice a Obama que no hay pueblos mayores ni menores que a los ojos de Dios todos somos iguales.
En ese sentido soteriológico el pueblo ruso, el verdadero Israel, cumple el papel de protagonista frente a la masonería, las fuerzas oscuras, o encarándose con el estado judío exportador de armas y de conflictos, reclamo de las mafias y de los señores de la guerra que se valen de la argucia, el chantaje y la mentira como medios de coacción pues para ellos el asesinato y el terror se encuentra a la orden del día, se encargan de fungir como antagonistas del drama o la novela de la historia.
Nadie hubiera podido sospechar que el pueblo ruso después de Stalin, de la Perestroika, y de los horrores del comunismo, del miedo a la bomba atómica que nos inculcaron a nosotros niños que crecíamos durante la guerra fría, iba a desembocar en un Putin mesiánico defensor de los pobres y los desvalidos del planeta, otro san Jorge en la lucha contra el dragón. Inefable y sorprendente contraste.
Claro, que, por eso lo difaman, le hacen la guerra, lo retratan en picardías de maricón y otras infamias. Son los herederos de los que fusilaron al zar en la casa del judío Ipatiev que vuelven a la carga.
Mitia va a ser un soldado sin suerte pero un verdadero oficial de la guardia que defiende el palacio de invierno y participa luego en la reconquista de Ribinsk. Es victima de esos cambios, de esos aggiornamientos, transiciones, consensos, trampas saduceas y politicastros ucedeos que son el escudo detrás del cual se abroquelan los judíos para proyectar sus revoluciones. Manejan como nadie las treinta monedas de la sangre, llenaron la tierra de campos de Haceldama. Es el caldo de cultivo del agit prop.
Dimitri Kornilov ve cómo a los cadetes de la guardia por orden del soviet lo despojan de la “gimnarskerska” de la nobleza y le colocan una rubaska de “poilu”. Es detenido e introducido en un convoy de castigo del que se apea en marcha librándose de la muerte. Antes un comisario judío ostentando en la “papaja” (gorro de astracán) la estrella de cinco puntas e había dicho:
-Te perdono, mamoncillo, eres valiente.
Y el cadete se cuadra y entona el himno del zar:
-Largo de aquí, yo conozco bien tu madre, hijo de puta, una burguesa. Tú ya no eres un barín (duque) tú eres ya carne de checa, Excelencia
En medio de las lagrimas el valiente cadete escupe al comisario y prosigue la estrofa imperial con mayor fuerza
El alma rusa descrita con magistral pluma por Zurov se compadece y se entiende perfectamente con la española. La lengua castellana se adentra en los penetrales de este ruso deslumbrante donde existen maravillosas descripciones como estas dignas de la Iliada o la Odisea:
“detrás del pueblecillo en un soleado prado, se instruían los noveles soldados. Al diario ejercicio sucedía la faena de bañar al ganado. Mitia habíase prendado de cierta yegua rosilla que aun amantaba a un gracioso potrillo bayo, mientra Lagin concedía todo su afecto a un caballo moro… nuncios de `primavera, los días eran apacibles, radiantes de luz, benditos, impregnados de la alegría del cielo, de la fragancia de las tiernas hojas gomosas, del gorjeo de los pájaros. En las afueras de la ciudad sobre las tumbas de los soldados una ruda hierba acaba de verdear”
Es el magnifico contraste entre la vida y la muerte y la indiferencia de la naturaleza ante las penalidades y sufrimientos del hombre. Sin que falte el lado cómico. Por ejemplo, cuando describe a aquel sargento mayor que se alista con los blancos para pelear contra los “krasnoarmeitzi”
“al toque de revista los voluntarios advirtieron, cuadrado, delante del coronel, a un desconocido de híspido bigote bermejo y rapada cabeza, que vestía un usado uniforme lleno de remiendos en el que brillaban dos condecoraciones sujetas por un alfiler. Era el sargento Arjip Simenovich. En aquel suboficial Mitia y Lagin reconocieron al mujik que sentado a la orilla del río fumaba tranquilamente su pipa”
La lectura de esta enternecedora novela me ha reconfortado en estos tiempos de tribulación y de persecución. Una voz en ruso me ha dicho con suave y amistoso acento:
-No te aflijas. Ten fuerte. Soy yo. Estaré con vosotros hasta el final de los siglos
Cristo vive en la historia y en estos momentos el Príncipe de la Paz nos habla en ruso confundiendo a los señores de la guerra que parlamentan en su algarabía o nos largan espichas en inglés. El país de la resurrección posee estos incontratables enigmas. Cabría pensar que al zar al que fusilaron los del sanedrín judío se encuentra de nuevo entre nosotros. Tengamos calma. Las puertas del infierno no prevalecerán. Les recomiendo que lean este libro de un militar Leonidas Zurov “El Cadete”. Pasarán un rato agradable, se reconciliarán con la vida aunque se les esponje el corazón de melancolía.