Un desliz de Nikita Jruchev, llevado por la buena voluntad, su campechanía y su condescendencia, han abocado a este proceso demoniaco y devastador del equilibrio europeo que empezó con el embuste y el putsch de la plaza de Maidan hace año y medio y de entonces acá ha muerto mucha gente.
Considero libremente que doña Margarita Albright la carnicera de Belgrado, don Javier Solana el tonto útil, el chico para todo the fucking Spaniard, que han vuelto a aparecer “on the news” como asistentes al nuevo pacto de Munich, han cometido una felonía que podemos pagar cara los europeos como ocurrió en Yugoslavia.
El Kremlin, cualquiera que sea el color del gobierno que lo domine, considera a Kiev el cuarto de atrás. Obama, la Merkel (esa alemán con aspecto de cerdita o cara de jabalí más bien), Holland el de la sinagoga de Paris, encontraron en Ucrania el talón de Aquiles y atacan por ahí siguiendo la vieja tradición talmúdica donde todo es deja vu nada está inventado. Usos y costumbvres y malos hábitos que lejos de dar modernidad al mundo están provocando el regreso a lka edad media y a las guerras de religión.
Poco novedosos los nuevos capitostes trillan una vieja parva, con rodeznos que rechinan y patrones de comportamiento que apestan a alcanfor y naftalina.
Putin se defiende y es de agradecer su contención, porque, de empeorar las cosas, los migs y los T62 rusos serían capaces de presentarse en Paris en menos de una semana. Podría en el peor de los casos arder California y a Benjamín Netanyahu se le bajarían los humos. El que a hierro mata a hierro muere.
En 1927 Jruchov, un hijo del pueblo cuyo apellido en eslavónico significa canastero fue nombrado secretario del comité central del partido comunista en Kiev y desde este cargo inicia el primer plan quinquenal y la formación de los cuadros dirigentes En Ucrania adalid de la lucha revolucionario y donde se iniciaron las grandes transformaciones sociales soviéticas fue el ariete de la conquista de Stalingrado, arsenal de las armas atómicas y de la tecnología de la Urss. Con tales prolegómenos en perspectiva que el guante cruza el aire y el reto está servido.
Nikita Sergievich cruzó la historia con su aspecto de mujik aquellos trajes mal cortados y el tosco zapato que se quitó en la ONU yo me acuerdo de aquella movida el año 55 tenía yo once años. Sin embargo, por debajo de tales histrionismo latía un corazón humanitario. Creo que fue un gran estadista a la vieja usanza de la guerra fría: acabó con el culto a la personalidad y a la infalibilidad del mandamás (algo que deberían copiar los católicos romanos que siguen adorando al papa como a un dios aunque sea Bergoglio y el pontífice que media entre la tierra y dios… nunca se equivoca… ¡puaf, ¡que terrible perversión del espíritu evangélico!) y mejoró la calidad de vida del pueblo ruso que entonces era soviético, no existiendo grandes diferencias entre un calmuco, un bielorruso o un letón. Siguiendo una política razonable y que han olvidado gentes tan inexpertas e ineptas como Aznar que se cargó el servicio militar obligatorio instituido por Eduardo Dato en España, los servidores del estado soviético eran enviados a lugares distantes de donde habían nacido con lo que curaban su apego al terruño y los pruritos nacionalistas que en parte son la maldición de los estados modernos desde napoleón hasta nuestros días.
De lo que se trataba era de una sociedad nueva, de crear un hombre nuevo. En parte fracasaron pero en parte triunfaron. Querían otorgar a la humanidad otra visión universal de la historia y de adscripción al lema de soy ciudadano del mundo que los globalitas de hora traducen como “soy sujeto que ama y practica las virtudes de los Estados Unidos”.
Fue un intento meritorio del PCS de acabar con la multiplicidad de razas y de la confusión de lenguas la diversidad de costumbre. Espíritu mesiánico que invocamos los españoles en América al pie de la cruz y que milagrosamente cuajó. Un reto de unidad contra el diablo porque no en vano el pateta es designado con la palabra griega “∂iabolos” (separador, introductor de discordias) y Nikita fue un personaje de unión y de aglutinar fuerzas muy querido en Ucrania. Hizo de Kiev una ciudad moderna. Los moscovitas le debieron la construcción del metro de la capital rusa el más amplio y lujoso del mundo.
(continuará)
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