AQUELLOS AÑOS DE LA ESCUELA DE PERIODISMO DE
LA IGLESIA
La recepción de una carta con membrete
oficial del Ministerio de Educación de Gran Bretaña una mañana calurosa de
junio fue la noticia más hermosa de aquel verano del 66, mucho más que la
victoria del once británico, en una apasionante final contra Alemania de la Copa del Mundo, o la derrota
de Cooper a manos de Cassius Clay quien aun no se había convertido al Islam y
no se llamaba Mohamed Ali, cuando los Beatles eran la locura
de la juventud y dieron un concierto en la plaza las Ventas. Unos decían que
les hacía falta a los del quinteto de Liverpool un buen corte de pelo a navaja.
Sería un verano de músicas sonando en las emisoras populares la Inter y Radio Madrid en los
patios de vecindad. Por las ventanas de los cuartos emanaban las canciones de
los melenudos mezclándose con las exhalaciones de las fritangas de tortilla y
pimientos frisos. Los domingos había que ponerse el traje nuevo tras del aseo
en las pilas de lavar, mira cuanta roña llevas pegada a los calcaños, so
cochino. Así olía cuando te apretujabas en el metro contra el culo de alguna
jamona en el metro. Las aguas bajaban fétidas por los bajos de la estación de
Tribunal. Lo que no mata engorda. Teníamos salud y ganas de reír con los gags del
Zorro aquel genio argentino que la
había tomado con los talaveranos.
Las tiernas muchachitas en flor se
desplomaban histéricas cuando el conjunto apareció sobre el escenario una
atardecida de agosto para actuar en la
Plaza de las Ventas. Se puso el cartel de entradas agotadas y
los grises tuvieron que emplearse a fondo con la porra para mantener a raya a
las histéricas que se desmelenaban a los pies de los caballos. Qué noche la de
aquel día. A mí me gusta Paúl, a mí Ringo. ¿Y a ti? Todos. Son guapísimos. John
Lennon tenía un aire de guru y se
expresaba en un inglés con acento del Norte que las volvía locas. La vida era
un gran baile. Silvie Vartan y John y Holliday pour aller dancer eran el rey y la reina del microsurco en el
idioma de Moliere, los más bellos del baile. Si sa va pas on fait y aller. El
inglés estaba desbancando en sus preferencia a las tribus urbanas pero a mí me
gustaba Aznavour y Brassens.
Empezaba la gran movida. Era la hora del cambio pero a qué ton cambiar si en
aquel Madrid con veinte años y treinta duros de huelga en el bolsillo los
domingos se vivía tan bien. We never had
it so good, nunca lo tuvimos tan a huevo, que dijo Harold Mac Millan y con
Franco estábamos tan ricamente.
Hubo un golpe de estado en Argentina. Onganía entró con los tanques en la Casa Rosada. Los del
diario hablado se pusieron muy nerviosos con aquel flash de Upi menos mal que
él únicamente trabajaba en la sección de Deportes y aquellas trascendencias del
revuelto cotarro no le afectaban. El redactor jefe don Francisco Garrote, un
falangista rechoncho bajito que fumaba cigarros interminables aquel día se puso
la camisa azul para dar el parte. As todas horas estaba llamando a don Camilo
Alonso Vega, ministro de gobernación. Hilo directo con el Pardo teléfonos, por
aquello del efecto llamada, echaban humo. A cuadrarse. Descanso. Las tropas
estaban acuarteladas en Campamento y todo el mundo guardaba un silencio
angustioso en la redacción de RN. Arozamena
el querido Joaquín Arozamena tartajeaba más de lo habitual. Por poco nos puso
el señor Garrote, que pese a su apellido era un gaditano muy buena persona
había sido ayudante del general Varela en Brunete y contaba chistes verdes como
ninguno, firmes a los redactores. “Este ahora ya verás lo que digo nos va a
poner a cantar el cara al sol”·. Tampoco fue necesario aquel gesto. Estábanse
celebrando los XXV años de paz y no iba a ser cosa de que volvieran los rojos. Pero
nosotros pasábamos o empezábamos a pasar de política. Queríamos vivir. La mayor
parte de los redactores eran rebotados seminaristas que se habían matriculado
en Filosofía y Letras o en Periodismo y arrastraban algún trauma y bastantes
complejos a causa de lo que algunos denominaban la colgadura de los hábitos y
otros la gran decisión de su vida que les indujo a dejar de ir a misa los
domingos, ya habían escuchado bastantes en el seminario y se adhirieron a la
cultura laica o se afiliaron al PC como fue el caso de Jesús Torbado aquel leonés de Gordaliza del Pino que fue compañero
de estudios en la escuela de periodismo autor de una enorme y ancha novela un
caso de precocidad y genialidad literaria que nos definió a los de la
generación del 68: “Las Corrupciones”.
Moreno con el pelo rizado algo cargado
de hombros, mirada muy viva y penetrante algo cansada. Muy enamorado por aquel
entonces de la novia que había de ser su mujer y creo que para toda la vida
aunque sus libros estén descatalogados y su personalidad un tanto missing después de haber dado a la
imprenta grandes libros sobre peregrinos y caídas del caballo, era un
especialista como Lutero en la epístolas de san Pablo, Jesús hablaba poco y
observaba mucho. Había estado en un noviciado de los dominicos y, a punto de
cantar misa, optó por la vida civil. Lo suyo tenía bastante mérito. Venía a
clase con los dedos tiznados de yeso, abiertas por el cemento pues arrimaba
material en una obra de las afueras como peón albañil. Un caso parecido al de José Luis Gutiérrez al que apodaban el
Lobo otro de León que sería brillante corresponsal y director de periódicos y revistas
de la transición. Era muy amigo de Pepe Oneto
otro simpático andaluz, un tipo muy fino de los que ven crecer la hierba y se
dejó crecer ese flequillo que le pinga ahora ante las cámaras y antes no tenía.
Le copí la idea a nuestro profesor de inglés que también se hacía un egregio
recorrido por la calva tiñéndose de rubio.
También falleció hace un bienio en
extrañas circunstancias. De aquellos viejos colegas en la época del cambio dos
que yo se sepa se suicidaron, otros desaparecieron en el exilio interior, se
dieron al alcohol o la droga, o se conformaron con la nueva situación de
proscritos porque la democracia nos talló a todos por un mismo rasero sois unos
nazis unos fascistas, no os adheristeis al pensamiento único. Nuestros hermanos
nos echaron de casa cosa habitual en una España tan dada a los despilfarros
cainitas. Padecimos el síndrome de la guerra que ellos perdieron pero que luego
ganaron cuando vinieron pidiendo paso los mandiles y triángulos, pero otros
medraron los más afortunados y subieron como la espuma adornados en el olimpo mediático
con la corona de laurel y los dineros.
Se vino el Lobo a Madrid desde Vizcaya donde aprendió el oficio de fresador.
Con las prisas no le vagaba para cambiarse de ropa y quitarse el mono para
asistir a las clases de inglés mr. Peter
Miles
Sus manos encallecidas eran un orgullo
para todos nosotros y él se las miraba llenas de callios, orgulloso como biuen
leonés. Su semblanza podía cotejarse por lo bien bragado con la de un
anarquista. No en vano provenía de la tierra de Buenaventura Durruti,.
Miles un tipo extraño que por entonces
se escondía en el armario, misterioso personaje, que no era inglés sino polaco
pero que hablaba un inglés con acento de los barrios de Londres, con sus americanas
cobalto que hacían aguas, hombreadas para realzar el busto, el perfil de cachas
y corcho en los tacones al objeto de alzar unos codos de estatura. Siempre con
pajarita o bow tie. Sus clases en lugar de lecciones de inglés parecían
actuaciones festivaleras, se movía por la tarima con mucho garbo y mandaba
sentar en los primeros bancos a los más guapos.
Sus clases interesantes eran todo un
show de gestos, era nuestro ídolo. Buen comunicador nos entusiasmó con la
lengua inglesa y con aquel país que sedujo a la juventud española de los 60 estábamos
acomplejados por no parlarlo fluido. Era la estrella de la escuela de
Periodismo de la
Iglesia. Pobre Peter Miles; cuando cerraron la escuela de periodismo
quedó sin empleo, fue abandonado por su novio y se abrió las venas en la bañera.
No aguardó a conocer los tiempos del esplendor del arco iris. No se atrevió a
salir del armario.
Rafael
de Salazar, Nicolás González Ruiz, Bartolomé Mostaza, Antonio Ortiz Muñoz y
Alejandro Fernández Pombo, un bondadoso manchego
de la escuela del “Debate”, formaban
un experto e ilustre tándem en el cuadro de profesores. Entre clase y clases
leyendo su breviario veíamos pasear por el patinillo reducto de una pequeña
huerta en las dependencias a un cura alto y delgado que lucía sotanas
impecables de cachemir —detalle nada desdeñable y corajudo pues los aires renovadores
postconciliares habían barrido del mapa los alzacuellos y manteos y los curas
iban de traje aunque en nuestro curso el P. Abel Hernández y Pepe Freixenet
uno de Murcia no se la habían quitado aún pero sí el P. Urciti un navarro muy
simpático que venía de una conocida familia carlista— era el director. Olvidé
su nombre pero creo que llegó a obispo y formó parte a regañadientes como un
elefante en la cacharrería de la Conferencia Episcopal
o poderoso sindicato de obispos que siguen mandando tanto en España. Juan
Roldán otro ex seminarista malagueño discípulos del lectoral de la catedral malacitana
el P. Ruiz, se ganaba la vida como profesor de latín en un colegio mayor.
Roldán, un muchacho agradable rubiales bien
parecido y de un estilo muy norteamericano ocuparía las corresponsalías de Efe
en Londres época Fraga y en Washington durante la transición, sería director de la Asociación de la Prensa y se casaría con
otra colega Encarnación Valenzuela que no era guapa pero demostró ser mujer de
mucho tronío. Curri. ¿Dónde curra ahora Curri? Juan acaba de fallecer este
julio de 2015 no sé si de melancolía o de asco a los 72 años. Él era un
periodista de los pies a la cabeza y no ha sobrevivido a las purgas que
orquestaron contra nosotros los de la vieja ola los nuevos instalados en ese
periodismo baladí de las tertulias que se pronuncian ex cáthedra a todas horas
con un gesto solemne y aires de gángster. Forman parte de un circuito cerrado una mafia
en la que no dejan entrar a nadie. Closed shop, numerus claussus, compañero; el
que venga atrás que arree. Son los grandes acaparadores de esta democracia
llena de resabios dictatoriales. Son los vigilantes de la playa los comisarios
del sistema siempre guardando la línea y a la que salta, parecen haber pegado
un brinco a nuestra actualidad, a la que miran, remiran, comentan y hasta soban
explotando el morbo con gesto algo despectivo y canalla pues no les duele la
patria. España se las refanfinflar. Sólo
les importa el dinero. El que más gana (se embolsó cerca de cuarenta mil euros
del ala el año pasado, lo colocó en la tele pública ese espantapájaros que
habitó en la Moncloa
durante un lustro siniestro y al que llaman ZP (pasen y coman los de León y a llenarse
los bolsillos), un tal Maraña, el hermanísimo de un canalla que amargó mi
existencia en Nueva York y dijo en una conferencia de Prensa en la ONU oficiada por Felipe González
que había que acabar con la
Prensa del Movimiento. Jugaban al viejo juego del
robaterrenos quítate tú que me pongo yo y donde no hay harina todo es mohína y
así se hicieron amos de la TV
pública y vendieron los periódicos de la Cadena a los ingleses. Se produjo una auténtica
involución de las rotativas. Algunos de ellos, sólo unos pocos porque los
estudiantes de periodismo lo tienen crudo para obtener un puesto de trabajo y
si lo logran les pagan miserias de becarios. Encontraron en su remunerativo,
milagros de la publicidad, blablablá una fórmula de enriquecimiento.
El encono la envidia la emulación y el
odio constituyeron los peldaños de la escalera por donde subieron para alzarse
con el santo y la limosna estos trepas. La corrupción imperante les brindó la
oportunidad de su existencia dentro de un oficio noble aunque menesteroso como
fue el de juntar palabras en España. A fuerza de adular a los políticos con sus
torrenciales parrafadas y sus conclusiones de pata de banco, al objeto de
enajenar o cabrear al lector o al telespectador. Es una literatura hablada no
de información ni de educación elemental sino de provocación. Ganan con esto
millonadas. Y ahí está para muestra valga un botón Alfonso Rojo el “exsísimo”
o ex maridísimo de la
Anaconda. Que después de echarlo de su tálamo hay que ver lo
bien que lo colocó.
Este viejo oficio por aquellos días abundaba
en epígonos notables como David Cubedo
[la voz carismática la locución de terciopelo del “parte” de las tres de la
tarde], Fernández de Asís, Pedro de
Lorenzo, Álvaro de la Iglesia ,
Torcuato Luca de Tena, Tomás Salvador, Félix Ortega todos los cuales
murieron pobres. O el mismo Juan Roldán que se nos acaba de marchar.
Voluntariosa y con buenos contactos, la Valenzuela hija de un
general laureado según creo, se ha convertido en la musa del PP habitual de las
tertulias de la tele. Estábamos angustiados y confusos dentro de nuestros
traumas y el cascarón de un pasado del que había que salir para enfrentarse a
la modernidad. Ésta estaba hecha de canciones y de apuntes y de papeletas de
exámenes. Dentro de lo que cabe, nunca como entonces había sido Bermejo tan
feliz. Los de la Eta
no habían aparecido, los curas seguían llevando sotana y se decían misas en
latín pese a las admoniciones renovadoras del concilio. Se podía ir a esquiar a
Navacerrada los fines de semana del invierno o bañarse gratis en el charco del
obrero como llamaban al parque sindical.
Leyó la carta cincuenta veces y se compró un
pequeño diccionario de bolsillo el Collins para traducir las palabras que no
entendía. El comunicado le informaba que le había sido concedido un puesto como
profesor asistente en la ciudad de Hull como ayudante del catedrático de lengua
castellana en dos colegios: El colegio Marista y un instituto de segunda
enseñanza el Kingston upon Hull. Informó a sus parientes amigos de irse a
Inglaterra el próximo curso. Muchos vituperaron su decisión:
—Tú estás tonto. Has conseguido un puesto
fijo en radio Nacional y ahora haces la tontería de largarte a un pueblo de una
lejana provincia a pasar hambre.
Bermejo estaba tan embebido con la idea de
aprender la lengua de Shakespeare que puso oídos de mercader a tan sabios
consejos. El mecanismo de la utopía volvió a vagar por sus meninges
atolondradas. Le estaban vendiendo la burra mal capada. Era la decisión más
importante de su vida pero Bermejo le dio la ventolera y (entonces pensaba así
hoy no) se puso el mundo por montera, tiraba la casa por la ventana. Claro que
le habían enseñado desde pequeñito a renunciar al mundo sus pompas y vanidades.
Es la idea que gira en torno al libro de cabecera “Las imitación de Cristo y
menoscabo del mundo” de Tomás de Kempis tantas veces manoseado y leído a lo
largo de su adolescencia. Un lector subido a un púlpito declamaba sus capítulos
a la hora del desayuno durante sus años de seminaria.
—Te comportas como un gilipollas, Remigio—
fue la sentencia de su hermano Xanti el que siempre estaba calculando sus
pasos.
Le contestó él con el título de una película
de Bing Crosby que echaban por aquellos días en el Cine Cristal de Cuatro Caminos:
—Siguiendo
mi camino.
A lo mejor estaba en un yerro pero
interiormente sentía que al renunciar al trabajo en la radio estaba
respondiendo a una poderosa llamada. Su vida en adelante estaría entretejida de
renuncios de grandes triunfos y grandes fracasos. El destino suele ser
inexorable. Todo está escrito. Hasta el número de los pelos están contados en
nuestra cabeza. Al menos, es lo que se dice y yo no me desdigo de nada ni
renuncio a nada, seguiré en mis trece. No vendo mi pluma ni la vendí a nadie
que es baluarte de libertad. No tengo vocación de mercenario
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