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miércoles, 15 de octubre de 2014

SOBRE EL OFICIO MAS VIEJO DEL MUNDO


RATIÑOS Y LA NIÑA DE LOS EMBUSTES

 

 

 

A los del Bierzo otrora ratiños se les llamaba, pero, pasado Astorga, en las lindes galaicas, ya eran coritos; y, más allá, gallegos a secas.  De Ponferrada o por mejor decir de Cangas de Morrazo era Catalina Cascabeles, madre de Teresa la protagonista, o Niña de los embustes quien lo mismo que la Lozana Andaluza, que era por cierto de la Peña de Martos( las putas también van por la vida con denominación de origen) nos muestra sus mañas y embaucamientos para sañir a flote en el oficio más viejo que existe. Al igual que sus tristezas y fracasos, a lo largo de las trescientas páginas de una deliciosa novela picaresca donde toda villanía tuvo asiento pero donde se hace caso omiso de los escabroso gracias a la esquividad y pericia del escritor. Son los "clientes" los que pierden y a los que satiriza y no a ellas, pobres mujeres de la vida.

Castillo Solórzano en esta obrita "La niña de los embustes Teresa de Manzanares" dechado de los primores y amarguras de la novela picaresca vierte su sabiduría y su buen humor al abordar un tema muy antiguo que abordan los autores españoles del barroco en el "Lazarillo", Mateo alemán y Vicente Espinel y "copian" ingleses y alemanes: "Tom Jones, Molly Flanders, etc. Curiosamente el sexo se obvia aquí o se da por entendido, siendo el de Solórzano quizás uno de los primeros alegatos feministas de las literaturas romances.

 A Catalina Cascabeles,  madre de la protagonista, “Catuxia” para los amigos, la hizo un chico un arriero segoviano que pasaba por allí. Ella dijo que el “chichón” era debido a un atracón de castañas en un magosto de  aldea pero la barriga fue creciendo, naturaleza siguió su curso y a eso de los nueve meses malparió. Sus progenitores para lavar la culpa  mandaron a la muchacha a servir a Madrid y este es el comienzo de la aventura. La cabra tira al monte y al cabo de algún tiempo la moza leonesa rubia y garrida se convirtió en una de las cortesanas más famosas y generosas del Madrid de Felipe IV. Confeccionaba pelucas al portador. Y era vecina de la calle de Majadericos intramuros.

 

 Castillo Solórzano data su libro en 1632.  Es la historia del ascenso y caída al hilo de una historia de amor/desamor fortuna/infortunio. Entremedias infinidad de enredos y follones duelos y espadachines que se baten a muerte por las calles de la Villa y Corte, narrados tales lances con mucho donaire y el desenfado propio del género picaresco cuyos protagonistas antagonistas y heterogenitas pusieron siempre al mal tiempo buena cara. Trata de blancas como telón de fondo. Los negocios de la carne que no tienen solución. Ellas siempre caen pero ellos, los que las inducen al trato torpe, son siempre los culpables.

 

Dijo Cristo que habló muy poco de sexualidad ── los curas sin embargo, malos discípulos, en el confesonario se pasaban su existencia atormentando a sus feligreses por menudencias del aparato de la reproducción de la especie humana: condones, métodos ogino, masturbaciones, poluciones... ──, y de escribir no escribió prácticamente nada Jesús (sólo con un dedo en la arena) un garabato cuando querían los judíos dilapidar a una que se había fugado con el lechero.

En uno de sus sermones tan solo dijo el Señor: “Preciso es que venga el escándalo pero ay de aquel por quien viniere el escándalo. Mejor que lo atasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar”.

 

Roma la ciudad de los papas era el principal punto de destino de estas pobres mujeres que llevaban engañadas a ejercer prostitución. Enseguida, Estambul. Los turcos tan libidinosos practicantes de la ley del falso profeta Mahoma acrecían su demografía violando a todas las muchachas de los territorios que conquistaban en el Este europeo llevándolas luego a sus serrallos, lo mismo que a los efebos, porque un turco hace siempre a pelo y a pluma.

A Paris venían desde Escandinavia, Alemania y Polonia a servir al monarca cristianísimo y en Madrid llegaban de toda Europa y del Nuevo Mundo a retozar en la corte de Su Católica Majestad. A Londres no hacía falta proceder a esta clase de importación, salvo alguna que otra irlandesa descarriada, porque Inglaterra siempre estuvo bien surtida de daifas, trotonas y tusonas de cualquier índole. La información de época que aporta este libro es suculenta, no sólo sobre las costumbres sino también la vestimenta el callejero, las fiestas, los triduos, los mesones, las casas a la malicia de dos puertas tan difíciles de guardar y todo lo demás. Asimismo, la "Niña de los Embustes" nos brinda todo un tratado de psicología de la mujer española.

Las criadas se vestían en los bodegones de la calle de Toledo: manteo azul basquiñas jubón de estameña  parda, mantellinas de bayeta. Convenientemente aderezada y atalajada la moza podía presentarse en sociedad y acudir a los saraos del Prado o la pradera de San Isidro a lucir palmito así como las camisas valonas las cofias de almidón. Importante era el calzado y las sortijas pero ya se decía por aquel entonces que hasta los gatos visten zapatos.

Las aguas cristalinas de Lozoya que arrastra entre arenas el Manzanares eran buenas para el cutis, aunque no tanto para el riñón, que siempre hubo en Madrid mucho hijo de la piedra y mal de piedra, y Catuxia pronto se abre paso en los corros donde agrada su acento corito y su simpatía. Cantaba superior y bailaba muy entonada la danza de la Chacona.

Era polo de atracción de los postillones y aguadores la cortejaban galanes y le surgían novios por todas partes. Un pretendiente entre todos la que la cortejan le hace tilín. Es un buhonero francés llamado Pierre pero no importa. Logra casar con la gallarda ratiña y de este amor va a nacer Teresa que hereda las buenas partes y las habilidades de su madre aunque no le gusta lo que da la uva como a su padre (Pierre muere a causa de una borrachera que el autor dice zorra por haber estado alternando en un bodegón con un junta de gabachos y a consecuencia de la farra sufrió un accidente de perlesía)

Tras el fallecimiento del padre la familia se traslada a la cuesta de la Vega. La Catalineta no tarda en seguir a su esposo camino de la huesa y Teresa queda huérfana a los diez años pero ya era la admiración de todo el barrio. Su primer galán era un estudiante que la cortejaba en octavo mayor, un tal Bernardo pero se casa con un viudo de 70 años que la daba también martelo y al termina por poner cuernos y tierra de por medio fugándose con su estudiante que la lleva a Granada inserta en una compañía de teatro. "Dinero que cogía yo lo solía guardar con treinta ñudos y siete llaves".

Así y todo, Teresina poco medra. Asaltárnosles yendo de recua unos bandoleros poco antes ante salir de la venta de Cardeña en Sierra Morena. La quisieron violar pero ella poniendo enemistades entre dos bandoleros que se disputan quién será de ellos el primero y se enzarzan en una lucha a sable logra escapar y llegar a Córdoba en el mayor de los desamparos. En aquella localidad sienta plaza como Teresa la Moñera y pone velas a los santos por ser la muchacha muy devota de los 14 santos auxiliadores. Invoca a san Dionisio al que pintan con una cierva contra el dolor de cabeza, a santa Lucía para la vista y a santa Apolonia para las muelas. San Blas remedia aflicciones de garganta San Gregorio las del estomago y san Erasmo era un remedio cabal según aquellos buenos españoles contra el tarazón, torzón, y los retortijones en la barriga. A san Adrian invocaban los cojos, a san Crispín los sastres y a san Antón los bomberos. San Vicente de Zaragoza era bueno para la fiebre y si san Nicolás era el refugio y remedio de doncellas a santa Nefixia invocaban los mozos que querían joder de balde fiados de su generosidad. Gracias a san Nicolás de Bari salió indemne de aquel lance la Niña de los Embustes en Sierra Morena.

"Quedé en el propósito de ser virginal espejo de mujeres" pero no cumple la promesa. visita a un ermitaño que ganaba su santa vida entre las asperezas de los montes de Córdoba y le cuenta una historia la de su conversión que luego le dará a la muchacha pie para realizar una de sus aventuras disfrazada de mora a la que cautivaron los moros día de pascua florida llevándola a los baños de Argel. Rescatada por un mercedario regresa a su tierra y en Málaga se presenta en la casa de su supuesto padre y se hace pasar por la hija que apresaron los piratas berberiscos en una de sus frecuentes batidas a la costa mediterránea tan frecuentes a la sazón matando a la madre y dejando al padre desconsolado. Al cabo de unos tiempos arriba a la plaza la cautiva verdadera acompañada de un padre de la orden de la Merced el alfaqueque que la manumitió por dineros del harén del sultán y Teresa, descubierta la traza, toma el olivo y recorre otras ciudades otros amantes múltiples incidentes como el de aquel pobre marido casado con la desdicha, el del capiscol castrado para conservar la voz en el coro los impotentes suelen tener los pies planos el esternón estrecho y la cabeza gorda. La moza es sagacísima y pasa por los tugurios como el rayo de sol que pasa por el cristal sin romperlo y sin mancharlo que diría el P. Astete y la ronda termina en Alcalá donde se aposenta con un viudo huyendo del cura párroco de San Miguel que la requería de amores. En fin, esta novela picaresca es un recorrido por los bajos fondos y altos estrados conventos sacristías palacios obradores y burdeles de la España de los Austria contada al desgaire y como quien no quiere la cosa con gran despejo acuidad y espíritu moralizante de reforma de las costumbres en un castellano sabrosón que atrapa desde la primera página y no mengua en interés aunque al libro le sobren quizás medio centenar de páginas porque algunos lances se repiten y las anécdotas son muy parecidas.

 

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