CELA, EL CAFÉ
GIJÓN, Y YO
Por
ANTONIO
PARRA GALINDO
Dedicado
a la memoria de
Alfonso Pérez
Pintor que vio pasar la
vida sentado en su humilde banqueta de cerillero junto a la puerta giratoria
del Café Gijón
Editorial Círculo Rojo
Escrito en Villafranca del Castillo 2002-2013
I
CJC, PARADIGMA
LITERARIO.
Don Camilo se fue el día de san Antón de 2002. Parece que fue ayer
pero pasaron dos lustros y pico. ¡Cómo se escapa la vida! Conocí y admiré al
escritor sobre todo al primer Cela grande y sutil herrero del idioma. No hubo
otro mayor desde Quevedo. Su ferrete y su ironía eran típicamente coruñeses
frente al conceptismo malabarista del alcalaíno. Le dieron el Nobel bien
merecido. Yo le entrevisté dos veces una en Madrid
en el año 72 y otra en Londres, conservo la Colmena dedicada de su puño y
letra. El segundo Cela, el más listo, el institucional, el que decía lo de
tenemos un rey que no nos merecemos, el que fue a Jerusalén y se hizo de las
sociedades secretas, ya me interesa menos. Pero don Camilo era un prodigio de
la naturaleza as large as life –tan
grande como la vida misma- y conocía de donde soplaba el viento. Revolucionó la
prensa del corazón y hoy cuando se cumple algo más de un decenio de su muerte
vuelve a agitar el cotarro con el libro de su hijo que le reconoce varias
amantes y algún que otro hijo máncer. Los bellos pecados de CJC ahí están para
la posterioridad y él, por su parte, deberá yacer, sonriéndose socarrón en su
tumba de Iria Flavia donde se cogen los mejores percebes del mundo. Que hable
de uno aunque sea mal.
Querría yo que este libro sobre nuestro mejor premio Nobel fuera un
homenaje a su eterna memoria.
¡Oh Camilo José, que estás en los cielos, tal vez como Gary Cooper, y
tanta gente insigne de aquella generación, haz que vuelva a llover y que la
literatura en España deje de estar bajo las riendas de cuatro insensatos
mequetrefes!… Tú fuiste el más grande en
esta España de liliputienses y de pepitos grillos. Amen.
Yo nací el año del Pascual Duarte y me siento vástago
espiritual de Don Camilo, al igual que otra larga leva de escritores,
amanuenses, curas y predicadores y algún que otro catedrático de nuestra
generación incomprendida, feudatario de sus trabajos, y encuadrado en el
pensamiento y estilo de vida de los nacidos en posguerra. Fuimos deudores de su
oronda figura o catadura, porque en el mismo hombre se acaparan muchos símbolos
para los que empezamos a escribir en España con más tesón que bienandanza, pues
de lo mucho y lo poco hemos sido los vagabundos sin suerte que a él le
enternecen en su mejor época allá por los ilusionados sesenta. Unos acabaron en
galeras o se dieron a la botella y otro buen golpe en forajidos sin una triste
casilla donde caerse muertos, espectros de su propio afán, sin fortuna ninguna.
Pero muchos medraron adaptándose al sistema. ¿Generación del sesenta y ocho?
Vayamos por partes. El iriense si no padre espiritual fue por lo menos padrino de nuestros sueños y de su mano
empezamos a gatear por el resbaladizo pino untado de cera de las fiestas mayas
y otros juegos florales con deseo de tomar la gala entre los dedos. Era la
cucaña, la lucha por la vida en un mundo en el que había que abrirse hueco a
codazos. Nos habían dicho que la fortuna ayuda a los audaces pero ¡qué va! La
diosa fortuna es veleidosa. Fortuna te dé el dío, fijo, que el saber non
te fai falta, reza un viejo adagio sefardí que se recoge en "La Celestina".Esto es un
batiburrillo, como una lotería y al que le toca pues le toca, y cuando da, da.
Hay números señalados o con el reintegro o con el ambo. A ti, Cneo, hijo, nunca
te correspondió el "gordo" pero cartas son cartas. Venga, dale.
Muy pocos treparon a lo alto de la pértiga; los más
quedaron en el camino. En España en lo que sea lo importante es triunfar.
Entonces los bachilleres queríamos emular a los monstruos de las letras sin
importarnos mucho lo de fuera, el “look” o el atractivo físico. Nuestro ideal eran actores como Anthony
Perkins o Alfredo Mastroiani que tenían
pinta los pobres de tuberculosos recién salidos de una sala del Pabellón de
Reposo o del Retablo de don Cristobita. Actualmente quieren ser divos de la
canción, la escena, futbolistas con la vida resuelta o convertirse en carne de
candelero protagonista de la prensa del corazón. Dinero fácil. Ya nadie.
Viviendo como vivimos en la cultura del mínimo esfuerzo y del pelotazo a Don
Mario Conde, sueña en la escritura porque la fama y la riqueza van por muy
diferente cauce: la política, las finanzas, el periodismo televisivo al que
ambas prohíjan. El éxito al alcance del mando a distancia porque todo en la
vida ha pasado a ser en la sociedad de la imagen un zapeo a todas las escalas.
Todos van al gimnasio, anhelosos de fortalecer los bíceps, pero entonces
preferíamos echar cachas intelectuales. Creo que éramos nosotros un poco más
profundos aunque la ingenuidad nos mata.
-Tuviste
tú la culpa por creer en los Reyes Magos.
Entonces
éramos un poco crédulos y no habíamos empezado a estar de vuelta de todo. Por
ésas, gateaba yo con denuedo por el mayo de mi vida, ventura te dé Dios hijo,
que saber no te hace falta. Bueno. Hacía falta bravura y arrestos, no cortarse
un pelo pero quería ser escalador y no era muy suelto de canillas. Debe de ser
a causa de los pies planos, estas corvas tan redondas y morcillonas que Dios me
dio, valen para criar panza y echar culo en la silla solitaria del amanuense
(primero la Olivetti: después el ordenador) pero no para romper marcas de
escalador ni para triunfar en los salones. En la mili, un sargento mamón me
echó al pelotón de los torpes y tamaña humillación se volvió a repetir en mi
primer empleo en aquella redacción con aquel cabo de vara gijonés, un tal
Retógenes.
-Arije,
al pelotón de los torpes. Eres un manazas. Tú
no vales para nada. Nunca llegarás a nada.
-Bueno
bonito bueno. ¿Qué más?
Sin embargo, yo llegué a ser corresponsal en Nueva
York y en Londres, una bicoca que para sí quisieran muchos mendas de mi
profesión. Hablo y escribo correctamente la lengua de Shakespeare. Podría
escribir mejor que un anglosajón pero no me da la gana. Eso creo que fue un
hándicap porque dada la poca habilidad que tienen los españoles para aprender
idioma fui blanco de envidias y de pretericiones. Que Dios los perdone. "Espiquear" en anglo es la ambición
de todo quisque. Hay que hablar en inglés. Renunciando a su propia lengua en el
pecado llevan la penitencia. No sé lo tengo en cuenta.
Era lo mismo que decía mi madre cuando me zurraba.
Clavadito. Confieso que fui un niño maltratado y aborrecido pero a qué oficina
de reclamaciones voy yo con mi pasado sino es a las horcas caudinas de la
literatura. Si cuentas todo lo que te pasa, no sólo te desahogas, sino que
también a lo mejor te curas. ¡Cachis en
la mar, me caguen la leche! Me tuvo castigado a galeras haciendo mesa y pegando
teletipo aquel don Retogenes asturiano que parecía un sargento de la Wehrmacht.
Tengo entendido que luego se suicidó. Dios lo haya perdonado.
No sé que hubiera sido de mí sin las tabernas que ya
empecé a frecuentar a la sazón y sin ese ángel bueno que incomprensiblemente se
erige en mi valedor que asesora, desvía los golpes del contrario y protege. Ese
tutor no sé quien es pero me parece que se trata de la Virgen María a la cual
yo tanto recé de niño, aunque viví, pecador de mí, la briba y anduve por los
andurriales de la picaresca, a la manera de esos personajes que estampa don
Camilo en sus novelas. ¡Qué sería de los españoles sin la literatura picaresca
que él resucitó! Era el signo de los tiempos y ese ambiente es el que recoge La Colmena.
Creo que
Cela, en lo que a mí humildemente respecta, hizo tal oficio, al tener la
amabilidad de recibirme en su piso del rascacielos de la Avenida de América en
la primavera del 72. Aunque vivía por entonces en Palma de Mallorca, sus
visitas a la capital eran frecuentes. Ciertamente, escribir en este país no es
llorar como decía Larra. Es mucho más que eso. Es sufrir, penar y berrear,
llamar a muchas puertas y recibir coces. Es ir al frente y clavarte dentro de
una trinchera donde todo el mundo se siente con derecho a ametrallarte si das
la cara. Don Camilo admirablemente supo mantener a sus enemigos a raya con
estoicismo y paciencia. Y triunfó. El que aguanta gana, solía decir sonriendo
de medio lado de forma sardónica. ¡Je!
Con todo, lo peor de esta guerra no es el fuego enemigo
sino los sargentos de tu propia banda, tus hermanos, que escupen fuego enemigo
contra tus nalgas. Quieren pillarte cuando estás cagando para meterte una bala
en el culo los muy cabrones. ¡Dios me ampare y me perdone! Hay que arrastrar el
cuerpo por debajo de las alambradas de espino, reptar bajo los pinchos de los
caballos de frisa que se clavan en el culo pues Johny cogió su fusil, y tomar
la posición enemiga con bombas de mano, combatir el desaliento y las dudas que
a uno se le forman dentro y luego el más difícil todavía de templar gaitas,
bailarles el agua, tocar el tambor a don Nicanor y por si esto fuera poco
escalar como un mono hasta la picota escurridiza y embadurnada de brea. No sólo
te tiznas y te resbalas, haces el ridículo, sino que a lo peor, con un poco de
mala suerte. Te esguardamillas. Más fuerte será la caída pero quien aguanta
gana. Camilo José Cela hizo la guerra en la legión (un aspecto que ocultan hoy
por hoy sus biógrafos) y fue soldado de primera línea. No lo mataron por
chiripa en el frente de la Casa Campo. Creo que también estuvo encuadrado en
las falanges gallegas que liberaron Oviedo. Allí lo pasó mal. Le pegaron un
tiro en el culo. De ahí su prevención hacia los astures coritos. La Virgen de
Covadonga es pequeñina y galana pues que se joda. Las fuerzas vivas de Vetustas
no supieron entender el chiste.
Miras hacia atrás y siempre descubres el misterio de
una sombra callada que se proyecta benigna sobre tus talones. Habas contadas,
el bien con el mal, las churras con las merinas, no habiendo concierto ni
compás en este cajón de sastre que es el baúl de la memoria. Los rayos de luz
que penetran por los vitrales del flanco de poniente de este interior de nave
de catedral gótica solitaria y donde resuenan pisadas de fantasmas que en mi
alma actúan como lineas de fuerza o proyectores de haces luminosos, donde puede
darse de todo, desde el éxtasis hasta la misma borrachera, ahora me causan
pasmo. Yo tampoco entiendo cómo sobreviví.
Estas trazas al bisel de un esplendor de cuerpo
glorioso en los que, por un milagro de las conjunciones catóptricas, las partículas de polvo bailan
una danza iluminada como si estuvieran en otra dimensión, no se sujetan a las
leyes convencionales. Ponen en movimiento la letra y la música de una pavana
cuyos compases no entenderemos jamás. Detrás está la arpista mágica de los
cuentos rusos. La mano que guía a la batuta invisible, mece la cuna, sonríe a
tus caricias y, por contera, al final de todo, deposita un crisantemo en tu
tumba, es invisible, ¿quién la activa? Llámese Dios, destino, azar o mera
atracción gravitatoria, desconocemos su origen. Sin embargo, no hay en el mundo
gusto mayor que sentirse inmerso en el interior de este fanal donde los rayos
del atardecer bailan con las ondinas y las hadas de las vidrieras de las
catedrales transformadas en pulverscencia
que se hizo llama. Aquel Arije al cual el sañudo don Retogenes (daca la
cola asturiano) tanto maltrataba recabó los puestos más deseados de esta
profesión.
A Cela las catedrales no le entusiasman. Le pasa
como con el teatro de Calderón que es difícil de entender. No tuve otro remedio
que alcanzar esa corresponsalía para que se diera con un canto en los dientes
ese el gijonés. Estaba casado con una alemana. ¿Me comprendes? En sus manos retuvo y en las teclas del télex
que como un tótem presidía su sala de estar el mirlo blanco de las
corresponsalías más deseadas Londres y NY. Entrevistó a Cela. Conoció su obra.
Supo interpretarla. “Infirma mundi elegit Deus”[i].
Pero, coño, a ver qué va a pasar aquí. Cómo puede
ser esto. Una al ajillo para los señores. España sin que yo se lo pidiera me ha
dado todo. Y puedo decir con los vagabundos y andarríos celianos que amo a
España por encima de todas las cosas. Su gran cultura... el decir de sus
gentes, la vida humilde y a salto de mata. Ese senequismo del que aguanta gana.
Las fórmulas celianas de ver e interpretar el mundo las aprendí de las páginas
del Lazarillo, el Buscón, Rinconete y
Cortadillo, La Lozana andaluza, Marcos de Obregón, La Niña de los Embustes",
etc. Sus melodramas, el extremismo( aquí nos desmelenamos pronto y por poca
cosa), sus desencantos y utopías los bebe Cela de la literatura picaresca. Si
escarbas un poco en su prosa, comprobarás que tiene algo de cante jondo, brota
un geiser de ilusiones falangistas. Y esto lo digo y afirmo sin menoscabo de
otros intereses ni prejuicio de parte y sin ánimo de impugnar vuestra molicie y
la galbana moral que amodorra a la patria. Quizá tenga algún día que
zarandearos por la solapa y deciros que sois unos privilegiados de la fortuna
porque ese corazón que lleváis en el pecho late en castellano.
Este dédalo inmenso que en nuestros anales asemeja
un poco al “aequor” o llanura de Mantua cantada por Virgilio y a la cual
bañaban cinco ríos. Bajo su bordón de guía avistamos muchos los muros de
Babilonia y tuvimos una visión de sus palacios. La patria es ubérrima y feraz y
a posteriori me ha dado estos años de regalo y contemplación. Pocos pueblos
gozaron de la suerte de contar a sus espaldas con este gran contrafuerte de
ingenios y ventajas en las cosas del espíritu y aun en las más materiales, las
que quedan de tejas abajo. Me estoy refiriendo a la loa que de sus tierras hace
de sus tierras El rey Sabio en su Crónica General. Himno sublime que hoy muchos
por desgracia echaron al olvido, de tal modo que en esta charlatanería política
y escatológica de los bien instalados se les permite escarnecer y desollar al
país. Afortunadamente no me encuentro en ese cupo aunque a veces me haya subido
por la escalera al retablo de don Cristobita. El milagro es que, a despecho de
nuestra patológica clastomanía, tanta grandeza antigua se tenga en pie. Al país
lo tratamos a patadas, guardamos rencillas unos con otros, nos llevamos sus
gloriosas piedras nómadas y la benevolente Hispania nos perdona. Sufre y calla.
Considera, lector, lo mucho bueno y lindo que hay en esta nación de naciones
cuna de la libertad y de la palabra.
He de advertir aquí que a CJC con esa cara suya de
esenio o más bien de abad del cister fue al que debo el haber sido introducido
en este laberinto de la floresta cultural hispana donde te pierdes y del que
nunca querrás salir. Te pasa igual que a aquel peregrino asturiano que iba a
Salamir porque no tenía donde ir, y luego no sabía cómo salir. Fortuna te dé Dios,
hijo.
Hay en su prosa algo de magia iniciática. En este
jardín de las Hespérides es más importante la fruición ambulatoria y embelesada
del romero que el mismo objetivo de llegar. No es una carrera de ratas sino una
lección en la cual sólo se permite la entrada a los peripatéticos de la belleza
porque la épica del coruñés no tiene demasiada acción y eso que los ingleses
llaman plot o trama argumental. Cela
en última instancia era un adalid generoso, tan accesible y cabal, que impartía
desinteresadamente consejos a los bisoños de la literatura. Desde que lo conocí
con mayor o menor fortuna no hice otra cosa que emborronar cuadernos y machacar
papel sobre el carro de mi máquina de escribir. Grafomanía, dirán. No.
Escritura que salva y proporciona el mayor de los goces para los náufragos que
navegan en este piélago de exasperación, que es a la vez mar dulce y a océano
furioso. Una condena a galeras resulta con frecuencia este oficio pero una
condena sublime. Miel y acíbar. Embeleso agridulce. Sabor de camomila. Si no
hubiera que escalar por encima de tantas
cabezas, yo diría que me haría ilusión esta ardid del trepa que se arriesga a
la cucaña.
Don Camilo fue el deseado de una generación que
salió rebelde y contumaz. Acaso crédula. Además, por lo que a mí respecta con
su cara alargada la ancha frente y las glabrescentes[ii] entradas. Por la bionomía de su aspecto. Andaba con
las piernas un poco hacia dentro, acusando la herida del tiro que le pegaron en
el salvohonor en los recuestos del monte Naranjo cerca de Oviedo, largo de
cabos el rostro, muy delgado de joven, aunque luego engordó. Su voz era
profunda y sus dedos largos y gordos que asían la pluma como si fueran la
estacha de la que depende la vida del náufrago. El trazo de su ortografía era
firme y la letra redondilla y chica. Apretaba el boli con tenacidad y
pertinacia como esos colegiales que se toman muy en serio la labor de la plana
diaria: el pulgar y el dedo índice formaban un ángulo recto de forma semejante
al baivel de un cantero midiendo la escuadra. Él nos inspiraba tesón de vivir
pues siempre daba la sensación de estar de coña y de vuelta de todo, sin
tomarse otra cosa en serio de tejas abajo que su propio oficio de escritor.
Contemplaba la vida con escepticismo...¡Psché!.
A mí me parecía un ídolo. Puedo afirmar poniendo la mano en el pecho que
estuve a mis veces enamorado durante la lectura del Viaje a la Alcarria de “su” Dolorines, la portuguesa, aquella
azafata de los mesones y musa de los bailes de candil que te traía algún
bocadillo o algún boniato extra a la pensión y de paso te permitía algún
apretón furtivo y bajo cuerda, que tenía
algo de bigote pero compensaba. ¡Ah qué pecadores fuimos!
Miro al fondo del arca de la memoria y encuentro
pasajes que pertenecen a la vieja picaresca española. El Pascual Duarte como
diré abajo participó de este aborrecimiento materno en el nido que lo volvió
criminal. Y mi padre literario falleció a los diez años de mi progenitor
biológico.
Mi tristeza
nace de esta malquerencia fastidiosa. De la falta de amor y decoro que nos
envuelve como un sudario. El de la ignorancia, la competencia, los prejuicios
fanáticos. Cela, como vengo diciendo, se parecía un poco a mi padre Silvino que falleció en Gómez Ulla el 1992, .
Era militar y su lenguaje castrense y cuartelero era muy parecido al de Cela.
Hablaba de la misma forma que él, cogía el cigarro
con idéntica elegancia. Siempre tenía para cada circunstancia de la vida un
refrán. Una frase ceñida y certera. El juicio justo. Hablaba de acomodo y con
propiedad, soltaba un chascarrillo para quitar la espoleta de tensiones o
situaciones embarazosas.. Y tengo que decir que mi padre, y no Cela, me había
enseñado el que aguanta, remata puesto que la vida áspera no es más que una
gana pierde. Él lo había aprendido en los cuarteles del general Franco
desasnando reclutas, aguantando insolencias de sargentos poco conllevantes y el
desprecio con que los oficiales de leva trataban a los suboficiales de cuchara.
Se había puesto los guantes blancos el día de la Patrona, requebrado a las
chicas de servir y comido el rancho regimental.
Otro debelador adagio de su más que nutrido morral
de sentencias era el que comparaba a un tonto de izquierdas con un tonto de
derechas. Desengáñese, Vd señorita, yo soy machista leninista. Y así
sucesivamente y otra de sus buenas costumbres era no citar nunca al cadáver de
sus enemigos.
El día de san Antón pues del año 2002 capicúa que ha
llevado por delante a Marsillac y a mi querido amigo Pedro Pascual cuyo
necrológico envié yo al periódico en que más escribía y más hizo por salvar la
tambaleante Prensa del Movimiento, sin obtener respuesta ni acuse de recibo o
sumarias notificaciones al email. Por lo visto, aquí siguen circulando correos
del zar. Hombre, por favor, en qué país vivimos, pues en España, donde la mala
educación impera, nadie suele contestar a las cartas o tu vecino te retira el saludo, pero- eso sí- cuando mueres, el personal se desborda en elogios y
cantos epinicios. Exilado en mi país, meteco en mi propio país me acogí a
altana y encontré algún amparo y cobertura por los veladores del Café Gijón.
Don Pepito y Pepe Bárcena me echaron algún que otro capote. Estos profesionales
de la hostelería tenían buen ojo clínico para conocer a los náufragos de la
literatura. El gran Isabelo (don Manuel Azaña era su tío abuelo) arribaría como
un profeta del Viejo Testamento heraldo del gran desastre. Las almas en pena de
los frailes del paño andaban por las ramas como almas en pena de los pilongos y
arces de Recoletos, paseo triunfal triturado por efluvios mefíticos de los
tubos de escape, mucho ir y venir pero no carburas. Tanto ir y venir que llaman
acarrear. Vagón de tercera y viajes a ninguna parte. Alfonso Pérez Pintor,
servicial y humilde "cerillas", veía pasar la vida subido a su taburete
sin respaldo que era en verdad la columna del Estilita. Gran filosofo. El toletole de la vida española se plagaba
de mezquindades, alfadías, cohechos: Gurtel, Bárcenas, Roldán que se fugó con
los caudales del colegio de Huérfanos, las ERES, las oenegés, los dineros de
San Pedro. Y el Cantamañanas encaramado a sus micrófonos, poniendo ojitos,
hacía cada madrugada la crónica de la vida nacional: un palimsepto indigesto-
todos los días igual- de insidias,
chanchullos, putiferios, gatuperios, el solipsismo, la violencia
genérica, los maricas desfilando por Malasaña su arco iris la calurosa tarde de
San Pelayos. La cosa está que arden. La campana de Huesca. Venganzas catalanas.
En Madrid a las siete de la tarde si no das una conferencia, te la dan. Yo
preferí emborracharme. Mis pimples eran
un acto de insubordinación contra un Régimen nauseabundo y procaz. A lo alto de
la cucaña sólo llegaban los más cara duras, los más ineptos. El fantasma de don
Retogenes estaba apareciendo por la puerta. Aquí estoy yo sin saber por qué
ruta tirar, en un empalme de dédalo sin salida y donde todos los viales me
parecen iguales, tan desvalido e inerme ante la Niveladora que nos mide a todos
bajo el mismo celemín. Doña Carmen Fernández del Toro, insigne bollera, llamaba
a su querida a media mañana desde el archivo:
-Hola,
churri, ¿qué tenemos para cenar?
-Tortilla
de huevos de granja para variar.
-Bátemelos
con fuerza que nos van a saber tan buenos que
entraremos en éxtasis al unísono. A lo mejor
se nos aparece la Virgen María.
Doña Carmen Fernández del Toro era un revirago, fea
como un demonio, ex monja clarisa, que había encontrado el amor de Xto. En
Safo. De menos nos hizo Dios. Las fuerzas del destino hicieron de ella una
homofoba que odiaba lo straight y acudía a todas las cuchipandas de la fiesta
homosexual. Por el fornicio hacia dios. Odiaba a todo lo que andaba con
pantalones. El feminismo radical era allí algo más que un partido político. Era
una especie de venganza contra la religión, las buenas costumbres y la
Administración, la Judicatura, la letra impresa empezó a plagarse de una magna
caterva de estas dueñas que hicieron - pobres rosas insatisfechas- del vicio
nefando una religión.
II
AGAPE
FUNERARIO EN EL GIJÓN
Había sacado de mis archivos yo el día que le dieron
tierra un recorte de periódico con el
texto de la entrevista que le hice justo treinta años antes de su óbito en casa
de la Avenida de América y me fui a comer el plato del día al Café Gijón, donde
me presenté con una fotografía ampliada de aquel encuentro en que estamos
juntos y los dos lucimos una gravedad misteriosa, muy cerca de la
melancolía. Cela aparecía algo
cejijunto, y yo, mirando, enigmático,
con sonrisa de Gioconda para la cámara una hermosa mañana primaveral y dentro
de la claridad del último piso del primer rascacielos madrileño: Torres
Bermejas. Doña Rosario, su mujer, tiró la instantánea. Con esta foto de
entonces y ampliada bajo el brazo y poco
menos que cinco lustros después, entré en el famoso café al mediodía del 17 de
enero de 2002.
-¿Para
comer?
-Sí.
-¿Cuántos?
-Dos.
-Falta
otro señor.
-Es
convidado de piedra.
Pero el camarero, acostumbrado a la discreción de
los buenos maîtres, no mostró la menor sorpresa porque en el Gijón nada es
imposible y puede ocurrir de todo. Mi idea debió de parecerle original, por lo
que no objetó demasiado a mi propósito, máxime siendo yo persona no bien quista
a causa de mis excesos con el alcohol, pero un buen cliente que se había dejado
en su barra bastante pasta. Pero tal vez
mi querido Pepe Bárcena pensara hacia sus adentros que estaba como una chota.
-Es que
este es mi convite Dapalis([1]).
Pepe Bárcena no me preguntó y eso qué es. Porque
sabe poco latín y eso que es buen escritor que alterna el bolígrafo con la
bandeja. Seguramente ignorara que en Roma se daba el último adiós con un
banquete entre opíparo y sacramental teniendo reservado en el sitio de honor de
la mesa alguna imagen del difunto. Las comilonas dapales de Roma fueron
el origen después del banquete eucarístico. Traté de explicarle a mi querido
José Bárcena de qué iba la cosa:
-Mira,
Pepe. Quiero despedir al Nóbel como se merece
y como él lo haría. Haciendo un corte de manga
a las parcas. Los irlandeses se emborrachan
cada vez que se muere un pariente.
-También
es verdad pero tampoco abuse usted, señor
Arije, que si es de por esas tendríamos que achisparnos
todos los días. Tómeselo con soda- rectificó
el camarero, hombre de gran simpatía y mucho
criterio.
-No nos
caía un Nóbel- repuse- desde Juan Ramón
y aquí la gente se pone de los nervios por menos
de nada. A mí un redactor jefe siempre me
pedía la crónica de las reacciones, cuando estaba
en Londres. A ver, Arije, que es lo que ha dicho
el Nueva York Times sobre el discurso del 12
de febrero.
-Aquí
siempre es 20N. Se rinde culto a la santa Muerte en democracia. ¡Hay que ver el
tono lúgubre y la aflicción que adoptan la locutoras que recitan los
telediarios al dictado del Gran Cofrade. ¿Cuándo jubilarán a esa Cleopatra? -
contesté por hacer un chiste-Pero mi jefe carecía de sentido del humor en
asuntos tan coloquiales.
-¿Sabes
quién era mi jefe?
-No
-Pues
nada menos que Tomás Cerro Garrochano.
-¿Ese?
-Sí; el
mismito que viste y calza; el que se
carteó con Pedro Rocamora a cuenta del Pascual
Duarte que dijo que le dio el
viaje pues empezó a leerla en el avión de
Barcelona y cuando llegó a Madrid,
acabado el libro, no paró de potar toda la
noche. Más que por el mareo del avión por las cochinadas
que ponía el libro.
Era una bellísima persona el tal Cerro. Parece que
lo estoy viendo con su eterno paquete de mentolado en el bolsillo, el vaso de
güisqui a mano y sus chistes sin
sustancia. Tenía cara de perro fiel allí siempre cerca de los teletipos. Sólo
le faltaba la visera de baquelita y saber inglés para formar parte de la
redacción del Chicago Tribune porque él era muy americano. Creo que el
pobre murió de una cirrosis, enfermedad que al fin y al cabo era una enfermedad
profesional de los plumillas de aquella época. Se parecía a Harry Truman un
poco.
-Pues
los pimpollos del monstruo de Iría Flavia lo
ponen verde a don Tomás.
-Cela
siempre exagera. Es cosa de buenos escritores
exagerar pero, en lo que mí respecta, diré
que Cerro Garrochano fue el mejor jefe que me
pudo tocar.
-¿Vas a
Londres?
-Sí.
- Pues
cuidado con el puré de guisantes.
-¿Qué
era el puré de guisantes?
-La
niebla del Támesis antes de que los ingleses inventaran
a la Thatcher, claro está.
Ya veo que el buen pincerna no estaba para muchos
coloquios, chocarrerías y efemérides. Acabábamos de entrar en el España del
euro.
-Bueno
acomódese usted y que le aproveche el vino.
-Media
badilada nada más.
-Está
usted de muerte.
-Hombre
es lo que entra en el menú. Si por mí fuera,
me bebería toda la bodega, que cuajo no me
falta. Ya sabes que me apellido Arije que en árabe
significa vid y soy hijo de Silvino y todos provenimos
de los majuelos de Valtiendas, allá por
donde el Duero pasa echando leches, navegando
en ceñida y trazando un arco de ballesta
desde Roa a Peñafiel en cuyos médanos crecen
nada menos que el tempranillo y el Vega Sicilia.
-Ya veo
que te gusta, ya, por la disertación erudita
que me haces.
-Pero
no soy enólogo. Todos esos sumilleres y catadores
de figones de cinco tenedores y mucho lujo
se están cargando nuestros caldos. Lo echan polvos,
le ponen motes y le dicen palabras raras. No
me toquéis más los cojones. Dejadlo estar. El vino
ha de ser casto como la sangre de Cristo.
-Qué
cosas dices, chaval. Por lo que veo hoy estás
de buen humor.
-El que
aguanta, gana.
La idea me pareció original cuando medio país se
desmadejaba en cantos epinicios hacia su persona o burdos insultos como el de
la meiga gallega o xana astur que dijo en su página del periódico de
provincias donde escribe y cuyo nombre me resisto a transcribir, habida cuenta
que a veces no parece un periódico sino un corral de opinantes donde todo el
mundo echa su cuarto a espadas, donde hay más jefes que indios y más
columnistas que noticias, y donde uno trae una colaboración casi a diario en la
que es su fruición hacer entrevistas a fantasmas y a personajes de la historia
de la región.
Bueno, pues, la señora se despachó con eructos como
el que no quería comentar porque a lo mejor esa misma noche se le aparecía el
alma ensabanada del difunto algo hético y con hambre y temía por los huevos
duros que hubiera dejado la señora en la nevera. Que es una bonita forma de
llamarlo tragaldabas. Se notaba que escribía hecha una Euménide. ¿Era catador o
glotón? Más bien lo segundo. Un fartón. Un gallego aficionado a sus
buenas trapalladas y cuchipandas.
En el fondo era Cela un anacoreta y sus salidas del
asceterio estaban marcadas por estas notas de color que alegran la vida de un
escritor confinado a su torre de marfil, galeote de sus propios sueños,
condenado al rebenque del cómitre, bogando entre la chusma de proa con un remo
de papel blanco entre las muñecas que de pronto se convertía en corbacho de la
inspiración. Nada se puede hacer sin su jabalina. ¿Muerte dónde está tu
aguijón?
Comimos bien mi retrato y yo. Los clientes nos
miraban de reojo. Mi ingestión alcohólica fue más moderada de lo habitual. Una
media botella. Pero la broma me salió por cuarenta euros.
Durante el ágape surrealista que fue la mejor manera
que encontré a mano para expresar mi más profundo pésame a la familia del
finado, sobre todo, a su hijo Camilo y a la viuda, Charo. Ya sé que el maestro
casó en segundas nupcias pero de “nimis non curat praetor”[un rey
no tiene por qué preocuparse de lo que dicen sus lacayos] y de la Castaño no
quiero hablar pues siempre me pareció una arribista chupando rueda. Una chica
de la Coruña bastante pija que se metió por medio y le hizo ver a Camilo, que
era tan inteligente, pero ante el amor todos somos ciegos, figurantes
enamoradiños cuando sólo eran relámpagos agitando las aspas de los molinos de
viento y una traca de pedos del sensacionalismo amarillista, barruntos y
quejas, que enervaron a la prensa rosa. Su enorme popularidad- lo que no suele
pasar entre los escritores y él había sido uno de los mejores que dio la
patria- lo convirtió en gran reclamo de las revistas del corazón. El Diez
Minutos le sacaba retratado luciendo su oronda barriga, y apretado bañador en
una playa gallega. La Castaño lo puso a dieta
pero Cela el que me dijo a mí en una entrevista "para hacer el
viaje a la Alcarria de nuevo me sobran kilos y un par de arrobas" dejó de
ser el mismo. Lo que implica al mismo
tiempo un contrasentido y una paradoja.
CJC, mozo, había sido algo putero. Sólo le importaba
la literatura a la que se dedica en cuerpo y alma nueve horas al día con su
técnica de permanecer en su mesa de trabajo sin levantarse ni para ir al
lavabo. A las mujeres les daba poca
importancia, las consideraba un pasatiempo y viene a tratarlas a patadas en sus
libros, como si participara en su fuero interno de la teoría platónica que
alcanza a la escolástica en toda la Edad Media de que las hijas de Eva
surgieron de la costilla de Adán o de la parte más ruin. Eran seres a medias
entre la humanidad y la animalidad. Considerando en su naturaleza más
sobresalientes los alicientes de la animalidad que de la racionalidad. Instrumentos del deleite,
mujer- objeto, en su compañía, resolvió el expediente por esos tugurios del
barrio chino barcelonés, en las fondas o tratando con las paisanas cuando
vagabundeaba por los caminos. Aquí te pillo aquí te mato. Aristóteles señalaba
que el placer erótico lo daban los efebos, idea de la que seguramente no
participaba nuestro héroe quien, al parigual que a las putas, trata a los
maricas a patadas. Esa idea de la levedad del ser, y la liviandad y poca
consecuencia del sexo como función biológica se encuentra en los Santos Padres.
No sé si Cela habría leído a san Agustín de cuya lección aprende el consejo de
peca mucho y ama mucho. Sin embargo, tal actitud, que tanto exasperaba a las
feministas, puede que fuera mera apariencia trivial, que poco se compadece con
la profundidad y ternura del CJC lírico.
Detrás de la máscara se escondía un alma
sentimental, muy delicada y frágil que de niño padeció el acoso psicológico de
una madre dominante, como veremos después a la hora de abordar el Pascual Duarte. De viejo vino a
enamorarse de la Marina Castaño como un doctrino, huyendo de todo, asqueado de
todo, pues harto de la insularidad de Mallorca abre casa en Guadalajara. Aquel
matrimonio en segundas fue por lo general una sorpresa. La vida da más vueltas
que una noria.
Y el banquete de respeto tuvo por marco aquel centro
que sería cuartel general de sus arrancadas: el Gijón a cuyas mesas no volvería
jamás. El famoso Café hizo inmortal al autor de La Colmena, que logró en
tal menester recabar las caricias de la fortuna muy al contrario de otros, como
Cesar González Ruano, Bartolomé Soler, Pedro de Lorenzo y tantos y tantos
escritores olvidados o descatalogados, cuyo óbito pasó desapercibido y sin
tanto tumulto ni predicamento. Cela, indiscutido e indiscutible, siempre
arrasaba. Camilo era mucho Camilo. A él le cupo la suerte de llevar a hombros a
don Pío a la Sacramental de san Isidro
en el 56 y a mí me tocó almorzar con su retrato a palo seco, un año
después de comenzar el tercer milenio, en una de las mesas, bastante incómodas
por cierto para mis kilos, debajo de las cornucopias y espejos donde se
aparecen de vez en cuando las almas en pena de los literatos que allí pararon,
el notorio teatro de las musas madrileñas con espalderas de guadamecí,
cantadero de todos los urogallos y poetas vagabundos de Madrid, refugio de
incomprendidos, mentidero de la Corte y aseladero de gallos acorralados, de
cesantes y de maridos incomprendidos o bataneados por la parienta, zoco de
pícaros, avispero de zánganos de colmena
cuyo último delito es haber fracasado en el tálamo o en la oficina; corral de
gallinas cluecas y aseladero de alguna que otra puta literaria ¡Qué cosas tiene
la historia, leche! Los anales de este establecimiento están escrito en los
espejos de sus cornucopias desvaídas y en aquella caja registradora toda de
cobra que manejaba con pericia eximia la hermana de don Pepito.
Me dicen que moriste, Camiliño, recitando cuitas de
amor a la Castaño, y que te llevaste al hospital, antesala de tu última morada,
recado de escribir. Esto es despalmar con las botas puestas como también quiero
yo morir. Al pie del cañón. Todo un
ejemplo. Campeón. Con ese gesto sacaba a plaza no sólo mi disconformidad ante
la inmoderación y el desenfreno que suscitaron las exequias en todo el país
sino que paseaba por el mundo la soledad e inconsistencia que afligen a todo
escritor, condenado a ser novel de por vida, que no Nóbel, y eso si es que
encuentra un editor que traslade a letras de molde sus descompuestas
composiciones. Que para eso hay que tener fortuna y yo aquel día me sentía un
poco quizás personaje celiano, a vueltas con mi fracaso, llevando a cuestas la
cruz de la incomprensión, viviendo entre ignorantes, coritos rijosos, como don
Retógenes con el que salí a obleas sin sacramento[iii], periodistas y periodistos, un poco zotes,
acribillado por los recuerdos y manteado por la tolva de mis propios
remordimientos. ¿Verdaderamente soy un escritor? ¿A qué he llegado yo en la
vida? ¿Será éste el final del camino? No he sido más que un vagabundo que pasa
de largo, un buhonero de sueños inacabados, barquillero que andaba vendiendo
por el Retiro el pirulí de La Habana pues no otra cosa son los libros.
Se sentaba a mi lado una anciana de esas de las que
se pasan la tarde con un café y una ensaimada por ahorrar calefacción y a mí me
pareció que se me había aparecido en cuerpo mortal alguno de los personajes de
la Colmena redivivos que acudían sus panzas vacías y el alma juguetona y
expansiva, pidiéndoles mucho bulla, a fumarse un tagarnina y beberse un mosto
sobre los banquetes forrados de velludo rojo con claveteos mullidos de sinople.
-Dame
un tritón, Padilla, pero que no contenga estacas.
Fumar y fumar. Fumábamos aquella picadura eterna que
se agarraba a la gorja cual cuchilla de afeitar. Después vendrían los
emboquillados mentolados. Era un conjuro de espectros. Los muertos estaban muy
presentes. En un momento de aquella comida surrealista me pareció almorzar con
el polstergeist de mi imaginación pues los monstruos hacían corrillo y
estaban de tertulia. Una señora gorda, en la mesa de atrás, me estaba dando el
culo sin emoción, ¡ya para lo que hay que ver! Padecía Alzheimer, y su mente,
jugando a extraños espejismos, recordaba
a un hermano suyo que había sido húsar. La pobre sólo acertaba a pronunciar
frases inconexas:
-Yo fui
profesora de piano del zar donde me ve.
-Sí
daba clases de piano y de canto a sus hijas.
-¿Y
eso? ¿Es usted una aristócrata de San Petersburgo?
-¿Cómo
lo sabe?
-A la
legua se ve. Usted es una señora muy distinguida.
Llevaba
gargantilla y sus dedos eran largos y finos como la de persona avezada y
experimentada a la ejecución pianística.
-Pues
sí. Soy hija de casa bien. Vinimos a Madrid
en el año 17. Me llamó Elizabeth Voronova.
-Mucho
gusto.
El arroz con pollo estaba exquisito.
-He
conocido dos revoluciones. La de Rusia y la de
aquí la del 36. Hemos vivido siempre en
la calle del Almirante.
-¡Uf!
señora, cuidado, cuando suba esa cuesta
y ciérrese en el piso con veinte
candados. Mucho chapero hay por ahí.
Los coroneles de la reserva y los arciprestes de
oficio y beneficio empezaban a salir del armario.
-Yo di
clases particulares a la hija del zar.
-¡Ah! ¿Sí?
-Efectivamente.
Cuando lo del Movimiento nos llamaron por teléfono preguntando por mi
padre. Se puso mamá al aparato para decirles a los comunicantes: señores de la guerra,
nosotros somos gente de paz... La vida da
más vueltas que una noria.
-¿Lo
buscaban? ¿Lo pasearon?
-Estuvo
en la cárcel Modelo, la de Argüelles; in- conti
fue conducido al cementerio de Torrejón. Allí
le perdimos la pista
Decía frases inconexas pero por el ardor y al mismo
tiempo la serenidad con que contaba aquel trance debió de ser protagonista de
alguna de aquellas sacas, esperando una llamada a la puerta de madrugada y no
era el lechero sino las brigadas del amanecer, cuando media población, asustada
en el Madrid de julio rojo, pasó las noches pegada al auricular del teléfono o
a la radio que había que escuchar bajo para no alzar sospechas entre el
vecindario. Un campanillazo a la puerta podía significar el anticipo de la
muerte. Funcionaban por toda la capital
las patrullas de García Atadell, el novelista fracasado que pedía limosna por
los cafés cantantes, llevando el cadáver de un niño suyo dentro de una caja de
zapatos.
La viejecita estaba a lo suyo, el Alzheimer le hacía
perder el hilo de la coordinación mental pero, gracias a su desmemoria, se me
vinieron al presente escenas del ayer revolucionario conjugadas con las de
nuestro presente democrático bajo la vigilancia del Amo de la Red. Al temible
SIM de Indalecio Precio en la calle de la Aduana dirigido por un tal Pedrero lo
había sustituido el CNI de la Casa de la Cuesta de las Perdices bajo el mando
del coronel Manglano, un tipo esquinado y algo tramposo, algo cetrino y de piel
tostada como la de Torquemada que con el maldito advenimiento democrático se
pasaba la existenciando, huroneando vidas y conductas de rojos y azules,
pinchaba los teléfonos. Fue el anticipo del Gran Hermano este Manglano. No
tardaría mucho en acusar su zarpazo un pueblo de rencores como el nuestro y de
viejos inquisidores tuvo a gala siempre espiar, un bizarro y estrafalario afán
que no sirve de nada. Mas, he aquí que el personal, terne en su convencimiento
curiosón y cotilla- España es país de
quijotes pero también parió a la vieja alcahueta Celestina- se observa, se mide, te taladra con los ojos, te vuelve
a indagar y taladrar. Por prurito de emulación no pocos serían capaces de
perder un ojo para darse la satisfacción de ver cómo queda ciego el otro. El
Café Gijón, ese Gran Café de Pedro de Lorenzo, otro de los grandes
prosistas de los 40 contertuliano de Cela y compañero de viaje en las oficinas
de la Censura junto con Ruiz Iriarte,
José María Zugazaga y Pepe Nieto, sirvió de válvula de escape a una
sociedad en ruinas sujeta a las penurias del estraperlo, las casas con derecho
a cocina y el gasógeno, así como de escaparate donde la bohemia paseara su
mugre y su hambre fumando mataquintos o aquel tabaco de ínfima calidad marca
Tritón que fueron nuestros "papirosi" de posguerra. Muchos siguen
creyendo, ofuscados por su masoquismo, su sumisión, o su papanatismo (aquel
verso de Machado: "Castilla desprecia lo que ignora"), que aquello
sólo ocurría en España. Craso error. La Alemania de las Trummerfrauen o la Inglaterra después de Churchill del Tea for two, I am alright Jack, la hogaza de
pan a tres peniques pasaron aun más calamidades que nosotros al igual que
Francia e Italia, la Italia de las "Noches de Cabiria" y de
"Ladrón de bicicletas" o la Francia de Bidault que era casi una
nación de mendigos y de avaros, sumidas en la indigencia y la carestía. Tras la
segunda guerra mundial sólo medraron los americanos, los que nos mandaban leche
en polvo. Para ellos la destrucción de Europa significó ganancia. Los
estraperlistas como aquel personaje de La Colmena (buen puro se está fumando usted amigo... mis cinco pesetas me ha
costado) lucía su opulencia en la barra del famoso establecimiento de
Recoletos. La pianista rusa que se me apareció aquella tarde había saltado a la
realidad desde las páginas de "La Colmena". Como doña Rosi, el
"limpia", Padilla o el camarero Baldomero. Señores de la guerra nosotros somos gente paz. Me imagino entonces
a un comisario bigotudo de nariz aguileña que hablaba con acento extranjero en
la comisura de sus labios un cigarrillo de marca turca y en la gorra una
estrella roja de cinco puntas. Noches de sacomano, purgas e inquietud en el
Madrid cercado por fuera por los fascistas y por de dentro bajo las garras de
la checa. Vístase. Venga con nosotros. Todos los del piquete traían pañuelo
rojo al cuello y aspecto de maleantes. Las manos de la anciana estaban limpias
de sangre y, rectos los huesos, sin la comba de la artritis.
Evoqué al pelotón que vino a buscar al señor en el
rellano de aquella escalera de caracol cuyas vueltas se perdían en un
laberinto, el del odio y el rencor, la hiel en las pupilas, algo agrandadas por
mor de la grifa. Arriba del todo, una claraboya
permeaba una claridad fantasmagórica, luz lechosa porque blanco es el
color de la muerte, de Oficio de
Difuntos 5.
-Ring... ring- suena el teléfono del Alcázar de Toledo ¿Coronel
Moscardó?.
-Al
aparato.
-Tenemos
a su hijo prisionero. Si no entrega la plaza, en veinte minutos será fusilado.
Hable con él.
-Dime,
hijo mío.
-Papa,
soy Luis
-Muere
como un valiente. El alcázar no se rinde.
Lo del "alcázar no se rinde", conmovedora
historia que leímos en aquel libro de lectura que se llamaba Historia de España en el que aprendimos
a leer y llenar de patriotismo las cajas del alma, era una frase en desuso
arrinconada por la globalización que por aquellas calendas se acercaba y hoy es
un hecho incontratable, hasta el punto que la masonería bruxelense en colusión
con gnomos de Zúrich va a sacar una premática por la que se suprimen los
partidos políticos que tengan la defensa de la patria como denominador común.
Hubo capitulación y hasta se pretendía devolver las llaves de Granada a Boabdil
el Chico y sus deudos pretendían traerlo a Granada desde Fez. Un ángel negro
como un drone o avión espía surcaba
los cielos escribiendo entre una palabra en alemán en caracteres negros y no en
papel ni agua bendita: "Rache". A los que cantábamos el "cara al sol" nos pusieron a
entonar las estrofas del "dies
irae".
-Os
vamos a ajustar las cuentas, fascistas, bribones.
Tenemos a España cogida por los cojones.
Y ahora vayamos todos con flores las
noches a la diosa Némesis que madre nuestra
es. Lo de Flores a María quedó obsoleto.
De ahora en adelante se suprimen las novenas
Porque los que estas palabras pronunciaron eran los
plutócratas de la castuza (ahora tenemos
todos la sartén por el mango) debían de ser catalanes con la sangre no muy
limpia por lo cabezotas. Y no nos quedó otro remedio que silbar a la vía o
sentar plaza de cliente en el Gran Café de Recoletos para ver y dejarse ver. La
mayor parte de aquellos que aspirábamos a literatos provenía de los seminarios
abarrotados, de las escuelas de artes oficios o de los campamentos de Falange.
Creo que, siendo uno de los pocos contumaces al cambio pues no mudé de piel, me
coloqué en el disparadero de tiro al blanco. En las mesas yo era el profeta que
pegando voces libaba jarras y jarras de cerveza en la compaña de don Sergio, un
diplomático español que parlaba el alemán mejor que el propio Lutero, me inmolé
como víctima propiciatoria a sabiendas de que el tiempo me daría la razón, como
así ha sido, y confieso que las ideas que esparcí por Internet se derramaron
por el mundo y han aprovechado a unos cuantos. La mayor parte de mis
contertulios se había olvidado del Libro
de España. Apostatando de sus ideales, se habían vuelto comunistas y allí
estaba yo igual que Daniel en la jaula de los leones. El escudo con el Águila
fue removido de los despachos y de los edificios oficiales por orden de la
masonería, se derribaron las estatuas. Las calles cambiaron de nombre. Me sentí
solo, más solo que nunca en medio de aquel bullicio de tanto discurso y tanta
movida. Percibí entonces la soledad del corredor de fondo. Todos habían
cambiado, el entorno se movía y tú te habías quieto, parado, blanco de las
miradas sospechosas, exilado dentro de tu propia piel pero sin la lástima de
aquellos que, como tú, corrían la misma suerte. Solo y sin saber adónde ir. Tal
vez a Salamir. Mejor al Café Gijón que serviría de escondite y cobijo para este
pobre pecador.
-El que
va a Salamir es que no tiene donde ir pero
tampoco sabrá cómo salir- rezaba
un dicho popular de mi tierra.
Los curas habían echado el cierre a las mirillas de
los confesonarios. Dolor de atrición y dolor de contrición ¿Cuál era la
diferencia? Esos matices se quedaban para las lecciones de Casuística y
pertenecían al nidal de la gallina que ponía los huevos de oro. El que no
cosecha desparrama y en las naves laterales de las iglesias ya no quedaban ni
beatas como antaño esperando turno para ir a descargar el saco. Los políticos
propalaban un lenguaje nuevo, el del consenso, que no traería al hombre nuevo y
que haría renacer al viejo. el consenso era en verdad un nuevo trágala. Viva
Fernando VII. Los militares andaban todos de maniobras por la Guerra del Golfo
o se fueron a Bosnia a repartir flores a los turcos en las mezquitas entre versículos
y lilailas quedándose sin hacer nada cuando estos musulmanes quemaban iglesias,
arrasaban conventos o violaban a las monjas yugoslavas. Cristianos a los
leones. Éramos una raza a extinguir pero la vida da más vueltas que una noria.
El stibadium del Gijón no es que
fuese un lecho de rosas donde las ninfas con los sátiros de la literatura
hicieran cama redonda pero yo me aferré a la talanquera del burladero como el
naufrago se aferra a un salvavidas. Había que ponerse a cobro, pegar el brinco
del burladero hurtando el cuerpo a los empentones de aquellos furiosos
vitorinos que corrieron por Madrid la noche del 23F. Tanto palabreo y después
de todo fuese y no hubo nada. La CIA había pegado aquel golpe maestro y los
progres no se enteraron como tampoco que los etarras tenían abierta cuenta
corriente en los bancos de Washington. El frenesí de la movida fue mucho
cacarear pero poco dar trigo aunque en el fondo puede que se tratara de uno de
los movimientos políticos más cachondos que jamás haya tenido este país. Nos
hemos tirado cuarenta años viviendo de titulares, creyendo lo que nos contaba
la nueva prensa del Meneito donde Juan Luisito Cebrián un hijo del antiguo
régimen se quedó con todo. Abran paso a las mediocres.
Mientras otros hacían montón, especulaban,
arramblaban con las arcas del gobierno o dilapidaban dineros públicos, yo me
conformé con un modesto pasar y un puesto en la Administración donde se me
pidió que por favor que no diese golpe. La orden la cumplí a rajatabla. No
faltaría más. De vez en cuando solicitaba una baja por depresión. Haciéndome
pasar por loco y por dipsómano conseguí burlar a los podencos del general Manglano que merodeaban detrás de mi
pista. Sentía el aliento de sus belfos en mis calcaños. Eso de hacerse pasar
por borracho era una estratagema que solían practicar los nihilistas rusos para
evitar Siberia o el paredón. En España da también resultado porque el borracho
aunque ser despreciable no significa competencia. Te das al vino y eres hombre
al agua. Está descalificado de la competición y los unos y los otros suelen
perdonarle la vida. ¡Viva el lujo y el que lo trujo! San Frutos pasaba la hoja.
Cambiaba el signo de los tiempos. Cela que había sido legionario y censar y
hombre adicto al régimen franquista, aunque fuera equidistante y políticamente
neutro para guardar las apariencias, fue uno de los primeros en darse cuenta,
cuando los chuetas mallorquines le invitaron a hacer un viaje a Israel. Después
del muro de las lamentaciones aparece un escritor distinto, domeñado, triunfal
en fama y en dinero pero que ya no era él. ¿Se circuncidó? ¿Vendió su
primogenitura por un plato de lentejas?
No nos adelantemos a los acontecimientos. Volvamos a
nuestra querida dama rusa que decía que la vida da más vuelta que una noria
mientras me contaba aquel día del funeral los trágicos episodios por los que
tuvo que pasar su familia. Causa general. Los burgueses a la camioneta que
cruzaban por la noche por Cibeles con los faros oscurecidos por una pantalla
nictálope antimisiles agitando sus motores fantasmales que nunca se apagaban
para sofocar los gritos y los llantos de los ajusticiados. Aquellos señores de
la guerra nunca podrán ser caudillos de la paz. Me imaginé las manos de la
anciana cuando era condesa allá en San Petersburgo y hacía arpegios sobre el
piano de cola en las salas del Palacio de Invierno. Interpretaba sonatas de
Chopín y de pronto se expandía por las salas la magia de Tseretsade. Se abrían
las tapas del baúl de la imaginación. Los sueños corrían en trompa. La
Dolorines de Cela se juntaba con la cuadrilla de mis héroes y heroínas: todo lo
leído y acopiado en las dispersas lecturas de los autores rusos. Los
estudiantes de Chejov, los viajantes de Gogol cubriendo el largo itinerario de
la estepa llena de barro y de tontos,
las barbas de los staretzi. y
de los peregrinos majaretas. Todo absolutamente todo se juntaba en una amalgama
onírica. Porque el que acababa de morir no era más que la cúspide del gran
bloque de hielo oculto en la Antártica.
Kolia se perderá. Ya no me quiere usted, Anastasia Ivanovna. Me
suicidaré. Mi anciana abría los ojos como platos pero no sería nunca capaz de
entender. ¿Per cómo es posible? ¿Qué fue de nuestros sueños? La vida da más
vueltas que una noria. Semeja a la danza de la muerte.
-Hay
que andarse con tiento, Elizabeta Voronova,
ya no hay gente de paz; los señores
de la guerra extienden su esfera de acción por
muchas partes. A ver quien es el majo.
Sí, señor. Eso... a ver quien es el majo.
Puedo afirmar pero no porfiar que Cela fue mi padre
literario, mas en esto de las paternidades hay que andarse con cuidado. Todas
son putativas.
-Por
eso yo me cierro por dentro. Ya me han dicho
que Almirante es una calle peligrosa y de mala
reputación, pero por las noches tranco la puerta
y por el día pues aquí estoy en este café viendo
pasar gente. La vida da más tumbos que una noria y señores de la guerra,
nosotros somos gente de paz.
-De
poco nos ha servido, señora. Porque aquí porque ganaron los perdedores.
-Yo
estoy aquí tan ricamente tan calentita, viéndolas
venir. La vida da más vueltas que una noria, ya lo creo.
Algunos clientes se nos quedaban mirando. A mí, a la
vieja, que en algún momento de nuestra conversación me pareció haber saltado
hasta el burladero del restaurante por
donde se baja a la caverna o bodega, desde las páginas de Crimen y Castigo,
me recordaba las obsesiones del difunto. A muchos les faltó decir, a causa de
lo compungido de sus jemes, lo del te acompaño en el sentimiento pero nadie
acertó con aquello de que lo veamos en el cielo pues por las trazas este lugar
esta vacío y ya nadie cree en la vida eterna. Un convidado de piedra no
obstante inspira bastante respeto y si ese don Juan de Mejía resulta ser un
laureado con el Nóbel pues no es extraño que a muchos les entrasen deseos de
pegar brincos y soltar aquellos versos de “yo a los palacios subí, yo a las chozas bajé, y en todas partes dejé
memoria infausta de mí”.
III
JUDÍAS CON
JAMÓN Y AQUEL OTRO ENCUENTRO EN LONDRES
El menú eran judías verdes con jamón, bistec con
patatas y media botella de clarete de la casa, café muy bueno, cuatro mil
trescientas. los españoles somos algo
torrezneros. Nos gusta comer y vivir bien. La vida pega más vueltas que una
noria. Eso, señora. Por ahí van los tiros. A la rueda de la fortuna no en vano
la denominan voltaria; tan pronto estás arriba como boca abajo. Y contemporiza
poco con la razón. No hay congruencia en la vida como tampoco lógica en los
actos de los hombres. Erifos y Tanatos prorrumpieron en los gemidos estentóreos
de una jarcha aquella tarde de
duelo. No eran cantos de plañideras sino
bien acompasados suspiros por el que dejó de ser. Por el tono grave y escéptico
recordaban las coplas de Jorge Manrique tan insertas en el meollo de la razón o
sinrazón humana. Verdura de las eras. Polvo del ayer. Coplas castellanas. Todos
nosotros nos formábamos mirando para la Edad Media y aquí se ha plantado una
generación nacida de las máquinas tragaperras, del mando a distancia, y del
ordenador que piensa en el futuro y para las cual el pasado no existe. Había
que acabar con la lista de los reyes godos.
Y en el motivo guía, dando cuerpo a la sinfonía
orquestal, estaba Dolorines la portuguesa la del bigote compensatorio que era
izada sobre el pavés de gloria. Mira que te entronizan, Dolorines. Has dejado
de ser maritornes para convertirte en musa y dulcinea de todos nosotros, reina
de los fregaderos de la Ballesta y los muladares/altares de Afrodita. ¿Qué fue
de ti, Norberta, la de los senos palpitantes y la de los besos furtivos que sabían
a caramelo de limón y menta?
La duquesa rusa no sabía quien era el comensal que
me acompañaba en aquel ágape Dapalis([2]) y si lo sabía no lo podría memorizar. Aquella mujer aquejada de la
enfermedad de las neuronas y la mente oscurecida por Alzheimer me pareció en
tales instantes símbolo de una patria en inferioridad de condiciones que
detractaba de todo su glorioso pasado y entregaba sus recuerdos a la pira del
holocausto. España, ¿quién te engañó
para que con tanta facilidad y sin ningún rubor a ese inmundo maromo así te
entregaras?
Lisabeta Voronova no sabía quien era el hombre tan
importante que estaba de cuerpo presente ni el objetivo de mi homenaje
culinario tan caro pero tan entrañable. Allá en el rincón estaba Alfonso buey
suelto bien se lame, rey en su trono ni envidioso ni envidiado, sabiduría
española chapada a la antigua, caballero de fina estampa controlando los
dominios de la puerta giratoria. El cerillero era el personaje más importante
de la institución. Era un hidalgo palentino que vino de las minas de Aguilar de Campó, un anarquista con madera de
santo que sabía estar y al que deberían de haber canonizado, sin ir a misa, en
su barrio de Vallecas.
-No
dejes ahí la cartera, niña, que hay rateros descuideros
- decía un cincuentón mirando de reojo
para don Cneo Arije que iba ya por el postre.
Joder que mal pensada es la gente. Piensa mal y acertarás. Si me quitan la
cartera (me ocurrió varias veces una vez dos moros me vaciaron los bolsillos
por detrás y después un zurrón inglés
que me había regalado una novia que tuve y que fue a comprarlo a Londres, y era
de cuero repujado y, otra, libros y la bicicleta no se la llevaron porque
estaba bien murada y amarrada al tronco de una acacia del Paseo Recoletos)
¿cómo vuelvo yo a casa esta noche?
-¿Es
usted autor?
-En esa
demanda estuve pero ya no sé ni lo que soy,
señora más que un vagabundo sin suerte que
muy a su pesar no ha perdido la sonrisa y
a todas las horas le quedan ganas de empinar
el codo. Los diablos me lleven en
volandas pero ando un poco
descarrilado por la vida. Ya sé que somos
todos demócratas pero la democracia ha
dado buena cuenta de mí.
-Muchacho
descarriado, tú estás fatal- me dijo la contertulia.
La rusa con su monotema-que se parecía a los
guionistas de los telediarios ofertando cadáveres y tiroteos camino de Damasco,
muchachas violadas y niños negros con la barriga hinchada por el hambre a la
hora del té- estaba dándole vueltas a la misma frase como una parva que nunca
acaba de ser trillada en la tarde infinita.
-La
vida da más vueltas que una noria. ¿ Es usted
escritor?
-En eso
anduve pero debo de ser muy malo. Nunca
conseguí publicar nada más
que reportajes
o algún articulito en diarios provinciales... cosas de poca monta.
La entrevista que le hice a este nombre una mañana de primavera en que parecía que salí de
casa a la misma hora en que se había inventado el mundo fue mi hora magna. La
de los halagos y las sonrisas. Tenía veintiocho años y una tremenda ilusión por
alcanzar la picota de la cucaña pero no he trepado mucho. Los ha habido que
llegaron más lejos. Me derrumbé muy pronto. No tuve una novia portuguesa como
Cela ni me permití esos lujos. Entre las
mujeres que amaba, a todas las decepcioné. Tiempo adelante, me decanté por la
bebida mientras a un lado y a otro se cerraban los postigos del gran castillo.
Y acá me tiene vuesa merced. Por cierto, escribí alguna cosa interesante pero
por lo común, vaciedades en forma de refritos. Tuve la oferta de un editor que
me mató el hambre para escribir novelas
del Oeste en una semana. No me gusta el gran público. No soy escritor de masas
sino de minorías. Las Letras a las que tan sólo me proporcionaron sinsabores.
He escuchado constantemente el sonido de los hachazos del leñador que talaba el
jardín de mis cerezos. Mala suerte.
Parece que tengo la negra. Los aojos del destino pudieron conmigo.
Definitivamente fui un vagabundo sin suerte. Acuérdese del niño segoviano que
encuentra don Camilo al pasar por Segovia en su obra “Judíos, Moros y Cristianos” allá por las navas de Tejadilla a la
salida de la ciudad llorando a moco tendido como un Boabdil a vistas del
Albaicín. ¿Qué te pasa, hijo?
Mucho lloraba el chiquillo y sus motivos no le
faltaban. Madre se nos escapó con un cabo de Regulares y padre está que bufa y
muy desconsolado. Tampoco tiene demasiada importancia, rapaz. No será ni la
primera ni la última. Otro lazarillo de Tormes. Temprano empezó la vida a darte
cabezonadas sobre el toro del puente del Tormes pero guiando al puto ciego tú
pronto aprenderás. Estas cosas pasan. El
vagabundo trató de consolar al chico desconsolado en su orfandad, que mataba la
tarde jugando al gua y andaba a lagartijas por los canchales del Barrio de San
Marcos, para ahogar el furor de los cuernos de su padre. Se puso un poco triste
al darse cuenta de que sus consuelos no servirían para nada. La guerra civil
supuso la liberación sexual de muchas féminas que, sintiéndose maneadas al
brete del fogón, la cuna, la pila de lavar y el hachero de la iglesia, optaron
por soltar amarras ante la llamada del deseo. A Cela en sus vagabundajes le
salieron por los caminos las víctimas de aquel desmadre: todo un ejército de
niños abandonados. El dato lo apunta en casi todos sus libros corográficos.
La mujer es un ser incomprensible y montaraz. Acaba
siempre triscando por las trochas más peligrosas. La cabra tira al monte. ¡Ay cerrera, cerrera! Se despidió el vagabundo del niño y, sentado
sobre una piedra miliar del camino jacobeo, contempló por última vez la visión
de la ciudad que brindaba un magnifico espectáculo de trasatlántico almenado.
El espolón del alcázar ponía proa al infinito y la aguja de la catedral era el
palo mayor con una popa bien nutrida de hermosos monumentos. ¿La quilla del
galeón de la historia qué rumbo andará? El acueducto en los comedios parecía el
puente de mando. Se alejó vera del Eresma abajo, camino del ventorro de san
Pedro Abanto. A la entrada de esta tasca bien se fijó que hay una letrero que
dice más vale acá mojarse que enfrente ahogarse. El río Eresma pasa a menos de
treinta metros, sus aguas cabrilleando detrás de los pobos de la ribera, y, por
consuelo a sus tristezas, se echó al coleto un jarro de tres cuartillos pero la
ruta le esperaba y tuvo que hablar en gallego a los grillos mientras arriba en
lo alto de la olma estaban ya encaramadas en su cortijo negro todas las
estrellas.
Al otro lado de la esfera, la cara de la luna
arremangaba su nariz. Era una luna de enero imponente de vigilias frías y
calmas, que parece que alumbra la noche con mucha electricidad. La lechuza
vigilante al acecho por ahí, y don Camilo, con cuerpo y salud suficiente para
pasarla al raso se perdió, midiendo el horizonte con sus pisadas, del niño
segoviano cuya madre se había fugado con un cabo de Regulares.
Eran tiempos en que se creía un poco en la bondad
del hombre y se cantaban canciones para terminar con la guerra. ¿Hace un trago?
Venga. Sus pasos sonaron cerca del convento de La Soterraña en Santa María de
Nieva cuando ya amanecía.
Yo fui, mientras mi mente disfrutaba de tales
entelequias, al excusado del Gran Café a exonerar la vejiga. Es para lo único
que vale la literatura. Para poder mear
en sitios importantes, en urinarios de mármol adosados a la pared recién
perfumados y darse pisto de que uno escribe. La vida da más vueltas que una
noria y es que la han puesto en manos de un aceñero que está como una cabra.
Loco de remate. Milana bonita. Milana bonita. El espectro de Luis Escobar, J.L. López Vázquez, María
Luisa Ponte magnifica en su interpretación del papel de Doña Rosa en la
película de Mario Camús, de Agustín Gonzalez o de José Bódalo, Paco Rabal y
otros andaban por ahí.
-¿Ha
comido bien su señoría?
-Cojonudamente.
El dueño, un
detalle que no pasó desapercibido, abandonó el mostrador para despedirme. Cneo,
como Marcial Lalanda, tú eres el más grande. Yo pensé “coño ahora sí que soy un
tío importante”. A uno no viene un
fondista a hacerle el paripé todos los días. Estaba tan orgulloso que creo no
me cogía un piñón por el culo aunque sin llegar al nivel del difunto, quien, por una rara condición de
sus esfínteres, era capaz de absorber media palangana de agua tibia por el ano.
Fue la secuela del tiro que le pegaron en Oviedo. A don Camilo le habían
atraído las barracas de feria donde posaba la mujer barbuda o corría el tren de
la bruja que iba atizando a los menudos viajeros que iban montados en él con
una escoba y se mostraba al enano que,
sexualmente enervado, medía dos palmos, más a lo ancho que a lo largo... pues
vaya un tío. Su prurito por las
deficiencias de la antropología hacía que sus cuentos fuesen tan tremendistas
como interesantes. Todos en el fondo sentimos dentro de nosotros saltar a un
andarríos y vemos correr a un
saltimbanqui si quiera en sueños. El nuevo dueño del Café Gijón me cae muy
bien. Es mucho más liberal y tolerante que don Pepito el cual riñó con González
Ruano el maestro y conmigo debía de ser por una vieja cuenta atrasada yo es que
me lié a pegar voces y a despotricar cuando estalló la Guerra del Golfo que
bien me acuerdo, menudo escándalo, once años justos que a ti te llevasen en la
carroza fúnebre y ahora que lo pienso: otro aciago día de san Antón, fiesta
mayor de los burros, perdí yo a uno de mis mejores maestros de literatura
inglesa Jack Tressey White que en paz descanse.
El amo del café
Gijón es trabado de hombros, algo chaparro y mira con ojos que inspiran
confianza y valentía. Debe de ser un gran español. Muy inteligente. Hay que
valer. Para llegar a regentar un establecimiento como éste se necesita mucho
más mollera y mano izquierda que para gobernar un ministerio. Le di mis más
rendidas gracias y todo mi afecto y luego besé la mano al cerillero Alfonso que
es todo un señor. Lo reconozco: a veces resulto cargante y mi comportamiento es
incorrecto; cometí muchos excesos en aquella arca de Noé que sería para el que
suscribe muro de lamentos y burladero donde esquivaba los testerazos del eral
de la existencia que tampoco es manco en contrasentidos e intercadencias
múltiples, se emborrachaba con frecuencia, dilapidaba dineros pensando que la
fortuna le sonreiría algún día. Mañana amanecerá, "tovarich". Uno no
es una santo pero allí se me aparecieron Erifos y santa Teresita del Niño Jesús
todo de un mismo tiemblo y de una sola sentada. Hablé con los doctores de la
ley y fueron mis compinches de parrafada un Pedro de Lorenzo, el fiscal
Chamorro, Eugenia Serrano, Buero Vallejo, el poeta Rafael Morales el
talaverano, ningún sonetero mejor que él en Castilla desde Garcilaso, y otra
gente importante y de alcurnia cuyos rostros reconozco pero cuyos nombres no
acertaré a decir; "vsie prichi ludi"
que cantan los diáconos rusos en sus letanías y mementos de vivos. Gente de valía que me perdonó y me toleró. De
repente acudió a mi mente el tropel de caras, unas acusadoras otras con sorna
de burla; otras, interesadas en mi mensaje tan poco característico y tan
original. Aquí, Alfonsito, quiero que me quieras. Acabo de celebrar un fuera
borda a la gallega. He comido, solo, como un pontífice -los papas y los jueces
no suelen sentar a nadie a su mesa- en la compañía de mis recuerdos. Yo me
entiendo y dios me entiende.
-Vale.
Justo al pie en la acera pasó un haiga mortuorio
camino de La Almudena[iv]. Me quité la boina y saludé instintivamente. Detrás
del furgón de respeto bajaban coches ocupados y taxis por gente de alcurnia
pero aquel entierro era demasiado hortera para pertenecer a nuestro héroe.
Dentro, escoltando a la muerte en su carromato, llevaban un lindo cargamento de
vida, coronas de flores a barullo, que seguían respirando en la hornacina del coche
de la funeraria. Los del duelo con caras de circunstancias muy premiosas me
parecieron lebreles que se resisten a la traílla de la jauría y marchan
obligados sin muchas ganas de ir al monte, que bien saben lo que en el monte
les aguarda. Me pareció que todo el trafico descendente y ascendente no ponía
el morro en dirección de Atocha y de Cibeles sino que enfilaba el camino de la
eternidad.
-Aquí
has dado algunos sonoros, Arije. Escapas con
facilidad al garrote vil. Tuviste siempre mucha
fortuna
-Estoy
arrepentido. Pido clemencia a los que me tuvieron
que aguantar.
-Aguantan
y ganan-me dijo una voz interior.
IV
ALFONSO EL “CERILLAS” (de una cronológica mortuoria
mía publicado en Internet)
No me considero un tipo duro, soy terne de pelar, es difícil que llore pero
esta mañana de Santa Águeda del 2006 cuando las mujeres mandan en Zamarramala
me llamó Pepe Bárcena, relaciones públicas del Café Gijón, elegante pincerna,
buen escritor y copero mayor de nuestras libaciones eucarísticas [dice de él Umbral
que Pepe con su melenita corta, su servicialidad y su sonrisa le cae bien a las
señoras, y muy buen dicho, además] para darme la noticia de que había fallecido
Alfonso González Pintor El Cerillas,
del Café Gijón, una institución en la vida literaria, política y periodística
madrileña de la Transición, se me saltaron las lágrimas por teléfono. Lloré de
dolor. Tenía sólo 72 años y daba aspecto de sempiterno joven. Su sepelio fue
tan humilde y servicial como su vida entera. Creo que no sólo se nos ha muerto
un hombre se ha acabado toda una época. Este humilde menestral, en apariencia,
pero de alma grande y un corazón que no le cabía en el pecho; él ponía una gota
de almíbar donde todo es hiel y acíbar con una de sus humoradas, (¿me escuchas,
tú me escuchas? ¿Me quieres?... ¿Tú ,e quieres? Claro que sí, Alfonsito, no
faltaría más. Pero ¿tú me escuchas? No me escuchas, y así arreglábamos el
mundo, (dale que te pego) munificente en los sablazos que jamás se le olvidaba
reclamar por cierto, magnificente en el servir sin ser servil y quedar señor
incluso con cabrones que no se lo merecían, pero, en fin corramos un tupido
velo, era amigo mío. Como de tanta y tanta gente. No creo que tuviera enemigos
y este justo de Israel que no iba jamás a misa y que a lo mejor no creía en
Dios pero Dios sí que creía en él,
Alfonsito, majo tráeme un farias y un paquete de chéster, eso está hecho... a
mandar... Me echó más de un capote, y me
empujó para que no me empitonaran los miuras hacia el burladero del Gijón, tan
tolerante de moros como de judíos que el Gran Café fue siempre el gran
cantadero de urogallos desde donde se han orquestado conjuras, sabidas por todo
el mundo y catasta escaparate con veladores y espejos donde el todo Madrid iba
a sentarse a hacer el despeje plaza aunque
uno no llevaba por ejemplo a una novia
que nos las acababa quitando Manolo el Guapo y poco nos importaba que el
Loco nos pidiera para un café, oye ¿me dejas quince pesetas? Ten, ya digo; era
un santo de Israel sin adscripciones sionistas y él, que era el Fúcar de todos
nosotros, odiaba –bueno lo de odiar es un decir porque no creo que en el
corazón de Alfonso González Pintor se albergara una micra de odio- al gran
capital. Su padre un minero palentino lo pasó mal y anduvo en prisiones pero no
creo que sea verdad lo que dice el Tuercebotas
siempre barriendo para casa que lo
fusilaran los nacionales, eso sí me contó una historia enternecedora de su
madre y él a lomos de un burro huyendo por los puertos camino de Santander,
pedía limosna por los pueblos para sacar de comer. Refugiados. Todos somos
refugiados y supervivientes de algo. Y si no hubiera habido ese burladero
detrás de la barra que él enfilaba con sus ojos cansados y llenos de sabiduría
de hombre de vuelta de todo que ve pasar la vida alzado sobre la humilde
tajuela de cerillero, monarca de sus dominios, que más parecía un trono pues
cuantos guiris, que pasaban por la plaza, nada más que lo diquelaban. se
quedaban con su estampa hidalga y decían aquí tiene su sede un caballero
español. Sin sus capotes a mí me hubiera pillado el toro. Y a otros muchos,
como yo. En tiempos de tribulación no hacer mudanza recomendaba Iñigo de
Loyola. Yo me fui para el café Gijón cuando venían mal dadas. Allí estaba
Alfonso. Siempre te daba las buenas tardes pero si te notaba de mal humor hacía
que no te veía. Hizo la mili en Caballería y fue mozo de espuelas con el Rey,
al que llamaba mi Rey o mi Capitán Borbón. Hasta supo alguna anécdota [el nieto
de Alfonso XIII era putañero y le gustaba sofaldar criadas y andar en juergas
como a todos los monarcas de esa casa que siempre tuvieron fama de golfos]
aunque de faldas poco no acostumbraba a contar pues, archivo de la cortesía,
era también paradigma de la discreción. Jamás le escuché hablar mal de nadie ni
decir nada que pudiera ofender aunque a veces era especialista en chistes
malos, en retruécanos y acertijos. ¿Me escuchas, tú me escuchas? Hacía como que
dormía y que no escuchaba pero se enteraba de todo lo que decían los de la mesa
tras su banqueta que era la de los tertulianos como Manolo Vicent el que decía aquí hay que venir lloraos ¿y con caspa
no, Manolo? Tampoco, de Álvaro de Luna, Tito el de “Cuéntame” y otros. Alguna
vez se tomaba la licencia de intervenir en la conversación con la anuencia de
todos aunque los de esa mesa eran un poco repugnantes y a mí en más de una
ocasión me mandaron a tomar por culo pues yo nunca me callo ni escondo mis
pareceres. Él hizo de este bar un asilo
de la inteligencia vencida que se ve cercada como una isla en la vulgaridad
ambiente. Habitual de los bancos forrados de terciopelo como los de los Comunes
y de sus sillas pasadas de moda he engordado tantos kilos que ya no me cabía el culo en estas
sillerías del coro del cabildo de librepensador. Y allí estaba él. Siempre igual erecto. el pelo negro intenso y
abundante, sujeto con fijador, la raya en medio, sentábase tieso, con una
elegancia natural de gran sumiller, para corregir su espalda malhadada por un
accidente en la mina y quién lo iba a decir otro absurdo accidente de automóvil
sería la causa definitiva de su cita con las parcas. en las navidades del año
2000 lo atropelló un automóvil en la Castellana al salir del trabajo. Yo estuve
en el entierro y hable con su hijo que vivía en Londres. Se me ha muerto un
amigo. Yo le debía muchos favores. A mí me parece que era el alma de este lugar
con alma, el último café de Madrid de toda aquella saga “La Fontana de Oro”, el
“Lyon”, “Pombo” el “Bilis club” al que no faltaba Clarín en sus visitas a
Madrid desde Oviedo. “Fornos”. “Llhardy”.
Todo un florilegio de vida social y literaria llamado al finiquito. Alfonso era
el último mohicano y su desaparición física ha coincidido con la implantación
de la Ley antitabaco de la ministra esa, con cara de gobernante inglesa
empeñada en hacernos a los españoles vivir
más sanos pero con peor mala leche pues allá van leyes do quieren reyes;
esto es los que tienen el BOE de sartén y de mango. Precisamente los que el
bueno de Alfonso creía que eran los suyos. ¡Qué desilusión! Seguro que la
palmamos antes. Nos quedamos sin cerillas. No habrá más tabaco. Fue uno de los
personajes que inspiró a Cela porque su "Colmena" era un reportaje
del día a día en el Café. Aquí siempre tiene que haber algún guerrocivilista.
Hay que hacer la guerra a algo o alguien. Viejos resabios del atavismo ibero
ese que pinta Mingote con un garrote y en taparrabos haciéndonos señas. Oye tú
pasa para aquí dentro. Que te voy a dar la cena. Es el placer de prohibir. A
joderse. Antes donde había más de cuatro que cada uno saque su tabaco. Y más de
cinco que cada uno se fume el pijo. Ya no. No nos moriremos de cáncer de pulmón
o de un infarto. Pero a lo mejor un picajoso prurito anal se nos lleva por
delante. Descuide, ministra, que aquí nadie va a quedar para simiente. Y si no
es del bazo será del espinazo. Empezando por usted que farda incluso de hacer
gimnasia en el despacho. Mens sana in corpore sano. Pero si nos falla la mente a ver qué hacemos con
tanto cuerpo cachas pero embrutecido. Veo a los pensionistas solitarios y
deprimidos haciendo pedestrismo por el barrio y pienso que mejor estaban
echando un tute o en la cantina. A lo mejor estaban menos descontentadizos y
habría mucho menos violencia de género. Bueno lo del pito del
"después" no nos lo quitó aun. Todo se andará. Que ya nos quitan el
cigarrillo como después nos quitarán la
siesta. Aunque todo seguirá igual. Hemos salido del no te jode para entrar en
el nos ha jodido. Son los perros con los mismos collares. Ahora parece que
ladran luego mejor cabalgamos. Buscábamos la celebridad y hemos acabado
derrotados, anónimos. Estamos, sin embargo, seguros de ganar victorias después
de muertos. La pragmática sanción que convierte a la venganza de los indios y
sus usuarios en un atajo de apestados creo que va contra el talante y el talento
del hombre hispano (aquí con el cigarrillo o el veguero entre los labios se ha
hecho el amor, la guerra, la postguerra, se sellaron amistades y enemistades,
se escribieron cartas a la novia, instancias y ultimátum) otrora hubiera
provocado un motín, una revuelta popular como la de Esquilache. ¡Cualquiera le
recorta las alas del chambergo o los vuelos de un manteo a un español! Hoy el personal se ha vuelto como muy ligero;
nos encontramos en plena cultura light. Pastueño, acomodaticio. Somos acémilas uncidas
a la noria del ir tirando. Ya no quedan españoles como los de antes. Alfonso
era uno de ellos. Había mañanas que le veía coger el 27 o el 45 en Atocha. Era
un castizo vallecano y creo que del Rayo.
Primero iba al estanco y cargaba con bolsas su tenderete, su
chisconcillo, villano en su rincón desde donde veía pasar la vida (al taburete
lo llamábamos la columna del filosofo) sin cortejar jamás a la codicia o a la
ambición, un secretaire muy coqueto con ínfulas de bargueño de madera noble.
Siempre que se iba cerraba con llave la gaveta. En los alambres pendían
billetes de lotería, postales, mecheros, chicles. Condones no, pero alguna vez
se los pidió algún cliente en apuros y ese no era Manolo el Guapo que siempre
llevaba consigo cajas enteras por un por si acaso. Era toda una estampa del
ayer. Un personaje celiano. Andaba con paso estevado y cuando le llamaban, lo
suyo era decir.
-Voy.
Andaba con paso renqueante pero sin descomponer el
gesto, ni despeluzarse. Siempre aparecía limpio, peinado perfecto y con la raya
en medio. El aseo personal de cuerpo y de alma debió de ser parte de la vida de
aquel hidalgo nacido en Burruelo de Santullán, Palencia en las faldas de la
sierra de Hijar pueblo minero donde aun se ven calles enteras con casas
blasonadas de escudos señoriales. Es una villa templaria que se parece mucho a
Santillana del Mar en la otra punta de la cordillera cantábrica. Y el señorío
lo paseaba cada día por los veladores del Café Gijón. Burruelo tiene por anejos
a Verbios y Villabellacos de no tan hidalga estampa. Allí se produjo el
levantamiento minero de 1934, mataron a varios guardias civiles y la represión
más tarde fue feroz. El padre de Alfonso Pérez Pintor sería uno de los
represaliados. Burruelo que proveía de carbón a la red de ferrocarriles
españoles al ser suprimidas las máquinas de vapor en 1965 vendría a menos pero
sus casas blasonadas y su señorío ahí siguen. El cerillero no volvió a su
pueblo. Se hizo del Rayo Vallecano.
Y con él ha pasado una era. Se nos ha muerto nuestro
tiempo. Una vividura. Alfonso descansa en paz dondequiera que estés. Al volver
del tanatorio de la M30 y de abrazar a su viuda y deudos, una hija y un chico
que es clavadito a él, y que vive en Londres, enfilé los carriles de la A6 mi
alma esponjada de tristeza tras el adiós para siempre al amigo pero llena de
paz. Era la paz que siempre transmitía él. En tiempos de tribulación no hacer
mudanza. Yo me refugié en el burladero del Café Gijón y Alfonso El Cerillas,
cuyas modales pudieron haber inspirado a Cela para pintar a Padilla, el
personaje de "La Colmena" anduvo al quite, me echó algún que otro
capote, salí gracias a él por pies de alguna tángana. Efectivamente, no hacer
mudanzas. Es lo que recomendaba el de Loyola a sus novicios; es decir: pasar
humo y tragar tabaco. A lo largo de estos cuatro o cinco lustros de vida
española, acérrimos tiempos de brega, cambalaches, consensos y zarandeos, desde
su taburete del famoso Café, desde su humilde puesto - cabe recordar que los
últimos serán los primeros y todo un ejemplo a imitar para la soberbia
nacional-, con un gesto y señorío de grandeza que exactamente lo convierten en
marqués, este trabajador, toda una institución en el Madrid finisecular y en
los albores de este siglo nuevo, fue nuestro oráculo, nuestro consuelo. Otro
cirineo.
La tajuela donde coloca sus baqueteadas posaderas,
según se pasa el umbral a la derecha, levantando el cortinón de cuero, carece
de respaldo. A mano tiene el cajón sobre el cual guarda los cartones y las
cajas de puros, y, arriba, el tendel donde unas pinzas metálicas prenden
décimos de lotería, postales de la Cibeles, suvenires, alguna que otra futesa.
Este banquillo por obra y gracia de su presencia a mí me ha parecido el trono
de un rey. Él era el alma del Café Gijón, rompeolas literario de las Españas
y parte del extranjero. Yo propongo a
Alfonso para el premio Cervantes y, sobre todo, para el Premio Nobel de la Paz.
Se lo merece de veras. Nadie ha trabajado tanto en pro de la reconciliación de
los españoles. Yo no sé si escribe pero desde su banqueta piensa mucho y
filosofa que da gusto escucharle. Tiene eso que los españoles llamamos
gramática parda, pero teñida de bondad, y los americanos “sabiduría de calle”.
Es un sabio en el pleno sentido del vocablo. A él acuden las gentes en busca de
un rato de palique y nunca se irán desconsolados. Entre sus clientes hay
ministros, condes marqueses, y hasta el propio don Juan Carlos que, cuando
fumaba, su marca era el “Rex” canario, y baja a comprarle alguna cajetilla. Al
poco tiempo desaparecía en su moto a perderse en la noche o acudir a la cita
con una mujer. Ha sido el asesor, el consiliario de muchos escritores
fracasados. Los trata con el mismo respeto que a los que triunfaron: Umbral, Cela, Pérez Reverte. Manolo Vicent,
Raúl del Pozo. Conoce bien las miserias humanas.
Nunca se asusta de nada y hoy hay tanta gente que
escribe. Estaba siempre allí como un buda impertérrito.
¿Un santo laico? Sí. Los hay. Alfonso debe de ser
uno de ellos aunque no vaya mucho a misa y se confiese anarquista, no de los de
la tea incendiaria ni el barril de dinamita. Para cambiar el mundo, nada de
bombas. Hay que encauzar a la humanidad a la manera evangélica con una palabra
de alivio, un chiste, una sonrisa. Su padre -creo-era dinamitero en Burruelo de
Santullán. Una noche de mucho vino me contó una historia que nos conmovería a
todos los tertulianos: cómo se desplazó con su madre en una borrica desde este
pueblo de Palencia por los puertos camino del penal de Santoña donde habían
metido a su padre preso a llevarle algo de comida y un poco de ropa remontando
los escabrosos peñascos de la Sierra de Híjar. En el páramo por poco se
arricen. Hicieron noche dentro de un serón ¡Ay Dios! Escenas como aquellas de
cuerdas de presos vestidos de marrón en filas de tres en fondo las recuerdo yo
también de haberlas presenciado de niño cerca de la cárcel de Segovia. Sus
familiares y deudos les seguían de lejos. Las tengo grabadas en la retina de mi
memoria. Nunca quisiera que volviera otra vez a estallar una guerra entre
españoles. Tampoco sería para mí un plato de gusto una segunda transición, tan
dura como la primera. Yo me la pasé, ya digo, cerca de las tablas y talanqueras
del “burladero” (así se llama un lugar en el bar) del Café Gijón. Desde esta
valla de protección vi pasar la vida igual que Alfonso encaramado a lo alto de
la columna, como el Estilita estoico. Parecía un dios del Olimpo guardando su
“sofrosine”, su saber estar. Nunca le he oído hablar mal de nadie. Siempre sabe
sacar el detalle amable y divertido, el juego de palabras o la frase redonda
que hace memorable un coloquio. Su mirada es noble y grande como la de un
mastín de las montañas que lo vieron nacer. Y al igual que esos cánidos puede
ser el hombre más fiel. Las jais que
pasan por el establecimiento le largan piropos y le dicen guapo, pero él dice
que ya no está para coger pesos. Cuando se pone el fular al cuello, recuerda
aquellos actores americanos de los sesenta. Es la llaneza personificada sin una pizca de vanidad aunque
el Rey vaya a verle de vez en cuando en una de esas escapadas de incógnito que
hace por la capital:
-Alfonso
¿Cómo estás?
Y él responde con campechanía:
-Muy
bien, mi capitán.
También debe de ser bastante sufrido. A causa de una
lesión medular anda algo estevado. Siempre se le ve alegre. Cuando le duele,
una aspirina y si el dolor arrecia pues un gintonic, y algún otro más ¡qué se
le va a hacer! Para él la política es un juego que no hay que tomarse demasiado
en serio. Ya se les pasará. Entran los de Arrese y salen los de Solís. Literatura y Política con frecuencia
cabalgan el mismo caballo por lo que siempre tuvieron sus reclamos en los
veladores de serpentín, o de mármol blanco, algunas de ellas sirvieron de
lápida de alguna sepultura de las sacramentales, las paredes embonadas de maderas
nobles, las cornucopias y espejos y los asientos de velludillo, del famoso Café
que tiene una decoración de aire muy camp. Ha sido el cantadero de urogallos de
los Servicios de Inteligencia de Alemania, Francia, USA, Israel, Marruecos e
Iraq. Los espías alauitas sentían predilección por estas bancadas. Una vez a
uno - era una chica norteamericana- le conté el romance de Altamara sobre el
hijo del rey moro etc., y quedó encantada. Ya por entonces estaban preparando
una marcha verde en pateras y los nuestros sin enterarse. También es mala pata.
El Gijón no hace discriminación. Es un puerto franco y por eso muchos lo
tenemos por un lugar sagrado que nos reconcilia un poco con la vida. Si a
Alfonso habría que proponerle para el Cervantes a todo este recinto había que
declararlo “patrimonio de la humanidad” donde se permite la discrepancia, el
libre juego de pareceres, y a veces hasta la conspiración. En esta casa de
acogida los soñadores, los que vivimos de las ideas hemos pasado momentos
alegres pero también pasamos por malos trances. No es bueno ver los dedos
largos de una mano negra delante de tus narices atentando y no poder hacer
nada. Esas palmas siniestras se ciernen sobre las bombas del 11M. También se
dejaron ver algunos osados etarras. Nunca lo hicieran porque esta sala o “stivadium”[3] de la intelectualidad complutense es escaparate
capitalino y ninguno de los que vienen pasa enteramente desapercibido.
En sus mesas pueden confraternizar codo a codo el
espía y el poeta sin suerte, la viuda rica que con un ojo llora y otro repica
que quiere echar una cana al aire, el banquero o el hombre de negocios que hace
una operación o la chica de Filosofía empeñada a toda costa en que le presenten
a Umbral o a cualquier otro escritor. Antiguamente sobre el mármol de sus
veladores se declararon muchas proclamas y manifiestos. Fueron firmadas
infinitas cartas de amor. Esta cualidad de abigarramiento que se vuelve
alternancia, conllevancia y tolerancia es una de las gracias secretas de este
establecimiento institución.
Alfonso El “Cerillero”
es el alma del Gijón lo mismo que Riudavets
lo es de la Cuesta de Moyano. Los dos Alfonsos visten guardapolvos de menestral
y pertenecen a la España de los currantes a la izquierda y la derecha del
espectro. Uno vende tabaco y chuches y el otro libros. Son dos supervivientes
de un mundo gremial. He aquí que este anarquista es amigo del rey al que llama
“mi capitán Borbón”, desde que estuvo asistiendo a don Juan Carlos como mozo de
espuela en un regimiento de Caballería siendo cadete. Pero también es amigo de los mendigos que
bajan por Recoletos. En realidad es amigo de todos. Resulta difícil creer que
Fonsito tenga enemigos. A mí me ha fiado alguna vez.
Yo no sé qué cuentas se trae con Raúl del Pozo,
tahúr impenitente, cuando lo despluman en Torrelodones. Sin embargo, los
sablazos los cobra religiosamente. Nadie
se va de rositas. Cada uno tiene que pagarse sus vicios. No se le escapó jamás
un moroso. Se da una maña especial para que le devuelvan lo que considera suyo.
Alfonso cree en la justicia distributiva. Y en la restitutiva. Villano en su
rincón y rodeado de una paz horaciana en medio del tráfago de los bulevares, ve
pasar la vida con gesto augusto y cordial. Parece que nada ni nadie le
perturba. A sus espaldas se celebra todas las tardes una de las pocas tertulias
que quedan en el Viejo Madrid: la de Manolo Vicent y su tocayo el actor Manolo
Aleixandre, Tito, el de “Cuéntame”, el Algarrobo, del Pozo, etc. Se reserva el
derecho de admisión y su conductor, el periodista valenciano, dice que a ella
hay que acudir bien llorados y bien meados (No se admiten Jeremías ni
cuestiones personales), requisito difícil de tramitar cuando muchos de los
compadres que pertenecen a este casinillo empieza a adolecer de las dolamas
mingitorias de la próstata.
Tres o cuatro mesas más allá de los de esta peña es
la sede del conclave de poetas que hasta hace unos meses era dirigida por el
talaverano Rafael Morales. Incondicional de la misma era Burón el “juez rojo” hasta que se murió. El Gijón ha sido siempre
zona franca, emblema de una ciudad abierta como
Madrid hasta la presente. En este bar parece Navidad todos los días y a
diario se proclama la tregua de Dios. La presencia del anarquista Alfonso amigo
de un rey epitomiza ese espíritu de concordia, al igual que todos los empleados
del local, desde el metre, un señor de Guadalajara que me cae muy bien y que
tiene mejores pulgas que don Pepito, hasta el último de los camareros.
Comprender es perdonar. Yo pienso que para
fortalecer la democracia haría falta
convertir a toda esta gran nación en un Café Gijón, pero por favor que
no nos hablen de una segunda transición. Ya tuvimos bastante con la primera. Quod scripsi, scripsi. Ya lo dijo don Poncio. Las constituciones no son saldos. No se
reforman así como así, mal que les pese a algunos. Si se sentasen con más
frecuencia en los butacones de velludillo y se acodasen sobre el mármol ocelado
de estos veladores y se emborrachasen de vez en cuando comprenderían lo que
estoy diciendo. El Café Gijón es un sagrario de libertades, un habeas corpus
donde hasta la policía hace la vista gorda. Dejadla que así es la rosa y no me
toquéis. Viva la Pepa. ¿Segunda transición? ¿Un nuevo proceso de desratización
con lo que eso conlleva? Vamos, anda. No
lo podremos aguantar. Sucumbiremos. De algo hay que morir. Además, me temo que
ya no me quedan talanqueras tan resguardadas como ésta del famoso
establecimiento de Recoletos. Voy para viejo y ya no tengo humor.
V
CELA MOZO
Yo quise convertir al Gijón en templo de mis nueve musas
providentes pero se transformó en bebedero y duerno donde hice con frecuencia
el canelo y el oso. Lo lamento y pido perdón a mis colegas por las veces que me
vieron beodo. Me han aguantado mucho. Y al fin de cuentas todo se termina por
pagar.
-Ahora te jodes, si no te hacen caso. Soplas y
bailas.
-¿Qué fue de mis amores?
-No te quejes. Este era tu tentadero donde cantaba
el urogallo cuando todo en tu vida como el
rumbo de un barco descañonado entrando en zozobra. Navegabas con la nave
a deriva, cabeceando con virulencia a
babor y estribor. Aquí expresaste tus opiniones. En esas mesas fuiste víctima
de tus propios golondros y antojos.
Pujaste alto. Diste en nada y ahora he aquí que te llega el mutis por el
foro.
-Cierto
que he pegado muchos bandazos.
-Pues
eso. Tendrás que subir al carromato. Aqueronte aguarda.
-Me
resisto.
-Tranquilízate. De momento no. Todavía te queda mucho Baco en la barriga y nada de Venus
entre las piernas. Pero no te
apures. Son cosas del vivir. Hay que morir.
-De
momento no. De entrada sí. No me hables que me recuerdas
al Gran Filipo. Haz lo que te salga de los catalanes. Mira cómo tiemblo. Tú
quizá no te acuerdes pero en la cárcel de san Antón donde funcionaban las
brigadas del amanecer había fusilados de todos los colores pues somos hijos de
muchas leches. Unos cuando oían su nombre por el altavoz del paredón caían de
rodillas entonando el Señor Mío Jesucristo. Otros se iban de vareta no pudiendo
controlar los esfínteres pero otros
respondían provocadores con un que me
la chupen y otras procacidades por el
estilo echándole mucho valor o diciendo
piropos a las milicianas que les escoltaban hasta el paredón.
En mi modestia creo que estoy adscrito a este último
sector de falangistas retadores que le hacen higas a la muerte. Ser fusilados era algo risible. Una última
gallarda de aquellos “rogelios”. El
dueño del Café Gijón me salió a despedir hasta la puerta como si fuese un
ministro. Nunca me he sentido más orgulloso. Su mirada limpia me recordó ese
brío y esa seguridad que infunde siempre la Guardia Civil. Nunca discutí con él
como tantas veces me ocurrió con don Pepito el anterior. Una mano misteriosa y
sublime me ha sacado de apuros muy gordos. Ora haciendo de rodela, ora de
señuelo. Es una fuerza misteriosa que me exhuma de los trances peores;
reconozco que temerariamente abuso de ella en ocasiones pues tendrá que
agotarse alguna vez el filón de mi buena estrella.
-Larga
memoria a vosotros, los espectros.
-Ya sé
que don Pepito al verte se ponía nervioso aunque
te llamase buen hombre. La verdad es que
tienes una lengua nada perezosa, capaz
de sacarle al más majo de sus casillas.
-Yo
estoy muy solo. Sin arrimos. Sin designios. Por eso bebo y, cuando me entrego a la bebida, no soy responsable de
mis actos, doy sonoros, hago el ridículo. Soy casto, nada sicalíptico. Inspiro
pena a mis amigos a los que me
conocieron en mis buenos tiempos cuando sacaba entrevistas de alcance y me llamaban
para cenar a los mejores restaurantes los jefes de gabinete de prensa y los escuadristas
del FO.
-Don
Cneo, alce ese ánimo. Hoy lo veo un poco triste.
Era Bárcena una gran persona. Humilde y a la vez
gran escritor- el que hablaba.
-El
vino me lleva a mis espectros queridos pero con frecuencia se producen desvíos
peligrosos y malentendidos que desencadenan fuerzas de aojo, menos siniestras
que aburridas. Veo lo que no es y vivo de otra forma.
-Tú no
les puedes vencer. ¿Por qué te empecinas en monsergas pasadas de moda o en
estrategias bizantinas? A veces me pareces un tipo interesante. Otras, decaes a
lo bochornoso.
-¿No
dicen que estoy loco? Los duelos con vino son menos.
-Así
es.
Los oráculos interiores habían soltado el trapo. A
un lado los del banco turquí y en el otro, el carmesí y yo entre medias,
espíritu de Hamlet atormentado por mis sacerdocios druidas y mis múltiples
remordimientos; entonces me convierto yo en una caña azotada por el viento. En
tajuelas de velludo yo me solía sentar. Al transponer la tapia del Cuartel de
Buenavista me sentí desolado en el marasmo de una náusea interior sin
contemplaciones. ¡Cáspita! Me parecía ser un gusano que escarbaba debajo de la
panza de aquel ciempiés que me acogió pero que nunca llegó a darme los buenos
días. En Madrid siempre serás un pasante. Advenedizo. Notas que la ciudad te
sonríe sin pertenecerme y se cierra hermética en una amabilidad áspera. Larga
memoria a vosotros héroes del aguanta- gana. Hacía guardia en una de las
garitas en los cimientos del gran frontispicio del edificio del Banco Central,
estilóbato de columnas dóricas, enormes ventanarios, un recluta con su ros
recién estrenado muy nuevo y como de coloretes.
Marcial el ademán y la apostura viril como la de un lansquenete pero me fijé un poquito en las sinuosidades
de su pecho esclarecido y esforzado que hacía una inclinación por los bolsillos
de la guerrera y no pude menos en reparar que el sorche que estaba de puesto
tan tieso él era una mujer: el sargento Mari Carmen. Ellas ahora nos defienden.
Todas las marías han cogido su fusil igualdad de derechos. Un poco más allá
donde empieza un pequeño repecho una teniente ponía al hilo a un cabo. A voces
cuarteleras. A mí la guardia. A formar.
-Ese
mosquetón, soldado.
- A la
orden de usía.
Pensé que el espíritu de la colmena o el lenguaje de
las maripositas o lo que sea ha acabado con todos nosotros volviéndonos
zánganos tristes que merodean y bordonean o se sientan melancólicos en los
parques. En una cosa acertó el Guerra, a pesar de sus muchísimos dislates y
estropicios, en lo de que no nos iba a conocer ni la madre que nos parió. La
culpa la tienes tú, melón, por contemporizar, oye, ¿recuerdas el chiste del
cheposo y del calvo? ¿Qué llevas en la mochila, jorobado? Tu peine, hijo puta.
Ellas con el mosquetón y empuñando las metralletas. Manos, arriba. Por el sur
nos merendarán los ingleses que están apercibiendo una movida en el Estrecho
secundado por los moros y la reconquista de España será para nuestros enemigos
un paseo militar. Y luego no nos quejemos, don Federico, que mire este chico.
La vida da más vueltas que una noria, galán. Mi vieja llevaba toda la razón.
Madrid era un aquelarre de fantasmas, una ciudad vencida y entregada al
enemigo. Aquí el que resiste gana pero en qué condiciones mire usted que vamos
a perderlo todo. O sea, que de pasantes hemos ascendido todos a resistentes.
Madrid me pareció una ciudad habitada por vesivilos, vestiglos, harpías,
fantasmas (gran parte dellos políticos), camuñas, quimeras, trasgos, espíritus
que se habían desmarcado de las sombras no para meternos el pasmo en las tripas
sino para llevarnos la contraria.
El hierro quebrantado en la bigornia bajo el peso de
los golpes del martillo ya no aguantaba. Era así cuando dieron tierra al pobre
don Pío el día de Inocentes del 56 y seguía siendo lo mismo el día de san Antón
del 2002. A Cela le tocó llevar a cuestas el féretro de don Pío que pesaba el
pobre menos que un pajarito y a mí me tocó honrar su figura en un lectisternio
mortuorio en el café que más amaba, él de cuerpo presente y de convidado de
piedra. La comitiva funeraria y los coches de respeto en que iban los del
duelo, presencia de un sepelio a la que urbe cosmopolita inmersa en su inercia
vital veía pasar con indiferente gesto, dobló Glorieta de Cibeles a la
izquierda y, trascendida la Puerta de Alcalá, enfiló las calles altas que
derivan hacia las Ventas del Espíritu Santo, hartas de sol y cansadas de tardes
triunfales, acostumbradas al ir y venir de los traperos con sus carromatos y a
los maletillas modernos gladiadores del arenarius y de la catasta
de la fama, el dinero y el poder, en busca de una oportunidad, para a través
del gran puente elevado sobre la M30 desaparecer por las calles de la metrópoli
fin de ruta. Las Ventas es también el fielato de las parcas, la puerta de los
entierros que se dirigen a la necrópolis de la Almudena.
Dan ganas de emborrarse. Es absurdo pero será
cuestión en estos instantes de no buscar consolación sino en las palabras del
apóstol increpando a la niveladora con los evangelios en la mano y el
testimonio de los que creen en la resurrección de la carne acerca de su
victoria y de su aguijón. La escena la habían presenciado mis ojos muchas
veces. La última, cuando incineramos al pobre Faustino G. Aller, aquel escritor asturiano afincado en Nueva York
y que en Manhattan bajaba conmigo para comprar el pan. Desde entonce no voy mucho a los entierros, la verdad sea dicha,
porque al igual que Emilio Romero pienso que las defunciones traen cola que la
muerte llama a la muerte, y cuanto menos mejor. Pero Cela no descansará en la
enorme Almudena sino al pie de un crecal en el coquetón y vistoso cementerio de
su localidad natal que recuerda a los ingleses donde las tumbas se alzan a la
vista del paseante y no se ocultan como en España detrás de enormes tapiales
escoltados de cipreses. Desde su último
albergue hasta puede que escuche el chapoteo de los remos de la barca de piedra
que, aguas arriba del Sar, rompen las olas, surcando proa a Compostela con los
restos a cuestas del cuerpo del apóstol, Herru Sant Yagu, señor Santiago, hijo
del trueno valedor de las Españas todo el trayecto desde Jerusalén sin irse a
pique. Quiero entender que la muerte no sea el final. Y desde tu tumba también
escucharás el largo pitido cascabelero de los trenes de cercanía que pasan y
que te entretenías en contar cuando eras niño, diferenciando por el sonido,
acurrucando la oreja a los raíles de la vía, si eran ascendentes o
descendentes. De ahí te quedó tu primera vocación de maquinista de la general
como en aquella película de Buster Keaton.
Algún revisor que pase por ahí echará un vistazo para el tejo que hay a
la entrada del lugar aparatoso y solemne sin reparar que bajo su sombra tutelar
reposan tus huesos. Tuviste una inclinación morbosa hacia los perros
abandonados, por los vagabundos sin suerte, y por los esforzados factores de
Renfe con su gorra de plato. Como la de estos abnegados servidores del bien
público, tenías un alma viadora, solitaria y funcional que es como llevar para
siempre un marcapasos del camino, una brújula y un compás.
Naciste orilla de la estación de Iría Flavia
escuchando pasar trenes que lanzan penachos de humo y prorrumpen en un largo
pitido lastimero y lúgubre, que recordaba el lenguaje cadencioso de las meigas,
antes de penetrar en el túnel de Abantos. Dentro iban sentadas “muyeres” con
una cesta y paisanos fumándose un puro en sus mejores galas. Como para ir a la
función de A rapa das Bestas o a la Romería de san Benitiño. Esta pasión
por los soldaditos de plomo y por los
trenes mercancías es de las que dejan huella, maestro. Marcan toda una
vida. E influirían lo más seguro en el pergeño de sus mejores cuentos de
posguerra cuando media España se la pasó a bordo de un tren de tercera con la
maleta al hombro cerrada con hatillos. El Mixto de Algeciras, el Correo de
Andalucía o el de Santander formaron parte de nuestras vidas. Todos los que
iban para el norte hacían escala en Venta de Baños. En Reinosa, a cambiar
máquina. Detrás de los cristales amanecía y hacía fresquete y ya casi nos
olvidábamos de Madrid con sus calores, que habíamos dejado al caer la tarde, al
zamparnos una mantecada de Reinosa. Estamos en la Montaña. En la tierra de
Pereda, de don Fermín de Pas o de Rosalía de Castro y los que pasábamos la raya
de Francia siempre quedábamos sorprendido por la limpieza y ganas de vivir que
te metía entre pecho y espalda San Sebastián pongamos por caso. En Aguilar de
Campó siempre subía alguna campurriana o algún militar que hacía el servicio en
África. Pasa un vendedor pregonando a las ricas tortas pasiegas y de repente
suena un bofetón dentro de uno de los compartimentos.
-Oiga
tío guarro no se propase. Aunque pobre, una es decente.
-Señora,
buscaba el mechero.
-Ya. Pues lo debe de tener muy hondo en
los forros del bolsillo de la chaqueta. La próxima vez le vaya a hurgar en el
culo a su puta madre.
-Yo me
bajo ¿Qué gritos estentóreos son eso?
-Es que
¡hay cada uno!
-Como
no hay respeto… pues eso.
-No sé
adónde vamos a parar. Cómo está el mundo
-Yo sí
que lo sé. Al catre. Ese quería meterle los pollos en el corral a doña
Marcelina y ella sin enterarse. Vamos que se la llevaba al huerto.
-O al
cuartelillo de la Guardia Civil que es donde verdaderamente
tenían que estar los sinvergüenzas que
viajan en los trenes sólo para darse el lote.
En aquellos viajes en ferrocarril los trancos no
eran cómodos pero sí entrañables. Antes
de estallar lo que llaman ahora el movimiento globalizado (puro meneo) en un
convoy de aquellos con plataforma podía pasar de todo. Se sellaban amistades
cuyos entrañables lazos duraban toda la vida. Nacían niños. Se compartían
bocadillos de tortilla, tarterillas con tajadas del marranillo de la matanza,
la bota de vino que no faltara. Iba la guardia
civil y algunas veces hasta los de la secreta. También se cantaban aires
regionales y algunos contaban como siempre historias de la guerra. No faltaban
los recién casados en viaje de novios a ver en mar. Aquellos barcos de madera
cuando aun no se había aprobado por el congreso la ley de divorcio escucharon
promesas de amor eterno.
-¿Me
quieres, Emerenciana?
-Pues
claro que te quiero, tonto.
-¿Toda
la vida?
-Siempre,
Sinforoso.
Y se agarraban de la manita y para dar explicaciones
a sus compañeros de compartimento decían que eran recién casados en viaje de
novios.
-Que
sea norabuena.
-Y
usted que lo vea, señora.
En cualquier
caso, los vagones de un mixto siempre incitaban al amor aunque fuese sin pasar
por la vicaría e incluso al nefando, que bardajes y buharros se buscaban con la
mirada y luego hacían cochinadas por los retretes que el país no por menos de
reprimido dejaba de dar gusto a los cuerpos cuando se podía y los sacomanos
llegaban sin contemplaciones.
-Oiga
aparte sus dedazos de donde los tiene metidos. Mire
que, si no, llamo a revisión que no soy
una monja de clausura. Soy un
agente del servicio del contraespionaje
en desguisa.
-Coño y
yo que pensaba que era sor Conce.
-Ataquines
quince minutos de parada.
Los cuentos ferroviarios de Cela siempre fueron
memorables llenos de desparpajo, de donaire con algo o muchísimo de crítica inmisericorde.
Los gritos, el paisaje, las consignas, las mujeres
gordas y los curas que viajaban acompañados de su ama, el breviario y una cesta
de huevos, el olor y el pelaje habían cambiado con respecto a los tiempos de
las Doloras de Campoamor, el cual poetiza sobre un galanteo en el cual él
empieza el requiebro en Valdemoro. Ella no resiste al bloqueo erótico y en
Aranjuez, a la salida de un túnel, ya eran marido y mujer, o cuando los viajes
Campomanes. Los viajes a la Corte se hacían en 48 horas con paradas fijas en el
pueblo antes mencionado, Mansilla de las Mulas y en el Puerto Pajares.
Por ejemplo, en Medina del Campo siempre me bajaba a
comprar tabaco y poco antes de esa estación me entusiasmaba la visión de
Arévalo con las torres de sus siete iglesias mozárabes, una por cada uno de sus
linajes (Verdugos, Tapias, Briceños,
Montalvos, Velascos, Serranos, Barahonas), contempladas desde el
compartimiento de mi tren descendente sobre un alcor. Una villa de atalayas entusiasmadas y adarves
con alma que parecía que rezaba vigilante entre los chopos que montan guardia
en la vaguada del Adaja. Soñaba con una vida en calma. Un oficio seguro como
profesor de instituto. Las tardes podía dedicarlas a escribir. Sin
contratiempos y en paz pero iban a suceder cosas que nunca hubiera yo sido capaz
de prever y en lugar de profesor de lenguas vivas y muertas acabaría de colporteur
o vendedor de libros de lance teniendo que pignorar mis obras los días martes a
precio de papel viejo en el mercadillo chico. Son cosas del destino que
desafina la partitura. Nos sorprende con sus badajos y toques de atención. Sus
movidas incomprensibles. Así y todo, la vieja ciudad en éxtasis sobre un cotarro la sierra de
Gredos y la de Guadarrama a sus espaldas el aire puro y los espacios infinitos
de la Ucrania española, las Morañas, la del trigo sin argaña, las mejores
segadas de España, siempre que pasaba por ella me parecía abrir nuevos
horizontes. Era un símbolo inspirado de Castilla la gentil rebosante de armonía
en su silencio. Amo a España yo también por encima de todas las cosas. La
vocación por las letras es algo que resulta incomprensible para aquellos que
alguna vez no hayan sentido su aguijón. Asemeja a un kilométrico de largo
recorrido que te entrega cualquier día el buen Dios disfrazado de peajero de
RENFE, sin cobrar peaje, tras la ventanilla de una lejana estación comarcana
perdida en el mapa de carreteras: Iría Flavia, Mondoñedo, Peñaranda de
Bracamonte, Medina del Campo. Hay que
hacer muchos transbordos. Luego vas poniendo nombres y estampillas en el billete
con el matasellos que se te antoje. Un buen literato tiene que parecerse a un
revisor de ferrocarriles. Andar con soltura sin caerse en los vaivenes del
carruaje con un ojo siempre alerta a los que van en la batea. Ahuyentar
polizontes y desarmar embelecos era la misión de aquellos de la “pasma”
ferroviaria. En ocasiones conviene hacer
la vista gorda. Se puede viajar en el expreso o en el tren botijo y la mano
cerca de la palanca de seguridad para detener la máquina a tiempo. Y, aun así, no se pueden evitar
descarrilamientos. Te pusieron en la mano un cheque en blanco para dirigirte
adonde quisieses y así te pateaste el mundo. La vida es una continua periégesis
a través de los cuatro elementos (tierra, fuego, agua, aire) y tus tres
funciones fisiológicas de las que no se escapan ni los santos: comer, caminar y
cagarlo.
A veces la inspiración no es cuestión de las nueve
musas sino el trabajo de una buena digestión que muta en sangre o en tinta,
mejor dicho, nuestras enjundias perceptivas. He llegado a la conclusión de que
los grandes escritores transforman en sueños todo cuanto tocan. Lo que estampan
en sus cartillas nunca mueren. Mientras ellos se desciñen, se desentienden,
renuncian, desaparecen y se despiden para siempre con un ahí queda eso. Sus creaciones
gozan así de vida propia. Hasta son capaces de mirarlos de soslayo. Verdaderos
prometeos encadenados a la letra muerta que hablan un idioma eterno desde las
páginas de sus libros que son el lado inmortal y sublime del ser humano. Son
los héroes siempre de la palabra.
Aquella tarde llegué a casa triste, pero sereno. En
paz conmigo mismo. Coloqué el retrato del autor en la pared de la cripta donde
produzco que es lugar de trabajo, fumadero, reclinatorio de mis sueños, punto
de fuga para mis ardimientos ascéticos y me encomendé a su patrocinio porque
para mí don Camilo será siempre un intercesor en literatura, un santo laico
como Alfonso.
Es una cárcel dulce en la que yago prisionero de mis
afanes literarios rodeado de fotografías y semblantes de Cristo. En uno de los
contadores luce siempre la luz de un pebetero y como soy acreedor de familia
numerosa aquí escondo mis alcancías, me lamo las heridas y hay un ángel de la
guarda que me mima y consigue que todas las noches regrese, indemne, al
domicilio surcando mareas de resacas, pérdidas del último metro y los silencios
aterradores de las pequeñas horas. Los hijos bajan a pedirme euros pero mi
mujer no viene nunca al cuchitril. Dice que es una leonera pero este lugar
tiene un nombre romano: latíbulum (escondrijo) y es baluarte contra
todos los desconsuelos. Los que sepan algo de estaurología[v] entenderán la razón por la cual el hombre, artesano
de su propio cieno y fruto de la codicia que rezuman todas las salsas de los
vicios, al dar el salto de la conversión a Jesús, no obtiene de su predicado
sino oprobios, desconsideraciones, padecimientos.
Uno no se ha bautizado para triunfar en la vida o
para dominar a los demás ni para que lo respeten y lo adoren sino para ser
escupido, incomprendido, apaleado, derrotado. A nosotros no es que nos
desplazca el éxito sino que lo consideramos meramente sospechoso. En parte no
somos equilibrados ni razonables. Nos manchan de sangre y salivazos la túnica
púrpura pero eso ya lo hicieron con la del Otro. El Islam, más contemporizador
con las humanas pretensiones, surgió precisamente del escándalo de la cruz que
es una religión de hechura divina y que a veces está reñida con la inteligencia
de las cosas y con los pensamientos y miras humanas. En parte tengo sumido que
Cristo existió y es el Mesías no sólo por la fe sino por mi experiencia
personal. Estaba en las tabernas, en los hospitales, entre la gente sencilla
dando la cara pero oculto en los templos. Cela creo que fue un escritor
católico aunque no un meapilas al que sus detractores tacharon de deslenguado.
El pesimismo y la alegría del cristianismo en esa prosa suya tan castiza y
española se reflejan en los libros y saltan entre la espuma de la chispa y las
burbujas del donaire. No sé si encontró a Dios pero hay un Dios totalmente
español en sus novelas y cuentos.
Yo lo
encontrado entre los libros. Su mirada indulgente y misericordiosa me ha
sorprendido a la luz de las velas de los iconos o enredadas entre las notas
sencillas pero sublimes de una antífona. Las canciones en inglés van por otro
lado y son de otra forma pero es lo único que cantan los jóvenes. Mi maestro
entabló una pelea rotunda contra el demonio que no está loco, que disimula su
vesania bajo una capa de tolerancia a las buenas formas y que sabe estar en el
mundo pues él es el rey. O si no aquí está mi testimonio escondido en lo más
profundo de mi hura literaria, bodega excelsa donde guardo un vino que no
emborracha pues lo cataron los ángeles y gracias al mismo, que es a su vez
sangre de Cristo he conseguido percepciones del infinito tras mis esfuerzos por
alcanzar lo absoluto a través de los sentidos.
-Papá
ese eres tú y Cela.
-Sí,
hija.
-¡Qué
joven se te ve! ¡Cómo mola no!
El mundo sigue girando sobre sus goznes.
-Era un
amigo, Cristina.
-¡Qué
guay!
-Pues
yo llevé esa foto- dijo otro de mis hijos- con el libro que tienes dedicado al instituto y la profesora no se lo podía creer. Decía que era un truco.
-No
hubo truco, vidas. Tu padre quiso ser un hombre famoso como él pero la fortuna no nos ha sonreído.
-Papá
no te preocupes. Nosotros te queremos como eres.
Es claro y evidente lo que pone el epígrafe, si la
caligrafía no engaña, porque él no escribía alemán ni en escritura masorética,
que verdaderamente CJC se sentía amigo mío. Dos de abril de 1972. Y abajo una
firma que Cela no tenía letranganos ni hacía deles mortíferos sino que escribía
con transparente ortografía. Han pasado treinta años y parece que fue
ayer.
