ANA, ANA BOLENA DE LOS MIL DÍAS: LOS
PECADOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN INGLATERRA
No
era más que una “mula santa” ama o barragana de obispo pero, Jesús, la que
preparó. Cuando vivía en Londres y pasaba cerca de la Torre, ese impresionante
edificio alto, lóbrego y sin ventanas, todo cubos redondos perfil de mazmorra y
de hacha de verdugo el recuerdo de esta pobre mujer y el de otros que
encontraron en una de sus tozas detrás de un rastrillo la separación de la
cabeza del cuerpo, puesto que los alabarderos de aquel lugar a los que llamaban
beefeaters eran de los que comían
carne todas las semanas y sabían encontrar la carne de los condenados me
desviaba de tan lúgubre recinto y pedía al taxista que desviase la ruta. Hoy
los beefeater son los reyes de armas
mostrando su lanza, el chambergo rojo y la barriga en las estanterías de las
tabernas. Por el gin y los bloodymarys
se pifian los empinadores del codo de Inglaterra y al alzar la copa se acuerdan
de sus malhadadas reinas. La cabeza de Ana Bolena bien valía un polvo que ya
nos lo dirán de misas. Era pelirroja y antes de entrar en la corte inglesa como
barragana de Su Eminencia el cardenal Wolsey
había hecho la carrera y la aventura en Paris. Fue el propio cardenal primado
de Inglaterra el que presentó a su querida al propio rey Enrique VIII. El
Defensor de la Fe titulo con que el pontífice reinante a la sazón Alejandro VI
había distinguido al Príncipe de Gales le pidió relaciones inmediatamente pero
la astuta y a la vez candorosa advenediza le dio una de esas respuestas con
registro propio en los anales:
-Majestad ni soy tan alta para ser tu
reina ni tan baja para ser puta.
Lo
cual que entró en la corte de Whitehall como azafata de la reina Catalina de Aragón hija desventurada de
Isabel y Fernando que no tuvo demasiada suerte en Inglaterra. En Paris en la
corte del francés la llamaban “La Escoba inglesa” porque por lo visto supo
barrer para casa no sólo los corazones de aquellos cortesanos de la Orden de la
Jarretera “et honni soit qui mal y pense”
(era el lema) sino también dineros. Tan ambiciosa era la joven como bella. El
resto de lo que sucedió forma parte de la leyenda. Amores maravillosos y
desdichados que duraron poco pero que fueron de tan dramática intensidad que
cambiaron el curso de la historia de Inglaterra y del mundo. Acabo de ver una
buena película sensacional en lo que afecta al “casting”. El ropero y el
vestuario han sido asesorados por los mejores investigadores de Oxford y
parecen los modelos haber sacado de los diseños de los archivos del traje. El
perfil de Ana era la perfección de la
belleza. Pelirroja y candorosa. Estampa de la inocencia en manos de aquel Barba
Azul. Las crónicas a Enrique VIII pintan como un ogro pero era un rey nada
vulgar que había leído las escrituras y discutió pasajes de la biblia con los
teólogos en los que se apoya para pedir el divorcio con una cita del
Deuteronomio: “no yacerás con la mujer de tu hermano”. Alegaba que
Catalina era la mujer de su hermano Enrique VII y que fue compelido al
matrimonio por imperativos de la política matrimonial. Buen poeta y compositor
de madrigales y sexualmente toda una fuerza de la naturaleza pero en eso no era
ni mejor ni peor que todos. Los reyes, los obispos y hasta los papas tenían su
propio harén. Una pobre mujer y detrás los pecados de la Iglesia, la Iglesia
del poder. Los bailes de máscaras en la corte episcopal del palacio de Lambeth
donde se produjo el encuentro con el más famoso dinasta de los Tudor. Oficiando
de proxeneta nada menos que el gran cardenal de Inglaterra. Aquel vicioso
eclesiástico no era más que un macarra. Y también acabó en la Torre. Al igual
que su sucesor el verdadero autor del cisma, más complaciente pero enrevesado
como todos los canonistas. Las cosas luego se complicaron. Enrique no era un
protestante. Odiaba tanto a Lutero como a los frailes pero quería una iglesia
nacional apartada de Roma conservando casi la totalidad de la liturgia y los
Siete Artículos de la Fe. Wolsey es refractario a otorgar el divorcio pero el
nuevo arzobispo de Londres Cranmer
acusa de contumacia a Catalina de Aragón y anula el matrimonio de la hija de
los Reyes Católicos con Enrique. Curiosamente, esta se retira a un convento de
Peterborough. Sigue siendo un misterio el que no acabara en la Torre igual que
el resto de sus favoritas y es que Catalina era mucha Catalina. El rey debió de
amarla o al menos respetarla hasta el final. El espectro de Catherine of Aragón
como la llaman los historiadores ingleses siempre salía a mi encuentro cuando
cruzaba en tren las llanuras de Linconshire. Ay que yo no quiero amores en
Inglaterra que téngalos yo mejores en la mi tierra, rezaba un viejo madrigal
cortesano de los tiempos de Felipe II cuando la historia de España y de
Inglaterra se entreveran tan trágicamente. If
you go to Scarborough fair. Si vas a Scorborough a la feria... Yo fui
bastantes veces y me zampé mis buenos yorkshire puddings y me bebí mis jarras
en la posada de los Piratas que mira a la bahía. Y pensaba en Catalina y en Ana
y en las “six wives of Henry the Eight”
que fueron legendarias. Yo no quiero
amores en Inglaterra, que mejores amores tengolos en mi tierra, canta el
romance. Oh Ana de los Mil Dias. Ana de los mil días. Anne of the thousand days
rosa entre las espinas de sus amantes como el duque de Norris; en un torneo
celebrado en la tablada de Greenwich, Norris había enjugado su rostro con un
pañuelo que le tiró la reina lo que vuelve a su a augusto esposo loco de celos.
El rey celoso la acusa de adulterio al poco del nacimiento de Isabel. Las malas
lenguas de la corte propalaban que la que había ser la Reina Virgen y la reina
de las reinas inglesas Isabel Tudor era hija fornecina y para los españoles
resultó una perfecta una hija de puta
con la cara picada de viruelas. La reina virgen no conoció varón pues era
tortillera. El tálamo real había sido profanado y según creencia de la época
este tipo de delito se pagaba con la cabeza. Pobre Ana de los Mil Días. Ana
Bolena. The rake. La Paja inglesa. Alta
y derecha como un huso mujer de extraordinaria belleza una de esas beldades que
hicieron enloquecer a un rey. En el cadalso tuvo una presencia de ánimo y una
entereza casi martiriales. Se deshace en un canto de amor a su verdugo el rey:
“Estoy pura de todo pecado, Jesús mío. Dios dé larga vida al Rey y al valeroso
pueblo inglés” y con gesto humilde y sin descomponer el gesto tendió su blanco
cuello al hacha del verdugo. Junto a ella fueron ajusticiados tres de sus
supuestos amantes. Dicen que el rey se fue a cazar y vistió de blanco luto
durante una semana como hizo al saber la noticia del deceso de Catalina su
legítima. La imagen amable y complaciente se transforma en un monstruo de los
celos. Antes bien, se le pasó pronto el disgusto y tan es así que al día
siguiente de la ejecución el 20 de mayo de 1536 se casa con Juana Seymour. Otras fueron Catalina Parr, Catalina Howard y Ana de Cleves,
la yegua de Flandes aquella alemana. Parece mentira que un madrigalista tan
fino algunos de cuyos sonetos superan a los de Shakespeare pudiera caer tan
bajo y tan bajo que terminó hecho una piltrafa a causa de la gota y de la
sífilis. Los estragos en la mesa y en el lecho le pasaron onerosas cuentas al
final de sus días. Un estudio de este aciago período en la historia de la
Iglesia de Occidente nos muestra los pecados de la Iglesia, los renuncios y
regateos entre Roma, Lambeth y la sede de Canterbury y por una herradura se
perdió una yegua y por una yegua se perdió un caballo y por un caballo todo un
reino. Es un poco la crónica del cisma de Occidente. Un pecado de escándalo del
que el papado tampoco está exento. Sobe ese tablero político religioso se pusieron a jugar a las Damas tanto la lujuria
como el orgullo y la avaricia. Todos esos pecados capitales…. Entre todos, el
de soberbia es el peor.
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