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viernes, 21 de octubre de 2016


JUAN GINÉS DE SEPÚLVEDA EL CORDOBÉS DIVINO, UN ESCRITOR QUE HACE SENTIRSE ORGULLOSO DE SER ESPAÑOL

 

 Uno de los regalos que dios envía al archivero en celo por la guarda de los viejos documentos y amante de los libros de la España contra la cual tantos se ensañan que no perece ni perecerá por los siglos de los siglos a pesar de las inconstancias y desavenencias de nuestros políticos, revisteros, gacetilleros, agiotistas especuladores de la idea y otros papanatas  y reyes pasmados, es encontrar el hilo y el eslabón perdido del alma hispana en textos como los del Epistolario de Juan Ginés de Sepúlveda, vertidos al castellano del elegante latín en que escribía este clérigo de Priego -no sé si de Cabra o de Priego pero que se retiraba a escribir en su finca del Gallo, una choza de adobe construida por sus propias manos en la región de los Pedroches-, por Ángel Losada [Instituto de Cultura Hispánica. Centro de Estudios Hispanoamericanos, 1979]. Todo el texto es un gozo de los sentidos.

 Gracias, Señor, por haberme hecho archivero. Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) era de origen judío seguramente y uno de esos grandes conversos que iluminaron de sabiduría y de amor el firmamento de España en la etapa más gloriosa de su historia.

 Fue cronista y capellán del cesar Carlos V. Estudió en el colegio de san Ildefonso de Alcalá bajo  dictámenes de Cisneros y marchó a Bolonia y después a Roma, ordenado sacerdote, a enseñar Moral. Fue capellán y cronista de Carlos V, ya digo, y tutor de Felipe II al que enseña arqueología. Se carteó con los hombres más importantes de su tiempo: Erasmo de Rótterdam, el Duque de Alba, el príncipe Alberto Pío, el padre de Góngora Francisco de Argote que era pariente suyo, con Fernando de Valdés el Inquisidor, con Simón Colindo su editor de París, con el cardenal Contaran al que expresa su preocupación algunos casos de inmoralidad del clero romano y fustiga la lujuria de la Curia, con el duque de Frías condestable de Castilla, con el aragonés Alfonso Guajardo, con Pérez de Oliva y con Santiago Enhila su amigo intimo. Algunas de esta misivas son un testimonio época de primera mano y algunos merecerían el calificativo de reportaje periodístico.

Amante de la paz y de la tolerancia a la complutense (fue Alcalá semillero de grandes intelectos, venero de tradición que bebe en los clásicos griegos y latinos por oposición a Salamanca que siempre más escolástica y rigorista) se constituyó en detractor de Fray Bartolomé de las Casas cuya Destrucción de las Indias desmonta una por una en todas sus tesis. Los indios le deben más al Arcipreste de Ledesma por sus escritos que al propio padre de la “Leyenda Negra”. El pronóstico de Ginés de Sepúlveda es la cultura, la civilización, el abandono de los sacrificios humanos o el canibalismo. El del obispo de Chiapas Padre  es el buenísimo. El mundo le debe mucho más que Las Casas por el capitulo de los Derechos Humanos una filosofía que se inventó en España. No por los norteamericanos

 En opinión de Sepúlveda no se puede exterminar a los bárbaros sino persuadirles con paciencia y afabilidad a que practiquen la ley natural abandones la antropofagia y el espiritismo pero siempre con mansedumbre apostólica y caridad cristiana. Para su desgracia Las Casas contaba con un bunker  de chismorrería y palabrería y todo un dispositivo de apoyo en Salamanca de donde al profesor de Moral le vinieron no pocas calumnias y muchísimos disgustos.

Muchos de sus libros son un clamor pregonando que el indio es persona humana pero que hay que civilizarlo. “No mantengo que debamos privarles de sus bienes ni pisotear sus costumbres ni cometer contra ellos actos de injusticia alguna; no mantengo que debamos abusar de nuestro dominio… pero debemos arrancarles de sus aberraciones paganas e impulsarles a que adopten el Derecho Natural”. Este párrafo de la carta a FRANCISCO de ARGOTE es el germen de toda la filosofía de los derechos humanos antes desde luego que el propio Francisco Suárez y desde luego que Fray Bartolomé Las Casas que era un dominico algo loco, taimado y resentido y de la mejor escuela de ergotistas salamantinos.

En sus libros –escribió alrededor de 50 de los que se conservan la mitad y algunos de ellos no han sido aun bien estudiados- late el amor profundo a la naturaleza, la observación de los ciclos estacionales, nos da noticias de las cosechas y de los pájaros que él escuchaba cantar o veía crecer en su quinta de Los Perdroches. Y se observa también un cierto cansancio, un desistimiento de la idea imperial.

Excusa razones de salud y de edad para no acompañar al emperador en sus campañas por lo cual está pidiendo informes a terceros sobre las actividades de Carlos V del que fue biógrafo y cronista oficial. De la misma manera que Fray Luis de León harto de tantas peleas escolásticas se retiraba a su quinta de la Flecha –que por cierto un proceso como el que se incoa al agustino en Salamanca hubiera sido imposible en Alcalá donde siempre hubo una mayor alternancia y fluidez en el intercambio de pareceres- y su cansancio era el cansancio de España a la que amaba.

 Los claros varones castellanos que fueron siempre incomprendidos buscaban la querencia horaciana del Beatus Ille. Sobre Sepúlveda se cierne a veces la sospecha maligna inquisitorial pues era un helenista eximio y se había especializado en las Epístolas de San Pablo. Estudiar a San Pablo o ser  especialista en sus escritos era por entonces peligroso.

 Este libro fue precisamente el que llevó a Lutero a la rebelión contra el papa. Otra nube de sospecha que se cernía sobre él era  haber formulado una pregunta en uno de sus sermones sobre si debe ser mayor la autoridad del Concilio que la del Papa.

 Una pregunta hoy inocente pero que entonces pues corrían tiempos recios y un vulgar catecismo había servido para empapelar al primado de Toledo tenía muchísimo calado. Precisamente con Fray Bartolomé Carranza no tuvo correspondencia epistolar, él que tenía correspondencia epistolar con todo el mundo y conocía a todos en la curia y en la corte o al menos no se conserva ninguna carta.

 Sacerdote intachable pero alarmado por la licencia y el libertinaje de algunos curas, el absentismo de los obispos, un punto en el que coincide con el propio arzobispo de Toledo procesado por el Inquisidor Fernando Valdés, reclama la reforma de la SRI y la convocatoria del concilio de Trento.

Sobre el celibato sostiene un criterio muy original. A decir suyo, el sacerdote no tiene una familia a la que mantener pero se le arraciman los parientes y criados algunos de ellos intratables y muy insolentes. Es una carga muy dura no por la abstinencia sexual dice sino por el contexto social.

También critica la ferocidad con que los frailes y los arciprestes célibes se despedazan unos a otros y llega a insinuar la velada sugerencia a la vista de su experiencia y de muchos casos deplorables que el matrimonio fuera un fórmula ad libitum para los curas. Los tiros no iban por ahí. Trento le quitaría la razón.

Implanta los seminarios conciliares y los convictorios con lo que el problema hasta hoy sigue sin ser atajado de raíz. Se lamenta también Ginés de Sepúlveda de los posaderos malignos e interesados y de lo incomodo y peligroso que era viajar en aquellos tiempos.

Sin embargo él hace el viaje desde la región de los vacceos hasta la de los turdetanos dos veces al año en trayecto de ida y vuelta de Valladolid a Córdoba a lomos de una hacanea- las personas consagradas tampoco los obispos podían ir a caballo sólo en mula- cargada de libros y seguido por una escolta de escuderos y de criados derrotando por caminos infames y parando en ventas siniestras, como era costumbre entre los dómines de Alcalá.

Todo sea por Aristóteles. Y en loor de Platón. Erasmo le desplacía al cronista que Carlos V el cual para desenmascarar sus errores escribe la “Ananpología” un lamento de “esta época de miserias que vivimos”. Creía que Dios estaba castigando a la Iglesia por la depravación de las costumbres del clero, la avaricia de los potentados, la credulidad y superstición de la plebe, las guerras entre los príncipes cristianos.

 Gines de Sepúlveda el cordobés divino es la esmeralda escondida fulgor oculto en los anales del entendimiento hispano por su elegancia andaluza, por sus estoicismos, por la probidad de su vida. De todo sabía. Dice por ejemplo que Cesar cometió un error de siete días al establecer el primer día del año doce días después del solsticio de invierno.

 Y el papa Gregorio se inspira en sus escritos para cambiar el calendario juliano el año en que nace santa Teresa de Jesús.

 A Felipe II le enseña a leer los miliares que había en las estradas romanas. Cada mil pasos un cipo y una marca. La legua de los españoles son cuatro miliarios esto es cuatro mil pasos (5.572 m.) y le da consejos itinerarios cuando el futuro rey entonces príncipe de Asturias por la ruta de vacceos y vetones se interne hasta Lusitania. En Carcaboso pudo leer una columna votiva dedicada al emperador Adriano el que restauró la calzada de la Plata construida por Augusto.

Y de filología toponimia adorna sus escritos con celo de erudito ilustrado. Asi dice que Badajoz viene de Pax Augusta. Los moros lo pronunciaron por Baxago y de ahí la denominación actual. Ecija es Astigis romana e hidalgo viene de Italicus. Para no pagar tributo los de esa ciudad de Andalucía adujeron tener privilegio de ciudadanos romanos.

 Su correspondencia con Alfonso de Stuñiga o Zúñiga de una familia de gran prelación de Plasencia es memorable. Habla en esa carta de palomas y palomares y los litigios que surgían entre los campesinos cuando estas avecicas bajaban a comer en sembrado ajeno. Situa el lugar exacto donde queda emplazada Numancia, liquidando así una antigua polémica que la ubicaban en Zamora por un error de Orozco. Polibio que acompañó a Scipión localiza el lugar exacto en Garray.

Diserta sobre la frugalidad que alarga la vida y de las directrices que deben acompañar a todo buen funcionario. “Yo soy de la opinión que todo buen funcionario ha de cumplir con sus deberes u oficios para con el Estado. Si no cumple con su obligación o no pone interés en su servicio es un infractor de la ley y provoca consecuencias perniciosas para el país y los ciudadanos a los que sirve.” Este juicio revela al gran humanista alcalaino que llevaba dentro.

Nada humano le era ajeno y ahí glosa a san Pablo el fundador del cristiano y una de las grandes pasiones de Ginés de Sepúlveda. Lo había estudiado de cabo a rabo. ¿Marta o María? ¿Vida contemplativa en compañía de las musas (pimplea)  o vida activa? ¿Vivir o filosofar? ¿Misantropía y desengaño del mundo o práctica ejecutiva de la milicia, el foro, la medicina?

El autor que habla con regodeo de su quinta de Pozoblanco al pie de la sierra siguiendo el ejemplo de Cayo TULIO Cicerón que apacentaba sus soledades en la famosa Tusculana desde donde escribe una carta a Papiro Peto y le dice: “tengo yo más pavos reales en mi finca que tú pichones contesta a los detractores que le echaban en cara su regalo con un texto de San Pablo en el que era experto: “El Reino de dios no es ni comida ni bebida, sino más bien paz y gozo en el Espiritu Santo”. Esto es alegrarse con las cosas honestas y con los regalos que dios envía.

 Y agradece en una misiva al obispo de su diócesis Leopoldo de Austria hijo bastardo de Maximiliano emperador y hermano de Carlos V que le haya regalado un jabalí. Dice que su carne es de entre la caza el bocado más sabroso y exquisito. Él enmendándole plana a Cicerón que en su libro de Officiis  se decantaba por Marta. Para él el empleo ideal era el de la política seguido de la milicia se decanta por María.

 Toda su obra es una loa a la vida retirada de oración, estudio y escritura. Solía rezar el breviario todas las mañanas paseando por las aleas de la Quinta del Gallo y decía misa cada tres días. Las fiestas de guardar, todas. El teólogo se siente orgulloso de su colmenar pues las abejas le recuerdan en su actividad sin parar el buen funcionamiento de una república.

Hay cartas emocionantes como la que escribe con impresionante imperturbabilidad a su sobrino el canónigo racionero de la Mezquita catedral indicándole el texto que en el epitafio habría de labrarse con el remoquete de SVF (sibi vivens fecit) lo escribió estando en vida y dice así: Genesius Sepúlveda qui se ita gerere studebat ut ipsius moris probis piisque viris et doctrina scriptique de Teología Philosophia hitoriarumque libri doctis et aequis probarentur (Aquí yace Ginés de Sepúlveda que trató con denuedo que sus libros de filosofía teología y de historia recibieran la aprobación de los doctos y ecuánimes varones tanto como sus costumbres).

Tuvo su año climatérico o peligroso a los 64 años cuando fue desahuciado por los médicos.

 Citando a Gelio asegura que el año 63 suele ser crítico en la vida del hombre y suele padecerse alguna enfermedad corporal o psíquica que ocasiona la muerte. Es una fecha fatal para todos los ancianos y Cesar Augusto la temía. Murió en ese tiempo.

Gines se lo cuenta de esta manera a Fernando de Valdés el inquisidor general y llama al arzobispo de Sevilla su mecenas. Algo más humano jamás podrá encontrarse en la sencillez y piedad de los escritos de nuestro clérigo al que las calumnias y disgustos de sus parientes provocaron una enfermedad. Viviría 19 años más, alcanzando la provecta edad de 83 años. Fernando de Valdés sale en su favor en la reyerta teológica que tuvo con los de Salamanca, auténticos tábanos con sotana y muy testarudos, que estaban del lado de las Casas. No obstante se excusa de haberle visitado en su palacio de Sevilla.

 Estaban las sospechas de las epístolas de San Pablo, el presidio de Carranza, el ambiente envenenado que reinaba en España por la cuestión protestante. Todo el mundo era sospechoso de herejía. Cauto y temiendo los afilados aguijones de la maledicencia huyó a Córdoba la Llana. La astucia del zorro o la picadura del escorpión contra el que no hay cauterios, prefiere ver subirse a los nidales de sus gallinas y regar sus acequias en la finca de los Pedroches antes que viajar a Sevilla a entrevistarse con el temible prelado asturiano. Fue su valedor pues declaró que su Demócratas Segundo por él escrito se imprimiera con letras bien gordas y que los párrocos en su diócesis lo leyesen al final de su homilía.

En este opúsculo desbarataba las pretensiones de los controversistas que capiteanados por Carranza un charlatán un bocazas sobre la guerra injusta. Sepúlveda matiza que hay ocasiones en que la guerra se justifica cuando es en legítima defensa o para castigar la perversidad de criminales recalcitrantes o para afianzar el reinado de la religión cristiana amenazada por loe enemigos no solo de la fe sino de la ley natural o en caso de invasión.

 El divino cordobés sale en defensa del pan y la justicia, del honor de las mujeres. Cualquier invasión, según eso, a un país, sería condenable. Sin embargo, el buenísimo, la panfilia pueden ser un signo de debilidad según Aristóteles y conducir a males mayores de desorden y de oprobio que los males de la guerra. Sed buenos pero no tontos. Cierto que el evangelio nos manda amar a los enemigos y la caridad con el prójimo que comienza por uno mismo. La legitimación del crimen, la dilapidación de la fortuna o  de la propia fama y aquí puso un ejemplo condenable. El de san Ambrosio cuando se enteró que había sido preconizado obispo de Milán que él no quería y mandó llamar a su casa a todas las meretrices para que supiesen sus admiradores a “qué clase de obispo iban a nombrar” y para demostrar que era indigno.

Según nuestro tratadista san Ambrosio no sólo se pasó tres pueblos sino que cometió un pecado. Desde luego la atracción mutua que existe entre el Inquisidor Valdés y el cronista de Cesar tiene un aspecto interesado.

Carranza que era algo pánfilo y buenista- un argumento que siempre esgrimieron los protestantes y los cristianos de base para justificar sus errores en el fundamentalismo al pie de la letra- acusaba al obispo de Sevilla de no estar nunca en su diócesis sino en Valladolid o en Salas o cazando por los montes de León y Gines de Sepúlveda que había sido nombrado arcipreste de Ledesma la antigua Bletissa romana, sin embargo jamás portaba por su parroquia. Tenía un sustituto.

 Se defiende de los que le atacan con el Derecho Canónico en la mano. Y en una carta a Gaspar de Castro que le reconviene por esta ausencia dice que lo suyo es leer, escribir y además tiene bula de la santa sede y del emperador, y que cuida a una familia de 20 personas entre criados y fámulos, algunos de los cuales son sacerdotes en Córdoba y que los tres mil ducados de renta anuales se le van en atender a los gastos de sus allegados y en socorrer a los pobres de Pozoblancao. Que celebra el Santo Sacrificio de la misa miércoles viernes y domingos pero que el oficio divino lo reza en privado todos los días. Una carta muy humana y realista.

La lectura de estas relaciones que plasman un cuadro maravilloso de cómo era la vida cotidiana sin alharacas sin mixtificaciones y con gran realismos en el siglo XVI para un latinista que iba a su aire. Es una crónica realista sin demasiados misticismos triunfalistas. Trató de ser un buen sacerdote y un buen cristiano.

 Lo odiaron tanto Las Casas y su cuadrilla porque valía. Dios se haya apiadado de su alma y lo tenga con Él en su morada. Para salvarse no hace falta hacer grandes cosas. Basta la paciencia para soportar la persecución, un poco de Aristóteles, cierta cordura que nos aleje de la locura, los estragos del vicio, un lugar cerca del fuego y una buena pipa. Y dejarse de historias.

 Un libro y un amigo quiero yo en mis lares un ángulo secreto que me ponga a recaudo de lágrimas y pesares. Por los rinconcitos y entre libritos que diría el Kempis.

 Es la norma del Beatus ille. Dichoso el sabio que se retira de este mundo malvado y con pobre mesa y casa con solo dios se acompasa y vive ni envidiado ni envidioso. Varones tan esclarecidos como este escritor le hacen sentir el orgullo de ser español a pesar del cansancio de la idea de España.

Sus textos que a los no avisados pueden resultar plúmbeos poseen una modernidad en carne viva y su prosa en latín es una lira de diez cuerdas que mucho  complace. Porque suena con arreglo a las estrictas reglas del concento y la filosófica armonía. Hizo un esfuerzo titánico por reconciliar a Aristóteles con la doctrina de Jesús pero un Jesús humano, no el Jesús posibilista que quiso deformar y hacer suyo la herejía protestante. Y desde luego el Arcipreste de Ledesma no es un escritor recomendable a los Neocom de hoy en día. Serían incapaces de manipularle. O de entenderles

domingo, 23 de noviembre de 2008

 

 

 

 

 

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