No es que fuese un santo ni que hubiese hablado en
el vientre de su madre como el Bautista o el propio Mahoma pero se nos ha ido
en olor de multitudes. Su entierro ha constituido todo un acontecimiento
nacional y sólo tuvo una merma que pudo deslucir y es que por allí apareció el
P. Ángel, ese curilla asturiano
dirigente de no sé qué oenegé, y que se apunta a un bombardeo con tal de que lo
retrate la tele y de salir en los papeles, apareció por allí y el cura gallego
oficiante le mandó desvestirse de la capa pluvial: Allí mandaba él. En aquel
campo santo de las Rías Bajas donde se alza un airoso cruceiro descansa ya el
sueño eterno en medio del respeto, la aclamación popular y el sentimiento de
los que verdaderamente lo querían sobre todo su hijo Camilo, extrañado de su
presencia por una de esos encartes de la suerte, algún malentendido. Su viuda
no derramó una sola lágrima. Este duelo dividido anticipaba ya la guerra por la
herencia. Cela sigue ganando batallas después de muerto y dividiendo a las dos
Españas. Hasta en sus exequias ha armado el taco. El antiguo maletilla ha
puesto la plaza boca abajo. No pudo ser más cristiano su entierro oficiado por
un fraile menor que debía de ser medio pariente. Portaba consigo un escapulario de la Virgen
del Carmen, aunque no faltarán los que lo descalifiquen por hereje. Al pasar por Arenas de San Pedro le puso una
vela a la Virgen de la Chilla, patrona de malmaridadas. El abrazo que el franciscano oficiante deparó al hijo ante la aparente
frialdad de Marina Castaño que miraba hacia otra parte para mí fue un signo de
que se abrían hostilidades entre los albaceas. Cela nunca supuso que a su
muerte (“me ponen entre cuatro cirios cualquier día de estos y me cantan el
gorigori”) pudiera haber tanto desmelenamiento. Años atrás, le habían llamado
de todo. Desde hereje hasta más feo que un murciélago con dolor de muelas. Y no
es que se dedicase a patear sacristías ni a hacer peregrinaciones con dolor de
agnición y atrición por sus pecados, salvo la escapada que hizo a Jerusalén al
muro de los lamentos. El gesto fue una huida hacia delante que le deparó no pocos
beneficios hasta ser proclamado presidente del Círculo de amistad España-Israel.
Sólo asistía
a los besamanos regios pero en el fondo seguía siendo una especie de marqués de
Bradomín, feo, católico, sentimental, que nunca renunció a la fe de su estirpe,
a despecho de sus alardes volterianos. ¿Va
usted a misa, don Camilo?...No. Se bautizó, tomó la primera comunión y fue
confirmado, se casó y descasó dos veces como Dios manda y por la Iglesia. Un
antepasado suyo, guardián del convento del Sacromonte de Sión en Tierra Santa
murió mártir de la fe aunque explicara con cierto humor que más que mártir fue
confesor. Cuando un turco le pidió que abjurara del crucifijo, él contestó de
mala manera y en gallego que no le daba la gana. Lo tiraron desde lo alto de la
Torre Antonia camino de Damasco y, como los infieles insistiesen en su
renuncia, el moribundo dijo en castellano que no le salía de los cojones.
A cuenta del escándalo ocurrido con motivo de la
imagen de la Santina que puso en pie de guerra a los asturianos en parte
tuvieron la culpa de tales desaguisados ciertos mentecatos que no supieron
entender su guasa. El sentido del humor de los gallegos no se parece en nada al
de los ovetenses. El arzobispo de Oviedo blandió el báculo amenazante contra el
lenguaraz fraseólogo que había dicho de la Virgen de Covadonga que si es
pequeñina y galana pues que se joda. Allá fueron ellas. Correlativamente, a
Díaz Merchán, Cela no le caía del todo bien por haber puesto a monseñor
Tarancón de vuelta y media llamándole obispillo y no sé cuantas cosas más y don
Melchor era de la cuerda de aquel don Enrique el de Castellón, primado toledano
que puso a la iglesia española patas arriba con aquel golpe de mano dado en
llamarse el taranconazo. Esto no le
sentó muy bien, lo del “taranconazo”, puesto que Cela, que nunca ha sido muy
clerical que digamos y en toda su obra arguye de pecado de hipocresía a los
sacristanes y a ciertos curas (excepto al capellán del penal de Chinchilla que
confiesa al ajusticiado Pascual antes de que le den garrote vil), y se mofa de
la incontenible inclinación masturbadora de doctrinos y ex seminaristas, por
aquellas calendas no sabía hacia qué lado de la balanza inclinarse, colocándose
de parte de la facción tridentina y tradicional. Por otra parte, fueron notorios
sus chicoleos con un ex mosén por nombre Xirininac[vi] que se salió de los Escolapios y que en el senado
defendía el matrimonio de homosexuales. Como la curia y los de la conferencia
episcopal no tragaban a Cela, éste se refugió en los judíos los cuales en este
país siempre fueron una fuerza oculta y depositarios de la bolsa de los dineros
con que comen los curas.
En Oviedo siempre oí decir que era un grosero. Fue
declarado persona non grata en el Principado y el arzobispo poco menos que lo
descomulgó. Sin embargo, Cela tenía una madre y una tía que eran de comunión
diaria. Hizo que su hijo fuera a un colegio de franciscanos de Palma de
Mallorca. En esta controversia de la patrona de Asturias hubo malentendidos y
notables prejuicios a cargo de los intolerantes de siempre, aunque la sangre no
llegó al río. Por cosa más leve, unos versos en una servilleta, metieron preso
en San Marcos de León a Francisco de Quevedo. Y en aquella hora el espectro de
Retogenes emergió a la superficie para mí que también era pequeñín y galán,
pues que se joda. A su lado estaba don José Ramón Alonso con su mala leche y su
bigotito fascista. Ambos trataron de merendarme... Tú, Arije, a las horcas caudinas. JRA que fue colaboracionista con
el régimen de Vichy terminó trabajando para los servicios secretos de Carrero y
luego de los americanos. A todos se nos apareció aquel terrible redactor jefe.
¡Oh infaustos dioses carballones!
En resolución, Cela que había nacido en los campos
de la estrella y era medio pariente lejano de san Pedro Mezoncio, el compositor
de la Salve Regina, no podía ser otra cosa que jacobita, acérrimo defensor del
patronato santiaguista, al igual que don Francisco
de Quevedo y Villegas, de raíces marianas y compostelano, aunque de últimas
fuese poco a misa y sus antiguas devociones piadosas las tuviese arrinconadas.
Era un hombre en ruta que escribió sus mejores textos a la vera del camino. Se
pateó media península - ya anotamos arriba lo del Kilométrico y su espíritu
corporativo de hijo de ferroviario siempre listo para echarse la mochila o la
maleta sobre los lomos- armado de su bordón de romero alborozado ante el
espectáculo de la vida que le sonríe y apasiona, y de una naturaleza que
describe con acierto y precisión poética, como nadie, en su cuaderno de campo.
Entonces llevaba una barba vellida y poblada, la primera barba contestataria
del país, según me dijo. Después cuando todos comenzaron a dejársela él se la
afeitó. No podía ser menos. Él no quería parecerse al Padre Xirinac, el
escolapio ese al que tanto ridiculiza en sus artículos periodísticos publicados
en la prensa de los 70. Era bastante suelto de lengua y colocaba la suerte de
banderillas con precisión. Sus rehiletes contra esto y aquello eran mortíferos.
Algunos a los que se los clavó se resienten todavía
del escozor. De esa manera contestaba a las envidias. Su primera obra la dedica a sus enemigos. Los
otros lo condenaron a banderillas negras. Sus detractores primero se rasgaban
las vestiduras y luego, prestos a embestir, lo amurcaban pero él no se lo
tomaba por la tremenda. Contestaba con un habitual: ¡Pchs!. Ya se les pasará.
Déjalos que se desahoguen
-La
Virgen de Covadonga yé de Cangas de Onís. Pequeñina
y galana.
-Pues
que se joda.
-¡Qué
blasfemias son esas, don Camilo!
-Hombre
tampoco es para ponerse así. No es más que un decir. Un cantar. Como me voy a meter yo con Dios y
con la Virgen María.
Las comuniones apostólicas brotaron por las Cinco
Villas y en algunos burgos se escuchó el canto del ijujú. Por los valles sonó
el tambor del Bruch que emite llamadas lúgubres como el tantán.
-Eso no
me lo dirá usted a la cara, tío ceborro.
Lo llamaron de todo. Cela, que pensaba que el mayor
invento de la humanidad no es la rueda sino el péndulo, con buen criterio, se
abstuvo de trasmontar la linde de Pajares durante algún tiempo. Gato escaldado
cuando pasaba por Zaragoza y como acto de reparación se detenía unos minutos a
besar el manto de la Pilarica. Eran cosas suyas, aunque a costa de ello a
bastante gente, incluso ilustre, se les vio debajo de la chistera asomar la
montera picona y el garrote montaraz que enfundaban en su traje de ejecutivo.
Era un gallego fino capaz de tractar la musicalidad del castellano. Además,
tenía muy buena o memoria o era muy trabajador puesto que laboraba bastante los
textos. Rescribió la Mazurca para los muertos 36 veces.
-Cuando
yo era mozo - le oí responder en aquella entrevista del 72 - no se me olvida en
mi viaje a la Alcarria en una posada cerca de las Tetas de Viana tuve una novia portuguesa por mal nombre
Dolorines. Poseía algo de bigote pero
compensaba.
- ¿Se
daba bien eh?
-
Hombre, se hacía lo que se podía. Yo nunca tuve fama de atleta sexual pero más
importantes que sus besos eran los bocadillos que me alargaba de extranjis de
chorizo en aceite, las judías estofadas que me zampé bajo cuerda.
-Sí,
sí, don Camilo, que más cornada da el hambre.
-¡A mí
me lo iba a decir usted!
Hablamos de amores pero pronto me hice cargo que
pese a la fama que se le atribuí de putero y de sátiro (era el comodín de todos
los de su generación) en el fondo tenía alma de poeta putañero. Las mujeres le
interesaban poco y todos sus personajes femeninos no son sino episódicos, ante
la abominación y el horror de las feministas como Carmen Rigalt. Era tierno y sentimental con su cara alargada de
interventor de hacienda, profesor de la Facultad de Veterinaria o de prior de
teatinos y en verdad su paciencia era de benedictino. Nunca se engreía y
expresión viva de la llaneza coruñesa, que llaman ferrete, humor de las Rías
Bajas, sabía conectar con el pueblo e interesar a la gente. De ahí su enorme popularidad. Muy pocos
autores en lengua castellana la han gozado. Llegó a convertirse en un verdadero
fenómeno sociológico. Un acontecimiento de masas. Se necesita mucho ángel para
conseguir lo que él hizo. No solamente llegó a ser célebre. También estuvo
metido en el mundillo de los famosos. Salió bien aquella entrevista. No me
dieron el Nóbel pero gané una corresponsalía en Londres como ya he dicho o
trataré de explicar más abajo. Mi bagaje era bueno. Yo acudía al encuentro,
hechos bien mis deberes. Si él se había pateado media Castilla la Vieja yo
había transitado con fruición por la mayor parte de sus libros de viaje y por
las páginas de sus novelas mayores. La literatura no solo libera sino que es un
billete de avión o un kilométrico volviendo acaso de aquella aventura que se
empezara escuchando pasar trenes en la casa de un guardagujas de Padrón.
Mediante la imaginación se recorre el mundo con mejor perspicacia que a través
de las agencias de viaje. Las mejores vueltas al mundo son las que se realizan
a través de las islas, penínsulas, mares, océanos y continentes de una gran
biblioteca y Cela en mi vida ha hecho a mis ocasiones de hilo conductor de
muchas cosas. De espolique, ojeador, telonero, apuntador y cicerone. Sus
páginas siempre acababan por levantarme el ánimo cuando estaba triste o han
mitigado mis desesperaciones con sus desplantes quevedescos cuajados de
ingenio. Cela es uno de esos maestros que te ayudan a reírte y en algunos casos
a ser mejor. A mirar la vida con una
sonrisa de inteligencia y desasimiento de la visceralidad ambiente. No es un alma mórbida y tenebrosa. El agua y
la letra, clara, aunque sus sudores le costara esa rara facilidad que despalma
en todos sus novelas preñadas de ingenio y de originalidad. En el estilo que no
pocos intentaron emular no se parece a ninguno de sus contemporáneos. Es un
sello privativo tan solo de los grandes genios de las bellas letras. Conocía yo
toda su obra. Empecé a leerla en el seminario de Comillas cuando me destinaron
al pelotón de los torpes. Allí empezó la corona de espinas de mis rebeldías y
tuve la suerte de pasarme dos tardes deliciosas en los acantilados detrás del
Campo del Stella Maris escuchando el batir de la marea contra el rompiente de
las rocas, mientras mi imaginación
volaba hacia tierras interiores donde se desarrolla la acción del Pascual
Duarte. Aquella historia que tanto
impresionara mi sensibilidad aun terne -
es un libro profundo escrito también por un adolescente- fue el toque de varas
de mi vocación por la letra impresa. Los jesuitas la tenían puesta en el
“infierno[vii]” pero otro que se llamaba Bedoya que era de Potes y
otro de Burgos, por nombre Marcos, y yo nos hicimos con un ejemplar. El
maestrillo que nos vigilaba decía que nos escondíamos entre las peñas para leer
cosas sucias y hacer porquerías mirando
al mar pero no era cierto. Nada de cochinadas. Lo que hacíamos era leer en voz
alta y por turnos solazándonos con las aventuras del Viaje a la Alcarria o el Retablo de don Cristobita hasta tal punto
que el eco de nuestras carcajadas rebotaban en el acantilado o se escuchaban en
la Cardosa, asustando un poco quizá a los novicios del Máximo que andaban de
ejercicios o paseaban en silencio rezando el Oficio Parvo o el Rosario.
Nuestras voces las devolvía la marea y a lo mejor don Camilo tuvo la culpa de
que nos expulsaran del internado.
El
tremendismo del Pascual me ayudó a
descubrir un mundo nuevo. Como era en realidad no el ideal que intentaban
meternos por los ojos en el tirocinio. Digresiones a un lado, no sé, pero
congeniamos. El encuentro se produjo una mañana alegre y luminosa de abril, de
esas que sólo puede conceder Madrid cuando no le da por zamarrear aguarraditas[viii]. Abajo se veían los desmontes de Clara del Rey.
Algunas acacias de las aceras lucían las galas del verde de las acacias con
polisón. Conectamos desde el principio. Cuestión de ósmosis o por una de esas
transmutaciones querenciosas hacia la palabra. El anfitrión me empezó diciendo[ix] que prefería el idioma de Quevedo al del BOE y
que él consideraba al castellano su
herramienta de trabajo. ¿Cómo adquirió esa fuerza verbal de sus expresiones
mariposeando por los diccionarios o empapándose de la vida? Las dos cosas.
¿Conoció la briba y el vagabundaje? Hombre un poco. ¿Y las pasó canutas? No las
pasé canutas sino putas, hijo. Dolorines tal vez no fuese tan sólo más que un
comodín y el sexo algo episodio, como un sarampión virulento que siempre hay
que pasar, alcabala de viento de la naturaleza, y que conviene contar como
pasando de largo. Con contento pero sin mucho entretenimiento ni excesivos
regodeos. “Que a mí me gusta lo pecaminoso, nunca lo morboso. ¿Estamos?”. Sí, don Camilo. Estaba delante de mí un Cela de 56 años algo
metido en carnes como yo, hombre de peso. Ese oficio sedentario de la
literatura es duro porque engorda proporcionándote hambres nerviosas
inexplicables; debe de ser el eretismo de la creación según los psiquiatras.
Salió a recibirme en traje con una camisa blanca y una corbata de torero. Lo
que más recuerdo es la claridad de aquel cuarto en las alturas desde cuyas
ventanas se oteaba un Madrid bullicioso. Los coches que circulaban por la
carretera de Barcelona parecían de juguete. Luego estaba el aseo del ambiente,
la acribia, la precisión. Cela siempre tuvo las ideas muy claras, puntuales,
precisas y arrolladoras.
Su elegancia,
su puntualidad y su cortesía siempre seguían siendo británicas aunque un poco
pasada por la plaza de Cascorro. Se tomaba las cosas muy en serio. Los escritores-
forma parte de los gajes y manías del oficio- gozamos de un cierto grado de
penetración que nos hace ver con un simple golpe de vista la realidad por de
dentro. Dios me libre pobre de mí de colocarme a la altura del gigante pero
escritor aprendiz me considero. Es lo único que sé hacer y juntar palabras fue
mi oficio aunque tanta solercia y
contundencia de sus renglones seguidos como despliega él no me fueron dadas por
los dioses. Para tal encomienda lo único que hace falta son grandes caderas y
mucho culo.
Hay que sentarse y no moverse del siento las cinco o
las seis horas de oficina. ¿Y si no sale nada, don Camilo? Hombre, algo saldrá.
¿Codos o inspiración? Codos y agallas son lo que nunca le sobra a un escritor.
En esa demanda brego desde la mayor parte de los once lustros y medio que
tengo. Además, a ambos nos gustó la juerga de pequeños. Eso sí. Cruzamos la
ciénaga de refilón y sin empaparnos mucho que en esto de la golfería también
hay su parte alícuota de toreo de salón. Usted y yo, Arije,[x] me parece que somos de buena casta. ¿No lo dirá por
los cuernos, don Camilo? Eso nunca depende de nosotros. Más bien de algún
cabrón que nos ponga los medrones cuando menos haga falta. Pero sabe usted los
hombres no llevamos la honra en los cataplines, sino en la cabeza
principalmente. Póngalo. Póngalo eso, Arije. Esto no puede quedar del todo mal.
No me atreví a transcribir sus frases en aquellos tiempos. Camilo era el único
que tenía bula para soltar tacos en los reportajes o cuando salía por
televisión. Hablaba de la misma manera que escribía y daba la hora escucharle, aunque sus detractores alegan que
era un acodo. Que se repetía a sí mismo.
No, señores, el ingenio nunca duplica ni regüelda como la cebolla. Eso sí; era
algo manierista. Había acogido al idioma el tranquillo que es lo más difícil de
coger cuando se acomete la escritura de una novela.
-El que
escribe siempre tiene una forma particular de ser golfo o de entregarse a la
bebida. Es como si estuviésemos vacunados contra el sarnazo o la cirrosis.
-Habrá
casos, don Camilo. Edgar Alan Poe murió de delírium
tremens.
-Era
porque fue algo maricón.
En aquel tiempo decía pestes de los americanos. Por
ser la moda y a algunos rusos como Dostoievski, su maestro, por las nubes pero
siempre afirmó, y tenía buen ojo, que Solzhenitsin era un trágala y no anduvo
muy equivocado.
-¿La
literatura salva?
-Sólo a
los diletantes. Yo no la veo como un compromiso
sino como una afición que yo he transformado
en profesión.
-¿Por
qué se fue a vivir a Palma de Mallorca?[xi]
-Porque
quería ser escritor. Y porque me dio la
gana, Jo.
Su piso de Madrid me pareció de una austeridad
glacial que sólo he encontrado en la casa de algún judío que fui a visitar a lo
largo de mi vida. Ellos tienen escasa inclinación a la ostentación y viven
pobremente. Debe de ser por esa
tendencia del pueblo elegido a la iluminación y al desasimiento interior de su
condición mística que les hace vivir con la maleta en la mano. También rompía
los esquemas de la tacañería proverbial de alguno de sus colegas, por ejemplo,
Dámaso Alonso. Evitaba la familiaridad y en todo momento, guardando una
urbanidad natural que revelaba su condición británica. Casi no parecía
español. El que no hubiera libros a la
vista me pareció extraño detalle poco habitual en él que al igual que todos
esos “pobres iluminados”- allí donde está tu corazón se encuentra tu boca-
adolecen de esa extraña volubilidad de acaparar papel y aquejados de ese morbo
de la grafomanía del que se quejaba Iván Bunin se sienten ávidos de conocimiento
y todo lo guardan. CJC amaba los libros que fueron un problema de espacio en
todas sus moradas que tuvo en esta tierra. Hombre disciplinado y cabal no
tiraba ni una reseña. Generoso para el dinero y la amistad -Américo Castro, Ramón J. Sender y Pepe
García Nieto fueron huéspedes habituales de su residencia en Palma- era
avariento y tacaño de sus libros. Sólo gracias a ese espíritu ahorrador se ha
podido establecer la Fundación de Iría Flavia que cuenta con más de cuarenta
mil cuerpos. También pudo ser que Cela considerara este domicilio de Madrid un
lugar de paso o que el apartamento estuviese recién comprado. Tenía por
costumbre primero colocar la biblioteca y después amueblar el sitio. Al término
de la entrevista, Charo que zarceaba por allí y de vez en cuando abría la
puerta del comedor con su rostro afilado de dama de gran belleza y muy señora,
creo que se parecía algo a Imperio Argentina, nos trajo un combinado de ginebra
y anís del mono con agua de selz y aloje.
-Beba usted, Arije, le va a hacer falta. El vino
ayuda a sobrellevar las cargas de la vida. Hasta puede que sea un elixir y un
bálsamo con el que se lamen las heridas los que escriben. Oficio arduo y
ventura te dé Dios, hijo, que el saber no te hace falta.
-Eso es
de la Celestina, don Camilo.
El brebaje estaba rico y entonó mis agarrotados
nervios porque para mí estar ante Cela significaba tanto como hallarme ante la
presencia del dios Zeus y Olímpico y generoso era en sus modales. Él percibía
esta turbación mía ante su augusta presencia y hasta se dignó darme algunos
consejos:
-Para
escribir hace falta mucha paciencia y bastante culo.
A mí de estar sentado me salen granos en la rabadilla
y tengo que ponerme debajo de las posaderas la
cámara de la rueda de mi seiscientos.
Tenía uno de estos utilitarios, símbolo de la España
del Desarrollo, verde botella al que le
gustaba meter caña habiéndose convertido en el terror de los guardias urbanos de Palma. Decían que era un peligro
público y lo vendió. Tiempo adelante, prefería no ponerse al volante y ser
conducido por una rutilante choferesa negra.
-Brindo
por usted y a su salud y a la de los suyos. Que algún día le den el premio Nóbel.
-Yo no
creo en los premios literarios.
Y era cierto pero aquel brindis fue una especie de
corazonada que tuve. Con todo en aquella ocasión me dio la impresión de estar
delante de un ser desvalido, humilde y genial al mismo tiempo que necesitaba la
presencia de una mujer fuerte. Charo cumplía esa función desempeñando el cargo
de su ama de llaves, su consultora y su secretaria. Detrás de un hombre grande
siempre hay una mujer y Rosario Conde, compañera de fatigas, peregrinaciones y
persecuciones, representaba ese
papel. Por eso nunca comprendía al
segundo Cela pero la vida tiene estos equívocos y paradojas. Secretos que nunca
serán desvelados y uno en cualquier caso se funda tan sólo en las apariencias.
Sí. Camiliño era un ser desvalido, un niño grande que tenía que esconder sus
sentimientos detrás de una faz adusta de notario de número, adarve dorado, que
cuadraba poco con su interioridad problemática e indefensa de escritor que se
disciplinaba cada mañana ante el flagelo de la página en blanco y escribía tres
horas seguidas sin levantarse aunque no acudiese una sola idea a los puntos de
su cálamo. Se le quedaron gafos los dedos de empuñar la pluma. Los libros lo
eran todo. Por eso los echaba yo en falta aquella mañana. Para Cela había
libros herramientas de trabajo. Libros de consulta. Y de solaz. Por
insignificantes que fueran no se deshacía de ninguno. Y quizá por eso sin estos
fornidos guardaespaldas intelectuales por los armarios me dio la impresión de
desvalimiento. Casi como un niño al que mimaron sus tías con mucho afecto. Y
tenía que cobijar su alma poética y estremecida bajo la apariencia de aquel coselete
adusto que le ponía a cobro de sus dudas, sus morriñas, sus inseguridades, como
cada cual.
-Conviene
de vez en cuando poner cara de póker.
-Ya.
No le vi tutear a nadie más que a Pepín García
Nieto. A todo el mundo trataba de usted. A mí me dijo.
-¿Y
usted cómo anda de novia?
-Estoy
casado, don Camilo y en vías de separación con una
inglesa. Tengo una niña. Me acuerdo mucho della.
-¿Hombre
y eso es irreversible?
Hice cuanto estuvo de mi mano para que aquella
separación no fuera eterna. Los dioses pensaban otra cosa. El escritor (los novelistas de tanto vagar
por los adentros del espíritu consiguen
leer los pensamientos, poseen el don de introspección de las conciencias)
buen samaritano trató de quitar hierro a mi inquietud puesto que intuía que no
hay cosa mayor en la tierra que amor de un hombre hacia la mujer. ¿Fue esto por
lo que abandonando a su legítima se marchó a vivir con Dolorines la portuguesa
reencarnada en esa gallega con pinta de
empollona de Filosofía y Letras o ser la chica que lee el parte meteorológico
al final de los telediarios? Cuando menos aquel artículo que escribí alborozado
y entusiasta en la casa de mis padres en Clara del Rey sirvió para que yo
regresara a Londres y pudiera intentar la reconstrucción familiar. Ya era demasiado
tarde. La vida da más vueltas que una noria como diría la vieja condesa rusa
con Alzheimer que me habló misteriosamente como si fuera un espíritu del bosque
de la literatura o una de las parcas en el café Gijón el día precisamente de su
funeral.
Sin embargo, al que te echa una mano al que te
consuela y te reconforta nunca lo olvidas. Y tengo que decirlo a mí, salvadas
las distancias, a mí, aquella mañana que me recibió en su piso de la Avenida de
América, me recordaba un poco a Jesucristo sin barba. Que es la noción más
precisa que tengo yo del bien y de la amistad en esta vida. Aunque no fuese a
misa ni se diera muchos golpes de pecho. Bajé las escaleras de aquella torre
feliz. El cóctel con que nos había agasajado
Charo[xii] me infundía un valor y una seguridad que me sentía
en medio de un mundo recién inaugurado. Volvimos a vernos, precisamente, en el
74 cuando vino a dar una conferencia en el Instituto de España en Londres en la
regencia de José María Alonso Gamo el gran poeta alcarreño que me parece que
era gobernador civil de Guadalajara cuando Cela inició la andadura de su primer
Viaje a la Alcarria. Algo más gordo y cansado pero lucido y con ese golpe de
vista para las personas y fino oído para las palabras me contó[xiii] cómo había dejado de pasar tabaco cuyas hojas son más de vicio que de provecho[xiv] el día de san Antón, ¡qué coincidencia! Sin
embargo, también “sabe bien el tabaco en el monte cuando las carnes están
descansadas, tranquilo el ánimo”.
-Primero tomé la resolución de quitarme del vicio. Luego
miré para el calendario.
Cela era muy disciplinado y serio para todo cuanto
emprendía. La gravedad casi pirrónica de su rostro que recordaba algo a la de
Sócrates o a algún sabio griego no casaba con su sentido del humor. Jamás se
reía. Sólo sonreía con desfachatez
apuntando la comisura del labio derecho hacia arriba como si le hubiese
deformado la boca el paralís. A esta “gravitas” a lo gran señor,
propia de Catón, sólo le faltaba la túnica pretexta de los triunviros de la
literatura. Y esta compostura más propia de nequísimo vate que, ya de
académico, la sacaba a lucir a conveniencia.
Podía resultar sesudo y tierno, lírico y salaz por
ambos cabos, el puñetero. Nunca sonreía porque la vida es un toro muy serio y
sólo los locos y los pobres de espíritu tengan
tal vez bula para hacerlo. A esta fiera no hay nunca que perderla la
cara. Cógela por los cuernos, Arije. Flemático hasta en sus andares miraba para
lo que veía guiñándole a la cosas un ojo risueño. Su tono discurría al carril y
por el trote cochinero ni con el equilibrio de un Cervantes ni con la amarga
sátira de un Quevedo. Más bien un término medio. Cela era un ingenio de
bastante aplicación que sólo con los libros es el que ha ganado más dinero
entre cuantos escritores registra el idioma.
-Es que
soy medio inglés, coño y eso no lo deje de poner tampoco.
Su fuerza de voluntad era acérrima. Lo dicen cuantos
lo trataron. En su portentoso
diccionario acumulado y recogido siguiéndole la pista al romancero fronterizo
por tierras de Alvar González, pues conocía la lexicografía castellana y
manejaba como pocos, no venía, valga el tópico, la palabra imposible. Fue éste
de Londres un encuentro más relajado que el de Madrid. Allí estaba también
Rosario Conde. Su mutismo o su timidez albergaban bastantes misterios como si
pensara para su coleto al verle lidiar a su marido con los periodistas entrando
al trapo a todas las preguntas: ay qué locos están todos estos. Estaba como
ausente y me pareció menos feliz que antaño. No hubo esta vez aloja con anises
pero don Camilo y yo nos bebimos un ale Brown etiqueta negra de las cerveceras
de Newcastle. Más que una entrevista fue una confesión por mi parte. Había tenido yo la desfachatez de dejarlo
plantado pues había ido a rescatar de las garras de un moro a una chica au pair
de mi pueblo que me había llamado mi familia que la cuidase ante lo que pudiera
ser un caso de trata de blancas y no me acordé del reloj. Fue un lance grotesco
que me resulta embarazoso poner de relieve en esta semblanza pero recuerdo que
me dijo el escritor:
-Son más interesantes las segovianas que yo. Le
advierto que en su caso yo haría lo
mismo.
Quise mostrarle mi gratulación así como mi
preocupación por mis circunstancias personales que no habían mejorado mucho
desde la última vez. Gracias a aquel artículo del que había dicho esto no puede
quedar mal había conseguido el sueño de mi vida, y una de las razones que yo
utilizo para demostrar que existe Dios: la corresponsalía de Pyresa en la corte
de san Jaime.
-Hombre, me alegro por ello pero algo de cosecha
pudo poner usted que era el que hacía las preguntas. Yo ponía las respuestas
con mayor o menor ingenio y no cuento alacridades más que a los sietemesinos.
Esto de las entrevistas es un reuleule como dicen por vuestra tierra.
-Y el cangilón de un mallo siempre subiendo y
bajando. Los azudes no dejan de disparar sorpresas. Duro siempre y a la cabeza,
don Camilo- alegué sin acritud.
VI
LOS TIEMPOS CAMBIARON
LO SUYO
La benignidad era una de las notas salientes de su
carácter a pesar de que los tiempos estaban cambiando lo suyo. Era una época
que llamaron como la del espíritu del doce de febrero y las espadas estaban en
alto entre inmovilistas y progresistas. Fraga a la sazón embajador en Londres y
Antonio Izquierdo mi director vivían una especie de polémica y se acababan de
abrir las hostilidades y a mí, conejo de indias, me cupo el baldón de
protagonizar el incidente de la queimada de Belgravia, Gibraltar y el vino de
Cariñena, que por poco me cuesta las maletas aunque don Manuel que es de suyo
magnánimo como Cela no permitió el agua llegase al río o le presionaron para
que no tomase una determinación drástica sobre mí, que lo estaba pasando
francamente mal, pero esto ya es historia.
La política es un flagelo. Una feria de vanidades. Ir y venir que llaman
acarrear. Aquí han estado siempre saliendo los de Arrese para que entraran los
de Solís. Como en su propia salsa se encontraba don Camilo en el puré de guisantes. Así llamaba a la
ciudad del Támesis su antiguo contrincante Tomás Cerro Garrochano, no es tan
fiero el león como lo pitan, ni tampoco él tan mala persona, pero en este mundo
traidor unos han de hacer protagonistas y otros de antagonistas y todos somos
agonistas, la vida una batalla al fin y al cabo, perenne justa. Pues bien,
Tomás carigordo hablando un poco como los palurdos de Delibes pero funcionario
atareado y pluriempleado, la vida da más vueltas que una noria, ocupaba la
plaza de jefe de la sección de teletipos. Era mi jefe. Cela ya había olvidado
los sofocos y batiboleos de antaño. Se encontraba en Londres cual pájaro en su
nido. Hasta creo que fue a hacerse una foto al pie del letrero de una calle que
lleva su segundo apellido en un barrio al nordeste de Londres, Tottenham:
Trulock road. Para dejar constancia así que él era medio inglés.
-Es lo que dice mi jefe que es usted medio inglés.
-¿Quién es ése?
-Tomás Cerro Garrochano.
-Ah ya caigo. Pues dele recuerdos de mi parte y un
saludo a la afición
Podría tener todos los defectos del mundo menos el
del orgullo y el rencor. Su alma franciscana no albergaba la menor ojeriza
hacia el antiguo censor. Tomás, hermano de un antiguo miembro de la vieja
guardia, era un vallisoletano de pro, un periodista ágil a la americana y el
cuerpo frágil, el estomago delicado que comía menos que un pajarito. Buen
compañero aunque con escaso sentido del humor. Estaba siempre al pie del cañón.
Un perro fiel, cariharto y aplicado. Nunca hubiera podido imaginar que su
correspondencia con Pedro Rocamora al hilo del veto que éste puso al Pascual
Duarte diera la vuelta al mundo. Inconscientemente y sin dar cuartos al
pregonero el estimado compañero había metido el dedo en la llaga. Tuvo que ver
para creer haciendo honor al santo de su guarda por otro nombre llamado
Dídimo. Él era alma melliza y encantadora de todos aquellos
esforzados poetas falangistas pero tuvo el fallo de marearse en el puente aéreo
no por las turbulencias del avión sino por las truculencias y asquerosidades
que halló en el libro. Y la verdad que para aquellos tiempos de nacional
catolicismo la violación de la cuñada poco después de dar tierra al marido y en
el mismo cementerio era un poco fuerte. Estos lances carpetovetónicos no aptos
para paladares delicados no eran cosa de darlos a la estampa y así se lo
comunicó de oficio a Pedro Rocamora, otro buen periodista y ensayista cuyos
artículos gozaron de alguna preeminencia durante más de un cuarto de siglo en
la Tercera del ABC de Torcuato Luca de Tena. El gallinero se alborotó. Corrían
ya digo los arroyos revueltos pero en aquella ocasión Cela me dijo que él se
sentía falangista por los cuatro costados y que le debía al Arriba donde inició
sus primeras colaboraciones su vocación de escritor. A dicho periódico lo
llevaron Gómez de la Serna y Cesar González Ruano. Gracias a los pequeños
emolumentos que dejaban sus artículos pudo casarse y alquilar un piso en Ríos
Rosas con ocho habitaciones en una época en que la vivienda española era
carencial. Realquilados y familias con derecho a cocina. Ahormé lo mejor que
supe mi tete a tete con Cela y lo cablegrafié a Madrid donde fue vetado no por
Cerro, que era un bendito de Dios, sino por las altas instancias. Me consta que
Antonio Izquierdo[xv] tuvo que sofocar el motín de los llamados gallegos,
facción afecta a Pío Cabanillas, el padre del actual portavoz del gobierno. En
el grupo de alzados figuraban Onega, Rosa Montero, que aunque no es gallega lo
parece, Pedro Rodríguez y Fernando Testa junto a algún otro que no me acuerdo.
Por lo visto Cela, que se había hecho amicísimo con Manuel Fraga, ya no contaba
con adhesiones inquebrantables en Castellana 142 donde se palpaba un ambiente
enrarecido. En cada uno de mis viajes a España comprobé que había vuelto el
miedo. ¿Acaso cabalgaban de nuevo los espectros de la oscuridad? ¿Qué ocurrió
para que la situación llegase a ser neutralizada sin efusión de sangre? No lo
sabremos nunca. Cela ha sido tan odiado como amado, siempre en el ojo del
huracán de las discordias de teucros y troyanos. Tan ninguneado como discutido
y aclamado pues siempre encontró muchos que lo detestan y quienes siempre
supieron reírle las gracias. Ha cabalgado por la vereda del submundo literario
con sus ángeles y demonios, a ratos cielo, a ratos verdadero saladero de
llamas, como un buey suelto y a su aire. Mejor dicho como un príncipe. Porque a
lo que más se asemejaba era a un condotiero genovés. Todos sabemos que le
gustaba el dinero. Barruntando que los corderos iban camino del macelo supo
moverse bien en los ambientes mallorquines, que, desde Las Baleares como
cuartel general, sede de la banca March, una de las grandes entre las cien
familias, la que apoyó a Franco en la guerra civil y labró la reconstrucción
monárquica, movían ficha de cara a la implantación de un rey constitucional en
la persona de Juan Carlos. Fue lo mejor que pudo hacer a últimos de los
cincuenta marcharse a vivir a un archipiélago. El alejamiento físico es un
grado en este país. Evita circunstancias desagradables. No nos engañemos. En
esta plaza han sucedido muchas judiadas que quedarán ocultas para siempre.
Fusilamientos en efigie a carga de esas brigadas del
amanecer que hacen acto de presencia cuando uno menos se lo espera. Algo vale
que estos consejos de guerra fueran sobre el papel pero han ocasionado mucho llanto y crujir de
dientes - por ahora sólo cibernético- en medio de un ambiente recargado del
deseo de desquite. Los lictores del gran Filipo y los jiferos de Polanco
quisieron pasearlo pero Cela tiene una habilidad fuera de lo común por hacerse invisible
y como Cristo cuando trataban prenderlo los del sanedrín o cuando quisieron
despeñarles los de su pueblo por un sermón que pronunciara en la sinagoga de
Nazaret del que no quedaron conformes “ibat in medio eorum”[xvi] o lo que es lo mismo consiguió disfrazarse de
multitud para no alzar sospechas sin que nadie le tocase un pelo de la ropa.
“Nadie me ha puesto la mano en la cara”, declararía alguna vez. Incluso cuando
la famosa trifulca en un sitio de alterne el “Casablanca” cuando lo pincharon
en salva sea la parte no fue siquiera detenido. Como era ex combatiente y
legionario, obtuvo un certificado de buena conducta de su antiguo regimiento
con un aval facultativo que ponía:
“Lleva metralla en la cabeza, no responde de sus actos” que disuadió a los guardias
en el atestado. Se corrió un tupido velo
y sólo estuvo “a la sombra” una ocasión cuando andando por las laderas de
Torija fue llevado a la prevención. La causa: lo más probable es que Cela que
solía empujar la cena con medio litro de vino se hubiera extralimitado en la
poción. ¿Quién no ha cogido alguna curda de tarde en tarde? Esto que ahora
vemos con claridad al cabo de un cuarto de siglo en el otoño del 74 no se
perfilaba con tanta nitidez. Las espadas estaban en alto. La embajada española
en Londres se había convertido en una plataforma de conspiración, la Venta de
Baños de todo el tráfico ascendente y descendente para todos los conchabados de
uno y otro emblema del espectro político en el país. Un marasmo de rumores.
Corrió peligro incluso de ser reducida a cenizas como pasó con la de Lisboa.
Qué va a pasar en España cuando muera el general, me preguntaban mis amigos
ingleses. Nada, les respondía yo a los casandras aun a sabiendas de que nadie
ni nada volverían a ser igual tras el cambiazo de las idus de noviembre, aunque
presentía que gentes como Camilo pertenecía a un mundo con la partida de
defunción ya firmada. Estaba en un error. Cela no sólo no estaba acabado sino
que resucitaría en las constituyentes del 76 y con él toda una pléyade de personajes
de la vieja horma[xvii]. Sería una voladura controlada. Al franquismo lo
dinamitaron los propios franquistas con el soporte de los tres poderes
fácticos: judicatura, ejército, iglesia. El mundo había mudado de faz.
Oportunista o sencillamente bien asesorado, el autor de “La Colmena” peregrinó
a Jerusalén, se retrató ante el Muro de los Lamentos. Ese día su carrera
literaria ganaría enteros aunque los incondicionales de toda la vida, entre los
que me cuento, perdiéramos hacia su persona una miaja de entusiasmo. ¿Se había
convertido al judaísmo? Hombre eso era lo que menos nos esperábamos pero para
mí que fue una circuncisión simbólica. Había leído demasiado a Américo Castro.
Mucho de lo que escribiría a partir de entonces nos parecería una pesadez. No
lo entendíamos. Este no es mi Cela. Para colmo escribía novelas sin un punto y
seguido, a la Joyce. Quería ser Quevedo y al propio tiempo firmar una obra tan
obtusa y supervalorada como el “Ulises”. Nos dio la impresión de que estaba de
guasa. En el ínterin se estaba produciendo por ósmosis, por acidosis o váyase a
saber la causa, una avalancha de reniegos, que donde dije digo, digo Diego. Era
la única forma de tener a recaudo el puchero con los gabrieles asegurados. Por
todas partes surgieron garbanzos negros y gente que empezó a salir del armario.
Antes se definía esta operación sacar los pies del tiesto. Fue cuando la mayor
parte de los españoles mudaron su ropero y cambiaron de chaqueta, vendimos el
país y empezamos a vivir de las rentas con ínfulas de nuevos ricos. Habíamos
puesto los devengos de la hijuela en el banco a plazo fijo. Con todo y eso,
este tipo de pignoraciones a la larga termina por pasar factura. El que
quita y nada pon pronto llega al hondón.
Vendrán tiempos difíciles tras estos años de vino y rosas, pero aquí hemos
preferido fundirnos la herencia del abuelo en putas a vivir de nuestro propio
esfuerzo. Que inventen ellos. Nos va la marcha. Somos un poco masoquistas y
para colmo siempre estamos dispuestos a creer en el maná del cielo. La guerra entre
Capuletos y Montescos alcanzaba su acmé. Mi entrevistado no contaba con amplias
simpatías en el edificio de Castellana 142 al que denominaba la caja de
cerillas. Pero tengo la impresión de que aquel incidente con la censura había
sido sacado de quicio. La mejor propaganda de un libro es hacer que lo
prohíban. Además ¿cuántos libros en
aquellos tiempos cuando se escribía mejor y más que ahora pasaron el rubicón
del nihil obstat? ¿Cuántos autores no quedaron para vestir santos con sus
manuscritos durmiendo el sueño eterno en la gaveta o en un altillo criando
polvo para que a la muerte del poeta se lo regalasen al trapero o lo llevasen a
los encantes donde se expone cada sábado esa mercancía triste del defroque?
Pecios, efectos, libros y papeles de los
que definitivamente dejaron de fumar. ¿Y la censura del 2002 no es más severa,
impenetrable y sibilina que la de hace sesenta años? En la actualidad se
utilizan otros procedimientos más sumarios de criba al estar el negocio
editorial totalizado por gentes ajenas a la literatura que sólo se interesan
por el mercado. Ellos vigilan la parva de nostramo. Son comisarios de lo
políticamente correcto. A los “refuseñiks” actuales no se les manda a Siberia
se les entrega al brazo secular del olvido.
Parece que han venido con la lección bien aprendida de los aquelarres
nazis. Los alemanes tenían por costumbre quemar en la plaza pública aquellos
textos con doctrinas disolventes. Ardían los libros escritos por judíos, hoy se
lanza a la pira antes de ver la luz porque raro es el que publica los escritos
por cristianos. Más noches de cristales rotos y de cuchillos largos quedan en
perspectiva. Hay que borrar la memoria. No sabemos si el pensamiento delinque
pero por lo menos estorba a los globales. De modo que al fuego con ellos. Por
entrometidos. Por criticones. No nos vayan a aguar la fiesta del anticristo.
Sean ellos ludibrio de las gentes. Quorum memor non est amplius[xviii]. Se les
condena a la gehena del olvido. Ni fu ni fa que es lo peor que les puede
suceder a los que aspiran a ver sus pensamientos en letras de molde y, sin
embargo, no logran trasponer la barrera de la aduana de control, el fielato del
Nuevo Orden en cuya garita se sientan unos gorras de plato y unos chaquetas
rojas que miran igual que marines feroces de la Aerotransportada de Fort Braga,
insobornables. Dejadlos con la frente cosida al suelo y que recen el señormiojesucristo, lloren sus culpas y
pidan perdón. Digan con el salmista “repleta est malis anima mea; vita mea
inferno apropinquavit”[xix]. Jolín ¡qué fuerte! Pero es así. Aquí no nos
chupamos el dedo. Se ensañan con aquellos que no les interesan o representan un
peligro para el sistema. En ello parece irles la vida y hacen despliegue de ese
celo eterno que han demostrado para la engañifa, la destrucción del contrario y
la paciencia para aguardar el instante de la revancha. Este mundo no tiene
arreglo. Da más vueltas que una noria. ¿Se habrá vuelto loca la rueda de la
fortuna? Trasanteayer, lo llamábamos
Camilo José a secas. Luego pasó a ser don Camilo el del Nobel. Sin embargo,
aquella tarde de noviembre cuando atardecía con suavidad sobre los plintos
blancos de la plaza de Belgravia me había confesado que no le guardaba ningún
rencor al bueno de Tomás Cerro. Antes
bien le había hecho el favor de una publicidad sin costes. Su corazón
falangista - y habría que hacer literatura comparada de los que escribían por
tales calendas un Gonzalo Torrente, un Víctor Gómez de la Serna, un García
Serrano, un Capmany - se entusiasma con el azor que vuela entre la nubes, la
paloma que zurea, la punta de churras que regresa a la tenada, el lirio que
florece en cualquier parte, el narciso carmesí que se hace los rulos mirándose
en el espejo de las aguas de la ribera. Echa mano de los poetas olvidados como
García de Badajoz y canta a las niñas que se bañaban desnudas con las tetinas
al aire: “No me las enseñes más que me matarás”. A la legua se ve que su prosa
poética retoma y glosa el “Romancero” en línea con los vates del primer gran
movimiento que se inicia en los cuarenta a remolque del Grupo Escorial. No me
las enseñes más que me matarás. Hay en sus primeras colaboraciones publicadas
en Arriba ese enamoramiento con la España real, cotidiana, anhelosa del pan y
la justicia por la que derramó su sangre José Antonio. No sirve darle vueltas y
no me las muestres más que me matarás pero aquí muchos tienen por costumbre
buscarle siempre los pies al gato. El primer Cela, el más genial, irradia
falangismo. Poco a poco evoluciona. Ha
sido odiado y amado como ninguna y supo caminar por el filo de la navaja como
un buey suelto y a su aire. Aquella desbandada en torno a la cabecera de la
cama de un moribundo que expiraba
enchufado a una máquina de un hospital de la Seguridad Social (no quiso morir
en la Rúber como los grandes prebostes) me dio asco y miedo. Todos le dejaron
solo. Algunos quedamos aturdidos por la desmemoria, ingratitud y versatilidad
del paisanaje. Yo recuerdo a Raúl del Pozo que dijo que no había que escribir
ni una línea de Cela al que tachaba de fascista cuando lo de la conferencia en
Londres. Recuerdo su frase. Yo de Cela ni una línea[xx]. Luego cambiaría radical. Hay que ver lo bien que
escribe este chico. Sería uno de los cortesanos de su círculo. Vivir para ver.
La vida da más vuelta que una noria. La anciana que me dijo aquella parrafada
cuando Cela estaba de cuerpo presente no era una aristócrata rusa sino un
ganguino[xxi]. La vera efigie de la esfinge recién bajada a tomar
café con motivo de los funerales del poeta y pasar la tarde de las calmas de
enero. ¿Era una de las parcas la señora que se sentó a mi lado y decía vivir en
un cuarto de la calle del Almirante?
Tengo su respuesta clavada en los entresijos. El péndulo es un gran
invento, nuestro rasero fijo, el nivel que al aplanar el celemín deja cada cosa
en su sitio. Yo quería entrar en el templo de las musas y sólo encontré
Euménides gritándome al oído su tristura
y desolación por lo que pudimos ser y no fuimos. Sus intimaciones me recordaron
el pensamiento de Job: mi madre me concibió en el pecado. No se puede pedir
peras al olmo. La vida da más vueltas que una noria. Del Cela pobre y vagabundo
que hacía amistad con el arriero de Quitanamanvirgo o platicaba en deleitosa
conversación a la vera de los soportales del Arrabal de Arévalo con Senén de
Guzmán hidalgo venido a menos que miraba para la geometría hidalga de su
escudo, “dura carne de cecina histórica” con una leyenda que escribía: “El
tiempo conmigo” al Cela que salió por
peteneras al casarse con la chica del tiempo, una Hermida girl, que opina en
las mesas redondas de las terelus sobre famosos y otras hierbas, al Cela que
desheredó a su hijo testando a su favor un cuadro rasgado de Miró, que menuda cabronada, existe
una distancia infinita. En la hora de la muerte no se dejó llevar por el ángel
que había en él sino por los mismísimos demonios. Pero parece ser que sólo los
genios tienen derecho a ser excéntricos. Mira Tolstoi que falleció en la sala
de espera incómoda de estación de una ciudad de provincias rusa, al cabo de un
ataque de celos y de sus muchas desavenencias conyugales. La vida da más
vueltas que una noria. Parece que no se mueve el mallo en sus giros monótonos
tras la collera del burrillo Blas pero mete unos cambios que tiembla el
misterio. ¡Hay que ver lo que puede dar de sí el transfuguismo en este país!
Fue un otoño caliente que vivimos. Ya se sentían los estremecimientos del hacha
del leñador el que nos iba a cortar los frutales de nuestro jardín de los
cerezos pero en South Kensington donde yo vivía en la esquina de una plazoleta
mística frente a la catedral de los armenios en que crecía un tejo tatarabuelo
de copa ensimismada olía a mosto y a manzanas recién traídas de los pomares de
Kent. El aire era fino y se llevaba
algunas hojas de los castaños de Indias, que el autor del Viaje a la Alcarria
llamaría regoldos, para su colección
particular, o, travieso y juguetón, tenía a bien alzarles la falda al atravesar
los pasos de cebra a las quinceañeras de Kings Road en mini skirts con
estampados de colorines. Mucha bandera inglesa. Dios salve a la reina. Íbamos a
ser salados a fuego lento muchos de nosotros. Los golondros del destino con sus
piruetas inexplicables se entretendrían en hacer de nuestras carnes curadillo[xxii], mera corambre, pero casi nosotros no nos daríamos
cuenta por ser muy largo y lento el proceso revolucionario. Así que no pudimos
gritar lo de san Lorenzo cuando estaba en la parrilla. Nuestros enemigos fueran
mucho más discretos, disciplinados y sublimes. Habían aprendido mucho con el
tiempo. Cuando se presentan de tal suerte las cosas, caben cuatro soluciones:
la huida hacia delante o bien esconderse buscando un escondrijo como Latibulino
el guerrero, aparentar locura bajándose al moro, o bien emborracharse un día sí
y otro no por las tabernas del barrio. A Noé al verlo sus hijas en manos de
Baco y en estado tan lamentable quisieron meterle mano. Al final lo taparon con
su peplo pero a los que abrevábamos a pecho descubierto y cogíamos curdas
monumentales por el Madrid de los austrias en plena transición y pagábamos
nuestras propias consumiciones de vino áspero sólo nos servía de paño de
pudores el relente de la madrugada. Si te tiras, no te levantas. Estábamos con
el culo al aire. Primero, la democracia; luego, la globalización y acto
seguido, todo se andará, el oficio de difuntos. Los preliminares del maestro son un responsorio de despedida a
ese mundo que se va, a la España que se desangra, a los burgos que dan en
ruina, a las iglesias que se desploman y a las palabricas que fenecen por el
desuso, la ignorancia o la pérdida de su utilidad práctica porque aquello para
lo que servían y designaba fue a parar al desván del olvido. Algunos han
vendido muy bien esta decadencia por lo que se ve. Delibes, Cela que siguen la
brecha abierta e inaugurada por los del 98. No digo que le falte su punto de
razón al trazar un panorama tan negro pero todos hemos preferido ser pobres en
Arévalo a bomberos con buen sueldo en Manhattan. Y, a lo peor, el péndulo
vuelve la dirección cualquier año de de estos. Esa obsesión de nuestros
escritores con denostar lo propio me causa desazón. Se ve que han viajado poco.
En todas partes cuecen habas. Aquí al forastero se le concede el culo y al
vecino por el culo y no se aplica a los indiferentes la legislación vigente
sino que se hacen palinodias que evidencian la impotencia y la degeneración de
algunos próceres. Al enemigo se le saca el incensario y el bodigo mientras se
da con un portazo en los dientes al pobre que llega a pedirnos y es de nuestro
propio clan. España no puede ser un país tan terrible y donde se viviera tan
mal como nos dijeron porque acá quieren venir todos a posar. De China, de Perú,
de Argelia, Inglaterra. Medio Ecuador se pasea por la Gran Vía o por las
Ramblas. El regeneracionismo
noventayochista abocó a la degeneración milenarista que ahora nos sorprende y
apabulla. Ha sonado la hora de rendir cuentas al amo. Europa se sienta en el
banquillo mientras algunos sin admitirlo o reconocerlo más que para su capote
saben que el principal reo es el cristianismo. Ese va a ser el drama de los lustros
primeros del siglo veintiuno, en mantillas como aquel que dice. Cincuenta años
antes Cela cuando un martes de mercado escuchaba el mayor eructo que escucharon
los siglos en Piedrahita del Cebrero de la boca del “Treintarrobas” que se
estaba merendando un cabrito del tamaño de un niño de primera comunión da la
voz de alerta de este verrojazo que estaba por llegar. Consecutivo, una de dos: o nos engañaron
nuestros propios próceres, o esta crítica debeladora poblada de esperpentos y
de sinrazón pueda que responda a unas intenciones tan inicuas e inconfesables
de vindicta apocalíptica. ¿Os acordáis de cuando entonces? ¿Sí? Pues ahora las
vais a pagar todas juntas. Esta es la lectura que algunos observadores
avisados, pero que no publican porque les han quitado el tornavoz y el púlpito,
hacen del entramado que surgió de la involución ocurrida en 1989. Lo del ataque
a las Torres Gemelas no es más que un corolario del planteo de esa filosofía
global que aspira al fin de la historia según la hemos venido entendiendo.
Kundera lo había también adelantado pero Cela por los andurriales de Castilla
fue mucho más explícito y brillante en su análisis. Casi habría que llegar a la
conclusión de que esto se acaba. De ahí nuestro desasosiego interior y nuestra
nostalgia por aquella España tan zurrada y vapuleada de la posguerra. El pueblo
no es tonto. Nunca lo engañan. ¿Falta de libertad? ¿Qué otro pueblo de la
tierra como la nación española ha conseguido construir una literatura tan rica
y tan variada en la que cuestiona sus propios valores? Entre los anglosajones
medran poco los escritores que cuestionan el sistema. Fíjense en Ezra Pound que
acabó metido en una jaula en Roma o en TS Eliot al que los deicidas han quemado
en efigie. No. Nosotros hemos puesto al retortero y sin ningún pudor nuestras
miserias en la plaza. En Francia esta postura iría contra el chovinismo galo y
sería impotable y en Alemania se celebraría con una noche de la Walhalla. La
censura que actúa a la sazón con el tercer milenio aun niño utiliza otros planteamientos
y procedimientos más sibilinos. Se asoma a la red y domina con guante de hierro
las editoriales y las redacciones periodísticas. El gran cofrade desparrama sus
cazatalentos por el mercado o envía a sus lictores al servicio del pretor de
turno para hacer cumplir la ley. Aquí sólo pita el blasfemo y todo aquel que
peque contra el Espíritu. La manipulación y trucaje llega a las últimas
consecuencias de la jugarreta, la protervia, y el menoscabo de la verdad y la
vida. Mucha pasamanería y de trujamanía, bastante más. La movida cultural es
una epanalepsis[xxiii] o epanadiplosis
perpetua. Dares y tomares y volver a tomar. Resultado: la gran mentira.
Y una vividura artificial por encima de nuestras propias posibilidades.
Servidumbre de las masas desamoradas y analfabetos cibernéticos. El distingo
diferencial es que nuestra juventud está enferma de la voluntad mientras que
aquella a la que canta y trova el vagabundo por los vericuetos de Gredos, el
Eresma, el Duratón, el Tormes o el Adaja la cordura y la sana sabiduría le
salía por las costuras del alma. Era dueña de su futuro. Ahora no. Vive de
entelequias y ha de comulgar con ruedas de molino. Les han hecho creer que la
vida es un carnaval. Corren por sus venas mil hierbas de tradición hidalga que
predispone contra el trabajo manual. Los chicos quieren tener carrera, padecen
titulitis, para acceder a una colocación segura y ser más que los demás. Les han dicho que odien a sus padres pero no
se emancipan ni independizan del hogar familiar. Se funciona todavía por castas
y por linajes. La concepción de la pirámide social sigue siendo un trípode. En
el hiato que se tiende entre falsas expectativas y cruda realidad viene el
choque y con las consecuencias que acarrea: falta de adaptación, la litrona del
“finde”[xxiv]. De aquellos polvos, los bandos de la movida y el
estar al loro de aquel edil socialista garrulo y cachondo a estos lodos. Ha de
venir Rojas de Marcos desde Nueva York para hacernos un diagnóstico
promocionando de paso una serie de programas de máxima audiencia televisiva que
son una copia mediocre de aquel “Ruede la Bola” por la Inter en los lejanos
sesenta o “Salto a la Fama”. Mamá, quiero ser artista. Hedonismos furibundos,
limosis y bulimias. La adelgazadera. El culto al cuerpo. Hay que parecerse a
las modelos de talla diez que se contonean en la catasta. Feria de vanidades.
La cara oculta de todo esto son los innumerables mozos y mozas de este
reemplazo que quedan en la cuneta. Todos quieren triunfar pero hay númerus clausus. El sistema es cruel y no permite
subterfugios. O lo tomas o lo dejas. Tampoco se permite a nuestras chavalas y
chavales la capacidad de crítica y de rebelión que exhibían nuestras
promociones cuando leíamos a Cela a hurtadillas en las tardes de paseos en
aquellos seminarios abarrotados frente a los acantilados cántabros debajo de la
imagen del Stella Maris. Han sonado todos los timbres de alarma. Hay que
competir, pisar cabeza. Hoy la cucaña celiana es más pina y resbaladiza que
antaño. Muchos llorarán lágrimas de cocodrilo mientras los verdugos afilan el
hacha. España va bien. ¡Hay que ver que gente tan guapa luce el jeme por las
revistas ilustradas! Da gusto oírles cantar en inglés casi sin acento
convenientemente instruidos por profesoras de baile catalanas que aprendieron a
moverse en los gimnasios del Bajo Manhattan. Luego son incapaces de redactar
diez lineas en castellano sin veinte faltas de ortografía. Somos los mejores.
Tenemos un rey que no nos le merecemos y un heredero de la corona ¡que está tan
bueno! Uno en su modestia hace suyas las palabras del vagabundo que “ama a
España sobre todas las cosas” y le duele ver cómo, desde hace trescientos o
cuatrocientos años, se la vienen merendando sin tregua ni piedad, la
estulticia, la soberbia, la socarronería: ese gorgojo de tres patas que pudre
las almas en las que hace su nido”[xxv]. En 1953 della quedaba algo. Hoy puede que nada. La
estulticia, la socarronería, la soberbia han ido en auge aunque quizás se las
perdone por llevar un arcén en la divisa que muestra que estos tres vicios cuentan
con bula. Son democráticas, ojo. El dictamen que hace entonces de la sociedad
española no puede ser más clástico. Sin embargo, si en lugar de los puñeteros
cuarenta hubiera tenido que darse a conocer el autor en los años globales del
siglo veintiuno recién parido para publicar lo hubiera tenido más peliagudo,
hubiera encontrado mayores dificultades para salir, o sobrenadaría perdido en
la bazofia de la literatura atragantada que nos sofoca. Aparte de eso, el
personal no lee, se ha vuelto analfabeto y ágrafo. Está enchufado a Internet o
a la gehena de la tele. California equivale a Hermida con sus chicas y terelus,
sus marinas y sus castaños. La gente piensa poco por sí misma. Deja que se lo
den bien mascadijo los informativos. El sistema funciona con los reclamos del
miedo, el terrorismo en el cuerpo, la bazofia intelectual, la contaminación
moral. Ahí estamos. Manejando pleonasmo. Viviendo en los gerundios, gerundiadas
y presentes continuos. El español ya piensa en inglés macarrónico. Nos hemos
vuelto para algunas cosas de un rigor expletivo. No pintan mártires ni
confesores en el santoral laico sino fiestas concretas. La del árbol. La de la mujer trabajadora, el día del sida y
del orgullo mariquita, los 23 efe, los veinte ene, los once setiembre, etc. En
sus mejores momentos, los libros giróvagos, ahora tan en boga y tan redituables
- le han salido a Cela con el tirón de la televisión no pocos epígonos
contrahaciendo sus buenas formas y siguiendo la ruta de sus muchas pisadas por
la Piel de Toro- consiguen convertir la prosa en poesía. Cimeliarca o tesorero
de los clásicos, da pábulo a un concepto de la literatura entendida como ruta y
también como liturgia solemne. Sus libros eran acogidos por la crítica como una
misa mayor con oficio de tres prestes. Bajo el mazo de las almonedas los libros de Cela siempre cotizan por lo
alto y a todo trance. En los últimos años había dejado de ser un acontecimiento
literario para alcanzar el rango de fenómeno sociológico. Un rey midas que
transformaba en dinero todo lo que toca. “Virtus in medio est”, y “medius in
rebus” que decía los latinos. Con él no valía este adagio. Todo se lo debe a
Américo Castro el cual al correr de las décadas le ganó el pulso sobre la
interpretación de la historia de España a Álvaro Sánchez Albornoz. En el suum
cuique[xxvi] de esta controversia el polígrafo avilés defiende a
los cristianos mientras don Américo se decanta por los judíos. Y Enrique
Larreta (1875-1961, Buenos Aires) con su mejor novela histórica de este siglo, “La gloria de don Ramiro”,
celebra el elemento morisco de nuestra
historia. Alberto Insúa, otro de los grandes del 98, encuentra en la “Ciudad de
los santos” un Ávila claustrofóbica, un poco ciudad cárcel donde sus habitantes
viven sometidos a un perpetuo espionaje de comidillas y abandera la facción del
progreso; el hispano cubano proponía imitar en todo a los norteamericanos que
nos acababan de hundir todos los barcos en la Bahía de Santiago y en Cavite.
Detrás de cada cortina hay unos ojos que espían y de cada pared una oreja
apostada. Es un poco también la obsesión
de Clarín en la “Regenta”y sus reconcomios contra los carballones levíticos, el
clero que abusa de su poder. Todas esas fuerzas encontradas laten en la obra
mayor del padronés, “Judíos, moros y cristianos”, una periégesis con todos los
honores al laberinto celtíbero. Cela bebe en estas fuentes regeneracionistas
del 98. No dice nada nuevo pero el estilo en el que expresa sus opiniones sobre
la Castilla depauperada supera a todos. A Baroja, a Azorín, a Ortega. Revierte
al concepto mesiánico y, por tanto, judío del mundo. Por el contrario Sánchez
Albornoz se queda solo en su defensa del cristianismo a palo seco contra las
dos otras concepciones restantes de la España de las llamadas tres culturas. Él
es el más serio, el más científico. El más realista. Pero perdió. En Roma y en
Madrid no lo quisieron hacer caso. Padeció exilios y persecuciones. Sus
consejos quedaron arrinconados y sus libros peligrosamente olvidados. Creo que
el noble hidalgo, que nació en la casa fortaleza de los Aboín cerca de la
Puerta de Santiago, es el único que dice la verdad. Al contrario, Cela que
logró ser catapultado a la fama no por el Pascual Duarte ni la Colmena sino por
el “Judíos, Moros y Cristianos”, un gran reportaje que le consiguió el palenque
del nombradío, baraja también las dos primera posibilidades semitas, confiesa
aburrirse como una ostra en las catedrales, aunque siguiendo una línea
respetuosa y ecléctica para las creencias de los demás, pues nunca podrá de
apostatar de su vieja fe. Esto supuesto, merced a apoyos ocultos y la inercia
subterránea de la historia que condujo al triunfo total de sus nuevos mentores
donde siempre gozó de amplio prestigio y vara alta. Además, siempre fue un
coruñés que contó con buenas aldabas y mejores zancos. En los encantes,
defroques, azoguejos, mercadillos, almudíes, zacates, alhóndigas y puestos de
venta ambulante los tomos de Cela te los quitan de las manos, que el cronista,
cuando le dio un arrebato, al verse defraudado en sus expectativas por el autor
de sus sueños, puso al tablero por unos
pocos céntimos. La “Gavilla de fábulas sin amor” la regalé en cincuenta duros a
un marchante de Villalba. La empecé a leer y me pareció una cochinada pese a
las ilustraciones de Picasso que jalonan la edición. Hoy ese texto en los
anticuarios no se remataría por menos de treinta mil duros. Es igual. Date
obulum Belisario. Este es uno de los pocos libros que he sido incapaz de
terminar. También me ocurrió con La Catira novela escrita por mandato de un presidente
venezolano caudillista y corrupto, y que maneja una guasería caribeña poco
accesible. Aquí las cotizaciones librescas se marcan ad líbitum. Me mantengo en
el criterio de que el autor sólo pasará a los manuales de literatura por un par
de buenas novelas que, en cambio, pierden bastante al ser vertidas al idioma
extranjero. Cela es un castizo. Los veredictos del mercado circulan a redropelo
de los criterios estéticos. Conque el fenómeno Cela, niño mimado de los nuevos
ricos españoles es todo un acontecimiento extra literario a estudiar por los
estadísticos, los que sondean el pulso y la opinión de los pueblos. No existe
otro parecido paralelo al suyo sacando a Vicente Blanco Ibáñez que también se
hizo millonario en vida a fuer de novelas bastante mediocres. El río por lo
visto se salió de madre y toda la pesca pesquisada que él que oyó cantar las
truchas, en un alarde de conocimiento ictiológico y haliéutico[xxvii] a la vera del Tiétar así nos lo cuenta de antemano.
Creo que los que heredamos ese compromiso con España, ese amor a España
visceral y casi falangista hemos sentido esa emoción especial que empeña sobre
todo en la hipotiposis de todo aquello que ofrece su semblante al trotamundos.
Amor y dolor de España que escuece y sorprende en cada teso y en cada cárcava o
cuando se detiene a enumerar lo que crece y se mueve, bípedo, cuadrúpedo o con
alas (peces, pájaros, hombres, alimañas)
por una región:
El ruiseñor aquella noche había cantado sus romanticismos en el copudo
y casi materno regoldo[xxviii], en el agraz membrillo, en la guindalera de fruto
color de sangre, en el manso peral de la pera ahogadiza, de la redondita y
montuna pera mosqueruela, de la de guitarril, pera calabacil del valle.
(Judíos, Moros y Cristianos pág. 285).
Cuando iba por los caminos y hablaba con los meleros
de Atienza, los hidalgos que se fumaban la toba y la colilla recogidas por los
ceniceros o en las cunetas cabe una de las siete puertas de Roa, de Arévalo,
Aranda o Madrigal de las Altas Torres (“mucho nombre para tan poco pueblo”) y los
presenta tipificados en este su gran reportaje nunca hubiera podido pensar que
los piojos, la vida airada y los predicamentos a lo zaino hubiera podido
aportar tanto de sí. La literatura entre nosotros raras veces dio para echarse
coche. Sin embargo, hay algunos que lo consiguen. A Clarín sólo
administrativamente le servía para merendar. La comida y la cena tendrían que
buscárselas por otro sitio. Y esto será siempre así aquí en esto hoy, mañana,
ayer y trasanteayer. Los personajes de Cela siguen los pasos barojianos de los
grandes pícaros. Con ellos departió a la vera, fuma tabaco que sabe bien, echa
un trago, come un mordisco. Pocos hubieran podido prever que tan humilde
dedicación como es la de casar sílabas inspirada, exasperada, a veces
inútilmente fuera el fundamento de negocios de exportación, industrial
conserveras, inmuebles, acciones en bolsa. Ahí lo tuvo todo que dejar. Pero,
como una comadre de las que escriben hoy día en los papeles, dijo cuando su
cuerpo estaba todavía caliente en el tanatorio, Cela ocupaba mucho sitio y
muchos se habrán alegrado de su muerte.
Eclipsó pléyade de talentos intermedios. A opima y óptima cosecha de catacaldos, condóminos y
talentos intermedios, de novelistas a los que nunca se hará justicia (estoy
pensando en el gran Alfonso Grosso[xxix]) y otros muchos cuyos apellidos cuyo eco se ha
perdido por las gargantas y desgalgaderos del yermo del olvido. Aquí la gente
sólo tiene memoria para lo que le parece. Halagar al poderoso y no salirse
nunca del arcén de lo políticamente correcto es la última Tule con la que se
opera en la radio, la prensa, la escuela, el aula, el foro. Largo es el camino
regio que separa en una azeuxis vivencial sin precedente al Cela que se paseaba
por la Alcarria en un Rolls conducido por la choferesa nubia y el que tenía que
liar su almadraque en los pajares y parideras de la Alcarria a merced de la
caridad de las gentes, o el amor incoercible de alguna sirvienta bigotuda o de
alguna viuda con ganas de hombre como la que se le viene al vagamundo encima cerca
de Candelada. Si Clarín nos enseñó a amar platónicamente y uno por dos, como él
llamaba a su onanismo, Cela nos induce al trato torpe con meretrices y a echar
de vez en cuanto una canita al aire. A empujar la cena con dos cuartillos de
vino. Pero él tuvo más suerte que nosotros sus discípulos. Se lo dije a Alfonso
el cerillas del Gijón que tiene muchos amigos y hasta es un informante de Su
Majestad. Un tío listo este CJC. Cambió la chalina y el tapabocas de tres
vueltas por el fular de Armani, la pelliza por el terno de alpaca. Como nos encontráramos por última vez en los
tránsitos del aeropuerto de Barajas en el 82, le dije:
-¿Qué se acuerda usted de mí?
-Sí, pero hace muchísimos tiempos.
Era la definitiva.
Y se fue receloso camino de la puerta de embarque.
No daba la impresión de haber sido en su vida afectiva feliz. Caminaba delante
siempre de su mujer o un poco alejado de su consorte como los rabinos
betlemitas. Detrás de aquella apariencia cansada por el halago y la consecución
de todo en la vida debían de latir no pocas desdichas. El hexagrama del destino
retomaba la línea recta tras muchos
ringorrangos, crecientes y menguantes, de circunferencias y circunvoluciones
afectivas. Había dado la vuelta la tortilla. Puede que hasta no fuese él mismo sino
un ensabanado, un aparecido. Perdía con frecuencia los papeles. Aparecía cabreado con más frecuencia de lo que en él
era costumbre. Conque, como dijo el otro, “credat Judeus Apella”[xxx]. Eso se los dirá usted a todas, don Camilo. La vida
da más vueltas que una noria. Cela fue un andarríos toda su vida. Conservó ese
aire entre desconfiado y tierno de los tratantes de Cantalejo y de los
afiladores de Orense que van por el mundo recelando hasta de su sombra y
mandan a la mierda al que les hable en
su propia jerga. Aquí todo vale. Esa es la gracia del Camilo. Que acierta a
poner en labios de perailes, patanes, jiferos y capadores y otros pecheros que
va encontrando por la ruta palabras moribundas que mucho dicen y bien saben y
salen por orden certeras, felices, del morral o de su alforja, en un párrafo
aparentemente sin alardes y lleno de musicalidad aunque para disponerlas con
buen encaje el autor sudara lo suyo. Las frases celianas que enamoran al
principio por su candor esconden menor espontaneidad, más intención y oficio,
de lo que a simple vista cupiera suponer. Ese amagar y no dar, ese sacar las
conversaciones del trillado convencionalismo otorgando respuestas sabias y
tajantes delatan una burla oculta de los desengaños humanos. Una ironía cruel. Pesimismo hegeliano. Él contempla a los tipos
que encuentra en el camino real los cuales aunque parezcan de carne y hueso son
los ensabanados de su poderosa imaginación. Proyectan un poco sus obsesiones.
Virtudes y carencias de un novelista que ama y teme al ser humano. Estos tipos
que le salen al encuentro a veces embisten. Se tiran. Son utreros que corretean
por la dehesa. Cela, que fue aprendiz de banderillero, les hace un quiebro, los
clasifica, los pone en suerte y los define con una frase cincelaria. Para él el
alma humana es sólo apariencia. Sus libros son plásticos y llenos de colorido y
de sensaciones. Tiene una forma de contar como al desgaire y a la
birlonga. El desaliño es intencionado en
acomodo del veredicto retórico “summa ars, celare artem”[xxxi].Allá que te va sin un plan preconcebido. Eso lo
aprendió en Baroja. De buenas a primeras
el lector queda deslumbrado por los parlamentos de los figurantes que se
parecen unos a otros y para ellos la última Thule[xxxii] es satisfacer el hambre. Sueltan las mismas parrafadas
entre guiños desconfiados y escépticos. Cela encontró por esos andurriales de
dios a la postrer generación de los trajinantes, una raza a extinguir, hoy
desaparecida en Castilla la Vieja. Sentenciosos, resignados, longánimos,
presentan batalla a la adversidad. Cubiertos de harapos sus coloquios recuerdan
por la gravedad y circunspección la forma como deberían de expresarse los
personajes de los cuadros del Greco si les fuese permitido abandonar su actitud
extática dentro de la pintura durante unos instantes. Utilizan anástrofes, prolepsis y hay una
hipotaxis variada en su dicción manifestándose con una propiedad e intención
que ya quisieran para sí muchos académicos y profesores del aula. Las piedras
no le entusiasman pues no se declara lamerruinas y pone en tela de juicio la
versión que han dado los cronistas de la obra y la personalidad de ciertos
personajes como Enrique IV el cual según Cela, todo lo contrario que Marañón,
no era tan impotente, pues tenía a su disposición todo un harén de mancebas
jarifas. Los únicos que han trabajado en este país - otro prejuicio histórico-
son los judíos y los moriscos, que a los cristianos les va la marcha. Lo que más les gustaban eran los pleitos y
melindres, los puntos de honra. Sobre
todo, vivir sin pegar golpe. En sus libros de viajes mete el coruñés de la
pluma florida, caballero andante de los despechos, la adarga a todos estos
convencionalismos y disquisiciones a priori. A beneficio de inventario y aunque
no le interesan demasiado los monumentos cuenta con garboso poderío la historia
de los mismos, desde que fueron fraguados hasta que dieron en tierra sus torres
o se vinieron abajo los arcos. De los seres humanos desconfía pero le enternece
el paisaje. Da ración doblada de ingenio - sus relatos son un verdadero tour de
force estilístico- a la hora de cantar los méritos de la naturaleza, nombra las
hierbas, conoce el nombre de todo lo que vuela y sus propiedades. La cigüeña,
por ejemplo, le enseñó al vagabundo“la conveniencia de no dejarse ver sino por
temporadas; el búho le adiestró a no
pestañear y le hizo maestro a fuerza de golpes en los arcanos de la paciencia y
el golorito[xxxiii] instruyó al vagabundo en las sanas tendencias de
cantar, pase lo que pasare, como un loco y sin pedir permiso”. Al pasar por
Arévalo dice: “La Moraña cría el cereal, tolera la vid, maldice el árbol”. No se puede evaluar a un sexmo, a una
mancomunidad o a una universidad que es como se llamaban a las regiones antes
de que apareciera la retama tiesa de las autonomías de una forma tan sonora y
tan sabia. Se consigue on esta taxonomía del lenguaje la emoción del idioma que
ha de palpitar en toda obra de arte. Es
el no va más. Al hacer balance de todas estas filiaciones psicológicas y
semblanzas topográficas el lector se descubre. Chapó:
-Oño, es verdad. Qué bien dicho esta esto. A mí no
se me había ocurrido cuando pasaba por allí. Hay que ver lo bien que escribe
este chico. ¿Decís que se llama Federico?
-No, señor. Se llama Camilo José. Es un gallego que
ha logrado hacer volar al castellano por las cumbres del águila por donde solía.
Los censores quedaban patituertos ante sus
desplantes. Ese derroche de ingenio que haría quitar el gorro incluso a sus
detractores más radicales. El franquismo siempre respetó las genialidades del
autor del Viaje a la Alcarria. Las tres veces que tuve ocasión de hablar con él
a lo largo de mis días siempre me dijo lo mismo. Que la censura no le estorbó
para nada. Que el incidente protagonizado por Cerro y Rocamora no fue más que
una tormenta en una taza de té. Tuvo de siempre mucha gente que andaba al copo
pero él con su paciencia y sabiduría de mochuelo los toreaba. Siempre estaba
viéndolas venir.
De pronto la
gente desaparece. La muerte no es siquiera un acto de servicio sino un episodio
vulgar corriente y moliente en el libro del habe y del debe como cada una de
las tres ces con que firmaba el escritor. Comer, cagar y coger. El gran Cela
definía la existencia humana en esos tres verbos pero él dicen que murió
recitando versos de amor in articulo mortis y diciéndole a Marina que la quería
mucho. No es que pegasen mucho con su carácter tales ternezas, pero Cela, un
poeta de cuerpo entero, siempre tenía una rara capacidad para sorprender y
mostrar la cara oculta y hay un último
tranco de su personalidad con la que no me identifico ni reconozco lo mismo que
con el país al que le tocó asistir a sus pompas fúnebres pues esta tampoco es
mi España. Me la han cambiado. No es que se fugase con una corista o con un
cabo de regulares como la madre del niño que encontró cabizbajo pasado el
puente de la Fuencisla en “Judíos, Moros y Cristianos” (el acto de escribir con
frecuencia deviene premonitorio) sino que se casó con una coruñesa cuarenta
años más joven que él y con pinta de ser la modosita chica de la tele que recuadra
después de cada telediario puntero en manos los pronósticos meteorológicos. Lo
puso a dieta. En su primer matrimonio no
parece que hubiera sido muy feliz. Convivir con un genio, difícil tarea y Charo
Conde llegó a decir, quien sabe si para herirle que en realidad de quien había
estado enamorada era de su secretario el escritor Caballero Bonald, un segunda
fila, menos genio pero puede que amador mejor, hay que joderse los bandazos que
da el destino con sus vueltas y crecientes, más que una noria, sí. Pero en su
vida y en su obra el papel de la mujer resulta siempre ancilar y periférico.
¿En su caso segundas partes fueron buenas? Pues parece ser que sí. Por fuera se
le veía contento embutido en un nuevo perfil. Si a una la puso a pasar a
máquina su extensa obre escrita en letra pequeña endiabladamente minuciosa la
otra quedó encargada de que llevase siempre la corbata a juego y apuntalar su
figura pública con todos los vales del mercadeo y de lo políticamente correcto.
Quedó un Cela descafeinado que hasta dicen que cobraba las entrevistas, lo que
nunca hizo pues era generoso y simpático en hospitalidad, tiempo y espacio. Y
de contado en aras de un nuevo “look”: millonario de las letras, senador a dedo
regio, cartero mayor del reino, mantenedor de las fiestas de Zamarramala, actor
de cine, guionista y productor, anunciante por televisión de la nueva guía de
carreteras, cachondo[xxxiv] mental, pero apto para todos los públicos con una
mezcla de retranca y de ternura. ¡Ah su ferrete coruñés! Los del “Diez Minutos”
lo retrataron en pantalón de deporte marcando paquete y reventando las costuras
por la pernera del bañador. Marina lo puso a régimen y fue centro de interés y de atención para la
prensa de casquería antaño por él tan denostada. Pero estas son lentejas. El
Nobel supo darse cuenta a tiempo. La sociedad española al volverse permisiva se
hizo menos intelectiva y trascendente y él que había sido un peso pesado del
casticismo celtíbero supo adaptarse, siempre dentro de lo que cumple, a la
cultura de lo light. El majadal de la Colmena se convirtió en corrala a medias.
Las vecindonas de antaño habían cambiado la toquilla y las sayas por prendas de
alta confección pero el remango y las lenguas viperinas seguían siendo como
siempre. Cuando se produjo la revolución
de los nuevos gustos de los que son epítomes dos periodistas (Jesús Hermida y
José María García) él busco sitio en el ruedo mientras otros toreros se
cortaban la coleta, otros eran condenados al silencio y los más se morían de
asco o de aburrimiento. Señores hagan juego.
VII
SE SUCEDIÓ A SÍ MISMO
Cela supo sucederse a sí mismo. Sus libros y
manuscritos cotizaban alto en las almonedas, como ya explicaré abajo en esta
crónica y sus textos copaban los primeros lugares de más vendidos aunque sus
lectores más fieles, los que lo seguimos desde el principio, quedáramos
desconcertados y hasta aburridos. Al principio pensamos que serían cosas de
Cela pero luego notamos un cierto empecinamiento y señales alarmantes de
decadencia aunque él supo llevar como corresponde a los cánones eso de la
esclerosis. Cuando las venas se endurecen, la capacidad de fabulación se
agarrota y hay signo de chochez. El maestro siempre decía lo mismo. Como todos los días amanece Dios, los jueves
ya están en los kioscos las revistas. Renovarse o morir. Para que todo siga igual y aquí sigan
mandando los mismos. Gautier Casaseca fue reemplazado por Pérez Reverte quien
debe de haber leído muchos tebeos del Guerrero del Antifaz y de Roberto Alcázar
y Pedrín de guaje. A Corín Tellado le salieron no pocas emuladoras aunque esta
vez con coroza de feministas que proclamaban lo de siempre:
-Hay que contar una historia.
Hay que saber ser y saber estar para poder colocar
el producto. Y en eso él se dio buena maña pues fue y estuvo siempre. Cela, esa
fue clave de su apoteosis, era un ser humano tan vitalista que se las arregló
para poder ser y estar en un país donde la gloria literaria a cualquier hora
sujeta a pedimentos dura lo que un caramelo a la puerta de un colegio,
practicando equilibrismos, eso sí, al pie de medio siglo de vida española y
pisando la cabeza de sus detractores sin cuento. Hay que echarle redaños. Hay
que ser muy listo para esto. Hacer algún que otro calvo. Esquivar más de una
bofetada. Él encajaba siempre los golpes
con flema británica pero sin llamar a sus enemigos por su nombre. Era un
consumado titiritero en las ardides de la cuerda floja. Abajo estaba el pozo de
los leones cuyos rugidos desmelenados aguantó toda su existencia y de él se
elevaban las lenguas serpenteantes del áspid manando azufre por la boca. Había
que aguantar el tipo porque un resbalón en este país, donde hay un ojo que
espía detrás de cada estor, los muros tienen orejas y media nación se dedica a
espiar lo que hace la otra media a fin de recabar información para cuando
empiece una de las habituales caza de brujas a la que estamos
acostumbrados puede significar la muerte
civil del interesado. Tipo listo, Cela no sólo se mantuvo en vilo y en la
cresta de la ola sino también a medio sector animando el enrarecido ambiente
literario cuando llegaron los comisarios felipistas pistolón al cinto y
empezaron las sacas de los pintacilgos de la literatura. Cantaban demasiado
bien y había que fusilarlos siquiera fuese sobre el papel que ignora sus
nombres. Eso de cegar jilgueros y echar ruiseñores a la olla se les da de
perlas a los mediocres pero había que eliminar el pasado. Hacer tabla rasa.
Borrar la memoria. Dios los ampare y perdone. Con él no pudieron aunque ya digo
que estos vengadores en su sed de
revancha fue mucho el ingenio y obras de autores que se llevaron por
delante. Negándolos el pan y la sal.
Condenando a tantos y tantos al ostracismo de las hemerotecas. Aunque la letra
muerta siga ahí. Como testimonio. Algún día vendrá en que se vuelva contra
ellos. Él hizo lo imposible para evitar la caída y burló las celadas que le
tendieron los podencos de Polanco. Se colocó sobre su oronda testa una jipa,
señores míos y se retrató con un humeral judío en el muro de los lamentos de
Jerusalén. La cosa tiene tres pares de perendengues. Con todo, quizás llevara
razón Antonio Magariños, mi profesor de latín, cuando decía que no era
novelista. Los hay más meritorios. Tomás Salvador, Bartolomé Soler, Dolores
Medio, Pombo Angulo, Emilio Romero e incluso Castillo Puche entendieron este
género literario y lo practicaron con más recursos que él, pero amigo el Duarte
en su tiempo causó sensación sin merma de sus méritos literarios por todo el
aparejo político que circunvaló a la publicación del libro en el extranjero.
Quizá el iriense fuese hombre menos de estructuras que de coyunturas. Hace una
literatura de paso. Recopiladora. La opción de superar la marca queda abierta a
los que vengan arreando. No aspiraba a
una hornacina después de la muerte sino a ser canonizado en vida a sabiendas de
que las honras póstumas en la tarea de un escritor no son más que sobras y
miganduras de un oficio duro que reclama áspero esfuerzo y proporciona escasas
consolaciones. Su obra es la de un clásico porque era hombre poco inclinado al
desmelenamiento. Por eso no tienen razón de ser los gritos contra él de algunas
Euménides que no lo han perdonado ni a la hora de la muerte disparándole dardos
envenenadores, cantigas de mal agüero, nenias. A moro muerto gran lanzada diría
don Camilo. Hizo sombra a muchos y con
su oronda humanidad taponó el camino. No se lo perdonaron nunca pero él era un
monstruo. Todo un acontecimiento literario. La critica lo ponía verde y
trataron los más gazmoños de cerrarle el paso cuando lo de la censura a su
primera gran novela escrita a los veinticinco años y lo maltrataba por
deslenguado. El pueblo, sabio y ocurrente, reía sus donaires. Al fin todos se
rindieron aunque a la vista de lo que escribieron algunos en su obituario el
reconcomio como un palmito maldito o una caña del diablo sigue brotando. Pero
la literatura se llamó durante casi cinco largas décadas en este país CJC
ocupando un trono indiscutible e insustituible por encima de las desavenencias
y murmullos de tirios y troyanos. Del
país del pan de higo y los realquilados en la miseria de aquel país de la busca
barojiana a la del euro ya ha llovido pero él supo capear dimes y diretes
siendo, además, él mismo y nunca fueron capaces de destronarlo ni de
derribarlo. “Yo tenía una novia portuguesa que se llamaba Dolorines. Tenía algo
de bigote pero compensaba”. Eso se lo dirá usted a todas, le dije. Pchs. ¿Y
cuándo iba por esos andurriales mochila al lomo las pasaría canutas, no? No
sólo canutas sino putas, hijo. Flautista
de Hamelín del castellano, era capaz de poner música a los conceptos que ya las
palabras le subían al aire como sinfonías perfumadas de incienso. Tenía buen
oído y era un poeta de los sentidos. Ante la lujuria pasaba de largo. Camilo José Cela, que a mí en la
manera de fumar, en los andares y en la forma de ser y de expresarse con mucha
parsimonia y las frases saliendo solemnes y armoniosas de su boca, me recordaba
a mí padre, así tan serio con ceñudo y apretando el entrecejo ceñido de gafas
de montura oscura que le apuntaba un aspecto de renitente escolar que escribe
con aplicación y empecinamiento la tarea diaria, o de alguacil alguacilado,
logrando, mediante el arqueo de la ceja superior en forma de acento
circunflejo, disposición propia de los que leyeron mucho ( a todos se les pone
cara búhos), van para viejos y empiezan a estar de vuelta de tantas cosas, una
gravitas censoria de imitación a Catón era mucho más gallego de lo que parece.
Pocos conocían que era un enfermo crónico[xxxv] Tierno, cuando le da la gana, arisco y lenguaraz,
cejijunto o distinguido, cuando se tercia, lozano y directo en le lenguaje de
la “Colmena”, conceptista y culterano en sus últimas entregas como “Madera de
boj” o “Mazurca”, él era un gran actor que se interpretaba a sí mismo. Para
colmo, acabó en casi una estrella de Hollywood y murió en olor de multitudes.
Se le enterró como dicen que se daba sepultura a los héroes, a los santos y a
algunos alcaldes privilegiados; supo vender la mercancía en un oficio donde
sólo se cría caspa, estreñimiento, cárceles y destierros, rencores y recontras
para que luego venga acto seguido a mearnos la parva una gumia de esas
resentidas que quisieron ser novelistas y no pasaron nunca de la Esfera de
cuenta cuentos o de tarascas con las tres efes por feas flojas y frías como la
muerte y venga ya digo y estando de
cuerpo presente y con su humanidad de
quince arrobas aun caliente dentro de la caja de ébano vaya y le insulte
y lo llame “fascista” a él que era presidente de la Amistad Española con Israel
y que sus libros barrían en las subastas que a ver quién dirige este cotarro
tan enrevesado de las almonedas pues allí,
domina mea, los libros de don Camilo que acaba de dejarnos Vaya faena
por San Antón del 2002 capicúa, copaban.
No vengas, tú, pues, insidiosa, a querer caparlos. Él era el rey de las liquidaciones y encantes
variopintos, pues le hacía gracia a nuestros jefes del pueblo elegido.
Inclusive, logró colocar una edición del Quijote relativamente tardía por más
de veinte millones, que a ver quien es el que está dirigiendo este lucrativo
cotarro de las almonedas y a mí no me vengas tú con historias escritas desde el
furor del uterino resabio (el clítoris
vale para otras cosas muy ricas pero no es buen consejero de la escritura, tía
basta, quédate con tus retahílas, tus agüeros y tus palabros pues me han dicho que viajas por las
noches en escoba y te diriges cruzando las montañas a Fuensaldaña donde tienen
tenida las comadres) que don Camilo bien supo ponerse la yamulka a tiempo y
acudir al muro de los lamentos jerosolimitano cuando cumple. Sin renunciar a
sus convicciones supo arrimarse al sol que más calienta y era varón discreto
que hacía las cosas todas muy medidas porque el que vale, vale y no me digas
que lo que quisieras tú es ser ministra pues apañados estaríamos. Camiliño el
de la novia Dolorines la portuguesa y que se paseaba en Rolls con la choferesa
sabía comprar y vender, dicen que también era generoso y magnánimo con los
desvalidos, aunque yo personalmente pues hay muchos camilos prefería el
anterior, el del vagabundaje, las casas con derecho a cocina, las novias
portuguesas que en las fondas le daban de comer y luego le hacían un favor, al
de la choferesa que es más alambicado y ambiguo que el precedente. Ese ya
estaba un poco sofisticado, como forzando la máquina, y se salía del cliché.
Camiliño el de la novia portuguesa me resultaba familiar y afecto. A don Camilo
el del premio ya no lo conocí. ¡Como se vendan tan poco como tus indigestas
novelas con condecoración y todo pero a las que no hay quien les hinque el
diente dejarías vacante el ministerio y a todas las funcionarias como tú mano
sobre mano, so bruja, móntate en la escoba que a xana no llegas porque las xanas
como el nubero y los espíritus del bosque penates, manes y lémures son
benéficos no traen el odio ni la venganza! Deja que allí se te aparezca no
santa Teresa sino el diablo incubo ese que no desprecia tus carnes fofas y
estragadas por el vino, borracha. Y tengo vértigo porque cuando yo me pongo me
dan writing cramps, palabra. Que con tu
obituario me has puesto de los nervios al igual que el de otros mendas. ¿Eres
epiléptica de eclampsia y gota coral, niña?
Tú a lo tuyo que no es analizar visiones sino a hacer entrevistas a los
fantasmas a los que llevas al pilón del río de tu pueblo a dar agua del ramal.
¿Son asturianos esos huéspedes? Pues entonces daca. Que siempre lo que tú
fuiste fue celestina sin jarro en la alacena y lo tuyo era el mono de miliciana
pero no estabas cuadrada porque no diste la talla para el ejército. Eras tísica
y no te digo más porque el diccionario se me quedaría vacío de dicterios. Todos
acabaremos en el valle de Josafat unos antes otros después. A los buenos les
quitará la sed con un jarro al pasar por el pozo de Samaria santa Forcina pero
a ti te pondrá vinagre en el vaso que es la que te mana por las garras pues no
tienes uñas, tú útero lo tienes pintado o sólo podrá parir piedras, no eres
humana, que recuerdas a los monstruos que asoman la oreja en los capiteles
prismáticos de los arcos circunvolados para representar en forma anicónica el
jardín de la maldición, esto es, la gehena. Luego no me lo comparen con Quevedo
por favor, déjense de hipérboles y de lecherinas por parte de viudas alegres y
no me lo metan en la prensa del corazón ni en los corrillos ni en las corralas
mediáticas que tal vez hayan contribuido a afianzar su imagen en los últimos
años maquillando y adelgazando a Cela para que compartiera tema de reportajes
con Rocíito y con el conde ése que nada esconde pues todo lo enseña y que parla
italiano. Y hasta lo hicieron marqués a él que tenía querencia de vagabundo
hasta que por un golpe de fortuna de Venezuela gracias a una novela escrita por
encargo regresó millonario. Ni con esta chusma de entretenidas de la prensa de
las ingles, sus veleidades celiacas o coprológicas. Que cobran por salir en la
tele o por enseñar sus sábanas mancillas y las bragas llenas de cazcarrias. Me
lo quisieron echar al estercolero pero él se defendía pues era listo, sabía
judo y con la lengua acerada y pugnaz como la partesana de un alabardero de
Flandes hacía llaves capaces de dejar fuera del cuadrilátero a los pesos
pasados del mundo de la comunicación. También se marcaba pasacalles y sabía
bailarle el agua al poderoso con donaires dicharacheros del buen decir. No me
le imagino poniendo epigramas debajo del tenedor y la servilleta de un monarca
y a la sombra no estuvo jamás salvo
alguna noche que pasó por un pormenor en el cuartelillo. Yo prefiero a aquel
Camilo de antaño tan gallego que sabía nadar y guardar la ropa mucho más que el
del chiste al que te encuentras en una escalera y no sabes en qué dirección se
dirige. Pero conociéndole pues tenía madera
de triunfador tenía que ir siempre arriba. Pensándolo bien no lo era lo que se
dice filósofo. Ufano sí pero densidad conceptual poca. Había bebido en las
fuentes del 98. Don Américo Castro con sus controvertidos planteamientos acerca
de la historia de España se irguió en fautor espiritual. Era un vitalista. Pícaro (los que no lo han
leído le cuelgan ese sambenito) tampoco. Supo entender la vida. La cogió el
tranquillo. ¿Qué mal hay en ello? A muchos le parecía un atropello aquel
desparpajo. Por eso no me cuadra que lo encastillen en el mismo rango del gran
genio de las letras hispanas por encima de él nadie ni el mismo Cervantes.
Quevedo es Quevedo y Cela es Cela. A ver si nos enteramos. No le faltaba talento ni pluma con ser la suya de
tantos quilates, pero sencillamente no le daba la gana ser Quevedo aunque en
aquel mundo sus alabanzas al autor de los “Sueños” eran una velada crítica a
los que en este país se conforman sólo con el Quijote que, además, no han leído
nunca. Escribía siempre mucho, demasiado quizás, y atinado con aquella letra
pequeña enmarañada que desglosaba y pasaba a maquina Charo, su musa callada, la
santa que le aguantó tanto hasta que Camiliño dio la espantada. Pocos nos lo
esperábamos. Y su prosa musical y bien cuadrada parece que le salía del alma
con tacataca pues hubo un tiempo que sólo quiso ser Pata de Palo. Bartolomé
Soler, eso pocos lo saben, hizo un libro de viajes por la Castilla abulense
mucho mejor que el suyo pero sin tanta fortuna. Cela sabía vender bien y
colocar su producto en el mercado. Por eso digo que tenía algo de retranca al
escribir y se apoyaba en el carretón y las andaderas de pie forzado a lo
manierista y a lo tremendista conociendo los sabios y poderosos registros del
castellano en un tiempo en el cual empezaba a dar vuelta el aire. Al autor de “Marcos Villarí” ya casi nadie lo
recuerda ni le agradece su excelso trabajo. Ni tampoco a Tomás Salvador que
fabulaba con mucha más fuerza que el iriense. Cosas de la vida. Cela gracias a
su simpatía y originalidad de un buen relaciones públicas de indiano millonario
destacaba en medio de una pléyade egregia de eximios literatos. Él no fue más que la aguja en un pajar. Nunca
en la historia de España hubo tan buenas camadas de prosistas y poetas a los
que la critica de después del derrubio y del diluvio del 75 niega el pan y la
sal pero todos esos proscritos ahí están tentando con su grandeza desconocida a
las generaciones de los estudiosos de nuestra lengua que hayan de venir
subsiguientes. Cela supo adaptarse a los cambios. Por eso afirmo que desde el punto
de vista ideológico sus entregas me parecen poco consistentes y congruentes.
Tenía más de periodista de buen estilo, el cual al escribir parece tomar
carrerilla y coger el tranquillo, que de creador lo que no fue obstáculo para
que lo encaramaran como consecuencia de dos libros afortunados, el “Pascual” y
la “Colmena” que no son desde luego sus textos más acabados. La “Cruz de San
Andrés” es la que pusieron al revés y “Christus versus Arizona”, para mí su
mejor libro, por densidad constructiva, nos dan la versión de Cela profundo y
casi aterrado al borde del pasmo siguiendo los pasos de Bulgakov en La Guardia
Blanca y cuyo mensaje era que aquí han ganado los americanos. Su humanidad
desbordaba. No siempre fue riguroso consigo mismo pues sabía que al camaleón
que duerme se lo lleva el río y que
aparte de embadurnar sus ideas bajo una capa de ecdisis (lo que le permite
mudar de camisa a las culebras) resultando del todo áulico. Tuvo una habilidad
narcisista para no desafiar al viento de cara. Supo ponerse sin hacer
demasiados remilgos otra chaqueta y ahora a ver quién es el mago que le tose al
autor del diccionario Secreto convertido en presidente de la Sociedad de Amigos
Españoles de Israel. Eh. Ofreciendo su
bien nutrida popa, aquel culo lleno de diviesos que tenía que sajárselos cada
equis tiempo, a los alisios que hacían navegar con fortuna, sabía utilizar el
paracaídas para caer de pie puesto que no en vano en su juventud hasta que dejó
de fumar un buen día de san Antón de 1974, lo que son las cosas y el que avisa
no es traidor, reforzar el Farias de sobremesa con camiseta, verbigracia: Un de
papel de fumar de librillo. Eso era lo
que hubiera querido ser. Un paraca de la literatura él que militó durante la
guerra en un batallón de asalto en la columna del coronel Castejón, esta parte
de la vida del iriense fue vetado y no convenía hablar de ella tras la
ceremonia del legrado de memoria al que fue sometida su biografía. Aguantaba
poco a los pelmas pues era muy inteligente y cuando le cogías el punto, esa clave
musical que es como un sol que esplende toda su obra, fino oído de violinista
que hace arpegios sin ton ni son alguna vez que otra es muy ocurrente, meu
Orense, a ratos dulce a ratos picante como los pimientos de su pueblo, había
que cogerle hilo. Para entrevistar a Cela era menester conocerle un poco
habiendo captado su estética e ingresado en todo el ritmo de su prosa que es
cantiga juglaresca como la Galicia inmensa. Aunque, ojo, había que vibrar con
el personaje no te soltase una coz. Tenía instinto para las palabras. En él
cabía toda la galleguidad. Era más simpático que Valle Inclán, no tan buen
arquitecto desde el punto de vista novelístico como José Costa Figueiras y no
narraba con la contundencia de malabarista de un Fernández Florez pero estilísticamente
grandísono, solerte, magnífico. A su socaire crecimos y nos amábamos todos. Yo
también, como tantos y tantos niños de postguerra, quería ser CJC de mayor.
Epígonos tuvo a patadas. Le imitábamos porque puso música al castellano y sus
frases, refranes y dichos se nos quedaban entre las manos aunque no abusara de
la paremiología ni de la batología que echó a perder a los que quisieron
contrahacer sus libros. La verdad es que
el patrón era peculiar y muy suyo, sólo capaz de hacer un refrito con sus
propias composiciones ¡qué carajo! Había que ser algo escritor para darse
cuenta del calibre del calibre del volcán. Su prosa encuentra reminiscencias en
Swift. De Quevedo al que admira aunque sin parecerse adopta el desenfado
superficial. En su casa de Torres Bermejas allá por la primavera de 1972 me
cupo la suerte de una mano a mano. Fue
uno de esos instantes de la vida en que se siente que va a pasar algo y me
parece que profesionalmente mutatis mutandis aquello fue semejante a la que él
hizo a Azorín. Una de esas cumbres estelares que se alcanzan en cualquier vida.
Después, uno empieza a rodar por la ladera de la decadencia mas ello no importa
demasiado por que se percibe haber conquistado la cúspide. Esto no puede quedar del todo mal. ¿Cómo dice? Que se
ve que entiende. A Cela, riguroso, ordenancista que había sido novillero, le
quedaba de aquella experiencia torera el resabio de entender la literatura como
una faena en la cual se ponen banderillas al quiebro y se despacha al bicho con
una estocada en el hoyo de las agujas. Enfrentarse al toro de la vida era algo
que requiere caireles y corondeles pues el cornúpeta tiene unos embolados muy
respetables ponerse delante de este toro de la vida que tanto cuesta y tiene
las astas tan afiladas es una cosa muy seria. Hay que echarle mucho valor. Por
entonces Camiliño que ha tenido una frágil salud de hierro y que siempre se ha
estado muriendo aunque disimulara su miedo a torearla con una sonrisa de medio
lado en esa indiferencia por lo que es incierto y cae fuera de las
competencias, morirse es un acto muy vulgar, tan cotidiano como las otras tres
ces que paseó por la Alcarria con su macuto a cuestas, caminar, cagar, comer y
joder de vez en cuando esta última j (CJC), ya nos hablaba de “Madera de boj”
con ese rictus desdeñoso. Tardó de escribirla treinta años, fue el trabajo que
más le costó llevar a buen puerto, y no tenía mucha prisa la verdad. Por
ponerse el pijama de madera. Él era la vida misma y el emblema della hecha
escritura escribiendo sin prisas y sin pausas cada mañana ante el terror de la
página en blanco. Un mazo de cuartillas en su contador. Y hala. Hacerlo todo a
pelos ¿Y si no sale nada, don Camilo? Hombre, algo saldrá. Se abrazaba a la
columna de su pluma con aplicación juntando palabras bien a sabiendas que le
saltaban certeras y bien sonantes entre sus dedos curvos, gafos, como
agarrotados, de tanto blandir el cálamo. En dos horas no me levanto de la
silla. Estaríamos apañados si abandono porque no acude la inspiración. En este
oficio, si quieres, puedes. El que aguanta gana. Era muy voluntarioso y sañudo.
Hay que tener un buen culo y buenas tragaderas y la próstata igual que un
melón. Luego le copiaron la frase. Pero qué más da. ¿Talentoso? Qué va. Mucho
tesón. Se copiaba a sí mismo. Tallaba las frases que luego le quedaban
rotundas. Tenía un alma juglaresca de trovador de Puente Deume que sabía
combinar en apropiadas dosis con la del afilador de Lugo. Sólo de tarde en
tarde mete a hablar gallego a sus personajes como en algún pasaje de su libro
mayor “Judíos Moros y Cristianos” y por lo bajo, no les echara mano la pareja
de la Guardia Civil. A su regreso de
Venezuela con la Catira en el telar dijo que se le había olvidado el hablar de
Rosalía tras su gira por las Américas. Y
todo esto convivía con su vocación secreta que era la de canónigo en Mondoñedo.
Galleguidad variopinta y tierna de “mía nay” combinándola con el exabrupto de
cabruñador de Betanzos. Lo que tenía es que se parecía un poco a mi progenitor.
Un aire tan solo. Puesto que todos aquellos que hicieron la guerra y la ganaron
se parecían un poco. Había una mirada de inteligencia. Una forma de ser y de
estar en todos ellos. Mantenían unos rasgos de hombría y de humanidad con los
que nos arroparon a los que vinimos después. Fue una generación abnegada que se
curtió en la lucha y por su culpa a los que nacimos en la posguerra nos tocó
pasarlas estrechas. Heroica aunque algo putera. No todo iba a ser perfecto,
leche. Por eso despedían in calor y una
seguridad en la que nos arropamos los que vinimos a continuación. Nuestra
rebeldía fue una rebelión cariñosa contra aquel mundo dado. Quisimos matar al
padre y en ese pecado llevamos la penitencia algunos de nosotros. El mío y el
de Torbado estuvieron en el Alto del León, me parece que Cela militó en
regulares o fue legionario. Desde luego tuvieron otras agallas diferentes a
nosotros y gozaron de oportunidades que a nosotros no se nos dio pero encaraban
la existencia con mayor entusiasmo y hasta con más optimismo en medio de la
circunstancia terrible del enfrentamiento de los dos bandos. No fue una guerra
civil, fue la lucha entre dos mundos,
dos conceptos diferentes de la existencia. Era gente que hablaba bien. Con más
propiedad de lenguajes, hacía cosas, se sentía comprometida y emprendedora.
Estaban muy lejos del resentimiento de los rojos. Lo pasado, pasado, y a lo
hecho pecho, que España es una y grande y libre. Los otros incubaban el rencor
en la hura extranjera. Los rojos afilaban las armas en las radios
ultrapirinaicas. Así y todo ellos ganaron. ¡Qué me vas a decir tú a mí! Se sentían dueños de su propio destino y
estaban orgullosos de sí mismos tanto como para ir con la calle con paso firme.
Ganaron la guerra y luego perdieron la paz. Pero eran los mayores. Cuando
cambiaron las tornas los nuevos demiurgos tuvieron que sacarse ideólogos de
debajo de la manta y les salieron mendas a los que colocaron en los puestos
clave tras ponerlos recado de escribir. Novelistas de aluvión. Salieron periostios como churros. Con masteres y todos
de la misma acelerada forma y por la vía rápida que Franco dio la estrella a
multitud de alféreces provisionales. La mejor novela de la posguerra yo creo
que fue la “Paz empieza nunca”. La de la guerra, “Una isla en el mar rojo” de
otro gallego, Wenceslao Fdez. Florez por lo que tiene de profético y de
denuncia de los gulags de los paraísos democráticos. Si no aceptas mi condición
mátote. Así pasearon a tantos y luego les dieron el tiro en la nuca. Hoy por
desgracia esos muertos no se cuentan. Sólo valen los del otro lado. Esto es
insoslayable pero no quiere ser entendido o recordado por aquellos que a
marchas forzadas se afanan por borrar la memoria. De esa manera hay ahora por aquí tanto valor
arrinconado y tantos nombres proscritos. El bando que se alzó victorioso sobre
el palenque al cual pertenecía Camilo perdió la batalla de la propaganda. A
nosotros en cambio no se nos dio la oportunidad de batirnos y acabamos en
beatniks. Los mejores novelistas de mi generación me parecen que son Torbado,
José María Amilibia y Marisa Medina. Dos o tres
nombres escasos. Sin embargo, en la que escribe Cela constituyeron una
verdadera floración. He aquí que el carvallar gallego no ha permitido ver el
bosque denso y poblado que hay detrás con tantas setas como medraron a los pies
de los grandes ejemplares de la flora. Tengo que hacerle un reproche en esta
necrología en medio de las nenias que le dirigen sus afectos del partido
gobernante y del monarquita que no monárquico Diario La Razón, mientras los
socialistas hacen mutis por el foro niegan una de las esencias más
características de su obra la galleguidad aunque no le hubo más gallego por más
que escribiera en castellano o le insultan como ya he dicho de esa esfinge
maragata que asoma el hocico por uno de los cabos de la cornisa cantábrica. Esa
es una veora que no hace literatura. De su boca sólo parten amenazas, ajores e
insultos. No lo perdonan. No le consienten el haber triunfado. Era un gigante
en medio de la tribu de pigmeos pero todos se afanan por trepar por la cucaña y
llegar a lo más alto. Él en el título de uno de sus cuentos hoy olvidados, “La
Cucaña”, describe perfectamente el ambiente literario de nuestros días. Los
bogavantes quieren ser capitanes y al capitán que lo hagan cabo y los enanos
quieren cobrar altura encaramándose al palo mayor. Hay que subir, copar las
primeras planas, aunque sea a codazos. Es la pura verdad. Aquí los entierros
siempre han ido con plumero negro con coche caballos. Son resabios que nos
quedan de la guerra civil. Habida cuenta de la catarsis de 1975 a los que
deseaban seguir respirando y publicando no les quedaba otro remedio que la
ecdisis con todo lo que eso implica de traumáticos cambios de camisa. Lo
contrario hubiera significado encuerarse y descorazonarse muriéndose de asco.
Cela tipo ecléctico y simpaticón conseguiría aguantar en el machito. Eso se lo
dirá usted a todas. A ver. Claro. Como dios manda. Estaba viéndolas venir. Ahí está la clave: no se le vio hacer la
pirueta con tanto vértigo como a otros. Otras mudanzas fueron más escandalosas.
Él aguantó el tipo. Era un animal literario. En este rais la briba y la
compasión suelen brindar buen refugio a estas situaciones revolucionarias. Si
sobrevives la primera cornada, luego capeas el temporal de arremetidas como
puedes y a lo mejor resistes y hasta te sientes capaz de cuajar tu mejor faena,
pero hay que echarse a temblar cuando cobra carta de realidad el axioma de lo
imponderable y se vuelve realidad el deseo de cuando vengan los míos.
Tranquilos. No es que entrasen los de Arrese
y vinieran los de Solís sino que regresaron el mismo Carrillo y la
Pasionaria. Con ello todo lo que teníamos nos fue decomisado. Resultó que los
verdaderos vítores eran los suyos. Quedamos de caballeros mutilados por la
patria, ya no se llama así sino democracia, reducidos al estado de jodíos
cojos. El autor del “Viaje a la
Alcarria” olió el poste y lo que hizo fue sacar la naveta donde se guardaba el
combustible odorífero, el estoraque y el olíbano y se puso a incensar al poder
de forma descarada. A rey muerto rey puesto. Es el único que está en su sitio.
Tenemos uno que no nos merecemos. Etc.
Nos dio desazón y hasta vértigo a los que habíamos encontrado
congruencia en la política de este país, antes una patria o un rais, aquella
involución. Por primera vez soldada la unidad de la patria y conjurado el
fantasma de los separatismos que él tanto despreciaba y que a su muerte asoman
su virulenta faz y esperemos que lo ocurrido en el campo santo de Iría Flavia
donde el Bloque Gallego se abstuvo de enviar representantes al duelo no sea una
premonición de lo que acontecerá. De gallegos y talegos y de periodistas y
parásitos es en parte de lo que se trataba. Todos querían escribir. Todos
querían firmar en los papeles poner su voz en Radio Nacional y como consecuencia
existe superfetación de ingenios y un mundo loco, poblado gallinero denso de
los que aspiran a gallos de la quintana, a mandar en el corral, una secuela de
las ollas podridas de nuestros monstruos coronados del noventa y ocho. No
pienso que Cela en contra de lo que ha sido dicho fuese el ultimo reducto de la
generación del noventa y ocho que se nos ha ido aunque estuviese en el entierro
de don Pío y portase a hombros su cadáver un Día de Inocentes - a su hijo
Camilo José C. Conde que es otro grandísimo escritor pues honra merece le
cumpliría el mismo triste cometido con su padre el día de San Antón- porque
aquella fue una generación de perdedores y la nómina en la cual él estaba
empadronado era la de la victoria. A esta competición por llegar arriba lo llamaba
él la cucaña enjabonada y cucaña donde gatean siempre los más ágiles y ardidos,
no el que más vale ni el más arrojado, sigue siendo España. Maricón el último. Esto es un quítate
que me pongo yo. Es peligroso parear banderillas descalzo por las riveras del
río de Parnaso como si fuere un coso taurino. En cualquier momento un caimán a
la agachadiza puede abrir fauces y
zamparte. Zarcean los enanos. Nos crecen ellos por todas partes. Hasta por
las orejas. Las ranas no dejan de meterse con Júpiter y en medio de este
guirigay el que chifla capador, el que aguanta gana. El que aguanta gana. “Honni soit qui mal y
pense”. Era la divisa que desde Eduardo
III en 1348 se ponían en la hebilla que les colgaba del calzón o las polainas
para acreditar el honor y la estirpe de los encomendados a la Orden de san
Jorge. Su código literario era una especie de Ley de la Jarretera. Su rostro
recordaba al de un abad de Samos o al de un contramaestre templario. La máxima
que eligió por emblema y que campea en el frontis de su fundación, la casa de
canónigos de Padrón se trae un aire al acróstico que durante mucho tiempo
sirvió de lema a esta orden militar. Con la diferencia de que Cela que era un
monstruo para la contestación pugnaz y lenguaraz sabía moverse como Pedro por
su casa en esta charca fuliginosa de las letras patrias. Tenía habilidad para
el regate y para hacer caños con que enviar a paseo a los mandarines y cancerberos que guardan las
puertas de la Laguna Estigia. Se hizo monárquico con la misma facilidad de
alterne como antes había jurado los Principios fundamentales del Movimiento o
puesto su vida al tablero para ir a cazar rojos en calidad de espía. No creía
nada y esa fórmula del descreimiento aquí es premiada con lauros. Porque no nos
engañemos aquí los redentores terminaron siendo crucificados y en todo español
existe un diccionario secreto e inclinaciones a convertirse en un don Juan de
Mañara. Para triunfar hay que ser un poco superficial y listillo ya que los
sabiondos siempre acaban por parecer antipáticos. En este giro tan amplio y
cambio de postura iban en juego el pellejo y los garbanzos. A los que no
quisieron renunciar a un cupo de buenos pensamientos e ilusiones que alentaron
y tuvieron no se les “paseó” físicamente, no se atrevieron, pero el suplicio
sería mucho más contundente. Las brigadas del amanecer se pusieron en
movimiento y los tiros en la nuca fueron de otra índole cuando llegaron los de
González. Se los asesinó por la espalda moralmente y las torturas y el tercer
grado psicológico encontraron otro acomodo de cerco y exilio interior al cabo
de la voladura controlada del sistema
mucho más deletérea y pertinaz que el contencioso que desembocó en la
guerra civil. Cela se adelantó a la jugada de aquel ministro de Cultura de
infausta memoria que salió del frío de Auschwitz acudiendo a Jerusalén con el
humeral de oración sobre los
hombros a rezar ante el Muro de Lamento,
lo que a la vuelta le permitió capitalizar el gesto. Y decir a los socialistas que el premio
Cervantes se lo metieran por donde les cupiera. Que estaba cubierto de mierda.
Nunca se quitó de los hombros las filacterias en las que vino arropado como un
coselete o una rodela que le preservaba de las saetas que le arrojaban los
ballesteros del otro lado de la zanja. Así a secas. Fue su gran hora. Su jugada maestra de
gallego listo. Le salió toda la finura de las Rías Bajas que llevaba dentro. No
aguantaba a los afiladores ni a los gallegos ni a los asturianos cerrados.
Estos, que carecen del sentido del humor y van por la vida de resentidos y de
grandiosistas de aldea y de montera picona cagüen mi manto no le perdonan lo de
la Santina. No supieron aguantar la famosa broma del que se joda dicho en
lenguaje tan contundente y tan poco piropeado. La cosa pudo pasar a mayores y
en algunos concejos se le declaró persona non grata. A este padronés se le
daban bien las fintas. Se conoce que no estaba hecho de retales ni compraba en
las rebajas sino en los almacenes de rumbo. Les largaba un gancho y los púgiles
no supieron encajarlo conque los humos aldeanos de esta España de cantones y
bandos quedaban por los suelos merced a sus donaires. “Ye piquiñina y galana.
Pues que se joda y crezca un poco más”. Mi novia Dolorines la portugueña tenía
un poco de bigote pero compensaba. Me picaba con las cerdas de su bigote pero en ella encontraba acomodo por otro
cabo. Vaya lo uno por lo otro. Mira éste. Cela se pasó media posguerra avalando
rojos hasta el punto que en una ocasión lo llamaron de la Dirección General de
Seguridad y un comisario le dijo que se anduviera con tiento. Tenía buen ojo y
un oído fino para retratar al paisaje y al paisanaje. Era un acérrimo y sagaz
observador. Embaulaba dentro las sensaciones vividas, copiaba las frases y
giros escuchados en la calle y luego las pasaba por el taller de su disección
cientos y cientos de horas de trabajo criando culo y escribiendo con letra
menudísima y a mano. ¿Y si no se le ocurre nada? ¡Pst! Hombre, siempre algo
saldrá. Claro que saldría de aquel esfuerzo el mejor retrato del Madrid de los
barrios bajos. Hombre que cargó las tintas no hay duda y se le fue la mano
hasta el punto de que sus retratos no le salieron al natural sino con esa
deformación picassiana de la realidad que daría tan buenos resultados estéticos
porque el arte moderno viene a dislocar y a reconvertir los cánones que otros
crearon en un escorzo de brocha gorda más que de sutil pincel. Erostratismo.
Sonrisa vertical. Los españoles con el estomago vacío se pasaban todo el día
pensando en lo mismo consiguiendo que se elevara sensiblemente la tasa de
natalidad y ahora que están ahítos pues lo mismo pero o toman ellas
precauciones o malparen o el macho ibérico se ha vuelto impotente el hecho es
que no se cubre ni el expediente, ni los maridos cumplen y nos tiene que importar mano de obra exterior y han de
llegar de las colonias a repoblar el país. Cela conocía bien ese ambiente de
chulos y de proxenetas. Cruzó la charca sin mancharse las botas de barro. Nunca
se le puede considerar un crápula ni mucho menos es un representante del género
picaresco. Todas sus creaciones incluso las más ásperas guardan algo de poema. Cela creo que era creyente a su manera
aunque llame idiota a François Mauriac y a despecho de la gran polémica
suscitada por sus ridiculeces contra la Santina. Cela no se metió nunca con la
Virgen Santísima sino que le daba cien vueltas la cursilería ñoña y ese
regionalismo montaraz que hizo de dios un arma arrojadiza con sus mostrencas
guerras de campanario. Quería dejar en ridículo y destocar a los que aun gastan
montera picona porque él se ha sentido siempre español universal y conocía el
idioma su instrumento de trabajo como el que más. Eso en vez de ser un grado se
constituyó para sí en un obstáculo pues llegó a perderle su facilidad para
jugar con los registros del retruécano. Al hacer chiste, acaso desafortunado,
se enfrentó a la jerarquía y buena parte del clero y de una feligresía que en
Asturias como en Aragón no admite bromas
con la Virgen María. Estuvieron a pique de excomulgarlo. Nunca fue santo de
devoción del arzobispo Díaz Merchán don Camilo el ex legionario que entró en Toledo con las columnas de
Varela que liberaron el Alcázar. Hay circunstancias que los que predican
tolerancia avientan resentimientos. Se hartaron de llamarlo fascista y
malhablado. Mejor hubiera sido no sacar las cosas de quicio pero el río se
salió de madre y Cela a partir de entonces viajó poco al principado. Pero como
ya digo era hombre de mandobles y ganchos a la barbilla que tumbaban a un turco
o un cristiano. Nunca de navajazos ni de puñaladas traperas. Como la que le
propinaron en las posaderas en una juerga en Casablanca, según refiere su hijo
Cela Conde en su libro y que tendría consecuencias dolorosas durante toda su
vida que el paciente escritor soportó con longanimidad y estoicismo. Nada de
violento. Sólo un toro bravo. Nunca se achicaba ante la provocación pero
prefería derribar sin herir cuando tenía que sacar la garra y el mazo. Pronto
se dio cuenta de que en este país o delante de los curas enarbolando la cruz
procesional y los ciriales o detrás de ellos y él prefirió echarse a un lado
dejando que pasasen los del rosario de la aurora con sus incensarios, sus
ecumenismos sus post concilios, aggiornamiento y cambios manteniéndose en la
distancia respetuosa de católico hasta las cachas pero con una fe del carbonero
que conoce la cruz de Cristo por el sufrimiento y él padeció bastante. Todo lo de la clerigalla le venía grande. Le
causaban tanta risa los sorches que se resistían a entregar la cuchara como los
obispillos renuentes a abdicar de la cátedra y el báculo lo que fue premisa de
sinsabores, porque tenía por costumbre
hablar alto y recio. Siempre limpio y
claro hasta el punto de que cobró fama de lenguaraz y malhablado. Muchos
quisieron cogerle en renuncios tomando el rábano por las hojas. No había nacido
para gobernador civil ni para redactor del Boletín Oficial del Estado. Lo suyo
era la prosa limpia y dura como el hielo que mana del hontanar de la vida. No
los ringorrangos. La literatura fue su única religión y, como pocos, supo
encontrar a Cristo en las contradicciones de los libros y hasta puede que Dios
le echase siempre una mano. ¿Va usted a misa don Camilo? Yo qué coños voy a
ir. Ya tengo todas las indulgencias
ganadas. Me miró con cara de pasmo aquella mañana en que me concedió una
entrevista en su ático del edificio Torres Blancas. Me repuse del susto cuando
a renglón seguido me dijo esto no puede quedar del todo mal. ¡Animo, me dijo,
que Dios aprieta pero no ahoga! Insisto en que un poco padre mío literario sí
lo fue, puesto que aquella interviú difundida por la cadena de periódicos me
trajo suerte. No me dieron el Nobel pero
gané una corresponsalía en Londres, justo lo que más yo quería. San Camilo hizo
el milagro. Queda constancia de aquel encuentro una fotografía en la cual
estamos los dos cada uno mirando para distinto lado. Charo había apretado bien
el gatillo e inmortalizó el instante para mí glorioso pues había tenido la
suerte de conocer al autor admirado. Recuerdo que el primer cuento de Cela lo
leí en el tren correo de Santander camino de Comillas y en el seminario nos
juntábamos unos cuantos durante los recreos para leer a escondidas en alta voz
la Colmena. Luego volví a entrevistarme con él en Londres. Había acudido allí a
dar una conferencia incitado por el director del Instituto de España que
presidía Alonso Gamo un amigo suyo. Cela estuvo tan ocurrente, bondadoso y
paternal como siempre. Al fondo Charo con sus ojos grandes que no abrió la boca
ni un momento durante el encuentro. La última vez lo retraté en Barajas camino
de Compostela con un pie en el estribo de su vuelo. Iba a dar otra conferencia.
¿Recuerda aquella que nos vimos? Sí, hijo, pero de eso ya han pasado muchos
años. Y lo encontré huidizo y distante pero siempre correcto, puntual y muy
británico. Quise repetir la suerte en el año 82 y le escribí a Guadalajara.
Quería hacerle una entrevista vestido de torero pero me disuadió con una carta
que aun conservo en la que me decía que ya no quedaban pájaros de antaño en los
nidos de hogaño. Más estilizado pero más huraño con su abrigo de alpaca me
pareció un hombre más triste. No lo volví a ver salvo a través de sus
comparecencias televisadas y sus entrevistas en los nuevos medios que eran un
calco de lo que nosotros hacíamos allá por los sesenta. Cela también había
perdido su indómita espontaneidad aunque ya se sabe que el que tuvo retuvo. El
astro siguió brillando y deslumbrando a los del cotarro. He comprado y tengo
todos sus libros algunos subrayados en particular aquella “Colmena” que él me
dedicó ya algo desconchada y que me diera suerte porque el Cela literario
monstruo de la comunicación podía ser considerado como un dios o un santo
intercesor al que nos encomendábamos cuando empezamos a hacer nuestro pinitos.
Era un talismán de suerte. La entrevista
que le hice gustó tanto que el director de Pyresa no dudó a mí enviarme de
corresponsal a Londres. Gracias, Vicente Cebrián. Gracias, Camilo. Llueve sobre
mojado y por mucha vueltas que demos al asunto nunca seremos capaces de
desentrañar ni de recorrer este laberinto de Padrón, un mito, un misterio tanto
como el jacobeo, la barca de piedra que subleve a las meninges. Una milagrosa
nave que nunca fue a pique. Se le puso cara de santo a la vejez. En parte su
éxito se debiera, quizá, a que vino a este mundo con buena estrella, niño
mimado de los dioses. No parecía gallego, tampoco español. A veces medio inglés
por lo flemático y reposado, por la disciplina y paciencia con la que cumplía
recado de escribir. Era cómitre de la
galera de la literatura. Contestaba a los golpes del rebenque con un par de
sopapos o hacía trizas con sus poderosos dedos de galeote de la escritura la
fusta del corbacho. Fue canonizado en vida y hasta tuvo hornacina contra la
cual estrellaban sus piedras los fracasados y malhumorados que hay tantos en
este oficio pero él como si nada. En su entierro vimos llorar y abrazar a su
hijo Camilín emocionado a un fraile franciscano. ¿No decían que era ateo? Pues
no, señor, a mí que me entierren como Dios manda con un funeral de tres capas pluviales
y que no desafinen los chantres en el gorigori. Exequias por todo lo alto. Y
nada de crematorios y de incinerar,
menos. Toda España fue testigo del
abrazo de aquel fraile menor al hijo amado. Nunca podremos hacer gavilla de él.
Pero salió listo el rapaz. Con tres carreras y una brillante manera de
escribir. De raza le viene al galgo. Para conocer a Cela hay que adentrarse en
los penetrales del mejor exegeta que es su hijo, su único hijo, aquel al que
subió a besar en la frente cuando reposaba dormido en la cuna antes de iniciar
la andadura del Viaje a la Alcarria, y leer la biografía que éste hizo de su
progenitor. En sus páginas se nos revela el hombre, el escritor y el genio
compasivo, paciente y tolerante que me cupo en suerte atisbar en aquella entrevista en Madrid una tarde de primavera.
Esto no puede quedar mal si le das la vuelta a algunas cosas como lo de la misa
de doce. ¿Sí, don Camilo José? Desde luego. ¿Hace un pitillo? Venga. Cela no
solía repartir la petaca en aquellos tiempos. Se sacaba siempre un pitillo
negro, creo que eran de la marca “Rumbo” o “Ducados”, de la sisa del chaleco y
fumaba con mucha elegancia y dignidad. Luego tuvo que dejarlo. Primero lo dejó
y luego miró para el calendario. Era el día de San Antón mira por dónde, fecha
fatídica y de colofón. Aceptó el
cigarrillo que le ofrecí con la misma postura y circunspección con que fuman
los personajes de sus libros. Hace fumadores a todos los cabos de la Guardia
Civil. Tenía maneras de lord inglés. Siempre me lo imaginé hablando en el alta
cámara o arrellanado en algún butacón de los master clubes del Mall londinense.
Al fin y al cabo había mucho en su persona de caballero andante. Don Camilo,
personaje quijotesco, repartía mandobles. Algún que otro sartenazo. Nunca un
golpe bajo a los que trataban de herirlo por la espalda. No era un consumado
experto en las artes marciales ni como Quevedo[xxxvi] experto espadachín ni controlaba sus arranques como
Cervantes. Nadie me ha puesto la mano en la cara, llegó a jactarse el viejo
legionario. El afán de defender a los menesterosos y ponerse de parte de la
condición de los desvalidos presenta sus riesgos. No hizo falta que sacase a
plaza las fuerzas de sus puños. Todo quedó en amenazas. Si te pego una hostia
te vuelvo ferroviario. No hizo falta. La fuerza no la tenía Cela en sus puños
sino en la punta de la lengua. En el floreo verbal era imbatible.
VII
EL PASCUAL DUARTE
Paso por Chinchilla castillo roquero sobre el peñasco manchego siempre
escucho los gemidos de los penados de una de las cárceles más terribles de la
Piel de Toro. Escucho la voz de los vivos muertos Hasta las águilas entonan en
las peñas grajeras el romance del prisionero y escucho los gritos de los
ajusticiados ese rumor de sepulcro que tiene todo presidio ese lamento y las órdenes
de mando de las cárceles ante de las conducciones… “con todo”, el inclemente
chirrido de los rastrillos, la voz detonante de los funcionarios del recuento,
los juramentos de los cabos de vara, el silencio de las pisadas de la pareja
cuando las conducciones de los penados se realizaban a pie por números de la
Benemérita. Campos de Castilla, camino de forzados. El penal surtía de remeros
a la flota imperial que embarcaba en galeras por Cartagena.
Toda la vida es cárcel: el alma es cárcel del cuerpo, la letra cárcel
del espíritu se convierte en letra muerte, la tierra es cárcel del mar, el
horno es cárcel del pan, el usurero está prisionero entre los barrotes de la
avaricia y el conocimiento y el amor andan prendidos entre rejas de dolor.
Todos vamos de remeros en la galera de la vida que es un barco no sabemos
adonde nos lleva; Así sucesivamente. En Chinchilla nació el famoso locutor
Constantino Romero el que doblaba películas y acaba de fallecer en Barcelona.
Allí dieron a Pascual Duarte, un nuevo quijote que luchó contra los molinos de
viento de la injusticia, garrote vil. Pertenece ya a la historia de nuestras
ficciones el personaje que creó CJC en un libro bellísimo, no sólo la mejor
novela de posguerra sino una de las mayores que se escribieron en romance. El
Duarte fue hijo de un portugués y de la imaginación de Cela
que aglutina detalles biográficos tal vez del autor: el odio a la madre. Según
los alienistas esa fobia es el germen de tendencias criminales, inclinaciones
al alcohol, la misoginia o los celos pero es también un acicate de inspiración
literaria, si es bien reconducido según la psicología. Todo tiene que ver en
esta vida con la madre, con ese primer momento del nacer que es condicionante
del destino; o surge un criminal o un genio. Si Camilo no hubiera sido escritor
pudiera haberse convertido en un bandolero o en un bandido. En una entrevista
que le hice me confesó que nadie le tocó un pelo de la ropa porque era tan
contundente con la pluma como con la navaja. Francisco de Quevedo también tuvo
algo de espadachín echao p´adelante.
El mensaje de esta gigantesca
obra dechado de perfección (el autor la pulió incesante) es actual porque ese
rayo que no cesa es el crimen pasional o violencia genérica pero también un
problema sin solución injerto en la condición humana sobre todo en la
idiosincrasia del español: la honra. Pascual da muerte al Estirao que se acostó
con su mujer y deshonró a la persona que más quería en el mundo su hermana
Rosarito. Después de su esposa Lola raja a la madre mientras dormía. Un dolor
infinito. Tremenda historia. Narrada desde la melancolía y la compasión hacia
este extremeño sin suerte al que un hado maléfico lo persigue haciéndole
víctima de ese pronto, de esa pulsión irresistible que aterra a los frenólogos.
Ya en presidio se arrepiente y cuenta que su mala estrella le hizo
esclavo de sus impulsos. Pascualete no es un asesino. Simplemente un infeliz,
una buena persona que nace de un vientre del que no debió nacer y acaba
enamorado de la persona equivocada. Luego ese maldito pronto y el pundonor, la
fama el qué dirán. Cela mi padre literario al cual traté e hice una buena
entrevista justifica su misoginia en el aserto medieval del “aquilonis
percussio” conque motejaban los profesores de la Sorbona a la costilla del hombre.
El picotazo del aguijón portón de la vida y la muerte, rendija por donde se
cuela el ventalle de las pasiones. Eva
madre de la felicidad y la desdicha.
“Las mujeres son como los grajos de ingratas y
malignas”. Esta idea de algunos
padres de la iglesia retumba en Quevedo pero viene de Homero y se remonta al
Génesis; por ella entre la vida y la muerte en el mundo.
Chinchilla un pueblo fantasma que se empina sobre un vampiresco alcor
y me acuerdo de los “Vivos muertos” otra gran novela carcelaria que leí en mi
juventud. Pascual Duarte y Menoyo el personaje de Eduardo Zamacois en el libro
que se cita otro dechado de literatura carcelaria son parientes. Un infierno
detrás de las almenas ahora convertido en nido de alacranes desafiando a la
llanura manchega que otea el páramo.
El tono compulsivo y realista que se acerca al realismo mágico de
Valle Inclán y de Casona en algunas partes refleja la longanimidad del
temperamento hispano acostumbrado a pechar con los vaivenes del infortunio y de
las calamidades que se presentan de repente; todo eso narrado en un tono ceñido
y circunspecto del senequismo celiano mitad compasión mitad ironía que conserva
el personaje que quiso morir cristianamente pero que en el instante en que el
verdugo acciona el torniquete entra en la desesperación.
Recién licenciado del ejercito – sirvió en la legión con las fuerzas
de Franco porque la mejor escritura de los 40 brota de autores que militó en el
bando nacional, un hecho irrefragable- la escribió de un tiró en un verano. Se
la rechazaron los editores por tremendista pero tuvo un mentor a Francisco de
Cossío mecenas de escritores a los que invitaba a su casona de Tudanca en plena
montaña. Gracias a su aval esta novelita pudo ser dada a la estampa. De no
haber encontrado a aquel ayo montañés de las bellas letras, hidalgo montañés
que habitaba en una solariega en el mismo pueblo de José María de Pereda y que
promocionó a no pocos literatos como fue el caso de Rafael Alberti, CJC hubiera
sido un descatalogado como tantos y tantos autores de valía – aquí el arte de
la literatura fue cultivado abondo y pocos países en el mundo existen donde
tanto se escriba, tanto se publique y tan poco se lea- relegados al olvido. La
fortuna dicen ayuda a los audaces pero aquí los dioses son caprichosos aunque
eso de la censura franquista no deja de ser un mito. A la sazón se considera
mucho más férrea que por aquellos días; el sistema se ha vuelto más enmarañado
e impenetrable con esto del pensamiento único.
Leyendo al Duarte me parece escuchar la voz de mi padre. Cela en sus
primeros libros recoge el pensamiento, el sentir y el habla de aquellas
generaciones de los que volvieron de la guerra y que quisieron olvidarla (el
resentimiento, el odio, la rabia contra los vencedores vendrían tres cuartos de
siglo más tarde) y se entregaron al gozo de vivir en un mundo de carencias, el
estraperlo, el gasógeno, la tuberculosis, las casas con derecho a cocina, los
patios de vecindad. Su prosa es a la vez divertida y estoica llena de
ponderación y de cierta alteza moral en que el arrepentimiento, la melancolía y
una cierta bondad esconden esa presencia de ánimo, esa voluntad de
reconciliación pero a sabiendas de que la condición humana siempre será igual a
sí misma y que el hombre está sujeto a las pasiones y a las veleidades del hado
que le persigue. El móvil es la venganza. Pascual se desquita por la muerte de
Lola en el Estirao, en su segunda esposa y en su madre cruel a la que con su
rechazo achaca el protagonista todo su infortunio. El tema que aborda no es para
paladares exquisitos. Abundan las escenas tremendistas. Se cuenta como un
hermano tonto de Pascual, Mario, es atacado por un cerdo que le come las orejas
y es precisamente en el entierro del infantito donde el mozo extremeño fuerza a
Lola a la que deja encinta y luego ha de casarse con ella.
Entrevisté a Cela en el año 72 en su piso de Torres Bermejas. Dos años
más tarde siendo corresponsal de Pyresa en Londres dio una conferencia en el
Instituto Español que dirigía Alonso Gamo. Concertamos una entrevista. El día
señalado no me fue posible por razones que no admitían disculpa había salido yo
con una chavala y con las glorias se fueron las memorias. Camilo me disculpó…
siempre es mucho más interesante lo que diga esa segoviana que lo que diga yo.
Así y todo me concedió una entrevista. Estaba sentado en un diván el vientre
muy abultado y un aire de cansancio, fumaba negro y me dio un paquete. A su
lado su mujer Charo que no habló nada durante la entrevista. Cela me dijo que
él era medio inglés. Su segundo apellido era Trulock, un marino que tenía
dedicada una calle en Londres que él fue a visitar. Estaba en la parte cruzado
el río del barrio de Elephant and Castle y allí no vio ningún blanco. Sólo
vivían negros. Había en su gesto bondad, generosidad y cierta coña. Cela nunca
dejó de escribir como un coruñés con ese ferrete que caracterizó siempre a los
habitantes de la capital de Galicia. Su conversación nada retórica echaba
chispas del resplandor de los genios pero era un hombre listo y prudente aunque
no aguantara pencas ni de aduladores ni de los gilipollas. Tenía muchos
enemigos no sólo entre los de siempre contra los que él combatió en la guerra
sino entre los envidiosos de sus propios clanes. Los falangistas querían
hacerle de menos, el Opus le negaba el pan y la sal. Los de la Democracia
cristiana se escandalizaban de sus salidas de tono irrespetuosas. Por eso listo
y sagaz optó por la marcha hacia delante y viajó a Jerusalén y lo nombraron
presidente de la junta de amistad con el pueblo de Israel pero este segundo
Cela de butades, de paridas y de artículos gnósticos en el ABC pues tenía que
ganarse la vida mediante la colaboración periodística. Su huida a Jerusalén fue
determinante en la concesión del Nobel un hecho que irritaría a muchos de sus
detractores. En la entrevista londinense me confesó su admiración hacia
Francisco de Quevedo pero admitiendo que el autor del Buscón empezaba a no ser
santo de devoción de lo que daría en llamarse corrección política. Un tipo
inteligente y que las veía venir. Aunque no hablaba lenguas sabía bien el
terreno que pisaba en qué mundo vivía y conocía sobre todo a los españoles.
Trabajador incansable se había leído a todos los clásicos… para escribir lo que
hace falta es mucho culo… ¿y si no viene la inspiración?... hijo algo saldrá.
Siete horas seguida desde el amanecer sin levantarse de la silla… esto es
cuestión de codos. Padecía de esa polisarcia del escritor. Marina Castaño le
puso a régimen pero eso no mejoró su salud. Su lenguaje evoca el habla de los
españoles de posguerra encontrando en el castellano esa nota musical y
polifónica que tiene y que no hallarían
por ejemplo ni Ortega ni Unamuno. Ello encerraba una ardua labor poco
redituable y sólo compensada con eso dado en llamar vocación. A base de
esfuerzo encontró esa fibra del idioma la perla escondida que niega sus brillos
y favores… en esto de la literatura lo que se requiere son una buena nalgas,
hijo, y aquí el que aguanta gana.
Una carrera de obstáculos y un ejercicio de resistencia y la vida en
precario llena de nerviosidades, tabaquismos, agitación que se calma con esas
hambres vagas inexplicables que acometen al joven que se cree con vocación de
escritor, camino de la nevera o escuchando el alegre silbato del canuto del
samovar que en Londres se llamaba kettle y fue lo primero que compré cuando
alquilé aquel cuarto con derecho a cocina junto con algunos libros y pan y
mantequilla para meter en la tostadera (era de lo que me alimentaba)
determinado a escribir una novela. La escribí pero jamás encontré editor. Me
salían eso sí muchos artículos sobre política y reportajes. Mi mujer
embarazada, me ganaba el pan dando clases de español. Llegaba al hogar aquella
casa con un pequeño jardín de detrás que daba a un campo de fútbol, casas
baratas al pie de una central térmica que vertía humo que parecía lava sobre
toda la barriada. Me habían condenado a ensuciar de humo mis pulmones con aquel
fogaril que llegaba de la torre de enfriamiento y mis dos paquetes de Players o
Embassy a diario. No sabía que empezaba una vida llena de interrogantes. Pobre
Martina lo que te hice sufrir. No era el esposo que tú soñaras. Un eterno
estudiante un diletante de la literatura. Mi camino de perfección (busqué toda
mi vida la excelencia) se torció y mi existencia entró en un vericueto de
yerros y escabrosidades que trataba de enjugar con las lágrimas traidoras de la
botella. En el cuarto de atrás convertido en biblioteca había reunido los
libros de Delibes, de Camilo y otros novelistas porque adquirí en Madrid en las
librerías de viejo todos los premios Nadal. Estudiaba estos textos, tratando de
imitarlos, copiando a veces páginas enteras o leyendo en voz alta a mi mujer
cuentos e historias cortas que yo componía por las noches después de venir de
la escuela. Acometía una senda llena de abrojos. No sabía dónde me metía. Mi
destino sería un poco el de vagabundo de la literatura, un Pascual Duarte que
apuñalaba fantasmas. ¡La de gente que yo maté con la imaginación!
Pero allí estaba yo aquella mañana convertido en un periodista cuyas
crónicas se publicaban en una cadena de más de cuarenta periódicos españoles.
Mi desquite fue darle plantón a Cela. Pero como buen gallego se lo tomó con
filosofía. Me hubiera gustado escribir como él pero Cela era inimitable. Creo
que con esa clarividencia que embarga a los maestros literarios porque la
poesía anduvo de continuo emparejada con la profecía atisbó en mí algo del
Pascual Duarte. Tuve la suerte de no ir a presidio. Una providencial mano me
apartó del abismo. No controlas los impulsos, ese pronto tuyo te traerá la
ruina… why cant you get on with people? El
eco de la voz dulce de la Martina me perdigue por doquier… you just hurt me as you did hurt others… you are not normal.
La voz de aquella mujer se alza ahora en mi memoria como el eco de un
himno penitencial. Es mi confesión de parte. Devaneos literarios, sofismas.
Todos los sábados se organizaban campeonatos de futbol en el miniestadio
zaguero de aquel barrio de casas baratas. Los equipos estaban integrados por
los niños de las escuelas de Doncaster. Escuchaba sus voces cantarinas tratando
de domeñar mi ira y la palabra interior que me tiraba en cara mis fracasos.
Océanos de papel, libros y más libros. Echaba cartas al correo a las que mis
destinatarios no replicarían nunca o bien porque no alcanzaban su destino o por
falta de interés. Echaba instancias para ofertas de trabajo. I was the eternal student, the
tireles job applicant. Helen dormía en su cunita que le compró la abuela. Pecados míos. Una
espesa niebla que dificultaba la respiración y dañaba los pulmones inundaba el
barrio. Escribí un cuento sobre el tema de aquellas monstruosas chimeneas de la
central térmica. Con un título formidable cooling
Powers. Era el norte, aquel norte minero que aun recordaba la marcha de
Jarrow. Viví la última época de los sindicatos, el postrer tranco de una era.
Después vendría Margaret Thatcher.
-Martina, vámonos de aquí.
-¿Adonde?
- A Londres, a Madrid, yo que sé… he de buscar otro trabajo.
Regresé a España y conseguí el sueño de mi vida una corresponsalía en
Londres pero al regresar Martina que había sido sometida a una grave operación,
decidió emprender su vida por otro camino. Nunca más volví a ver a mi niña y
aquella espina la sigo llevando clavada a mitad del corazón.
Algo ocurrió en mi infancia.
Fui aborrecido por mi madre como el Pascual. Nunca serás feliz. Aquella mujer
de la voz dulce pronosticó como una sibila.
Me mira con unos ojos que jamás seré capaz de apartar de la memoria.
Ninguna obra literaria existiría sin un lector que quita y pone agrega
o merma el mensaje enunciado por el autor. Y “La familia de Pascual Duarte”
viene a ser al tiempo que un salmo penitencial y una confesión de parte un acto
de contrición por lo que pudo ser y no fue lamentando lo que no tiene remedio:
el cadalso. Yo señor no soy malo aunque
no me faltarían motivos para serlo… se llevaban mal mis padres. Pascual
juega con las cartas marcadas pero cuando me figuro cómo era Lola se me
representa a mí Martina. Sólo amé a
aquella mujer y encontré parte del cielo en aquel amor. Se destartalaron
los sueños, vino la señora Thatcher y se puso de cuerpo presente el señor
Erifos que se sentaba en la barra del tabernero del Cross Keys, that Yorkshire chap fuerte como un toro
y con un cuello de aizcolari, o en el mostrador de la tienda del Tío Manolo el
de la calle Leiva toda ella de adobe y con un corral trasero que besaba los
cipreses de la sacramental de san Justo. Erifos pensativo sentado en el fondo
de la botella de porlán mostrándome una sonrisa macabra que profanó mi cuerpo
perdió mi alma y me dejó sin libertad. Se acercaron luego el coro de las nueve
musas tartamudas que me tiraban de la oreja.
-Ven acá, galán.
-Dejadme que soy poeta.
El padre del personaje era un portugués alto y gordo como un monte que
ejercía de contrabandista. Se emborrachaba y pegaba a la mujer. La madre bebía
a escondidas y pegaba tundas a Pascualete. Violencia de género. Lucha por la
vida.
-Despabila.
-Aquí quien no corre vuela.
Estos cuadros son espejos de la misma vida. Nos zurra el destino y nos
zurramos unos a otros y la fatalidad no nos da a escoger. Sin embargo, hay que
combatir el fatalismo con la fuerza de voluntad. Pascual Duarte pese a las
apariencias era un hombre débil, juguete de sus pasiones y anticipo de la
horca. Voluntad, resistencia e inteligencia son el antídoto. El crimen no paga
ciertamente pero puede que tampoco esa bondad universal, ese buenismo que se
transforma en cretinismo o cristianismo. Aquí hay que tener mala leche. Pascual
duarte Dihiz (el padre) era un hombre autoritario y violento. La madre
descreída, mala cristiana, supersticiosa y borracha y además de parto lento y
ya se sabe mujer de parto lento y con bigote el chocho morenote. Se acostaba
con el primero que pasaba. Ni Mario ni la Rosario eran hijos del portugués. La
familia de Pascual Duarte parece una estantigua de endemoniados y aquella
casita a las afueras de Torremejía cerca de Almendralejo una zahúrda del propio
infierno. Es un mundo lejos del paraíso de la moral y las buenas costumbres. El
destino de aquellos seres viene condicionado por las condiciones en las que
viven y ese es en parte el mensaje: que habiendo sido redimidos siempre seremos
irredentos contra las prédicas de los curas, los rabinos y el altruismo
filantrópico. Cambian los rostros y las circunstancias pero las situaciones del
género humano a instancia de las pasiones y los imperativos del conflicto de la
existencia permanecen inmutables. A veces las enseñanzas de la literatura
superan a las de la religión. Aquí impera la casuística pero Cela consigue a lo
largo de todo el libro mantener un tono de compasión estoico y digno pero
tampoco exento de lirismo a sabiendas de que no hay oficio sin quiebra ni atajo
sin trabajo.
Al revolver de una esquina acecha siempre el peligro y Paco López el
Estirao el antagonista representa en medio de la piara de endemoniados al Ángel
Malo. Cela nos lo describe en cuatro trazos: rubiales, echao pa lante, con un ojo de cristal que perdió en una riña. Era
sólo valiente con las mujeres que lo mantenían. Había sido banderillero por
plazas de mala muerte. La semblanza que
dibuja del macarra es certera: pertinaz, deslenguado, impertinente, chulo
putas. Había perdido a su hermana Rosarito, se acostó con su mujer, a la que
hizo un chico. Pascual sabe donde y en qué carne tiene que hundir el acero. El
lector simpatiza con las reacciones del protagonista. Pascual es una especie de
arcángel san Miguel al que la justicia humana, no así, la divina manda a
presidio y eso es uno de los grandes logros de esta novela que el protagonista
se convierte en un héroe de cualquier español de buena voluntad. Una suerte de
Robín de los Bosques de la posguerra, un western a la española.
Y ahora que lo pienso el Estirao me trae a las mientes el
recuerdo de Norberta aquella amiga mía compañera de facultad que se enamoró de
quien no debía y acabó arruinada siendo de una casa de labranza muy rica en
Alcalá y medio loca. Era algo pariente del cardenal Cisneros. No sabemos qué
carta se guarda el destino en la boca de la manga pero el rufianismo es parte
de la vida misma y hoy pervive por más que agazapado bajo formas mucho más
sofisticadas que aquellas a las que alude el Pascual Duarte. Ay que hablar con
vos venía, Norberta y aquel año la Virgen de Covadonga cuadró en miércoles.
-Hiciste mucho daño a demasiada gente
-Ya. El amor perpetuum movile es un baile de
maldición, un continuo estropicio.
Escucho esta mañana el viento besar las hojas de los robles. Es como
una caricia forestal que hace llorar a los árboles con mis recuerdos. Veo
alrededor las hojas tiradas de mis sueños y de mis libros. “A lo mejor es que dios me castiga por lo mucho que he pecado y por lo
mucho que he de pecar todavía”. Hago penitencia tecleando. Me entrego a la
cólera del español sentado y recuerdo mi pisillo de Doncaster con ventanales al
campo de futbol al lado de la mujer que amé y de la hija que me hizo feliz
mientras leía a Cela y me saturaba de utopías de escritor [el mundo era mucho
más fiero de cómo lo pintan], la casa de adobe de Antonio Leiva- medio duro por
tres cuartillos de tintorro- donde el Tío Manolo tenía la tienda. ¿Qué habrá
sido de él? Guardaos del mal aire traidor y de la lechuza que canta escondida
entre las ramas impenetrables del ciprés. Martina me acaricia con su voz suave
de jilguero o como aquella almohada donde vertí tantas lágrimas de poeta
enamorado y en desempleo.
Madre de Helen. Madre del mundo pero aquel contra el que se ensaña el
Destino no lo libra ni la caridad por más que se esconda bajo de las piedras.
Mientras tanto, tiro varetas por los desmontes con mi pantalón de un solo
tirante o sujeto con un hatillo, busco lagartijas y saltamontes. Me sabía dos
nidos de collalba y uno de codorniz. Las sandalias me vienen algo pequeñas pero
la voluntad lo puede todo. Resiste, chato y zamarrea pos esas trochas que aquí
el que no corre vuela y maricón el último. El pascual es todo un paradigma. Se
ha puesto a jugar al chito con nuestros sueños. ¡Qué grande fuiste, Camilo!
VIII
LEÍ LA COLMENA DE SEMINARISTA EN COMILLAS
En los espejos de la La Colmena se retratan los personajes de nuestro
pasado anterior. Novela larga, bien narrada pero sobre todo bien dialogada. Don
Camilo con su oído musical para captar el tono de las conversaciones y para
recoger palabras que van camino del olvido realiza en esta obra un tour de
force, un camino de perfección literario donde se alcanzan cotas
insuperables de la novela llamada realista o social de los años 40 y 50 del
pasado siglo. Fue llevada al cine en los 80 con una interpretación más que
notable de Paco Rabal, Pepe Sacristán aunque en su versión cinematográfica
tanto el director como los actores y actrices cometen un defecto muy español
como fuera el de la sobreactuación, que es admisible en una novela, sin embargo
en una película puede conducir a la caricatura y el despiporrio.
A Cela le
entusiasmaban los factores de Renfe, los poetas fracasados, los vendedores de molinillos de papel,
las señoras gordas, los vendedores de globos, los funcionarios de aduanas y los
opositores. Con ellos no suele ser excesivamente riguroso. En cambio maltrata a
las putas, a los ministros, a los estraperlistas que se echaban mozas de rumbo
como queridas, y fustiga a los seminaristas como aquel de León que sacó a una
muchacha para delante en unas vacaciones y luego si tararí que te vi. Son
personajes que aparecen y desaparecen como estrellas fugaces en la Colmena,
suben y bajan por el tobogán de Madrid. Se los tragó la historia pero aquí en
este libro queda constancia de su paso por el tiempo y su vivir o malvivir a lo
largo de una novela de situación, que no crea caracteres, los pinta y recrea su
forma de hablar con una exactitud de pentagrama musical. El libro publicado en
Buenos Aires es todo él una actuación en el que describe a personajes
inolvidables como los dos mariquitas El Espinita y la Fotógrafa que subían
cogiditos de la mano calle del Prado arriba y la gente volvía la cabeza un
poco. Se presentan situaciones que no se resuelven del todo bien y al final la
novela va decayendo en interés y se vuelve algo triste y aburrida. La chispa y
el donaire del dialogo no decaen. Ahora me explico por qué don Antonio
Magariños el catedrático del Ramiro de Maeztu, un falangista con baste mala
leche, decía que CJC no era novelista y la verdad es que en este libro a
diferencia del Pascual no pretende atenerse a una trama sino dibujar un cuadro
de costumbres de la España entre 1941 y 1945 donde el primer personaje es el
hambre, el desarraigo, el desastre moral de la posguerra cuando las muchachas
se vendían por una combinación o unas medias de cristal. El otro héroe es el
frío. Los ciento y pico personajes que desfilan por la pasarela parecen todos
acatarrados o están tísicos. La Colmena tiene un arranque magnífico en el Café
de doña Rosa que es el Café Gijón y luego se diluye en el devenir de vidas a la
deriva. He aquí un magnífico cuadro de costumbres aunque el lector llegue a
pensar que en aquel entonces todo era fornicio. No hay hondura psicológica.
Sólo apariencias y “Great expectations”. Afortunadamente Cela no es nada
aburrido a diferencia de Dickens.
Es el todo huye en
esta colmena o cucaña, tempus fugit, nada importa, no pasa nada. Tampoco es tan
presuntuoso como para hacer crítica social o meterse a redentorista a sabiendas
de que lo podrían crucificar. De los pecadores de vereda a lo fray Gerundio
–hoy hay bastantes que largan por la tele sus espiches… siempre las mismas
prédicas y los mismos barandas- líbrenos Dios. Él plasma lo que ve: el vivir de
las pobres gentes a lo Dostoievski. Con frecuencia le sale el contrapunto, da
el do de pecho. La octava baja la clava. Le sale una verdadera coral en la cual
se estampa nuestra posguerra y aquel Madrid ya fenecido por cuyas venas corría
sangre municipal y espesa. Que hablaba de otra forma, se expresaba en otra
cadencia. Donde vivir no era tan complicado ni había que tocar tantos palillos
y guardar tanto las apariencias como en la actualidad. Cela se pasó siempre el
look por los mismísimos hasta que llegó Marina Castaño y queriendo cambiarlo,
le puso a dieta, transformándolo en otro
CJC que no era él. Aquel Madrid que no hablaba tanto de política como en la
actualidad (esta función se queda claro está para los tertulieros y viven del
rollo) pero que se está volviendo reservón como entonces. Era un Madrid más
pobre, más cachondo y menos infeliz que el de ahora. Mudaronse los decorados
pero los personajes en sus grandezas y en sus miserias como corresponde a la
condición humana permanecen invariables. Contra lo que pudiera creerse, la
Colmena no es un avispero sino la celda octogonal de las abejas donde cada una
se mete e introduce a su agujero guardando las distancias del poliedro,
marcando territorio, aunque teniendo en
cuenta que en el panal hay zánganos y
obreras. Doña Rosa hace las veces de abeja maesa y a cada instante se escucha
junto con sus reprimendas a lo camareros el bordoneo del café, ese rumor de
vasos y de voces lejanas, pregonero del ir y venir, anuncio de vida que pudiera
ser más o menos dichosa pero hay que resistir. De vez en cuando entra un
abejorro por la ventana, bate sus artejos, contrae las alas, se echa mano a la
cartera y nota que no lleva un céntimo y no comió en todo el día el pobre
Martín quien vive a costa de sablazos. Doña Rosa la dueña llama al echador y de
un mosconazo lo planta en la calle. Hombre hasta ahí podíamos llegar. Hoy no se
fía, mañana sí. En el Gijón con tantos camareros a la mira resultaba difícil
hacerte un “sinpa” aunque todos alguna vez nos hayamos ido sin pagar. Algunos
de los clientes no tienen ni para uno con leche ni un bollo pero el lugar donde
se bordonea, se barzonea porque el ideal de todo español es subsistir de las
rentas y sin pegar golpe, se rumorea, se critica y hubo tiempos en los que se
conspiraba (ahora ya no). Uno se desmaya y lo tienen que llevar al retrete. El
colmenero divino es Cela que mueve los conjuntos de este gran guiñol como un demiurgo, sin demasiadas
contemplaciones. Las marionetas del destino suben y bajan porque esta colmena
es también una cucaña.
Hace un cabal
retrato de la vida en la Villa y Corte c. 1945 aquel enero durísimo cuando los
rusos a las puertas de Berlín hacen temer a doña Rosa que el destino de su
establecimiento corra la misma suerte que la de los soldados de la Wehrmacht.
El lenguaje es crudo pero cuajado de misericordia hacia los perdedores y de
aticismo, con frases disparadas como desde el tubo de un cañón recortado. Aquí
CJC se supera a sí mismo escribiendo una prosa poderosa llena de bríos,
pungente y casi tremendista consiguiendo esa difícil facilidad (porque
castigaba y corregía los textos como nadie a base de tesón y de paciencia.)
Volví a este
enjambre literario al cabo de más de medio siglo después de mi primera lectura
allá por la primavera de 1960 en el marco incomparable del paisaje paraíso de
Santillana del Mar. Los tupidos tamarindos de la Cardosa ostentaban su exuberante
polisón bajo cuya sombra pasearon notables príncipes de la Iglesia, obispos,
arzobispos, algún que otro apóstata, y más de algún eminente hombre del foro
que después de colgar los hábitos y de decir que no le probaba como el duque de
Alba, y de que también se puede ser un santo y servir a Dios en el matrimonio,
alcanzaron notoriedad en el mundo de la música, la literatura o el periodismo,
las finanzas. El seminario de Comillas fundado por aquel Marqués don Antonio
López, el de las navieras, el que trajo de Cuba a nuestros soldaditos enfermos
tras la derrota del 98, fue un vivero de eminentes curas, de hombres de negocio
y al llegar la desbandada que yo viví del 68, escuela de graduación política de
clérigos de la rebelión etarra. Un tercio del alumnado era navarro, vascongado
o provenía del atestado seminario de Vitoria, el más numeroso de España en la
época franquista.
José Luis Castillo
Puche no era vasco. Provenía de la diócesis de Orihuela o de Cartagena (ya no
me acuerdo bien) y es quien narra la problemática y la tortura de muchos
aspirantes a las órdenes sagradas en una novela enorme “Sin Camino” que estuvo
prohibida por la censura. Los jesuitas le compraron la edición como sucedió con
el A.M.G.D de Pérez de Ayala. Castillo Puche llega a decir en Sin Camino el ex seminarista será un
hombre marcado de por vida, nunca podrá echar de sí al aspirante al sacerdocio
que un día fue. Esto supone a la vez una tortura y un trauma. Siempre será
atormentado por su cobardía. No dio un paso al frente; la sociedad le señalar
con el dedo. Y en parte es una gran verdad. Esta clase de remordimiento alcanza
a otros novelistas que fueron formados en seminarios y en conventos como Vidal
Cadellans, Gironella, Jesús Torbado y el propio Manuel Azaña discípulo de los
agustinos del Escorial.
Disto mucho,
perdida mi inocencia, claro está, de aquel alevín ingenuo adolescente al que el
prefecto de estudios Eguillor aquel jesuita vasco una verdadera mala bestia me
dijo que yo no tenía categoría para pertenecer a un seminario de elite, que me
volviese a Segovia o que hiciese lo que
quisiera. Pasé dos noches enteras, cuando me llamó a su despacho para darme la
noticia, llorando en mi camarilla y como ya nos daba igual otro que estaba en
una situación parecida un tal Bedoya (a este lo largaron por comunista) y otro
de Burgos que no tenía la edad reglamentaria pues decidimos aprovechar las
tardes de paseo, muchos de nuestros compañeros nos miraban como ovejas negras y
nos segregaron, para irnos a sentarnos entre unas rocas sobre el acantilado de
Peñacastillo. Allí leiamos en voz alta y alternando las páginas la famosa
Colmena así como el Viaje a la alcarria y algunos de aquellos cuentos
ferroviarios que publicaba, ilustrados por Goñi, en ABC o en Blanco y Negro. A
nosotros estas historias nos parecían maravillosas y reiamos a carcajadas
mientras escuchabamos el rumor de las olas golpeando el arrecife o el canto de
la Salve en que prorrumpían a media tarde los novicios del Máximo al final del
rosario que rezaban recorriendo el Stella Maris.
Cela nuestro padre
literario siempre fue un burladero, el hospitalero que lava tus pies o te da de
cenar o un poco de vino y una sonrisa en algún albergue perdido del Camino de
Santiago. Nos mandaban para casa. Bedoya, el de Burgos, que se llamaba Marcos,
ahora que recapitulo cuando se me olvidan los nombres pero los rostros y
pareceres no se me esconden en el cajón de la memoria, habíamos suspendido
todas las asignaturas menos la literatura. Bedoya que era de Potes luego
ocuparía un puesto destacado en el periodismo. Fue corresponsal religioso de un
diario nacional. Me dio la impresión que no podía ver aquella iglesia que yo
sigo amando tanto aunque deteste sus defectos y me quede con sus virtudes. Del
de Burgos nunca supe más pero una tarde en el Gijón me encontré con otro
compañero del curso que hizo toda la carrera en Comillas y acabó de
corresponsal en Roma de Antena 3 (uno de los mejores vaticanólogos) Antonio
Pelayo quien me dijo que de los ciento y pico que entraron sólo cantaron misa
dos. Un vasco que se llamaba Aramburu y él, quedando él solo pues Aramburu creo
que abandonó el sacerdocio y se fue a Suramérica. No es un buen palmarés que
digamos para el padre Eguillor, aunque ahora en parte lo exculpo porque la
crudeza y brutalidad del religioso obedecía a las normas de la regla ignaciana,
a la temible “probatio” en la cual permite tácticas incluso de tortura
psicológica para sondear la presencia de ánimo y la fortaleza mental de los
novicios antes de emitir los votos. Lenin, la CIA, la KGB o la Gestapo
seleccionaban a su personal con los “Ejercicios Espirituales” del fundador a
mano. Yo me derrumbé y cobré un odio a aquel Padre así como ciertas
prevenciones contra los vascos en general que en la actualidad me parecen
incalificables.
A mí me acometí la
sensación de que todo iba a pegar un vuelco y un poco de tolerancia y de bondad
no vendría mal. El padre Eguillor, profesor de latín junto con el P. Rábago,
practicaba lo que en las public schools británicas se llama el streaming o la
selección a cara de perro. Puede que dicho procedimiento restrictivo puede
abocar a las mejores candidaturas pero se corre el riesgo de una mala educación
sentimental con la que se falta a la caridad y se puede echar a perder a un
niño que crecerá con muchos complejos y será un hombre marcado. Cela me libra
aun hoy de los penosos recuerdos que tengo de Comillas. Aun conservo alguna que
otra cicatriz.
Sin embargo, entre
los Padres los había malos malísimos como el mencionado vasco al que recuerdo
con sus pelos de punta como si fuese una brocha y buenos buenísimos como el
padre Heras un arandino que a mí me recordaba al cura de Ars. Pasaba de noche
con la linterna por nuestro dormitorio corrido y como me viese llorando me
decía que no me preocupara que todo se arreglará. Este maestrillo o novicio
jesuita que estaba haciendo la probatura fue el que ejerciendo de bibliotecario
nos sacaba de la biblioteca del Seminario Mayor los relatos de Cela y nos los
prestaba bajo cuerda. Los superiores si no habían puesto toda la obra de Cela
en el Índice de prohibidos al menos los habían marcado con un “caveat” esto es
“ojo”. Por mal hablado y obsceno (Cela de morboso tiene muy poco, se mofa del
sexo). Padre Heras al que le caían los réspices de Eguillor pues más de una vez
sacó la cara por nosotros para mí fue un santo varón y un hombre integro como
sólo pueden albergar las casas de la Compañía donde también hay buenos y malos.
Nunca olvidaré el
momento de arribada. La primera vez que subí la Cardosa fue también la primera
vez que vi el mar. Era como embarcarse en una nave alta de castillos que
guiarían pilotos de altura. ¿La nave de la Iglesia? Había sido una noche larga
de casi doce de horas de tren en el expreso de Santander. Saldría a recibirnos
el padre Heras con otro maestrillo de León y allí estábamos nosotros con
nuestros baúles y colchones tomando el coche de línea San Vicente de la
Barquera-Torrelavega. Yo traía una sotanilla que me regaló un canónigo amigo de
mis padres y un traje gris marengo que había heredado de mi tío Ponciano. Tenía
catorce años y aquel 1959 pegué el estirón. Ambas prendas me quedaban cortas
pero sabiendo que en casa había poco dinero no me atreví a mandar a decir que
me encargasen otra sotana y pantalones y camisas de mi talla. La preparación
del ajuar había sido todo un acontecimiento. Me habían admitido en Comillas un
centro de gran prestigio. Mi madre hizo llegar del pueblo a la tía Dominica que
era costurera. Ella me bordó en las camisetas, en los calzoncillos el número
que me fue asignado en la comunidad para la lavandería. Era el 288 no se me
olvidará jamás.
Lo impresionante
del enclave en un cerro casi sobre las crestas de las olas del Cantábrico, la
gente con que me traté que era de mucho dinero sobre todo los industriales
vascos y los catalanes que venían muchos jueves a visitar a sus hijos en
elegantes haigas, me azararon desde el principio y me cohibí. Sentí complejos.
No me atrevía a hablar con nadie. Curiosamente, mi mejor amigo fue un vasco:
Aramburu del que hablé arriba y fue uno de los dos que alcanzaron la cúspide
del sacerdocio junto con Antonio Pelayo.
Aramburu era un
vascongado típico, muy rubiales y estirado, simpático, plagaba su castellano de
concordancias vizcaínas y nada adusto era como buen aldeano; ostentaba siempre
una sonrisa, larguirucho y el mejor jugador de pala de los cursos de Retórica.
Nada más que llegamos vino a hablarme:
-¿Eres nuevo?
-Sí
-Aquí lo pasarás bien.
-Bueno, gracias. Pero me parece que el nivel que tenéis aquí.
-Te voy a presentar a nuestro maestro de griego. Tú no te preocupes. Poco a
poco irás cogiendo el tranquillo, o así.
El Padre Mayor
estaba leyendo el breviario sentado a la sombra de un eucalipto. Era un
hombrecillo de rostro amable y arrugado con el pelo en escarpia al igual que
Eguillor con unas gafas de gruesos cristales como culos de vaso al fondo de los
cuales espiaban dos ojos saltarines y chiquititos.
-Seas bienvenido, hijo. ¿De qué
diócesis?
-De Segovia.
-¡Ah! Allí enseñó Teología el Padre Laínez. Nuestro segundo Prepósito
General
Mayor cuya antología
de composición griega dábamos en el tercero de Humanidades era el primer
escritor de carne y hueso que me presentaban. Dados mis respetos casi
religiosos hacia la letra impresa, siempre he sentido hacia esta clase de gente
que desde su estudio trata de explicar un poco las cosas buenas que existen en
el mundo haciendo que éste sea un poquito mejor. Además, se parecía un poco a
san Ignacio dada su frágil figura, el aspecto risueño –eso decían- físicamente.
También era un poco cojo y vascuence. Llevado de mi admiración, me mostré algo
confuso. La bomba de mi propia inseguridad me estaba estallando entre las
manos. Las clases de aquel humilde sacerdote que no era exigente con los
alumnos, dada su sencillez y timidez y que conocía a Homero, Esquilo y Herodoto
como si fuesen de su cuadrilla, resultaban lecciones magistrales. Había un
retórico de un par de cursos más arriba (su nombre no lo recuerdo pero su cara
no se me despinta: bajito, moreno, carihondo, el pelo echado hacia atrás y la
voz muy clara) que por las fiestas de san Juan Crisóstomo subía al púlpito del
refectorio y durante la comida nos regalaba con una filípica de Demóstenes que
se sabía de memoria zarceando con los aoristos, los tiempos de los verbos
fuertes, los nominativos ergomáticos, la voz media, los imperfectos conativos o
yusivos y esas partículas misteriosas que suelen volver locos a los
traductores, y que en los exámenes nos hacían sudar la gota gorda como (ge) que
puestas al principio o al fin de una cláusula hacen que cambie de sentido la
frase. ¡Cuánto nivel! En la preparación intelectual de los educandos no había
quien les pusiera un pie delante a aquellos buenos hijos de san Ignacio,
disciplinados, serios, competentes y que tanto hicieron por elevar el estándar
de comportamiento de curas y frailes siendo por ello tan denostados y
perseguidos. De España fueron expulsados dos veces. Siempre vigilantes y de
servicio. Sus moradas no se llaman conventos sino cuarteles. No hay que pasar
por alto ese espíritu castrense de lansquenetes de Jesús que les vuelve rígidos
y a la vez flexibles. Sin ellos el Vaticano se hubiera acabado hace ya más de
un siglo. Cierto que ahora se encuentran en crisis pero no menos cierto es que
sirven al Papa al que profieren el cuarto de obediencia inquebrantable, obediencia
de cadáver, decía el Fundador, desde una perspectiva mesiánica. Cuando se
disuelva la Compañía se acabará el cristianismo. He ahí mi persuasión y también
mi miedo. No creo que ni en Oxford ni en Cambridge ni en USA haya intelectuales
de su categoría. Arduos, duros, impenetrables, sagaces, con frecuencia secos y
hasta antipáticos, como serpientes y cándidos como palomas, pero también
tiernos y a veces santos aunque los papas habida cuenta de que todo se queda en
casa sean refractarios tanto a nombrarlos obispos o a canonizarlos. Bergoglio
es una excepción a la regla. Alcanzó la tiara aunque por las trazas el papa
Francisco tiene más de seráfico que de ignaciano. Por aquellas fechas cundió
por todo Santander la fama de milagrero que tenía el Padre Nieto, un jesuita
con la cabeza deforme, el pecho algo hundido, muy feo y desfigurado pero que al
acercarse a hablar con él se exhalaba en el entorno una quintaesencia como de
rosas. Moriría en los sesenta en olor de santidad… ge… ge (que en griego quiere
decir ciertamente.)
El gran
conocimiento psicológico de los rectores permitía no poner zancadillas al que
valiese, dejándolo a su aire; Eso sí, a
la noche tenía que dar cuenta al superior de todo lo que aconteció
durante el día. Fue un prurito en la Compañía darle salida a la excelencia. La
mística ignaciana posee como timbre de gloria la norma agustiniana de ama obra
con rectitud de intención y haz lo que te apetezca pero a la noche te pediré
cuentas y ante mí harás examen de conciencia. Y todo en tanto en cuanto. Ya
sabes la historia de las dos banderas, el rey temporal y el rey celestial. Los
jesuitas se decantaron por el segundo de los reinados aunque el fin justifica
los medios. No te arredres, no te rindas, sé audaz. No andes con miramiento ni
cures de qué dirán. El cuarto voto les facultaba para estar bajo la norma del
Papa nunca de los ordinarios de cada diócesis y en esta independencia frente al
clero secular estuvo la clave de su eficacia. Se les criticaba por andar
siempre del halda de los ricos pero en mi vida vi gente más pobre ni
desinteresada- el despego a las cosas del mundo lo llevaban a rajatabla-. Ni
podían tomarse un café sin el permiso del superior. No tenían la obligación de
cantar coro pero algunas tardes era un espectáculo ver a cerca de cien tíos, la
sotana sin botones, el negro fajín y el bonete bisunto rezar el breviario
mientras paseaban en silencio por el Stella Maris musitando en voz baja pero
sin cantar las Horas Canónicas. Unos avanzando hacia delante y otros para
atrás. Era la oración peripatética durante la quiete o recreo vespertino.
Mucho nivel. El
listón estaba demasiado alto para aquel niño que vino de Segovia que quería
saltar como un atleta de Xto. La valla de la santidad. Me pesaban demasiado las
carnes. Sufrí lo mío. ¿Adónde voy? ¿Qué hago yo aquí? Me estallaba en la
conciencia la bomba de mi propia inseguridad. Esa indecisión que tantos
estragos me causó en mi vida. Nosce te ipsum, decía el P. Mayor cuando explicaba a los filósofos del ágora
pero esa excesivamente preocupación por lo de uno conduce a los muros del
solipsismo, a la ciudadela interior y uno acaba dándose importancia. Al correr
de los años descubrí la espiritualidad oriental y encontré un cristianismo más
coral menos disciplinario donde la relación con Dios se efectúa de abajo arriba
y no de arriba abajo como sucede en la ascética católica. No estaba maduro en
aquel entonces. ¿Cómo entrar en ese aro y en aquel sic ad Astra que nos
proponían los maestros del alma cuando se tienen quince años y desconoce el mundo,
sus pompas, sus vanidades, su dulce y venenosa mentira? Tendría que atravesar
el desierto de otra prueba más larga, bufar por las celdas como escaques de la
Colmena, conocer ese Madrid sórdido y tierno que cuenta Cela, acodarme en la
barra del Café Gijón o esconderme detrás de la tabla del burladero. Con todo y
eso, cuantas veces me cogió el toro y allí no estaba al quite el padre Heras
para echarme un capote como aquella tarde de junio en que nos fuimos a bañar a
la playa de Oyambre, una playa abierta y
peligrosa. Todos los años se ahogaba allí alguien. Aramburu y yo nos
tiramos desde una de las dunas a la ría de cabeza. Al poco tiempo sentimos que
la corriente nos arrastraba mar adentro. El vasco que nadaba como una anguila y
era de tradición marinera salió a flote y alcanzaba la orilla. Mucha gente
hacía corrillos en la playa pero sin hacer nada. Entonces nuestro prefecto que
era arandino y se había bañado muchas veces en el Duero despojándose de la
sotana se lanzó a la mar y en una zancada me alcanzó por los pelos tirando de
mí. Había resaca. Pudimos ahogarnos los dos pero aquel jesuita castellano era
un héroe. Perdí el conocimiento y me hicieron el boca a boca. Al despertar me
vi tendido en la arena al lado de una junquera. En la operación de rescate había
perdido el bañador. Me había quedado in puribis ¡qué vergüenza! Un alma
caritativa me cubrió mis miserias con la esclavina y otro me tapó con el fajín
azul, como aquel bergante al que le cogió el toro en los encierros de Cuellar y
un mozo le cubrió las pudendas con su sombrero. Rompí a llorar y empecé a
llamar a mi madre.
-Mamá. Mamá
-Salvaste, Arije. Salvaste. En acción de gracias, diremos una misa. Hoy
hizo otro milagro la Virgen María
-Gracias a usted, padre Heras. Es su paternidad todo un campeón.
-Fui nadador olímpico y estuve en la selección. Cuando se ahogó un
compañero decidí ingresar en el noviciado.
-Que Dios lo bendiga
-Y a ti, Arije
El incidente se
comentó durante algunos días en el seminario. Era época de exámenes. Mi
salvador, el que me rescató de las olas bravías del Cantábrico dijo la misa de
Nuestra Señora, la que empieza en su introito con el “Salve Sancta Parens”.
Hasta Eguillor me trató con cierta deferencia. Mala hierba nunca muere, dijo en
el aula. ¡Qué cabrón! Sin embargo, el P. Penagos, nuestro profesor de
Gramática, al día siguiente del percance puso un letrero en la pizarra que eran
las palabras del ángel a las mujeres anunciando la resurrección.
-Resurrexit Sicut dixit
Mientras el P.
Rábago que nos daba química y hablaba el inglés correctamente pues había
actuado como intérprete durante el encuentro de Franco con Eisenhower hizo lo
propio pero en inglés: ley aunque me aseguraba que tendría que aquilatar y
matizar más en mis composiciones y no andar subiéndome a la parra. No pegar
saltos. Pero la vida, mi reverendo Padre, es un salto mortal sin red. Hay que
tener el cuerpo de atleta como Heras. Mírele. Alto, cenceño, trabado de
hombros, un lansquenete, un buen soldado de Xto. Por su parte al P. Cabezas que
explicaba matemáticas debía de gustarle el circo. Nos ponía problemas tomando
como referencia los saltos en metros de Pinito de Oro, acróbata muy señalada en
aquellos tiempos…si Pinito cubre en un minuto una distancia de tantos metros en
un segundo ¿Cuántos kilómetros saltará en media hora? Yo suspendía las
matemáticas y en química cero pero como digo Penagos me tenía buen concepto.
Era buen latinista y como discípulo de Errandonea había publicado varios libros
de comentarios de textos y una gramática en la lengua del Lacio. Pinito de oro
hacía maravillas en el trapecio y nuestra caída iría unida al arrinconamiento
del latín y de las Humanidades. Perdería vigor a mi parecer y entre la eterna
disputa entre Pedro el apóstol de la Circuncisión y Pablo el apóstol de los
gentiles que predicaba la resurrección Saulo perdería la partida hasta la
llegada de los cabalistas. Eso de las humanidades es vanidad de vanidades. Y
ahora venga economía, especulación, agio. Nosce te ipsum pero te participo de
antemano que no eres más que una puta mierda.
Los vascos en aquel
curso tenían preferencia. Todos eran altos, venían de casa rica, bien plantados
y muy inteligentes. No niego que se notaba una cierta superioridad étnica sobre
nosotros los de Zamora, los castellanos canijos, los andaluces dicharacheros,
los de Toledo como bolos y los gallegos a los que había que echar de comer
aparte. Hacían corrillo parlando en su chapurreo y había uno un tal Lois que se
gloriaba de ser hijo de un canónigo poco más o menos que Rosalía de Castro.
Entre los catalanes ya asomaba la oreja el independentismo qué quiere que les
diga. Entre los vascos había un tal Aburto que era el primero de la clase
(según tengo entendido llegaría a convertirse en uno de los mejores dentistas
de Oviedo, un lince en ciencias exactas) y Arriaga y Arriola que formaban parte
de la schola cantorum del Padre Prieto. Todos ellos no sé si tendrían madera de
santos. Lo que sí sé que yo estaba seguro de que habrían de ser algo en la vida
y yo sería un bohemio un poco como Martín el de la Colmena. Quizá llevara razón
Penagos cuando desde la tarima empezaba a disparar palabras como una
ametralladora. Parecía que iba en una moto proponiéndonos textos del P. Llanos
extractos a ciclostil de los artículos de fondo del YA. Tan concisos que no
abarcando más de seis o siete líneas ahorcaban la hermosura de la lengua
castellana.
-Tú déjate de floripondios, Arije. Ve al
grano
-Si yo voy al grano, padre Penagos. Lo que pasa es que tanta concisión me
aburre
Quizá el P. Penagos
un santanderino que siempre se estaba riendo, se reía de su propia sombra,
estuviera en lo cierto. La ampulosidad ya no se lleva en literatura. Impera el
lenguaje corto y ceñido, todo pipo, nada de cáscara, plagado de insultos y de
mala uva de las redes sociales. Llanos no sé si tendría mala uva pero a mí
nunca me han gustado los chaqueteros y no comprendía cómo un capellán de la
Legión y falangista pudiera haberse hecho del PC yéndose a vivir al Pozo del
Tío Raimundo. Era algo excéntrico como buen jesuita. Tanto a él como al P.
Penagos que Dios los tenga en su gloria.
El último día que
pasé en el recinto nadie fue a despedirme. Recogí mis bártulos y en el coche de
línea de la Económica que me llevé hasta Torrelavega cargué en la baca mi baúl
con la ropa que me marcara Tía Dominica con el número 288 y el colchón de
borras. Allí embarqué en el correo de Santander. Me embargaba una sensación de
derrota y a la vez de vergüenza. Era un ex y un fracasado. En Madrid hacía un
mes de julio caluroso. Cuando todos pensaban en su veraneo en el norte yo
volvía a la Colmena, al horno. Recuerdo que la capital estaba llena de banderas
argentinas para recibir al presidente Onganía que iba a ser recibido en el
Pardo. Encontré a mi madre llorando. Había perdido la pobre sus esperanzas de
un hijo sacerdote y con posibilidades económicas. Comillas por aquel entonces
era una fábrica de obispos. En mi entorno todo se derrumbaba. Otro fracaso.
