JUAN LÓPEZ DE SEGOVIA PRIMER TRADUCTOR DEL CORÁN AL LATIN Y
BENEFICIADO DE SANTA COLUMBA
Como apéndice al magnífico artículo de Guillermo Herranz,
persona entrañable para mí y uno de los eximios libreros de nuestra ciudad ▬
siempre a pie de obra y sacando adelante un negocio difícil en los tiempos
circulantes; el buen bibliognosta archiva conocimientos y cuando escribe dice
lo que interesa▬ quisiera agregar algo de mi cosecha.
Don Guillermo cuenta cómo su padre fue uno de los últimos
bautizados en la desaparecida iglesia de santa Columba, templo románico donde
se celebró la primera catorcena cabe los arcos del acueducto.
Bien. A dicho presbiterio perteneció, y también al cabildo
catedralicio, como beneficiado y acaso párroco un converso insigne Fray Juan López de Segovia (Segovia 1440-Roma
1496) el primer traductor del Alcorán y autor de la famosa alegoría de corte
oriental “Calila e Dima”, obra muy estudiada con grandes elogios por el
profesor Valbuena Prats al que tuve la suerte de tener como profesor de
Literatura Medieval en la Facultad de Filosofía y Letras, hace más de cuarenta
años.
Juan López había nacido de una familia de sastres y
tejedores en el alfoz extramuros de Santa Columba. Un hecho no aclarado en su
juventud, acaso los misteriosos sucesos que se obraron en la parroquia de san
Facundo, determinó su conversión al catolicismo. Fueron muchos los segovianos
de origen semita de las dos religiones monoteístas que pidieron las aguas de
gracia. No hay constancia histórica de tal hecho. Sí; la hay de que fue uno de
los protegidos del gran obispo Arias Davila que provenía de la Casa de Israel,
promotor del Sínodo de Aguilafuente. Los Sinodales fueron el primer libro impreso
en castellano el año de 1478.
Cuentan las crónicas que
su decisión de abrazar la fe de Cristo le supondría malquistarse con su
familia y no pocas persecuciones y befas al clérigo de origen judío. Profesó en
la orden jerónima.
Conque huye a Roma. En la ciudad Eterna se acoge al altana y
el papa Inocencio III. El papa le designa nada menos que penitenciario general
para absolver los pecados reservados. Pero allá no se libró de los varapalos y
persecuciones (acaso por su origen) que lo tuvieron en entredicho. Dio con sus
huesos en una celda del castillo de Santangelo.
Ya en prisiones mandó pintar un cuadro de la Verónica, según
sus biógrafos, con el epígrafe siguiente: “O
Christe, praeter te, nullus est alius” (Dulce Jesús, sólo tú me ayudas y me
comprendes) y en la cárcel papal acabó sus días.
Había tomado la borla como doctor en teología en Salamanca y
en 1462 algunos meses después de ordenarse de presbítero escribe “Refutación
contra el alfaquí mayor de la aljama de Segovia, Içe Gebir: Suma de los
mandamientos de Cuná o Ley Coránica”. Donde asegura ser materia de herejía gran parte de
los versículos del Libro escrito por Mahoma al dictado de un ángel.
Era fluente tanto en la lengua latina, arábiga, y en la
hebrea que aprendió de niño de bocas de sus mayores. El libro puso en pie de
guerra a la morería. Afortunadamente, en estos años de la baja edad media,
cuando hasta las verduleras sabían de teología, las disertaciones teológicas
estaban a la orden del día y los debates entre las tres religiones, gracias a
un cierto nivel de tolerancia en la Castilla de Enrique IV, no acababan en
batallas campales. Ni salían a relucir las navajas. Imperaba el criterio de que
el pensamiento no delinque y se cotejaban pareceres en la plaza pública.
Pienso que este clérigo segoviano cuya personalidad no ha
sido lo suficientemente estudiada ▬ su obra está ahí ▬cobra singular
importancia en la actualidad. Juan López
de Segovia asumía las tres grandes características de la raza: a) amor a la
ciencia y al progreso al socaire de un cierto inconformismo; b) independencia
de criterio hasta el sacrificio, pues sabía que remaba contra corriente en
medio de una sociedad remolona; c) fervoroso amor a la tradición y su
preparación y búsqueda, tan propia del ambiente a redropelo, y su fe en
Jesucristo. Mucho se habla de la furia del converso.
En el alma de López de Segovia arde el mismo fuego que
inflamó de celo católico a la gran Teresa. Al atreverse a verter el Alcorán y
tenérselas tiesas con los ulemas de la capital demostró su encomiable gallardía
espiritual. Estoy seguro que a este fraile, de vocación tardía, bautizado ya de
joven, en contra de la voluntad de sus padres, en la pila de agua bendita de
santa Columba, el Señor habrá inscrito su nombre en el Libro de la Vida.
Siempre es bueno que los judíos vayan a su aire. Dicen que la
historia empieza cuando uno del pueblo elegido dice que no.
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