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lunes, 16 de enero de 2012

FRAGA ME ECHÓ DEL COMEDOR DE LA EMBAJADA ESPAÑOLA EN LONDRES




Ha muerto don Manuel. Dios lo tenga en su gloria y lo haya perdonado y que nos perdone a todos. Mixtas pesadumbres me ajigolan en estas vísperas de san Antón. Era un buen paisano. Acaso un hombre de estado y un gran patriota en su forma. Crió cuervos y lo sacaron los ojos. Y la memoria de este periodista revierte a aquel ágape primavera del 74 en el comedor de la embajada de San Jaime cuando en la sesión de ruegos y preguntas se me ocurrió- en mala hora- interrogar al flamante embajador sobre la política a seguir en Gibraltar y no sé por qué montó en cólera.

Yo había escrito una par de cables criticando la apertura de la verja que supuso el fin de la doctrina Castiella- el mejor canciller que hubo en España desde Sarmiento y Olivares pues Castiella era un hombre de estado, un “statesman” y también nos lo parecía Fraga- y sugiriendo, con muy mala leche, por cierto, que la Roca fuera proclamada una zona de reserva sefardí, lo que encorajinó a los llanitos y Sir Joshua Hassan se puso como un basilisco.

En el Foreign Office le dieron un toque. Eso contrariaba muchos planes del eminente jurista y catedrático gallego, gran ministro de Información, al que se daba por hecho que sería el premier de la flamante democracia española.

Llegó a la corte de San Jaime con todo un gran equipo de palaciegos: Carlos Mendo como jefe de Información. Mallans secretario de embajada, Acuña delegado de EFE. Todos los días aparecía en la prensa inglesa alguna gacetilla contando pormenores del quehacer cotidiano del diplomático (visitas a hogares españoles, inauguraciones, o cuando era invitado a cazar zorros o pavones en Escocia, cocktailes y queimadas) de don Manuel que desencadenó una actividad frenética desde su arribada a Heathrow. Se iba a comer el mundo. Su gran corazón y su inteligencia- es uno de los políticos españoles más destacados habiendo publicado más de cien libros, dejaba a sus oponentes a la altura del betún- le perdían porque no se daba cuenta de que alguien le estaba segando la hierba bajo los pies y los pajarracos que alimentara a sus pechos se volverían contra él, le picotearían por la espalda. Crían cuervos y te sacarán los ojos.

Por mejor parecer giraba visita tocado de bombín y luciendo la mejor gabardina que se vendía en los lujosos almacenes Harrods. Se las daba de anglófilo no sabiendo en que jardín se metía.

Inglaterra juega a la balanza de poderes y a los piropos los ingleses que son leche de cabra y no parecen humanos reaccionaban con la zurriaga o todo lo más con algún comentario sarcástico:

-Oh how interesting. Shocking, isn´t?

Yo también me sentía anglófilo por aquel entonces, admiraba a los británicos a los que consideraba superiores. Dechados en el arte de la subsistencia, la conllevancia y la convivencia. Hasta que una vez estando a pupilo en una boarding house cerca de Picadilly donde se daba hospedaje a varios gentlemen esos del bombín y del bowler que cogen el paraguas y se ponen de cuello duro para ir a trabajar a la City, mi patrona que era una malagueña con sentido del humor me dijo que no hay que fiarse mucho, que en Inglaterra no es oro todo lo que reluce. Los isleños son educados pero hipócritas y muy suyos. Según ella gente más guarra no la hay en el mundo. No conocen la ducha, abominan del bidet y se bañan una vez a la semana.

-¿Ah, sí?- repuse

-Sí-dijo tajante la landlady-. Mire

Y en ese momento me enseñó los calzoncillos todo llenos de palominos y cazcarrias de uno de aquellos acicalados inquilinos que tomaban el tren en la estación Victoria a las siete en punto al ir a trabajar a la City para no volver a casa hasta el te de las cinco.

A mí se me cayeron los palos del sombrajo porque aquellos sartoriales caballeros me parecían un modelo. La patrona después de media vida en Londres había llegado a conocerlos bien y lo de los gayumbos se aplica a la religión, y a otras muchas cosas como el comportamiento social y moral y a la crueldad que pueden llegar a desarrollar cuando van a la guerra. Dado el caso no los hay más feroces ni más salvajes. También son muy envidiosos y petulantes. La aparente estabilidad de su vida pública la han conseguido a base de mantener a raya a las clases bajas. Sólo un uno por ciento de los estudiantes iban- estoy hablando de los años 70- a Oxford y a Cambridge y el parlamento, la Iglesia, la educación, los negocios, el ejercito son manejados por una pequeña elite.

No había racismo en teoría pero cualquier ciudadano oriundo o forastero se marginaba cuando abría el pico. El acento es allí un elemento de segregación social. Eso sí son gente muy práctica habituados a resolver los problemas sobre la marcha, un invalorable activo político.

No se andan por las ramas aunque para decir algo se muestran circunspectos y con muchos rodeos (understatement) Tuvieron dos revoluciones. Creen con su pragmatismo encomiable que eso del papado es una monserga y nombraron papa al rey de Inglaterra sustituyendo las misas en latín por misas en inglés. A tres de sus monarcas les cortaron la cabeza y eso le da un peso especifico a un país. La reina come sola. Nunca hay que hablar si ella no se te dirige a ti. Cuando te encuentres con un extraño nunca le hables de Dios, de religión ni de política sino del tiempo.

-Nice day, Mr Pocklington, isn´t?

-Oh, yes, Mrs. Avisson. Loveley.

-Glorious

-Indeed.

Los ingleses no tienen mujeres, solos botellas de agua caliente y usaban gorros con pompón para dormir hasta que vino Mary Quant y puso de minifaldas a las quinceañeras descubriendo que aquellas niñas tenían unas piernas preciosas. Vino la revolución sexual y Carnaval street. Que noche la de aquel día. Aquel tiempo fue como una vorágine. Pero el tipo del bombín de mi casa a pupilo seguía yendo a trabajar con unos calzoncillos no demasiado limpios y mi landlady española seguía murmurando pestes de él. Hasta le tildaba de marica.

El New York Times publicó a la sazón un reportaje a tres columnas en el que se describía a Fraga como el “sargento de hierro” que comandaría el batallón de la política en Madrid a la sazón muy revuelto y domaría a los Leones del Congreso. El panorama nacional cubierto de siglas y siglas parecía una sopa de letras. Las izquierdas le daban caña: “Fraga naufraga” y “La calle es mía” rotulaban los diarios de izquierdas. A pesar de todo, las apuestas daban a Fraga como caballo ganador en la carrera presidencial aventajando en posibilidades al Tato y a Suárez.

Salió el que era más burro pero con mejor look. El rey aconsejado por sus asesores talmúdicos que suelen desconfiar de los carrerones y de los memoriones de la gente excesivamente brillante pues pueden ser muy peligrosos (la marranería desconfía y odia aquello que no puede domeñar) se inclinó por el de Cebreros, un caballero audaz pero mal estudiante y un oscuro jefe provincial del Movimiento.

El destino se muestra veleidoso y cruel con las personas de valía y don Manuel era uno de ellos. Aquellas pijaditas mías sobre Gibraltar le exasperaron y el embajador montó en cólera. No habíamos llegado al segundo plato que era el faisán y se estaba sirviendo un excelente Cariñena.

-Parra, Gibraltar déjemelo usted a mí.

-Don Manuel yo solo soy un mandado-repuse- y el director de mi periódico Antonio Izquierdo me ha pedido una serie de reportajes sobre el asunto. Mañana a lo mejor tengo que desplazarme a la Línea de la Concepción.

Mencionarle a Antonio Izquierdo que capitaneaba el núcleo duro del falangismo que se oponía a la reforma fue como mentarle la bicha. Empezó a dar voces.

-Salga inmediatamente.

Dejé, muerto de vergüenza, con cuidado la servilleta sobre el mantel tras darle un ultimo trago a aquel excelente caldo y tomé el olivo. Hasta llegar a la puerta de aquel comedor tuve que andar casi como veinte metros. El trecho se me hizo inacabable y el tiempo angustioso con los ojos de todos los corresponsales españoles en Londres clavados en mí.

Un lacayo con librea, peluca y guantes blancos, así se las ponían a Felipe II, me abrió los batientes de la gran puerta. Lo sentí más que nada por el Cariñena pero estaba rojo de pavor.

La noticia corrió hasta Madrid y algunos compañeros me llamaron diciendo que me preparara a hacer la maleta. Quedaba despedido de la corresponsalía. Me iban a echar de aquella sinagoga. Otra vez más.

Por la noche, sin embargo, y para tranquilizarme, vino Mañé un catalán de la BBC muy elegante y muy buena persona que me ofreció su apoyo. Este “exilado” y gran locutor fue mi paño de lágrimas y él arregló todas las cosas para desinflar la situación. El embajador estaba que se subía por las paredes. Sin embargo, no era un hombre rencoroso. Don Manuel tenía un gran corazón como pude comprobar al día siguiente cuando fui llamado a la embajada y este periodista nunca se había visto en otra: don Manuel Fraga Iribarne, el catedrático, el escritor, aquel hombre cuyos libros me había empollado en las aulas de Derecho, el gran ministro de Información y Turismo, el de la bomba de Palomares y el baño en meyba, uno de los motores del gran desarrollo económico de la España del 600 y del tardo franquismo se dignó pedir perdón a este plumilla.

-Parra, reconozco que estuve un poco fuerte contigo. Disculpa.

-No hay de qué, don Manuel, yo también le ruego me dispense por haber sido una mosca cojonera con lo de Gibraltar. Le deseo muchos éxitos en su carrera política.

Se sonrió.

Volvía a verle por segunda y última vez cuando iba a dar una conferencia en Harward en el aeropuerto Laguardia de Nueva York. Se acordaba todavía de mí porque era un memorión y volvimos a repetirnos lo mismo. Yo sabía que aquel gallego que tenía una brillante hoja de servicios y no sé cuantos doctorados encima le venía un poco grande al sistema que íbamos a empezar. La democracia suele decantarse por los mediocres. No se fía de estadistas como Churchill, de Gaulle, Franco. Prefiere los más manejables. Hubiera sido un gran jefe de gobierno pero los hados, caprichosos e inescrutables, lo dictaron de otra forma.

Al lado de don Manuel un Suárez, un Felipe González, un ZP, un Aznar y un –ahora-Rajoy de índole pastueña y sumisa resultan unos pigmeos. Fraga crió cuervos y le sacaron los ojos. Se le veía en los últimos años de su vida desencantado y aburrido. No es para menos. En política no existe la palabra agradecimiento. Es un comedero de buitres tal y como lo entienden ahora o todo lo más un cantadero de urogallos.

Descanse en paz don Manuel. En la vida, dicho sea de paso, he vuelto a probar otro vino de Cariñena tan superior como el que uno de sus pincernas nos sirvió en aquel ágape de marras.

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