VII CENTENARIO DEL PATRÓN DE
LOS ARCHIVEROS SAN ALBERTO MAGNO
Pasado san Eugenio, el
visigodo francés que ganó la Silla de Toledo, las bellotas en el barreño, dice
el refrán. Hermoso tiempo de granazón y de días tibios, el campo es un sedante
a los ojos, y los paisajes de España parecen de terciopelo. Poco se compadece
esto con el vértigo, el desasosiego, las trifulcas que estamos viviendo.
Peregriné a Soria por promesa y por agradecimiento - de esta hégira Deo volente
les hablaré otro día ya que aquel baguda vasco hispanorromano que renunció al
matrimonio con la hija del rey Godo y se fue al desierto de la Peñalba para
mirarse en Dios y acaso encontrarse a sí mismo en los soledosos pedregales de
la alta paramera, me parece de gran interés- pero se acaba pasar la fecha del
tránsito, coincidente en la epacta mozárabe con el del glorioso arzobispo de
Toledo, de Alberto Magno que murió un 15 de noviembre de 1280; nació en 1206.
Su perfil obedece a esa
Iglesia pregrinans in terra que guarda poco lado con esa otra Iglesia de
la política, la de las mitras y los báculos, la de los obispillos blincas,
rencorosos imbuidos de la satánica soberbia, y no digo nombres, la de los curas
trabucaires que otra vez se han tirado al monte, pistola al cinto y defienden a
un ejército de liberación nacional-entre paréntesis- que asesina por la espalda
que se lleva cargados a más de mil españoles inocentes. Todo eso es apariencia,
aspecto, accidente, coyuntura. Y yo voy por las sustancias y las esencias.
El tiempo de Dios y el tiempo de la Iglesia no
coincide con nuestros cómputos seculares. Yo hablo de esa otra Iglesia
esotérica que se nutre del rescate y del milagro de la sangre de la redención.
Conductora del pueblo y espolique de la sabiduría. A esa es la que pertenece
este alemán, lumbrera del siglo XIII. Después otro coterráneo suyo Parecelso le
daría la razón diciendo que hay que estudiar la Escritura y henchir el corazón
de las tres virtudes teologales que son la fe, la esperanza y la caridad, pero
actuar como si Dios no existiera estudiando la naturaleza donde late el
pensamiento divino y se palpa la economía de la salvación- los planes de
Criador para el mundo por Él criado en perpetuo movimiento, desarrollo y
cambio, claro que permite el
entendimiento de las causas y los efectos. Un gigante en definitivo era Alberto
Magno o Alberto el Mago porque en su afán por el estudio no le hizo ascos
incluso a la práctica de las ciencias ocultas.
Según refieren sus biógrafos llegó a inventar
una cabeza parlante, un robot (parece ser que esta iniciación en la matemática
aplicada le vino a través de los templarios que fueron los precursores del
ordenador y de la televisión y mirando a las estrellas muchos de sus freires
conocieron los secretos de la telepatía y la telekinesia; me estoy refiriendo
al famoso baffomet que funcionaba mediante impulsos binarios, esto es en
bytes como un PC como éste en el cual les estoy escribiendo).
Sin embargo este “monstruo”
asustó de tal manera a su discípulo santo Tomás de Aquino que lo destruyó a
martillazos. Parece ser que el napolitano aunque le llamaran el Doctor Angélico
luego de angelical tenía muy poco. Corrió por los tránsitos de su convento a
una bella jarifa - a las mujeres no sé por qué siempre les han gustado los
frailes y sobre todo si eran jóvenes y apolíneos como Tomás de Aquino en su
juventud, luego engordó pesaba más que yo 125 kilos y tenían que sacarle en una
silla al sol, murió de gordo a los cuarenta y tantos antes que su maestro, por
una apoplejía- con un tizón encendido al grito de vade retro, la moza desnuda
como la madre que la parió y el pobre novicio lleno de ira meneando sus
capisayos y manteos en pos. Tea a la tentación. Iskra.
San Alberto es patrón de los archivos porque
creía que el conocimiento se almacena y de los legajos, mamotretos, tumbos, se
desprende después la conclusión del progreso y de los avances técnicos. Su obra
gigantesca (escribía cinco folios al día) y tendría luego en España un imitador el P. Torquemada alias el Tostado.
Nada daba por supuesto ni de contado. Su credo de comportamiento era el estudio
y la compulsión de todo lo que sorprende al ser humano en su paso por la
tierra. A sus Summa de criaturas agregó el Comentario a las
sentencias y el de las Exégesis. En números redondos más de cinco mil
páginas. Criticó a los escolásticos reduccionistas y retóricos y su lema era:
“terminaremos todos hablando de las cosas de Dios”basándose en el dictamen
paulino de que “ninguna cosa humana me ha de ser ajena”, lo que a algunos de
sus contemporáneos escandalizó bajo sospecha de herejía y de panteísmo.
Incluso estableció un laboratorio en su
convento donde tenía una alquitara y un taller mecánico. Mucho de aguantarle el
prior que temía por la seguridad de ña casa y al que aquellos cachivaches le
daban miedo. Murmuraban sus hermanos de hábito porque parece ser que en
aquellos tiempos fray Adalberto de Lauiengen era una especie de profesor
chiflado, pero adelante el inventor.
Los mantistas de la Sorbona
no querían creerlo. Su conocimiento del griego y del hebreo le permitió
estudiar a Tolomeo, las Categorías de Aristóteles y las Etimologías de San
Isidoro. Tenía una biblioteca enorme y su archivo era un digesto de incunables
adquiridos a precio de oro en los monasterios medievales sobre todo los de los
griegos y, tomado el hábito de los frailes mendicantes de Santo Domingo, enseñó
Mechanica en Colonia, Teodicea en Friburgo y el Trivium y el Quadrivium en
Paris. Los datos ciertos sobre su vida los encontramos en el “Cronicón de Helsford” y de la “Leyenda”
que lo describe como un fraile piadoso al que sus condiscípulos y maestros
conocían con el nombre del filósofo. No conoció a san Bernardo de Claraval que
murió muchos años de que él naciera a orillas del Danubio pero toda su
religiosidad parece imbuida del pensamiento templario- cisterciense y del
espíritu de Cruzada pero con su amor al estudio y a la praxis piensa que la
conquista de Jerusalén ha de ser más que física espiritual. De ahí su
esoterismo y su admiración por la gnosis de los monjes del Temple que sabían
mucho de Astronomía y Astrología, de Medicina y de los misterios de la
naturaleza humana tras su paso por el Oriente. Vivió tiempo glorioso cuando se
construyen las grandes catedrales francesas y las ordenes militares expanden su
dominio por el Mediterráneo y por España. Cuenca, Segovia, Ponferrada y otros
baluartes templarios fueron construidos por monjes franceses que seguramente
escucharon las lecciones de Alberto Magno desde su cátedra en la Sorbona. El
triunfo del gótico, la teología y el descubrimiento de una serie de axiomas
soteriológicos que se han perdido y went in hiding como dicen los
ingleses, fueron sumidos por el vértigo de los tiempos pero que algún día
volverán a la superficie.
En este siglo de oro del cristianismo Cristo
era un gran músico y un arquitecto. También era el Christus Medicus que
preconiza la alquimia. Era el espíritu de los tiempos de entusiasmo y de pasión
por el conocimiento que en la Iglesia actual parece brillar por su ausencia con
todos esos clérigos acoquinados o la defensiva. El nivel intelectual de los
ordenados in sacris ha caído en picado y ellos tienen un poco la culpa de que
las feligresías mengüen en las misas de doce que en estas solo haya viejos
porque con sus sermones y feligresías que parecen pronunciados por
extraterrestres aburren a las mismas ovejas.
Si esto sigue así muchas parroquias no
tardando mucho tendrán que echar el cierre por falta de quórum. O facciosos del
gran contubernio como ese Setién. Menos mal que ellos forman parte de la
hojarasca. Lo de fuera. El don de sabiduría, de la curación, del milagro y la
esperanza de lumbreras místicas como Teresa de Lisieux, mi abogada quien por
cierto me acaba de hacer otra de sus “faenas” maravillosas echandome una manita
- bendita sea- se esconde en la pulpa interior. Es en Iglesia en la que creo y
confío, depositaria de la fe, el tesón y a veces la cólera que me impulsa a
escribir.
Hoy si volviera el P. Isla se forraría con una
nueva versión del fray Gerundio de Campazas aplicada a los curas post conciliares.
Esto tiene que cambiar. Que ordenen a presbíteros que aunque sean hombres
casados poseen un cociente intelectual de sabiduría y de amor a la Iglesia
mayor que todos estos destripaterrones con sotana funcionarios o que hacen
encajes de bolillos con discursos incendiarios desde la Cope. El compromiso con
Xto. exige mucho más de lo que ellos están dando. Quieren estar al santo y a la
limosna y el Señor nos lo dijo bien clarito: no se puede servir a dos amos.
En el centenario de San Alberto Magno el hombre de ciencia y
el archivo viviente les exhorto e invito a seguir su ejemplo. Ha pasado este centenario desapercibido en la propia
Iglesia. También hay santos a los que parece ser que las fuerzas Oscuras
quieren descabalgar o bajar de la hornacina según y como, lo que no merma un
ápice la magnitud de este bávaro como el actual sucesor de San Pedro del que se
dijo en su epitafio: “cunctis luxisti, scriptis praeclarus fuisti, mundo
luxisti, quia totum praeclarus fuisti”(a todos iluminaste, fuiste preclaro en
tus escritos, aun muriendo a las cosas del mundo porque todo lo que es
cognoscible supiste). Era un archivo viviente, padre de la poligrafía. Muchos
siglos más tarde el gran archivero norteamericano Dewit se inspiró seguramente
en sus obras para establecer el CDU (Código Decimal Unificado) de 1895 que es
la base de la moderna archivística. Bien es verdad que el conocimiento que
proclama es un conocimiento cerrado y no abierto pero los que acusan a la SRI
de oscurantista ¿no se están guardando ellos también cartas bajo la manda
basados en el aforismo de que saber es poder y hoy más que nunca? pero de todo
eso les hablaré otro día mientras me pongo debajo de esta lumbrera espiritual
encendida por San Alberto hace siete centurias. Por hoy ahí queda eso.
19 de noviembre de 2006