ALBERTI. SE EQUIVOCÓ LA PALOMA…SE EQUIVOCABA
Con cuatro mulillas tordas y un caballo delantera y la carretera toda para ti, carretero, ¿qué más quieres? Versos de Alberti que jalonaron mi adolescencia porque el gaditano protagoniza al poeta adolescente. Era una de las firmas más leídas y estudiadas en los colegios, institutos, academias y noviciados de aquellos bachilleratos de los 50 a los sesenta; acabaríamos hasta el cogote de romanceros gitanos y del juanramoniano no la toqueis más que así es la rosa junto con el Soria fría Soria pura cabeza de Extremadura machadiano. Puro idealismo. Pura utopía.
Los vencedores fueron mucho más generosos con los vencidos que los que se autodenominan democratas/autocratas para los cuales todo lo que se produjo antes de 1975 no existe, se desprecia y se ignora. Es una bonita forma de hacer que España pase a la historia. Se equivocó la paloma… se equivocaba. Esta bellísima copla de Alberti fue el buque insignia de nuestra generación del 68 que fue perenne protesta. Y, pensándolo bien, teníamos ciertas concomitancias con la del 27 estando dos dictadores de por medio. La suya desembocó en la guerra civil. La nuestra en el juancarlismo debelador y putañero. ¡Qué decepción cuando supimos que la democracia era esto!
Se equivocó la paloma. Se equivocaba. Por ir al norte fue al sur. Creyó que el mar era el cielo… que la noche la mañana… se equivocaba. Alberti nuestro poeta de referencia nuestro poeta torero que bebe en las fuentes más puras del romancero el del talle juncal se transformó en aquel gordo abacial que hablaba con acento italiano cuando se arremolinaban en su entorno las muchachas en flor en las aulas del Ateneo. ¡Cuanta decepción conocer que la gran poesía acaba en eso! Arboleda perdida de rabonas y de furor masturbatorio de muchachos en flor mirando a la bahía. Todos los caminos de Andalucía van a dar al puerto de Santa María y mueren en las aguas del Guadalete donde se entonó por primera vez el canto por la pérdida de España. Por allí se invocó el nombre de la traición y surgió magnífica y terrible la mitra del obispo Opas. Es la cuna del cante jondo y del toreo. Voy a Sanlucar por atún y por ver al Duque . El pueblo mejor de España tiene nombre de carabela.
Luego se quejan los rogelios de haber sido postergados por el franquismo. Los niños de la posguerra nos educamos en el espíritu de la reconciliación y quedamos empapados de Machado, García Lorca y el propio Alberti. Y hasta las orejas. No teníamos poetas nacionales y a los que había se los desdeñó o relegó sin contemplaciones y siguen en el armario. Este ostracismo intelectual un fenómeno que sólo se da en España no ha dejado de sorprenderme. Ostracismo viene de ostra en honor a los griegos que cuando querían mandar al exilio a un ciudadano echaban una ostra o la concha de un caracol en el puchero comicial.
Pero en Alberti como en Federico creo que es más el ruido que las nueces. El arte nos viene enredado en las marañas de la política. A Juan Ramón que es una aguja de marear cultos sobrevalorado y ultra dimensionado por la crítica hay pocos que lo entiendan. Mora todavía en su azotea de la poesía pura, sus versos como dentro de una burbuja El mayor vate de la generación del 27 resonancias del romancero y de Gil Vicente fue Gerardo Diego superando al de Moguer y al portuense pero como pertenece al segundo cupo ha de guardar el turno del escalafón siendo mejor poeta, más músico y no tan buen pintor como Alberti. Creo que éste nunca dejó de ser aquel mal estudiante del colegio de san Luis Gonzaga del Puerto de Santa María que se fumaba las clases, nunca se le dio bien la gramática y a vueltas con el diccionario e incluso con la prosodia y la sintaxis su literatura se resiente. Más de su gusto eran la aritmética y la matemática.
En el fondo le ocurrió lo que a muchos de los educandos por los padres de la Compañía (los hubo buenos y regulares) que aquello marcó carácter. Ese entusiasmo, esa flexibilidad, esa inclinación por la excelencia es un poso de esa educación jesuítica lo mismo que la intolerancia, la protervia y presunción de esos antiguos alumnos que van por la vida creyéndose superiores. En sus versos, en las oscilaciones de su carrera política- Alberti nunca fue comunista- en las rotundidades de su vida amorosa, cortejó a las mujeres más galanas de su tiempo, y eligió por compañera a una miliciana con maneras de reina, María Teresa León, una rubia burgalesa casada con un militar que se fugó con el del Puerto de Santa María, se yergue la teoría de las dos banderas ignacianas. Fue acaso un buen versificador pero su arte tenía mucho de propagandista. Yo me quedo con el poeta puro que volvió al alimón con Lorca en órbita el romancero al Alberti revolucionario y de consigna.
Alberti sin embargo es mucho Alberti y hay en su obra mucha arboleda perdida. Le cupo la suerte de haber nacido en uno de los lugares más guapos de España dunas medanos y arenas brisas del Atlántico. Lo conocí una tarde en el Ateneo en los años 80 rodeado de mujeres el pelo blanco y una melena doctoral aires de canónigo de Toledo el mirar displicente, algo amargo y resentido. Moriría a los dos años al cabo de una caída por un absurdo accidente en las calles de Madrid la ciudad que no le gustaba pero que le hizo famoso y rico un potentado al uso de los intelectuales de izquierdas que nunca fueron a la guerra aunque cantasen al Quinto Regimiento. En la historia española siempre se encuentra uno con esta clase de personajes que pertenecen a la casta de los privilegiados.
Su poesía tiene la diafanidad y fuerza embriagadora de la uva de los majuelos de Jerez. Es de alta graduación etílica. Tiene un sabor coquinero a sol y a copla. Es cante jondo. Un aura dionisiaca como los atardeceres portuenses, cuando el sol del ocaso dora las garitas del penal de Santa Catalina que guarda el secreto de tantas desdichas, compulsa los versos de Alberti, un elegido de los dioses poeta para una guerra voz triunfante en el exilio.
En un viaje que hice al Puerto al final de un verano creo que empecé a entender mejor al autor de marinero en tierra al vagar por las calles empedradas de casas blancas encerradas, de destartaladas iglesias. Vi entrar y salir por la portería de la casa de la compañía al padre Coloma luciendo una impresionante calva de patricio romano peyéndose a carcajada viva durante el quiete y avanzando en zapatillas. Olía a vino y al caer de la tarde me crucé con las sombras indecisas y titubeantes de los borrachos que se santiguaban torpemente al tocar avemarías. Nunca en ninguna otra parte del mundo salvo por Londres vi tanto pimple por las esquinas pero los borrachos del Puerto son los más dignos y solemnes del mundo.
San Cucufate el abogado de nuestras pítimas con san Fermin y san Cojoncio intercesores ambos por nuestras curdas ante el Altísimo nos daba su bendición al grito de Dios perdonará y perdonará eternamente a los borrachos.
En la plaza de toros coloquiaban unos maletillas. Pasó una monja vieja vestida de blanco y la luna se asomaba por el vano del balcón de una casa señorial en ruinas. El Puerto de Santa María es una ciudad blanca tirada a cordel transversal y en línea recta, antesala de América. Las ciudades de la América hispana la tomaron como modelo en sus casas de planta baja el portón de la puerta carretera los guardacantones y bordillos y los ventanales con reja y arriba la galería que en Asturias se llama corredoria.
Me pareció la población honda y misteriosa desparramada hacia el mar mitad cuartel, mitad convento y mitad bodega. No pude resistir al embeleso dionisíaco. El fino me tumbó y de esa manera entendí mejor el arte embriagante de Alberti que fue corredor de vinos. Allí el Terry pega y es un zumo eucarístico porque sin el vino no se puede entender la religión que profesamos. Ni se puede entender a España y mucho menos a Andalucía. Sangre de Cristo hontanar del señorío. En el Puerto yo tuve algo así de la mano de Rafael Alberti como una visión de España como una hoguera, como una casa encendida.
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