-¿Por qué te han echado, hijo?
-No me echaron, mamá. Lo que ocurre es que no me probaba. Yo carecía del
nivel necesario. El P. Eguillor me echó en cara que cuando me admitieron no se
fijaron en mis notas, que “te nos colaste”
-Pues ya podía habérnoslo dicho antes ese buen padre. Hemos tenido que
hacer un esfuerzo muy grande para darte carrera.
-Me pondré a trabajar aunque sea de picapedrero.
-Tú tampoco vales para eso.
Aquello fue como el
despertar de un sueño. Me había fraguado castillos en el aire y ahora volvía a
la realidad, a la colmena, a la lucha por la existencia, a la carrera de ratas,
algo mucho más duro que ser cura o fraile. Conseguí unas clases de latín en un
colegio de la calle presidente Carmona que dirigía un cura muy putero
castellonense que se llamaba don Severino y por las noches hice el bachillerato
nocturno en el Ramiro. Lo mío era el periodismo y la literatura. Mi madre me
daba la pobre diez duros los sábados con los que compraba un paquete de celtas
largos y mercaba algún libro en Moyano o en la Librería Espasa Calpe. No había
llegado mi hora en el Café Gijón pero me gustaba pasear por Recoletos allá donde
estaba el famoso convento del paño pardo como llamaban a los agustinos y me
fijaba en los ventanales. Allí algunos escritores de fama como Pedro de
Lorenzo, Castillo Puche, Eugenia Serrano parecían budas puestos en escaparate.
La hora de Umbral no había llegado aun pero yo pensaba para mi capote “me
gustaría algún día ser como ellos” a sabiendas de las dificultades de mi
elección. Hay grandes escritores a los que no conoce ni dios.
IX
ENCUENTROS AMOROSOS EN EL GIJÓN
Encuentros amorosos tuvo Cneo
pocos. Consciente de vivir en una ciudad con poco amor. Además, ya no quedaban
pájaros hogaño en los nidos de antaño y no estaba el alcacer para zampoñas.
Laos caballos morillos con su piel de colores seguían cabalgando. Trotaban
tristes por Recoletos muy tristes y en los bancos a la sombra de los castaños
de Indias se sentaban viejos, algún que otro turista cansado, funcionarios en
la hora del café. Jueces jubilados y mediopensionistas que también supo
reflejar CJC en su facundia y transigente desenfado. Lugar entrañable. Para
Cneo era su casa, porque aquel ambiente de libertad y benevolencia no podría
encontrarse en ningún otro establecimiento de bebidas de la villa y corte, ese
pedigrí, ese humanismo del ir y venir. El Gijón en 1988 cumplió un siglo de
actividad. Los camareros iban y venían con las bandejas las hombreras rojas la
chaquetilla blanca botones dorados y entre ellos destacaba el rubiales Jacinto,
los de Ayllón y uno de Guadalajara al que llamaban “señor Sigüenza”. El café
tenía ese trajín de vida con intervalos o pausas de quietud. Jacinto tenía
maneras de noble caballero templario y era un brocal de simpatía casi
militarizada.
-Vaya un puro que se está fumando Ud.
-Cinco talegos me costó.
-Un veguero ha de ser fumado lentamente y con
camiseta. ¿No le puso camiseta?
-Sería como caparlo o arrear los bueyes duendos y yo prefiero arar con una
yunta que tenga cuatro cojones.
-¿Tantos?
-Hombre claro. Dos y dos son cuatro
Entonces don Cneo
entonó por lo bajo un aire de su tierra: “Aquel carretero madre arrea cinco
mulas. Dos y tres son del amo, las demás son suyas.”
Ya
se esfumó el vaho de los puros que fumaba el capitán. Ahora fuma sólo “Ideales”
como cualquier militar. La guerra y el amor se hicieron siempre cantando. Él
seguía portando por el Stivadium que le recordaba los buenos momentos de la
vida pasada, eso que los cursis denominan vibraciones positivas. Se
arrepantingaba en los bancos forrados de terciopelo rojo que recordaba un poco
los asientos de un aula magna. Por el viejo café portaban académicos y
catedráticos. El Gijón nunca podría ser un sitio hortera para maravilla de los
turistas alemanes y norteamericanos. Era
una reliquia de aquel café del siglo XIX como la Rotonda parisina o las
heladerías vienesas o los tupís de San Petersburgo o las cervecerías muniquesas
o de Berlín. Con todo, los asientos resultaban un poco incómodos. Había crecido
en edad, dignidad sobre ellos. –también engordó que ya casi no le cabía la
barriga apretada sobre el bisel del velador, algunos de los cuales habían servido
de lápidas de sepulturas. Había aumentado su humanidad entre el aburrimiento de
las tardes soleadas, la ingesta de patatas fritas y de cocidos madrileños
regados con el cuartillo de clarete. El vinillo a las comidas suele ser una
excusa o tolerancia en que incurren los alcohólicos y a Cneo le gustaban los
restaurantes económicos. Más que a comer iba a beber y el pretexto eran
aquellas botellas de tercio. Aumentaba de peso, se cargaba de libros y en su
afán de conocimiento machacaba papel durante las largas vigilias al pie de la
máquina de escribir que birló en la ONU y se trajo como un regalo de América.
Sobre su rodillo que descargaba compases con la cadencia de fuego de una
ametralladora volcaba sus sueños y sus pesadillas, conjugando de esta manera dipsomanía
con grafomanía. Eran sus dos adiciones aparte del humo de su cachimba, la gran
compañera de sus soledades. Atleta de la escritura, practicante del humo,
secuaz de los cofrades de Fray Jarro pero qué se le va a hacer, nadie es
perfecto. Si en lugar del rodillo de su Olivetti portátil hubiera acudido al
gimnasio hubiera desarrollado musculatura en todos los sentidos porque le
faltaba músculo físico. En cambio desarrolló con poderío los bíceps
intelectuales. Lo malo era que el escribir es como entregarse a una vorágine.
La letra muerta está viva y aumenta el apetito… aquellas hambres vagas cuando
tenía que levantarse de la silla para acudir a la nevera. Practicante de la
halterofilia del pensamiento se le atrofiaron y para siempre los otros
ligamentos. A Cneo le importaban menos los tendones de su anatomía que los
silogismos o los programas políticos que suelen ser causa del desasosiego
español. Buscaba, sin embargo, aquellas palabras nuevas que como madreperlas
escondidas iba descubriendo poco a poco en los lexicones o los escritores
antiguos. Sentía el goce de lo arcaico y acababa borracho de literatura al caer
de la tarde. Al cuerpo le daba menos valor que al espíritu y de ahí dimanaban
sus desdichas en parte, siendo la causa de su decrepitud y de su desaliño.
Mucho te abandonaste. Llegó a preguntarse si no era un enfermo mental. Remaba
contra corriente de proa contra una nueva sociedad hedonista que basaba sus
idearios en lo políticamente correcto. No te pases. Ne quid nimis, todo en
tanto en cuanto y Cneo que se había formada con los jesuitas hizo mangas y
capirotes de las normas ignacianas de un ojo en el suelo. Él los tenía clavados
en el cielo desdeñando lo terreno. Iba a tener muchos problemas. El vulgo
consideraba la gordura el mayor de los infiernos y mandaba a la crasitud al
infierno. Cneo sobrepasaba los 120 kilos que marca la ley para la gordura
mórbida. No se puede ir a ninguna parte con tantas arrobas, puesto que, como
abominaba de lo políticamente correcto y rehusó operarse para restringir el
volumen y capacidad de sus mondongos, se convirtió un marginal. Allí el
personal acataba la norma del adelgazamiento y los regímenes intensivos para
luchar contra la grasa pero la grasa que quitaban de las mollas les crecía
luego en la meninges e iban por le mundo con la mente embotada incapaces de
leer un libro, dominados bajo la férula del Supercofrade que había bajado del
Sinaí cual nuevo Moisés las Tablas de la Ley. En el año 1989 se produjo en
Europa un auto de fe. Era preciso quemar los libros. Descartes, Kant, Sartre,
Rousseau y Santo Tomás de Aquino fueron a la pira. La humanidad perdió el miedo
a la bomba cuando cayó el comunismo y renunció a cualquier teología que no
tuviese por axis proclamar el fin de la redención. Se daba el finiquito a dos milenios
de glorioso reinado de la cruz para sustituirlo por un nuevo Babel
particularista que llevaba de la mano el egocentrismo particularista de la
cultura de lo inmanente. Se contemplaba el mundo de tejas para abajo y se dejó
de contemplar el cielo. Seréis como dioses. Viviréis mil años. Hay que
machacarse todos los días en el gimnasio. Cneo prefería las talanqueras del
burladero del Stivadium o los triclinios de las mesas de los restoranes
económicos comida casera, a su regreso de NY el año 80 practicaba el
pedestrismo por las calles madrileñas. La gente volvía la cabeza un poco, ¿qué
hace ese chalado? En la playa donde iba a veranear entre el asombro y las
burlonas sonrisas una turba de mirones se asomaba al acantilado para ver sus
evoluciones sobre la fina arena. Aquel trote cochinero les causaba hilaridad.
Puede decirse que yo traje el jogging de América. Este deporte se convirtió en
una institución higiénica que al cabo de dos hizo furor y trajo detrás de sí
toda una industria indumentaria de zapatillas de deportes, el chándal y las
camisetas grabadas. Cambiaron por así decirlo las costumbres españolas de suyo
tan sedentarias. Yo dejé de practicarlo porque me parecía demasiado hortera. Me
ocurrió algo similar a lo que pasó a Cela con su barba disidente. Cuando todo
el mundo empezó a llevarla, él se la afeitó.
En
verdad que me siento pionero de las carreras pedestres y de otras muchas cosas.
A veces, el adelantarse uno a su tiempo no es sólo contraproducente sino toda
una inconveniencia. Uno se expone a ser blanco de las críticas. Te crecen los
enanos y te surgen émulos de todo tipo. La envidia nuestro vicio nacional gatea
por la cucaña. Para subir hacia arriba, hay que pegar codazos y poner
zancadillas porque todo vale en esta carrera de ratas. Una de mis mayores
tragedias fue sin duda hablar y escribir correctamente el inglés pues dominar
esa lengua constituye la gran aspiración de los españolitos de a pié. De cara a
ese objetivo de ser fluente en el idioma cockney no escatiman esfuerzos ni
dineros; envían a sus chicos a Irlanda o a Inglaterra de au pairs o de
friegaplatos. Acaparan toda suerte de CDs y de cursos de enseñanza rápida que
salen al mercado, aunque con frecuencia el inglés les entra muy malamente y son
pírricos los resultados. Desconocen que el idioma de las Islas se consigue
someter a fuerza de codos, de mucho leer y de sufrir humillaciones y desplantes
de los nativos refractarios a entender un vocablo que aunque correcto se
pronuncie sin el rigor debido a la prosodia del diccionario de Oxford. Y eso
que una de las primeras industrias de exportación de los “brits” es el English
teaching siendo así que una lengua puede convertirse en una fuente de
recursos, algo que no debieran olvidar los españoles tan desdeñosos y
descuidados con todo lo autóctono.
Cneo
estando en la Facultad de Filosofía se enamoró de la Inglaterra medieval, de
sus caballeros de la tabla redonda, de sus castillos derrumbados donde crece la
hiedra, de los Beatles, de las películas de Alec Guinnes y de los libros de
bolsillo de la editorial Penguin. Como todo lo que sube baja, al hombre se le
cayeron los palos del sombrajo una vez que estando a pupilo en una fonda del
barrio de Chelsea su patrona tuvo la osadía de enseñarle la ropa interior de
Mr. Bruce su compañero de cuarto. El tal señor trabajaba en la City y tomaba
todas las mañanas el tubo descendente de la Circle Line para ir a su banco de
la City. Iba impecable (bombín, botines, el cuello duro y el paraguas) y era la
vera efigie del perfecto gentleman. Sin embargo, sus calzoncillos llenos de
cazcarrias y palominos contradecían tal supuesto. Qué decepción cuando sus
admirados ingleses, tan pulcros, tan corteses, tan relamidos, sólo tomaban un
baño cada quince días.
Yo
me di cuenta de que los brits eran sucios, hipócritas, más envidiosos de lo que
parece, especialistas en el arte del disimulo, sexualmente perversos y para
colmo creen que dios es inglés. El tal Bruce al que ponía en las nubes
creyéndolo epítome de la elegancia y la gentil cortesía era un barba azul
exhibicionista que merodeaba por las calles solitarias tapado con una sucia
gabardina que abría a la vista de alguna colegiala y luego se descolgaba por
algún tugurio donde se aplicaba la denominada disciplina inglesa. Le iba la
marcha y lo que a él le privaba en la cama era una buena domadora de leones con
látigo y todo, esto es una “dómina” y de aquellas perversiones eran testimonio
elocuente sus zurruspeados calzones. Entendí la perfecta congruencia de la
lógica personal de Cneo mi dilecto amigo, tan amigo que somos inseparables y
vamos juntos doquiera a lomos del mismo caballo al igual que Castor y Pólux;
él, el sol, y yo su sombra. Y entre la compasión y el sarcasmo me apiadé de él
tratando de disculpar las gilipolleces que no había parado de hacer a lo largo
de su aperreada vida. Bajaba al Stivadium y algunos lo tenían por una camisa
negra pero Cneo políticamente si algo había sido era comulgante de las ideas
libertarias y anarquistas, discípulo del Cenáculo de los Apóstoles de la Real
Gana y el Porque Me sale de los Cojones. Pasaba por borracho pero no lo era
tampoco, podía pasar semanas enteras sin probar el alpiste pero cuando acudía a
la barra del Stivadium, llevado por la depresión o una suerte de vértigo
interior irremediable, podían suceder auténticas catástrofes. Sin embargo, creo
yo que también era un tipo listo. Cneo se hacía pasar por beodo en
estrategia de tierra quemada para
espantar a sus perseguidores. El cerco se estrechaba y el general Manglano ([4]) apretaba el dogal lanzando a sus
sabuesos contra todo lo que se movía y eran dogos de rusientes colmillos
entrenados en Langley ([5]) bien entrenados en el ojeo.
Hozaban a su alrededor barruntando la presa, sentía su aliento, le tenían
intervenido el teléfono. Había sido condenado a pasillos y a una buhardilla de
la Hemeroteca. Nada te puede ocurrir en España si te haces pasar por
alcohólico. ¿O sí? Había empezado el
tiempo del gran silencio en medio de la algarabía mediática que sirve de
coartada con su ruido al Supercofrade que vigila
LLUEVEN LIBROS SOBRE EL FAMOSO CAFÉ
De Gijón al café Gijón se titula el libro de Antonio Granados Valdés tertuliano antiguo de
dicho establecimiento al que los usuarios (y utilizo esta designación
preferiblemente a la de clientes pues más que un tupis un establecimiento de
bebidas o una tasca el viejo café sito en paseo de recoletos superviviente al
paso del tiempo, las intrigas, las reconversiones, involuciones, revoluciones,
reajustes ministeriales y el paso silencioso y cauto de las parcas que pasan
también de vez en cuando sobre los veladores de mármol ocelado y los bancos de
peluche haciendo guiños en los melancólicos espejos que siempre me han parecido
misteriosos, y a las transiciones) entran como en una biblioteca o en un
templo. Yo, al menos.
Antonio es un hombre de izquierda, honesto, ético, con su melenita
quevedesca de blancos cabellos que a lo mejor fueron dorados o quién sabe si
negros, que ha estado acudiendo al famoso establecimiento casi sesenta años,
toda una vida. Pero el Gijón es un café
de derechas. O mejor: no es de
izquierdas ni de derechas. Liberal y
neutro. Un punto de encuentro. En los para mí muy duros 80 fue una especie
de Check Point Charlie, abrevadero de espías, árabes e israelíes, del Mossad,
de la CIA, el KGB el Deuxieme Bureau y el caladero de los Manglano Boys que por cierto no daban una. Y de gente vividora que, pensándolo bien,
dijeron para su capote: si no les puedes vencer, únete a ellos; y encontraron
en sus mesas pero sobre todo cerca del burladero -famoso burladero para ver los
toros desde la barrera - convertido en toril de
los sustos de España, como el 23F, que había que recibir a puerta gayola
Yo he visto salir erales bragados con mucha madera y mucha muerte en
los cuernos. He percibido un cierto calor impersonal. Fue el afrecho
intelectual y la bulla y el vivir intenso de las noches de Madrid de la
Movida. Se trata de un lugar no apto
para todos los públicos. Tú no escoges
al Café Gijón. El Café Gijón te elige a
ti. Los escritores nos sentimos allí a
nuestras anchas. Es muro de
lamentaciones, reclinatorio de congojas confesionario y triclinio o stivadium -eso que había en los
cenáculos romanos- mesa y café para todos.
Luego copa y puro. Confieso que si no hubiera encontrado este
lugar, me hubiera colgado de una farola de recoletos como aquel tío que se
ahorcó - Alfonso Pérez Pintor estaba hecho un flan ante el horrísono
espectáculo de una tarde de primavera- de una farola de Recoletos frente a los
ventanales del café. Precisamente esos
ventanales ferroviarios donde se sientan los de la tertulia privilegiada para
ver pasar la vida le dan a uno la sensación de viajar en primera.
La forma del edificio en la planta baja de una casa de vecindad de
primeros de siglo, contigua a dos bancos, más allá, un convento de Claras y al
final en la esquina el palacio de Buena
Vista o ministerio de la guerra recuerda por su diseño un vagón de Renfe. Fue
lugar de paso. Escribir es andar y
caminar es hablar con el paisaje o con tus propios semejantes. Y ya digo que a uno le asalta la impresión de
moverse en un vagón de preferencia en compañía de gente selecta lejos de la
plebeyez y el butanitismo informativo
un poco lejos del mundanal y es paradoja a cincuenta metros de la artería
central de Madrid, la Castellana, por donde pasaban los cordeles de la mesta y
por donde siguen pasando aun nuestros sueños.
Todo poeta, todo creador, tiende a la búsqueda de un Helicón, el lugar
ameno que pisan las ninfas y las musas.
Una ocurrencia y un título Café
Gijón nuestro Helicón, un trazado onomástico de Asturias, del bello Xixón
donde aun posa el aura de Jovellanos, de Campomanes, de Clarín de Pérez de
Ayala y de Palacio Valdés, con esa bonhomía cierta y esa capacidad de perdón
para la auto indulgencia y el sentido del ridículo que encontramos en el
carácter indomeñable de todo los asturianos.
Cuando encontré por primera vez al autor de esta memoria me dijo que era
asturiano.
-Pues no lo parece.
El apellido sí pero el acento es por otro lado del charco, le comenté.
Porque Antonio aunque radicado
en Gijón pasó largos años en Venezuela. Este libro en estilo correcto es una
relación circunstanciada de medio siglo de vida de una institución más que
centenaria - abrió sus puertas en 1888- sin alharacas y sin grandes
pretensiones literarias. Granados Valdés
narra anécdotas, refiere nombre de personas como el escribano que levanta
actas, fiel a los hechos. Él proviene
de la pintura. Tiene una visión más
plástica y de conjunto del mundo que los que se dicen escritores. La llama del genio es a veces un fucilazo, un
golpe retundo de luz y de suerte. Después, apaga y vámonos. Fue legionario y
antimilitarista lo que no fue óbice para que me haya dejado participar a mí que
creo en el espíritu legionario y franquista aunque me repatean los franquistas
y los aprovechados de toda la vida. La
tolerancia de la tertulia de los poetas donde se sentaba humilde y sabio un
juez con la categoría de Burón o el gran poeta Morales poemas del toro, la
mansedumbre y la sonrisa. A Buero
Vallejo también lo traté en ese corro.
Me pareció más esquinado y le comuniqué las prevenciones y reparos que
tenía Graham Green hacia los fumadores en pipa y soy fumador de pipa hasta que Dios quiera. He leído el libro con fruición porque tomaba
notas de personas y casos para mí conocidas.
Echo en falta a escritores significados como Pedro de Lorenzo que
escribió una novela creo que galardonada con el Planeta Gran Café. Don Pedro era y ejercía de extremeño y
depurado estilista, quizás uno de los mejores escritores de los comedios del
pasado siglo y falangista pero él también hizo un mutis y dejó de dejarse ver
por el café, pero su obra sigue siendo un must
ineludible o muster o modelo de trabajador de la pluma magistral. Lo de Cela, me parece más anecdótico, nunca
lo vi. Cuando yo llegué el año 82 ya no portaba por allí. Se fue a vivir a
Palma.
Vicent y Raulín del Pozo sí me parecen hombres importantes. De Umbral diré que ha escrito el mejor libro,
captando el espíritu del Café Gijón y su ambiente pero no es tan buen novelita
como Pérez Reverte. La otra noche a
última hora esa hora melancólica que tiene el viejo café en que parecen las
bombillas disminuir voltaje y el azogue de los espejos panorámicos y
panópticos, porque reflejan el presente y el pasado y el futuro pues nos
adelanta la visión de lo que seremos: vanidad, polvo de la era, vi a Reverte,
aunque he maltratado en alguna crítica, y se lo dije:
- Pérez Reverte, muerto Cela, tú portas la lámpara
del fuego sagrado.
Creo que no me equivoqué un ápice.
Escribiendo sobre espadachines y mosqueteros crea mundos y situación,
caracteres, que es para lo que vienen al mundo los novelistas. Y no para inundarlo de tópicos recalentados.
En la polémica que sostiene Reverte con Umbral y que han animado el
aburrido panorama literario pues se trata de dos puntales de talla, les doy la
razón a los dos. Umbral es el
esteticista el hombre del pasado pero Reverte el novelista y no se hable mal
del asunto porque el declive del hecho literario que padecemos se lo debemos a
los que quieren enterrar la literatura y en ese sentido no me fío mucho de los
autores que hoy publican en España e incluso los inéditos e incógnitas anti
sistema que no se hayan dejado ver por la cripta-barra-café-fonda con mozos
engalonados-templo de las musas y varadero de poetas y escritores cabreados y
aburridos de singladuras imposibles como es la publicación que van a recoger a
este lugar su pase de pernocta. A estas
pequeñeces que son la salsa y pimienta del mundo literario no alude el dietario
en cuestión
En general, capta Granados Valdés el alma de la institución donde nos
volvemos un tanto acorazados frente a la plebeyez que nos circunda. La
secuencia de los tiempos. El ir y venir
de las caras y de los nombres: García Pavón, Florencio Martínez Ruiz, Haro
Tecglén, Cándido, Ruiz de Iriarte, el comediógrafo tan notable por
su sentido del humor como por su corta estatura. Su metro cincuenta no le permitía dar con los
pies en el suelo que los tenía bailando en las sillas igual que los niños de la
catequesis que van a que el cura los prepare para la primera comunión. Una anécdota que me contó a mi José María
Zugazaga el que fuera censor de Franco y poco conocida de Cela y Ruiz Iriarte.
Los dos trabajaban en el Ministerio de Propaganda y tenían la encomienda de revisar
la edición de los libros. Una tarde,
cansados, se emborracharon Cela y él y se pusieron a marcar el paso por la
enorme mesa de redacción Cela con un borro frigio y Víctor con una espada de
cartón al hombro. Al jefe del
departamento en lugar de sancionar a Camilo y a Víctor le dio un ataque de
risa. Luego les echó una bronca pero los
perdonó.
Con todo lo que se diga la censura de entonces era mucho menos
riguroso y sancionadora que el actual. A
mí me parece que aquellos zoilos, zenones y catones de aquella coyuntura son
hermanas de la caridad al lado de los enmendadores encomenderos y remedadores
de la aldea global que cuentan no ya con
un lápiz rojo para hacer reserva o poner entre corchetes y la palabra: ¡Caveas! (Ojo) de los latinos a un párrafo o a todo un
capítulo de una novela sino que manejan con los dedos un ratón con el que
pulsan la palabra delete ([6]). Y tal herramienta resulta deletérea, para hacer
gala de su étimo y para mayor honra y gloria del sistema y se esfuma de la faz
de la tierra no ya un parágrafo sino un
capítulo o un libro entero y hasta el
propio nombre del autor, ingenuo plumífero que creía en Jauja, en el
santo Advenimiento de los Reyes Magos o en la palabra freedom.
A mucho tirar lo que hay es una libertad un "fridum" vigilado
y guarecido por los vigilantes de la red por los jefes de línea los capataces,
los mandantes, centuriones, capataces, comisarios, prebostes, caporales,
rancheros, próceres al servicio del tirano, los adelantados de la autoridad,
los arráeces y contramaestres. Desde
ahora todos, cabo primero ¡Hala! Desde
ahora, todos, cabos primeras.
Borrar la memoria. Borrar el
nombre, suprimir. Como dictioma de una de esas Cármenes y Carmelas- a mí no me
mola ni me camela- de Internet que peinan la red y carmenan a los sospechosos
pues mi nombre ha sido suprimido de una página en la cual colaboraba gratis et
amore y sin recibir un real protesto, señorío y me quejo.
-¿A quien va V. a reclamar?
-Al maestro armero, señoría.
La imagen de CJC y Víctor Ruiz Iriarte marcando el paso sobre una
tarima y jugando a los soldaditos, los dos, bolingas, me enternece, puesta a
cotejo con el panorama cultural, un verdadero páramo, que se brinda a nuestros
ojos y bien es cierto que la época de ZP ha traído un cierto viento fresco a
los sobrecargados cenadores de la política nacional y por lo menos hoy
respiro. En tiempos de Aznar sentí el
aliento del dogo mordaz y peligroso sobre mis calcaños. Habían vuelto otra vez a mandar los
joseramonesalonsos y habían regresado las carmenesfernandezdeltoro- toro y que
vuelven ahora con sus planchas planchuelas y tachuelas.
Me querían hincar los colmillos en el bullarengue acusándome de nazi y
otros de rojo. Reconozco que mi molledo
es objeto de deseo de algunos maricas y de los enemigos eternos que los tengo
mogollón que quieren medir mis espaldas con su correa. Pero también tengo anchas espaldas.
Me acogí a altana, hurté mi cuerpo a las balas y a las dentelladas en
el burladero del famoso Gijón. Antonio,
en este país fusilan siempre los mismos.
Tanto falangistas como rojos tanto me da. Pero suelen ser gente sin ideales concretos y
bastante tornadiza postulantas de la religión del odio, un credo en el cual no
suelo estar yo. Cruce el mar rojo de los
tiempos estalinianos/aznarinos aferrado a la botella del café Gijón. Me hice un superviviente profesional y un
naufrago de afición. Naufrago con
resaca. Encontré a un personaje, Sergio
Pérez Espejo diplomático de carrera aferrado a su pinta de cerveza. ¿Se nos
había aparecido Falstaff? No; era Sergio o Sacha, uno del cuerpo diplomático
que mejor escuché hablar alemán en mi vida. Era la viva expresión con su cara
aniñada y aspecto churchilliano de la inteligencia que deambula y se acoge a la
cripta cenáculo del café huyendo del cenáculo.
Hermano bebe que la vida es breve o in vino veritas. La inteligencia perseguida o incomprendida
tiene que aferrarse a la botella una huida un pretexto o un disimulo o una
triquiñuela para descodificar el sentido de la vida y de los campos llenos de
espantapájaros. Nos salíamos del redil y
volvíamos al heril. La noche es joven y
la vida larga. A veces corta, demasiado
corta, según se mire. El ojo del amo
engorda el caballo y hoy nos mira un amo invisible que invigila y pone a las
palabras cortapisas y señales de alarma y autocontrol. Las plumas echan la
galga, constreñidas, aterrorizadas y atemorizadas.
-Oiga, seamos políticamente correctos.
Parasangas de la propaganda.
-¿Cómo se llama Vd.?
-Yo me llamo Servideo.
-Buen nombre para un eunuco. Masiau
que no lo llaman Deogracias.
- Ese es mi segundo nombre de pila.
- Ah. Bien
decía yo.
Si Mahoma no va a la montaña, todos de cabeza al café Gijón. Vamos a pagar pechas a Dionisos. Venus hace tres años que se marchó. Delitos de estelionato, peculado y alta
traición. Vamos a sentarnos a los
ventanales ferroviarios del Gijón a ver pasar la vida. Con un poco de suerte hasta puede que topen
nuestras miradas con un funeral de rumbo como aquel que la pobre Pili Miró
preparó al mejor alcalde Tierno Galván.
Es un buen sitio para estar la vieja silla incomoda junto a la mesa y
cerca de la tajuela donde posaba el llorado Alfonso P. Pintor su
salvohonor. Él era el alma del
restaurante. El gran filósofo. El
conciliador. Si Aragón tubo un rey que
decía llamarse Alfonso el Batallador, nosotros en Madrid tuvimos a un pincerna
al cual llamábamos Alfonso el Conciliador.
Quería una España de todos
donde cupiera la izquierda y la derecha y esa fue la demanda de su humilde vida
de escritor que no escribía pues era ágrafo pero que a todos nos envolvía con
su gran humanidad, con sus silencios, su saber estar y su saber mirar. Tengo para mí que el rincón donde él guardaba
sus cajetillas y su lotería y donde cuelga su retrato es como un sitio sagrado.
De esta forma un bebedero como los demás se convierte en un adoratorio donde
Pérez Pinto oficiaba como sacerdote de los dioses clementinos.
Tertulianos del Gran Café, no
lo profanéis. Para recaudar fondos para
la viuda del difunto cerillero creo que se escribió este texto que comentamos. Echo de menos, Antonio, que no cites al
despelujado Torralba el que daba sablazos insignificantes de dos o tres
duros. Fue de lo más original y
simpático que pasó por allí. Lo llamábamos el loco. Un gran tipo como lo son Onofre y Pepe Bárcena
al que debemos tanto. Pincerna y
escritor. Onofre Villa nos regalaba
tomates y repollos de su huerta en un pueblo de León. Yo a veces le confundía
por la planta y por la apostura con un mariscal del Ejército Rojo. Por lo que toca a Bárcena, es, aparte de un
amigo de todos los escritores que sabe mirar para otro lado cuando por enésima
vez llena tu copa, ejemplo de tolerancia y de lealtad, un novelista de categoría y un hombre nuevo. Una pena que en la actualidad, cuando estamos
asistiendo a las exequias de la gran literatura, y solo publican los suertudos
o los que tienen dinero para correr con los gastos de la edición, a Pepe lo
conozcan tan pocos. Otros que tengo en
mente eran Ibrahim Marcirevilli y a Bandín el confeccionador del Informaciones
y profesor en la escuela de periodismo juntamente con Altabella el del vozarrón
que tu mientas. No creo que fuera
polígrafo este bilbilitano de la patria de Gracián y de Marcial recio y buena
persona. En cierta ocasión me mandó
cortar una ficha de un artículo de Clarín que yo había rastreado cuando
trabajaba en la Hemeroteca y el bueno de José Altabella que fue uno de los
pocos que todavía vi fumar, después del pobre Antonio Ortiz Muñoz, caldo de gallina ( aquellos porros le oscurecían la
voz) me echó la bronca porque lo que le hice para su historia del periodismo no
fue una ficha técnica sino un artículo
de fondo sobre el inédito de Clarín que pretendía incluir en su historia
del periodismo.
- Bueno, invítame a una copa.
- Eso está hecho.
Venga, Eulogio, un gin tonic para el señor.
Y vino Eulogio con la bandeja.
A Eulogio le llamábamos el Sr Sigüenza y Jacinto y otros camareros
armaron por ese cabo algún que otro refitoleo a mi costa. Y todo porque una tarde - malhaya el
caballero que sin espuelas cabalga- le pedí fiado me sirviese un botellín. La bronca que me echó aquel alcarreño aun se
la estoy perdonando. Mas, me quedé con
el cognomen de Señor Sigüenza para toda la vida. Me da gusto pasear el filo de la navaja y
hurgarles las entrañas al peligroso muñeco de las noches. Por ese y por otros pecados entono el
confiteor. Me culpa. Mea máxima culpa.
Momentos malos los hubo como aquella tarde en que estalló la guerra de
Iraq y cometí la torpeza de emborracharme córam populo y descargar el saco de
las afrentas contra la mentira norteamericana.
El procedimiento no fue correcto (Tito el de Cuéntame y otros comensales
no salían de su asombro) pero del asunto y materia que dio pábulo a mi asqueo
no me arrepiento un punto.
Yo sabía lo que el desencadenamiento de las hostilidades y de una
guerra que nos contaron por televisión y que el furor e indignación que me
producía intenté sofrenarlo con vino de Navalcarnero iba a traer mucha
cola. Y tanto. Todavía muere gente en Iraq. Ahorcaron a Hussein ciertamente pero a la
hora del telediario todos los días nos dan el postre con la larga lista de
muertos y de atentados en ese país antes involucrado en la Arabia Feliz y ahora
campo de Agramante de una guerra de Exterminio.
Igualmente -debo de tener un radar interno que me convierte en zahorí
para detectar las aguas subterráneas que vienen turbias- la caída del muro de
Berlín una tarde de noviembre de 1989 me pareció un hecho trascendente que iba
a cambiar los designios. ¿Dónde estabais los rojetes? ¿Los progres?
-Buena flexibilidad de vertebras habrá que tener
-Eso parece. ¡Viva el que manda!
He descubierto en este lugar que los españoles se toman la política
como un deporte visceral en el que juegan mucho la simpatía, los viejos enconos
la antipatía y la genialidad. El
tinglado económico. Esto es el país de
las maravillas y de los intereses creados. A los españoles no hay que tomarlos
demasiado en serio. Un berrinche y ya se
les pasará. En efecto, se les pasa.
Granados Valdés gasta melenita y tiene pinta de hombre riguroso, cumplidor, un
izquierdista buena persona, que se las da de “rojo peligroso”, algo tímido en
apariencia. Su cuello se inclina cuando
piensa un poco hacia un lado y tiene un tic la voz profunda con cadencias
ultramarinas, yo creía que era canario o melillense. Fueron muy interesantes las historias que
narra acerca del Rif. ¿Chauen? ¿Daracoba? ¿Las morillas de ojos de fuego? Marruecos el país donde mejor me lo pasé.
Fue legionario, un legionario de cuya boca oí escuchar tantas pestes de Franco
y con frecuencia sandeces.
Espero que no sea un farol como
el de Pepe Meléndez que se jactaba de hacer el amor todas las noches durante su
estadía londinense, que fiera, y luego resultó que su segunda mujer la inglesa
se fugó no con un cabo de regulares sino con una jefa de negociado, toma del
frasco, Carrasco, del frasco tribádico o por mejor decir bollero. Para que nos
entendamos, pero lo entiendo perfectamente pues en mi carne sentí la llamada
del desierto, la seducción y el exotismo de aquel gran país nuestro vecino
amigo y enemigo. Nos quieren y nos
detestan a su vez, Yo pelé guardias en el Hacho y me paseé por el Revellín
ceutí como un sorche de tantos el correaje como los chorros del oro los guantes
blancos de gala el día de la patrona y si entrabas en un cafetucho y pedías un
coñac que no se notara mucho después no fuera llegase la vigilancia y acabaras
la noche en el calabozo, el cala como lo llamábamos. No entiendo por qué un manso de corazón como
es Granados Valdés se pone hecho un basilisco cuando le mientan la derecha.
-¿Qué derecha?
-La derechota, ¿la derechaza y la derrochona o la derecha de verdad la cabal?
Muy bueno el apunte y que creo
que define bien al personaje cuando una tarde el poeta Gerardo Diego se levantó
de su asiento y gritó gripado ese Franco es un cabrón. Toda la parroquia quedó aterrada. Cálmese don Gerardo. Pero el autor de Manual de espuma hizo un escorzo
con la mano y repitió sí; ese Enrique Franco es un cabrón con pintas. Por lo visto era un colega que se había
pasado antes por la ventanilla de Información y turismo y sobró antes la
colaboración que le correspondía al poeta. ¡Fenomenal! Y don Gerardo terno elegante y aire tristón
siguió tan callado como siempre en la tertulia. Sólo abría la boca para decir
algo ocurrente. Algo que iba a misa. No
era de los que hablaran por hablar.
Se sintió Granados atraído por
el hechizo del atlas aunque la verdad de la mili todos contamos bastantes
batallitas. Inspira confianza y
recogimiento y, casi nonagenario, se mantiene eternamente joven. Recuerda por el aspecto físico y la
vigorosidad a otro pintor gijonés: Piñolé y su prosa, ya digo, es plástica de
una gran eficacia y una profunda seriedad y sencillez. Su mirada algo huidiza cuando se clava en uno
es como un buril. El libro circunspecto
- nada de las parrafadas o genialidades máscara de Umbral que sigue escribiendo
como los chiquitos del Arriba en su decadencia, muchas imágenes y pocas ideas-
que ha escrito me ha ayudado a recordar muchas instantáneas buenas y malas
deshaciendo las entelequias al uso de que el Gijón es un buen sitio para
ligar. En eso razón lleva Manolo Vicent
otro colega tan genial como taciturno: “Aquí hay que venir sin pleuritis
llorados y meados y con las botas limpias” porque esto no es un muro de
lamentaciones aunque a veces sirva para evadir la realidad. Las únicas veces que ligué yo allí fue un
beso que me dio Eugenia Serrano y hasta me invitó a una copa pero a nada más. Pobre Eugenia ya no estaba para muchos
trotes, no considero hacedera la chismografía que la convirtieron en ninfo
maniaca y denunciante del franquismo como se expresa en este texto. La otra fue una tarde que llegó un colegio de
muchachas de Bup de Barcelona y una noya creyendome un escritor de solera me
pidió un autógrafo. Yo se lo firme no
faltaba más pues la escritura es un saco de vanidades y mi dirección y me
estuve carteando unas semanas. Dijo que
se iba a casar con un moro y se acabó aquella relación platónica. Otra mañana
que yo dormitaba en un rincón del fondo apareció de repente mi ex mi
Dulcinea del Sotrondio. Hizo un gesto de
contrariedad y al rato incomodada por mi
presencia, alcé la vista y María el amor de mi vida había desaparecido. Dicen
que el lugar anda poblado de fantasmas, pero María no era un fantasma. Luego
moriría al cabo de unos años víctima de cáncer de mama. ¡Pobre María!
Hace una semana fui al cementerio de su pueblo mirado que está en una
ladera a llevarle flores. Murió hace
quince años. Mirando hacia atrás sin ira
la verdad es que dios me ha deparado una vida algo novelesca y romántica. La pasión por las letras es como una
condena. Los literatos no somos gente
normal.
Me sigue apasionando la bohemia y noctambulo empedernido y habida
cuenta de un sentido de la orientación especial y ese fenómeno que llamaban los
romanos Nuncupatio para captar el alma de los lugares, el Café Gijón creo que
desprende una energía positiva que sirve entre otra cosa para evitar los malos
rollos y ponerse a cobro de las acechanzas del perverso. Y sé lo que me digo avalándolo por muchos
años de experiencia. Aunque yo había parado por el Gijón cuando era estudiante
no fui asiduo hasta empezados los ochenta.
Tras una triste experiencia en un bar donde un energúmeno estuvo a punto de matarme. El limpia que era un personaje muy vivaracho
me recomendó a unos amigos para que me vengara.
Yo sé de unos que sacuden bien, agradecí la oferta pero no hice uso de
sus buenos oficios. Llegué a la
conclusión de que la gente que se dice de izquierda suele ser más humana y tolerante
que la de derechas. Eso es algo
irrefragable y es una de las conclusiones a las que me condujo mi experiencia
habiendo sido yo un derechista convencido admirador de Franco y de José
Antonio. Entonces la guerra civil,
deduzco, no pudo ser como nos la han querido contar. Otro de los personajes más interesantes y
también bohemio es Isabelo un sobrino nieto de Azaña. Hablamos mucho de judíos. Yo creo que era judío y algo profeta pues sus
vaticinios se han transformado en corte de realidad y este es un tema profundo
en el que no quiero adentrarme aquí pues es muy complejo. Baste la evocación de Isabelo y la de
Maricruz con su aspecto triste de Dolorosa fumando como una coracha en la
tertulia de aquel granadino al que luego supe que le tuvieron que cortar las
piernas por falta de riego. Y Adolfo y
Juan Diego con los que anduve una noche de copas. Todo eso y mucho más. Al Café Gijón donde creo haber sido un
buen/mal cliente ha sido para un lugar de asilo para un desterrado para un
escritor engagé y enragé para un
exilado interior que desde un primer momento expresó sus reservas sobre el
cambio, la constitución y la transformación de España hasta extremos increíbles
que no la conoce ni la madre que la parió como bien dijo Alfonsino Guerra. No me quedan reconcomios ni resquemores. Sólo
agradecimientos y palabras de perdón.
Seguiré acudiendo toquemos madera
y madera toco cada vez que voy nada más llegar al café en el pupitre
donde tenía Alfonso el Cerillero su chiringuito. Gran personaje. El mayor. El alma del café. Un escritor y un filósofo que se nos fue sin
trasladar al papel toda aquella sapiencia que desplegaba en sus coloquios. Hijo de la España humilde genial
y eterna. Descanse en paz, creo que el
libro va a dedicado a él y para recaudar fondos para su viuda. Una obra buena y que Alfonso desde el cielo
mirará con buenos ojos. Se lo merece.
25 de agosto de 2007
FIN
13 de febrero de 2002
Miércoles de Ceniza miércoles corvillo al día
siguiente de martes lardero acabadas las carnestolendas infinitas.
GIJONEANDO. RAUL DEL POZO, PERICO BELTRÁN, GERARDO
DIEGO Y OTROS TERTULIOS QUE VI DESFILAR, BEBER Y VIVIR
LA PUERTA VOLVEDERA DEL
CAFÉ
Don Cneo entraba y salía
muchas tardes por la puerta del café en busca del burladero que él llamaba su
stidavium o exactamente del retrete y allí pasaba las horas mirando para el
Cerillero. Su anodina existencia casi marginal se había convertido en un ir y
venir que llaman acarrear. Los dos veían pasar la vida, con frecuencia, eufóricos, y a veces algo alicaídos. Él se
fumaba sus buenos vegueros, lo mejor de Vuelta Abajo y en una ocasión le
presentó a Alfonso a su amiga la Negra Micaela, una mulata que era pura azúcar
de dengue.
-Te traigo un regalo de Fidel Castro.
-Mucho gusto.
Era una mujer que movía
las caderas con poderío y hacía levantarse de sus sillas a aquellos vejetes que
hablaban de política, de literatura o de pintura y a los que la libido se les
había muerto en la esperanza de la resurrección aunque, para jorobar un poco,
dice el adagio que antes muere el diente que la simiente. Con todo, algo muy
importante en su cuerpo se les “alzaba” o, cuando menos, se les alegraban las
pajarillas a los buenos contertulios, que
pasaban la tarde ante un vaso de agua y una taza de té (hay que
cuidarse) contemplando a través de los ventanales ingleses el bullir de la
existencia por la bajada de Recoletos, el vuelo de las aves de paso.
Nada se está quieto. El
tiempo no se detiene y mucho menos en aquel
club de los poetas muertos. Algún chistoso se había presentado para
preguntar si por ahí se iba bien al Valle de los Caídos y el cerillero le había
dicho que todo recto hasta la rotonda de Villalba y allí tuerces a la izquierda
y enfilas la carretera del Escorial. Los viejos actores, los guionistas de
cine, los abogados del Estado, e incluso algún que otro espía, alzaban la
cabeza al ver llegar a Negra Micaela. En el caderamen y en aquel culo respingón
de la negra dormían los secretos de ese movimiento continuo que hace que la
vida no pare.
-Niña, tus piernas son una obra de arte.
-Gracias, mi amor.
Álvaro de Luna, Juan Luis
Berlanga y hasta Tito el de Cuéntame se quedaban un poco pensativos como
deslumbrados por aquel super cuerpo. Alfonso el Cerillero miraba para Micaela
impertérrito sentado como un arcángel en su banqueta de caramelero. También se
la podía hacer un favor pero han venido tantas... De seguro que mejorará la
raza. Aquello no era un club de alterne que no se reservaba el derecho de
admisión y todo el que llegaba era bien recibido, en ningún otro lugar en el
mundo he visto funcionar la democracia con tanto rigor como allí.
Cneo se fumaba los
vegueros que le regalaba Micaela y algunas noches, la mirada cocida y el paso
no del todo firme, como un cristo bebedor, que sólo encontrase en el frío de la
noche madrileño el tibio regazo de aquella magdalena caribeña que se expresaba
en un lenguaje sabrosón, encaminaba sus pasos por las callejuelas del viejo
Madrid y dejando a un lado a las clarisas del convento de San Placido se
presentaba en el Kiss cuya presencia anunciaba un letrero de luces de colores
donde se esgrimía una sirena varada. Era otro tipo de barra. Ven, mi amoooog.
Estoy cansado, hecho polvo. ¿Subimos? Hoy no. Sin embargo, encontraba belleza,
ternura y perdón en aquel ambiente lupanario bajo la regencia de su amigo
Manolo, un cantalajeno de corazón puro que gobernaba el establecimiento con el
sigilo y dedicación con que un sacristán administra las llaves de una iglesia.
Potestas clavium. Facultad para abrir y cerrar, absolver y condenar. Magdalena
estuvo con los discípulos en el cenáculo, ungió sus pies. Sus subidas y bajadas
a la calle la Ballesta cuando la puerta volvedera del Gijón se quedaba quieta y
venían las fregatrices esparciendo el suelo de serrín y Eulogio apagaba la luz
y dejaban de proyectarse nuestros rostros en los espejos que retendrían las
sombras anunciando el final de una jornada, escondía un afán redentorista. Don
Cneo quería convertirse en adalid que luchaba contra las mafias de la
prostitución, aquel infame negocio de carne esclava, no ateniéndose a razones
de que la jodienda nunca tuvo enmienda. Quería ponerle tranqueras al campo y no
sabía que este flujo río de tracción de sangre, tan caudaloso como el Amazonas,
es el motor de la historia. Ocasiona guerras como la de Troya, provoca muertes
en riña, trae duelos y puebla toda la tierra de hijos fornecinos, o llena de
expósitos las casas cuna y los colegios de huérfanos. Se trata de la fuerza del
deseo. Cneo traía voto de castidad aunque dicha virtud no fuera precisamente el
signo de los tiempos.
Se aferraba a aquel voto
aquella última tarde del mes de mayo junto con Antonio Pelayo, Aramburu,
Sonseca, Máximo González y otros cuantos de su curso ante el altar de la Madona
que habían preparado cargado de caltas y de lirios en una gruta a la bajada del
Stella Maris mientras la marea estrellaba sus ondas contra las rocas. Todos
hicieron promesa de guardar continencia. Puede que en los avatares de la
existencia quebrantasen su ofrenda mariana pero el juramento imprimió carácter
de por vida. Haber pertenecido a aquel grupo significaría una manera especial
de tratar a las mujeres o caminar por sendas encenagadas sin marcharse. Fue
todo un rito de iniciación para entender a la condición humana. Izas y rabizas
y colipoterras. Eva, madre del mundo. “No, no subiré esta noche un ratito, ni
hoy ni nunca, prenda”.
En el fondo seguía siendo
un jesuita que jugaba a la no presencia de estar y no estar en el mundo. Se
había quedado bizco por mor de la promesa: un ojo lo tenía clavado en el suelo
y otro apuntaba a las estrellas. Todo le importaba un carajo y esa era una de
las razones de su escepticismo y de su dipsomanía. De vez en cuando se quejaba
en la oración de la tarde cuando sonaba la esquila de la parroquia de San
Martín administrada por polacos – la huerta y el jardín de este templo, el más
antiguo, daban a los patios de luces de los burdeles, el distrito rojo, la
calle de la ballesta…ama y haz lo que quieras, dijo san Agustín- ante el
sagrario de su locura de pretender ascender a las estrellas cuando el lemo del
pecado y de todos los vicios se le pegaban a las suelas de los zapatos.
Compartía, sintiéndose transmisor de un mensaje misionero, su sacerdocio con
las putas y los bribones. Venid a mí los que estáis cansados que yo os
aliviaré.
Los caminos de Dios son
inescrutables de tal forma que la Virgen María (pudiera suceder) compartía
altares con Afrodita en los que aquellas heroínas vivanderas del amor bufo
lavaban los pies a los que iban a ser crucificados en el Gólgota del Desamor,
el presidio o los sifilicomios y manicomios, ya que aquel oficio requiere
caridad, paciencia, valentía y mucho cuajo. El tiempo viejo tocaba a su fin y
se abría la gran interrogante del futuro. Ya nada sería igual que antes. Venía
el relevo y don Cneo rehén de su mismidad de torturas, mientras otros se hacían
ricos, dabas una patada y te encontrabas cien trepadores y trepadoras, él se
iba quedando descolgado en aquellas idas y venidas del coro al caño, del
Stivadium al Kiss y del Kiss al Stivadium
HASTA LA VISTA, PACO
Madrugada de San Agustín. Una noticia triste me
sobrecoge: ha muerto Francisco Umbral o don Francisco como le llamaba Alfonso
el Cerillas del Café Gijón. Su nombre me recuerda los días arduos de vino y
rosas cuando ametrallábamos la Olivetti y nos sumíamos en la magia de las
veinticuatro redondas blancas soñando con ser poetas. Umbral era un escritor
químicamente puro que vivió en escritor, pura y simplemente para la literatura,
lo que no deja de ser admirable en un tiempo en que ha muerto la
literatura no por falta de ganas sino de
quórum ya que apenas quedan lectores ni tiempo, y de gusto y placer estético.
En tiempos tan feos como los que corren Paco era un ser bello y nacido para lo
bello. El gusto y la magia por la palabra eran dominados por su varita mágica.
Sacaba el turbo pues nadie le ganaba en la distancia corta en que los artículos
le salían redondos, y nos dejaba a todos, bocas
Hay quien le niega
la categoría de novelista – igual le sucedió a Cela- pero pelillos a la mar y
una tormenta en una taza de té me parece la polémica que sostuvieron él y Pérez
Reverte quien a mí me parece un superdotado en el género narrativo con lo que
lleva de constructor de mundos de calafateador de gabarras que naveguen con
rumbo propio. Tanto él como el pobre Paco al que hoy lloramos eran dos puntas
en el abroncado y yermo panorama de las letras madrileñas y no vamos a entrar
tampoco en desinencias políticas que son puro accidente. El arte no es
apolítico aunque todas estas diatribas y encono lo han convertido en impolítico
cuando prolifera tanto escritor de partidos con el incienso siempre a punto
para quemarlo, oloroso, cerca de la casulla y de la tiara de su señorito.
Umbral era un
escritor independiente y ecléctico,
hecho a sí mismo a base de largas lecturas aunque él lo mismo lo
reconocía: su escuela fue el “Norte de Castilla” a la sombra de Delibes pero
también la Prensa del Movimiento y concretamente las colaboraciones que la
agencia Pyresa a la cual yo debo humildemente lo poco que soy [con otros
muchos, aunque que lo reconozcan o no es otra historia] que le ayudaban a
malcomer y a vivir en aquellas pensiones algo sórdidas pero llenas de vida del
Madrid años 60.
Le conocí cuando
estaba a pupilo en una de Blasco de Garay[7]. Desde entonces Umbral que supo captar la vida el aire y
la luz maravillosa de Madrid, superando quizás al propio Ramón Gómez de la
Serna, fue un inveterado asiduo paseante del barrio de Argüelles, y habitual de
las casas con derecho a cocina, los cuartos realquilados muchos sin duchas
donde por invierno hace un frío que te cagas.
Luego fue
ascendiendo en la pirámide social y de allí se mudó a otra del Barrio de
Maravillas y en último termino, hasta escalar la cucaña, al de Salamanca donde
era vecino de Buero. Caerle bien a las patronas es un salvoconducto para llegar
lejos y tú a aquellas señoras viudas a las que despertabas el instinto
maternal, Paco, les caías de perlas, les recordaban a algún novio que tuvieron
en guerra o un sobrino que se había muerto y les hubiera gustado que pidieses
la mano de alguna de sus hijas. O que sencillamente querrían acostarse contigo.
Por eso tú triunfaste porque te daban mimos las patronas y uno acabó de mala
manera tarifando con todas. Tu muerte es un aldabonazo advirtiéndonos que todo
aquel tiempo de vino y rosas se nos fue. Casi sin pensar. Ahora que los
zopilotes rebanen tu memoria con el archirrepetido – dios nos libre del día de
las alabanzas- con el consabido ¡qué bueno era!, y que los buitres
monda-cadáveres de la crítica te hagan cuartos jugando a esparcir frases hechas
que quedan bien en sus obituarios. Son un pueblo amigo de funerales con su es
no es de lágrima viva plañideros y plañideras del moco tendido. Acuden como
moscas a la rebatiña del cuerpo presente los avienta-cenizas. A mí la verdad
nunca me pareciste un novelista a la antigua usanza sino un cronista de
interioridades de los cuartos con derecho a cocina que fueron nuestras almas.
Madrid, aquel
Madrid y aquel espíritu, quedaron plasmados en aquellas sus geniales entregas
que se titulan por ejemplo El día que
llegué al Café Gijón, Mortal y Rosa, Las Ninfas. Donde se convierte en el
adelantado o heraldo de una generación. Los libros, originalísimos. Umbral nos
enseñó que las verdaderas novelas carecen de argumento, de trama o de plot. He
ahí la magdalena de Proust: las palabras y los acontecimientos que se
entrelazan como cerezas en una banasta sin una cohesión aparente al azar y sin
propósito porque la vida no tiene trama tampoco. Sólo lances. Un pasar el
espejo a lo largo del camino flaubertiana pero también se acomoda un poco all modo de narrar de don
Pío Baroja quien consideraba, escribiendo un poco al desgaire y sin preocuparse
mucho de donde tiraba la boina, que la existencia es un cajón de sastre lo
mismo que Faulkner. Life is a
tale full of sound and fury told by an idiot.
Shakespeare en su Tempestad ya nos puso en antecedentes
de lo que debía de ser este bronco oficio donde pululan tantos mediocres pero
sólo unos pocos como Umbral eran maestros. Aunque el terreno donde batía a
todos era en el articulo periodístico. Ahí revolcaba a cualquier contrincante.
En la corta distancia de los dos folios y medio sin soltar paridas ni adobar
tópicos era imbatible. Era consciente a pesar de haber escrito más de noventa
libros – el primero sobre Larra un escritor al que considera malo y que la
altura de su fama no coincide con la calidad-de que la muerte de la novela era
un hecho por la falta de lectores y sobre todo por la falta de tiempo.
Umbral escribía
brillante y acaso fulgurantemente y con un insólito dominio del idioma
castellano porque tenía un oído musical para captar la palabra y las
innovaciones del léxico (hubiera llevado mejor que nadie lo cheli a la
Academia) para lectores con prisa que son capaces de degustar un párrafo de
calidad. Desde luego, no era un pensador ni un filósofo. Sistematización no se
la pidas a un escritor de periódicos. Y el novelista y el poeta se transforman
así en articulista. El articulito de cada día dánosle hoy, es un genero al que lleva Paco a la
excelsitud de la perfección.
Su punto de
referencia eran Cesar González Ruano, el propio Gómez de la Serna, Eugenio D
Ors Xenius. Gente que escribía para
la galería un poco para untar de miel su propia torrija, mundo endogámico
encerrado en sí mismo. Escaparate de vanidad. Y mientras ellos fulguraban
ocupando tanto espacio a su lado pasaban escritores de mérito prácticamente
desconocidos. Inéditos e ignotos. Perro mundo, Mondo cane. Escaparate de
vanidades. Al ver tu necrología en los papeles mucho se habrán retrechado en su
sillón. Y ha ocurrido con tu óbito un poco lo que aconteció con el de Cela. Que
ocupabais mucho cacho y habrá algunas viudas de la gloria que con un ojo lloran
y otro repican que habrán respirado. Pronto se pondrán de alivio. Los días enjugarán
las lágrimas de cocodrilo Erais literatos de coyuntura. Retablos y candelabros
para que os mencione como escritores gente que no lee nunca. Fuiste un niño de
derecha, luego un dandy de Larra, sólo te faltaba el monóculo, rebelde con el
98 y después cantor de la movida pelotillero de Tierno Galván y muy rojo
tan rojo que acabaste escribiendo en un
periódico tan de derechas y al servicio del poder americano como el del
anglófilo, tan anglófilo que no gasta tirantes a lo fraga sino suspenders Pedro Jotas y en su Mundo Inmundo. Tu cambio
de ideas muy razonable. Te pusiste de rodillas ante Juan Luis Cebrián para que
te dejase tu columna en El País. Te la negó y te pasaste a la competencia. ¡
Natural! Sin embargo eso no es óbice –
las cosas como son- que a pesar de que te considerabas un monstruo eras un poco
servil. A los progresistas no hay quienes os entienda. Conviene sobre todas las
cosas estar siempre a la sombra del poder, Paco hacía fintas con el lenguaje
dada su gran habilidad dialéctica. Era un funambulita nato. O así y hasta
debías de tener soplones y negros que te pasaban las frases hechas pues tenías
un buen oído y eras un buen catador de rostros y un captor de paradojas. Hay
que andar a la mira para barruntar la frase hecha y recoger la oratoria del
pueblo.
-Iba yo a comprar el pan..
-¿Te acuerdas de
cuando entonces?
Esa frase te la insinué pues era la de los paisanos de
Sotofontán y una vez que nos encontramos en el Palace en una recepción a Nixon,
Lara el presentador y tú fuiste a tirarle de la levita al famoso chien andaluz
que era una especie de Rupert Murdoch de la edición y fue de los que en la
transición se quedó con todo y tú querido Paco Umbral te arrastraste in
conspectu suo y a mi me cabreó tu actitud y aquella movida iba yo de fotógrafo
y te largué unas cuantas fotos con harta mala leche que los latigazos del
magnesio de mi centellador parecían disparos
de un duelo artillero en la noche del blitzkrieg y tú tuviste miedo Paco que de natural no es que fueras un
tío muy echado para delante porque sabías de antemano que en este país escribir
es sufrir y el que aguanta gana y hay que tener una flexibilidad encomiable en
las vértebras pero al otro día saliste en un articulo que me recordaba el
canguis de un joven airado:
-Por si los relámpagos.
Estaba yo recién venido de Nueva York y cometí la
insensatez de enviarle a Planeta dos de mis textos. El Midas de la literatura,
el perro andaluz, chistes de Lepe, andares de cabo gastador legionario, corte
de pelo ceniza a navaja y manicura, me dio calabazas y yo estaba airado. Había
llegado Nixon y arrimado a la sombra del presidente de Watergate el cordobés que era un vivo y tenía un
concepto comercial de la literatura que nos falta a la mayor parte de nosotros,
hacía pasarela. Tú no habías venido aun a hablar de tu libro. Habías sido
invitado al piscolabis y estabas allí convidado de piedra un tanto mosqueado
por los relámpagos de los relámpagos.
-Ya estan aquí.
-¿Ha empezado la guerra civil?
-No señor, Paco. Acababa de comenzar la transición que
fue pero que la guerra civil. Mucho más deletrea y sorda para nuestra patria
que la propia contienda.
-Los movimientos de tropas se hacen por lo bajini. Todo
es subterraneo a fuerza de talonario y golpe bajo.
-Pues, claro. Paco. Pero que petulante era aquel don
Manuel Lara. ¡Qué petulante y qué antipático! Bueno; tambien se lo estarán
comiendo los gusanos. Ahí quedan sus millones.
Recuerdo aquel
hombre prócer, buena espiga, muy cegato, con andares mayestáticos ladeando la
cabeza de jirafa para un lado y a otro fijándose bien mirando sin ver. Charlé
un par de veces en el Gran Café. Rosalía Dans, la hija de mi amigo Celso
Collazo, se lo comía con los ojos y no me hizo mucho caso la verdad. Otra
estaba a su lado el pintor Pepe Díaz atiborrándose de güisqui pero en los
sesenta cuando era un chico de Valladolid remendado por Donato León Tierno (qué
bien escribe este chico y no era broma Paco siempre escribió muy bien lo que ya
no se estila pues hay gente en la profesión que hace gala del bodrio mal
escrito) coincidimos en varias ocasiones como en la boda de Florencio Martínez
Ruiz en Alcobendas.
Iba con Rubí
Bustamante la que es hoy mujer de Miguel ángel Aguilar y el poeta conquense
Diego Jesús Jiménez su amigo del alma en cuya compañía se descolgaba de vez en
cuando por el Abra y por Chicote y otros tugurios elegantes aunque lo normal es
que el personal se aliviase allá por las Encartaciones golfas del Cerro de la
Plata. No se lo digan muy alto a Tarsila Peñarrubia la bibliotecaria que se
convertiría en mujer de Diego y un poco hada madrina de Paco. Umbral pese a su
estatura prócer y sus trajes cruzados siempre se distinguió por su buen gusto
sartorial, y que compraba en las rebajas
de Simago o del Corte Inglés, daba la impresión de ser un ser desvalido como la
mayor parte de los que se dedican a esta dura brega de casar palabras,
supersensibles, hipocondríacos, exultantes y deprimidos y con más cornadas que
muchos toreros porque aquí al que triunfa no perdonan.
Los colegas que no llegan a tu altura te embisten, te
machacan. Sobre los hombros de Paco llovieron muchas infamias y hasta en una
ocasión un energúmeno le pegó una hostia por haber dicho no sé qué en un
articulo difundido por la agencia Pyresa y yo lo presencié en el Café Gijón.
Pero tenía anchas espaldas así como una manía por deslumbrar. Epater le bourgoise. Era su sino.
Sin embargo, tuvo la fortuna de alzarse a lo más empinado de la cucaña. Fortuna
te dé dios hijo que el saber no te hace falta y triunfó en este exigente y
enconado albero de las justas literarias.
De los aspectos más sórdidos y ruines era capaz de
enhebrar un buen artículo rescatando lo cutre y lo más abyecto con su ironía
literaria. No era agresivo y esa fue una de las razones por las que perdura
sino más bien petulante. A otros les caía gordo por pedante Tenía una virtud
Paco Umbral: mirar las miserias humanas por encima del hombro para luego
sacarles punta literaria a fuerza de plumazos de su cálamo de avestruz bien
tajado.
Buen golpe de
vista el suyo. Pese a sus aires, molestos o antipáticos los que vengan después
tendrán que estudiar en los libros y artículos de este madrileño para saber
cómo fue el modo de ser de la sociedad española en la transición y retransición
lo que él denominaba el tardo franquismo. Mortal y rosa. Lo de mortal hoy se ha
cumplido y lo de rosa seguirá asombrando a la afición. Paco era un tío que le
caía muy bien a las mujeres aunque le pasaba un poco lo que a Camilo, que no se
las tiraba más que pagando.
- Me vienen unas
jays que no sabe uno qué hacer con ellas.
-Paco hijo la
edad. Es la edad.
Siempre fue aunque
un escritor del ayer un hombre de espíritu joven apasionado del vivir. Se
mantuvo en el eterno adolescente y andaba por el mundo con algo de complejo de
Peter Pan, Creo que a pesar de sus reconcomios y de sus aires ácratas en Umbral
que no e parece nada a Delibes – dos palos opuestos pese a su inveterada
amistad- seguía siendo aquel joven que escribía en periódicos falangistas de
provincias prosas entusiastas.
Se mantuvo en esa
impronta de diletante y de recomendado pues fue un autodidacto. Un escritor
químicamente puro. Sus vivencias fueron nuestras vividuras y su talante nuestros talantes, sus fobias, sus amores y
sus odios también los comparto: El de la generación del 98. Salió una lechigada
de grandes escritores de periódico: Torbado, Leguineche, Raúl del Pozo.
Amilibia, los Martínez Reverte, Martínez Garrido, Arturo Pérez Reverte, Manolo
Vicent, Juan Luis Cebrián aunque a ése hay que echarle de comer aparte puesto
que nunca quiso ser bohemio.
La razón del éxito de Umbral con las mujeres es que las
patronas empezaron a encariñarse con él. Les inspiraba ternura de muchacho que
creció huérfano y desvalido y sin padre (algunos malvados dicen que en una casa
de putas para no ser menos que Cervantes). Luego las estudiantes y hasta las
señoras de la limpieza del Arriba que le llamaban don Francisco. Genio y
figura.. Descanse en paz. Era uno de los nuestros. Se nos ha muerto esta mañana
de verano algo de nosotros mismos. Se nos va no sólo un escritor castizo sino
un madrileño de la talla de la talla de Ramón, de Capmany, tal vez de Larra.
¡Paco, hasta la vista!
Foto de la boda de Florencio Martines Ruiz: de izquierda
a derecha: Diego Jesús Jiménez, Juby Bustamante, antonio Parra, autor de estas lineas,
Francisco Umbral
MARÍA ZORONDO
El rasgueo del calamo
incesante aguja de sastres que sastres vienen al infierno vamos pone
contrapunto a la voz de los coros. Entremedias se levanta la voz del escritor.
Escribir es encontrar una voz tu propia voz y romper las orzas. Te encuentras
como en un empalme de caminos y sin saber hacia adonde tirar. Una frecuencia te
dice ir por ahí y la inmediata que por el otro lado. Ye per aquí. No por ahí.
Tienes que descartarte. Has de escoger. Escribir es tambien elegir para hallar
para crear para ser tú y para ser el otro. Escribir en definitiva es como una
metempsicosis. Todo en ti transmigra los cuerpos y las almas y las cigüeñas
esparcen su vuelo camino de Pecharromán y tú te das golpes de pecho y te
preguntas por qué lo hice y te das cuenta cuando todo pasó cuando ya nada ni
nadie ha remedio.
Las voces formulan
conceptos contradictorios. No son voces sagradas como la terna de los diáconos
que eleva su narración de la pasión por todo el valle.
-Respondió Jesús: quem quaeritis?
-A quien buscáis
-A Jesús Nazareno.
Entonces el maestro hizo
una declaración un postulado de verdad que retumba a lo largo de la historia lo
que ocurre es que al lado de la voz de Dios se percibe tambien el tono
diabólico y se produce la algarabía, la gran confusión.
-Poco a poco irás encontrando tu propio registro.
-Gnosce te ipsum.
-Moriré y no sabré quien soy. ¿Dónde está el norte o el sur? ¿Dónde
mi mano derecha, dónde la izquierda?
El subir hacia la ciudad
encaramada todo torres almenadas y portalones con su guardapolvo y su alfiz sus
escudos nobiliarios en la fachada cerrazón y tristeza de España me daba ese
grado de euforia. Noté que yo mismo era un espíritu de contradicción. Semilla
de dios y semilla del diablo y sigo sin encontrar el tono aunque sepa hacer la
voz de Jesús con la octava baja. Iba a esperar mi propia sombra mientras subía
por la calle de San Juan y columbraba los campaniles del convento de Sancti
Spiritu y mientras me parecían fantasmas que me hablaban los árboles del
Pinarillo que era verdad lo que me contaba mi madre un día de estreno domingo
ramos:
-Los árboles de Segovia se
están muriendo de risa. De ver a los segovianos con corbata y sin camisa.
Así iba yo por la vida:
con corbata y sin camisa. Quería empezar la casa por el tejado olvidándome de
los cimientos y así la cosa no arrancaba claro está. Quedaba en el trasfondo un
rumor lejano como de azadón y huebra. Los frailes del Parral cantaban maitines
y al poco se le unieron los coros de los siete conventos de la ciudad. Domine
labie mea aperies et os meum nuntiavit laudem tuam.
-Abre, señor, mis labios.
Poco a poco a medida que
se consuma el proceso de catarsis te irás encontrando a ti mismo. Te verás
desnudo. Conocerás secretos que desconocidos de ti mismo y entrarás en
territorios vírgenes de tu propia alma.
-Yo no sabía que tú
estabas escondida Maria de Zorondo en ese recinto del amor que me pasó
inadvertido. Tú me amabas. Eras la dulcinea de mi castillo interior.
Alguien me está llamando
por mi nombre en esta noche:
-Antonio… Antonio… Antonio. Soy yo
María me impulsaba desde
la otra orilla a enfrascarme en este ejercicio de guija profiláctica cuando he
renunciado a tantas cosas y escucho la voz de los coros. La llamada que convoca
proviene desde lo hondo de las montañas desde el lecho de un río de un nemoroso
valle asturiano. Puede ser el río Nalón. Veo tus ojos encendidos cuya luz no ha
conseguido apagar la muerte y aquel rostro de óvalo perfecto y veo aquel grano
fatídico que yo quise estallar forúnculo de pesadilla la manzana del bien y del
mal. No esta noche no. Me reservo. ¿Me respetarás? El grano desapareció a la
mañana siguiente cuando nos vimos por última vez pero fue el heraldo del tumor
que minó tu existencia con tan sólo 33 años. Tú me llamas desde ese valle hondo
y me dices: escribe, relata, arrepiéntete y exorciza todo aquel que me hiciste.
-Has hecho daño a mucha gente ¿sabes?
-Ya
Y yo me siento abrumado,
letraherido, hombriangosto, avergonzado lleno de pústulas. Me cubre como una
manta cósmica todo el pus de aquel divieso. Confitero Deo. Sí confitero. Yo
confieso a dios todopoderoso. Surge el canto del gallo. Los diáconos terminaron
el canto del Passio y sigue la procesión. La verdad es que camino a tientas por
el vado el equilibrio incierto pegando trompicones. Me domina el deseo de vivir
y de olvidar pero tengo que hilar los puntos de todos esos acontecimientos que
nunca comprendí cómo fueron mis siete años de seminario y el anhelo ya veterano
de regresar al punto de partida. Quería recuperar el tiempo perdido.
Subconscientemente me sentía determinado por el prurito de que el obispo
impusiese las cabezas sobre nuestras manos. Seria una manera de hacer justicia
y resarcirnos del resentimiento de la conciencia de rebotado que todos
teníamos.
Algo crujía bajo nuestros
pies. Era la hojarasca de otoño. No habrán venido los barrenderos y por eso
nuestras calles estaban cubiertas de un manto de hojarasca y de las telarañas
de los deseos fallidos algo que era mucho peor. María me hablaba desde el más
allá:
-Explora tu abismo. Antonio. Antonio. Antonio.
Era una voz de dulce
melodiosidad con esa melosidad del acento asturianos. Pero yo no sabía quien
era yo. Ni todos esos galimatías
filosóficos. Ortega y Gasset siempre me pareció un mixtificador de la vida española.
Un cretino con apariencia de filosofo. Después siempre emergen subconscientes.
Barbotea la olla del alma latente. ¿Puchero, enfermo? Lo objetivo no me
interesa. Tampoco la acción ni el plot. La novela ha muerto y vuelven los
trípticos góticos con su majestad episcopal como ese san Segundo que recuerda a
las sergas de Expandían capaz de admirarse según se entra a mano izquierda en
la catedral de Ávila. Los hombres de acción son unos perfectos gilipollas. Lo
que importan es la acción interior. El devenir del subconsciente. La vida
carece de argumentando. Es un ir y venir pelando la cebolla sin orden ni
concierto. La naturaleza aunque se rige por unas leyes inexorables carece de
lógica. Se teje y se desteje, se madeja y se desmadeja en ovillos caprichosos
la pleita de Penélope. Por mucho que os esforcéis jamás encontrareis el hilo de
Ariadna.
¡Que más da! Derrúmbese el
escritor sobre el diván del subconsciente que son sus cuartillas –el destino
tiembla de un papel y puede caer la suerte de un lado o del otro- y formule por
enésima vez su propósito de dejar de fumar y encienda una pipa. Es la mejor
manera de dar corte de manga al diablo. Escribir es echar humo y abandonarse al
albedrío de la pluma.
PEPE BARCENA Y ONOFRE VILLA AMIGOS DEL BURLADERO DEL CAFÉ
GIJÓN
Noche triste de reflexión vísperas de las elecciones.
Acaban de matar a un hombre. Tarjetas de visita de los violentos, envueltas en
sangre y en terror que se vienen repitiendo. Chulería de los poderes oscuros de
las fuerzas que conspiran contra esta democracia y la frágil convivencia. Luego
hay otro terror que más pánico me da. El de las radios ululantes. El lord
Haw-Haw poder nazi que avasalla y os podría contar la historia de muchas
maneras porque me la sé y en terrorismo no es todo lo que parece. Con su
Chauchau. Con sus lágrimas de cocodrilo. Con sus mandobles.
-Don Federico, mire este chico.
-Que pasa.
-que este niño me ha pegado.
Querían el cadáver
sobre la mesa y lo utilizarán como peldaño para regresar al poder. Durante esta
legislativa a Dios gracias los verdugos por la espalda los valentones del tiro
en la nuca apostados detrás de una esquina que pillan a su victima desprevenido
no proliferaron sus llamadas al timbre de la funeraria. Pero la jauría se
revuelve contra el presidente y lo incrimina:
-¿Ves?
-¿Veo qué?
-Negociaste
con ellos. Eres de su cuerda.
Cabrones.
La
calumnia, la mentira, la acusación gratuita se impone vale todo y esta noche
tengo dolor de España y me duelen los guardias civiles que cayeron, los
concejales socialistas de un pueblo de Zamora que estos nazis del RH llaman
maquetas. Lo balacearon delante de su mujer y de sus hijos. ¿No hay leyes de
fuga? ¿No hay redaños en este país para que una bestialidad de asesinato quede
impune? Esta noche me hubiera gustado ser israelí. Allí ante una monstruosidad
arrasarían el bario, la casa, la Erico tabernas, el chiringuito y hasta
talarían el árbol de Guernica. Aquí se conforman con condenar la violencia
venga de donde venga y cacarear que ETA está vencida. Lo ha dicho Llamazares el
candidato de IU y me tuve que tapar los oídos de la misma manera en que de
forma odiosa los coperos/ copleros y los chauchas con muy poco espíritu
patriótico a renglón seguido echaban barro a los ojos del gobierno por negociar
con asesinos, en la creencia de que ello les reportará dividendos comiciales.
¡Que falta de decoro! ¡Cuanta alacridad!
¡Qué ligereza! Rouco los obispos las
conferencias episcopales todos rasgándose la vestimenta a la farisea. España en
prendas. Un pueblo de 45 millones rehén de los asesinos. Sólo hay dos
soluciones o ir a por ellos en una guerra sorda y sin cámaras ni micrófonos o
darles la independencia y que ahí se descuernen pero las quejas y las lagrimas
de cocodrilo me parecen tan nefasta como el propio crimen al que jalean y les
hacen la propaganda.
Han matado a un socialista. Asesinaron a un español. Y
los de la radio de los curas y los capitalistas del Opus que hacen negocios
bajo cuerda con los del Norte por condenar que no queden. Sepulcros
blanqueados. Así que crispado y entristecido me voy a la barra del café Gijón y
rezo un padre nuestro ante el monolito – no es más que el cajón donde el pobre
Alfonso guardaba las cajetillas de tabaco y los fajos de postales de Madrid-
rezo, ya digo, un padrenuestro laico y hablo un rato con mis queridos amigos
del establecimiento Pepe Barcena el relaciones publicas, el escritor, siempre
encontrarás en el una sonrisa, Raúl del Pozo no sé si fue el que dijo que le
caía bien a las señoras. Sigue con su melenita años 60. es un buen escritor y
un observador de la vida desde las talanqueras del Gijón. Y el mâitre, mi
querido y admirado Onofre Villa, es la elegancia y la bonhomía. Onofre es
filosofo. Un filosofo de León. Un muzárabe. Tiene andares de general
republicano. La discreción y el buen tono. Umbral lo quería mucho y de él lo
mismo que Barcena fueron de los pocos a los cuales el llorado Paco alabara.
Claro que Onofre que tiene un huerto en León le traía los mejores tomates y
escarolas de temporada y el autor de “Mortal y rosa” se lo agradecía.
Detalles así no son pagados con dinero.
Yo sigo leyendo a Pepe y charlando con Onofre – la mujer
de Clarín se llamaba también Onofre y es el único nombre propio junto con
Trinidad que vale tanto para el
masculino como para el femeninos- y con los otros camareros a los que no
nombraré porque sería largo y todos de mi quinta poco mas o menos un poquitín
más jóvenes los sucesores de Jacinto del señor Sigüenza, de Eulogio y de tantos y tantos otros. Ellos saben que lo
mucho que les aprecio y respeto.
El Gijón no es un
panteón ni un crematorio como dicen Juan
Pla o Raúl del Pozo. A Ruli le conozco. Es muy supersticioso y de los que tocan
madera. Jamás va a un funeral siguiendo los consejos de Emilio Romero. Uno que
humildemente considera que la muerte no es el final va a los que cumple. Pero
es verdad lo que dice Raúl del Pozo. Son ya demasiados amigos y contertulios
que la palmaron. Ley de vida. Y este
rompeolas de las Españas en el corazón de Recoletos no tiene un aire triste
pese a los muchos huecos vacíos que uno encuentra de los que dejaron de fumar y
se esfumaron a las estrellas.
Siempre hay
actividad, negocio, el pulso de la vida pendular que gravita en el sístole y
diástole de los días y las noches, los meses y los años. Los espejos por donde
se asoman los difuntos que con nosotros comieron y bebieron no tienen un aire
fúnebre. Simplemente están ahí y de repente se nos aparecen sin necesidad de
guija ni conjuros a los espíritus. Hasta se retrepan en los bancos de cretona,
se columpian en la cornucopia y juegan al tute sobre los veladores silenciosos.
-¿Cómo estáis, los caballeros?
-Jodidos pero contentos: ya no hacemos sombra ni ocupamos hueco:
A esta parte menos visible del Gijón yo le llamo la
morgue onírica. Rostros de cien años saltan a la palestra desde el fondo de los
espejos. Es un lugar que hasta parece que te dignifica te transforma como un
sacramento. En la primera transición que fue de pana raya yo me acogí a altana
en el “burladero”, una tabla de roble bruñido por apoyadero, donde plantan sus
bandejas redondas de aluminio los pincernas. No soy un tertuliano fijo. Ni de
las tardes enteras con un café con leche ni a palo seco. Tampoco considero al
local un sitio de para el ligue. ¿Quién iba a tirarle los tejos por ejemplos a
Maricruz con su cara de Dolorosa de los siete cuchillos que un bien día
desapareció sin dejar rastro? En el Gijón sólo ligó y muy de tarde en tarde
Manolo el Guapo. ¿Qué habrá sido de él?
Uno iba a escuchar la isócrona conversación de los poetas
como Morales o los chistes y la simpatía de aquel fiscal cordobés o a hablar en
inglés con Sergio el diplomático siempre con una jarra de cerveza en la mano
con la cara de bebé que se traía un aire
con Winston Churchill. Hablaba un alemán perfecto.
Fue el Gijón mi refugium peccatorum;
abrevadero y palenque para ver pasar la vida Hermano, vive y bebe.
-Todo se reduce a lo mismo: comer, joder y cagar. Si
juntamos estas tres letras nos da CJC.
-Como nació un 18 de julio, le pusieron Camilo en honor
al santo del día pero él decía que hubiera sido mejor una C elevada al cubo:
comer, caminar y cagar. La J para él era una función excretoria del cuerpo
humana mucho menos imperativas que las otras necesidades coprológicas.
-Se olvidó Ud. de la M de mear.
-Ya entra en el apartado de la fisiología.
El Stivadium donde
yo me desparramaba con mis sueños era un sitio lleno de vida, tan español, además, porque allí a fuerza de
combinaciones y de dry martines se consiguió que los españoles no se matasen
como acostumbran. Que hablaran. Y hablando se entiende la gente dijo una vez el
Rey.
Mientras el pueblo conversa, enfunda el trabuco. Pero no
hay manera. Este café es un oasis de paz en medio de las gubias canallas del
mundo de la política y de la literatura. Debe de ser un espejismo. Y Pepe y
Onofre, dos ángeles celestiales en medio de los avernos de la política,
actuaban como dos poetas con bandeja como heraldos de esperanza y avenencia.
Apaguen los micrófonos del guirigay por favor. Sólo
quiero por música de fondo el rumor de las conversaciones intranscendentes de
este café de Madrid templo de libertades y de alternancias. Debe de ser el hado
protector que vela por nosotros los bohemios renuentes a entregar la cuchara.
San Alfonso Pérez Pintor desde el cielo o
desde donde quiera que esté vela por los literatos sin demasiada fortuna a los
que no conoce ni dios, preside las soporíferas charlas del clan de los
pintores, de los actores o de los músicos que se prolongan hasta la madrugada
muy diferente a la de los periodistas que por lo común concluyen a sartenazos.
Él, sí que era un santo. Un santo laico. Un hombre de bien. Ácrata de la
tolerancia del vivir y del beber.
EL ÚLTIMO SANTO DE LA CALLE LA BALLESTA
Mi amigo Manolo el del “Kiss” murió el 15 de agosto en
extrañas circunstancias un eufemismo hoy muy al uso para esconder la pura
realidad: me lo han matado. A las mentes se me vienen estrofas del viejo
romance que de noche lo mataron al caballero la gala de Medina la flor de
Olmedo. Era un tiarrón no demasiado alto pero de un plexo solar que ya quisieran para sí los que hacen
calistenias y maceran su cuerpo en los gimnasios. Duro como el pedernal con que
trabajan los trilleros de Cantalejo. Se pasó la vida detrás de una barra
peligrosa ayudando a gente albergando arrecogidas y a naufragos de la noche
madrileña. Su vida fue un oasis en el desierto del desamor. Un santo laico
verdaderamente. El último justo moraba en la calle de la Ballesta. Era uno de
los últimos mesoneros de la tradición castellana, regentaba un pub en el
distrito centro. Un superviviente de aquellos sesentas los años buenos la
cordialidad en el corazón, siempre una palabra amiga. Elegí su establecimiento
porque el bar de Madrid donde se podía beber más a gusto y estar más tranquilo
incluso hasta altas horas de la madrugada. El barro de la calle de dudoso
nombre no nos salpicó nunca las cejas ni nuestros zapatos se contaminaron de
mierda a pesar de caminar entre el lodazal por donde ramblan caídas las
magdalenas. Éramos tres espíritus puros:
él, “Fosforito” el legionario al que llamábamos el puertas y yo.
Nunca hubo pub en
el mundo donde aquellos que expulsados de todas las sinagogas de todas las
iglesias de todos los coros pudiéramos libar nuestras tristezas y apurar el
cáliz de la soledad del dolor. Era un tiarrón
cuadrado de poderosa cabeza. El medio en que se desenvolvía no le había
corrompido. Si Manolo hubiera vivido en la edad media hubiese sido un caballero
prevenido en frontera. Y la verdad es que tenía pinta de templario con su cruz
reclinada a lo legionario sobre el vello pecholobo de la camisa entreabierta.
Aunque nacido y criado en la calle Ave María provenía de una familia de
tratantes de Cantalejo. Entendía la gacería una especie de jerga que se habla
en aquel pueblo de avispados corremundos y donde el más tonto hace un cesto.
¿Qué hay paisano cómo lo llevas? Tirandillo. A ciertas
edades uno se descarta de Venus y coquetea don Baco. Busco un lugar al sol para
tender los trapos sucios de mi dipsomanía. Manolo sub tuum praesidium. Sí bajo tu protección nos colocamos. Ella
velar, Virgen María. Yo creo que Manolo era el último santo que amaba al
prójimo en el centro de una inmensa ciudad habitada por la hipocresía y los
apriorismos asquerosos. En su rostro algo canalla pero insobornable y que nunca
salpicó el vicio que lo rodeaba yo he visto escritas páginas del Evangelio.
Ayer la luna de septiembre con su menguante falciforme cuando me dieron la
noticia de su muerte me preguntaba : ¿Y tú qué hiciste con tus talentos? No los
enterré en la arena, Señor. Y de lo más profundo de mi alma salió un Réquiem
por Manolo mientras la Miramontes esa funcionaria esbirra o esbirra funcionaria me hace la señal del macho cabrío. Eh tú a la puta calle. Eres laboral. No
tienes papeles. No avasalles le recrimino a esta ninfa del cantón con las
oposiciones ganadas y muy de comunión diaria. La gente va a lo bestia
atropellando. Un moro cuando yo estaba en el Fijo decía hay que saber manera y
hoy nadie quiere saber nada de nadie. Se desentiende. España no sabe ni
contesta y ahí esa razzia cayucos que asuelan por el sur. Diez autobuses
cargados de carne fresca llegan todas las semanas a Coslada desde Bucarest
–Moscú-Sofía y Madrid es un barrio de Quito y un extrarradio de Kiev. ¿Mafias
rusas decía usted? El enemigo está levantando gente ante nuestros propias
narices. Pero se disfraza. Nada es lo es. Sólo apariencias. Presto presto, hay
que desespañolizar España. No son rusas en realidad. Vayamos a la cabeza. El
enemigo esgrime la bomba atómica de la que habló el tirano Mao en sus tiempos. Bomb people. Nos bombardean con
desesperados y el enemigo acecha por todos los pasos de ronda mientras la
Miramontes le hace propuestas indecorosas al jefe que llaman el Pulgas en el
cuarto oscuro del archivo desparramate venga. Y se lo montaron dentro de
un cardex fijate tú cosas del fetichismo nacional. Hay
gente que le encanta fornicar dentro de un armario con membrete oficial.
Uy no me hagas
renegrones que no se entere mi marido. Esas sí que son putas follando a calzón
quitado en los altos despachos del poder y los favores mujeres que se venden
por un plato de lentejas o por un nivel.
Venga, tesorete, le dijo la Miramontes
combleza de los archivos al Pulgas, súbeme un nivel más. Y se lo subió
vaya si se lo subió al punto de levantar la falda y desbraguetarse. Eso sí que
es corrupción. Eso sí que es prostitución.
Y no las pobres meretrices de la calle la Ballesta sin comerse una rosca
que trotan por las aceras ejerciendo el oficio más viejo del mundo como almas
en pena.. Corrupsoe otra vez.
Tenían mono de moqueta y muchas ganas de volver a meter
las manos en el cajón. El Pulgas entregó el archivo rindió la plaza a los
catalanes y no hizo lo que debiera haber hecho un caballero dimitir o el hara
kiri de los japoneses o la ampolla de cianuro de los nazis. Le han dado un
carguete y se cree el monstruo de la archivística y a costa de los presupuestos
mete a los amiguetes. Archiveros
archivística ¿una ciencia o el cuento la vieja? La repelenta Vicenta quiere darles
empaque y estatus a los sepultureros de papel. A ver si se muere ya de una vez
la puta vieja y deja de incordiar.
El amo está descontento sin embargo. Trotski iba a ser el
gran heredero de la revolución rusa pero se cruzó Stalin de por medio que no
era del clan y aquello es agua en un cesto pues lo mismo les ha pasado con
Zapatero que les ha salido rana. Le criaron a sus pechos le dijeron ala venga –
yo sé eso Manolo escúchame donde quiera que estés y ya te lo dije aquel día de
muchas copas- tú a mandar nosotros te colocamos la bomba en el tren te ganamos
las elecciones. En aquellos comicios sangrientos dejé de ir por el Gijón
atestado de espías y de gente muy
desagradable en vísperas de la gran conjura. Más segura la barra del Kiss.
Manolo era una especie de ángel guardián en la tribulación. Pasa contigo
paisano, no te aflijas déjalo correr que se les coman las pirañas. Pero me olía
la tostada desde que viajando en un tren de cercanías desde el Escorial a
Atocha un sujeto que hablaba muy bien inglés con acento americano no hacía más
que indagar y hacer preguntas sobre la línea y el trayecto e iba y venía por la
jardinera de dos pisos. Vamos a iniciar nuestra reconquista. Tuve sed y salí
corriendo escaleras arriba me ahogaba en busca de la paz y el aire de las
acacias del Paseo de Recoletos. Tuvo una premonición de que algo malo iba a
suceder. Mi garganta seca pedía vino de Salerno. Esto de estar atado al
espíritu de la profecía no se lo deseo al mayor de mis enemigos; eres carne de
dolor eres un elegido pero el Señor te juega malas pasadas. Manolo tuvo
problemas desde entonces. Gallardón en repetidas ocasiones le cerró el
chiringuito. Doña Aznara no le metió en la caja de los presupuestos. Lo que queríamos en realidad
era cazar alondras con cimbel pero el supuesto era algo difícil. Le precintaron
el local lo menos tres veces. Oh Manolo bendita tu rebeldía. Te rebelaste
contra tanta bazofia como nos rodea incluso entre la gente del bronce donde
tampoco quedan señores. Tú eras uno de esos señores. El último mohicano quizás.
Ya sé que somos pulvis, cinis, nihil. Ceniza, polvo, nada
pero yo creo que este asesinato no puede quedar impune. Fonso mi amigo el
cerillas murió a causa de un atropello. Ahora me cuentan (lo encontraron frito
en su apartamento) que ha muerto Manolo el pincerna del Kiss barra irlandesa
psicodélicos decorados algo ajados porque se nos está haciendo vieja la movida.
Niñas al salón y las sacerdotisas del gusto mano sobre mano. El Gijón al que un
amigo mío tildó de mausoleo y en realidad era una especie de valle de los
caídos en pequeño sin los evangelistas cabezones de Avalos y yo, para variar,
me arrimé al burladero del Kiss
queriendo ver pasar la vida. Ya sus estores estaban bajados. Unos
crian el agua y otros cardan la lana. La
prostitución se mueve por otros ámbitos y Manolo era un san luis gonzaga en el
barrio más golfo de Madrid. ¿Han llegado irlandesas? Malahayan los proxenetas
que cargan carne adolescente en los colegios de Moscú y San Petersburgo y las
pasaportan gladiadoras del amor acá. Para echarla como carnaza a viejos verdes
que toman viagra. Ya te lo dije una vez pero a ti te gustaba la vida en la
frontera. Viviste sobre el filo de la navaja. The razor age. Hoy sales a
la calle y te encuentras un templario y ni lo reconoces pero hay muchos jóvenes
como el pobre Manolo que siguen adorando la cruz de Cristo in partibus
infidelium. Cister. Temple y vinillo de la tierra cachis diez.
Todos somos un
poco culpables. Allá al fondo del pub habrá un poli haciendo la vista gorda. El
crepúsculo de las ideologías, la muerte de Occidente, derribados nuestros
dioses y mirad ahí que los titanes cansados bostezan todo su aburrimiento. Otra
cañita y vomítame uno de tus pasodobles. Hago la agachadiza para no pasar por
encontradizo a ver si me entono y le caliento a aquel baranda. Estoy seguro de
que Dios ayudará Pondré a tus enemigos por escabel de tus pies. De momento sin
embargo he aquí una nueva víctima. Y no de la violencia de género precisamente.
Manolo era un defensor de mujeres un templario con la cabeza muy gallarda al
que sólo pudieron tumbar a traición. Su muerte está pidiendo una investigación.
Yo no me creo lo del infarto. Fue el veneno.
Mi homenaje a Paco
Umbral
Paco Umbral se fue calladamente allá por los cabañuelas
de agosto del 07 y ahora lo hicieron un homenaje al que se han sumado el “todo
Madrid mediático”. Todos han querido salir en ka foto. Ahora todo se convierte
materia de happening: los funerales, los bautizos, los divorcios, los líos de
coyunda y la descoyunta. La vida es un perpetuo esperpento, un descojone en que
se merca lo laudable y lo infumable pero
“sic transit”. No me llamaron. Mi telefóno no suena jamás excepto para la
llamada de mi mujer y alguna de mis hijos. No estoy en el ajo. Pero vivo mi
senectud dorada y gozo de mi voluntad indomeñable para hacer lo que me dé la
gana y cantarle a quien se ponga delante las verdades del Barquero. Lo mío es
un vivir sin vivir en mí. Vida perra y vidorra de escritor y crítico Yo era
amigo cuando empecé de escritor y nuestras peripecias siguieron rutas
`paralelas en los periódicos de la Prensa del Movimiento. Después él evolucionó
yo me anquilosé o no quise plegarme. Nos vimos por primera vez en la boda de
Florencio Martínez Ruiz y nos hicimos una foto que cuelgo aquí: Diego Jesús
Jiménez el poeta conquense Jubi Bustamante Antonio Parra un servidor de ustedes
que les escribe y Paco Umbral con la chaqueta cruzada. Ya entonces el pobre
Paco era muy elegante y gastaba trajes impecables aunque no tuviera para cenar
y ahí están sus gafas de concha y montura negra y la gran cabeza aunque no
tenía ña colodrilla del que está detrás que es Jesús Pedroche otro conquense.
Esa foto es la historia no de una boda sino de toda una vida. Yo tengo un poco
la sonrisa de Gioconda. Después nos vimos alguna que potra vez. Una vez en que
yo iba de fotógrafo a las veladas del Ritz y él escribió un artículo “Por si
los flashes”, otra vez en la feria del libro en que firmó para mí su “Mortal y
Rosa”, un par de veces en el Gijón en que estabamos en el Gijón los dos un poco
borrachos y Pepe Diez el pintor anarquista se lió a soltar impertinencias y ya
no le volvió a ver en algun coctail de lejos en que el periodista iba de aquí
para allá con su abrigo de forro de terciopelo negro moviendo la cabeza de un
lado para otro y andares con empaque de jirafa eminente en el zoo literario o
de gallo de la Quintana. Conocí su obra. Era mejor que la del segundo Cela,
mucho más digesta que Azorín, peor como articulista que González Ruano. Si pasa a la historia
quizá porque supo captar la atmósfera la palabra de unos tiempos convulsos y de
cambios de la transición en que unos naufragaron y otros salieron a flote. Y él
salió a flote aunque tuviera que vender su alma al diablo. Esa es la cosa y él
la vendió y ahora recuerdo al amigo de juventud y lloro sobre sus cenizas
mientras los que no lo podían ver, sus enemigos de siempre, sacaron el
incensario y se disparaban aduladores en
piropos al amigo muerto que ocupaba mucho la verdad y otros han aprovechado
para subirse a la columna. Segundas partes nunca fueron buenas. Creo que es un
error que la columna de Paco la firme otro. El editor debiera de dejar un
espacio en blanco como han hecho en el Gijón con el rincón del cerillero y el
taburete donde se sentaba Alfonso Pérez Pintor que se ha convertido para los
bohemios y frecuentadores del café de Recoletos. Acudimos allí a depositar
nuestras flores y a rezar padrenuestros laicos. Alfonso era un santo. Paco no
tanto y que no me hagan recordar historia porque en estas vidas literarias
nuestras ni están todos los que son ni están todos los que son y menudeaban
navajazos. Esto es la cucaña de la cual hablaba cela. Había que gatearla y
muchos quieren subir al mayo sobre los cadáveres de su enemigo largando flores
con la boca pequeña mientras que escupen para abajo sobre las cenizas del
muerto. Descansa ya, Paco de la tremenda refriega.
NORBERTA
Hoy 6 de junio es san
Norberto y cumple años, si vive con una media novieta que tuve primer amor en
las dulces aulas de filosofía. Olía muy bien. Era dulce, discreta, alegre, muy morena,
el rostro aguileño y unos ojos moros.
Todas aquellas idas y
venidas a la facultad, aquel pásame los apuntes que servían de pretexto para
salir, terminada la clase, a tomar una copa en Rosales desde cuyas terrazas
mirando al parque del oeste se columbraban las montañas nevadas del Guadarrama
limpio y puro, como por aquel entonces eran limpias y puras nuestras ilusiones,
son légamo de olvido en nuestros anales y en nuestras conciencias.
De aquellos amores
perdidos, de aquellas inseguridades manifiestas, hemos de dar cuenta al Justo
Juez cuando nos requiera a capítulo. Recuerdo la cara guapa siempre limpia y
fresca de Norberta, aunque por dentro tuviera bicho y me quería poco. Vivía en
la calle Goya el número no lo digo pero se correspondía con un guarismo
triunfal en mi existencia y una cifra que hizo cambiar el rumbo. Todo ella era
un guarismo sexual y yo, tonto de mí, sin darme cuenta, le regalaba las Rimas
de Bécquer. A ella lo que le gustaba era el 69. Nada de ripios ni de versos
platónicos y las posturas del Kamasutra, pero aquel amor platónico no fue más
que un beso negro. En casa a las diez.
Fumaba tabaco negro
cigarrillos superlargos. A mí me gustaban aquellos cigarrillos canarios y a mí
me gustaba ella, pero fui un amante tímido víctima de aquella mala educación
sentimental que nos dieron en mi época.
Entre arrumacos y algún beso furtivo en el
cine o paseando por el Retiro nos juramos fidelidad. No “encentamos el pastel”,
me decía sin acertar yo a entender el lenguaje femenino pues cuando mujer dice
que no es que sí.
Por tanto, nos
consolábamos con el pensamiento de que quedaban muchos días de longaniza porque
a las novias se las respetaba hasta el altar o al menos esa era la creencia.
Era moda in diebus Illis ir virgen al matrimonio.
-Piensa en cuantos
cigarrillos nos quedan-me decía- por fumar después de “eso”[8].
No me fumé ningún
cigarrillo en tan augusta y amorosa compañía, aparte de que ella había dejado
de fumar treinta años atrás.
Es una historia larga que
contar y algo rocambolesca que para entenderla habría que acudir al romance de
la pobre Adela... una niña se ha muerto del mar de amores y tuvo la culpa
Juan y la Dolores[9] ¡Pobre Norberta! El
recuerdo de aquel tabaco marca Goya me sabe a gloria y a remordimientos. Porque
al echar la vista atrás encuentro errores, pecados, ofensas a mucha gente.
Volví a encontrarla el año
2009 en un simposium sobre archivistica. Era profesora de inglés en Alcalá.
Comimos juntos y me contó la historia de su vida que se parecía a una novela de
Chejov. Casó con un labrador rico de su pueblo que murió electrocutado mientras
manipulaba una cosechadora.
Quedó sola y con tres
hijos y con muchos deseos de amar. Así que se apuntó a una agencia matrimonial
donde contactó con un asturiano del que se enamoró y aquel amor fue un amor
trágico e ineluctable.
Se trataba de un pintor
que la hizo su amante. El individuo padre de nueve hijos con su legítima se
encargó de sus negocios, suplantó su firma y ella quedó arruinada y en la
calle. También la maltrataba pero nunca lo denunció.
¡Cuanto sufrí cuando me
enteré de aquel lío! pero cuando le pregunté a mi ex si seguía enamorada de
Basilides que así se llamaba el individuo, y me dijo que en parte sí aunque
habían roto a despecho de las palizas. Percibí un cierto masoquismo.
-Soy una adicta sexual.
-¿Tú?
-Sí yo. Aquella moza a la
que tú ponías por las nubes y escribías poemas rimbombantes como un caballero
andante jurándome amor eterno… tu Berta, como me llamabas con todo el cariño de
que eras capaz.
-Pues vaya.
-Escribías poemas, me
respetabas… esto para después… no empecemos el pastel y lo que en verdad
estábamos deseando era la atracción de la carne. Esa trampa que nos tiende la
naturaleza. Yo estaba salvaje. Descubrí que lo más me gusta en esta vida es
follar. Cuando quedé viuda tuve una relación con un compañero de colegio. Le
iba a visitar todos los miércoles a su piso pero José Mari a veces fallaba y
Basilides nunca dio gatillazo. Así que me fui con él
.El alma de la
mujer-repuse- es un pozo sin fondo
-Yo era un pozo sin fondo
pero en la cama. ¿Cómo lo ves? Ahora soy una mujer liberada. Una señora de mi
tiempo y tú veo que vives en el pasado. Mala cosa.
Mi Norberta no sólo se
había alzado de patas traseras sino que me estaba dando una lección magistral
haciéndome quedar como un mindundi. Un iluso. Trágame, tierra. El libro de
cabecera de aquella mi dulcinea durante estos años fue “The fucking machine”
de un californiano de cuyo nombre no me acuerdo, creo que era un tal Miller el
que escribió “Trópico Capicornio”... joder.
-Y yo que me creía que…
Anda… mira la mosquita muerta.
-Pues creías mal.
El asunto a la par de
horrorizarme porque se cayeron los palos del sombrajo me divertía. Norberta se
había vuelto muy devota, y decía que era vidente. Ahora lo que más le preocupaba
no era el sexo sino la salud. Llámela un par de veces por teléfono y fuimos
juntos unos cuantos domingos a San Ginés. Era la moza bien plantada y bien
hecha que yo conocí allá por el 68, dulce y atractiva cuando quería serlo. Se
agarraba a mi brazo y a mí me ilusionaba rozar aquellos senos poderosísimos.
Eran las tetas más grandes que había visto en mi vida y le habían aumentado con
el paso de los años y el amamantamiento de sus tres críos.
-Sabes que eres muy sexy.
-Ya te veo, Timoteo, pero
no vayas por ahí.
Entramos a tomar un café
en la calle Arenal y en media hora que duró la charla bajó dos veces al
mingitorio.
-Eres de fuelle flojo.
Pero no te preocupes ya a todos nos empiezan a gotear las cañerías.
-Sí. Me operaron de
ovarios.
La vi muy preocupada casi
angustiada por su salud. Y era vidente pues me reveló aspectos secretos de mi
vida que yo desconocía. Después de aquel encuentro la telefoneé. Creo que
estaba en un hospital recauchutándose como ella diría en ese lenguaje castizo y
poderoso, aquel remango, que tenía Norberta para expresarse.
-No me llames más.
-¿Has vuelto con tu
pareja?
-No te lo puedo decir.
Y aquí se acabó. Espero
que Norberta siga en este mundo vivita y coleando. Hoy cumpliría 68 tacos bien
hermosos como estos inigualables días de la primavera en Madrid. Espero que san
Norberto aquel santo alemán que luego de vivir una vida disipada como canónigo
lectoral de Magderburgo (1080-1134) se metió a monje y fundó a los
Premonstratenses que es una orden muy severa, guíe los pasos de mi antigua
novia, vele por su salud e interceda por este pecador de mí.
Fui un modorro toda mi
vida que nunca acertó a lidiar con las peculiaridades y con las cosas inauditas
e inexplicables que nos brinda la realidad. Por ejemplo, leyendo la vida de san
Norberto quien vio morir a un compañero de viaje a causa de una centella Martín
Lutero sintió vocación y se metió agustino. ¡Madre mía la que luego preparó!
Un caso parecido al tuyo,
Norberta. Espero que no hayas guardado rencor ni haberte servido como debieras…
era mucho arroz para un pollo y “yo quiero más y más, nunca sacio” me decías.
Para de contar.
Nuestra relación hubiera
sido el tormento de las Danaides y hubiese acabado como el rosario de la
aurora… en el divorcio, en la lucha genérica. Nunca hundí mi rostro entre tus
dos augustos senos de matrona, no me fumé aquel cigarrillo tan apetitoso
después de…, aunque de buena me libré. Así y todo la vida es bella y gracias
por aquel amor. El peregrino pasa de largo. No se detiene a contemplar el
paisaje ni se sienta sobre las piedras del camino. Somos seres transitivos por
más que muchos crean que son intransitivos y a durar tantos años como las
pilas Duracel. Cachonda historia. Eros
es compañero de viaje de Tanatos. La vida y la muerte cabalgan juntas en un
mismo caballo como Castor y Póllux los dos mellizos de la mitología. Ah, se me
olvidó decir que Norberta nació bajo el signo de Géminis la constelación con
dos caras. Puede que a aquella rapaza hoy toda una matrona de busto exuberante
les gustase contar “batallitas”
PERICO BELTRÁN. EL ÚLTIMO BOHEMIO
Yo le llamaba mi
“capellán”. Se nos ha muerto Perico. Perico Beltrán. El día de Santo Matías,
las noches igualan a los días, 24 de febrero, saliendo de la Plaza de Celenque,
y en la que baja hacia Arenal, casi a la puerta del Santo Niño del Remedio, me
topé con Pedro Beltrán, ojos grandes y flavos, buena percha para el cine pero
no daba la altura necesaria para galán, por eso hubo de conformarse con
secundarios: llevaba un abrigo marrón claridad de doble pechera, pasado de moda
-era la prenda de vestir que caracterizaba a los ministros y ejecutivos lustros
atrás- recuerdo en el ropero de sus buenos tiempos, algo gastado, pero muy
limpio. En los tiempos más duros de la bohemia y de la briba, por la que este
murciano de buen vivir a salto de mata y sin molestar pasó como la luz sobre el
légamo o por un cristal sin romperlo y sin marcharlo, aunque a Alfonso “El
Cerillas” que paz descanse le dio algunos sablazos, siempre portó alto el
pabellón de la dignidad. Nunca lo vi con los zapatos manchados de barro. Era un
señor con aires de califa o de caíd de los reinos de taifa. Nació en la huerta
murciana y hablaba como el tío Marchena, un melonero de Cuatro Caminos que yo
conocía y que tenía cara de bota de vino de Jumilla y que cuando le hablabas
siempre te contestaba con una ah interrogativo. Esa interjección interrogante
era como responder con nueva cuestión al
preguntante, al modo de los gallegos. Y la verdad es que los murcianos se
parecen algo a los gallegos. De punta a punta. Los extremos se tocan. Pedro en
los últimos años cobró el aspecto encarnado de los hipertensos y siempre te
contestaba con ese ah de su paisano de Jumilla. Empezaba a quedarse sordo. ¿Qué
tal estás Perico?
- ¡Ah!
Y te escrutaba con esos dos ojos potentes.
Pues no miraba. Hacía radiografías. Y te ajigolabas unpoco creyendo haber
cometido una impertinencia al preguntarle por su salud. Le gustaba el vino pero
iba a él con moderación. Como un rey, que era, no como un buey. La cabeza era
lo que más destacaba en la disposición de su cuerpo algo petizo. Y tenía una
cabeza prócer cincelada con señorío. Elegancia del sur. Un Abderramán sin chilaba injerto en pícaro.
Cineasta. Guionista. Escritor. Fernando Fernán Gómez para el que fabricó el
gran éxito con el libreto de su cinta Pícaros
decía que Pedro era genial pero desordenado y bohemio y no había manera de
hacer gavilla de él. Genio en el que se entreveraba su bondad natural con su
descreencia y la fatiga de tanto luchar. Fue también pan de los pobres y
socorro de desvalidos. Yo le vi una vez darle mil duros a una actriz enferma
que fue muy guapa y famosa y que en los ochenta acabó teniendo por todo refugio
las escaleras de la boca de metro de Callao. La ex actriz murió y Pedro Roldán
fue objeto de una larga entrevista en Telemadrid.
Resonaron en mi mente, al ver a Perico, amparo
de la pobreza vergonzante, lacra de una sociedad solidaria pero poco caritativa
y cristiana con el prójimo inmediato, las palabras de una novela rusa: “Dios
perdonará. Perdonará eternamente a los borrachos”. Y recordé un cuento de
Chejov en que la pordiosera Afasia muere aterida de frío en la puerta de una
catedral. Todos se sienten culpables y el archimandrita, arrepentido, predica
un sermón con el cadáver de la mujer de cuerpo presente. Exequias solemnes.
Mientras habla el prelado, se esparce por toda la iglesia una olor a rosas y
los harapos y arambeles viejos con que se arropaba la mendiga se convierten en
túnicas de seda. Al fondo se escucha la música de los coros y sonidos de arpa.
Era la pobre menesterosa que hace su entrada en el Paraíso bella y hermosa con
los cabellos de oro como fue en su juventud, escoltada por una legión de Tronos
y Dominaciones. Al final nos examinarán sólo de amor, dice san Juan de la Cruz.
Creo que para Pedro Beltrán esta añagaza condicionante haya sido sólo un
trámite. Porque él era compasivo e inclinado a la misericordia y habrá
alcanzado esa corona que en el cielo se otorga a los “perdedores” (aunque
pienso que no era un perdedor, vivió como le dio la gana) y a los que han
hambre y sed de justicia.
Y en estas le pregunté:
- ¿Adónde vas,
Pedrito?
-Ah.
-¿Hace mucho
que no te veo por el Gijón?
-Ah.
Y siguió su camino. No me
extrañó nada este mutismo pues me habían dicho que se había quedado sordo como
una tapia. Debía también de padecer uno de sus habituales ataques de asnea
puesto que su gesto era de dolor. Le encontré más viejo y con andares
renqueantes, la mirada perdida barruntando tal vez la eternidad. Aquella
conversación de sordos fue nuestra despedida. Yo creía que iba a entrar a rezar
un padrenuestro en la capilla del Santo Niño del Remedio. Porque con Perico,
aunque se proclamaba ateo convencido, y eso que había sido cura o al menos
largos años seminarista, nunca se sabía cómo iba a reaccionar. Hacía las cosas
sin que se enterara la mano derecha lo que hacía la izquierda este murciano. No
creía en dios pero creía en los hombres. De últimas, ni eso. Se le veía cada
vez más escéptico y cabreado. Todos lo habían abandonado. Los unos y los otros.
Me dio una impresión de soledad y él, al que le había conocido siempre joven,
porque pocos pensarían que llegaría a octogenario, siempre con sus aires
jacarandosos de misacantano, y complejo de Peter Pan porque se consideraba el
eterno adolescente que nunca creció, me pareció por primera vez un anciano.
¿Adónde iba Pedro Beltrán, aquel bohemio con fama de buena persona? Pues por la
senda que andamos todos y cuya meta final nos convierte a todos en lo mismo: en
polvo. Al pobre y al rico. Al malvado y al santurrón hipócrita. Pasó un
semáforo, lo perdí de vista. Iba en derechura a abrazarse con la Gran
Niveladora.
No transcurrieron ni dos
semanas de nuestro último encuentro y el cuerpo sin vida del actor, autor y
viejo contertuliano fue encontrado sin vida en una pensión de mala muerte por
otro actor, Gabino Diego.
Desapareció Pedro de mi
vista para siempre en la clara mañana de Santo Matías en un Madrid lleno de
vida. Nunca cogía el metro. Solía ir paseando a los sitios. Se asfixiaba. Creo
que padecía enfisema. Con frecuencia abría repetidamente la boca para cobrar
aire y aliviar su disnea. ¡Ah! Y me lo encontrado bastantes veces por las
calles del Madrid de los Austrias, lo mismo que a otros personajes que deben de
haber desaparecido - no los he vuelto a ver ¡ malo!- como ese zamorano enfermo
de elefantiasis que narraba en cafeterías de la plaza Canalejas o la calle La
Cruz para el que quisiera escuchar cómo intentó una vez acabar con la vida de
Franco. Beltrán no atentó contra el anterior jefe del Estado pero era un
antifranquista frenético.
Así y todo, un servidor
que se confiesa seguidor hasta el final del Caudillo pero al que repatean
ciertos franquistas acomodaticios u olvidadizos/tornadizos, obra muerta del
bajel de España navegando a la deriva y son contra estos cómitres contra los
que saco el látigo porque sólo se mueven a golpe de rebenque, pudo entablar si
no amistad cierta conocencia con él. Peripatéticos literarios éramos.
Excéntricos. Supervivientes de aquel mundo de los cafés. De la “Granja del
Henar” al “Bilis Club o Cervecería Inglesa” de Clarín y de Fornos, a Pombo, de
Gómez de la Serna. O la Fontana de Oro de Galdós y otro que había en la calle
del Turco donde mataron a Prim y cuyo nombre no recuerdo. A mí siempre me ha
intrigado este Madrid y lo he pateado de a hecho. Es una villa donde nunca te sientes solo. Esa
luz impresionante. Ese aire fino de la sierra que parece acariciar los muros y
barre las calles. De Sol a Cibeles y Puerta de Alcalá. Ventas del Espíritu
Santo donde la villa mejor de Castilla (villa por Madrid, decía el refrán,
Madrid en Castilla y ciudad por ciudad, Lisboa en Portugal y tanto por tanto,
Medina del Campo) se volvía trajinante y arriera. No pasaba de Lista.
Por el sur tampoco
trasponía los adarves del puente Toledo.
Carabanchel quedaba a esa mano y los cementerios que son la cárcel
definitiva que nos aguarda. También Perico era algo supersticioso y me dijo que no le gustaban los carabancheles.
Por alo sería. Estuvo preso en Ocaña y en la de Carabanchel. Nunca hablamos
mucho de su vida pero decía que esa parte de la Villa y Corte era la que menos
le gustaba. Cuando salió de presidio se convirtió en habitual de las tabernas
aunque era comedido y muy poco tabernario Pedrito. Los bares eran su casa.
Contertuliano ameno y de conversación intrascendente, medía el gesto u su
aspecto siempre fue el de joven de misacantano que con los años pasó a ser el
de curita postconciliar- yo le llamaba “Páter” y él nunca me negó que hubiera
sido cura. Pero no lo igamos muy alto no sea que el amigo Medina, que tiene una
fobia inexplicable y muy poco cristiana hacia los seminaristas, él que se las
da de tan católico y tan poseedor de la verdad – debe de pensar que España es
su finca- nos descascarille con uno de sus habituales anatemas.
-A mí la legión, mi Páter.
-Pues vale.
-¿Hace un
chato?
-¡Como no!
Nunca te lo despreciaba.
Otra cosa era pagar una ronda. No porque fuera tacaño sino porque siempre
andaba a la última. Le gustaba tapear y batir la zona o lo que llamábamos
estaciones ¿etílicas? Y tapeaba bien pues comía poco. Velis nolis se
acostumbrtó a no tener que cenar. Era un superviviente del gran boom económico
de los setenta. Un naufrago del Café Gijón
TROTERAS Y
DANZADERAS
Antonio Parra
“Han llegado
irlandesas” escribe Quevedo en carta a un amigo. El autor de los Sueños
era buen espadachín. Su pluma a veces
sarcasmo químicamente puro cortaba igual que un estilete. Y debía frecuentar los garitos, abundantes en
Madrid casi desde sus comienzos. Cuando habla de la casa donde no se come ni se
bebe en las Zahurdas de Plutón creo que estaba aludiendo a la Casa del Tócame
Roque. Este lugar en la villa era toda una institución. Tenía muchas puertas y
era difícil de guardar. Lógico. Estuvo abierta y funcionando al lado del
mercado de San Antón hasta bien entrado el siglo XIX. Era casa de chispas y de
chisperos. Fragua del viento. Brasas encendidas del amor airado.
Yo creo que el
que quiera controlar la prostitución en este Madrid castillo famoso quiere arar
en el mar. Ponerle puertas al campo. Claro es que entiendo en parte los bandos
del alcalde Gallardón y los buenos arbitrios y desvelos de la señora Botella
para meter en vereda a los clientes de estas pobre magdalenas que en este mundo
pecador han sido, fueron y la que te rondaré morena pues eso no tiene solución.
Ahora bien muy
cierto es que Madrid se ha convertido en una gran casa del Tócame Roque. La
quemaron los franceses y un dos de mayo de aquel falansterio salió todo el
heroísmo de la exaltación popular que alzó a España contra Napoleón. Majas y
chisperos peleando contra los mamelucos y polacos de Murat. Y Agustina de
Aragón todo el temple y paradigma del espíritu nacional acabó sus días mal
después de haber tenido que ejercer en Barcelona el oficio más viejo del mundo.
España a veces es desagradecida a veces con sus mejores hijos pues eso está ya
en el Cid. Castilla face sus hijos y los desface. ¡Dios qué buen
vasallo si hubiese buen señor!
San Agustín
defendía a las meretrices diciendo que ellas son un poco el baluarte de la
república. De niño oí decir que el cariño ni se compra ni se vende. Un axioma
que he encontrado falso para mi desilusión al correr de los años pues hoy todo
tiene un precio y el puterío mayor no sale a la calle a hacer la carrera sino
que se encierra en los altos aposentos del poder. Cristo bendito andaba siempre
rodeado de publicanos y pecadoras. Magdalena fue la única mujer por la cual se
dejó tocar. Sólo Pedro y ella tuvieron el privilegio de lavar los pies al
Salvador. Los fariseos y sacerdote, los puros, los incontaminados, toda esa
gente que dan en llamar de buen tono y de bien -los políticamente correctos-
los que a lo mejor no se van de putas en su vida o, si echan una cana aire, no
lo harán concejeramente sino en el mayor de los recatos, tienen mucho más peligro.
Que no se diga. Que no se sepa. Si no pueden ustedes ser castos, sean al menos
cauto recomendaba el general Camilo Alonso Vega a los guardias civiles,
recibieron del Señor todas las reprobaciones. Les llamó raza de víboras y
sepulcros blanqueados. Con una sentencia libró Jesús a una pobre mujer de ser
dilapidada por los judíos. El que esté libre de pecado que tire la primera
piedra. Y a ellas las liberó. Amasteis mucho pecaseis menos. Los hervores de la
naturaleza a veces son incorregibles
Izas rabizas y
colipoterras. Ninfas del canto y del cantón, daifas puñeteras, saludadoras del
amor que trotan y danzan castigando el firme de las aceras. Contoneos y meneos
de diguidón. Madre mía qué retaguardia. ¿Y todo eso es tuyo, nena? Ya ves
compañero todo me lo dio Dios. Y si Él nos lo dio y no nos lo quitó es para que
lo pongamos en circulación. Vale. Vale. Ya estamos Cuando yo iba a trabajar me
las encontraba en el camino al pasar por la calle la Cruz. ¿Qué subimos un
ratito? No, prenda; hoy no que ando algo alcanzado de tiempo y de dineros. Otro
día. Me pedían un cigarro y se lo daba y ellas lo que me daban a mí era
compasión. Claro que las troteras danzaderas del Fontán ovetense y de la
galdosiana calle la Cruz pues ya había allí un convento cárcel de amor en el
siglo XVI nada tiene que ver con esos monumentos que se ven por Madrid en los
pródromos de la vigésima primera centuria.
¿Y que será que el lenocinio se sitúa siempre
frontero o al costadillo de las iglesias, las ermitas, las catedrales y las
casas de oración. Este fue el caso por ejemplo de la calle del Caballero de
Gracia hermoso reclinatorio y humilladero católico donde el Santísimo está
expuesto doce horas al día pues en tiempos hasta que se convirtió el caballero
que la donó a los frailes fue casa a la malicia. Debe de ser su sino pues por
allí siguen pasando las “reinas” de la calle La Montera.
Y la Casa de
Campo es un escándalo. Horrísono espectáculo aunque las hermosas Venus negras
traídas desde Nubia las pecadoras hijas de la Reina de Saba la que hizo pecar a
Salomón, pupilas rubias de Afrodita, llegadas desde Rusia con amor del otro
lado del Amazonas y al sur del Niger nada tengan que ver con aquellas
cantineras de A mí la legión que yo conocí pero nunca probé cuando estaba en la
mili más que por virtud todo sea dicho por miedo a coger unas purgaciones.
Cuando estábamos en el Fijo de Ceuta ni las hacíamos caso.
El ejercito español es una tradición en
nosotros llevaba una retaguardia de estas princesas consuelo de los guerreros.
Hasta cobraban dietas por los desplazamientos cuando la tropa iba de
maniobra. Aquellas las pobres eran feas.
Sin embargo estos arrimos de las eslavas que trotan por las orillas del lago de
la Casa Campo nada tienen que ver con aquellas “madres” de nuestra
juventud. De Echegaray o el Cerro la
Plata.
Ama y haz lo
que quieras. Cristo bendito las condonó la deuda porque los pecadillos del amor
siempre se perdonan. Los que se cometen contra el Espíritu Santo esos ya no.
Vivimos angustiosos tiempos de pressura gentium no sirve darle vueltas. Son los
días de la Gran Meretriz. Se va arrastrando la Gran Culebra. Pero estas
pobrecillas mujeres que vienen a España engañadas a mí me parece que no pecan.
A veces pienso que la peor fornicación no es la del cuerpo sino la del corazón
como la de los fariseos. La de las
feministas montunas con ese espíritu contumaz de odio al hombre. De destrucción
de la familia. Ellas pecan contra el Espíritu porque profanan el sagrario del
amor.
Él se quedó
con nosotros hasta el fin de los siglos. Siempre tendréis pobres. Y putas se
sobrentiende. Ay magdalenas de mi vida y me corazón. Yo también os perdono pero
a esa tía que sin serlo o sin parecerlo es la gran daifa del desamor quae in
cátedra pestilentiae sedes y que me llamo buey ayer por la mañana, pues
tampoco. Y buey soy. Bos mutus como el Angélico al que me gustaría parecerme de
alguna manera. Y me hace la vida
imposible convirtiéndome en blanco de todos los dicterios (el espíritu del odio
es mucho más temible que el de la fornicación) a esa creo que no la perdonaré.
Que te perdone dios o doña Ana Botella. El poder toca moqueta. Les tengo mucho
más miedo a esa señoras con aire pudibundo que parece que no han roto un plato
ni echaron un polvo en su puta vida pero que nos están jodiendo mentalmente a
todos, no paran de joder en el mal
sentido que tiene en castellano este verbo constante en labios españoles, que a
todas esas mercenarias y esquineras de cantina. Tirso ya lo decía. Si la
naturaleza les hubiera dado armas a las mujeres no sé lo que sería de la
humanidad. Don Tirso de Molina que como buen fraile conocía el percal - y estos
conocimientos no los adquirió en el confesionario sino por otros caminos- sabía
bien lo que se decía y yo le entiendo aunque nunca me considero un misógino. No
se refería a estas pobres magdalenas generosas hasta lo indecible pues ofertan
su cuerpo y acaso su alma en la entrega los siete dones de la mujer. Sino a
esas feministas que han renunciado a ser madres pero hacen tortillas, pústulas
del odio. Su flujo vaginal empaña la vida y llena el mundo de miasmas.
Funcionarias de vía estrecha, gente de viso en apariencia y siempre por la
derecha. Se acerca un tiempo de purificación. Van a andar muy pronto más
derechas que un huso. Esas son las putas que más me preocupan. No las de la
Casa Campo ni las de la Montera. Han llegado irlandesas, rusas, japonesas,
polacas, colombianas, polinesias. Madrid es un revoltijo de ninfas del amor.
Hijas mías de mi vida. Nunca me pude imaginar que cupiesen tantas en tan poco
sitio. Su número debe de superar las doscientas mil, pero ellos son el
testimonio de la gran conspiración, el señuelo de los negreros y de las mafias
explotadoras que trafican con carne joven y fresca. A esos mirlos era a los que
había que meter mano. El trato torpe es fómite. Se peca y propaga cual la
peste. Pero el cohen internacional y globalizado es muy listo. El trato torpe
mueve millones y millones y ellos cantan en un nido y empollan los huevos en
otro. Saltan de país a país. Hoy no hay fronteras.
Hipócritas, taimados,
raza de víboras que clamáis contra la prostitución de las pobres mujercilla que
este invierno se arrecirán por la Gran Vía. Sin embargo, nada decís de las de
alto standing. No hay más que echar un vistazo a nuestros periódicos. Los
anuncios de masaje son el fundamento financiero y fuente de ingresos por
publicidad de las publicaciones españolas. Y de los curas ya ni se hable. Para
ellos quedaron reservados los mejores bocados. Acabo de leer los Diálogos de
Mercurio y Carón que junto con la Lozana son una verdadera prueba de que Roma
pudo ser la gran P
Putana que
deslumbró a Lutero y habiendo consultado los archivos de Arévalo allí queda
constancia de que en nueve parroquias que había en la villa todos los nueve
párrocos, arciprestes, excusadores y coadjutores todos tenían moza. Criadas
jóvenes y cojonudas. Algunos de estos clérigos ni lo disimulaban siquiera. No
la llamaban ama. La decían la parienta a secas y sin ningún rebozo.
La cosa no
tiene enmienda. Ay Señor. Señor. Izas y rabizas. Hijas mías de mi vida reinas
absolutas de mi corazón. Visitar ermitas. Recorrer monumentos. Doña Ana del
alma mía Botella y botellón. Gallardón
con su cupiditas aedificandi y el Faraón que quieren quitarnos las buenas para
que nos vayamos con las malas. Pues en verdad en verdad os digo que la mayor
casa de putas está en nuestra televisión. Y ahí tenemos a media tarde cuando
los niños vienen del cole a la Schilichting de la Cope haciendo hablar a la
sexóloga de erecciones, de sexo anal y de múltiples copulaciones o de la
masturbación en general. Con condón. Jope y esa emisora la pagan los curas.
¿Sepulcros blanqueados? Tanto no diría
yo pero que existe una doble moral sí. O que la moral ha cambiado. Antes era
todo pecado. Ahora todo vale. Son los tiempos de la Gran Barragana que reina
con su cetro de desamor sobre el escabel del dinero y la lujuria.
Kyrie,
eleisón. Amén
DESAGRAVIO A RAUL DEL POZO
Antonio Parra
Ruli, yo no me arrepiento
de nada; sólo de aquella chinita en Hong Kong que hacía frufrú al hacer el
amor. De lo demás nada. Picos, palas y azadones. Pero esta vez sí reconozco que he sido un
cabrón aunque no tanto como el bueno de Ansón que a costa de que dieran el
Mariano de Cavia entre flores y rosas te administra una puñalada. Esta es un
dura profesión por nosotros libremente elegida donde a veces se sacan las
navajas pero son broncas interprofesionales. Nunca llega la sangre al río. Las
ráfagas de ametralladoras que escupen nuestras trincheras no son fuego real.
Sólo palabras. Pura cólera del español sentado. Carreros somos que no rivales y
en la senda nos juntamos. La tribu de Leguineche. Y a batallas de amor campos
de pluma (Góngora) Yo me alegro enormemente de tu Mariano de Cavia que te
coloca como inmortal del periodismo. Te lo mereces. Te los has currado, tío.
Sin coñas.
Muerto Cela, tú eres la mejor pluma en
castellano tú y Reverte. En él hay más adobo más marketing pero ostias que tíos
más buenos. Y además te has subido a la columna de Umbral. El Olimpo en el que todos los plumíferos
soñábamos. Esto es un correturnos Te
envidio la verdad. Lo que yo no creía es
que fueses novelista. Talento e ingenio
te ha sobró siempre. Bueno a lo que voy.
He leído tu libro “No es elegante matar a una mujer descalza”y la
verdad es que me impresionó.
Es un thriller de primera categoría- esos
libros que se toman y no los puedes dejar hasta llegar a la palabra fin-
intriga policíaca de alto bordo con algunas notas de ternura en ese personaje
tan conseguido como es el policía progre
de Vallecas que un día ganó la vuelta a su barrio a Berrendero el ciclista
héroe de nuestras infancia.
Intercambiábamos los cromos.
Joder que novelón. ¿Pero esto lo has podido
escribir tú? Yo te consideraba incapaz
de tanta paciencia. Ese thriller urbano
en lo mejor estilo de Chandelier y de Simenon; con galanura literaria y cierta
elegancia de conquense y no el sota caballo y
rey de las novelas who-done-it de la Christie. Me dije: Es imposible: esta joya literaria muy bien
escrita de estilo ágil lleva muchas horas de trabajo. Además se le ven como un par de manos y es
una novela comercial, lograda y retocada, guardando las estrictas vitolas
literarias de una buena narración. Por
eso dije lo que dije. Tansformando en envidia malsana mi profunda
admiración.
La gente que nos dedicamos a este oficio
damos el pego. Nada es lo que
parece. Escribimos de un modo personal
que parece que estamos contando nuestra autobiografía con pelos y señales y
haciendo a lo mejor un atestado de nuestra alma (es un defecto de los
periodistas creernos el ombligo del mundo) y en el fondo nos estamos riendo del
lector llamándole lerdo. El arte de la
ficción es el arte del disfraz y el disimulo y más en gente fogueada como
nosotros. Ya no estamos en agraz. Llevamos en este oficio casi cincuenta años. Da la impresión de que vamos dejando -
silencio de los corderos- nuestra alma y nuestro vellón entre las zarzas y en
realidad lo que estamos haciendo es un corte de manga al lector.
Esto no es más que un juego como la política y
eso lo aprendimos en Londres. Aquellos
tribunos de la plebe en Westminster en los escaños se llamaban de todo menos
bonito. En los discursos brillaban los
aceros y parecía que se mataban y luego se iban al pub o al club a ponerse
ciegos de oporto o llamaban a una call girl . Se despellejaban en el
parlamento y luego cenaban juntos y se iban también juntos de picos pardos.
Bah todo se olvida. Todo fluye y todo pasa. Nada tiene importancia. Si hubiésemos tomado copia de los ingleses y
en vez de regalarle a Franco el Dragon Rapide lo emborrachan a lo mejor no
hubiéramos tenido el millón de muertos de nuestra guerra civil que prepararon
en Londres como muchas de nuestras movidas: la guerra de la independencia,
Fernando VII, Blanco White, Moratín,
Lista, Arturo Barea y otros exilados. Tu
creo que con tu elegancia y con tu mirada de águila lo captaste porque siempre,
Ruli, eres de los que las cazan al vuelo y lo embaúlas en tu retentiva y luego
lo viertes en algunas de tus frases cincelarias o en alguna crónica antilógica.
Pero,ceremonioso y florentino,eres de los que saben nadar y guardar la ropa. Elegante,
hábil, se te dieron bien las mujeres. Amigo de Carrillo y de Zapatero y de
Fraga. Ana Botella por poco te nombra su secretario de prensa. A eso lo llaman ángel.
Tuvimos la suerte o la desgracia de haber
asistido al parto de los montes en aquellos 70 de nuestra juventud
londinense. Años que irán y no
volverán. Yo asumí la impresión de
enfrentarme a Fraga porque me olía la tostada.
Don Manuel que pese a todo es una buena persona y no me echó de la
corresponsalía hablaba por boca de ganso.
Entre Kissinger y los del M15 le estaban pasando la mano por el
lomo. Fue de esta manera como nacieron
las autonomías. Ese galimatías. Vayamos juntos y yo el primero por la senda
de la Constitución, dijo Fernando VII.
Así se las ponían a Felipe II.
Aquí tenemos el unte, la corrupción, la
España que se desarma y echar la culpa a
ZP de todo este desastre político en el que parece que España naufraga. Y con
España también Fraga que fue un parte el padre del invento como bien profetizó
en su día el recordado Alfonso Barra. Yo también estaba viéndolas venir y los
hechos al cabo de más de seis lustros vienen a darme la razón. Lo dije con un cierta previsión y
adelantamiento. No es bueno remar la
corriente porque aquí a los gallos de la quintana les descrestan o los capan en un pispás.
Y ser políticamente
incorrecto se paga. No te lo perdonan
nunca. He seguido escribiendo y en
ocasiones pues es lo único que sé hacer copa algún aprovechamiento pero sin
demasiada fortuna. No pude entrar en el
castillo. Los puentes levadizos se
alzaban ante mi mirada. Las editoriales
me devolvían los originales. Regresar a
un periódico imposible. Hay que tener avales y con Franco creo que eso era más
fácil y creo que tú me lo reconocerás, Raúl.
Una vez allá por los 80 me
dijiste de que me llamarías para el Independiente de Pablo Sebastián. El periódico cerró y aun estoy esperando la
llamada. Seguimos con Larra: escribir en
España es llorar.
Y un escritor que lo silencian es como si los
asesinaran en vida. No es elegante matar
a una mujer descalza, creo que me reconozco
en uno de tus personajes cuando dices.
Se lo tragó un archivo, a mi el archivo no ha tragado,. Antes bien ha sido mi modus vivendi. El
archivo será la fragua de los periodistas del futuro para pasarles la pluma por
el pico a los desmemoriados que no tienen memoria o no desearían tenerla. Porque la información es poder.
Mi cabreo en ese articulo
fue una especie de SOS. Eh chavales que
estoy vivo, que no me he muerto como dijeron o creyeron algunos. Era la marcha hacia adelante de todo
plumifero. El derecho al pataleo, tú
eres noble Raul y un tío muy elegante. El hecho de que me llamases para pedir
una explicación denota tu buena crianza y tu llaneza aunque en muchos de tus
ideales políticos no esté de acuerdo contigo. Eres un superviviente nato. Me
alegro de tu éxito. Tío te lo has currado.
Desde las cumbres del poder porque eres un
primer espada de la pluma y del periodismo no te olvidas de los pobres y de los
viejos amigos que escriben y te dan caña.
Puro teatro. Yo también te quiero, Ruli, y te conozco. Te vengo siguiendo desde que tenías aquella
columna en Pueblo y me recuerdo de una descripción solemne: la de los obreros
que cogían el primer metro echaban un cigarro en el andén y en la mano llevaban
las tarterillas del almuerzo. Sabes captar la España real.
Hombre mi articulo sobre Marisol de España
no era malo y por eso lo envié al premio Gonzalez Ruano. Qué bien me hubieran venido esos quince mil
eurillos. Pero veo que ni siquiera te lo pasaron. ¿Quién teme a Virginia Wolf?
¿Quién creerá ya más en los premios literarios? Sólo tenemos un recurso los que
aun laboramos en este oficio: el samizdat
en forma de palimpsesto de
Internet. Yo soy escritor ahora de
Internet.
Al fin y al cabo nunca me
gustó trabajar gratis pero a falta de pan, tortas. Han vuelto los tiempos del
samizdat y los escritores tenemos que proyectar muestra cólera de Aquiles a
través de la Red y trabajar de balde.
Puta y poner la cama ya digo. Uno
la mete donde puede y donde le dejan decía Cela. Esto es un juego no más. El juego de escribir: una necesidad física.
Si no me dejan escribir escribiré en las paredes del profeta Daniel o en las
letrinas. “Si llegas hasta aquí-ponía en un letrero que yo vi en el techo de un
retrete- no eres superman, eres un bombero”
Ahora tengo mi propio blog.
Tu llamada denota tu buena crianza y me ha
devuelto la alegría de vivir. Yo creía que no me leía ni dios. Solo mi tía
Ludivina la de Luarca y algún inquisidor que dice te equivocas, te pasas. Pero como yo soy el amo de la baila hago de
mi capa un sayo y lo que me da la gana.
Me lee más gente de lo que yo pensaba.
Estamos en la aldea global.
Querido Raúl, tu telefonazo el otro día fue
lo mejor que me pasó en mucho tiempo. Me
palpé la ropa me miré a las manos que escriben sin parar, me palpé las gafas
empañadas del vaho de mis pobres lágrimas por la nostalgia de un ayer que no
regresará al espejo. Canas de viejo
guripa de las letras castellanas. Tú y
yo, Raúl, hemos pelado muchas guardias Querido Raúl gracias por tu llamada. Que
hablen de uno aunque sea mal. Y acepto
tu convite al Gijón el lugar de cita de nuestros amigos muertos. Al burladero
donde algunos nos pasamos la transición.
Pero ni tú ni yo salimos por la noche. Estamos recogidos y el Gijón aunque
sigamos contando con la amistad de Onofre y Barcena ne da un poco repeluz. Desde que no esta Alfonso Pérez Pintor el
local no es el mismo. Que tengas
salud. Dale una abrazo a Julián Martínez
y donde dije digo ahora digo bodigo. Tú
ya me entiendes. Que seas bueno. Ya se
que lo eres y siempre lo fuiste como suelen los bohemios. Lo que me abruma es
donde has sacado el tiempo para
escribir, para vivir. La literatura no
es incompatible con la vida. Es la misma vida, maestro.
Raúl del Pozo, como el vino mejora con el tiempo. sus libros, sus
artículos merecen hoja de laurel. Acabo de leer dos, uno en que habla de
Gallardón ese poliédrico señor de las cejas espesas que va a resucitar de nuevo
la Inquisición estableciendo la censura periodística.
Esto ya existe para ciertas cuestiones pero a lo que aspira el hijo de
aquel insigne notario, vasallo de Serrano Suñer y nieto de El Tebib, el gran
corresponsal de guerra de Franco, es blindar a la clase política que está
siendo lapidada por la corrupción, el nepotismo, la insolencia puesto que la
razón no es partera de la historia sino la violencia y violento es el mundo en
que vivimos.
Con tasas judiciales que han puesto los pleitos, las minutas de abogados,
procuradores y rábulas por las nubes el españolito de abajo oprimido por la
tiranía va a pedir árnica. Vuelve el SIM, el fatídico organigrama de represión
y espionaje fundado por Indalecio Prieto, hay oídos que escuchan, hable usted
bajo, la palabra al oído.
Del Pozo, que es un libertario de raza, auténtico lebrel del periodismo
que barrunta la caza a tres kilómetros, ex comunista y uno de los pocos colegas
que no me ha maltratado mientras otros me desuellan vivo, tuvo la gentileza de
regalarme un Vega Sicilia que yo me bebí unas navidades a su salud y a la de su
mujer la querida Natalia (detrás de un gran hombre hay una gran mujer),
ha denunciado esta farsa del ínclito ministro de Gracia y Justicia, obtuso
personaje.
Aquí el que más chifla capador y el que se lleva los palos es Wert
que lo está haciendo bien y se ha convertido en el chivo expiatorio del
gabinete de don Tancredo que es como llaman a Rajoy.
Mientras, la Mato, la Fátima y el propio Gallardón se van de rositas.
¿Quién los emboza? ¿Quién les ampara? Yo tengo mi teoría formulada al respecto.
Raúl por su parte que es muy listo se guarda de decir qué es lo que hay detrás
del curioso fenómeno Gallardón. Por último, el que dedica a Alfonso Guerra merece
un pulitzer.
El conquense escribe el mejor castellano que puede leerse hoy en España.
Su nombre debiera estar en la Academia y sus artículos y novelas nos
reconcilian con esta profesión que volvió a ser canallesca y él lo denuncia con
su oído fino para auscultar los vientos de la calle pero, Ruli, camarada, si no
nos dejan escribir estos mendas acabaremos pintarrajeando las paredes. Ya
sabemos que siempre serán palabras en el muro pero al menos nos concede un
desahogo del derecho al pataleo. ¿60 € por llamarle a un tío hijoputa? Firmo
ahora mismo. La cosa está que arde y tú te quejas de la violencia de ciertos
plumillas pero la violencia la quieren ellos.
Lo malo que las costas del proceso se elevarían a más de 500, según la
nueva Ley Gallardón y el sofoco nos saldría por un ojo la cara. el único sitio
donde no se nos veda es la pared y la puerta del retrete porque nos han echado
de los periódicos, nos cerraron las editoriales y han prostituido esta
profesión que hasta hace poco era con sus mermas y dificultades un oficio duro
pero honorable.
El patio está algo revuelto y Gallardón nunca podrá amordazarnos en
libertad. Le podrían quemar la sinagoga mañana mismo y esto no es una amenaza
sino un barrunto. Dios no lo permita. Por el momento disfruto con los artículos
de Raúl del Pozo, hontanal de sabiduría y de ironía -tanto en su mala leche
contra los poderosos y su bondad con los irredentos se asemeja a Cela- estas
magistrales columnas que publica en el Mundo y es el que ha recogido la
antorcha del buen decir, del bien pensar y del correcto escribir. El propio
pobre CJC lo decía poco antes de morir:
-Después de mí el diluvio o
Raúl
Yo no sé si al conquense le darán el Nobel lo mismo que al iriense, lo
que sí sé es que su quehacer literario y periodístico, siempre en nupcias con
la excelencia, lejos de la ramplonería y el tópico hoy tan comunes andan
pidiendo un sillón en la academia.
UN VINO QUE ME SABRÁ A GLORIA
Esa botella de vino que me manda Raúl del Pozo a
gloria bendita me va a saber. O a teta
de novicia. Bocado de cardenal, santo y
seña que sella nuestra amistad.
Tuvieramos nuestras peleas antaño.
Pelillos a la mar. Agua pasada no
mueve molino y el que bebió antaño se emborracha hogaño. Sólo compro el Mundo inmundo donde escribe para ver su página. Raúl del Pozo da un sello personal a la
información. Lo que hace es
información. El resto del diario de Tirantones propaganda. Mas, cada
uno la mete donde puede y donde le dejan. La pluma quiero decir. Claro lo que más fastidia a los profesionales de la
palabra a los que nos hemos pasado la vida -hubo que hacer muchas filigranas,
trazas no pocos arrequives, tocar muchos palillos y llamar a muchas puertas
casi todas ellas blindadas es tener que escribir gratis et amore. Y ser un bloguero de la miriada pero ya
vendrán los nuestros. En esta nuestra
infeliz e ingrata Hispania siempre está cambiando la tortilla. Por eso hay tantos cambiando de chaqueta. Hay que tener un buen forro y un buen
morro. Pero ya digo el vinín que me
remites, cosa buena. Gracias. Yo
esperaba el morapio que bebíamos en las tabernas con barra de plomo y fregadero de cinc de y taberneros de
Arguelles con mandil de rayas verde y
cara de mala leche, el que nos servía don Pepito en el Gijón con una aceituna y
una anchoa, la robla, en espera de que alguien invitara te pasabas las tarde
con un chato en la mano o un café con leche- o el plunk británico que despachaban en las off sales de los pubs
londinenses que bajamos a comprar en un apuro cuando no llegaba visita o teníamos que emborrachar al ligue
agasajándola antes a toda prisa. Tu casa
o la mía.
Viniendo de donde viene aunque fuese el chato de la
perrona recio morapio embocado toledano, caldos de Méntrida y de doña Mencía, o
aquella infame ginebra de garrafa que de esa también Raúl catamos y el hígado
castigamos en noches locas por la Costa Fleming es malvasía.
Como
malvasía siempre es tu prosa. Y a
Sanlúcar por ver al duque. Pero demonios
me has mandado un Vega Sicilia voto a bríos.
Vale un florín cada gota de este vinillo aloque. Grandes cenas y cuchipandas en Oliver. Noche sublimes de vino y rosas que si no la
agarrabas a ella, ella te agarraba a ti.
Añoro aquel tiempo del que gracias a los veladores del Gijón somos
supervivientes y no nos han fusilado. De
noche todos los gatos son pardos y de noche todos somos el Duque de Alba. Benditas noches de Madrid cuando todos los
asesinos suelen estar en la cama. Los
buhoneros de la poesía los letra heridos por la maledicencia buscábamos algún
local abierto, algún que otro speak-easy. En Madrid no había gangsteres por aquel
entonces. Yo traté de honrar el culto a
la diosa Briba en Nueva York y allí sí que era peligrosa la noche. Me rajé a los dos días. En Londres ibamos Raul, te acuerdas, Julián Martinez, otro de
Cuenca, y el que esto firma en aquellos viejos y nuevos tiempos recios íbamos a
La Balbonne porque Londres era la capital de la movida y había por todos los
garitos una topera de conspiradores. En
cualquier tugurio te podrías topar con Santiago Carrillo con Pepin Vidal o
Sarasqueta. Había que quemar a Franco el
viejo protegido, el que salvó a los ingleses de una buena sarracina y para
pagar a los ingleses a los niños de la postguerra se nos abultó el buche de hambre
y de leche en polvo.
Aquí se habla
del oro de Moscú pero nadie ha dicho ni pío de lo que trincaron los ingleses y
de la minuta que presentaron después de nuestra guerra incivil en la cual ellos
estuvieron en su salsa jugando a la balanza de poderes. Franco ni me lo menciones que llamo a Gibson o a Paul Preston. Los dos son espías de la reina. Caguen la leche. No lo quieren ver ni en pintura. Uno leal a
sus principios no escupe contra la mano que me dio pan y sigo recordando al viejo general pero me repatean
los franquistas de nuevo cuño pasados por el troquel del Opus y el neocom. Tú en ese albur no entras Raúl. Siempre fuiste comunista. De los buenos y los cabales. Nunca deudor de Gramsci ni de Trostki. Ni de trasca ni de trisca ni de tresque. En resumidas cuentas un buen español. porque
siempre España tuvo dos banderas. Dos
colores. Quiera Dios que se reconcilio.
Oye este vino tiene buen corcho.
El hecho de
que ahora al cabo de tanto tiempo podamos alzar una copa tú desde tus ideas que
no ocultas y yo desde las mías que nunca rebufo ya es un síntoma de
reconciliación de la vieja izquierda y de la vieja derecha es toda una garantía
de esperanza, si no nos vuelven a joder la parva los ingleses. Si vuelven los masones, mejor largarse a los
mesones o esconderse debajo de las mesas.
Y un saludo al futuro aunque queda una Derecha que es polivalente y
tiene las dos caras como el templo de Jano y puede disfrazarse de izquierdosa y
de ideas liberales y luego votar en Esperanza Aguirre que a mí me
preocupa. Dios nos libre de esos liberales
hosanna Obama el nuevo dios y que malos son los rusos etc.
Otra vez los ingleses a los que siempre les gustó
hablar de España y de los cafres
españoles que cuestionan su propia historia pues les reditúa escribir sobre
nosotros dejando sus trapos sucios para lavar en casa nos están vendiendo la
burra mal capada. Alzo sin embargo mi
copa en un brindis por nosotros. Por
España. Estoy seguro que pronto voy a ser testigo de tu ingreso en la
Academia. Que lleguen vientos del pueblo
y lengua en carne viva a esas anquilosadas poltronas. La RAE necesita llenar su escalafón de buenos
periodistas.
A tu salud
lo beberé y brindo por todos aquellos que escribimos en libertad más alegre que
una pascuas. Por todos nuestros amigos
muertos de la bohemia. (Perico Beltrán,
Alfonso Pérez Pintor, nuestro mecenas,y otros muchos que por desgracia no viven
ni beben) Por todos los que dejaron de
fumar y de firmar. Digo lo que decían
los caballeros de la mano en el pecho: Ano hay un español como Vos@. La
academia necesita periodistas porque los periodistas pulsan el tiento de la
calle. Aires del pueblo me llevan. La vida está en la calle no en los libros y
aunque la literatura pone pauta estética a ese torrente del hablar y del
sentir-chorro de amor chorro de sangre fluir del asendereado discurrir de Juan
Español- y lo convierte en arte.
La estatuaria
del pórtico de la Gloria o una página de Quevedo o del Quijote dan la impresión
de lo viejo y lo nuevo a la vez. Una
columna de la contraportada de Raúl del Pozo ofrece esa impresión de la difícil
facilidad del verdadero arte algo que dábamos por descontado pero en lo que no
habíamos reparado. Lo antiguo y lo nuevo
compaginas. Lo dejá vu que rescata el
escritor y lo esculpe en su mojón.
Hay plumas
que son gubias o si se quiere paleta velazqueña. Otros lo que exhiben es una brocha
gorda. Nunca me interesaron esos
destripaterrones y sólo saben contar batallitas de Bufalo Bill.
En Raúl lo
que se evidencia es la finura y la casa.
Ya digo el periodista que ha vivido la calle y habla con la gentes se
sube a los andamios monta en los trenes o va a las timbas y ese ha sido Raúl
del Pozo toda su vida desde cuando escribía aquellos deliciosos reportajes en
pueblo sobre los obreros con sus
tarterillas que tomaban el primer metro a las cinco matutinas en Vallecas e
iban a trabajar a la obra.
El primer
artículo que escribió en el periódico de la calle Huertas a principios o
mediado de los sesenta era una investigación sobre los que trabajan en las
tripas de Madrid, los poceros. Debería
de estar en las antologías y ser estudiado en las facultades de
periodismo. Emilio Romero y tenía un
gran olfato para calibrar la valía que era un buen cazatalentos lo fichó para
su plantilla. Después hizo de todo:
deportes, sucesos, mesa, la farándula.
Sin embargo
nunca fue un reportero de los del pisotón.
Era una manía que os caracterizaba a todos los de Pueblo. Unos gamberros de la
noticia y como personas-algunos-unos perfectos canallas. La clave de su éxito
en este mundo tan difícil que es la prensa
La columna adonde se sube cada día Raúl del Pozo es una pilastra y un
mojón nunca un púlpito. El buen narrador
alarga el espejo a lo largo del camino.
En mis
conversaciones con él observé su gran poder de síntesis. Escribe como mea pero incluso cuando mea
esculpe frases para la historia...
hostias el carnicero de Málaga... en España siempre fusilan los mismos...la
mayor parte de los delitos se cometen con el cazo... creso robó del tesoro
cintas mortuorias.. no es elegante asesinar a una mujer descalza, etc.
todos sus artículos son una cosecha de apotegmas, igual que sus citas, y de
frases cincelarias. Todas ellas dignas
de estudio y de reflexión.
Está en lo
alto. Se lo ha currado. Nunca pudieran contra ´él los malsines y los enanos
ya abundantes en nuestra vida literaria y en la administrativa. Cela lo calcificaba como el mejor lebrel de
Emilio Romero, superando al modelo, y de
esto don Camilo sabía un rato. A pesar
de eso a Raúl que habla con tocos y sobre todo con los humillados y ofendidos
de esta vida los que echaron la honra al fuego hicieron ,mangas y capirotes del
qué dirán pues quieren ser libres y creo que tu obra toda Raúl es todo un
homenaje de español tolerante libérrimo a los que quieren vivir su vida y su
libertad pues cierto es lo que decía Baltasar Gracián español soy hasta la gola que siempre española fue la libertad y
saben que la gloria la pompa y el dinero no son más que ceniza, en el más puro
estilo mesocrático de los monteros de Cuenca, sigue conservando la elegancia de
un duque y la llaneza el corazón y la buena crianza de los zagalejos que desde niños aprendieran a tocar el
caramillo cuando salían con las ovejas.
Y se acuerda
de los pobres.
Tiene la
gentileza de enviarme una botella de vino.
Prosit. Salud. Y a Sanlúcar a ver al duque. A mi en alcalá me espera una tal Violante. es
del Dacio moza de buenas partes y holgadas ancas. El último amor el último rincón de los
bohemios. Los que pagamos las behetrías
a la noche y al vino se nos aparecen enanos y hadas madrinas. Todas ellas de pago claro está. vengan las botas de siete leguas que yo soy
don Gil de las calzas verdes. Voyme para
Alcalá. Pero antes hay que pasar por la
Venta de Viveros donde desplumaron a Pablillos,
GERARDO
DIEGO XX ANIVERSARIO
Los poetas son como los
profetas. Cuando ellos mueren algo se
acalla de la voz de Dios que sigue resonando en la historia. Y yo me acuerdo del cálido día del verano del
87 cuando se fue Gerardo. Estaba
haciendo fotocopias y en vez del tajo que se me asignaba fotocopié aquel
hermoso libro de la Austral que había comprado con los dineros de la huelga que
me dio mi Madre casi entero. No digo mi
canción sino al que conmigo va, decía Antonio Machado pero creo que en
error. Las canciones de Gerardo como las
de Antonio o las de Manuel viajaron siempre con nosotros, hicieron mella, nos
ayudaron a vivir. ... Si la palmera supiera vestirse de niña niña como
cuando era una niña con la cintura de pulsera... versos más versos para los
inversos para los perversos, etc.” Y aquel romance del Río Duero que nos
aprendimos de memoria: Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja...
indiferente o cobarde la ciudad te vuelve la espalda. O los poemas del
toro. Gerardo era un poeta como recién
casado. Versos para adolescentes. Creo que sus poemas eran junto con los de las
Rimas de Bécquer los que regalábamos a las primeras novias. Fijaba el paradigma, el modelo, del literato
que todos nosotros queríamos ser. Marcaba la ruta de los aspirantes a la
belleza. Hombre elegante. Iba siempre
impecable, aunque Umbral lo maltrate de insulso (usted don Paco no es tampoco
la alegría de la huerta), con su terno y su sombrero y así comparecía hético y
ático cenceño por las tertulias del Gijón.
Hablaba poco y se fijaba mucho el viejo profesor que vivía en una calle
de Chamberí que era una especie de centro de peregrinación para las
adolescentes enamoradas de don Gerardo.
Sus alumnas decían que era un hombre muy bueno. Por lo que difiero algo del retrato un tanto
peyorativo que hizo de él el maestro Paco Umbral al que respeto y quiero como
un buey mudo de ojos cansados. ¡Ah si la palmera supiera! Para mí como para muchos, desinencias
políticas, él y Dámaso Alonso marcan el impasse de la generación del 27. Se alzan en el pedestal de aquella generación
aunque resuenen más los nombres de Alberti, Guillén o Lorca. Todos fueron grandes pero a Diego le
colocaron el sambenito de franquista. Y él no creo que fuera franquista ni
nada. Apolítico. Pura estética. En su vida personal, en sus modales,
impecablemente siempre vestido de gris, la cara alargada y con muchas entradas
(“cada año arrancará un mechón de cabellos de su frente” y la profecía se
cumplió) cortés pero sin llegar al amaneramiento. Desde su cátedra en Gijón y en Soria y en el
Instituto Beatriz Galindo entusiasmó con la poesía y con la literatura en
general a centenares de españoles. Sabía
hacer toda clase de versos. El clásico y
los modernistas y ello se derivan de su gran manejo del castellano. Conocía todos los recursos de esa
lengua. Era un filólogo y eso se percibe
cuando entras en contacto con autores importantes. El lector avezado siempre llega a intuir
quien merece la pena y quien no. Los
libros de versos de Gerardo Diego estoy seguro de que volverán a ser
reeditados. No sólo los poemas sino
también sus ensayos sobre literatura e investigación filológica. A este respecto escribió un libro maravilloso
en acendrada prosa sobre la vida y la obra de Manuel Machado. Los dos hermanos fueron amigos suyos y se
reunían en un café de la puerta del Sol en tertulia sabatina. Pero más Manuel que Antonio. En fin.
Han pasado cinco lustros y parece que fue ayer. Gerardo Diego sigue presidiendo los anaqueles
preferidos de mis estanterías. Poeta y
profeta. Su voz no morirá nunca aunque
el hombre muera físicamente. Su arte sigue siendo bálsamo al oído entre tanto
desgarro, tanta estridencia. Su eco se
repite de generación en generación y pese a los intentos sacrílegos de algunos. A la poesía no hay que acudir con las manos
manchadas de sangre menstruante. Gerardo es un vate limpio. Raudal de arte brotando de palabras sencillas
a las que el artista imprime su estro ecuménico y maravilloso de español, de
montañés total. Eres alta y
delgada. Soy de Oviedo y no conozco el
miedo. Nadie ni Clarín ha recogido con
tanta solercia en un par de páginas ese momento mágico de las lecheras llegando
a Vetusta de amanecida con la herrada a la cabeza haciendo resonar por el
encintado el chocleo de sus madreñas.
“Aquel día-estoy seguro- me amaste con toda el alma. Yo no sé por qué sería. Tal vez porque me marchaba”. O este otro: “Estabais las tres hermanas, las
tres de todos los cuentos, las tres en el mirador, tejiendo encajes y
sueños”. O sublimes hilanderas del
eterno filandón tejiendo la pleita que nunca se acaba. Así tampoco
Gerardo. Nunca se extinga tu voz. “Yo quisiera ser convexo para tu mano
cóncava”. ¿Se puede explicar de forma más sencilla lo que es el amor? La poesía o el arte de escribir es un arte un
donum Dei. Se tiene o no se
tiene. Por eso entre tanta hojarasca
entre novelista ersatz o entre tanto impostor que maneja la honda de la
diatriba o el sucedáneo hay que acudir a las esencias. Y este asturiano de las Asturias de
Santillana del Mar posee ese don. El de la esencialidad. Otros no merecen la pena. Por eso hoy me acuerdo hoy de ti, maestro
Gerardo, al que contemplé casi con veneración sin atreverme casi a pedirle un
autógrafo cuando estaba de tertulia en el Café Gijón. ¡Bendito sea Dios el Dios
de la poesía y el de España mi patria que me permitió conocer en persona a
estos grandes mitos!
JOSÉ MAYORAL: ASALTO A
LA DESTILERÍA
Pepe Mayoral la primera
vez que topé con él en los veladores del Café Gijón, que, ya, por desgracia, no
son lo que se dice un Helicón de las Nueve Musas sino varadero de eruditos de
aluvión, literatos de acarreo, y alguna que otra niña pija heredera de aquellas
chicas “topolino” que yo conocí (¡qué viejos nos hacemos, pardiez!) me
impresionó por su porte digno, esa honradez y modestia del intelectual nada
vociferante, que siente su compromiso con la verdad y lo asume, y una mirada
penetrante, casi de berbiquí, propias de los que catalogan la realidad. Los
ojos azules de este rubiales humanista son un parapeto de la inteligencia. Es
la mirada de todos los pintores. Como Picasso, como Gauguin, como Cezanne.
Mayoral, más que ojos, lo que despliega son dos taladros. De ahí que todos sus
libros sean tan “visuales”. En ellas la palabra adquiere un perfil
plástico de colores rompedores, que capta cuanto rodea al autor. Cincela y
pincela el entorno. Por eso, los mejores novelistas son aquellos que han
conseguido imprimir a sus creaciones un tempo cinematográfico. Este
extraño “Asalto a la Destilería” es un grito del genio en el que se contiene lo
“dejá vu” en narrativa:(Joyce,
Beckett, Kafka, Dostoievski, Faulkner) con algo que es completamente nuevo.
Mayoral aquí, al escribir este relato mayor, en el cual los paladeadores de la
buena literatura pueden advertir retumbos del eco de Baroja, Valle Inclán, al
que supera por lo esperpéntico de algunas imágenes, Gómez de la Serna, al que
deja atrás al ir devanando sobre la novela escalofriantes greguerías, sólo puede
ser igual a sí mismo.
Se trata de lo que llamaría Andrés Gide una sotie o farsa cómica con
arreglo al gusto de los hocipoci o malabaristas medievales, bayaderas y
prestidigitadores
medievales al estilo
Chaucer, y ,si se quiere, un danza de la muerte con ingredientes del género
urbano, o de la novela negra.
Ante los ojos perplejos
del lector se cruzan agentes del FBI con las vueltas del cuello de la gabardina
subidas, el naranjero oculto bajo la chaqueta, pero que, incapaces de matar una
lombriz, se nos muestran completamente
inocuos. El asalto a la factoría no se resuelve en resultado de muerte. Es un
desiderátum en la novela que nunca se consuma. Nunca tomaremos el objetivo.
Seguiremos bebiendo hasta reventar. No somos más que una inmensa cañería.
A lo puro, los disparos
de metralleta todo lo más que consiguen es hacerle un agujero a la duela de la
barrica de roble de la enigmática destilería o ser la causa de úlcera de
estomago de alguno de los personajes, de tanto empinar el codo. Nos encontramos
otra vez, como en los mejores textos de Felipe Roth, con la parábola del “santo
bebedor”. Mana, en lugar de sangre, alcohol, del alma y del cuerpo de los
hombres pero dicen que el vino es sangre de Cristo. Por eso, el libro tiene un
no sé qué de eucarístico, de reconciliación con la vida y con el perdón, que
puede constituir el mejor conjuro contra este tiempos de augurios
apocalípticos, de amenazas y de revanchismos en el que estamos inmersos.
Sorprende la agilidad
del dialogo, y el grado de interacción, merced al cual los planos de la
realidad espacio/tiempo quedan superados y sobreseídos. En un párrafo nos
encontramos en el Shepeherd Bush londinense y al siguiente corretea nuestra
imaginación por los desmontes de la Dehesa de la Villa. O sentimos añoranza de Tembleque,
donde se sitúa el punto de fuga o de huida.
El estilo está
salpimentado de codas en inglés, un idioma que posee el autor, y en otras
lenguas. Esta capacidad de adaptación a un castellano que se está transformando
a causa del avance imparable del monstruo lingüístico que nos acerca a la
realidad de Babel materializada en ese “spanglish” ovante en nuestra
conversación cotidiana de unos años a esta parte y que los de la generación del
68 fueron los primeros en captarla, es el sello de un habla viva que se acerca.
La novela está escrita
en tono de elegía. Es un treno por una lengua que desaparece y un país que se
deslíe en la propaganda consumista de “by
lines” como morralla fina que pasan a nuestro idioma y lo contaminan de un
virus de muerte.
Para sintonizar esa
lengua que nos invade ya tiene Mayoral oído fino, fuera de la común. En todo
gran escritor hay un buen profeta, un zahorí y un anestesista.
A veces, podríamos
llegar a creer que carga la suerte, y que el autor, rebosante de genio, parece
víctima de su propio éxito imaginativo. Pero el tempo no decae en medio del
marasmo caótico de imágenes como lava incandescente que se superponen y se
suceden vertiginosamente para desembocar en una especie de delta de piedad
cervantina donde afluye el gran río de los flujos de conciencia visionaria de
este hombre bueno y silencioso al que, cuando uno lo ve acodado en la
“burladero” de ese coso taurino, más que café, donde hay tantos que embisten (
Mayoral sólo dialoga) nunca se pudiera llegar a pensar que estuviese penetrado
por una imaginación tan volcánica.
“Asalto a la destilería”, aparte de una composición que supera las
lindes de la novela, es un exorcismo, en el que su autor conjura a todos esos
madrigados miuras, que atropan por norma, y que primero disparan y luego hacen
preguntas, a que entren al trapo de la razón, y no vayan al bulto del argumento
ad hominem. Ya es lástima que hoy, disfrazados de demócratas, pululen y ululen
tantos Hijos de Adolfo. Las viragos, que
no vírgenes, de cuerpos gloriosos y de almas en pena (su presencia nos hace
pensar en aquel debate medieval sobre si en realidad existe un alma femenina de
la misma manera que puede existir un arma canina, caballuna, o felina) con
mucho sexo y poco seso, y a lo mejor ninguna de las dos cosas, porque hay
demasiado escaparate e impostura, mucho pose, están ahí, haciendo pasarela.
Rocíito se ha metido a puta. Todas quieren salir en la prensa rosa. Mira que os
lo advertí. ¿qué luego os las mata a golpes alguno de los extremeños celosos?
¿Y qué esperabais, ilusos? El que siembra viento recoge tempestades. Esto de la
violencia conyugal forma parte de vuestra demagogia, de vuestro proyecto de
dominación universal. Habéis acabado con la palabra. Ahora queréis suprimir el
amor.
Quizás sea esta la hora
de la bestia. La serpiente transformista que ya no quiere ser artista, ay mamá,
sino que se nos alobó en el feminismo
Mucho sexo en
apariencia y poco seso. Por eso, hoy los del 68, que nos considerábamos unos
tipos bastante inteligentes, no nos comemos una rosca, y es que la verdad ni
nos seduce ni nos apetece. Se ha perdido todo interés. Han echado bromuro en el
vaso de Cocacola. El cabrón de la muerte
ha intentado ante nuestras propias barbas asesinar nuestros sueños y matar la
vida. A las novias que amábamos las ligaron las trompas de Fellopio. Si nos
quitaseis de ahí en eso esas esculturales jacas a la hora de comer, si la
Campos, menos globos, no se plantase tanto en jarras guarras, y nos dieseis a
las modistillas y plantadoras o a las queridas pupilas de la vieja Echegaray o
de Ballesta, volvería a nosotros el ahínco del deseo. Quizás sea esta la causa
de nuestra baja cota de natalidad. La española cuando besa ya no besa de
verdad. Se ha vuelto machorra. Las parideras del redil patrio están vacías. No
queremos traer, hijos al mundo. ¿Por qué? Dar a luz nos resulta un tanto machista, ¿guapo? Ya sé adónde queréis ir a
parar, hijas de mi vida: al conde que todo lo enseña y nada esconde. Eso es.
Era necesario que haya voces disconformes con
el “España va bien” y oigan en berlina a los organizadores del pase de modelos;
les ha quedado un país como muy coquetón pero sin medula, y no es eso, no es
eso.
La vida literaria,
reflejo de nuestra anémica vida política, dominado por algunos cuantos
caudillos del Palacio de los Leones y de la Media Luna Cibernética -todos se
están haciendo a estas horas una gallarda y se masturban irremisiblemente como
se masturbaban los del 98, inane ejercicio el de la masturbación como es el de
la demagogia- recuerda a esa catasta donde los romanos exponían a sus esclavos. Viene la Noemí Campiello
moviendo el caderamen, rumbosa e imperturbable cariátide y nosotros nos
amagamos en un rincón ante el empuje de esas otras hijas mías de mi vida, porque
el tronío y la crija de esa inglesa de ébano no hay quien lo aguante, pero no
la podemos llamar tía buena sin ser calificados de machistas. Los rumbosos
taconazos de las modelos y la cara de acusica de las rubias bustoparlantes que
recitan en un tono de voz homologado de plañideras de la información, asomadas
a las lúgubres ventanas de los telediarios, que se repiten más que el ajo, y
son siempre iguales a sí mismos, son como golpes en la pared que nos avisan de
lo que se avecina. Su gesto imperturbable nos recuerda al de los “gauleiter” y
al de las valquirias nazis. El ocaso de occidente sólo nos puede llevar y de
qué manera a una nueve noche de Walpurgis.
Para evitar esa
sinrazón de tanta trampa y de tanto cartón piedra, de literatos de relumbrón, y
de periodistas de acarreo, ahí están con esa dignidad de entrega total a la
literatura escritores como José Mayoral. El dictamen o casillero en el que son
calificados hombres honrados- su rostro recuerda al del Justo de Israel - no
les exime de seguir en la brecha, siendo la sal de la tierra, y el antídoto
contra la ramplonería y mediocridad ambiente.
No es más que una
jugada del sistema, que los prefiere pastueños, mansos, acomodaticios, con poca
conciencia y, a ser posible, lerdos; en esta sociedad un inteligente nunca
medra. Aquí no hay que pasar de listillo. La cara asnal del amigo Vargas Llosa,
un Nobel con mucha trampa y adobo a diferencia de Cela que se lo ganó, es una
especie de radiografía de este tiempo de desvergüenza.
Sucede que escritores
de una sola pieza como Mayoral tienen dificultades para encontrar editor,
mientras que el burro de Balaán sigue viviendo de las rentas, de la paja que
arrebató en pesebre ajeno, y a un chisgarabís, con tal que se llame Terencio,
se adorne la calva con un bisoñé, se lo jalea y rubrica con contratos millonarios.
Pero la verdad no
solamente os hará eternamente libres sino que la encontrareis en la luz que
acampa bajo el celemín.
Conozco ese deambular
peripatético, que se refleja en la novela del autor novel, y negativas de
guante blanco que llenan el alma de desespero y de conciencia de fracaso. Nos
consuela que los herederos de los que nos dan con la puerta en las narices ya
aserraron a Jeremías, sacaron los ojos a Amós, dilapidaron a Isaías y a Cristo
lo clavaron de un madero. La incomprensión forma parte de la lista de los gajes
del oficio en un escritor. Estamos ya
curados de espanto; supimos apencar con las consecuencias de la ordalía. El
fuego de los inquisidores ya no nos afecta, hemos conseguido cruzar la parva en
ascuas a pie enjuto. Nuestro compromiso con la literatura es una perpetua Noche
de San Juan, transitada de viejas canciones, porque la música es un manso ruido
escuchado a flor de agua. Nuestros pies desnudos huellan las brasas. Y no sólo
eso, sino que también somos capaces de cargar con un compañero a cuestas. Uno
que escribe siempre ha de sentir ese aldabonazo de conciencia mesiánica. Todos
tenemos un poco la vocación de San Cristobalón. Queremos salvar el mundo o
justificarlo, desentrañarlos, sin saber cómo.
Un milagro permite que
nos lavemos en un charco la cara y que veamos nuestro rostro reflejado en las
aguas puras de la Fuente Castalia.
Si Baroja dijo que ya
ha pasado el tiempo de los milagros, a mí me parece que al bueno de Don Pío se
le fue un poco la mano; los milagros existen. Uno de ellos pudiera ser que
Mayoral y otros escritores de raza no se hayan rendido. No han quemado las
naves, no rasgaron las filacterias ni se resignan a entregar la cuchara. Al fin
y a la postre, el Covenant bíblico
es un poco el compromiso de Dios con los desheredados de la fortuna, con los
que sufren y son víctimas de la injusticia.
Un día seremos todos
rehabilitados. Así lo anuncia señaladamente el canto del “Magníficat”, algunos
de cuyos ecos tiene resonancia en este texto, donde los personajes largan
parrafadas constreñidas a un rigor de imágenes ardientes como en Carros de
Fuego, como si ya Elías estuviese de vuelta entre nosotros. Otra vez se escucha
el verso de “et exaltavit húmiles”.
Ojo, que en este asalto
a la destilería, hay mucho mensajes en clave. Para descifrarlos, lo mejor es
leer este fabuloso caudal de vidas que se entrelazan. Hay veces que una
palabra, sobre todo si está transida de aliento profético, puede hacer más daño
que el fuego a discreción de la boca de cañón de una metralleta.
¿Qué más? Mayoral, como
su mansedumbre ensimismada lo dice, y su apariencia de inquilino recién
desembarcado del portal del falansterio de la renta antigua lo corrobora, no
haciendo de otro alarde que el de su inteligencia, no tiene esa nuez de Adán
tan estragada de esos nuevos D´Artagnan de nuestras letras, con espadachines y
mosqueteros saliéndose por los forros y las guardas de su libros, pero ha
demostrado que sabe llevar una novela de acción, acción interior, y conducirla
a lo largo del relato. No es tampoco maricón, que hoy es lo que más lleva, ni
era de los que le arrimaba las putas a Emilio Romero cuando era joven. No;
nunca se ha supeditado Pepe a los serviles oficios de mamporrero, ni se ha
colocado una” yamulka” en el occipucio el bueno de Mayoral, él que tan judío es
- y no hagamos juegos de palabras porque aquí hay algunos muy dados a confundir
la velocidad con el tocino, y a judíos con jodíos- carne de dolor, sangre de
Israel. Pepe es un tipo normal, con esa normalidad que suele ser albergue del
genio, y un genio bueno y civil debe descansar en las recamaras de su
imaginación para haberse sabido mantener limpio entre tanta podre. Se gana la
vida haciendo transportes con una furgoneta y, de noche, se pone a escribir.
Y es ese ángel bueno
que le anima a escribir a Mayoral es el que nos dice a todo que ya basta, que
lo que necesitamos es perdón, más alternancia y menos revancha, y, hartos de
crispación lo que menos necesitamos son menos insensatos que ahuecan o impostan
la voz cuando se dirigen, altisonantes, como esos poetas ripiosos a los que
colman de premios cervantes, hacia nosotros. Pero nos tendrán que cortar la
mano, si quieren que dejemos de escribir
Seguiremos bebiendo
vino - joder el chato se ha puesto a 250 pesetas- y “gijoneando” que viene a ser una forma del hay que joderse
madrileño, porque ser cliente de ese club requiere sus buenas dosis de
masoquismo, haciendo la vista gorda cuando el camarero creyendo que estamos ya
trompas nos sisa, mentira de monedas en
un plato con el vuelto de la cuenta, y escuchando los zeugmas, metaplasmos,
metátesis y otras figuras de dicción con que nos dispensa el Cerillero, quien
presta el dinero por otra parte sin comisión. Hay que aguantar mecha y padecer
los agiotajes de la usura y los sablazos, o las intemperancias del falso amigo
que nos pasa la mano por el lomo y luego el canalla nos insulta, pero no va a
ser cosa de que por un provocador cualquiera, Adolfo, Adolfo, vayamos a sacar
el Mágnum. Prefiero un baño de whisky a un baño de sangre. Pero estamos
acostumbrados a sufrir. Somos carne de escritura y carne de dolor y toda esa
carne dolorida se cura con vino y con sopilla.
Siempre será mucho más
incruento el asalto a una cervecería que a un convento. Al atacar una
destilería-ese es el verdadero mensaje de esta novela- lo que se trata de
evitar es que lo que en realidad pase, por esa transposición de términos entre
cuento y razón, que vuelvan los energúmenos a pegar fuego, pongamos por caso, a
una sinagoga. Es lo que verdaderamente puede suceder si no andamos listos. Un
escritor de talento como es Mayoral aquí lo que hace es un conjuro contra el “arson” inicuo de los que ya traen la tea
en la mano, los apóstoles del odio sistemáticos, los retoños de Adolfo, inútil
total y para colmo sifilítico, a los añafileros de Moloch, con puestos
relevantes en la Administración, que fichan en algún periódico sacamantecas o
salen todos los días a la palestra en la televisión.
Este “Asalto a la
destilería”, novela mayor de José Mayoral, que ha publicado ya otros tres libros,
porque una novela es como una abrigo de pieles que se compra a la querida, es
una purga contra la pedantería, al tiempo que avisa de forma clara a todos los
mareantes. ¡Oído al parche! El alcázar no se rinde. Si pensáis que vamos a
dejar de escribir, porque a vosotros se os antoje, lo lleváis claro.
Notas al margen
[1] Banquete religioso funerario que celebraban
los romanos
[2]
Banquete cinerario
[3]Mesa donde se sentaban a comer
lo romanos
[4] falleció en Madrid el 10 de Julio de
2013 a los 90 años, solo y abandonado
como un perro
[5] Langley cuartel general de la CIA
[6]
Borrar
[7] Yo creía
que era soltero pero estaba casado con España, una muchacha de su pueblo, con l
cual hubo contraído matrimonio en 1958
[8] La palabra sexo se evitaba y para denominar lo
que hoy vulgarmente se denomina un casquete se decía vagamente… eso
[9] esta canción no se ha de cantar nunca en Zaragoza
[i].Dios hace planes con lo más enfermo del
mundo despreciado para sacar adelante su
obra.
[ii].De grabesco, que en lat. Significa quedarse
calvo.
[iii].Salir a hostias. ¿Podrá haber
expresión más española?
[iv]. La gran necrópolis al este de la capital.
[v].Ciencia de la cruz, demencia de los
crucificados. Locura evangélica.
[vi].El ex escolapio fue el primero en salir del
armario.
[vii].Índice de libros prohibidos
existente en la Universidad Pontificia de Comillas.
[viii].Chubascos. Localismo de la
provincia de Segovia que apunta Cela pg. 35 de “Judíos, Moros y Cristianos”
[ix]. Consultar el índice en que se aduce esta
entrevista publicada en HIERRO, periódico de Bilbao, uno de los cuarenta
diarios de la desaparecida prensa del Movimiento.
[xi]. Fue una pregunta impertinente. Le faltó un tris para decirme que no porque
no le salía de los cojones pero se reprimió.
[xii].Rosario Conde Picabea su mujer
natural.
[xiii].Tenía el don de la
accesibilidad. Por aquellos días Cela no negaba ni una sola entrevista ni hurtó
jamás a las preguntas más controvertidas su oronda por entonces. Cuando Marina
lo puso a dieta, ésta pedía un tanto por cada tiempo dedicado a los medios de
colaboración según es norma actual en los medios de comunicación donde los
famosos han encontrado una mina para ir a airear trapos sucios. Pero entonces
no había que pagar ningún peaje.
[xiv]. Según don Francisco de
Quevedo.
[xv].Director de ARRIBA en la época Carlos Arias.
[xvi]. Caminaba por entre la multitud
sin hacerse conspicuo.
[xvii]. Mejor no citar nombres.
[xviii]. No encontrarán quién les
recuerde.
[xix]. Mi alma está repleta de males,
mi vida se acerca al infierno.
[xx].Era corresponsal de PUEBLO
[xxi].Animal mítico, extraña mezcla
de lobo, de barbo de río, de gallina y de cebra, según unos, o de cabra, según
otros, que vive más de trescientos años y que desgracia a los niños que mira .
(“Judíos, Moros y cristianos” pág... 37).
[xxii].El rape que es bataneado y
puesto a secar en las casas portaladas y galerías de Cudillero. Quizá tenga que
ver a su manera con la peladilla o cochinillo asado segoviano.
[xxiii].Epanalepsis o enálage figura que consiste en cambiar las
partes de la oración y sus accidentes
[xxiv].Abreviatura coloquial por fin
de semana.
[xxv].”Judíos, moros y cristianos” pág.
236. Destino, 1957.
[xxvi].A cada uno lo suyo, o poniendo
las cosas en claro.
[xxvii]. Todo lo relacionado con las
artes de pesca.
[xxviii]. Regoldo, castaño silvestre.
[xxix]. Publicó “Guarnición de silla”,
y “Con flores a María” inter alia.
[xxx].Expresión latina que viene a equivaler
al castellano creer que uno se chupa el dedo.
[xxxii]. Los escritores griegos creían
que Thule era el punto extremo del septentrión. Allí acababa el mundo.
[xxxiii]. Golorito o jilguero y por otro
nombre pintacilgo. La lexicografía celiana es hermosa y señorial como un
blasón.
[xxxiv].Cachondo mental viene de
catulens que quiere decir estar en celo los animales.
[xxxv].Padecía divertículos y prurito
anal. Sus visitas al quirófano eran frecuentes. En la mesa de operaciones
entraba con gesto divertido y en una ocasión puso como condición para ser
operado que todos los médicos y enfermos de la planta salieran a aplaudirle, a
la que lo bajaban a la sección de curas. Ver “Cela mi padre” por CJC Conde,
Madrid, 1989, Temas de Hoy.
[xxxvi].Francisco de Quevedo en la
iglesia de San Martín un jueves Santo dio muerte a espada a un caballero que
maltrataba a una dama y Cervantes también huyó a Italia después del asesinato
de un hombre. Valle Inclán perdió un brazo tras un cachetazo que le propinara
en un duelo el escritor granadino Manuel Bueno. A Clarín también lo desafió un
militar jefe de la escuadra. Afortunadamente no llegaron a batirse. De todo
esto puede llegarse a la conclusión de que en la tarea de la literatura hay un
espacio reservado a los ángeles pero los demonios también ocupan un destacado
sitial no menos importante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario