65
AÑOS DEL INGRESO EN EL SEMINARIO DE LA PROMOCIÓN DE 1955.
Parece que fue ayer cuando un grupo de
muchachos asustados pero entusiastas recorrían las calles de Segovia con los
colchones y baúles en carretillas tirados en tracción de sangre por maleteros
ad hoc por maleteros que sudaban la gota gorda. Muchos era la primera vez que
pisaban la gran ciudad proviniendo de
pueblos de la provincia y de la diócesis que entonces era mayor que en
la actualidad. Penetramos por el postigo del Consuelo o subimos zarceando por
la cuesta de san Juan o por la calle Real. Con mirada atónita y recién apeados
de los coches de linea (Galo Álvarez, la Sepúlveda o Gutiérrez los de Aranda)
iban los que venían a hacerse curas y a estudiar las declinaciones del musa-musae, la aritmética, la gramática,
la retórica, y en todo caso la Teología y la Filosofía. Llevamos en las
entrañas metido a todo Aristóteles y nos aprendimos de pe a pa las súmulas de
santo Tomás. Claro que alguna vez topamos con algún que otro silogismo cornudo.
Fue una formación arcaica pero, sólida, con mucho fundamento la recibida, de
acuerdo con las sapiencias medievales del Trivium y el Quadrivium y el bel
canto.
Veníamos a acogernos bajo la sombra de la
sombra de la Aceitera en aquel vetusto y bien cuadrado caserón que había sido
casa de la Compañía y preparatorio del tirocinio jesuítico en Alcalá. Lo mandó construir Felipe II, en honor de su
esposa y que aparece en un cuadro que está sin terminar al lado de la Epístola
en la iglesia del Mayor los ojos abiertos como platos. Porque nos tocaba vivir
algo de la edad media. Y el mundo cambió bastante desde entonces.
Íbamos a pasar la niñez la adolescencia y
parte de la juventud a la sombra de la Aceitera la torre más alta de la ciudad,
parte inconfundible del perfil amurallado de Segovia, que retaba a duelo a la
inmensa cúpula de la catedral y vigilaba la sierra. Con su admirable esbeltez
del gótico tardío. Han pasado 65 años y parece que fue ayer.
Con este motivo el próximo día 11 de
septiembre, viernes, a las doce de la mañana en el Santuario de la Fuencisla
los que aun quedamos en pie de aquella promoción y alentamos la misma ilusión
que entonces encanecidos pero con el corazón joven todavía puesto que
repetimos una y mil veces aquel salmo
del introito de la antigua misa tridentina “ad deum qui laetificat juventutem
meam” nos daremos cita en el amado santuario.
Están invitados cuantos segovianos deseen
acompañarnos en nuestro júbilo. Para entonar un solemne Tedeum y una salve a la
Virgen de la Fuencisla dándole gracias a Dios por esta vida que nos ha dado y
conservado y por esa gracia de haber formado parte de aquellos seminarios
atestados que fueron la gloria de la iglesia.
La vida de seminario nos marcó a todos para
bien y para mal. Tanto a los que fueron curas como los que no llegaron al
altar. Fue un carisma y acaso un signo que llevaremos de por vida marcado en
nuestras frentes.
Vaya pues nuestro agradecimiento a la iglesia
y la rígida formación que nos dieron aquellos operarios diocesanos que luego
nos sirvió en gran medida para bandearnos en la lucha por la vida y orientarnos
en los avatares de nuestra existencia.
Nuestra promoción – los pipiolos del 55 – de
los 85 que éramos en el curso— 30
cantaron misa lo que es un buen porcentaje. Fue la última promoción
antes de las muevas reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II. Ungidos
fueron veintitantos de los nuestros por aquel gran obispo de Segovia un
verdadero santo don Daniel Llorente de Federico.
Después de nosotros vino el diluvio, empezó
la desbandada. Los seminarios se
despoblaron a tenor con el espiritu de los nuevos tiempos y de las condiciones
de la sociedad. Las masas agrícolas se desplazaron a la gran ciudad. Otro tipo
de sociedad. Otros alcances en el tránsito de la cultura rural casi milenaria
que añoran tantos pero cuando entonces la vida era más incómoda, a la cultura
urbana con sus inconvenientes y ventajas. El desarrollo económico. La
motorización, la tecnología, el aggiornamiento la puesta al día en tantas cosas
terminaron un cambio de rumbo en el
mundo, en la Iglesia y en España.
Muchos de los nuestros, gracias a la
formación recibida en aquellos claustros, alcanzaron puestos eminentes en el
campo de la abogacía la medicina o la política, el periodismo, el mundo
empresarial, la milicia.
Por todo eso y muchos más le damos gracias,
Señor. Te Deum laudamus. Han transcurrido LXV años y parece que fue ayer cuando
nos presentamos en la plaza de los Espejos con nuestros baúles, el pobre ajuar,
nuestros colchones nuestras carretillas, nuestra ilusión y nuestro pasmo.
Parecíamos pajarillos recién caídos del nido. Y han pasado 65 años. Toda una
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario