EL CUARTO ENRIQUE CONQUISTÓ
GIBRALTAR
Nuestra ciudad debe gran parte de
su señorío a Enrique IV, el rey más difamado de la historia de España.
Desconociendo muchos, algunas de sus proezas, que los cronistas obviaron. Una
de ellas fue su clemencia y suavidad —comitas
llamaban los latinos a esa virtud— como mecenas patrocinador de las bellas
artes, siguiendo la costumbre de su padre Juan II.
Era buen músico y cantaba bien.
Buena parte de las partituras de sus composiciones se guardaban en el archivo
de la catedral de Segovia.
No tiranizó a sus súbditos antes
bien mostró lenidad para con sus
adversarios, lo cual dio pie a que algunos cronistas como Alonso de Palencia un
clérigo converso con muy mala sombra —fue el artífice de la leyenda negra que
envolvió al desafortunado monarca en las páginas de la historia de España— le
motejaran de debilidad de carácter. Para su gusto un rey demasiado blando.
Gran parte de los españoles
desconocen que peleó con la morisma y conquistó las plazas de Archidona y
Gibraltar para los castellanos.
En una de estas campañas fue
herido en el vientre por una saeta enemiga. Tal vez esa lesión fue una de las
causas que determinaron la tan traída y llevada impotencia, que lo convirtieron
en el risum teneatis del maligno
Palencia y del todopoderoso arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo.
Ellos con otros miembros de la
nobleza organizarían la tristemente famosa pantomima del “Pele de Arévalo”, quedando
don Enrique destronado.
La corona pasaría a su cohermano
Alfonso XII. Se encendieron los bandos de Castilla y un tiempo de luchas abocadas
a la guerra civil.
Don Alfonso adolescente de
catorce años contrajo matrimonio con una infanta portuguesa pero murió en el
lecho nupcial la misma noche de bodas ¿agotado?
El cetro regresó a don Enrique
quien no tuvo el coraje de acabar a sangre y fuego con los disidentes. Murió en
el alcázar de Madrid después de una cacería en el Pardo, unos dicen que a causa
de dolor de ijada, otros sospechan, en cambio, que envenenado, con sólo
cincuenta años y veinte de reinado, en el otoño de 1478.
En las capitulaciones del
testamento de la Reina Católica su
cohermana se lanza esta advertencia: “que la plaza de Gibraltar sea siempre
española” como indicando que sin la Roca Calpense bajo la
corona nunca será recabada la unidad nacional. Convendría que los españoles
repasaran el pliego de referencia para obtener conclusiones de lo que nos está
pasando.
Un Borbón Felipe V se la otorgó a
los ingleses en 1713 y en tales estamos pero esa es otra historia. Y ahí
tenemos a los “brits”, piratas redomados, hostigando a nuestros barcos.
Peligroso aliciente en detrimento de nuestra unidad y seguridad patria.
Amen de eso, incorporó a su cetro
el condado de Cataluña sobre el cual disputaban los reyes de Navarra y Aragón. Gran
actualidad tiene su persona a día de hoy cuando el separatismo campa por sus
fueros.
“Don Enrique — siguiendo la semblanza biográfica que Hernando del
Pulgar hace de su persona —era alto y
hermoso de gesto y bien proporcionado en la compostura de sus miembros y a este
rey siendo príncipe de 14 años diole su padre la ciudad de Segovia… no bebía
vino ni quería vestir paños muy preciosos ni curaba de la ceremonia que es
debida a persona real… era ome piadoso e no ía ánimo de facer mal ni ver
padecer a ninguno e tan humano era que con dificultad mandaba executar la
justicia criminal… era gran montero, placíale andar por los bosques apartado de
las gentes… casó siendo principe con la princesa Blanca de Navarra su prima y
fija del rey de Aragón su tío, con la cual estuvo casado diez años e al fin ovo
divorcio por el efecto de la generación que él imputaba a ella e ella imputó a
él…Viviendo primera mujer de quien se
apartó casó con Juana hija del rey de Portugal e en este segundo casamiento se
manifestó su impotencia pues como quiera que estuvo casada con ella por espacio
de quince años nunca pudo tener con la reina allegamiento de varón aunque don
Enrique conoció a otras mujeres… reinó veinte años, y los diez primeros fueron
prósperos e llegó gran poder de gentes y de tesoros e los grandes caballeros de
sus reinos con obediencia cumplían sus mandatos”
Por tanto en esta estampa
prosografica de Hernando del Pulgar tenemos tres aspectos sobre los que reflexionar:
1)
su apostura viril
2)
su magnanimidad y tolerancia amigo de moros y
judíos. Segovia fue en esta época la urbe de la tres culturas, por excelencia,
y aventajando a Toledo. El rey se rodeó de una guardia mora porque confiaba,
igual que Franco, más de la fidelidad mahometana que de la cristiana. Fue muy
denostado por eso.
3) su piedad religiosa amante de la liturgia y
de las misas cantadas. Muy devoto de san Antonio.
Diego de Colmenares abona esta
misma tesis señalando que, tratando de poner paz en las rivalidades entre
observantes y clausurales, que se precipitaron sobre la Orden
Seráfica en su siglo, fundó el monasterio de san Antonio en
una finca de su propiedad donde cazaba.
Cuando Cisneros atajó estas
diferencias manu militari, el
convento de san Antonio fue cedido a las Clarisas que lo regentan hasta día de
hoy. La Regla de san
Francisco contó entre nosotros, por tanto, con cuatro casas de este cordón:
capuchinos, claustrales, observantes y las Claras.
Tocante al tema de su
“impotencia”, e incluso de su homosexualidad de los que algunos pacatos hacen
un mundo, bien pude ser que, a causa del dardo que lo alcanzara en sus partes
en la toma de Gibraltar, su aparato genésico tuviera un comportamiento errático
—unas veces sí y otras gatillazo— impotencia intermitente a decir de los sabios.
El doctor Marañón en su biografía
aduce, sin embargo, el testimonio de las meretrices locales a quienes el rey
visitaba “e el rey nuestro señor avía una
grande verga e pagaba su débito de amor como cualquier ome”.
Del Castillo su cronista oficial,
mucho más benigno que el rijoso Palencia, abundando en el asunto, señala que
tuvo amores con una abadesa de Casarrubios a la que frecuentaba, cuando iba a
cazar, y también estuvo enamorado de una azafata portuguesa a la cual, furiosa
de celos, la reina María despidió de palacio.
Bueno; pelillos a la mar. Estas
cosas de tanto monto, para algunos, a otros, llegada la edad provecta, nos
causan risa o nos la trae floja.
Cuestiones de alcoba, líos de
faldas, o de pantalones. Mi abuelo decía que “cada uno la mete donde puede y
donde le dejan” que de menos nos hizo Dios.
En conclusión, creo que el Cuarto
de los Enriques fue un gran rey de Castilla, por demás escarnecido y difamado,
un total desconocido, y por el que muchos segovianos, no obstante, sentimos cariño
porque nos seduce por su simpatía, por su clemencia, por el amor a las artes y
a la filocalía.
Nos legó esa primorosa obra de
arte que es el convento de San Antonio el Real con sus frescos, con sus bóvedas
de ataujía y artesonados. Todo el que vaya a Segovia debiera visitarlo.
Por lo demás, “de nimis non curat
praetor”. Hay que dar de lado a tales nimiedades.
martes, 22 de noviembre de 2016