Somerset Maugham
Ha subido la pinta a casi mil pesetas, según leo en los periódicos. En mis tiempos te podías beber un barril casi por esa cantidad. ¡Ah felices tiempos! The good all days. Que jamás volverán. Los ingleses entonces igual que ahora ayunarán tres días y no pagarán a la patrona en una semana pero nunca se quedarán sin su la priva que allí llaman booze
Yo visitaba los pubs de Fulham Rd, iba a los bailongos de Picadilly y del Strand, me tumbaba al sol en la pradera de Hyde Park donde predicadores de ocasión subidos a una escalera anunciaban el fin del mundo, buscaba a mi pequeña Olivia sin gran fortuna, y para compensar desdenes y agravios de amor perdido me echaba novias cada fin de semana, your place, my place; el sexo carecía de demasiada importancia pero imbécil de mí buscaba el Amor todavía.
Con todo, era un muy concienzudo periodista, que ya venteaba la debacle que vendría, las salas de Harrods aparecían llenas de españoles, se había abierto la veda consumista, porque en aquellas postrimerías del franquismo tenían pasta, y las españolas acudían casi en manda a abortar a las clínicas de Harley St. What a pity
Y suspiraban por una democracia que consistía en la revancha y hacer lo que a uno le viniera en gana. Largaba yo, humilde y algo desprevenido mis crónicas por el telex, que se publicaban bien, (pues a decir de algunos, incluyo a mis renuentes adversarios, yo era una estrella) en aquellos periódicos falangistas que hoy cayeron en manos del gran capital, siendo consciente de que terminaba una era antes de que cambiase la hora de Europa en el reloj de Fairfax y me empapaba de melancolía. Cada época tenía su turno. El mundo cambiaba rápidamente y aquella era estaba a punto de dar el finiquito.
No me convencía demasiado el materialismo circundante y buscando el Amor hallé la fe, encontrando refugio en la Ortodoxia. Acudía muchos domingos a una iglesia rusa en South Kensington que había sido comprada a los metodistas. Cerca de las velas y la cancela del iconostasio encontré refugio y fervor.
Cuando el obispo supo que cantaba bien y acreedor de un buen bagaje teológico, el de mis años de seminario, me ordenó de diácono. Aquellas misas de tres horas sin sermón me acercaban a Cristo. No obstante, mi voz nunca pudo alcanzar los registros de un presbítero, el padre Dimitri, que al entonar las letanías, bajo profundo, maravillaba a toda la congregación.
Algunas noches en mi tabuco de Roland Gardens, leía a Somerset Maugham, para mí el mejor novelista de toda la literatura inglesa, durante las largas veladas de invierno con un frío de los demonios pues no había calefacción central en los pisos y los ingleses amantes del fresh air y de la ventilación desdeñaban las inconveniencias de la cayolítica y las casas londinenses –debía de ser un afán de la época colonial- ofrecían una disposición apta más para vivir en los trópicos o las islas del Egeo que para acometer los rigurosísimos inviernos a orillas del Támesis. Cuando se me acababan los chelines para meter en la estufa seguís leyendo en mi camastro arropado en una manta y mitones en los dedos siguiendo las peripecias o desdichas de aquellos personajes tan bien calculados. England made me o lo que vale tanto como decir que Inglaterra fue la madre que me parió. Me dio una visión del mundo. Por desgracia tampoco he dejado de ser español, pero si Inglaterra me hizo, España me deshizo
Maugham es uno de esos escritores elegantes y con un oficio narrativo tan poderoso que capta de lleno la mente del lector y cuando agarras uno de sus libros no lo sueltas hasta llegar a la palabra fin. Maestro del alma humana, conocedor sobre todo de las mujeres. Captó en una de sus novelas largas y en sus short stories eso que se llama human bondage (la condición humana). Si los rusos- Turgenev sobre todo- apasionaron mi adolescencia, Somerset fue el maestro que insufló en mi alma, llegada la mocedad, la pasión por la literatura que, cuando se trata de una vocación real, tiene algo de soteriológico, terapéutico y profético. Conocí una época parecida a la suya, la del cambio histórico de los años sesenta y setenta casi hermana gemela en atmosfera y actitudes al fin de siècle victoriano que él refleja en sus libros, una era decadente pero profundamente civilizada. Su obra es una mezcolanza entre Shakespeare, Dickens y Kippling con un poco de Chaucer por lo divertido y de los naturalistas ingleses. Creo que su arte lo trabajó de niño machacando diccionarios, copiando frases, castigando textos y jugando a la semántica, la onomatopéyica y a la sintaxis.
Este esfuerzo le deparó esa difícil facilidad que caracteriza a los genios. Fue a pesar de todo un novelista al que gustaban de leer las clases populares. Nada intelectualoide.
Capta ese romanticismo tan propio del carácter inglés al mismo tiempo tan reservado, que sabe conjugar la utopía con el famoso common sense o sentido práctico.
Es un pueblo que, según se echa de ver, hace la guerra con el estómago. El más valiente, el más hipócrita, el más duro, el más tolerante/intolerante, el más práctico pero al mismo tiempo el más encantador.
En Inglaterra no encontré la envidia y el odio de clases que suele amargar la vida a mucha gente en los países llamados católicos. Reinventaron el teatro de los griegos. Pueden tener semblante de los ángeles y maneras de Mefistófeles pero dicen siempre con alma compasiva, mientras por aquí tratamos de aparentar y fingir lo que no somos:
-Just be yourself. No dejes de ser tú mismo.
-Oh, dear. Al mal tiempo buena cara.
Son duros como rayos. Toughness o consistencia, presencia de ánimo solían ser otras de sus cualidades. Cierto que la globalización ha pervertido estas secuelas y hoy no deja de ser un país vulgar. Eso vendría con la llegada de Thatcher pero aquello no había llegado cuando England era la tierra de promisión y del compromiso.
Más pobre que una rata me sentía yo el tipo más feliz. No me faltaban dos chelines para una pinta en el bolsillo o media libra para pasarme por Foyles y adquirir aquellos libros de la Penguin en los que aprendí a escribir y para colmo los domingos podía recitar la epístola en inglés o cantar las letanías en el coro de la iglesia de San Vladimiro. Gospodi pomiluy… a la vida qué más se le puede pedir. Casi había rozado con la punta de los dedos la Arcadia Feliz.
La emulación estaba descartada desde el momento, en que un brit abre la boca, denuncia por su acento la clase social a la que pertenece. Cada estrato social aceptaba su puesto en el escalafón y, dirigido por una singular clase dirigente, se sentía imbuida de un fuerte patriotismo. Se daba la carrera ratas, es cierto, y el competir, pero una de las virtudes británicas es el juego limpio. Inglaterra era una democracia jerárquica.
Aquí en España todo el mundo aspira a ser presidente USA, esta es tierra de cuchillos y de apuñalamientos por la espalda y lo que nos espera es la cola del paro o escuchar las monsergas de los tertulieros que le vuelven la cabeza tonta y nunca arreglarán el país. Esta es un chupocracia coronada por un trincón y manipulada desde arriba por viejos franquistas que dan vuelo a la cometa de peligrosos nacionalismos que darán vuelo a la cometa del nazismo. Habría que recordar a catalanes y catalanas, vascos y vascas que el maldito Hitler está en sus vidas y que subió al poder al socaire de las urnas.
Mucho añoro yo las buenas y simples cosas de la vida que tanto placer causan en las novelas de mi novelista inglés: una taza de té, una charla con un buen amigo cerca de la chimenea, una buena pipa, las zapatillas calientes, el paso de la sombra misteriosa de una mujer, una tarde de domingo en cualquier pueblecito inglés a la hora de vísperas cuando el sol se pone y se apagan las luces que iluminaban la pequeña iglesia rural de estilo Normando. El fair play and my home is my castle. Mi casa es mi castillo.
El sistema funcionaba maravillosamente a compás del engranaje y a sabiendas de que la vida está hecha de pequeñas cosas. Esa austeridad porcelanesca de los cottages rurales, ese living thrift and think high que recomendaba Chesterton.
No había nacionalismos. Los galeses de Cardiff o los escoceses de Glasgow se sienten tan patriotas como uno de Southampton.
Me llamó la atención esa famosa compasión anglicana en el sentido de sentir con los otros que fue fruto de la Reforma. Superaron el trauma del papismo y dieron a su cristianismo un sentido práctico, social y al mismo tiempo piadoso. Es el matter of fact que engendró la tolerancia surgida de las guerras religiosas y de las conmociones sociales de la revolución industrial.
Yo pretendí calcar esa permisividad elegante que impregna la narrativa de este autor pero no pude renunciar a la preocupación religiosa y unamunesca de la que adolecemos los españoles, ese sentido trágico de la vida que no nos deja vivir. Los ingleses por el contrario practican la fórmula de vive y deja vivir.
Maugham no es un autor religioso sino psicológico. Adoraba a la mujer en sus grandezas y miserias que hacen desgraciados a sus amantes y a sus maridos. Jimmy Marton o Philip el protagonista de la Condición Humana al igual que Hackney Carruthers se sienten muy infelices porque sus adoradas acaban fugándose con un oscuro funcionario de colonias, un mecánico o hacen la carrera por el East End.
A lo largo de sus episodios melancólicos da a entender que la mujer es un ser misterioso mucho más fuerte que el hombre y se anticipa a la revolución ad lib de los años 60. Los hombres se muestran ingenuos. A juicio de Maugham su gran error es confundir el amor puro y etéreo con el instinto fisiológico.
Otelo mata a Desdémona no por celos sino ante la angustia de descubrir que la criatura a la que amaba no estaba a la altura de su virtud. Se plantea aquí un problema eterno que ya los antiguos descubrieran porque amor y viento no tienen buenos cimientos. Es pedir peras al olmo. Y esta oposición hombre-mujer seguirá hasta que acabe el mundo.
Ahora las cosas de la condición femenina han derivado hacia una guerra de género que, en destruyendo el amor y las familias a algunos como los políticos, ciertos rábulas y al periodismo de baja estofa ha vuelto ricos. España se siente impulsada por una cierta rabia feminista y reivindicativa de los viejos nacionalismos. Y en esta guerra los hombres siempre serán las víctimas, los perdedores aunque mucho piensen que el raciocinio es al revés. Por las calles de Madrid he visto dormir entre cartones a muchos preclaros varones vencidos. Que gozaron de un cierto status, una casa en el campo, un buen coche, una bella familia. No sabían que está en marcha toda una involución feminista. Las divorciadas se quedan con el piso, con los hijos, con los gananciales y los maridos en la calle. Según un informe de Caritas, la mayor parte de los que concurren a las mesas de caridad o a los albergues son hombres destruidos. Los héroes despechados de Maugham se dan al alcoholismo. Es mejor el suicidio o buscar una fórmula de compromiso ante la infidelidad mirando para otro lado que desgarrarse.
Existe una antinomia en las relaciones matrimoniales, tan necesarias para la conservación de la especie y al mismo tiempo tan destructivas. Eros y Tanatos son cómplices, cabalgan sobre el mismo caballo, como Castro y Pólux, se hacen guiños y conservan ciertos atavismos. Quien no ha confundido alguna vez los estertores de agonía con el tembleque de la coyunda. Así de crudo es, si así os parece, y así fue y así será. Pero a diferencia de Lawrence y otros novelistas más truculentos, él se muestra casto y rehúye de las escenas de cama evitando lo morboso.
El dato más destacable de su arte es la elegancia. Hay que ser un poco elegante en la vida, despreciando un poco a la estulticia de los seres inferiores, y las mujeres lo son para él, pese a su aire de diosas. Maugham escribía como un Lord haciendo correr su espejo a lo largo del camino de la vida, y tenía ese desparpajo y habilidad para el manejo de las palabras que hace a los funcionarios del FO seres imbatibles en el campo de la diplomacia. Se llama obdurance.
A un inglés se le podrá engañar, nunca convencer y menos vencer. Son leche de cabra. Semblantes de arcángeles y maneras de diablos. Nosotros venimos marcados por la crueldad católica que nos convierte en judíos al revés como pueblo grande pero malvados como individuos. El estado sionista es detestable pero el judío uno a uno gente maravillosa humilde y buenas personas que se ayudan unos a otros, no se calumnian, y se muestran caritativos. No olvidan que el prójimo es tu vecino. Los ingleses supieron adoptar a sus vidas esa recomendación de la Biblia a los escogidos de Israel.
Aquí siempre tratamos de buscar al prójimo en las chimbambas. A los españoles los ingleses les admiraban por sus grandes dotes militares, la importancia de la Iglesia Católica, y la cultura que dejaron, y por todo eso que ahora nosotros despreciamos renunciando a nuestra historia. Tenían una obsesión por Felipe II y por la Invencible que ellos llamaban Spanish Armada. Maugham era un apasionado de España que visitó varias veces. Toledo y Segovia le fascinaban y sus libros se vendieron a gran escala en los años 50 y 60.
Al propio tiempo era un inglés atípico como todos los que han trabajado para el espionaje.
Fue médico de un buque de la Navy y después estuvo en la nómina del M15 lo mismo que Graham Green, o John Le Carré. Prefería la riviera francesa y se mostró crítico con el Establishment lo que le valió algunas críticas del FO. Se le motejaba de homosexual a causa de su misoginia y de alcohólico. Qué tendrá que ver el culo con las témporas. Cada uno la meten donde le dejan y bebe del jarro que le dan de beber, decía mi abuelo.
Su obra se inspira toda ella en fuentes biográficas. No fue afortunado en sus relaciones con las mujeres. Al final de la condición humana hay un pasaje que me impresionó cuando dice que las mujeres son un tributo a la tierra y el protagonista regresa a Inglaterra después de haber recibido calabazas de la mujer a la que amaría eternamente.
-debe Ud. Contarlo todo eso en una novela
-¿Yo?
-Es la fuerza que poseen los escritores sobre el público. Cuando algo les hace desgraciados, cuando se sienten heridos, pueden verter el dolor en sus obras y es extraordinario el alivio que se experimenta en ello.
-Sería monstruoso. Betty lo era todo para mí. No puedo hacerlo si no por ella al menos por mí. Yo tengo mi amor propio. Además no hay nada que contar.
Sublime final contado por un inglés educado en Oxford. Un gentleman no puede sacudirle el polvo a la parienta cuando se iba con otro como lo haría un estibador de Tilbury. No había en la Inglaterra violencia de género al menos en aquel entonces. El perdedor se daba a la bebida, una forma de suicidio o recogía sus bártulos y se iba con la música a otro lado. Las novelas de este autor no pueden renunciar a su carácter didáctico y moralista al reconocer que la mujer es un tributo de la tierra, ellas mismas son tierra, cortan los vuelos a sus adoradores que las colocan en las márgenes del emporio. Hay que saberlas querer, hay que saberlas amar, pero no tomarlas demasiado en serio,
¿Misoginia? Todo lo contrario. Pragmatismo. Muchos de los que lean los libros de mr. Maugham se sentirán reflejados en ellos. Para algo ha de valer la literatura.
Y ahora que me acuerdo hoy es la vigilia de san Andrés cuando hicieron moler a tres, tengo que cantar vísperas, los rezos y los cantos de siempre aunque no sea cerca del iconostasio de mi Alma Mater sino en el sótano de mi humilde piso madrileño. Gospodi pomilui. Señor ten clemencia por mis pecados y que mi alma te glorifique… blagosloví duza maia… pondré una vela por mis pasos perdidos en aquella old Merry England que disipé y rogaré al Apóstol que interceda por su Iglesia.
A pesar de todo vendrá algún dia el reino de Cristo que hará una higa a las mediawomen, a los bustos parlantes, ninfas y ninfas de la noticia que, no sabiendo nada parece que se las saben todas, del poderoso conglomerado audiovisual que sataniza nuestras vidas. San Andrés, Santiago y san Pedro son para mí mucho más importantes que Bankia o la prima de riesgo y toda esa gallofa mental que emana del contubernio de Bruselas. Goodby mr Chips. Long live to you, mr Maugham. Let us take it easy
jueves, 29 de noviembre de 2012