Franco en un caballo blanco por la calle Uría
Salva es el gran quiosquero de la calle Uría. Allí ministra y expende periódicos y revistas aunque es todavía joven desde hace unas cuantos años. “es que trabajo la calle, la vida es dura pero nunca hay que rendirse, profesor” me dice y es que la calle Uría arteria principal de la capital astur tiene algo, una fuerza telúrica, un desparramamiento hacia los luceros pues mira de frente y sin achantarse para el monte Naranco.
Se percibe ese aire refinado y señoril de los que tomaban café en Peñalba justo al lado del establecimiento que tutela mi amigo Salvador frente al famoso parque de San Francisco por donde paseaba Ripamilán, la Regenta y otros personajes de Clarín.
EL ÁRBOL DE LA NOCHE TRISTE
En medio del famoso parque estuvo plantado el Árbol de la Noche Triste para mí (ya lo aserraron los operarios municipales pero entre las brancas de los humeros y mayestáticos cedros reales yo he creído atisbar el rostro de aquella mujer a la que yo amaba y que se me aparece en mis noches tristes y me consuela como una Virgen de Guadalupe a Hernán Cortés) y se paseaba a grandes zancadas aquel veterano coronel de las guerras de África delante de su gran danés, el King, amigo de los niños incluseros. El parque de San Francisco ya digo y las alamedas del Bombé poseen una fuerza telúrica que yo percibí cuando llegué hace unos cuantos años a Oviedo siguiendo los pasos de la fuerza que no se rindió porque aquellos mozos que tomaban café en Peñalba los tenían lo que se dice bien puestos.
WOODY
Pero en fin ni un legionario ni un falangista tuvo ninguna intención sanguinaria de matar españoles. Nuestros rogelios también lo eran y tampoco carecían de esa testosterona que ante el peligro infunde valor. Trataban de salvar a España y salvando a España siempre se salva una civilización.
Aquello ojalá nunca se repita pero lo que pasó pues pasó y no valen revanchismos. El talante de esta ciudad es cosmopolita y un si es no es anglosajón (Cascos en su primer discurso ante los padres conscriptos del palacio junto a la plaza de la Escandalera ha hecho votos porque los asturianines de nueva generación vengan parlando inglés, una lengua ayuda a triunfar y de ahora en adelante todos cabos primera, todos bilingües no sé yo) y ahí está la estatua a Woody Allen con un aire descamisado y casual que regresa al hogar con la chaqueta al hombro después de una noche de farra o de dejar a la novia en el portal.
La imagen concuerda poco con la morigeración carbayona. Esta ciudad suele recogerse pronto, se acuesta casi con las gallinas, y nada tiene que ver con el frenesí neoyorquino. Nueva York de donde Woody procede es la ciudad que no duerme. Pero sea. Se trata al parecer el signo de los tiempos que todos “falemos” inglés aunque no ese inglés que yo a veces pienso, la lingua en que soñé y amé sino otro idioma más perronero para hacer negocios y poder presentar una denuncia cuando a uno lo atraquen en el Bronx, pongamos por caso.
CULOS GORDOS.
A pesar de que han colocado ahí esa talla de bronce con la imagen “non chalance” del famoso cineasta y que a Oviedo le sienta como a un santo cristo dos pistolas igual que los culos rechonchos de las gordas de Botero la calle Uría sigue siendo un lugar mágico, la gran vía ovetense por donde desfiló la fuerza y donde Salva expende la querida Nueva España y toda la prensa nacional e internacional y ha tenido la delicadeza de colocar en sus vitrinas mi “Franco y Sefarad un amor secreto”. En muchas librerías de Madrid me rechazaban la obra alegando no admitir un libro autoeditado. “Traiga pa acá” y en dos meses consiguió asentar doce ejemplares lo que no es grano de anís. En Librería Moncloa de Madrid se vendieron diez y en el puesto de la cuesta de Moyano de mi amigo Paco Gomis, siete u ocho. Y así sucesivamente.
COMISARIOS DE LA NUEVA INQUISICIÓN.
Casi está a punto de agotarse la edición lo que no deja de ser un triunfo en oros cuando en España pintan bastos, ha vuelto la inquisición que es un santo oficio laico muy solapado, subliminal e imperceptible salvo para los que sepan bien mirar lo que acontece en este país donde se cacarea tanto la palabra libertad, y pugnaz y obstáculo inexpugnable para el escritor que surja escotero y que cometa el atrevimiento de ir por lo libre y de pensar por su cuenta alzando sospechas y pesquisas en los hocicos y ollares merodeares, murmuradores, de los podencos que velan por lo políticamente correcto, de los comisarios que guardan la línea.
Estos zaguanetes del convencionalismo de democracia a cañonazos que no cesan de santiguarse y repetir lo de “nosotros los demócratas” sin reconocer que un día fueron totalitarios e hijos de jerifaltes del viejo régimen que tornaron la chaqueta, que se dicen liberales pero pisotean la libertad cuando les conviene y se comportan como tiranos hacia los demás forman un grupo una casta privilegiada en la que se arraciman políticos “televisión personalities” lideres del cotarro mediático contertulios consejeros delegados jueces banqueros corredores de Bolsa capos de la mafia judía proxenetas y otros supuestos de mal vivir pero ricos como Creso y más corruptos que la sentina del Queen Mary, alguna que otra ministra que haciendo caso omiso de sus tiempos de chica de alterne educada en colegio de pago ahora hace la calle en la Carrera de San Jerónimo y se sienta chica para todo en un escaño del banco azul, gente que se mueve sube y baja pero siempre incombustibles dentro del aparato se llevan la mano a la pistola cuando escuchan que alguien dice:
-Franco. Franco
Es como si les mentaran la bicha. Por eso digo que tiene mucho valor el que mi amigo Salva me haya vendido doce ejemplares de mi texto sobre Franco. Y es que el espectro benigno y paternal se pasea arriba debajo de la calle Uría.
VISIÓN DESDE LAS ARCADAS DE LA ESTACIÓN
El otro día mientras me quedaba traspuesto en un asiento de la sala de espera de RENFE yo le vi llegar. Era el comandantín. Una paisanas que salían de misa saludaban la llegada del caballero a lomos de una yegua torda como si en vez de un comandante de infantería fuese el mismo apóstol Santiago enarbolando el pendón de Castilla en Clavijo aplastan do con los cascos turbantes y cimitarras agarenas.
-Mirálu que guapu.
-Ye el comandantín, om
-Y que joven ye. parece un rapaz
no le había cerrado aun la barba y todas las tardes subía desde las caballerizas del Milán para cortejar a Carmencita que se ponía roja como una amapola al verlo venir. Eran las cinco de la tarde la hora en que daban suelta las monjas a sus colegiales.
LOS POLO SE OPONIAN AL NOVIAZGO. EL COMANDANTIN ERA POCO PARA UNA FAMILIA DE POSTÍN.
Carmen Polo cursaba segunda enseñanza en el convento de las Esclavas. Fue un amor adolescente que duró para siempre. Ella tenía quince años y él que acababa de sentar plaza en la guarnición de Oviedo sólo veinte. Su primer destino había sido el Fijo de Ceuta de donde fue trasladado a la península. Una época que debió de ser dura y maravillosa en la vida de Francisco Franco. Los Polo, una de las familias más prestigiosas de la capital del principado, se oponían pero el novio tenaz impasible tenaz y con esa forma de porfiar que sólo tienen los nacidos en Galicia no ocultaba su pasión por los rizos de aquella colegiala morena de las monjas y subía a verla cada tarde manejando las riendas de un caballo tordo alto de borrén y fino de cabos según refieren las crónicas. Las señoronas que merendaban churros con chocolate en la Mallorquina se quedaban bocas ante el espectáculo: para tan exiguo jinete un caballo tan enorme.
La historia demostraría que en tales suspicacias esas mentes provincianas y amables, carbayones y carbayonas de digotelo yo no llevaban razón. Corto de estatura voz atiplada y sonrisa de guaje ferrolano asustado y al que todas las balas del Rif parecían respetar dentro llevaba prendido el fuego de los dioses y era un gigante.
Oviedo en su pasado mágico guarda el fulgor de su pasado franquista por más que lo nieguen y le pongan peros a aquel comandantín que resultó ser, dentro de su galleguismo, un gran asturiano consorte. Puxa Asturias. La roja y la nacional. Y viva mi quiosquero de la calle Uría.
(continuará)
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